¿Sobre qué legado histórico se han desarrollado los éxitos de la
República Popular China? El autor caracteriza los pilares fundamentales del
sistema político chino y plantea la posibilidad de que la nación asiática
principie una modernidad alternativa.
Una Nueva Modernidad con
características chinas
El Viejo Topo
1 octubre, 2022
¿Sobre qué legado histórico se han desarrollado los
éxitos de la República Popular China? El autor caracteriza los pilares
fundamentales del sistema político chino y plantea la posibilidad de que la
nación asiática principie una modernidad alternativa.
Cuando en
Occidente se habla de China, no se discuten las capacidades con que actualmente
cuenta el país asiático. Sin embargo, eso no se traduce en ganas de poder
aprender del proceso por el cual ha transitado ese gigante, que se encontraba
dormido según Napoleón, hasta lograr despertar. ¿Qué ha hecho China para,
siendo un país de arados hace 70 años, se haya consolidado como una potencia
económica, tecnológica, científica… que, por cierto, ha logrado sacar a 100
millones de personas de la pobreza en los últimos ocho años? ¿Por qué en
Occidente no nos interesamos por esos logros, en mayor medida cuando seguimos
un proceso inverso de acentuación de la pobreza?
Cierto es que
pervive una imagen del chino que tiende a ser (des)dibujada bajo la figura de
un hombre asiático carente del don de la gracia, un pequeño autómata que detrás
de su templanza esconde venganza e ira. Asimismo, el sistema político chino,
aquello que podríamos denominar “socialismo con características chinas”, suele
ser presentado como un “capitalismo de Estado” en que se fomenta el control y
la subyugación sobre la población, lo cual se lograría por medio de una serie
de dispositivos altamente tecnologizados cuyo único fin es despersonificar al
individuo y convertirlo, sino en un adepto del régimen, en alguien que sea
dócil para el poder.
Esta
composición de lo que es actualmente China, que suele ser difundida por los
medios de comunicación que actúan de portavoces del poder occidental, también
ha sido adoptada por una parte considerable de la “intelectualidad
izquierdista”, quienes asumen una imagen de China relativamente similar a la
descrita en el párrafo superior. Es el caso, por ejemplo, del famoso Slavoj
Žižek, quien, moviéndose sobre una síntesis de Lacan con un marxismo de
influencia posestructuralista, aseguró que el futuro de la economía capitalista
estaba en China y que los chinos se habían convertido en los mejores gestores del
capitalismo, así como los mayores enemigos de la clase trabajadora.
Afortunadamente,
frente a las acusaciones de Žižek, nos encontramos con algunas excepciones.
Algunos marxistas de bastante peso han cuestionado el relato vulgar y
reduccionista dentro del cual, también en la “nueva izquierda”, se suele ubicar
al país asiático. En su lugar, hay quienes observan que el llamativo desarrollo
chino es un fenómeno que tener en consideración, digno de ser estudiado y del
que poder sacar conclusiones más positivas, aunque sin por ello negar sus
contradicciones. En esta línea se encuentran algunos nombres destacables del
marxismo, como los recién fallecidos Samir Amin y Domenico Losurdo, pero
también Rémy Herrera, Zhiming Long, Perry Anderson o Lin Chun, entre otros.
Lo que
pretendemos con este texto es adherirnos a esa crítica desacomplejada del
desarrollo chino producido en los últimos cincuenta años, reconociendo que
amplios aspectos son positivos y que no podemos limitarnos a zanjar la
discusión apelando al “capitalismo de Estado”. Para lo cual, debemos evitar las
apariencias y las formas, en beneficio de un análisis en mayor medida
exhaustivo, un análisis que se haga cargo del carácter poliédrico del país
asiático. De hecho, para poder entender China es necesario tener en cuenta su
larga y compleja historia, lo que se refleja en su actual idiosincrasia
cultural. La China del presente requiere de una mirada amplia que ponga el
acento en varios aspectos, de los cuales podemos destacar principalmente tres:
su influencia confuciana, el papel del Partido Comunista de China (PCCh), y el
advenimiento de una “nueva modernidad”.
La larga sombra de Confucio
Intentar
comprender a China supone navegar en un mar de ambigüedades. China es un país
repleto de peculiaridades que, a lo largo de su milenaria historia, ha sufrido
distintos periodos de convulsión social y política. La disputa interna de China
orbitó alrededor de un dilema: la unidad o la fragmentación. Durante más de
2000 mil años, la historia de China se ha dividido entre estos dos polos
opuestos; su unidad imperial como Estado, o su fragmentación en reinos y
pequeños feudos en manos de caciques y señores de la guerra.
Tras el fin de
la dinastía Zhou (1046-256 a.C.), se sucedieron dos periodos históricos que han
sido denominados el Periodo de las primaveras y el otoño (770-476
a.C.) y el Periodo de los Reinos Combatientes (476-221 a.C.).
En estos dos periodos, China conoció uno de sus rasgos históricos más comunes:
la fragmentación política. Después de varios años de crisis, estos dos periodos
de fragmentación nacional tocaron su fin con la llegada de la dinastía Qin
(221-206 a.C.). Bajo su mandato, los Quin no solo lograron la unidad imperial
de China, también consiguieron expandir su territorio hasta los límites geográficos
con los que grosso modo el país asiático se delimita en la
actualidad. Tras el fin de la dinastía Qin, el relevo vino a ser tomado por la
dinastía Han (206-220 d.C.), y con ella la civilización china tomó lugar y
forma en la Historia.
Desde entonces,
el ideal de la unidad imperial se mantuvo vivo en todas las dinastías
reinantes; sin embargo, a pesar de ello, los viejos fantasmas de la
disgregación y la ruptura imperial no se alejaron de la historia de China.
Aunque su unidad imperial se mantuvo durante el mandato de la dinastía Qing
(1644-1912), las pulsiones internas de la división y fragmentación nacional
mantuvieron su latido. Y así entramos en el siglo XIX, conocido como el “siglo
de la gran humillación”: los inicios prematuros de la modernidad en China se
dieron en este siglo, en el que la nación asiática volverá a ser dividida al
antojo de las potencias imperialistas emergentes durante los siglos XVIII y
XIX.
El recorrido
histórico de China parece evidente; se trata de una lucha entre contrarios, una
coyuntura dialéctica en donde una premisa viene a ser negada por otra: la
unidad imperial por la no-unidad (fragmentación). Sin embargo, para poder
comprender con profundidad a China, no basta con mirar tan solo a su historia
política, pues debe considerarse otro factor, imprescindible a nuestro juicio,
que suele ignorarse en los distintos debates que la izquierda tiene al respecto
de China: nos referimos al confucianismo y su influencia histórica.
Tras la muerte
del maestro Kong Qufu o Confucio (como suele ser conocido) el 479 a.C., sus en
enseñanzas y predicaciones fueron recopiladas por varios de sus discípulos.
Gracias a labor iniciada por sus éstos, surgirá posteriormente toda una escuela
de pensamiento y de valores que serán institucionalizados durante la dinastía
Han. Definir el confucianismo no es un asunto sencillo; muchos lo han
calificado como una religión, aunque sin embargo no encontramos en él los
suficientes elementos característicamente religiosos. Cierto es que cuenta con
prácticas animistas y/o religiosas como el culto a los antepasados o la
veneración al cielo (Tian), pero carece de un clero propio, así como de
doctrinas religiosas bien definidas. Por consiguiente, definiríamos al
confucianismo como un sistema de valores éticos, filosóficos, culturales,
aunque también religiosos, que han acabado constituyendo la estructura
histórica del estado imperial chino.
El
confucianismo aboga por la búsqueda de la armonía en medio de un mundo que se
halla en constante cambio. La labor de los sabios ha de ser la de buscar un
equilibrio con la naturaleza, unir el mandato del cielo celeste con la
humanidad (Tian-Ren). Para Confucio, la humanidad (ren) adquiere
dos dimensiones: por un lado, una dimensión meramente antrópica, el hombre como
tal; por otro lado, su dimensión ética y moral, es decir la bondad y la virtud.
No solo la humanidad adquiere una gran trascendencia en el confucianismo, el
ritual (li) es otro principio que tener en cuenta, pues a través de él
se buscará un modelo o pauta de comportamiento a seguir, orientado siempre
hacia el respeto de los mayores, la ayuda a los demás y la devoción por la
familia. En la tradición china la familia es percibida como el mejor ejemplo
del buen gobierno: el hombre que ejerza sus funciones correctamente en su
familia será un hombre virtuoso que pueda servir y aporta al resto de la
comunidad. Del mismo modo, los gobernantes han de gobernar el Estado de la
misma manera que se ha de mantener la buena virtud en la familia. Finalmente,
entra en juego un último ideal que remite a la persona elevada (junzi):
a través de la educación se formará a una aristocracia selecta que posea el don
de la virtud para poder guiar a su pueblo.
Con la llegada
de la dinastía Han en el siglo II a. C., el confucianismo pasó a ser por
excelencia la filosofía imperial del Estado. Su énfasis en la unidad del
gobierno y la fidelidad hacia los mayores han sido elementos en donde los
emperadores de las distintas dinastías chinas se han apoyado para justificar su
poder. El confucianismo consiguió enredar todo un esquema institucional del
Estado, la aristocracia destinada a gobernar asumió los valores confucianos en
los que el estudio era una actividad preminente. Un buen ejemplo de ello es la
formación de un “funcionariado culto”, con su correspondiente sistema de
oposiciones y exámenes de acceso.
Sin embargo,
todo este sistema y esquema imperial confuciano entró en crisis durante el
“siglo de la gran humillación”. En este siglo el confucionismo quedó relegado a
un segundo plano. Posteriormente, con la llegada del maoísmo llegó a caer en
desgracia, pero eso no impidió que Confucio se volviese a proyectar sobre el
potencial político de la China contemporánea. Porque, de hecho, Confucio
siempre ha estado presente en China, incluso en la China de Mao que tanto
empeño puso en combatirlo durante la Revolución Cultural. El surgimiento de la
modernidad en China durante los siglos XIX y XX obedeció a un fenómeno
histórico de ruptura y, al mismo tiempo, de continuidad, y ello debe observarse
a partir de un ciclo temporal largo. En otras palabras: la Historia presenta
ciertos altibajos, giros de guion y momentos de inflexión política, pero ello
no le impidió a China readaptar su ascendencia histórica dentro de los
estándares de la modernidad.
La llegada de los comunistas al poder
Con la victoria
de los comunistas en 1949, la sociedad china experimentó cambios sociales de
gran magnitud: el fin del dominio patriarcal en la familia, la abolición de la
educación privada para las élites, la repartición de tierras y pequeñas
propiedades entre el campesinado, etc. Sin embargo, no nos detendremos en
contar lo que sucedió tras la proclamación de la República Popular China. En su
lugar, nos centraremos en reflexionar sobre algunos sucesos determinantes de su
historia reciente que, sin embargo, han tendido a ser malinterpretados desde
Occidente.
Uno de ellos
tiene que ver con las reformas iniciadas por Deng Xiaoping, dando lugar a una
supuesta “política de apertura” que a menudo se suele concebir como una ruptura
con respecto al periodo maoísta. Según este razonamiento, Deng habría asentado
las bases para que posteriormente China acabase por integrarse plenamente al
sistema capitalista, abandonando como tal sus pretensiones socialistas.
Ciertamente, nadie niega la existencia de capitalistas en China, ni siquiera el
propio Partido Comunista. Sin embargo, conviene no hacer conclusiones demasiado
precipitadas. En primer lugar, la reformas de la era de Deng Xiaoping no fueron
las que iniciaron los primeros procesos de apertura al mercado exterior. Ya
durante los últimos años de Mao, China dio sus primeros pasos de acercamiento a
la comunidad internacional (ejemplo de ello fueron las visitas de Henry
Kissenger y Richard Nixon en 1972, o la admisión de China como miembro
permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas).
Si acaso la
política de Deng Xiaoping rompió en algo con la de su antecesor, ésta fue en
sus distintos procesos de descentralización y entrada muy limitada (por no
decir bastante restringida) de capitales extranjeros en las llamadas Zonas
Económicas Especiales. A raíz de estas reformas, se suele opinar con bastante
gratitud que China habría conocido las “beneficencias” del capitalismo, y que
desde entonces la riqueza en China no habría parado de fluir en el país
asiático. Pero este tipo de argumentación resulta tendenciosa en sus
motivaciones y sesgada en sus conclusiones. Convendría recordar que el PIB en
China ya venía conociendo un ligero aumento desde el periodo maoísta, aunque no
será hasta inicios del siglo XXI cuando China empiece a exportar capitales al
exterior. Tampoco está de más señalar lo que algunos economistas marxistas como
Remy Herrera y Zhimming Long han apuntado en torno a la “transición”
capitalista de China: de no haber sido por el fuerte control de los aparatos
socialistas del Estado, la inserción de China en el sistema capitalista habría
llevado al colapso de su economía nacional, y ante la duda no hay más que
comprobar otros procesos de transición producidos en los antiguos países del
“bloque socialista”.
La convivencia
dada entre el capitalismo y el PCCh podría hacer pensar a más de uno que el
Partido Comunista Chino ha abandonado sus iniciales marxistas para pasar a
convertirse en el Partido Capitalista de China. Si bien no deja de ser cierto
que durante los últimos lustros una burguesía nacional en auge ha ido
acaparando bastante riqueza e influencia, no es menos cierto que no controla el
Partido ni cuenta con el poder suficiente para poder implantar políticamente
sus intereses particulares de clase. Así opinan varias figuras de gran peso
dentro del marxismo contemporáneo como Domenico Losurdo, quien nos recuerda que
el papel de la economía estatalizada y nacional sigue siendo el predominante en
China, además de que cada empresa privada ha de contar con un comité del
Partido en su dirección, de tal manera que el Partido pasa a ser un
planificador más de la empresa. Al margen de la opinión de Losurdo, debemos
reconocer que, si bien los cambios experimentados en la economía china durante
los últimos años no son necesariamente contradictorios con el desarrollo de una
economía capitalista, tampoco sería desajustado decir lo mismo respecto del
socialismo.
A menudo el
debate respecto a China incurre en el error de considerar al socialismo, en
tanto que fase de transición hacia un nuevo modelo de sociedad, como si se
tratase de una escalinata de pasos a seguir, y en donde cualquier desviación o
retracción implicaría caer en un vicio “revisionista”. Bien, pues si tomásemos
en consideración esta perspectiva, la cual tiende a vislumbrar el socialismo
como un proceso lineal y mecánico, no se explicaría entonces la vigencia del
socialismo en la actualidad. Hemos de tener en cuenta que el socialismo no deja
de ser un proceso dinámico y plural, abierto a las circunstancias históricas de
su tiempo; y hasta que no se dé su “plena realización” puede experimentar
distintas vías, entre ellas la convivencia del capital con distintas formas de
socialización (como ocurrió en la URSS con la política de la NEP).
Finalmente
convendría poner el foco en otro aspecto fundamental de la economía china: la
propiedad de la tierra, hasta la fecha sin privatizar y en manos del Estado. En
los últimos cincuenta años el trabajo agrícola ha experimentado varios cambios,
ya sea la organización y distribución del trabajo bajo la formación de comunas
en los años setenta, o las pequeñas unidades de producción familiar durante los
años ochenta. Esto es de vital importancia si se tiene en cuenta que la
población rural supera los 500 millones de habitantes (aproximadamente el 40%
del total de la población china). El estatus jurídico de la propiedad no se ha
discutido, sigue perteneciendo en su totalidad al Estado; y eso es algo que
contradice la lógica inmersa en el capitalismo, que en su pretensión por
acumular capitales se esfuerza en privatizar los medios de subsistencia. Según
Samir Amin, una tierra no mercantilizable no estaría dentro de los marcos
ontológicos a partir de los cuales el capitalismo opera.
China en la Nueva Modernidad
Pese a que la
República Popular China se levantó sobre planteamientos marxistas-leninistas,
la influencia de Confucio sigue presente en el “socialismo con características
chinas” actual. Y, de alguna manera, el Partido Comunista se presenta a sí
mismo como continuador del papel histórico que hasta entonces jugaban las
dinastías imperiales. Es un partido político con un cuerpo de funcionarios
brillante, y una burocracia eficaz y dinámica (algo que dista bastante con
respecto a la extinta Unión Soviética). La República Popular China ha diseñado
un modelo educativo que destaca por su eficacia, valora la creatividad y las
distintas habilidades de las futuras generaciones chinas. Su objetivo es claro:
China ha de contar con un proletariado bien formado, así como un funcionariado
que obedezca a las necesidades del pueblo. A partir de ahora, es el Partido, y
no el emperador, el que reencarna el ideal de la persona elevada: el gobernante
con el don de la virtud (junzi).
El balance que
podemos hacer del desarrollo chino en los últimos cincuenta años no puede dejar
indiferente a nadie. Sus logros, ya sea que se atribuyan al socialismo o al
capitalismo, son más que destacables, y su población parece tenerlo presente.
Esto último hace ridículo cualquier pretensión de creer que la sociedad china
va a “plantearse” un “nuevo régimen de libertades y democracia”. El presidente
Xi Jinping denomina “prosperidad común” al proyecto en el que se ha embarcado
el país; y eso, prosperidad común, y no libertades individuales, es lo que ha
permitido elevar el bienestar material de la población. China se ha labrado su
propio camino, lo ha hecho por sí misma mediante un balance adecuado de
aquellos mecanismos que permiten que las naciones prosperen, y actuando en
consonancia con sus particularidades históricas. Y las consecuencias de su
progreso tecnológico pueden repercutir sobre la humanidad: el país asiático
cuenta con un proyecto de investigación (conocido como “sol artificial”) cuyo
propósito es generar energía limpia prácticamente ilimitada.
Teniendo esto
en cuenta, China se postula para construir una modernidad alternativa. Lejos de
recaer en una retórica chovinista y sinocentrista, el gigante
asiático se reivindica ante los demás países como una potencia capaz de
reordenar el mundo de manera benigna para otras naciones. Sus dimensiones
industriales y su peso demográfico comportan que China genere una alta demanda
de materias primas ubicadas fuera de sus fronteras, pero éstos son retribuidos
adecuadamente, sin necesidad de injerencias políticas en las cuestiones
internas de los países proveedores. Desde esta óptica se entiende que el pasado
mes de agosto el gobierno chino anunciase que condonaba la deuda
(correspondiente a préstamos sin intereses) a 17 países africanos.
Su propuesta se
orienta hacia un nuevo orden multipolar que, por otra parte, no estaría exento
de contradicciones y posibles encontronazos, pero en el que China, a diferencia
del resto de potencias surgidas durante los más de quinientos años de
modernidad, no pretende buscar una dominación imperial del globo terrestre. Por
el contrario, China estaría dispuesta a buscar una soberanía compartida entre
los principales bloques geoestratégicos del mundo, siempre y cuando se acuerden
unos mínimos fundamentos legales y espacios de influencia geopolítica.
Conclusiones
Este artículo
no pretende negar las distintas contradicciones existentes en China entre unas
persistentes dinámicas capitalistas y un supuesto itinerario socialista. La
“izquierda política” es consciente de que los intereses de la clase capitalista
friccionan con los de la clase trabajadora, ya sea urbana o rural. Y esto es
algo que se presupone que ocurre en China, aunque la dirección política del
PCCh permita vertebrar social, económica y culturalmente el país. Sirviéndose
de Confucio sin desentenderse de Marx, el pragmatismo de China ya quedó
expuesto en aquella frase de Deng Xiaoping: “No importa que el gato sea blanco
o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”.
¿Significa lo
anterior que la construcción del socialismo queda supeditada a las
circunstancias coyunturales? El avance socialista de China dependerá de la
dialéctica que se de en dos planos distintos, aunque relacionados: el plano
nacional (la capacidad de la clase obrera china para que sus intereses se
impongan en la cúpula del Partido) y el internacional (la influencia de
posibles movimientos revolucionarios, o cuando menos populares, sobre gobiernos
llamados a liderar un nuevo orden internacional). A nosotros nos corresponde
construir una izquierda que rechace cualquier tipo de reduccionismo, y
aproveche el frente que se abre en esta (no tan nueva) Guerra Fría. Se avecinan
tiempos interesantes, y tan solo una clase trabajadora organizada a nivel
nacional, y con una proyección geopolítica internacional, podrá dar un giro de
tuerca a los últimos cuarenta años vividos.
Artículo publicado en el número 417 – Octubre de 2022
de El Viejo Topo.
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