Un poder imperial en la cuesta abajo
UN DESAFIO AL PODER DE ESTADOS UNIDOS (I)
5/5
Rebelión
TomDispatch
17.05.2016
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba
García.
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Los desafíos de
hoy en día: el mundo islámico
Giremos ahora
hacia la tercera región de las principales preocupaciones, el mundo (en buena
parte) islámico, que es también el escenario de la Guerra Global Contra el
Terror (GWOT, por sus siglas en inglés) declarada por George W. Bush en 2001
después de los ataques terroristas del 11-S –en beneficio de la exactitud,
debería decirse re-declarada–. La GWOT fue declarada por la
administración Reagan desde su primer día con una enfebrecida retórica sobre la
“plaga propagada por unos depravados que se oponen a la propia civilización”
(tal como lo describió Reagan) y un “regreso a la barbarie en la era moderna”
(según las palabras de su secretario de Estado, George Shultz).
Silenciosamente, la primera GWOT fue retirada de la historia. Se convirtió muy
rápidamente en una asesina y destructiva guerra terrorista que asoló América
Central, el sur de África y Oriente Medio, cuyas nefastas repercusiones llegan
hasta nuestros días, entre ellas la condena de Estados Unidos por parte del
Tribunal Internacional de Justicia (desestimada por Washington). Sea cual sea
el acontecimiento, no se trata de la historia apropiada para la Historia, por
lo tanto ya no existe.
El éxito de la
versión Bush-Obama de la GWOT puede evaluarse perfectamente mediante el examen
directo. Cuando se declaró la guerra, los objetivos terroristas se limitaban a
los existentes en un rincón del Afganistán tribal. Estaban protegidos por
afganos que, en su mayor parte, no los podían ver o los despreciaban profundamente,
pero se atenían a los códigos tribales de la hospitalidad, unos códigos que
desconcertaban a los estadounidenses cuando algunos campesinos pobres se
negaban a entregar a Osama bin Laden por la astronómica –para los campesinos–
suma de 25 millones de dólares”.
Hay buenas
razones para creer que una acción policial bien implementada, o incluso unas
negociaciones diplomáticas serias con el Talibán, podrían haber puesto en manos
de Estados Unidos a los sospechosos de los crímenes del 11-S para llevarles a
los tribunales y condenarles. Pero ese tipo de opciones no estaba en
consideración. En lugar de ello, la elección pensada fue la violencia a gran
escala, no con el objetivo de destruir al Talibán (eso llegó más tarde) sino
para dejar en claro el desdén estadounidense respecto a cualquier ofrecimiento
que aquel hiciese de una posible extradición de bin Laden. Hasta qué punto eran
serios esos ofrecimientos, no lo sabemos, ya que la posibilidad de que fuesen
explorados nunca fue contemplada.
O tal vez, Estados
Unidos solo estuviera tratando de “mostrar músculo, apuntarse una victoria e
intimidar a todo el mundo en el planeta. A ellos no les importa el sufrimiento
de los afganos ni cuánta gente perderíamos”. Esta es la opinión del muy
respetado líder anti-Talibán Abdul Haq, uno de los numerosos críticos que
condenaron la campaña estadounidense de bombardeo aéreo lanzada en octubre de
2001 por tratarse de “un gran retroceso” en sus esfuerzos para acabar con el
Talibán desde dentro, un objetivo que ellos veían al alcance de la mano. Este
parecer ha sido confirmado por Richard A. Clarke, director del Grupo de
Seguridad y Contraterrorismo de la Casa Blanca con el presidente George W. Bush
cuando se formularon los planes de ataque contra Afganistán. Tal como Clarke
describe la reunión, cuando informó de que el ataque violaría la ley
internacional, “el presidente gritó en la pequeña sala de conferencia: ‘No me
importa lo que dicen los picapleitos internacionales; nosotros vamos a patear
unos cuantos culos’”. El ataque también fue duramente cuestionado por la mayor
organización de ayuda que trabajaba en Afganistán, que advirtió de que había
millones de personas al borde de la muerte por hambre y de que las
consecuencias podían ser horrendas.
Las
consecuencias para la pobre Afganistán de años después todavía necesitan ser
reconsideradas.
El mazazo
siguiente fue para Iraq. La invasión anglo-estadounidense, totalmente
desprovista de un pretexto creíble, es el crimen más importante del siglo XXI.
La invasión llevó a la muerte a cientos de miles de personas en un país en el
que la sociedad civil ya había sido devastada por las sanciones de Estados
Unidos y Gran Bretaña, unas sanciones que fueron vistas como “genocidas” por
los dos distinguidos diplomáticos encargados de administrarlas; ambos
renunciaron por esta razón. La invasión produjo también millones de refugiados,
destruyó la mayor parte del país y dio lugar a un enfrentamiento entre sectas
que continúa desgarrando Iraq y toda la región. Es asombroso que en ciertos círculos
informados y progresistas de nuestro mundillo cultural, intelectual y moral,
esa invasión pueda ser llamada –con toda frivolidad– “la liberación de Iraq”.
Algunas
encuestas del Petágono y el ministerio británico de Defensa revelaron que
apenas el 3 por ciento de los iraquíes pensaba que el papel de Estados Unidos
en Oriente Medio tenía alguna legitimidad, menos del 1 por ciento creía que las
fuerzas de la “coalición” (EEUU-Inglaterra) eran útiles para su seguridad y el
80 por ciento se oponía a la presencia de fuerzas de la coalición en su país;
la mayoría de estos últimos apoyaban los ataques a las tropas aliadas.
Afganistán había quedado tan destruido que la posibilidad de realizar un sondeo
confiable era algo impensable, pero hay indicios de que también algo parecido
podía ser cierto allí. Sobre todo en Iraq, Estados Unidos sufrió una grave
derrota, abandonó los objetivos oficiales que le llevaron a la guerra y dejó el
país bajo la influencia del único victorioso: Irán.
La maza también
golpeó en otros sitios, particularmente en Libia, donde los tres poderes
imperiales tradicionales (Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos) trabajaron
para aprobar la resolución 1973 del Consejo de Seguridad e inmediatamente la
violaron, convirtiéndose en la fuerza aérea de los rebeldes libios. La
consecuencia fue el debilitamiento de cualquier posibilidad de arreglo
negociado y pacífico; el gran aumento de las bajas (que se multiplicaron al
menos por 10, según el politólogo Alan Kuperman); una Libia en ruinas y en
manos de las milicias de combatientes; y, más recientemente, la provisión al
Daesh de una base desde la cual puede extender el terror. Algunas propuestas
diplomáticas bastante sensatas de la Unión Africana, que en principio habían
sido aceptadas por la Libia de Muammar al Gadaffi, fueron ignoradas por el
triunvirato imperial, como lo consigna el especialista en África Alex de Waal.
Gracias a un enorme flujo de armas y yihadistas, el terror y la violencia se ha
extendido desde el oeste de África hacia el Levante, mientras los ataques de la
OTAN, a su vez, han puesto en marcha una avalancha de refugiados de África
hacia Europa.
Otro triunfo
más de una “intervención humanitaria”; como el largo y espantoso historial lo
revela, no es algo insólito: apenas un regreso a los orígenes de hace 400 años.
* Esta es la
primera de dos notas de que consta el trabajo; una selección extraída del nuevo
libro de Noam Chomsky, Who Rules the World? (Metropolitan Books, the
American Empire Project, 2016). La Parte 2 será publicada próximamente. (N.
del T.)
Noam Chomsky es profesor emérito en el Departamento de Lingüística y Filosofía del
Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Es colaborador habitual de
TomDispatch; entre sus libros más recientes están Hegemony or Survival y Failed
States. Su sitio web es www.chomsky.info.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176137/tomgram%3A_noam_chomsky%2C_the_challenges_of_2016/#more
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