Hemos
dejado de comprender que somos parte de la naturaleza. Esta incomprensión nos
convierte en un peligro para la vida y para nosotros mismos. ¿Seremos capaces
de mirar (y cambiar) nuestro Problema antes de que sea demasiado tarde?
Tenemos un Problema
El Viejo Topo
12 mayo, 2022
Es el 20 de
julio de 1969. La misión espacial tripulada Apolo 11 aluniza en nuestro
satélite y pocas horas más tarde Neil Armstrong da sus primeros pasos sobre la
superficie lunar llenando de asombro y admiración al mundo. Con él emerge la
profunda emoción de sentir una íntima unión con una Tierra que nos impele a
amarla y protegerla. Es el hogar de todos los humanos que hemos conocido y, con
gran probabilidad, conoceremos.[1] Cuatro
años antes, Aleksei Leónov, el astronauta ruso realizó el primer paseo espacial
de la historia expresando que la Tierra es “nuestra casa, pequeña, azul y
enternecedoramente solitaria”. Un punto perdido en la envolvente
oscuridad cósmica.
La preparación
del primer viaje a la Luna, su realización y seguimiento posterior fue un
proceso largo, costoso, difícil[2], pleno
de logros, pero también de muchas dificultades. “Un pequeño paso para el ser
humano, un gran salto para la humanidad” dijo Armstrong al pisar la Luna
simbolizando la enorme proeza humana. Pero otra expresión, a menudo usada
jocosamente cuando hacemos frente a una contrariedad, se ha hecho incluso más
popular: “Houston, tenemos un problema”[3]. Hoy
no es el Apolo sino la Tierra quien tiene un Problema con mayúsculas. Claro
está, la humanidad enfrenta muchas dificultades: la creciente desigualdad
social, el peligro de guerra nuclear, el avance hacia una sociedad autoritaria
y plutocrática sometida a un férreo control tecnodigital global, el ascenso de
los neofascismos, la emergencia de pandemias, un masivo control y vigilancia
social, nuevas adicciones colectivas, los riesgos geopolíticos globales
derivados del declive del imperio norteamericano y la emergencia de China, y
tantos otros más. Ese globo azul suspendido en un espacio infinito y oscuro
tiene hoy un problema aún mayor si cabe, el mayor reto al que nunca antes
tuvimos que hacer frente. Un reto que llama con insistencia a nuestra puerta:
la crisis socioecológica. No, no se trata sólo de limpiar nuestros ríos,
plantar árboles, cuidar bosques, reciclar productos o incentivar el uso de
energías renovables, iniciativas todas ellas imprescindibles y urgentes.
Tampoco significa el crucial hecho de tener que enfrentarnos a una emergencia
climática que está ya teniendo consecuencias calamitosas. Nuestro Problema es
más complejo, es otra cosa.
La Tierra es nuestra casa. Nuestro planeta es el único mundo conocido en que con certeza sabemos que la materia del Cosmos se ha hecho viva y consciente, aunque no necesariamente tiene por qué ser el único que pueda estar habitado[4]. La primera ocasión en que la humanidad contempló “nuestra pequeñez” tuvo lugar en la vigilia de Navidad de 1968 durante la misión del Apolo 8 cuando una fotografía hizo estallar nuestra conciencia de especie.
Amanecer de la Tierra, fotografía tomada por el astronauta del Apolo 8,
William Anders, el 24 de diciembre de 1968.
Ese día el
poeta Archibald MacLeish escribió:
“Ver
la Tierra, tal y como realmente es, pequeña y azul y bonita, en este silencio
eterno en que flota, es vernos a nosotros mismos juntos como jinetes sobre la
Tierra, hermanos en aquella brillante belleza en el frío eterno, hermanos que
saben, ahora, que son hermanos de verdad.”[5]
En sus libros y
programas de televisión, el astrónomo y gran divulgador científico Carl Sagan
recordaba que somos el legado de 15.000 millones de años de evolución cósmica y
que tenemos el placer de vivir en un planeta donde hemos evolucionado para
poder respirar el aire, beber el agua y amar a la naturaleza que nos rodea.
Nuestras células han sido forjadas en el corazón de las estrellas. “Somos polvo
de estrellas”, decía. Hoy nos enfrentamos a una circunstancia absolutamente
nueva, sin precedentes en la historia humana. Hemos creado una civilización en
la que hemos hecho progresos sociales y logros tecnológicos formidables pero
donde, voluntaria o involuntariamente, hemos alterado profundamente (y cada vez
con más rapidez) el entorno global y la vida del planeta. Hoy hemos dejado de
comprender que somos parte de la naturaleza, y eso nos convierte en un peligro
para la vida y para nosotros mismos. El poeta chileno Nicanor Parra advirtió
que hemos cometido el error de “creer que la Tierra era nuestra cuando la verdad de las
cosas es que nosotros somos de la Tierra”, y que seguimos teniendo
una manera de pensar antropocéntrica, científico-tecnológica y narcisista
basada en la “ego-conciencia” en lugar de en una “eco-conciencia”.
Tendemos a ser
ciegos, a atenuar lo que nos amenaza, a amortiguar lo nocivo o negativo, a no
mirar lo que no nos gusta. A pesar de estar cada día frente a nuestros ojos, no
vemos, no sentimos, no comprendemos; no queremos tomar plena consciencia de la
atroz crisis socioambiental en la que estamos inmersos. Nos cuesta creer las
incesantes y aterradoras advertencias que los científicos nos lanzan
continuamente. Vale decir que hay muchas razones para desoír las voces, y hay
muchas personas, grupos sociales e instituciones que hacen todo lo posible para
impedir que oigamos. No basta con disfrutar de los bienes, recursos y bienestar
que nos da la naturaleza, debemos también comprenderla y entendernos. Esa consciencia
debe provenir de una mirada limpia, humana, a la vez científica, ético-política
y espiritual. No basta con disfrutar de la luz eléctrica, decía el fraile
dominico brasileño Frei Betto, hay que entender cómo y por qué se produce:
“Solo quien tiene formación de electricista sabe mirar eso con otros ojos,
porque comprende cómo llega la luz a la sala… eso es la conciencia política:
ver los hilos, saber lo que pasa por detrás”. Lo primero es saber. En un
conocido ensayo, el filósofo ilustrado Immanuel Kant recordaba una vieja
consigna acuñada por Horacio (siglo I a.c.). Sapere Aude, decía:
“Quien ha comenzado, ya ha hecho la mitad: atrévete a saber, empieza”.
Durante mucho
tiempo, el planeta nos pareció inmenso, el único mundo explorable. Durante un
millón de años la humanidad creyó que éramos el centro del mundo, que aparte de
la Tierra no había ningún otro lugar. Hoy la Tierra se ha hecho muy pequeña. En
la última parte de la vida de nuestra especie sobre el planeta, nos hemos dado
cuenta de que vivimos en un mundo diminuto y frágil perdido en la inmensidad y
en la eternidad que está a la deriva en un gran océano cósmico.
El 14 de febrero de 1990, la sonda espacial Voyager 1 fotografió la Tierra desde 6.000 millones de kilómetros de distancia.[6] Un punto de luz casi imperceptible.
La Tierra a una distancia de 6000 millones de kilómetros de la Tierra por
la Voyager 1 en 1990.
Carl Sagan
explicaba con emoción sus sensaciones:
“Mira
ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él, todos
los que amas, todos los que conoces, todos de los que alguna vez escuchaste,
cada ser humano que ha existido, vivió su vida. La suma de todas nuestras
alegrías y sufrimientos, miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y
doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada
creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja
enamorada, cada madre y padre, niño esperanzado, inventor y explorador, cada
maestro de la moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder
supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie, vivió ahí –
en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol. La Tierra es un escenario
muy pequeño en la vasta arena cósmica… Nuestras posturas, nuestra importancia
imaginaria, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el
Universo… es desafiada por este punto de luz pálida.”
Los seres
humanos vivimos en un medio que modelamos y que a la vez nos modela a nosotros.
Habitamos un mundo natural creado durante miles de millones de años por los
procesos de la física, la química y la biología. Somos una más de las
especies.[7]
Somos capaces
de construir cómodas casas para cuidar a nuestros ancianos y también inmensas autopistas de 26 carriles.
Inventamos libros o la red global Internet, y también construimos mortíferas
armas nucleares, podemos explorar los polos y visitar la Luna o Marte, crear
belleza musical y desarrollar elegantes y potentes teorías científicas y
tecnologías de gran eficacia. Rehacemos la naturaleza a nuestra medida… Somos
una especie capaz de casi todo, pero no somos una especie más.[8]
Vivimos en dos
mundos en constante interacción: la ecosfera o biosfera
natural, la fina piel global compuesta por el aire, el agua, la tierra y las
plantas y animales que viven en ella, y la tecnosfera creada
por el ser humano, con todos los artilugios y productos que hemos sido capaces
de inventar. Dos mundos que están en guerra, como nos recordaba el gran biólogo
y ecologista Barry Commoner en Making peace with the planet.
La capacidad
humana actual de tener el poder suficiente como para intervenir de forma
determinante sobre la naturaleza tiene su origen en la revolución industrial
capitalista que se inicia a finales del siglo XVIII. En el último siglo hemos
asistido a la expansión de un capitalismo fosilista imparable, y en las cinco
últimas décadas al triunfo económico e ideológico de un capitalismo neoliberal
y cognitivo, capaz de crear crecimientos exponenciales y tecnologías
maravillosas, pero también de destruir lazos sociales y de solidaridad muy
profundos, difundiendo el consumo masivo y el entretenimiento vacío como forma
de vida y “realización” personal. El triunfo del capitalismo neoliberal ha sido
amplio, muy profundo, a todos los niveles, en todas partes.
Hoy el sistema
capitalista no parece capaz de crear “Estados de bienestar” para toda la
humanidad, ni siquiera, como recordaba el añorado urbanista y ecologista Ramón
Fernández Durán, “simulacros de bienestar”. El capitalismo destruye, construye,
y consume una materialidad que lo abarca todo. La mercantilización se extiende
desde el microcosmos al macrocosmos a todos los ámbitos y cosas: la sanidad, la
educación, la naturaleza, el conocimiento, la cultura, el arte, el deporte, el
cuerpo… El cuerpo se analiza, fragmenta, comercializa y finalmente se vende
como una mercancía más. Se patentan genes, bacterias, semillas, tejidos y
animales modificados genéticamente, se trafica y compran órganos, se alquilan
úteros, familiares y hasta novias/os, y se venden parcelas en la Luna o en los
planetas.[9],[10] Y es también un modo de vida inmaterial. El capitalismo emocional es la
causa última de una patogénesis generalizada que entra en nuestros cuerpos y
mentes. Penetra en nuestros cerebros, insertándonos ideas, relatos y ficciones
que cambian nuestras mentes y transforman las relaciones humanas. Las empresas
farmacéuticas, vivas rastreadoras de todo beneficio que se precie, identifican
todo tipo de malestares, adicciones, neurosis, trastornos, preocupaciones,
dolores, humillaciones y miedos causados por el propio capitalismo, para crear
todo tipo de síndromes y enfermedades y vender sus productos. Sin embargo, para
una gran parte de la humanidad, disponer de fundamentos vitales tan básicos
como comer alimentos, beber agua o respirar aire en condiciones higiénicas y
saludables es aún un sueño inalcanzable.
Tenemos los
medios y recursos para reeducar nuestra mente, para ver nuestro Problema, pero
necesitamos de la decisión y el valor, personal y colectivo, para hacerlo. No
podemos resignarnos a no pensar y sentir al mismo tiempo. Debemos usar esa palabra
tomada por el sociólogo colombiano Orlando Gals Borda de los pescadores de San
Benito Abad en el municipio colombiano de Sucre: el “sentipensar”.
La innovación
básica de la revolución científica del siglo XVI y XVII fue hacer preguntas y
descubrir nuestra ignorancia, darnos cuenta de que no teníamos todas las
respuestas. Aprender que con esfuerzo, tiempo, y recursos podíamos investigar y
conocer más cosas, ganando en poder para cambiar la tecnología, la cultura, la
economía y el medio natural. La ciencia, el conocimiento y la solución de
problemas se inician y nutren continuamente a partir de hacernos preguntas.
Albert Einstein apuntaba que la formulación de un problema es más importante
que su solución; el escritor Marc Twain señalaba que el problema no es lo que
no sabemos sino lo que creemos que es cierto y no lo es; el artista y escritor
John Berger nos instaba a vivir con los ojos abiertos sin dejarnos derrotar por
el nihilismo, el odio y la desesperación. ¿Seremos capaces de mirar (y cambiar)
nuestro Problema?
Notas:
[1] Esa emoción se conoce como “efecto general”
(overview effect). Al ver el planeta bañado en la oscuridad del espacio, las
fronteras se borran y todos somos ciudadanos de la Tierra. Ron Garan, un ex
astronauta de la NASA que pasó dos semanas trabajando en la construcción de la
Estación Espacial Internacional dijo: «Para mí fue una epifanía en cámara
lenta…. un profundo sentido de empatía y comunidad, la voluntad de renunciar a
tener una recompensa inmediata y tener una perspectiva de progreso
multigeneracional… es el hogar de todos los que alguna vez vivieron y de todos
los que serán.» Ver: Ian Sample. Scientists attempt to recreate
‘Overview effect’ from Earth. The Guardian. 26 diciembre
2019.
[2] El coste económico fue de unos 288.000 millones
de dólares de 2019, gastados durante poco más de una década. En 1965 el
programa llegó a su cenit, con una inversión equivalente al 2% del PIB de
EE.UU. de entonces. Antonio Turiel. Cincuenta años del primer hombre en
la Luna. 26 julio 2019.
[3] La frase no es exacta ni se dijo durante el
primer viaje sino un año más tarde, en el Apolo 13 pero así ha quedado
registrada en el imaginario popular. «Houston, we have a problem» es una
popular pero errónea cita de una frase del Jack Swigert durante el accidentado
viaje del Apolo 13, justo después de observar una luz de advertencia acompañada
de un estallido,1 a las 21:08 CST del 13 de abril de 1970. La frase de Swigert
fue: “Bien, Houston, hemos tenido un problema aquí («Ok, Houston, we’ve had a
problem here»). A la que siguió la de su compañero Jim Lovell al decir “Ah,
Houston, hemos tenido un problema. («Uh, Houston, we’ve had a problem»).
[4] Carl Sagan, uno de los mejores divulgadores de
la ciencia y el Cosmos lo dijo con estas palabras: “Hay cien mil millones de
galaxias y mil millones de billones de estrellas. ¿Por qué debería ser este
modesto planeta el único habitado? Personalmente, creo que es muy posible que
el Cosmos rebose de vida e inteligencia. Pero “Hasta ahora, todo ser vivo, todo
ser consciente, toda civilización que hayamos conocido vivió allí, en la
Tierra. Bajo esas nubes se desarrolla el drama de la especie humana… Las
fronteras nacionales no se distinguen cuando miramos la Tierra desde el
espacio. Los chauvinismos étnicos o religiosos o nacionales son algo difíciles
de mantener cuando vemos nuestro planeta como un creciente azul y frágil que se
desvanece hasta convertirse en un punto de luz sobre el bastión y la ciudadela
de las estrellas.” Ver: Cap 1 de la serie de 13 documentales Cosmos, basada en
el libro Sagan C. Cosmos. Barcelona: Planeta, 1980.
[5] Gore A. Una veritat incòmode. Barcelona:
Gedisa, Edicions 62, 2006:12.
[6] La Voyager 1 es una sonda espacial robótica de
722 kilogramos lanzada el 5 de septiembre de 1977 que es el objeto humano más
alejado de la Tierra. Su misión es localizar y estudiar los límites del sistema
solar y explorar el espacio interestelar inmediato. En junio de 2021 estaba a
22.909.417.919 km del Sol y le quedan unos 17.702 años para salir de la nube de
Oort, donde entrará en el siglo XXIV.
[7] Ward B, Dubos R. Only one Earth.
New York: Ballantine Books, 1972:XIX.
[8] Si bien el ser humano es una especie humana más,
no es una más de las especies. “La especie [humana] ha desarrollado en su
evolución, para bien y para mal, una plasticidad difícilmente agotable de sus
potencialidades y sus necesidades. Hemos de reconocer que nuestras capacidades
y necesidades naturales son capaces de expansionarse hasta la autodestrucción.
Hemos de ver que somos biológicamente la especie de la Hybris, del pecado
original, de la soberbia, la especie exagerada.” Ver: Sacristán M. Pacifismo,
ecologismo y política alternativa. Barcelona: Icaria, 1987:10.
[9] El empresario norteamericano Dennis Hope
registró en 1980 la Luna a su nombre. Hope aprovechó un vacío legal, ya que si
bien existe un tratado internacional que indica que ningún país puede reclamar
la propiedad de la Luna u otro planeta, este no dice nada sobre personas o
empresas privadas. El satélite fue dividido iniciándose la venta de parcelas
mediante la Lunar Embassy. Mediante su empresa Lunar Embassy Hope vende pedazos de terreno lunar y lo mismo
podría pasar con Marte, Mercurio y Plutón.
[10] Ver por ejemplo, I. Wallerstein. El
capitalismo histórico. Madrid, Siglo XXI, 2012 (2 ed), p. 90 [ed. original
1988]; Y. Varoufakis. Economía sin corbata. Barcelona, Destino,
2013, p. 34 (ed. orig. 2015).
Artículo publicado originalmente en Contexto.
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