lunes, 4 de marzo de 2013

SENTANDO LAS BASES PARA LA TRANSFORMACION SOCIAL


 LA ORGANIZACION POLITICA EN TRANSICION
 (4/8)

Traducido del inglés para Rebelión por Christine Lewis Carroll 

Hilary Wainwright 
Red Pepper 
Rebelion.org
28.02.2013

 Repensar el derecho a voto: desde la atomización a la representación social 

La experiencia de Syriza aporta un enfoque práctico a las discusiones recientes en el seno del movimiento por la justicia global sobre la conveniencia, en las democracias liberales, de involucrarse en el sistema político y luchar contra él y en particular sobre la conveniencia de perseguir la representación política por otras razones que las propagandísticas y bajo qué formas de organización.

La combinación consciente de Syriza de organizar para gobernar junto con la capacidad de cambio independiente del sistema político -mediante el trabajo solidario dentro de la comunidad, la agitación de base en los sindicatos, las campañas por los derechos políticos y sociales y contra el racismo y la xenofobia- plantea una vez más si el voto es todavía un recurso de transformación social o una fuente perpetua de desilusión y alienación. 

En otras palabras, ¿es posible que la representación en las actuales instituciones de democracia parlamentaria, junto con los esfuerzos para cambiar estas instituciones, fortalezca la lucha más amplia que acabe con el poder capitalista, es decir el poder de los mercados financieros, los bancos privados y las corporaciones, todos ligados a las instituciones estatales y avalados por ellas? Mi respuesta es positiva, aunque muy condicionada. 

Este condicionamiento se basa organizativa y culturalmente en la concepción social y concreta de la ciudadanía. En las sociedades de hoy, llenas de desigualdades, esto implica involucrarse en la política electoralista mientras se combate lo que representa hoy el sufragio universal: una igualdad política formal y abstracta en una sociedad que en esencia es desigual. 

Muchas personas desposeídas y sus aliados que lucharon por el voto creyeron que el hecho de desenmascarar, desafiar y superar las relaciones desiguales y explotadoras estaba en el corazón de la política parlamentaria. Para los Chartists [reformistas políticos británicos entre los años 1838 y 1848] y para muchas sufragistas, el voto representaba la apertura de una nueva fase de lucha política, no una meseta donde acomodarse. La representación política significó para ellos un medio de hacer visible en el sistema político la lucha contra la desigualdad económica y social. 

La capacidad de la clase dirigente británica, a menudo con la complicidad tácita y ostensible de la dirección laborista del Parlamento y de los sindicatos, de contener esta dinámica potencial es un ejemplo bien documentado de un fenómeno común en las democracias liberales. 

El resultado es una forma estrecha de representación en la que se trata a los ciudadanos de manera abstracta en lugar de que sean un elemento de unas relaciones sociales complejas y, en la actualidad, desiguales. Es un proceso político que tiende a disfrazar en vez de desenmascarar las desigualdades y protege en lugar de desafiar el poder económico privado. 

Volver a la radicalidad democrática

Las generaciones posteriores desafiaron esta tendencia. Recuperaron los objetivos democráticos radicales de los pioneros al pretender romper la membrana protectora de la política parlamentaria y abrir la política al impacto directo de las luchas que están cambiando el equilibrio del poder en la sociedad. 

Hay mucho que aprender a este respecto de dos experiencias: la administración laborista radical del GLC y el gobierno del PT de Porto Alegre. Ambas direcciones políticas construyeron en la práctica su estrategia de implantar el mandato electoral basándose en compartir el poder, los recursos y la legitimidad junto con los ciudadanos organizados en torno a los temas de igualdad económica y social.

Los políticos municipales se basaron en el reconocimiento de que las desigualdades que tenían obligación de abordar porque los habían elegido para ello -sobre el poder económico, la raza, el género, etc.- requerían fuentes de poder y conocimiento más allá de las del Estado solo.

 En ambos casos el mandato exigía una política de la que se podría aprender y que no repitiera las concesiones que se habían hecho a nivel local y nacional en el pasado. En el caso del GLC la izquierda del Partido Laborista de Londres, influido éste por una feroz controversia dentro del partido a nivel nacional, estaba decidida a evitar el fracaso del gobierno laborista de 1974 a 1979 e implantar un mandato electoral radical.

 Esta fuerte voluntad política, junto con una implicación directa en los movimientos comunitarios, feministas, sindicales y antirracistas, hizo que los futuros concejales del GLC conectaran con muchas organizaciones que compartían sus objetivos y se involucraran en la redacción de un manifiesto detallado. Este manifiesto se convirtió en el mandato de la nueva administración cuando el Partido Laborista ganó las elecciones al GLC en 1981. Fue una referencia clave en los conflictos con los altos cargos tanto en County Hall [sede del Consejo del Gran Londres] como al otro lado del río en Westminster, que ya encabezaba Thatcher, y Whitehall [ubicación de la administración del gobierno británico]; es decir, una fuente de legitimidad moral para el radicalismo de las políticas del GLC. 

 En el caso de Porto Alegre, la forma de llevar el municipio implicaba que las elites de los partidos locales hicieran tratos de mutuo beneficio que reproducían la corrupción y el secretismo estructurales que aseguraban que el municipio servía o al menos no molestaba a los intereses económicos de las aproximadamente 15 familias que dominaban la economía local como terratenientes o empresarios. 

La misión del PT, como parte de su compromiso de desagraviar las importantes desigualdades que resultaron de la forma de gobernar y de la economía brasileña, era poner fin a esto. Bajo el liderazgo de Olivio Dutra se comprometió a trabajar con las asociaciones vecinales y otras organizaciones democráticas de base con el fin de abrir los procedimientos presupuestarios y financieros de contratación del municipio. 

En ambos casos las estrategias fueron efectivas al conseguir muchos de los objetivos marcados, tanto que los intereses creados que habían desafiado actuaron tan eficaz como reaccionariamente. Estas experiencias, y en particular las relaciones cruciales entre ciudadanos organizados de forma autónoma y el Estado local, fueron producto de estas singulares circunstancias históricas. 

Tanto el Partido Laborista británico como el Partido de los Trabajadores de Brasil fueron producto de los movimientos laborales y sociales y de los intelectuales progresistas pero sus orígenes históricos divergentes se basaron en una comprensión distinta de la democracia y por tanto de las estrategias a seguir ante las políticas representativas. 

Mientras el PT se creó para ser la vanguardia democrática radical de la lucha contra la dictadura, el Partido Laborista se fundó para proteger y extender los derechos de los trabajadores y la provisión social dentro de una democracia parlamentaria. El Partido laborista se creó de una división casi sacrosanta entre lo industrial (los sindicatos) y lo político (el Partido). Las reglas que gobiernan esta relación son bastante flexibles, ya que de otra manera esta ‘alianza contenciosa’ no habría sobrevivido.

En 1950 esta división del Laborismo había producido ya una abdicación profundamente institucionalizada de la política desde los sindicatos hacia el Partido Laborista que consideraba cada vez más que la política legítima sólo podía tener lugar dentro de los estrechos confines parlamentarios. Los sindicatos podían presionar y como parte del Partido Laborista podían aprobar resoluciones que proponían lo que los gobiernos podían hacer. Pero actuar directamente en temas políticos y sociales estaba fuera de su alcance. 

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