jueves, 15 de junio de 2023

Raíces lejanas

 

Giulio Palermo, economista y autor de "El conflicto ruso-ucraniano", concede a Alessandro Bienchi una larga y esclarecedora entrevista para argumentar y actualizar sus tesis más de un año después del inicio de la operación especial rusa.


Raíces lejanas


Giulio Palermo

El Viejo Topo

15 junio, 2023 

 


En su «El conflicto ruso-ucraniano» usted avanza la tesis de que el imperialismo estadounidense tiene como principal objetivo Europa a través del pretexto ucraniano. Más de un año después del inicio del conflicto, ¿en qué punto nos encontramos?

—La estrategia imperialista de EE.UU. en Europa tiene raíces lejanas y coincide con la política antisoviética primero y antirrusa después. Un año de conflicto oficial entre Rusia y Ucrania (sí, uno, porque ocho años de agresión armada en el Donbass y otras partes del país por fuerzas golpistas armadas por la OTAN no cuentan como guerra en la narrativa occidental) no cambia realmente los términos del problema. Estados Unidos y la Unión Europea son las zonas económicas con mayor grado de integración del mundo. Esto es el resultado de un largo proceso. En la fase imperialista del capitalismo, las relaciones entre Estados están cada vez más condicionadas por las relaciones entre capitales. Por eso, en lugar de buscar el origen de las relaciones entre Estados Unidos y Europa y el nacimiento mismo de la Unión Europea en los altos valores liberales, la unidad de los pueblos y la solidaridad internacional, es mejor rastrear el proceso de integración económica bajo la dirección del capital transnacional.

La asimetría económica entre el capital a ambos lados del Atlántico –que es la base del diseño imperialista estadounidense en Europa– se definió tras la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial.

Históricamente, no puede decirse que Estados Unidos mostrara una gran capacidad de reacción ante el avance nazi en Europa. Durante toda la primera fase de la guerra, la derrota de los países capitalistas frente al ejército alemán fue total y la resistencia al nazismo descansó casi por completo sobre los hombros de la Unión Soviética. Stalin pidió repetidamente a los Aliados que abrieran un segundo frente contra Alemania –el Frente Occidental– para obligar a Hitler a aflojar su dominio en el Este. Pero Estados Unidos e Inglaterra prevaricaron.

Decidieron pasar a la acción en junio de 1944, con el desembarco de Normandía, después de que el Ejército Rojo hubiera aplastado a las tropas nazis y avanzara imparable hacia Berlín. Y, sobre todo, después de organizar meticulosamente la conferencia de Bretton Woods (New Hampshire, EEUU), que se celebraría al mes siguiente: una mega-reunión de tres semanas de las principales potencias capitalistas en la que se definió el marco económico-financiero de la posguerra, centrado en el dólar y el capital financiero estadounidense.

Desde entonces, la penetración del capital estadounidense en Europa ha aumentado considerablemente, primero a través del Plan Marshall –un colosal plan de inversión de Estados Unidos en Europa– y después mediante nuevas exportaciones de capital y fusiones con capital europeo.

Mientras les convino, los Estados Unidos impusieron un régimen cambiario centrado en el dólar –que permitía a la moneda estadounidense imponerse como referencia internacional– y cuando ya no sirvió para nada, lo abolieron, en 1971, con un gesto unilateral del presidente Nixon, en violación de los acuerdos que los propios Estados Unidos habían impuesto. El resultado: el mayor impago de la historia del capitalismo (la negativa de Estados Unidos a cumplir sus compromisos financieros) se resolvió con nuevos acuerdos monetarios entre los principales países capitalistas para descargar los problemas financieros de Estados Unidos sobre el resto del mundo.

En este marco de relaciones de fuerza asimétricas se desarrolla la unificación europea, una unificación comercial, monetaria y financiera deseada por el capital estadounidense para penetrar y someter limpiamente todo el espacio económico europeo.

En el libro dedico un capítulo entero a reconstruir el largo proceso que condujo a la creación de la Unión Europea y el euro, haciendo hincapié en el papel crucial de Estados Unidos. Al mismo tiempo, en el plano político y militar, analizo el proceso de expansión de la OTAN, como brazo armado del proceso de expansión económica y financiera.

Desde esta perspectiva más general, Ucrania es poco más que una pieza, por decisiva que sea, de un largo proceso de expansión del capital y las fuerzas armadas estadounidenses en Europa.

La destrucción de los recursos materiales de Ucrania es la prerrogativa para apoderarse de sus recursos materiales y humanos en la fase de reconstrucción, un botín tentador para todas las potencias occidentales. Pero el verdadero objetivo estratégico de Estados Unidos no es en absoluto la conquista económica de Ucrania, sino la de Europa. La guerra contra Rusia debe ser larga y costosa. Es la mejor manera de relajar las relaciones entre Rusia y la Unión Europea, debilitando a ambas.

Pero Estados Unidos no quiere realmente el fin de la UE y del euro. Eso sería un sonoro gol en propia meta. Europa ya es estadounidense, tanto económica como militarmente. No es en absoluto conveniente librar una guerra económica total contra el capital europeo. En su lugar, es mejor hacer alianzas selectivas, en determinados sectores y países, y asegurarse de que Europa en su conjunto actúa en interés del capital estadounidense. Desde este punto de vista, el crecimiento de un eje ruso-alemán o incluso ruso-europeo era un obstáculo objetivo para la estrategia estadounidense.

Un año después de la intervención rusa, la situación económica y militar de Ucrania es desesperada. Ucrania no tiene futuro: militarmente, depende de las armas enviadas cada vez más generosamente por los países de la OTAN a un ejército mal entrenado, que ya ha sufrido enormes pérdidas; económicamente, se mantiene a flote gracias a los préstamos internacionales, sin ninguna posibilidad de devolverlos. En resumen, los ucranianos que no mueran en la guerra bajo la artillería rusa serán aplastados en tiempos de paz por el capital de Estados Unidos y la Unión Europea.

La guerra puede y debe continuar. Mientras Estados Unidos y los países de la OTAN tengan armas y dinero con los que apoyar a Ucrania, el espectáculo debe continuar, y mientras Ucrania tenga hombres, debe enviarlos a la muerte. Un año y medio de apoyo abierto al ejército ucraniano y a sus batallones nazis (que, para ser justos, llevan nueve años dictando la ley en gran parte del territorio ucraniano) es sólo el principio. Hay que poner fin definitivamente a las relaciones económicas entre Rusia y la UE, redefinir todo el sistema de suministro de energía y materias primas en Europa y suspender definitivamente los proyectos de intercambio tecnológico y desarrollo conjunto con Rusia y China.

En resumen, Estados Unidos quiere crear un muro estadounidense en el corazón de Europa para aislarla por el este y obligarla a aceptar como referente a la única superpotencia occidental. Este es, en última instancia, el objetivo de la estrategia estadounidense en Europa: forzar el divorcio entre Rusia y la Unión Europea. A costa del pueblo ucraniano.

 

Militar y económicamente, Ucrania sobrevive gracias a la ayuda de la OTAN, por un lado, y del FMI y el Banco Mundial, por otro. En esta situación de protectorado de facto de EEUU, ¿cuál es el futuro de Ucrania?

­—Como he dicho, Ucrania no tiene futuro. Pero aparentemente esto no es un problema para nadie, y menos aún para las fuerzas que la apoyan económica y militarmente. Ninguno de los aliados ha planteado nunca la cuestión y el presidente títere está demasiado ocupado en sus giras internacionales luciendo símbolos nazis y exigiendo armas y dinero como para preocuparse por el futuro del país.

Se habla de contratos de posguerra, de cómo vender el país a los acreedores, de cuántos y qué tipo de tanques y cazabombarderos se necesitan, de sistemas de misiles y aviones no tripulados, de municiones de uranio empobrecido y armas nucleares tácticas, pero los datos económicos del país y las condiciones sociales de la población no parecen interesar a nadie.

En 2022, según cifras del Banco Mundial, el producto interior bruto de Ucrania habrá caído un 30%. El 25% de la población vive en la pobreza, la tasa de desempleo es del 35% y la inflación del 27%.

Antes del golpe de febrero de 2014, la moneda ucraniana se mantenía estable en torno a las 8 hryvnias por dólar. El primer año tras el golpe marca la ruina de la hryvnia, que en febrero de 2015 se desploma a 27 frente al dólar. En julio de 2022, el banco central ucraniano tiene que volver a devaluar la hryvnia un 25%. Desde 2014, la pérdida de valor de la moneda ucraniana frente al dólar es del 350%.

Para un país muy dependiente del comercio exterior, una devaluación de esta magnitud, con los datos macroeconómicos en caída libre, significa que se acerca la hora de la quiebra. Ucrania tenía a Rusia como segundo socio de importación (por detrás de China) y tercer destino de exportación (por detrás de China y Polonia). La guerra económica, incluso antes que la militar, es sencillamente insostenible para el pequeño Estado situado al oeste del continente ruso.

Tras renunciar a las ventajas comerciales y los descuentos de precios que le ofrecía Rusia, especialmente en el sector energético, Ucrania importa ahora petróleo y gas rusos a través de aliados occidentales: en lugar de un descuento del 30% sobre el precio de mercado (que en ausencia de tensiones políticas sería aproximadamente la mitad del precio realmente vigente), el país aspirante a la UE/OTAN compra a los precios actuales, sobre los que además paga una comisión de intermediación a los países occidentales y, por si fuera poco, paga cuatro veces y media más caro debido a la devaluación de la hryvnia.

Recesión, inflación, devaluación y deuda no son los mejores argumentos que presentar en los mercados financieros para pedir más ayuda. La credibilidad financiera de Ucrania es ahora inexistente y estas medidas extremas lo demuestran. Ya no es cuestión de precio, sino de cuándo. Desde el punto de vista financiero, los títulos de deuda ucranianos son papel mojado. Si su precio no se va directamente a cero, es sólo gracias a la política.

Apoyar financieramente a Ucrania en estas condiciones resulta cada vez más caro. En el último año, el Banco Mundial ha movilizado más de 23.000 millones de dólares en fondos de emergencia, aproximadamente la mitad del propio presupuesto del Banco Mundial y la otra mitad aportada por EE.UU., el Reino Unido, la UE y Japón. Mientras se pide a los trabajadores de estos países que se aprieten el cinturón, bajen la calefacción, renuncien a la atención sanitaria y a las pensiones en nombre de las tensiones internacionales, estas son las cifras que sus gobiernos destinan a la guerra contra Rusia.

 

Las sanciones impuestas a Rusia han acercado aún más a Moscú a China y a los bloques asiáticos de integración regional. La visita de Xi a Moscú es emblemática en este sentido. Totalmente dependiente de Estados Unidos y aislado, ¿cuál será el futuro económico del continente europeo?

—Para razonar sobre el futuro, hay que intentar comprender el presente mirando hacia el pasado. En la actualidad, Europa es un continente ocupado militarmente y penetrado económicamente por Estados Unidos. La integración entre el capital estadounidense y el europeo sigue creciendo y Estados Unidos hace todo lo posible por seguir siendo el interlocutor privilegiado de los países europeos.

En las últimas décadas, el desarrollo chino ha preocupado mucho al capital estadounidense. En Europa, en particular, China ha desarrollado importantes relaciones económicas y financieras y se ha consolidado como primer socio comercial en muchos países y sectores económicos. China ya no es la base mundial de fabricación de bienes de baja tecnología, sino que exporta bienes y capital en casi todos los sectores y es líder en muchos sectores de alta tecnología y ecológicos.

Frente a la competencia china, EEUU utiliza el poder político y la fuerza militar, pero en términos estrictamente económicos no ofrece contratos competitivos. Mientras China propone incentivos e inversiones para atraer a nuevos socios comerciales a su espacio económico, EE.UU. amenaza y presiona políticamente a sus aliados para obligarles a romper relaciones con quienes se interpongan en el camino de los intereses del capital estadounidense.

Los márgenes de autonomía de Europa difícilmente pueden ser incrementados por EEUU, China, Rusia o Ucrania. Al contrario, las actuales tendencias sólo pueden aumentar mientras la UE y sus Estados individuales acepten este estado de subordinación pasiva a los intereses del capital estadounidense.

El acercamiento entre Rusia y China es una conclusión inevitable del conflicto ruso-ucraniano. Pero, al menos en el caso de Rusia, no es ciertamente una elección, es si acaso una respuesta casi obligatoria.

En última instancia, ni siquiera Rusia tiene muchos grados de libertad en sus opciones económico-financieras, simplemente está haciendo lo único que puede hacer.

Sin duda, habría preferido seguir haciendo negocios con Europa mientras se labraba su propio espacio en Asia, en lugar de verse inmersa en una guerra económico-militar en sus fronteras contra los países con los que mantiene mayores relaciones comerciales. Aunque oficialmente fue Rusia quien dio el primer paso, el 24 de febrero de 2022, la expansión de la OTAN hacia el Este y ocho años de guerra no declarada en Ucrania, tras un golpe de Estado deseado por Estados Unidos y la Unión Europea, no dejaron otra alternativa al ministerio de Defensa ruso.

Tanto militar como económica y financieramente, las respuestas de Rusia al cerco de la OTAN y a las sanciones económicas son de manual. No hay nada improvisado. Su eficacia, sin embargo, demuestra no sólo la capacidad estratégica de Rusia, sino sobre todo la de Estados Unidos. Los movimientos de Rusia no sorprenden a nadie, al menos en los centros estratégicos de los actores sobre el terreno.

En el caso de China, pues, la elección de presentarse como un país neutral y un mediador de excelencia en el conflicto ruso-ucraniano es el resultado de una cuidadosa evaluación de la política y las estrategias a largo plazo de Estados Unidos. Pero incluso en este caso, los grados de libertad de la política china son pequeños.

China lleva años enfrentada a Estados Unidos. Desde luego, no es el momento de un enfrentamiento armado directo. No interesa ni a Estados Unidos ni a China. Al menos por ahora. La única manera de que China se imponga como primera superpotencia económica, por delante de Estados Unidos, es quitar espacio a los países que orbitan en torno al área del dólar, crecer en las regiones del mundo aún en disputa y desarrollar organizaciones internacionales alternativas a las hegemonizadas por Estados Unidos, empezando por los BRICS y las nuevas áreas económicas regionales.

Por tanto, Rusia y China nunca han estado tan cerca. Sin embargo, en ambos lados de su acercamiento se trata más de respuestas a la política estadounidense que de planes estratégicos independientes. La aceleración actual, ya sea hacia Rusia o hacia China, parte de EEUU, no de Rusia ni de China. Esto es un hecho.

Xi Jinping y Vladimir Putin se reunieron para tratar el conflicto ruso-ucraniano y el fortalecimiento de las relaciones comerciales y financieras bilaterales. No sólo petróleo y cereales, sino también semiconductores y áreas monetarias alternativas al dólar. Todos estos son proyectos que tienen un importante significado estratégico pero que, por el momento, son principalmente de naturaleza defensiva, ya que son respuestas casi obligatorias a los movimientos de Estados Unidos. Porque, de momento, el objetivo táctico de Estados Unidos es simple: mantener altas las tensiones y debilitar a los rivales, obligando a sus aliados a emprender caminos sin retorno.

En Rusia, la pérdida de socios comerciales europeos ha creado un agujero presupuestario en las empresas exportadoras. Los descuentos sobre las exportaciones, del orden del 25-30%, están afectando de hecho a la facturación y los beneficios de las empresas rusas. La política de reorientar las exportaciones de energía y utilizar los ingresos de estas exportaciones para reforzar el tipo de cambio no es una opción real. Es la defensa de los que están contra las cuerdas. Permite llegar al final del asalto pero, sin un cambio de estrategia, no invierte la suerte del combate. De hecho, esta estrategia conlleva una pérdida financiera en seco que resta recursos a la economía real, a los proyectos de desarrollo del país y a la propia economía de guerra. A largo plazo, es insostenible.

Las exportaciones rusas de petróleo y gas están en máximos históricos y superan los niveles anteriores a la intervención militar rusa: Asia prácticamente ha duplicado sus importaciones energéticas de Rusia, convirtiéndose en la primera salida para las exportaciones rusas por delante de Europa. Los ingresos de las petroleras rusas, sin embargo, se han contraído un 43% respecto al año pasado.

En China los problemas son menos evidentes, pero la cuestión sigue siendo delicada. China no puede permitirse perder el acceso a la tecnología, los mercados y las finanzas occidentales. La guerra económica con Estados Unidos es una cosa, pero el aislamiento de los mercados occidentales tiene otro significado para el primer exportador mundial de mercancías y el segundo de capital, por detrás de Estados Unidos.

Por ello, China debe permanecer formalmente neutral: mientras con una mano firma un contrato comercial con Rusia, a precios favorables, con la otra elabora una propuesta de acuerdo de paz que nunca podrán firmar los contendientes directos.

El hecho real es que todas estas tendencias potencialmente contradictorias han sido puestas en marcha por Estados Unidos, que, en el plano estratégico, ciertamente no improvisa. De hecho, el juego con Rusia forma parte del enfrentamiento imperialista mundial por el control de las nuevas tecnologías, que se ha recrudecido con la llegada de la pandemia, y en el que Estados Unidos es un actor principal junto con China. No sólo están en juego las viejas hostilidades políticas y los planes de conquistas militares definidos tras el hundimiento de la Unión Soviética, sino el establecimiento, en todo el mundo, de un nuevo modelo de relaciones económicas y sociales centrado en las nuevas tecnologías.

Europa es el escenario de este choque de potencias imperialistas, pero no tiene ninguna estrategia para gobernar estas tendencias. La partida la juegan EEUU y China, con Rusia obligada a una intervención militar y a medidas económicas radicales y costosas, y una Ucrania nazificada dispuesta a morir para satisfacer los intereses del capital financiero de EEUU y la UE.

El continente europeo constituye el tablero de ajedrez, pero las piezas son en su mayoría estadounidenses y rusas y, en segundo plano, chinas. La estrategia europea para Europa sencillamente no existe. Hay intereses económicos convergentes y divergentes entre sectores y entre Estados. Mandan los sectores financiero y de alta tecnología, especialmente fuertes en los países nórdicos de la eurozona, los más integrados con el capital estadounidense. Son los actores europeos que más tienen que ganar en este conflicto y los que más se han beneficiado de las medidas antipandémicas y los planes de recuperación. Por otro lado, los demás sectores y países, así como la clase trabajadora de Europa en su conjunto, son los que tienen que pagar la factura de esta convergencia de intereses entre los bloques de capital financiero estadounidense y europeo en conflicto con el capital chino de alta tecnología.

 

¿Qué opina del proceso de desdolarización? ¿Cree que es viable a corto plazo?

—No. La hegemonía financiera no se construye ni se derriba en un día. El establecimiento del dólar como moneda de referencia internacional, ­como unidad de cuenta de las principales mercancías que se comercian en los mercados internacionales, como medio de pago y como depósito de valor– es un proceso complejo en el que la fortaleza económica y financiera de Estados Unidos está entrelazada con su fortaleza política y militar.

Para comprender el papel del dólar en la actualidad, conviene empezar por echar un vistazo a la estructura del mercado mundial de divisas. El mercado de divisas (Forex) es el mayor mercado financiero del mundo. Cada día se negocian en él el equivalente a unos 7,5 billones de dólares. Los principales intercambios son de dólares y euros, que representan aproximadamente una cuarta parte de todo el Forex. Les siguen los intercambios dólar/yen, dólar/esterlina, dólar/dólar australiano, dólar/franco suizo y dólar/dólar canadiense (estos pares de divisas se denominan majors). En total, el comercio de estas seis divisas con el dólar representa el 88% de Forex, unos 6,6 billones de dólares. Las operaciones con divisas distintas del dólar (los denominados cruces de divisas) constituyen de hecho una categoría residual y se valoran principalmente mediante valoraciones indirectas a través del tipo de cambio del dólar.

Cuando se habla de una reducción del papel del dólar, conviene tener claro el punto de partida. En la situación actual, el rublo y el renminbi tienen un peso marginal en los mercados mundiales. Con el inicio de las sanciones occidentales a Rusia, el comercio entre Rusia y China ha crecido rápidamente y, en la actualidad, la mitad del comercio sino-ruso se realiza en renminbi. Un punto de inflexión importante, especialmente para Rusia y, en cierta medida, para China. Pero desde luego no para el mercado de divisas, que apenas se ha dado cuenta.

En 2023, el comercio directo de divisas del renminbi con otras monedas del mundo, aunque creciente, apenas alcanzará el 7% de las divisas. No basta con ser la segunda economía del planeta y el primer exportador mundial para imponer la propia moneda en los mercados internacionales. Tampoco basta con denominar los contratos en divisas distintas del dólar para debilitarlo. De hecho, los agentes financieros siguen fijándose en la cotización del dólar para decidir si el contrato cruzado merece la pena o no. No tanto por sujeción psicológica a la autoridad del dólar, sino porque es contra el dólar contra el que se realizan la mayor parte de las transacciones. Firmar contratos internacionales en divisas distintas del dólar es más un ejercicio formal que una transformación real: el precio de referencia sigue siendo el precio del dólar, convertido en la divisa elegida. Luego, por supuesto, si por alguna razón una de las partes contratantes queda excluida del acceso al dólar, debido a sanciones de Estados Unidos, se aplican los descuentos o recargos correspondientes.

Pero las cifras son sólo un aspecto de la hegemonía del dólar. La centralidad del dólar en el sistema financiero internacional puede verse sobre todo en el papel de la Reserva Federal ­–el banco central de Estados Unidos– en la orientación de la política monetaria mundial y en su función de prestamista mundial de última instancia. Una manifestación evidente de ello se produjo durante la crisis financiera de marzo de 2020, cuando se anunció una congelación general como medida para contener el coronavirus. La consiguiente crisis de liquidez sacudió los centros financieros de todo el mundo. De no haber sido por la rápida intervención de la Reserva Federal, que garantizó liquidez ilimitada a los principales bancos centrales del mundo (dejando fuera al de China, por supuesto) a través de operaciones de swap de refinanciación en dólares, los mercados bursátiles del mundo habrían continuado su batacazo, los bancos habrían quebrado y las empresas nunca habrían podido reanudar la producción.

En el mundo, los dólares son necesarios en los intercambios reales y financieros. En los mercados internacionales, los precios de las materias primas se fijan en dólares, y se necesitan dólares incluso para comprar otras divisas. El fortalecimiento del rublo en respuesta a las sanciones de EE.UU. y la UE y el crecimiento del comercio en renminbi son sin duda datos políticos significativos para Rusia y China, pero desde luego no son un problema financiero para EE.UU.

Esto por lo que respecta al corto y medio plazo. A largo plazo, sin embargo, las cosas son diferentes.

El proceso de desdolarización es lento pero inexorable en las actuales condiciones económicas internacionales. Desde hace algún tiempo, el poder de disciplina financiera del dólar se ha ido reduciendo. Cada vez más, Estados Unidos debe recurrir a la fuerza para imponer su dominio, incluso violando los principios financieros con los que ha construido su hegemonía.

Desde este punto de vista, un hecho significativo en el conflicto ruso-ucraniano, que modifica sustancialmente las cifras de los balances de las instituciones públicas y privadas, rusas y occidentales, es la incautación de los fondos del banco central ruso, impuesta por Estados Unidos y ejecutada obedientemente por todos los países aliados. La cifra es indeterminada: las autoridades rusas hablan de una incautación de 300.000 millones de dólares, aproximadamente la mitad de las reservas totales del banco central; las estimaciones internacionales más bajas hablan, en cambio, de unos 630.000 millones de dólares y, según el ministro de Economía francés Le Maire, se llegaría a 1.000.000 millones de euros.

La incautación de fondos de instituciones nacionales soberanas constituye una grave violación del derecho internacional. Es una prevaricación que sólo puede quedar impune porque Estados Unidos dicta las leyes en el sistema financiero internacional, y quienes no las siguen en sus aventuras, legales o ilegales, son inmediatamente sancionados.

Sin embargo, este movimiento tiene consecuencias de doble filo. Por un lado, Estados Unidos muestra al mundo que las palancas de las finanzas siguen siendo suyas y que pueden utilizarlas a su antojo. Por otro, sin embargo, esta misma exhibición de arrogancia y poder demuestra el retraso de las finanzas estadounidenses en los procesos internacionales de disciplina financiera, que se basan cada vez más en el robo en lugar de en las leyes del mercado (que, de por sí, benefician a los más fuertes).

Desde la guerra de Libia en adelante, Estados Unidos se ha embarcado en un nuevo protocolo de guerra económica que comienza con la incautación de los fondos del banco central de Estados soberanos declarados enemigos. En lo inmediato, esto causa graves daños a las finanzas del país objetivo. Es como sufrir un robo en las arcas del banco central: cientos de miles de millones de dólares, equivalentes a años de exportaciones, invertidos en los centros financieros considerados más fiables, desaparecidos para siempre, de un plumazo sin validez legal. A la larga, sin embargo, estos abusos minan la credibilidad de las instituciones bancarias y financieras que los llevan a cabo.

Aunque los centros financieros más desarrollados y atractivos están en Occidente, muchos bancos centrales e instituciones financieras internacionales están revisando sus estrategias de asignación de reservas de divisas. A estas alturas, cuando un inversor internacional se plantea si invertir o no en Estados Unidos, tiene que calcular la prima de riesgo asociada a la posible congelación de fondos. No es casualidad que en 2021, por primera vez desde 2010, la exposición de China a títulos de deuda pública estadounidense cayera por debajo de 1 billón de dólares (actualmente es de 860.000 millones).

Desde el punto de vista financiero, la hegemonía del dólar está ciertamente en retroceso, pero aún queda mucho camino por recorrer. Los centros financieros estadounidenses siguen siendo los más importantes y no es casualidad que, aun siendo conscientes de los riesgos políticos, las instituciones financieras, incluidos los bancos centrales, se vean todas sorprendidas cuando se desencadenan las sanciones.

Las sanciones a Rusia también ponen de relieve un segundo aspecto significativo, más económico que financiero, en el proceso de reducción de la zona del dólar.

De hecho, precisamente porque se ve obligado a ello por Estados Unidos y la UE, el gobierno ruso está trabajando para labrarse su propio espacio económico y construir su reputación financiera. Por ello, el acercamiento a China puede adquirir también un significado estratégico. Económicamente, Rusia no tiene ciertamente el peso de China, pero políticamente, el eje ruso-chino puede ser un paso importante en la construcción de un espacio económico y monetario alternativo.

Por tanto, Rusia tiene interés en presentarse como un actor creíble tanto comercial como financieramente. Comercialmente, por ejemplo, Rusia siguió suministrando gas y petróleo a los países europeos incluso después de que éstos la sancionaran, sin aplicar nunca un contraembargo energético. Un cierre repentino de los grifos de gas habría sido un duro golpe para la UE. Pero también para Rusia. Y sólo EEUU se habría beneficiado. Al fin y al cabo, Rusia es más capitalista que EEUU y sabe hacer bien sus cuentas: los contratos son los contratos, no se revientan por razones políticas.

En el aspecto financiero, Rusia también buscó el efecto credibilidad desde el principio. El caso del supuesto impago de la deuda es emblemático: en junio de 2022, Estados Unidos invocó el impago técnico de Rusia, alegando que los pagos de intereses de los títulos de deuda rusos no habían llegado a los acreedores norteamericanos.

De hecho, Rusia pagó íntegramente los aproximadamente 100.000 millones de dólares en intereses a los inversores estadounidenses, sólo para que las sanciones impuestas por el gobierno de Estados Unidos bloquearan los fondos e impidieran que llegaran a los destinatarios. El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, lo expresó con la sencillez de un niño: «el pago en divisas se ha realizado, el hecho de que los fondos no hayan sido transferidos a los receptores no es nuestro problema». Por un lado, las autoridades rusas denunciaron la ilegalidad de la incautación de los fondos del banco central; pero, por otro, siguieron cumpliendo todos los contratos y deudas, al menos mientras fue técnicamente posible. Uno no se juega la credibilidad financiera internacional en 100 millones de dólares. Aunque se acabe de sufrir un robo de varios cientos de miles de millones de dólares.

La estrategia financiera de Moscú, aunque esencialmente defensiva, dista mucho de ser improvisada. Con todas las dificultades que ello entraña, Rusia ya está intentando labrarse su credibilidad económica y financiera en un contexto en el que está excluida a corto y medio plazo de los circuitos financieros más importantes. Estas tendencias necesitan tiempo para desarrollarse. Pero el hecho más significativo en estos momentos es que, paradójicamente, es precisamente la política de agresión de Estados Unidos la que está acelerando el acercamiento entre sus enemigos, facilitando la superación de los obstáculos históricos.

Políticamente, tanto Rusia como China apuestan fuerte por desarrollar el papel de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) y un sistema de relaciones internacionales alternativo al actual, y varios países revisan su posicionamiento internacional alejándose de la zona del dólar.

Aunque por el momento este proceso parece conducir a un cierre gradual entre bloques opuestos, el crecimiento de un sistema de relaciones internacionales menos sesgado hacia un único actor es visto por muchos países con interés. China y Rusia tienen lo necesario para liderar este proceso, económica, política y también militarmente. Y en algún momento, los países europeos también tendrán que tomar sus propias decisiones.

Es en el curso de estas transformaciones reales de las relaciones económicas, políticas y militares donde se redefinirá con el tiempo el papel del dólar, su reducción y el fin de su hegemonía, y no mediante simples acuerdos para denominar los contratos en rublos o renminbi.

Fuente: l’AntiDiplomatico.

 *++



No hay comentarios: