El 15 de marzo de 1830 nacía el gran geógrafo anarquista francés Élisée Reclus. Miembro de la Primera Internacional, represaliado por su participación en la Comuna de París, fue autor de una Nueva Geografía Universal en 19 tomos.
Las colonias anarquistas
El Viejo
Topo
15 marzo, 2021
Hace poco tuve
el gusto de asistir a la representación de La Clarière, de Lucien Descares y
Maurice Donasy, lo que me causó una alegría que hacía muchos años no había
sentido en el teatro, y esta vez, a la verdad, menos por la obra que por los
espectadores, que me parecieron conmovidos en lo más hondo de sus sentimientos,
y esto no sólo los del paraíso, sino todos en general. Con simpatía profunda,
con palpitante ansiedad miraban todos los clairière anarquista, tan diferente,
a lo menos en sueño, de los turnos infectos o la tiránica boite en que se
consume la vida de esta sociedad; todos elevaban su ideal hacia una sociedad
decente y honrada, y cuanto más altas y dignas eran las palabras que oían,
mejor parecía comprenderlas. Por algunas horas, los burgueses, los hartos, los medrosos,
arrojaban lejos de si sus añejas preocupaciones y su trasnochada moral; se
despojaban del hombre viejo.
No haré la
crítica de la obra; no señalaré sus méritos ni sus defectos: muchos compañeros
lo han hecho con nimia sagacidad y con simpatía hacia los autores; por mi parte
no siento necesidad de analizar sutilmente mis placeres: lo que me interesa es
el asunto, que tan profundamente nos ha conmovido a todos. Este claro que ha
desaparecido de nuestra vista como un miraje del desierto, ¿reaparecerá de modo
más duradero? En medio de esta sociedad mala, tan torpemente incoherente,
¿llegaremos a agrupar los buenos microcosmos distintos, constituyéndose en
falanges armónicas, como quería Fourier, de modo que la satisfacción de los
intereses individuales coincidan y se ajusten perfectamente con el interés
común, rimando sus pasiones en un conjunto a la vez poderoso y pacífico, sin
que nadie experimente por ello el menor sufrimiento? En una palabra, ¿crearán
los anarquistas Icarias para su uso particular del mundo burgués?
Ni lo creo ni
lo deseo.
Nuestros
enemigos nos aconsejan con buena voluntad y mala intención que nos alejemos de
la sociedad burguesa y pongamos el Océano entre ella y nosotros; nos animan a
hacer nuevos experimentos de utopía, en países con la doble esperanza de
desembarazarse de nosotros y de exponernos al ridículo de nuevos fracasos: se
ha llegado hasta hacer la proposición seria y formal de embarcar todos los
anarquistas declarados y conducirlos a una isla de la Oceanía, que se les regalaría,
a condición de no salir jamás de ella y de acostumbrarse a la vista de un barco
de guerra que apuntase continuamente sus cañones al campamento.
¡Muchas
gracias, amables conciudadanos! Aceptamos vuestra «Isla Afortunada», pero a
condición de ir a ella cuando nos plazca, y entre tanto quedamos en el mundo
civilizado, donde, evitando vuestras persecuciones del mejor modo posible,
continuaremos nuestra propaganda en vuestros talleres, fábricas, heredades,
cuarteles y escuelas; proseguiremos nuestra obra donde nuestra esfera de acción
sea más extensa, en las grandes ciudades y en las campiñas populosas.
Pero aunque no
pensamos en retirarnos del mundo para fundar una especie de Ciudad del Sol,
habitada únicamente por elegidos, no hay duda que durante el curso de nuestra
lucha secular contra los opresores de toda categoría, tendremos repetidas
ocasiones de agruparnos temporalmente, practicando el nuevo modo de respeto
mutuo y de completa igualdad. Las peripecias mismas de la lucha nos agruparán
frecuentemente a la fuerza, y en estos casos es imposible que nuestras
sociedades no se constituyan conforme a nuestro ideal común.
Puede citar
como ejemplo la «comuna de Montreuil» y otros varios ensayos que pueden
animarnos poderosamente. Lo imprevisto no dejará de ayudarnos en nuevas y
favorables ocasiones, y gracias a la creciente fuerza colectiva que nos dan el
número, la iniciativa, la fortaleza moral, la clara comprensión de las cosas;
gracias también a la penetración gradual de nuestras ideas lógicas en el mundo
enemigo, veremos realizarse cada vez con más frecuencia obras de toda clase:
escuelas, sociedades, trabajos en común que nos aproximarán al ideal soñado.
Ciego es quien no vea el trabajo subterráneo que se efectúa y cristaliza, como
hecho consumado, en sentido libertario, en cada familia y en cada grupo de
individuos, legal o espontáneo.
Por lo demás,
nada nos cuesta reconocer que, hasta el presente, casi todas las tentativas
formales de establecimiento de colonias anarquistas en Francia, Rusia, Estados
Unidos, México, Brasil, etc., han fracasado, como la Clairière, de Descares y
Dounay. ¿Podía ser de otro modo, cuando las instituciones del exterior, unión y
fraternidad legales, subordinación de la mujer, propiedad individual, compras y
ventas, empleo del dinero, habían penetrado en la colonia como malas semillas
en un campo de trigo? Sostenidas por el entusiasmo de algunos, por la belleza
misma de la idea dominante, pudieron durar algún tiempo esas empresas, a pesar
del veneno que las consumía lentamente; pero a la larga hicieron su obra los
elementos disgregantes, y todo se hundió por su propio peso, sin necesidad de
violencia exterior.
Aun cuando los
desorganizadores, introducidos por dos escritores en la Clairière: el borracho,
el ladrón, el perezoso, el escéptico, el adúltero, el mercader y el
denunciador, no hubiesen estado en el número de los socios, no por eso hubiera
dejado de predecir la ruina de la colonia, después de un período más o menos
largo de decadencia y languidez; porque el aislamiento no queda impune: el
árbol que se trasplanta y que se pone bajo cristal, corre peligro de perder su
savia, y el ser humano es mucho más sensible aún que la planta. La cerca puesta
alrededor de sí por los límites de la colonia, es letal; acostúmbrase a su
estrecho medio, y de ciudadano del mundo que era, empequeñécese gradualmente a
las mínimas dimensiones de un propietario; las preocupaciones del negocio
colectivo que lleva entre manos, estrechan su horizonte; a la larga se
convierte en un despreciable gana-dinero.
En la época en
que los mismos revolucionarios se cobijaban bajo el manto de la Iglesia
católica, viéronse frecuentemente monjes rebelados contra el mundo de los
opresores, salir de él ruidosamente para entregarse al trabajo y participar
fraternalmente de la miseria del pueblo; pero es regla general y absoluta que
los monasterios fundados por fanáticos de justicia y verdad, no guardaron jamás
su entusiasmo y su celo inicial, y acabaron siempre por convertirse en abrigo
de parásitos, lo mismo que todos los conventos.
La consecuencia
es que por ningún pretexto ni interés de ningún género debemos encerrarnos: es
preciso permanecer en el amplio mundo, para recibir de él todos los impulsos,
para tomar parte en todas las vicisitudes y recibir todas las enseñanzas. Retirarse
unos cuantos amigos al campo para pasearse y hablar de las cosas eternas a la
manera de los discípulos de Aristóteles, es abandonar la lucha, y como dice
Lucrecio, soltar la positividad de la vida para coger una ficción de ella.
Nuestros amigos de la «Joven Icaria», en los Estados Unidos del Oeste, parecen
haberlo comprendido perfectamente: herederos de las tradiciones comunistas de
la antigua Icaria, comprendieron felizmente que las celosas reglamentaciones
antiguas y toda la logomaquia de estatutos y leyes sólo sirven para crear
enemistades y rebeldías, y, declarándose anarquistas, «hacen lo que quieren»,
es decir, trabajan fraternalmente para el bien común, que es al mismo tiempo
para su provecho personal; pero su campaña, por dulce y buena que sea para los
viejos cansados de las luchas y amantes del reposo, parece insípida para los
jóvenes ardientes, que necesitan la práctica de las cosas„ la ruda experiencia
de la vida, los conflictos que forman el carácter y que permiten conocer los
hombres. Vanse, pues, alegremente a engollarse en el mundo, llevando siempre el
consuelo de saber que si la adversidad persigue y la miseria les aprieta,
pueden volver cerca de sus viejos amigos, donde tendrán pan, aire puro y
palabras amistosas para reconfortarse moral y materialmente.
En realidad, aquellos de nuestros compañeros a quienes seduce la idea de retirarse del mundo en algún paraíso cerrado, tienen la ilusión de que los anarquistas constituyen un partido fuera de la sociedad, lo cual es absolutamente erróneo. Gozamos y nos apasionamos en la práctica de lo que juzgamos igualador y justo, no solamente entre nuestros compañeros, sino entre todo el mundo. La humanidad es mucho más grande que la anarquía en su más elevado ideal. ¡Cuántas cosas ignoradas aún nos serán reveladas por el estudio profundo de la naturaleza, por la amorosa solidaridad hacia todos los hombres, con todos los desgraciados que han sufrido como nosotros la influencia del medio incoherente que queremos restaurar bajo su forma armónica! En nuestro plan de existencia y de lucha, no es la capillita de los compañeros lo que nos interesa, es el mundo entero. Nuestra ambición consiste en conquistar para la verdad todo el planeta, con amigos y enemigos, hasta aquellos a quienes una educación funesta, todo el atavismo de las castas y el virus de las iglesias, han agrupado y armado para caer como fieras contra la verdad.
Publicado
originalmente en 1900 en Les Temps Nouveaux. Fuente: Biblioteca Anarquista.
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