Un debate necesario
Animalismo, antiespecismo y ecología desde una
perspectiva marxista
16/04/2019 | Juanjo Álvarez
Vientosur
16.04.2019
El animalismo
ha surgido como un tema con impacto político desde hace algunas décadas y va
tomando cada vez más peso, especialmente en sectores jóvenes. En el Estado
español, la movilización en defensa de los animales, como un marco genérico, ha
ido desgranándose en diversas organizaciones – desde protectoras hasta
organizaciones más amplias como Anima Naturalis – que tienen una actividad
regular y cierta presencia mediática, pero sobre todo una imagen pública muy
positiva.
En el terreno
más político, dos son los elementos que nos deben hacer tomar nota de la
relevancia del tema: primero, la presencia de algunos de estos temas en la
política institucional (la llegada de leyes de maltrato animal a algunos
parlamentos autonómicos así como otras medidas más tibias en el ámbito estatal)
y sobre todo el éxito electoral de PACMA, que pese a presentarse prácticamente
sin programa y sin candidaturas mediáticas, obtiene unos resultados electorales
muy significativos y parece encaminado a obtener representación en este ciclo.
Sin embargo,
este incremento de la presencia pública no es lineal ni homogéneo. Bajo el
paraguas de la defensa de los animales conviven organizaciones proteccionistas,
ecologistas que priman los ecosistemas sobre la defensa de los animales no
humanos o sectores de animalismo de corte más esencialista que sitúan la vida
de los animales por encima de todo, con una brecha entre animalistas y ecologistas
que no ha dejado de aumentar desde hace años.
Necesidad de una perspectiva no individualista sino
colectiva como alternativa al planteamiento consumista
En un contexto
como éste, es es difícil para las organizaciones políticas armar una posición
solvente y con encaje en una organización revolucionaria. La orientación que
más problemas teóricos y políticos presenta es la que hemos llamado
esencialista, puesto que tiene el riesgo de desembocar en políticas
individualistas por dos vías: primero, porque la focalización en la defensa de
la vida adquiere la forma de la defensa de cada uno de los seres vivos, no de
la colectividad, y segundo, porque se traduce mayoritariamente en
comportamientos de control y orientación del consumo. A estos problemas se
añade otro más: no discierne entre los sujetos capaces de auto-determinación -y
por lo tanto de emancipación- y los que carecen de esta capacidad. La cuestión
de los sujetos animales es una de las bases de esta problemática, ya que
frecuentemente adquiere una deriva esencialista.
Bajo el debate
del animalismo y las posibles posiciones está siempre la discusión del valor de
la vida de los seres vivos. A priori, no hay una categorización de los seres
vivos, en ningún caso, que pueda dar un “ratio” de valor de una vida; se trata
de una discusión de orden casi metafísico que apenas produce nada y que sólo
ayuda a oscurecer el debate. Junto a esto, está la problemática de la necesidad
que los seres humanos tenemos de alimentarnos y conseguir nuestros medios de vida,
que de una u otra forma nos obliga a asumir una relación conflictiva con la
naturaleza, incluyendo los seres vivos. Lo importante en este caso es construir
una posición que sea consistente con una política revolucionaria y de cuidado
de la vida, lo cual pasa por una posición que focalice en lo colectivo y fije
el objetivo en sociedades realmente sostenibles, pero también con un
conocimiento científico y social mínimamente solvente, que no eche por tierra
cualquier matiz en la consideración de las capacidades de cada especie y de su
impacto ecológico.
Encaje con la
tradición marxista
Si tratamos de
entrar al animalismo desde la tradición marxista, parece evidente que la puerta
de entrada es la teoría de la naturaleza. El concepto de naturaleza en Marx es
fundamental porque condiciona tanto su antropología como su teoría de la
creación de valor. Es importante recordar que, en línea con los postulados
materialistas, Marx afirma la naturaleza como marco de realidad para toda
actividad y también fuente de generación de valores de uso. “Materia natural y
trabajo” son los elementos que subyacen a cualquier producción, y más allá de
eso, Marx avanza que, en su producción, el hombre sólo puede proceder como la
naturaleza misma, vale decir, cambiando, simplemente, la forma de los
materiales. Más aún: “ese trabajo de transformación se ve constantemente
apoyado por fuerzas naturales. El trabajo, por tanto, no es la fuente única de
los valores de uso que produce, de la riqueza material. El trabajo es el padre
de ésta, como dice William Petty, y la tierra, su madre (Marx 1975: 53).
En este pasaje
se observa con claridad la importancia de la naturaleza como una realidad
objetiva en la que se inserta la actividad humana, no sólo como un límite
externo – que sería el establecido por la presencia de materia natural sino
porque el ser humano sólo puede producir imitando la naturaleza. Y esa
producción es un intercambio, una mediación, como especifica más adelante al
describir el trabajo como “un proceso en el que el hombre media, regula y
controla su metabolismo con la naturaleza” en el que el ser humano actúa como
“un poder natural” (Marx 1975: 215). Con esto quedan solventadas las bases más
elementales de la concepción del trabajo en términos abstractos, como medio de
satisfacción de las necesidades materiales. Evidentemente, en estos pasajes
Marx no determina cuál ha de ser el mecanismo concreto por el que la cultura se
desarrolle, esto es, cuáles son las formas de vida que permitan satisfacer las
necesidades materiales de la supervivencia, pero sí los elementos básicos sobre
los que se construyen.
El término
metabolismo, que ya aparece en la cita anterior, es otra de las piezas clave
para construir un planteamiento ecosocialista. Con este término Marx plantea la
relación que tienen los seres humanos, en tanto que pertenecientes a la
naturaleza, con el resto de la naturaleza. En sus escritos tempranos parece
defender un horizonte de emancipación en el que las sociedades, liberadas del
capitalismo, establecen una relación de armonía con la naturaleza; sin embargo,
el Marx maduro opera con una noción de ser humano-naturaleza en conflicto.
Efectivamente, una antropología que no incurra en cierto misticismo tiene que
asumir que los seres humanos necesitan operar sobre la naturaleza objetiva para
obtener sus medios de vida. Aquí es donde la noción de metabolismo
sociedad-naturaleza adquiere su relevancia, en tanto que designa la relaciones
que establecen las sociedades para solventar las necesidades, relaciones que
dependen de la forma que adquiere la naturaleza y deben adaptarse a sus
patrones de desarrollo y regeneración.
La naturaleza
objetiva
En este esquema
teórico, la naturaleza aparece escindida en dos perspectivas: naturaleza
subjetiva y naturaleza objetiva, referida esta última a la realidad natural en
tanto que es vivida y percibida por los sujetos humanos como el entorno vital
de las comunidades, y también como el objeto sobre el que desarrolla su
actividad. En ese marco tiene encaje una teoría sobre la condición de los animales.
El propio Marx no la desarrolló, como tampoco desarrolló una teoría que
pudiéramos llamar ecologista pese a haber sentado unas bases sólidas, pero de
sus planteamientos se pueden extraer algunas conclusiones.
La primera y
más evidente es que para Marx los animales no son objeto de consideración
específica: dentro de la naturaleza objetiva, no se diferencia entre una u otra
clase de entidades, sean éstas cuales fueran. Pero nos interesan dos puntos
sobre los que sí se puede plantear una posición consistente: en primer lugar,
la cuestión del conflicto inherente a la relación entre sociedad humana y
naturaleza, que sitúa la cuestión de cara a posiciones maximalistas de defensa
de los animales. Por otra, la posibilidad – necesidad, en la teoría marxista – de
controlar no la naturaleza, sino la relación que establecemos con ella. En
cierto modo, se puede plantear de la siguiente forma: no podemos obviar nuestra
necesidad de operar como un sujeto histórico que actúa sobre su entorno
material, pero sí podemos controlar y dirigir nuestras interacciones con ese
entorno.
La explotación
como dinámica propia del capitalismo
Puesto que la
naturaleza es fuente de valores de uso, y que estos valores son desplazados en
el capitalismo por los valores de cambio – pero sólo a partir de la operación
del capital, que convierte el valor en mercancía y la mercancía en fetiche –
podemos concluir que la explotación de la naturaleza objetiva se deriva
naturalmente de la dinámica de explotación del capitalismo. Y entonces encontramos
un punto de unión entre la crítica de la explotación que tradicionalmente ha
realizado el marxismo -en tanto que crítica de la explotación de la fuerza de
trabajo- y la crítica de la explotación animal. Ambas realidades, las que
corresponden a la naturaleza objetiva y a la subjetiva, son objeto de la misma
dinámica de explotación. De esto no se deduce que se trate de dos fenómenos
equiparables, puesto que existen elementos diferenciadores pero sí que el
origen de la explotación es el mismo.
Se da aquí, además,
un paralelismo con el fenómeno del capitalismo verde, que pretende introducir
modificaciones en la dinámica del mercado para asumir la realidad ecológica y
dar cuenta, y se encuentra un obstáculo evidente: el capital sólo responde a la
lógica de acumulación y por lo tanto no puede dar cuenta de objetivos como el
antiespecismo o el encaje ecológico. Se pueden plantear modificaciones de orden
menor que salvaguarden algunos aspectos menores, estéticos, pero en último
caso, la explotación para la obtención de beneficio es la característica
central del capitalismo. Dicho de otro modo, el capitalismo no puede aceptar
una transformación que sitúe fuera del centro la explotación, porque entonces
dejaría de ser capitalismo. Si hay una opción de encontrar sistemas sociales
que cuestionen la explotación de los seres vivos, es una opción que pasa por
suprimir el capitalismo.
Mercantilización
y especismo
Es, por lo
tanto, la dinámica de explotación del capital la que determina las formas de
uso de los animales, humanos y no humanos, si bien bajo formas diversas. Hemos
recordado anteriormente que para Marx la creación de riqueza depende de la
naturaleza tanto como del trabajo, pero es importante traer aquí una cuestión
que queda ejemplificada en el famoso pasaje de las abejas, que según Marx
avergüenzan a los humanos por su perfección, pero lo que diferencia a las
creaciones humanas de la actividad de los animales no humanos es que los
primeros pueden desarrollar en su mente el proyecto que quieren llevar a cabo;
pueden idearlo y decidir sobre él. Esto se puede interpretar de dos formas: la
superior capacidad de los seres humanos para imaginar, construir y decidir los
sitúa en una situación de fuerza por la cual son responsables, en mayor o menor
medida, de las formas sociales de la explotación; y en el sentido opuesto, esa
capacidad superior hace que la sumisión impuesta por la venta del trabajo tenga
mayor gravedad, en tanto que subordina la libertad más plena que les da la
capacidad intelectual superior.
Entramos con
esto en la cuestión del especismo. Si anteriormente hemos dicho que no había
posibilidad de discernir entre formas de vida de modo cualitativo, tal vez
podamos encontrar una caracterización más ajustada de un modo funcional. La
diferenciación que hacíamos en el párrafo anterior sobre la capacidad de
alcanzar una proyección intelectual que caracteriza a los seres humanos ha sido
parcialmente modulada por la investigación científica contemporánea pero, en
términos generales, confirmada.
Hay dos rasgos
que aparecen sistemáticamente en los estudios sobre la cognición humana y
animal; uno de ellos es la empatía, el segundo la capacidad de pensamiento
abstracto. En lo que se refiere a la empatía, y dejando fuera deformaciones más
o menos orientadas a la literatura de autoayuda, podemos describirla como la
capacidad que tiene un sujeto para comprender los estados mentales de otros
sujetos; puede parecer elemental pero en realidad es una capacidad que
tradicionalmente se había asignado en exclusiva al ser humano. Recientemente,
estudios como el de Frans de Waal – pero también otros autores de prestigio
como Tomasello o Ferrari – han mostrado que existen formas de empatía
evolutivamente incipientes en animales como los llamados primates superiores y
también en algunos otros mamíferos superiores. Esta capacidad se relaciona con
el reconocimiento de sí mismo, la elaboración de juicios y expectativas
sociales o las normas, por lo que tiene una importancia fundamental.
En lo que se
refiere a la capacidad para el pensamiento abstracto, se extiende sobre todo a
las prácticas cognitivas que nos permiten reconocer a otros sujetos en
distintos momentos vitales, reconocer espacios o proyectar a futuro. Sobre
estas dos características se construye la capacidad de decidir, elaborar
estrategias complejas – chimpancés y bonobos son capaces de estrategias
sencillas, siempre que sean repetitivas y no involucren a muchos sujetos – y
elaborar planes. De esta relación sí podemos extraer conclusiones de interés
para la relación de sociedades humanas y animales no humanos. Al margen de
reflexiones de alto nivel especulativo, los sujetos humanos y no humanos se
diferencian en su capacidad para dirigir sus propias vidas. Aunque no
deberíamos sostener la visión de la ciencia y la filosofía tradicional sobre la
dependencia total de los instintos, es cierto que los animales no pueden tomar
decisiones complejas o decidir su propio futuro, por lo que no podemos
considerarlos sujetos políticos. Sin embargo, de aquí no se puede – ni se debe
– derivar una defensa del especismo. Dentro de ciertos límites, los animales
humanos y no humanos compartimos una historia evolutiva y sería ridículo
pretender que hay una brecha absoluta: los animales humanos pueden ser sujetos
de una vida buena o de sufrimiento, y por lo tanto no existe ninguna
justificación para una explotación indiscriminada que produzca dolor. Por otra
parte, la condición animal de los seres humanos y su dependencia de la
naturaleza para obtener sus medios de vida siguen siendo un elemento inevitable
de la discusión. Un antiespecismo que valore las vidas de todos los animales
aceptando el conflicto latente entre las diversas formas de vida parece la
opción más sólida.
La
consideración de los animales no humanos
Jorge Riechmann
ha argumentado sobre la capacidad de sentir dolor de los animales (Un mundo
vulnerable, ed. Catarata) y plantea la fórmula “no dañar lo que puede ser
dañado”. Esta fórmula nos sitúa en la alternativa de la supervivencia todos los
seres. Más arriba apuntábamos la relación de todos los seres con la explotación
capitalista, y creemos que está demostrada la ilegitimidad del uso de cualquier
vida para obtener beneficios mercantiles. Al mismo tiempo, hemos recordado la
condición del ser humano como ser dependiente de la naturaleza, pero es
evidente que no precisa de la explotación animal sistemática que actualmente
impone el capital, al tratar las formas de vida como objetos de la reproducción
mercantil. Los seres humanos no necesitan consumir carnes procedentes de
ganadería, y pueden sustituir su aporte de proteínas mediante otros alimentos;
sin embargo, una eliminación del consumo de alimentos de origen animal
difícilmente puede ser sostenida sin aportes químicos, y estos obligan a
producciones ecológicamente agresivas que dañan al ser humano y causan la
muerte… de animales no humanos.
El equilibrio
es difícil de establecer, pero parece claro que la intuición de Marx sobre el
conflicto de sociedades humanas y naturaleza persiste. Lo que sí es importante
es traer las capacidades cognitivas – y morales, y políticas – superiores del
ser humano para controlar el daño que realiza en el curso de esa conflictiva
relación. Al fin y al cabo, en eso consistiría un control del metabolismo entre
sociedad y naturaleza.
Descenso del
consumo, centralidad de la vida, cuidados y reversión de la mercantilización de
la vida
Los descensos
del consumo y la eliminación de prácticas alimentarias especialmente dañinas no
son un horizonte realizable si no es bajo control colectivo de la actividad
humana. Sin menospreciar las prácticas de consumo, que tienen un evidente valor
moral, sólo la transformación social y política puede permitir un encaje
adecuado en los ecosistemas frente a las muertes gratuitas de animales no
humanos, el sufrimiento general y la crisis ecológica.
Esto tiene un
marco más que adecuado en la realidad actual, de crisis ecológica y de matanza
generaliza de animales en condiciones infernales. El incremento de la
producción y el consumo que ha producido la expansión del capital ha dejado un balance
claro: el crecimiento indefinido de la producción de bienes materiales no
implican beneficios para la emancipación de las sociedades, ni pueden
sostenerse en el marco ecológico ni para las vidas no humanas. Una forma de
sociedad que controle sus relaciones con la naturaleza no humana y con su
propia organización social debe pasar por la superación del capitalismo.
Juanjo Álvarez es miembro del Área de Ecosocialismo de Anticapitalistas
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