DESCIFRAR CHINA (II)
¿Capitalismo o socialismo?
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SEPTIEMBRE 2020 | CAPITALISMO, CHINA, SOCIALISMO
Vientosur
Antecedentes,
modelos y afinidades
Nuestra interpretación retoma ideas
expuestas en un libro sobre el socialismo. Transcurridos 16 años desde la
edición de ese texto, las principales definiciones conceptuales sobre China
propuesto por nuestro análisis mantienen su validez (Katz, 2004:77-83). Esa
continuidad ilustra cómo puede prolongarse en el tiempo, la indefinición del
carácter capitalista o socialista de un sistema. Lo que parecía coyunturalmente
irresuelto persiste como un proceso que será zanjado en períodos más extensos.
El principal señalamiento de ese análisis
-la restauración capitalista no ha concluido- persiste hasta la actualidad.
También la mencionada existencia de tres períodos diferenciados (debut
socialista, gestión mercantil, introducción del capitalismo) se mantiene como
eje clarificador del problema.
Nuestro enfoque actualizado en otro texto
(Katz, 2016) fue bien recibido por algunos comentaristas, que lo contrapusieron
a las miradas simplistas de la realidad china (Restivo, 2020). Pero han
interpretado erróneamente que postulamos el carácter irreversible de un viraje
hacia el capitalismo, que a nuestro entender permanece inconcluso.
Para dirimir el grado de reintroducción
del capitalismo utilizamos los criterios aportados por un analista de los
“procesos pos-comunistas” de Europa Oriental. Esos parámetros son el alcance de
la propiedad privada, las normas de funcionamiento de la economía y el modelo
político imperante (Kornai, 1999: 317-348).
Con esos indicadores destacamos que China
avanzó hacia el capitalismo en el primer terreno, no definió un perfil
definitivo en el segundo y afrontó un severo dique en el tercero. Su estadio
intermedio es muy visible en comparación a lo ocurrido en Rusia o Europa
Oriental.
Nuestra mirada sintoniza con muchas
caracterizaciones de la Nueva Izquierda de China. Esta afinidad se verifica
ante todo en la distinción cualitativa entre el período de las reformas
mercantiles (1978) y la etapa de las privatizaciones (1992). Lejos de
constituir dos momentos de una misma trayectoria, involucraron rumbos
contrapuestos de compatibilidad con el socialismo y alineamiento con el
capitalismo (Lin Chun, 2009a).
También compartimos la crítica frontal a
un proceso de restauración, que socava las conquistas sociales logradas con la
revolución, ampliando en forma dramática la desigualdad (Lin Chun, 2019).
Resaltamos por igual que el tránsito de China hacia el capitalismo no es un
devenir conveniente, ni inexorable para desarrollar las fuerzas productivas y
que ese desenvolvimiento no exige la integración a la globalización (Lin Chun,
2009b).
La coincidencia se extiende, además, al
diagnóstico de un proceso de restauración sólo parcial del capitalismo. Ese
curso puede ser revertido en la lucha por igualdad, en una sociedad con principios
muy arraigados de justicia. La recuperación de la trayectoria socialista
dependerá de una acción emprendida por los sujetos populares (Lin Chun,
2013:197-211).
Tres
variantes de restauración
El carácter limitado de la reintroducción
capitalista en China ha sido recientemente evaluado por un importante estudio,
que traza comparaciones conceptuales con lo ocurrido en Europa del Este y
Rusia. Diferencia los tres procesos distinguiendo la incorporación del
capitalismo desde abajo, desde el exterior o desde arriba (Szelényi, 2016).
Señala que la conformación del
capitalismo en Europa del Este se procesó con gran antelación y monitoreo
externo, mediante un intenso estrechamiento de lazos entre los grupos
dominantes locales y sus socios de Occidente. La intelectualidad asimiló con
gran fanatismo el credo neoliberal y cumplió un rol determinante en la creación
del clima de entusiasmo que rodeo a la recepción del capitalismo.
Las privatizaciones quedaron en manos de
los sectores que ya habían acumulado en las sombras los acervos requeridos para
capturar el botín. La terapia de shock en Polonia, el transito gradual en
Eslovenia, las reparaciones a los antiguos propietarios en la República Checa y
la subastas de Hungría constituyeron modalidades peculiares de un curso
compartido de vertiginosa restauración del capitalismo.
Las clases dominantes ya prefiguradas en
la etapa previa se consolidaron con la misma velocidad, que se desmoronó la
vieja conducción de los regímenes precedentes. La preeminencia de consejeros externos
y la instalación de formas brutales de neoliberalismo fueron los datos más
significativos de esa transformación.
En China no se ha verificado ninguno de
esos procesos. La acumulación de capital comenzó en el campo y se desenvolvió
con gran lentitud hasta el inicio de las privatizaciones en las ciudades. Ese
proceso se mantuvo a lo largo de varias décadas, sin extenderse a las
actividades estratégicas que permanecen en manos del estado. Tampoco hubo
dirección externa de la reconversión. Las empresas transnacionales fueron
asociadas a un programa de crecimiento elaborado localmente y los gobiernos
occidentales tuvieron poca influencia en el rumbo seguido. Las propias elites
seleccionaron a la diáspora china como su contraparte privilegiada y establecieron
severas limitaciones al papel del capital foráneo.
Ciertamente la ideología neoliberal
penetró en el país, pero en permanente disputa con otras concepciones y nunca
logró primacía. El viejo sistema político estructurado en torno al
Partido Comunista persistió y afianzó su predominio de la gestión económica.
Los contrastes con lo ocurrido en Europa del Este son tan categóricos, que el
autor de la comparación pone seriamente en duda la vigencia actual del
capitalismo en China.
También en Rusia la restauración fue un
fenómeno fulminante y alejado de las ambigüedades que se verifican en el
escenario asiático. La introducción del capitalismo se consumó a la misma
velocidad que en Europa del Este por medio de virulentas privatizaciones.
Yeltsin decidió construir el nuevo sistema en 500 días y repartió el grueso de
propiedad pública entre sus allegados.
La nueva burguesía se gestó de la noche a
la mañana y cinco años después del colapso de la URSS, los siete mayores
empresarios rusos poseían la mitad de los activos del país. Los desequilibrios
precipitados por la codicia se hicieron tan presentes como las turbulencias
financieras.
En esa reconversión fue visible la enorme
influencia occidental, pero a diferencia de Europa Oriental el comando final
quedó en manos de la nueva plutocracia moscovita. El capitalismo no reingresó
desde afuera, sino desde arriba. Los protagonistas del viraje fueron los mismos
actores de la cúpula política precedente. La alta burocracia de la URSS se
transformó en la nueva oligarquía de Rusia. El mismo personal cambió de
vestimenta y mantuvo la conducción del estado para otros fines. Esa mutación de
abanderados del comunismo a exaltadores del capitalismo se verificó también en
Ucrania, Bielorrusia, las antiguas repúblicas de Asia Central y algunos países
de los Balcanes.
China no atravesó por esos senderos. La
reimplantación del capitalismo ha sido es un proceso tortuoso e inacabado, ante
la ausencia de un mandatario dispuesto a emular a Yeltsin. El desmoronamiento
de la URSS acentuó el conservadurismo de los dirigentes chinos. En lugar de
sepultar la estructura política del Partido Comunista decidieron consolidarla y
en vez de fusionar a la nueva clase capitalista con el poder político, sólo
aceptaron su existencia como una fuerza paralela a su propia dirección.
Por esa razón en China no ha imperado el
modelo de reparto patrimonial de propiedades que introdujo Yeltsin, al rematar
los activos del país entre la nueva elite. Tampoco se verificó el esquema
prebendario de retribuciones en función de la lealtad que instauró Putin. Con
ese mecanismo el presidente ruso acotó el poder de los codiciosos oligarcas.
Expropió, criminalizó y disciplinó a esos acaudalados, con la misma virulencia
que utilizaban los zares contra los boyardos. Pero ninguna de sus acciones
modificó el status capitalista del país.
También en China hay tensiones de gran
porte y el férreo comando que ejerce Xi Jinping apunta a impedir el desmadre de
esas disputas. Algunos analistas estiman que gobierna utilizando un conjunto de
reglas ocultas y no escritas, que reproducen la antigua autoridad del emperador
sobre las capas subordinadas. Equilibra especialmente los choques entre el
funcionariado que asciende con las reglas de la meritocracia y los ahijados del
viejo liderazgo comunista (Au Loong, 2016).
Pero incluso con esas modalidades de
gestión, el poder político mantiene las denominaciones, estatutos e ideologías
del proceso inaugurado en 1949. Aquí radica la gran diferencia con Rusia que
sepultó todos los vínculos con la revolución de 1917. La disímil penetración
del capitalismo en ambos países está muy conectada con esa divergencia de
actitudes hacia el pasado.
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