Cuando la potencia hegemónica se
encuentra en declive, podría aferrarse al poder mediante su todavía
superioridad militar. Monereo nos da las claves de la situación en que se
encuentra el mundo y la manera de evitar fatídicos desenlaces.
¿Realmente estamos en el inicio de la Tercera Guerra Mundial?
El Viejo Topo
1 abril, 2023
Cuando la potencia hegemónica se encuentra en declive, podría aferrarse al
poder mediante su todavía superioridad militar. Monereo nos da las claves de la
situación en que se encuentra el mundo y la manera de evitar fatídicos
desenlaces.
"No declararé la guerra, pero la conduciré"
Frnakiln D. Roosevelt
Querida
Ana:
De nuevo hay
muchas preguntas y enormes demandas de información. Cada uno da lo que puede.
No me gusta nada escribir en función de aniversarios, de fechas señaladas que
imponen los grandes medios de desinformación y control cognitivo. Sé que es
inevitable, pero, insisto, no me gusta. Mi sugerencia es la de siempre, saber
leer bien los periódicos, interpretar las redes y no ver televisión. Sé también
que buscar medios alternativos es difícil y que la manipulación tiene unas
dimensiones desconocidas hasta el presente, como si estuviéramos ya en guerra o
preparándonos para ella.
Empecemos por
el presente. Se ha escrito mucho sobre el primer aniversario de la intervención
rusa en Ucrania. En lo escrito no hay intentos serios de análisis, de
comprensión racional de lo que ocurre y de sus derivas. La información ha sido
sustituida por la propaganda, por el insulto y la descalificación. El enemigo
es Putin, quien bombardea es Putin y quien agrede es Putin. Cuando se intenta
ampliar la visión, aparece un régimen fuertemente autoritario que no fue
“pacificado” en su trágica transición al capitalismo y, más allá, una cultura y
un tipo de ser humano propenso al servilismo, a un comunitarismo
despersonalizado. O sea, que no son “como nosotros”, que no valoran la
individualidad, la racionalidad y la búsqueda del propio interés tan
determinante en nuestra cultura. Como decía la primera ministra de Estonia, los
rusos deben ser reeducados, hay que poner fin a su tipo de Estado y restablecer
nuevas fronteras y relaciones con un Occidente –hay que subrayarlo– cuna de la
civilización verdadera.
EEUU siempre se
ha reconocido como el único y verdadero Occidente, con el derecho y el deber de
construir un mundo a su imagen y semejanza. Considera que la vieja Europa vive
en el pasado y en crisis permanente, incapaz de autogobernarse y necesitada de
ser guiada o tutelada. Descubrieron la vitalidad y el anticomunismo de los
antiguos países socialistas europeos, se dieron cuenta de que ahí había un
material precioso que había que organizar y fortalecer. Muchos dirigentes
norteamericanos tienen su origen en ese mundo (Brzezinski, Margaret Albright,
Antony Blinken, Victoria Nuland, Robert Kagan…). Son –así se les denominó– la
vieja/nueva Europa, el frente de batalla contra una Rusia a la que había que
debilitar económica y militarmente, desmantelarla como Estado y desintegrarla
como civilización. Porque la “tercera Roma” no tiene cabida en el nuevo orden:
se debe impedir, cueste lo que cueste, una alianza entre Europa y Rusia. La
“venganza de la geografía” debe ser vencida.
El 24 de
febrero A. Rizzi y M. Zafra publicaron en el diario El País un
largo análisis sobre lo que llaman “la guerra más global desde 1945”. Merece la
pena leerlo con detenimiento. La tesis que defienden es que la intervención
rusa en Ucrania significa, desde el punto de vista político, una impugnación en
toda regla del orden mundial. Esto es importante, querida Ana, muy importante:
¿qué orden?, ¿cuáles son sus fundamentos? Sobre estas preguntas volveré más
adelante. Putin y Xi Jinping, según los autores, defienden proyectos
“revisionistas” que, de una u otra forma, cuestionan las estructuras de un
poder que ha configurado nuestro mundo.
En el citado
artículo se organizan una serie de datos que intentan fundamentar un
argumentario sobre las dimensiones y la hondura de un conflicto en permanente
escalada. Ofrece cifras, muchas de ellas conocidas, que ayudan a entender el
conflicto. La primera, es que la economía de Rusia tiene un PIB de 1,8 billones
de dólares; menor que Italia, menor que Francia y menos de la mitad que
Alemania.; es decir, que los países que se enfrentan directa o indirectamente
al gran país euroasiático determinan en torno al 50% del PIB mundial. En
segundo lugar, y desde el punto de vista político-militar, los datos que aporta
son significativos. La ayuda militar de Occidente equivale al 94% del
presupuesto de Defensa ruso; si se suma todo, significa que Ucrania está
empleando casi la mitad de su PIB en su enfrentamiento contra Rusia. El gasto
militar global de la coalición contra Rusia (la OTAN Plus) equivale al 60 % del
presupuesto militar mundial. El tercer dato, muy unido al anterior, es que la
OTAN (30 países) está suministrando armamento, ayuda económica, financiera,
logística, inteligencia y formación a Ucrania. No son en realidad 30 países,
son más de 40. Rusia, según nos cuentan los medios, estaría sola, con ayuda
indirecta de Irán y, más nebulosamente, de China. En cuarto lugar, Occidente,
dirigido y organizado por EEUU, ha impuesto un conjunto de sanciones tan
completas, tan sistemáticas y tan dañinas que convertirán a Rusia en un paria
económico internacional con el objetivo –Biden lo ha repetido muchas veces– de
debilitarla y desangrarla. Tengo otras cifras, pero prefiero partir de estos
datos.
Analizándolos
con cierta minuciosidad, no nos queda otra que llegar a la conclusión de que,
como en los años 30, Rusia está perdida y condenada a la derrota. Este es uno
de los misterios de la guerra en Ucrania. La correlación real de fuerzas
política, económica y militar es claramente desfavorable para Rusia; siempre
–tiene una relevante importancia– que no se llegue a un conflicto nuclear. Es
más, como dijo no hace mucho Andrew Korybko, EEUU siempre ha ido por delante y
tiene la guerra en el lugar y en el tiempo más adecuado para sus intereses.
Este es un dato crucial sobre el cual se ha reflexionado poco y que no se ha
tenido suficientemente en cuenta.
Desde el primer
momento, Biden lo dijo con claridad: Norteamérica ha vuelto; es decir, pasa a
una ofensiva global para defender su orden mundial y sus reglas. El debate en
el núcleo dirigente, entre Trump y Biden, se resolvió en favor de una
estrategia imperialista liberal-intervencionista que parte de la convicción de
que este es el momento –su momento– para frenar y derrotar a las llamadas potencias
revisionistas que cuestionan objetivamente la hegemonía de EEUU. Dicho de otro
modo, el mundo tiende –lo es ya en muchos sentidos– a la multipolaridad, que
supondrá, directa o indirectamente, una radical redistribución del poder
mundial que cuestionará el presente orden internacional.
Querida Ana,
crisis de hegemonía y ofensiva norteamericana están íntimamente relacionadas.
El factor tiempo es la clave. Repito algo dicho ya en las otras cartas. El
problema de la paz, eso que los académicos llaman la trampa de Tucídides, está
relacionado con una cuestión central que no se puede eludir en este momento
histórico: ¿aceptarán los EEUU un mundo multipolar donde ya no sean la potencia
hegemónica o se opondrán a ello con todo su potencial económico y político-militar?
La administración Biden lo tiene claro: pasar a la ofensiva, militarizar las
relaciones internacionales, romper el mercado mundial, aislar y contener a
Rusia y, sobre todo, a China. Si esto no se entiende no es posible comprender
lo que está pasando y tomar una posición políticamente fundada.
Las ideas que
defiende este sector (liderado por Hillary Clinton) las ha sintetizado con
precisión y claridad Robert Kagan. Se podrían sintetizar así: 1) EEUU ganó la
tercera guerra mundial (eso que se llamó la Guerra Fría), derrotó al “Imperio
del mal”, a la URSS, la potencia mundial que le hizo sombra durante casi 50
años. 2) EEUU, vencedor de un largo conflicto, impuso un nuevo orden mundial
bajo su indiscutida e indiscutible supremacía. Rusia, lo que quedaba de la
URSS, estaba obligada a aceptar su derrota. Su economía, su tipo de Estado y su
papel internacional tenía que someterse a esta nueva ordenación del mundo
definida y dirigida por los EEUU. 3) La administración norteamericana tiene la
obligación de defender este orden mundial con un objetivo preciso, a saber,
impedir que emerja una potencia o un conjunto de potencias que lo cuestione. 4)
EEUU debe estar siempre preparado y disponible para el uso sistemático de la
fuerza y la diplomacia coercitiva. Así lo ha hecho desde su nacimiento como
Estado. El orden liberal mundial necesita ser protegido, defendido, impulsado.
Es una guerra permanente entre el bien y el mal, entre su democracia y los
diversos autoritarismos. 5) EEUU es el “soberano” del orden mundial; es decir,
tiene la potestad suprema para usar la fuerza cuando lo considere necesario; el
poder para invadir cualquier país y para imponer sus intereses estratégicos
sobre las reglas del derecho internacional. El comportamiento de EEUU ha sido el
mismo dese 1945: interviene militarmente cuando lo considera oportuno, ya sea
con acuerdo del Consejo de Seguridad de la ONU o sin él.
En los últimos
30 años –cito a José Luis Fiori– EEUU invadió sucesivamente y sin el
consentimiento del Consejo de Seguridad el territorio de Somalia en 1993
(300.000 muertos), Afganistán en 2001 (180.000 muertos). Irak en 2003 (300.000
muertos), Libia en 2011 (40.000 muertos), Siria en 2015 (600.000) y,
finalmente, interviene en Yemen, donde ya han muerto unas 240.000 personas.
Kagan señala, con orgullo, que entre 1989 y 2001 (años de la desaparición de la
URSS y de la crisis de Rusia) la Administración norteamericana intervino
militarmente en Panamá (1989), Somalia (1992), Haití (1994), Bosnia
(1995-1996), Kósovo (1999) e Irak (1991 y 1998). La sustancia del mundo
unipolar era esencialmente esta: un soberano (EEUU) que decide quién es el
enemigo y quién es el amigo, qué es democracia y qué no; tiene el poder de
definición y el poder punitivo desde un control omnímodo de los grandes medios
de construcción de la subjetividad y del imaginario social.
Si de algo no
se puede dudar es de que Putin y el equipo dirigente ruso tienen un
conocimiento geopolítico de alto nivel. Sabían perfectamente que la correlación
de fuerzas le era claramente desfavorable. No tenían más alternativa que, o
aceptar esta situación o plantarle cara, adelantándose. Como recientemente ha
dicho el Secretario General de la OTAN, la guerra en Ucrania comenzó en el
2014, con el golpe de Estado de Maidán. Es más, como han reconocido el
expresidente Poroshenko, Angela Merkel o François Hollande, los acuerdos de
Minsk (I y II) sirvieron solo para ganar tiempo, consolidar un régimen
nacionalista ferozmente antirruso y rearmar a un ejército que en febrero de
2022 era de los más fuertes de Europa.
¿Qué
significaba aceptar la situación? Dejar que el potente ejercito ucraniano
diseñado, organizado y armado por la OTAN diera el golpe final a las fuerzas
prorrusas de las repúblicas del Donbass, poner en serio peligro a Crimea y
aceptar la ampliación de la Alianza Atlántica no solo a Ucrania, también a
Georgia. No había límites; nunca los hubo. Cercar, asediar, situar contra la
espada y la pared a Rusia para obligarla a responder en el momento y en el
lugar más adecuado para la estrategia global definida por la Administración
Biden. Quien define el campo de batalla es que tiene el poder y la superioridad
en la relación de fuerzas. EEUU ha estado siempre a la ofensiva, por delante;
llevando con mano férrea la iniciativa y situando desde el principio a Rusia a
la defensiva, haciendo lo que está obligada a hacer.
La guerra en
Ucrania ha sido la más anunciada desde, al menos, el conflicto de Irak. Desde
el viejo Kenan, al conocido especialista de las relaciones internacionales John
J. Mearsheimer, pasando por Stephen F. Cohen, Gilbert Doctorow, Kissinger…, ya
lo anticiparon. La lista se podría ampliar. William Burns, actual jefe de la
CIA, en su época de embajador en Rusia advirtió que la dirección moscovita no
aceptaría la ampliación de la OTAN a Ucrania y Georgia; que sería una línea
roja inaceptable bajo cualquier punto de vista. Benjamin Abelow en un reciente
libro –que lleva el significativo título de “Cómo Occidente ha provocado la
guerra en Ucrania”– argumenta que la estrategia norteamericana consistió en
algo más que ampliar las fronteras de la OTAN 1.600 kilómetros hacia el este.
Elementos clave fueron: a) la retirada unilateral del tratado IBM y la
instalación de misiles en los países del Este europeo capaces de golpear centros
estratégicos de Rusia; b) el rearme de las fuerzas armadas ucranianas, la
entrega de armas letales, el apoyo sistemático en formación e inteligencia, la
presencia nada disimulada de personal y voluntarios de los países de la OTAN
con el objetivo explícito de aumentar la interoperatividad con las fuerzas de
la alianza; c) el retiro unilateral del tratado de fuerzas nucleares
intermedias (INT) incrementando la vulnerabilidad de Rusia a un primer ataque
estadounidense; d) la insistencia por parte de la OTAN de que seguía vigente el
Memorandum de Bucarest de 2008 en el que se afirmaba que Ucrania formaría parte
de la Alianza, a lo que habría que añadir la firma de un conjunto de acuerdos
bilaterales USA/Ucrania para profundizar en sus relaciones político-militares
que culminarán en la realización de maniobras conjuntas en el Mar Negro.
La resultante
de esta estrategia bien pensada y calculada ha sido la guerra en Ucrania, una
guerra de la OTAN contra Rusia por delegación. EEUU siempre ha buscado un hecho
desencadenante que los medios de comunicación puedan publicitar masivamente y
que le permita justificar y legitimar su intervención armada; ha necesitado un
“Maine”, un “Lusitania”, un “Pearl Harbour”, “armas de destrucción masiva”.
Jordis von Lohausen distinguió con finura entre el agresor estratégico y el
agresor operativo. Para el conocido geopolítico austriaco “la agresión
significa cualquier forma de amenaza, de intimidación y de chantaje al
adversario; cualquier intento de su debilitamiento económico, de su
ablandamiento moral, de su socavamiento ideológico. La ofensiva militar es solo
una forma posible de agresión entre muchas”. Biden ha tenido la capacidad de
situar entre la espada y la pared, de acorralar al gobierno ruso de tal forma
que no le quedaba otra alternativa que la respuesta militar o la derrota
estratégica. La condición previa de todo esto es la desigualdad de fuerzas.
EEUU lo puede hacer porque tiene poder para ello, poder económico, militar,
comunicacional y una red de alianzas en todo el globo. Las piezas clave –como
siempre– sus dos protectorados político-militares: Europa y Japón.
Nada lo explica
mejor que el caso de Taiwán. Como se ve, se está forjando en esta isla un caso
muy similar al de Ucrania. De nuevo se crea un conflicto, se criminaliza a
China y se genera un cordón sanitario contra su supuesta agresividad. Taiwán es
reconocida internacionalmente –y especialmente por EEUU– como parte de China. A
la vez, esta isla juega un papel estratégico fundamental para acosarla y
contenerla. Los EEUU definen una estrategia de tensión impulsando el
separatismo, rearmando a su ejército y consolidando su presencia militar en el
marco de una estrategia global que tiene en su centro a China. Como en el caso
de Ucrania, se crea un contexto mediático, político y estratégico apropiado y
se busca un hecho desencadenante que justifique y legitime el conflicto bélico.
Por eso los escenarios de Europa y del Mar de China Meridional están
relacionados en el marco de una ofensiva global de EEUU cuyas líneas de
fractura están en Ucrania y en Taiwán y que engarza, cada vez más, con el
África subsahariana.
Querida Ana: Te
he insistido mucho en la importancia del factor tiempo. El equipo en torno a
Biden vive como si el tiempo se le agotara. La derrota de Donald Trump fue
percibida como una victoria, sobre todo en el plano externo, en la política
internacional de EEUU. Era el momento de pasar al ataque antes de que fuese
demasiado tarde. Demasiado tarde ¿para qué? Para impedir que la alianza
estratégica entre China, Rusia e Irán se consolide, que fortalecieran sus
relaciones económicas, tecnológicas y militares, y, sobre todo, que ampliaran
su marco geográfico hasta convertirse en un polo alternativo capaz de
disputarle el poder. En este sentido, la guerra en Ucrania es el primer acto de
un conflicto global que va a cambiar necesariamente el mundo tal y como lo
conocemos hoy. Lo viejo no acaba de morir, pero lo nuevo ha avanzado demasiado
para los intereses estratégicos de EEUU y había que frenarlo costase lo que
constase. ¿Nos llevará esto a una III Guerra Mundial? Esa es la gran cuestión.
El debate lo ha
abierto Emmanuel Todd en una entrevista que anuncia la salida de un libro ya
publicado en Japón. El titular de dicha entrevista era impresionante: “La
tercera guerra mundial ya ha comenzado”. Desde luego el conocido científico
social francés tiene un especial talento para publicitar bien sus ideas, libros
y posiciones políticas siempre a contracorriente. Como sabes, lo he seguido
desde hace años. Me enseñó, sobre todo, la importancia de la demografía y de
una visión histórica de la antropología. Para lo que estamos discutiendo, un
libro fundamental es (el título lo dice casi todo) Después del imperio.
Ensayo sobre la descomposición del sistema norteamericano. Empezaba así:
“Los Estados Unidos se están convirtiendo en un problema para el mundo”. Decir
esto en el 2003, primera edición del libro, tiene mérito. Cuando se lee con
atención nos damos cuenta que apunta a la tendencia básica, a saber, el declive
de los EEUU y sus consecuencias geopolíticas.
Todd se
equivoca porque no distingue bien entre conflicto global y conflicto armado.
Lleva toda la razón cuando habla de que EEUU ha iniciado un conflicto global
económico, tecnológico, financiero, comercial contra Rusia, China e Irán. Parte
de ese conflicto global es la guerra en Ucrania. Que esta se generalice en un conflicto
mundial armado es posible. Yo diría que muy posible, pero la III Guerra Mundial
aún no se ha iniciado. El peligro existe y así lo han puesto de manifiesto
analistas como David Goldman, Brandon J. Weichert, Pepe Escobar, Scott Ritter…
¿Dónde está el problema? En eso que Roberto Buffagni ha llamado la doble trampa
estratégica para Rusia y para la OTAN/EEUU. La primera ya la hemos analizado.
Rusia tenía que elegir entre la derrota estratégica o el enfrentamiento militar
con la OTAN. La segunda tiene que ver con la doble alternativa que se le ofrece
a los EEUU: o reducir daños y buscar una vía de acuerdo con Rusia o una huida
hacia adelante. A esto se le llama escalada. La situación la ha expuesto con
claridad el Secretario General de la OTAN: “A algunos les preocupa que nuestro
apoyo a Ucrania pueda desencadenar una escalada. Quede claro: no hay opciones
sin riesgo, pero el mayor riesgo de todos es que gane Putin”. Estas
declaraciones hechas en la conferencia de seguridad de Múnich señalan muy bien
los dilemas estratégicos del occidente colectivo dirigido por EEUU.
¿Por qué este
dilema se plantea ahora con toda claridad? Porque Rusia está ganando
militarmente la guerra, está saliendo bien librada de la enorme batería de
sanciones económicas y financieras impuestas por los EEUU y la Unión Europea y,
sobre todo, se está consolidando la reorganización de Eurasia en torno al
trípode Irán/Rusia/China. Dicho de otra forma, el miedo a la escalada es hoy
mucho más grave que ayer. Biden está tomando ya nota que el mundo ha cambiado
mucho, que la multipolaridad está más avanzada de lo que creía y que solo 39
países –y con trampas– están siguiendo las severísimas y sistemáticas políticas
de sanciones. Una cosa es votar, y señalarse, en la Asamblea de las Naciones Unidas,
y otras alinearse con EEUU y con la Unión Europea. No hay dos sin tres. Cuando
aparece una bipolarización siempre emerge una tercera vía; es decir, países que
no pueden definirse abiertamente contra el bloque de poder dirigido por la
Administración norteamericana pero que aprovechan la situación para ganar
autonomía estratégica, sacar beneficios económicos y financieros y apostar por
un nuevo orden internacional que tiende a coincidir con las propuestas que
defiende China.
Emmanuel Todd
dice dos cosas interesantes. Una, que Rusia, en muchos sentidos, ha salido
fortalecida económicamente del conflicto; y otra, que su capacidad militar no
ha sido tan potente como se esperaba. Sobre esta segunda cuestión no hablaré,
tiempo habrá. Sí me parece más interesante la primera. Michael Hudson lleva
mucho tiempo indicando que la fractura entre el norte y el sur global se da
también en sus economías, unas basadas en la financiarización y en la captación
de rentas, y las otras basadas en economías productivas, en procesos de
industrialización autocentrada y en un Estado fuerte, soberano e independiente.
Pensar que el PIB de Rusia es inferior a Italia y la mitad que el de Alemania,
no se sostiene. Desde las sanciones del 2014 Rusia ha ido cambiando
progresivamente su matriz productiva y energética, ha desarrollado una
agricultura eficiente, una gran industria de fertilizantes, ha modernizado la
producción de sus materias primas minerales, ha realizado eficaz política de
sustitución de importaciones y, de esto no hay dudas, ha fortalecido su
complejo militar-industrial. Es una vieja historia. El capitalismo a la
Occidental no parece que funcione en Rusia.
Termino,
querida amiga; esta carta es ya demasiado larga. La posibilidad de una tercera
guerra mundial está en el horizonte. Sigue siendo necesaria una movilización de
la ciudadanía contra la guerra, por un armisticio o alto el fuego en Ucrania
que permita poner fin a una guerra extremadamente cruenta y que amenaza con
convertirse en global. El núcleo dirigente de la OTAN está, desde el principio,
en un peligroso juego que consiste en ir hasta el límite pensando que el
adversario no recurrirá al uso del armamento nuclear. El conflicto en Ucrania
es existencial para Rusia, no así para la UE o para los EEUU. Para evitar la guerra
habría bastado solo con asegurar la neutralidad de Ucrania, garantizar su
existencia como Estado y no seguir hostigando a la minoría rusa; es decir,
cumplir los acuerdos de Minsk. Este marco ya no parece posible, habrá que
construir otro.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario