viernes, 10 de febrero de 2017

PODEMOS. VISTALEGRE II





Vistalegre II

(Unidos)Podemos/Confluencias: un ecosistema rico para un proceso de cambio

María Eugenia Rodríguez Palop
Vientosur
08.02.2017 

Más allá de las diferencias en relación al modelo organizativo, que no son menores. Más allá de los vaivenes que han sufrido las posiciones de unos y otros en estos meses. Más allá de la política performativa, la deriva tecnocrática, la (in)comunicación efímera, y el exceso de (des)información. Más allá de lo cansino de esas soporíferas campañas en redes, de los afectadísimos golpes de pecho, de las misivas, las declaraciones de amor o la teatralización de las rupturas. Más allá del paso de la tragedia griega a un reality show cada vez más gore. Más allá de todo eso, apartados los egos, el ruido de los medios de comunicación, las imposturas, las versiones y las manipulaciones, Podemos sigue siendo hoy parte del proyecto político que necesitamos para confrontar la pobreza, la fragmentación social, y el deterioro vital en el que vive sumido este país desde que empezó la crisis; el segundo país de la Unión Europea donde más ha crecido la desigualdad y donde ha seguido aumentando a pesar de los últimos años de crecimiento económico/1.Frente a la irrupción de las derechas y la esterilidad de los partidos socialdemócratas al uso, Podemos, Unidos Podemos y las confluencias, siguen siendo el bastión desde el que es posible imaginar todavía un sistema más justo y más amable para todas las personas.

Es evidente que Podemos vive hoy incendiado, en una barricada que se antoja cada vez más inmanejable, y ese incendio se debe en buena parte al choque de personajes y personalismos que se (auto)perciben como irreconciliables, a liderazgos centrales y subalternos mal construidos y desorientados, a las clásicas luchas intestinas de camarillas y camarotes, y al aluvión de arribistas y oportunistas que se han movido apresuradamente y a cabezazos. Todo esto, con íntimas biografías incluidas, nos ha quedado lamentablemente claro. Podemos aspiraba a controlar los resortes de una sociedad del espectáculo infantilizada y pueril que finalmente lo ha acabado devorando, incorporándolo a ese frame de Superviventes en el que la transparencia se confunde con una pornografía de desnudos integrales.

Sin embargo, lo que quizá no se haya señalado tanto en este tiempo es que el incendio de Podemos obedece también a las diferentes sensibilidades y culturas políticas que este proyecto ha conseguido aglutinar; que esas sensibilidades no pueden armonizarse en cuatro días y que, de hecho, cabría la posibilidad de no negarlas, no manejarlas conflictivamente como diferencias insalvables. De hecho, lo suyo sería reconocerlas como partes porosas de ese rico ecosistema político que exige el proceso de cambio en el que estamos inmersos y del que, sin duda, Podemos es una pieza esencial. O sea, que se haga de estas diferencias un drama, que se rigidifiquen para convertirse en problemas identitarios innegociables, es algo que siempre puede elegirse y es lo que, sin ninguna duda, merece la pena discutir ahora, con buenas dosis de realismo pero sin renunciar ni un ápice al horizonte radical de transformación que necesitamos.

Francamente, no creo que exista ese karma suicida de la extrema izquierda del que habla Enric Juliana/2, ni creo que las disputas enconadas sean el sino irremediable de según qué posición ideológica o partidaria. La prueba es que hoy son las izquierdas moderadas las que están a la deriva gracias a la gestión frívola y managerial del neoliberalismo que han hecho durante la crisis; una gestión que ha facilitado el (re)surgimiento de esa derecha devoradora a la que ahora son incapaces de dar respuesta y a la que han llegado incluso a apuntalar con su desidia/3. El PSOE está incendiado desde hace años, aunque se haya hecho más evidente tras el golpe fatal del 1 de octubre, y arrastra una crisis orgánica y programática de la que está pretendiendo salir como el Barón de Münchhausen de su ciénaga/4; Valls y Hamon se han confrontado tras la debacle de Hollande, y el exministro Macron se postula como favorito para competir por ocupar el Eliseo; Syriza se rompió por el lado socialdemócrata, Renzi cayó derrotado, y aún no nos hemos recuperado del fracaso de Sanders frente a Hillary Clinton ni de Clinton frente a Trump/5.

De manera que, lejos de asumir las tristes pasiones que genera la predestinación, actitudes derrotistas y autovictimizantes, lo que hay que hacer es preguntarse cómo vamos a salir de la parálisis en la que nos han dejado unos, y acabar con las propuestas regresivas y reaccionarias que nos han impuesto otros. Y me parece que la solución pasa necesariamente por no caer en la (auto)simplificación, el ombliguismo y el ensimismamiento que ha convertido a la socialdemocracia en una alternativa completamente estéril; pasa por no renunciar a la creatividad política, a la audacia y a la amplitud de miras que ha permitido a Unidos Podemos y a las confluencias ocupar un lugar en las instituciones. Porque, entre otras cosas, no puede olvidarse que ha sido la jibarización en los diagnósticos y los pronósticos lo que ha llevado a los socialdemócratas a ignorar los complejos acontecimientos que han golpeado a las clases populares en estos años, a identificarse con las élites, y a instalarse en un síndrome de Estocolmo que les ha impedido comprender y abordar los problemas que ha padecido a diario su propia gente. Hoy los socialdemócratas no pueden alzarse como una salida frente a los problemas que ellos mismos han contribuido a simplificar y minimizar, así que intentar reinventar la socialdemocracia o sencillamente conquistar su espacio con fórmulas semejantes, es una estrategia fallida que la nueva política debería saber eludir.

Desde sus inicios, Podemos se ha debatido entre las instituciones y los movimientos; entre una democracia agonística y esa dinámica más participativa y relacional que ha pervivido en los círculos y en el nuevo municipalismo. Entre apostar por una transformación radical del sistema o por un reformismo, más o menos agresivo, basado en cambios parciales y en ciertos ajustes estructurales (conflictividad o pragmatismo, estrategia, tactismo, a fin de ampliar la base electoral). Entre fórmulas anticapitalistas, orientadas a limitar la especulación y la acumulación de la riqueza, más decrecentistas, y un capitalismo bajo control social. Entre los planteamientos de los problemas en términos de clase y la apuesta por las clases medias empobrecidas sin conciencia de clase; el pueblo existente o la (re)construcción del pueblo. Entre las dinámicas competitivas (también al interior de su propio proceso político), guerreras y guerrilleras, machistas, verticalistas y depredadoras, y otras más cooperativas, horizontales, feminizadas y feministas. Entre distintas formas de ejercer el liderazgo: el liderazgo hipermasculinizado del combate cuerpo a cuerpo y la emotividad agresiva, que resultó útil en una fase de irrupción plebeya y desbordamiento popular, o el liderazgo transformacional que permite canalizar el disenso y la renovación. Podemos se ha debatido entre un hegemonismo discursivo, apoyado en una articulación comunicativa intelectualizada, y la búsqueda de una hegemonía más afectiva o de esa poshegemonía propia de la sociedad en red. Entre ser un partido que socializa, con una militancia fuerte y cohesionada, o dedicarse más a movilizar a través de consultas plesbicitarias (democracy living room) en las que suele confundirse lo colectivo con lo agregado y en las que no se ha asegurado siempre ni la deliberación, ni el debate, ni una participación relevante.

Podemos ha sido todo eso, y mucho más, y ha basculado entre los diferentes matices de cada uno de estos extremos, con sus lineamientos y familias intentando convivir en el contorsionismo. A esos lineamientos Podemos se vio obligado a sumar a Izquierda Unida, dando lugar a la formación Unidos Podemos, a las confluencias catalana, gallega y valenciana, y a un municipalismo integrador con vocación federativa. Y gracias a este enriquecimiento de su ecosistema inicial Podemos salió reforzado en un momento en el que la hipótesis de la máquina de guerra electoral, triunfante en Vistalegre I, perdía fuelle en las encuestas y para todo el mundo estaba claro que Podemos, por sí solo, no podía seguir creciendo.

Quienes apostamos desde el principio por la vinculación de todas esas diversidades, estábamos convencidas de que era ahí donde residía la auténtica ventana de oportunidad, la potencia real de cambio, aunque exigiera una generosidad política que Podemos no siempre tuvo. Y si ahora, habiendo avanzado en un territorio tan agreste, se desanda el camino andado serán muchos los que opten por abandonar definitivamente el proyecto, y sin Unidos Podemos, sin las confluencias, sin la nueva política, sin un municipalismo empoderado y respetado en sus dinámicas propias, el bipartidismo imperfecto volverá a campar a sus anchas, y un PP, más o menos acompañado, acabará arrasando en las próximas elecciones.

No hace falta más que echarle un vistazo al último informe de Oxfam para calcular el desastre que esto podría suponer para los más vulnerables. En el último año, 7000 nuevos millonarios han visto la luz en España, y la fortuna de tan sólo 3 personas equivale ya a la riqueza del 30% más pobre del país, es decir, de 14,2 millones de personas. Entre 2008 y 2014, los salarios más bajos cayeron un 28% mientras los más altos apenas se contrajeron. Los beneficios de las grandes empresas han recuperado los niveles anteriores a la crisis, pero una de cada cinco personas en edad de trabajar no encuentra empleo. Y quienes lo encuentran, lo hacen en condiciones de alta precariedad porque los salarios siguen 9 puntos por debajo de los niveles alcanzados en 2008/6.

En fin, no hay duda de que la política del PP ha sido la del aumento brutal de la desigualdad y la de la concentración de la riqueza en cada vez menos manos. El asunto es muy grave y es susceptible de empeorar. Bastaría con que en Vistalegre II hubiera una mayoría que tuviera presente estos datos, para que fuera una evidencia la necesidad de empoderarnos recuperando la unidad, el rumbo y la cordura. Porque es la vida de millones de personas la que está en juego.

María Eugenia Rodríguez Palop es profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid
8/2/2017

Notas


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