LOS MISTERIOS DEL
CORONAVIRUS
SPUTNIK
13.10.2020
La pandemia se ha hecho un hueco en
nuestras vidas. Ha venido para quedarse hasta que la vacuna o un remedio
terapéutico eficaz le indiquen el camino de salida. Entretanto, la
incertidumbre y el miedo asociados a los graves efectos que provoca en la salud
y en la economía han modificado los hábitos de la población de todo el planeta.
Sin embargo, el coronavirus sigue
siendo un gran desconocido. Los técnicos todavía no se han puesto de acuerdo en
sus características básicas: ¿Con qué facilidad se propaga por el aire? Los
misterios del coronavirus nos dejan perplejos. ¿Por qué la incidencia de la
enfermedad está siendo baja en África si todo hacía presagiar lo contrario?
¿Por qué la segunda ola está poniendo en riesgo a países que gestionaron bien
la pandemia en marzo-abril? El caso más claro de esto último se da en la
República Checa.
Este
Estado de Europa Central parece abocado a un segundo confinamiento de todo su
territorio, después de un brusco aumento en la cifra de contagios, lo que
le ha convertido en
el lugar de Europa de mayor crecimiento de la pandemia,
sólo meses después de haber conseguido ser una de las historias exitosas de
control del COVID-19. Toda una paradoja.
El número
de casos creció, el viernes 9 de octubre, hasta 8.615 en
este país habitado por 10,7 millones de personas, frente a los 3.000 casos
registrados el día anterior.
Comparaciones
A modo de
comparativa, España, otro país europeo en cabeza en la lista negra,
y con una población de 47 millones, documentó 12.788
infectados nuevos ese mismo día. Con esas cifras en la mano, la República Checa
ha llegado a los 451,2 casos por 100.000 habitantes en los últimos 14 días en
comparación con los 308,1 de España, según las estadísticas del Centro Europeo
para la Prevención y el Control de Enfermedades, con sede en Estocolmo
(Suecia).
Esta
aparente victoria motivó que el Gobierno del primer ministro Andrej Babis
fuera reduciendo paulatinamente las fuertes restricciones impuestas,
antes de levantarlas casi por completo a finales de junio. Mientras el país
recuperaba el pulso de antaño al arrancar el verano, los contagios regresaron
en agosto y se dispararon en septiembre, lo que desató un fuerte debate
público.
La oposición denunció la
"complacencia" de Babis, un multimillonario que abrazó el mundo de la
política en 2012.
"Hemos sido víctimas de nuestro
propio éxito. Gestionamos tan bien la primera ola del coronavirus que nos
creímos invencibles", reconoce la socióloga Dana Hampilova, de la
Universidad Carolina de Praga.
África
África es otro punto extraño en este
relato. Ya en febrero de este año, antes de que se declarara la pandemia, los
expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) temieron que su expansión
por el llamado continente negro se descontrolaría, alegando las deficiencias de
su sistema sanitario y la falta de recursos. Se equivocaron de parte a parte,
porque emplearon patrones europeos.
A fecha de 11 de octubre, la cifra de
muertos en toda África asciende a 38.396 y el de infectados a 1,5 millones.
Sólo en España han fallecido 32.929 personas (861.000 infectados) y en Estados
Unidos, 215.000 (7,8 millones de infectados).
"África ha tenido su propia
epidemia… He trabajado muy de cerca con la epidemia en el Reino Unido y también
en Europa y son diferentes. Tienen diferentes características", afirma el
doctor Mark Woolhouse, director de TIBA (que en suajili significa "curar
una infección"), un programa de investigación que trabaja en Ghana, Sudán,
Kenia, Tanzania, Uganda, Zimbabue, Botsuana y Sudáfrica para extraer y
compartir lecciones de las formas en que los diferentes sistemas de salud
africanos abordan las enfermedades infecciosas.
Los datos
confirman que la pandemia ha afectado en África principalmente a la población
más joven. El 91% de las infecciones por COVID-19 en el área subsahariana ha afectado a gente menor de 60 años, y más del 80% de
esos casos han sido asintomáticos, un porcentaje mucho más elevado que en otras
zonas del globo. La juventud ha sido una gran ventaja. Cerca del 40% de la
población africana tiene menos de 14 años.
El legado de otras enfermedades
Años de
experiencia en pasadas epidemias, como la terrible del Ébola,
también han contribuido a que la reacción africana haya sido más rápida y más
ajustada a las capacidades y necesidades locales. La tendencia descendente de
casos queda indudablemente vinculada a la adopción de medidas sanitarias
robustas y decididas por los gobiernos africanos.
Además, la cultura africana integra más a las personas de la tercera edad
que suelen vivir con sus familiares y mucho menos en centros geriátricos,
convertidos en entornos extremadamente peligrosos. Los contagios entre la
población de más edad han contribuido a aumentar el índice de letalidad en todo
el mundo. Por ejemplo, en Estados Unidos, en un momento dado, uno de cada tres fallecimientos procedía de residencias de ancianos.
La movilidad reducida dentro del
continente africano también ha ayudado a entorpecer la propagación del virus
SARS-CoV-2 y bajar así su incidencia.
"Los factores para los bajos
índices de transmisión y gravedad de la enfermedad incluyen, por ejemplo, una
población más joven, una posible inmunidad inherente, la temperatura y la
altitud [la geografía], una mejor respuesta de la población porque tenemos
mucha experiencia con el Ébola y otras enfermedades", resume a la
perfección el doctor Sam Okuonzi, presidente de la dirección del Hospital de
Arua, en Uganda.
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