SOBRE LA
OBRA “FOUCAULT Y EL NEOLIBERALISMO”
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Entrevista a
Daniel Vargas Zamora
Sociología
crítica
06.02.2017
Indice: Estudios Marxistas Nº 109 Autor: Daniel
Vargas Zamora Traducción: http://www.jaimelago.org, basado en
traducción previa andoenpando.wordpress.com
En su texto, usted cuestiona su visión de la seguridad
social y la redistribución de la riqueza: ¿Nos puedes contar algo más de este
asunto?
Daniel Zamora: ¡Es una pregunta casi inexplorada por
los “foucaltianos”! A decir verdad, no creí que acabase trabajando sobre ese
tema cuando estaba ideando la estructura del libro. Mi interés en la seguridad
social no estaba originalmente conectado a Foucault de forma directa, pero mi
investigación sobre el tema me llevó a pensar cómo hemos pasado en los últimos
40 años de una política dirigida a combatir la inequidad, basada en la
seguridad social, a una política dirigida a combatir la pobreza, crecientemente
organizada alrededor de repartos específicos de presupuesto y poblaciones
objetivo.
Pero el paso del primer objetivo al segundo ha
transformado completamente el concepto de justicia social: combatir las
desigualdades (y buscar reducir la disparidad absoluta) es muy diferente a
combatir la pobreza (y buscar ofrecer un mínimo a los menos favorecidos).
Llevar a cabo esta pequeña revolución requirió años de trabajo deslegitimando
la seguridad social y las instituciones de los asalariados.
Mientras leía detenidamente los textos del Foucault
“tardío” (de finales de los 70 e inicios de los 80) me di cuenta que tomaba
partido plenamente en esta operación. Así, no sólo retó a la seguridad social,
sino que también fue seducido por la alternativa de los impuestos negativos a
la renta propuestos por Milton Friedman en dicho periodo. Foucault pone a los
mecanismos de asistencia social y de seguro social al mismo nivel que las
prisiones, las barracas, o la escuela, instituciones indispensables “para el
ejercicio del poder en las sociedades modernas”.
También es interesante señalar que en la obra central
de Francois Ewald, no duda en escribir que “el estado de bienestar cumple el
sueño del ‘biopoder’”. ¡Ni más ni menos! [Ewald fue discípulo y asistente de
Foucault, y actualmente es un intelectual alineado con la industria de seguros
de Francia y Medef, la principal federación de empresas de Francia].
Dados los muchos defectos del sistema de seguridad
social, Foucault estaba interesando en reemplazarlo con un impuesto negativo a
la renta. La idea es relativamente simple: el Estado le paga una ayuda a
cualquiera que se encuentre por debajo de cierto nivel de ingreso. La meta es
organizar las cosas de tal modo que nadie esté bajo el nivel mínimo, sin
grandes trabas administrativas.
En Francia este debate empieza a aparecer en 1974, con
el libro de Lionel Stoleru “Acabar con la pobreza en los países ricos”. También
es interesante recordar que Foucault se reúne con Stoleru varias veces cuando
éste era asesor técnico en el gobierno de Valery Giscard D’Estaing. Un
argumento importante recorre su trabajo y atrae la atención de Foucault: en el
mismo espíritu que Friedman, distingue entre una política que busca la igualdad
(el socialismo) y una política que simplemente quiere eliminar la pobreza sin
retar las desigualdades (liberalismo). Para Stoleru, cito, “las doctrinas…
pueden llevarnos o a una política dirigida a eliminar la pobreza o a una
política que busca limitar la brecha entre ricos y pobres”.[iii] Es lo que
llama “la frontera entre la pobreza absoluta y la pobreza relativa”. [iv]La
primera se refiere simplemente a un nivel arbitrariamente determinado (al que
se dirige el impuesto negativo a la renta) y la otra a disparidades generales
entre individuos (a las que se dirigen la seguridad social y el estado de
bienestar). Según el punto de vista de Stoleru, “la economía de mercado es
capaz de asimilar las acciones contra la pobreza absoluta” pero “es incapaz
digerir medidas contundentes contra la pobreza relativa”.[v] Por eso, señala,
cree que “la distinción entre pobreza absoluta y pobreza relativa es de hecho
la distinción entre capitalismo y socialismo”. De ese modo, lo que está en
juego cuando se pasa de una a otra es un tema político: la aceptación del
capitalismo como la forma económica dominante, o su rechazo.
Desde ese punto de vista, el entusiasmo no oculto con
que Foucault recibe la propuesta de Stoleru forma parte de un movimiento más
grande, que sustituirá el declive de la filosofía igualitaria de la seguridad
social por una lucha contra la “pobreza” bastante más orientada al libre
mercado. En otras palabras, y por más sorprendente que parezca, la lucha contra
la pobreza, lejos de limitar los efectos de los programas neoliberales, en
realidad ha contribuido a su hegemonía política.
Así que no es sorprendente ver que las grandes
fortunas del mundo, como las de Bill Gates o George Soros, se embarcan en esta
lucha contra la pobreza incluso cuando apoyan, sin ninguna contradicción
aparente, la liberalización de servicios públicos, la destrucción de todos
estos mecanismos de redistribución de la riqueza, y las “virtudes” del
neoliberalismo.
Combatir la pobreza de ese modo permite incluir
cuestiones sociales en la agenda política sin tener que pelear en contra de la
desigualdad y los mecanismos estructurales que la producen. Así que esta
evolución ha sido parte central del neoliberalismo, y el objetivo de mi libro
es mostrar que Foucault es en parte responsable de este desarrollo.
El problema del Estado es omnipresente en su trabajo.
El que critica su razón de ser pasa a ser un liberal. ¡Pero Bakunin, al igual
que Lenin y las tradiciones anarquista y marxista, critican el Estado! ¿No
ignora esta dimensión?
Daniel Zamora: No lo creo. Creo que la crítica de las
tradiciones marxista o anarquista es muy diferente de la que formula Foucault,
y no solamente él, sino una importante concepción del marxismo de los años 70.
Primero, por la simple razón que todos esos viejos
escritores anarquistas y marxistas no conocieron la seguridad social o la forma
que el estado toma después de 1945. El estado al que Lenin se refería era
efectivamente el estado de la clase dominante, en el que los trabajadores no
jugaban rol alguno. El derecho a voto, por ejemplo, no se generaliza – sólo
para los hombres- hasta el el periodo de entreguerras. Así que es difícil saber
qué habrían pensado sobre estas instituciones y su carácter “burgués”.
Siempre me ha irritado esta idea, que es relativamente
popular dentro de la izquierda radical, de que la seguridad social es en última
instancia una herramienta de control social del gran capital. Esta idea
demuestra un completo malentendido de la historia y los orígenes de nuestros
sistemas de protección social. Estos sistemas no fueron establecidos por la
burguesía para controlar a las masas. Al contrario, la burguesía fue totalmente
hostil.
Estas instituciones fueron el resultado de un
posicionamiento fuerte del movimiento obrero tras la Liberación. Fueron
inventadas por el propio movimiento obrero. Del siglo XIX en adelante, los
trabajadores y los sindicatos establecieron sociedades mutuas, por ejemplo,
para pagar ayudas a aquellos que no podían trabajar. La lógica del mercado y
los enormes riesgos que imponía a sus vidas les obligó a desarrollar mecanismos
para la socialización parcial de los ingresos. En la fase temprana de la
revolución industrial, sólo aquellos que eran dueños de propiedades eran
ciudadanos plenos, y como enfatiza el sociólogo Robert Castel, solamente con la
seguridad social tuvo lugar la “rehabilitación social de los no propietarios”.
Fue la seguridad social la que estableció, al lado de la propiedad privada, una
propiedad social, con la intención de elevar a las clases populares a la
ciudadanía. Es la idea que Karl Polanyi desarrolla en “La Gran Transformación”,
que ve en el principio de protección social el objetivo de sacar al individuo
fuera de las leyes del mercado y reconfigurar las relaciones de poder entre
capital y trabajo.
Por supuesto, se puede criticar la gestión estatal de
la seguridad social, o decir, por ejemplo, que debería ser dirigida por
colectivos –aunque realmente no creo en ese argumento- pero criticar la
herramienta y su base ideológica en sí, eso es muy diferente. Cuando Foucault
llega a decir que “difícilmente tiene sentido hablar de un ‘derecho a la
salud’”, y pregunta sí “una sociedad debería buscar satisfacer la necesidad de
salud de los individuos, y si pueden esos individuos legítimamente demandar la
satisfacción de esas necesidades”, noe parece realmente que nos encontremos en
el registro anarquista.
Para mí, a diferencia de Foucault, lo que debemos
hacer es ahondar en los derechos sociales que ya tenemos, deberíamos “construir
sobre lo que ya existe”, como señala Bernard Friot. Y la seguridad social es
una herramienta excelente que deberíamos defender y profundizar. En esa misma
línea, cuando leo a la filósofa Beatriz Preciado, que escribe en Libération que
“no vamos a llorar por el final del estado de bienestar, porque el estado de
bienestar es también el hospital psiquiátrico, la oficina para discapacitados,
la prisión, la escuela patriarcal-colonial-heteronormativa”, me hace pensar que
el neoliberalismo ha hecho mucho más que transformar nuestra economía; ha
reconfigurado profundamente la imaginación social de cierta izquierda
“libertaria”.
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