Masculinidad y nación
Rebelion / España
| 26/08/2022 |
Estos dos términos forman un matrimonio viejo y no es casual que las olas
feministas coincidan siempre con auges nacionalistas
En la explanada
frente a la basílica de Covadonga, en Asturias, hay una estatua de don Pelayo.
Un Pelayo alto, guapo y musculoso, barbado galán con six-pack, alzando
el brazo rector del caudillaje. En 2019, Vox inició allá su campaña para las
elecciones generales. Santiago Abascal dio su discurso justo debajo del
monumento. Habed en mí –venía a decir– el nuevo don Pelayo. También yo soy un
musculoso galán barbado, caudillo necesario de las huestes de la nueva reconquista, cruzada
contra los enemigos contemporáneos de la sagrada España. Covadonga venía de
celebrar el año anterior, 2018, un centenario, o por mejor decir tres: los mil
trescientos años de la presunta batalla acaecida en 718 y los cien de la coronación
de la Santina –la Virgen local– y la declaración del primer
parque nacional español, la Montaña de Covadonga. Una declaración, aquella, en
la cual la incipiente sensibilidad naturista había pesado tanto como los
intereses de una época chovinista, afanada en poner en marcha de nuevo la
maquinaria de la construcción nacional. Se protegía, no solo una parcela en el
espacio, sino una en el tiempo; no solamente un paisaje hermoso, sino la cuna
de la nación. Las montañas de Covadonga –defendía el marqués de Villaviciosa,
impulsor del reconocimiento– eran valiosas por haber sido el escenario de la
gesta de Pelayo y sus astures tanto como por su hermosura. Una hermosura
“viril”. En diciembre de 1916, el marqués habla en el Senado para argumentar su
propuesta y comenta: “Resulta tan viril el paisaje que el señor Pérez Galdós,
no pudiendo contener su admiración ante los Picos de Europa, exclamó: ‘Esto no
es Naturaleza, es Naturalezo’”.
Montañas
viriles, músculos viriles, viriles gestas. Viriles han sido siempre los
imaginarios nacionalistas. Masculinidad y nación forman un matrimonio viejo y
no es casual que las olas feministas coincidan siempre con –desencadenen– auges
nacionalistas. 1918 y 2018 tienen en común, entre otras cosas, ser momentos en
que una liberación femenina robaba el sueño a los bienpensantes. La fanfarria
en torno a Covadonga era hace una centuria reacción desesperada del régimen
tambaleante de la Restauración a las crisis numerosas que lo asediaban, y
también a aquella. Covadonga sacralizaba una patria unitaria, monárquica y
católica frente a la amenaza de los nacionalismos subestatales, el
republicanismo, el socialismo y el anticlericalismo. Pero también una patria
patriarcal, levantada contra un movimiento feminista ya robusto. 1918 era el año
en que se fundaba la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), primera
organización feminista española, guinda de una multiplicación de colectivos
locales como La Mujer del Porvenir de Barcelona, la Liga para el Progreso de la
Mujer de Valencia, la Unión del Feminismo Español de Madrid, etcétera. El
último año de la I Guerra Mundial asistió también en España a una olvidada
serie de huelgas femeninas, réplica de las que tenían lugar por toda la Europa
devastada por el conflicto, con los hombres en el frente. “Hoy en día una mujer
subida en un banco puede tener más fuerza que Lerroux”, comentaba La
Campana de Gracia de la mayor de ellas, que había movilizado a decenas
de miles de obreras barcelonesas del 12 al 25 de enero.
La mujer
moderna española emulaba a la flapper anglosajona y la garçonne francesa;
se hablaba del sufragio, el divorcio, el aborto, el amor libre, la
corresponsabilidad e incluso del tercer sexo, dominio ambiguo
entre los dos géneros tradicionales. Pero toda acción encuentra siempre su
reacción y aquellas mujeres empoderadas la hallaban en un masculinismo torvo,
enfurecido, “empeño de recuperación –escribe Nerea Aresti– de la capacidad
debilitada del género para hacer del mundo algo inteligible y ordenado”. En el
arte, el tránsito del siglo XIX al XXasiste a la aparición del arquetipo de
la mujer fatal o la “vampiresa”, como se la empezó a conocer
justamente en esa época; arquetipo que tenía su envés en la mujer
frágil que también cautivaba a los artistas: féminas delicadas,
sugerentes, cautivadoras, presentadas de manera explícita como contramodelo de
la mujer insolente pergeñada por el feminismo. Se miraba a Oriente y se
pintaban harenes y serrallos; se pintaban raptos, eufemismo
de violaciones; y en el extremo más repugnante, los retratos,
apreciados y premiados, de prepúberes desnudas del pedófilo Pedro Sáenz:
imágenes de encierro y sumisión como habitación del pánico de una era de damas
deslenguadas, indispuestas a soportar a los señoros del fin
de siècle.
Más allá de los
Pirineos, esta proliferación continental de malestar masculino y fantasías
repatriarcalizantes llenará de entusiasmo las trincheras de la Gran Guerra,
encontrando en ellas un serrallo de hombría, de Männerbund; un
mundo de hombres y para hombres. “¡Oh, el bautismo del fuego! El aire estaba
tan cargado de una hombría desbordante que toda inhalación era intoxicante.
Podíamos gritar sin saber por qué. ¡Oh corazones de los hombres que podían
sentir esto!”, escribe Jünger mientras Oswald Spengler pregona un
conservadurismo revolucionario cuyas insurrecciones entronizan una “bestia de
caza” cuya voluntad no sea domada por el efecto feminizante de la moral
cristiana y burguesa. En España, país de florecimientos típicamente tardíos de
las siembras mundiales, ese papel catártico lo cumplirá la guerra del 36. Una
guerra declarada, entre otras cosas, contra lo que Unamuno llamaba “tiorras” y
“viragos resentidos”: las mujeres “desgreñadas, desdentadas, desaseadas, brujas
jubiladas” del Frente Popular, conversor –abomina, en 1938, una publicación
falangista– de “la gracia y femineidad de la mujer hispana […] en furia y
repulsión oriental”, en “monstruosidad”. Ya antes, en 1923, Miguel Primo de
Rivera había dado su golpe de Estado anunciándolo como un movimiento “de
hombres”. “El que no sienta la masculinidad completamente caracterizada
–advertía–, que espere en un rincón, sin perturbar, los días buenos que para la
Patria preparamos”. Pero en 1929, la tarea no se había cumplido: “Los que
conocimos épocas más varoniles y galantes… hemos de sentir el enojoso sonrojo
de tanta [a]vilantez y degeneración actual”, lamentaba el periódico La
Nación. Y el golpe del 36 perseguirá cumplir el mandato de 1934 del
protomártir Calvo Sotelo de “inculcar en las generaciones, en las generaciones
jóvenes, un sentimiento de masculinidad, de virilidad y de intransigencia por
la unidad española”.
La historia no
se repite, pero rima, y las tiorras de ayer son las charos de
hoy para otra patulea de hombres aterrados por otro ciclo de avances
feministas; miedo del que la eclosión de Vox no es la única, pero sí la
principal consecuencia. El antifeminismo del siglo XXI vuelve a entremezclarse
de forma natural con el nacionalismo. Los machos destronados vuelven a buscar
el refugio de Covadonga y un arte reactivo que, en este tiempo, adquiere
también forma audiovisual o digital y convoca a sus ensoñaciones a vikingos o
espartanos. La nación resurrecta erige a su alrededor toda una batería de
escapismos varoniles. Si se reivindica a mujeres, es con intención
antifeminista: la del Javier Santamaría que escribe Siempre estuvieron
ellas, un libro sobre heroínas de la historia de España, pero lo hace
para propagar la especie de que el feminismo es innecesario en un país en que
“la Mujer ha sido siempre la ostentadora del poder, y quien ha marcado hasta la
devoción de un pueblo que ha hecho gala de un matriarcado como en escasos
sitios del planeta”. Por lo demás, solo hay hombres en el Baler de los Últimos
de Filipinas, en las carabelas de Colón, en las refriegas de Flandes, y Blas de
Lezo –se cita con devoción– mea siempre apuntando hacia Inglaterra.
Pedro Sáenz
sería hoy usuario de ForoCoches; Miguel de Unamuno, columnista edgy de El
Español o El Confidencial, y Calvo Sotelo, diputado
de Vox.
Pablo Batalla Cueto es historiador, corrector de
estilo, periodista cultural y ensayista. Autor de La virtud en la
montaña (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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