El origen de la subcultura carbónica
DIARIO OCTUBRE/ agosto 12, 2019
El químico sueco Svante Arrhenius
La evolución de la ideología climática (4)
Juan Manuel
Olarieta.— Hacia mediados del siglo XIX la ciencia ya disponía
de algunos de los elementos fundamentales para elaborar una teoría embrionaria
sobre el clima, aunque sólo ha llegado a desarrollar piezas inconexas de ella,
de las que se pueden poner dos ejemplos que se corresponden con otros tantos
nombres que, por derecho propio, figuran entre los más grandes de la ciencia de
aquel siglo.
El francés
Joseph Fourier es uno de ellos y pertenece a la primera mitad del siglo. Además
de su obra maestra, la “Teoría analítica del calor”, publicada en 1822, el
científico napoleónico prestó mucha atención al clima terrestre en otras obras.
De no ser por las limitaciones científicas de su tiempo, se le podría
considerar incluso como el fundador de la climatología y hay quien, como el
IPCC, le considera como el descubridor del “efecto invernadero”.
No obstante,
Fourier no demuestra nada, ni lleva a cabo ningún experimento, ni descubre nada
nuevo. Trata de explicar fenómenos ya conocidos anteriormente, especialmente el
de Saussure, sobre el que apunta lo siguiente: “El calor del Sol, que llega en
forma de luz, posee la propiedad de penetrar las sustancias sólidas o líquidas
diáfanas, y la pierde casi enteramente cuando se convierte, por su comunicación
a los cuerpos terrestres, en calor radiante oscuro”. Esta distinción entre
calor luminoso y calor oscuro, añade Fourier, “explica la elevación de
temperatura causada por los cuerpos transparentes” (1).
En dicho pasaje
no existe nada de lo que hoy el IPCC y algunos historiadores de la ciencia
tratan de dar a entender:
1. Fourier no
se refiere sólo a la atmósfera, sino también a la hidrosfera y al hielo polar
2. Lo que trata de explicar es el motivo por el cual el calor no se dispersa hacia el espacio exterior sino que se acumula en la superficie terrestre, es decir, el gradiente vertical de temperatura de Saussure así como la relativa uniformidad de la temperatura de la que, naturalmente, no conoce su evolución en el tiempo, aunque supone que se enfría progresivamente
3. El científico francés considera a la atmósfera como un todo y no diferencia entre unos u otros componentes de ella, una tarea que llevó a cabo Tyndall en 1861: no todos los gases de la atmósfera absorben y emiten calor en la misma medida, considerando que el vapor de agua era el más influyente (2)
4. Fourier no tiene una noción clara de lo que es el “calor oscuro” y su interés se centra casi exclusivamente en su absorción por la atmósfera, descuidando la emisión
5. Pero lo más importante es que Fourier suponía -erróneamente- que el calor era un fluido y sabía que era una opinión controvertida. Hay varias hipótesis al respecto, añade, ante lo cual reacciona como la mayor parte de los científicos: no sabemos lo que es el calor pero podemos describir cómo se disipa (3).
Con la
climatología de Fourier se cumple el principio de que para falsificar la
ciencia hay que falsificar también su historia. El francés está siendo
instrumentalizado para inculcar que la hipótesis del “efecto invernadero” no es
reciente, lo cual es falso.
El segundo
científico que expresa las paradojas de la ideología climática es el sueco
Svante Arrhenius, al que le atribuyen una de esas leyes contundentes de la
física cuya formulación no deja lugar a dudas: si las emisiones de CO2 a la
atmósfera crecen geométricamente, la temperatura crecerá aritméticamente. En un
artículo de 1896 el sueco Arrhenius ilustró gráficamente esa ley por la
analogía con un invernadero (4).
Por lo tanto,
desde Fourier, en el transcurso de casi un siglo el planteamiento climático
había cambiado. Ya no se trataba de explicar la retención del calor en la
superficie de la Tierra sino el cambio en su temperatura.
El interés de
Arrhenius por el cambio de temperatura forma parte de la defensa de su tesis
sobre la panespermia: la vida en la Tierra no tiene un origen temporal sino que
preexiste desde siempre en todo el universo y seguirá existiendo
indefinidamente. Ahora bien, en 1863 el físico alemán Clausius le había dado un
vuelo absurdo al segundo principio de la termodinámica, según el cual la
equiparación de temperaturas conducía a la “muerte térmica del universo”, de
donde deriva todo el conjunto actual de elucubraciones acerca de la entropía,
la irreversibilidad, la teoría del caos y otros.
Acertadamente
Arrhenius criticó a Clausius apoyándose en las glaciaciones, que mostraban la
posibilidad de que los procesos térmicos fueran reversibles. Es más, Arrhenius
pensaba que la Tierra se enfriaba y, en consecencia, para retardar el fantasma
de una futura glaciación y la “muerte térmica del universo”, había que invertir
un fenómeno natural para hacerlo reversible artificialmente. Siguiendo a
Tyndall, Arrhenius consideró que el CO2 atmosférico era la clave para ello, no
obstante su carácter residual.
Así comenzó la
subcultura carbónica. Según Arrhenius si el CO2 explica la retención de calor
en la superficie de la Tierra, el aumento de su concentración en la atmósfera
aumentará también la temperatura. Más CO2 retiene más calor. La manera de
retrasar la futura glaciación es emitir más CO2. Se trataba de algo diferente,
un problema práctico: cómo frenar la futura caída de las temperaturas. Con el
científico sueco estaba naciendo la “ingeniería climática”, que ponía el acento
en la capacidad humana para alterar el clima de la Tierra de manera artificial.
Es una doctrina al alcance de la mano. La humanidad puede alcanzar la
troposfera, pero no la superficie solar. Es más fácil alterar la atmósfera que
los rayos procedentes del Sol.
La “ingeniería
climática” es algo más bien propio de las cábalas de la ciencia ficción que de
la ciencia propiamente dicha, pero en la misma medida en que algunos
científicos se fueron convenciendo de que podían modificar el clima, la ideología
del enfriamiento se convirtió en una pesadilla, similar a la actual del
calentamiento. El químico alemán Walter Nernst propuso quemar carbón, pero no
para incrementar la temperatura de una vivienda sino la de toda la atmósfera.
En 1938 el ingeniero inglés Guy Stewart Callendar insistió en lo mismo porque
el incremento de CO2 en la atmósfera era beneficioso para retrasar la siguiente
glaciación.
Las tesis de
Callendar no eran en nada diferentes de las de Arrhenius, aunque su propagación
fue notablemente mayor y durante años el aumento de las temperaturas como
consecuencia de las emisiones crecientes de CO2 se conoció como “Efecto
Callendar”.
Al aludir a los
crecimientos geométricos y aritméticos, Arrhenius añade otro problema nuevo de
medición: la sensibilidad climática. ¿Cuánto CO2 habría que enviar a la
atmósfera para aumentar un grado la temperatura? Para ello antes habría que
calcular la cantidad de CO2 que hay en la atmósfera. Aunque el científico sueco
introduce varias cifras, no mide nada, ni tampoco demuestra nada; ni siquiera
lo intenta porque, siguiendo de nuevo a Tyndall, todos sus experimentos los
lleva a cabo con el vapor de agua de la atmósfera.
Los científicos
empezaron a interesarse por la capacidad de los diferentes gases atmosféricos
para absorber los rayos infrarrojos y surge así el diluvio de mediciones que
meten a la climatología en una ratonera: el laboratorio. Tyndall había
inventado un espectrómetro diferencial capaz de detectar la absorción de rayos
infrarrojos por pequeñas cantidades de gas encerradas en un tubo de ensayo.
Por un lado, no
todos los gases atmosféricos absorbían la radiación infrarroja; por el otro, el
vapor de agua, la humedad del aire, era capaz de bloquearla por sí misma. El
CO2 no absorbía ninguna longitud de onda que no fuera también absorbida por el
vapor de agua. Su concentración en la atmósfera es tan pequeño comparado con el
del vapor de agua, que su efecto es irrelevante. Es el “efecto de saturación”,
el mismo que tendría en un salón de tiro las capas sucesivas de rejillas
interpuestas entre la bala y el blanco. A medida que se incrementa el número de
rejillas o su densidad, es más difícil que una bala alcance su blanco, hasta
que llega un punto en que se hace imposible. A partir de ahí es inútil
interponer más rejillas.
Para demostrar
el “efecto de saturación”, en 1900 Knut Angström y su colaborador Herr J. Koch
hicieron un experimento enviando radiación infrarroja a través de un tubo de 30
centímetros de largo lleno con una determinada concentración de CO2. Luego
redujeron la concentración en un tercio y la cantidad de radiación absorbida
apenas cambió. En contra de la hipótesis de Arrhenius, a partir de un
determinado punto, la emisión adicional de más CO2 no absorbía más radiación y,
por lo tanto, no calentaba la atmósfera.
Tras el
experimento, la revista que expresaba el punto de vista de los meteorólogos
estadounidenses, Monthly Weather Review, advirtió expresamente de que la
hipótesis de Arrhenius era falsa (5).
La temperatura
de Marte parece confirmar el “efecto de saturación”. La atmósfera del planeta
rojo se compone casi en su totalidad de CO2. La cantidad de CO2 en Marte es 50
veces mayor que en la Tierra, a pesar de lo cual la temperatura en la superficie
oscila entre -90 grados centígrados y -30 grados.
La validez del
experimento sobre el “efecto de saturación” permaneció 50 años, hasta que la
Guerra Fría llevó a los aviones de espionaje a las capas altas de la atmósfera.
De la mano de los militares, los científicos volvieron a romper otra vez la
unidad de la atmósfera, descubriendo que no sólo se componía de gases
diferentes sino que no era la misma arriba que abajo. En los estratos más
elevados hay menos vapor de agua que en los inferiores.
La atmósfera no
es un invernadero; tampoco hay en ella ningún invernadero ni nada parecido. A
efectos climáticos, la atmósfera se compone de varios subsistemas y estratos
que interaccionan entre sí de manera continua, lo mismo que con una masa sólida
(continentes) y otra líquida (océanos).
Gracias también
a los militares, en los años cuarenta se desarrolló la espectrofotometría de
infrarrojos, que le permitió al canadiense Gilbert Norman Plass descubrir en
1956 que el vapor de agua y el CO2 no superponen sus efectos porque el vapor
agua no puede absorber todo el espectro de radiación infrarroja (6). Las balas
de determinado calibre no pueden ser frenadas por las rejillas del vapor de
agua, pero sí por las del CO2. El “efecto de saturación” no existe; el CO2 es
un “gas de efecto invernadero”. Aunque en la atmósfera haya estratos muy secos,
el CO2 suple la escasez de vapor de agua y, por lo tanto, aumenta la capacidad
de absorción de la radiación infrarroja.
Plass obtuvo
sus conclusiones con la ayuda de un ordenador, lo que anunciaba la llegada de
una nueva era para la ciencia que había comenzado en 1945, una mezca explosiva
de militarismo, laboratorios y ordenadores que sirve para explicar el
calentamiento de la Tierra, mientras guarda silencio sobre el enfriamiento de Marte.
(1) Fourier, Mémoire, cit., pg.573.
(2) John Tyndall, On the absorption and radiation of beat by gases and vapour, and on the physical connection of radiation, absorption and conduction, Philosophical Magazine, 1861, 22:167-194, pgs.273 y stes., http://web.gps.caltech.edu/~vijay/Papers/Spectroscopy/tyndall-1861.pdf
(3) Fourier, Théorie, cit., pg.18
(4) Svante Arrhenius, On the Influence of Carbonic Acid in the Air upon the Temperature of the Ground, Philosophical Magazine and Journal of Science, vol.41, 1896, pgs. 237-276.
http://www.trunity.net/files/108501_108600/108531/arrhenius1896_greenhouse-effect.pdf
(5) Monthly Weather Review, Knut Ansgström On Atmospheric Absorption, ftp://ftp.library.noaa.gov/docs.lib/htdocs/rescue/mwr/029/mwr-029-06-0268a.pdf
(6) Gilbert N. Plass, The Carbon Dioxide Theory of Climate Change, Tellus, 1956, vol. 8, núm. 2 pgs. 140 y stes.
(2) John Tyndall, On the absorption and radiation of beat by gases and vapour, and on the physical connection of radiation, absorption and conduction, Philosophical Magazine, 1861, 22:167-194, pgs.273 y stes., http://web.gps.caltech.edu/~vijay/Papers/Spectroscopy/tyndall-1861.pdf
(3) Fourier, Théorie, cit., pg.18
(4) Svante Arrhenius, On the Influence of Carbonic Acid in the Air upon the Temperature of the Ground, Philosophical Magazine and Journal of Science, vol.41, 1896, pgs. 237-276.
http://www.trunity.net/files/108501_108600/108531/arrhenius1896_greenhouse-effect.pdf
(5) Monthly Weather Review, Knut Ansgström On Atmospheric Absorption, ftp://ftp.library.noaa.gov/docs.lib/htdocs/rescue/mwr/029/mwr-029-06-0268a.pdf
(6) Gilbert N. Plass, The Carbon Dioxide Theory of Climate Change, Tellus, 1956, vol. 8, núm. 2 pgs. 140 y stes.
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