Lucha
sin clases: ¿por qué el proletariado no resurge en el proceso de crisis
capitalista?
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Autor(es): Trenkle, Norbert
Herramienta.com.ar
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Trenkle, Norbert . Miembro de la redacción de la revista alemana krisis,
publicación de teoría crítica que existe desde 1986. Tuvo una activa
participación en las jornadas del Tercer Coloquio Internacional Teoría Crítica
y Marxismo Occidental “La crisis del trabajo abstracto”, realizado en Buenos
Aires los días 5 a 7 de noviembre de 2007, organizado por Herramienta en
colaboración con la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires y el IADE.
De la lucha de clases al desclasamiento
I. Mientras
avanza la precarización de la vida junto con las condiciones de trabajo y son
perjudicados sectores cada vez mayores de la población, retorna con fuerza el
discurso sobre la lucha de clases, el que en las últimas dos décadas casi había
desaparecido. En un primer momento esto puede parecer plausible, dada la
creciente polarización social. Sin embargo, como suele suceder cuando se
recurre a modelos interpretativos y explicativos del pasado, éstos no sirven
para esclarecer el presente. Al contrario de lo que parecería a primera vista,
las categorías del antagonismo de clase no explican adecuadamente la creciente
desigualdad social. Tampoco los conflictos de intereses resultantes de esa
desigualdad coinciden con lo que, históricamente, se designó como lucha de
clases.
II. El gran
conflicto social que moldeó la sociedad capitalista de manera decisiva durante
todo el período histórico de su conformación y establecimiento fue, como se
sabe, el conflicto entre capital y trabajo. En este conflicto se expresa la
oposición de intereses entre dos categorías inmanentes a la sociedad productora
de mercancías: < entre los representantes del capital que comandan y
organizan el proceso de producción con el objeto de lograr la valorización del
capital y los asalariados que con su trabajo “generan” el plusvalor necesario
para eso. Como tal se trata de un conflicto interno al sistema capitalista en
torno a las condiciones de cómo el valor es producido (condiciones de trabajo,
horas de trabajo, etc.) y el modo de su distribución (salarios, ganancias, prestaciones
sociales, etc.). Este conflicto de intereses se expresó históricamente como
lucha de clases debido a que, en base a determinadas condiciones históricas,
los asalariados se constituyeron como un sujeto colectivo. En la defensa de sus
intereses desarrollaron una identidad y subjetividad colectiva de “clase
obrera” y, como tal, lograron ser reconocidos como ciudadanos y sujetos de
mercado, a saber: como propietarios y vendedores de una mercancía muy
específica, la mercancía fuerza de trabajo.
III. Ahora
bien, si en la segunda mitad del siglo XX la lucha de clases fue perdiendo cada
vez más su dinámica, esto no fue, obviamente, porque la sociedad capitalista
prescindiera de la producción de plusvalor. La contradicción objetiva entre las
categorías funcionales de capital y trabajo sigue vigente, aún cuando
haya cambiado su fisonomía concreta en el curso del desarrollo capitalista. Sin
embargo los asalariados perdieron su carácter de clase, en la medida en que
fueron integrados al universo de la sociedad capitalista como ciudadanos y
sujetos de mercado. Es decir: a medida que la existencia social basada en el
trabajo abstracto se generalizaba y prácticamente todos los miembros de la
sociedad se convirtieron en propietarios y vendedores de fuerza de trabajo,
se diluyó la idea de que los asalariados representaran un sujeto
revolucionario.
IV.Esta
transformación del conflicto entre capital y trabajo, que alguna vez pareciera
ser un antagonismo irreductible, se refleja en el hecho, de que hoy en día los conflictos
laborales mayormente ya no se llevan a cabo bajo la premisa de una
confrontación fundamental, de una incompatibilidad objetiva entre los intereses
del vendedor de la fuerza de trabajo con los del capital. Más bien se enfatiza,
en general, la base común de intereses opuestos tales como el reforzar la
demanda interna en el mercado nacional o elevar la productividad empresarial
por medio de mejores condiciones de trabajo. No se critica el lucro como tal,
sino más bien las “ganancias exorbitantes”, la “innecesaria relocalización
fabril” o lo que se designa como “los buitres del capital financiero”. Esto no
es de sorprender, porque los sujetos modernos saben que su bienestar en la
sociedad productora de mercancías, aunque sea precario, depende de que sigan en
marcha los procesos de valorizar el capital, incrementar la productividad y
crecimiento forzado.
V. Esta
percepción se debe por cierto al hecho de que la sociedad productora de
mercancías se ha impuesto de una forma casi total, ganando la apariencia de una
ley natural irrevocable. A la vez, las modificaciones en la relación
capital-trabajo introducidas en la época post-fordista contribuyeron a
establecer una extrema polarización social, que sin embargo no forma la base
para una nueva constitución de clases sino más bien para un proceso general de
“desclasamiento” que se expresa por lo menos en cuatro tendencias.
VI. En
primer lugar, ya en la fase final del fordismo, el trabajo directo sobre el
producto cedió lugar a las funciones de supervisión y control así como a las
tareas de la pre y la postproducción. En. Esto implicó no sólo que la mano de
obra industrial productora de valor, que siempre se había considerado como el
núcleo de la clase obrera, perdiera en importancia frente a las otras categorías
de asalariados, como los trabajadores ocupados en la circulación, en el aparato
estatal y en los diversos “sectores de servicios”. A la vez, una parte
significativa de las funciones directivas y de control a bajo y mediano nivel
fueron integradas en las actividades laborales; de este modo la contradicción
entre trabajo y capital fue transferida directamente al interior de los
individuos (que eufemísticamente se designó como “responsabilidad personal”,
“enriquecimiento del trabajo”, “horizontalidad jerárquica”, etc.). Esta
tendencia se vio agravada por la presión creciente de la competencia y por la
precarización generalizada de las condiciones de trabajo. El caso más obvio es
el de los “cuentapropistas”, que están obligados a realizar el mismo trabajo
que un empleado a cuenta y riesgo propio. Pero incluso dentro de las empresas
mismas se agudiza la tendencia de organizar las tareas de tal manera que los
empleados sean “gestores” de sí mismos y de su área de trabajo (por ejemplo con
la instalación de los llamados “centros de utilidades”). Y por último, la
administración estatal del desempleo elogia a la “autogestión” y a la
“responsabilidad personal” tanto más que queda en evidencia la incapacidad del
mercado de trabajo para reabsorber a todos los expulsados.
VII. En
segundo lugar, se suma la flexibilización forzada en el mercado de
trabajo. Como es bien sabido, hoy día el peor pecado contra la ley capitalista
es seguir adherido a una determinada función o actividad laboral. Para
sobrevivir uno debe estar dispuesto a alterar constantemente entre diferentes
actividades y categorías de trabajo asalariado y autónomo (e incluso formas de
trabajo no remuneradas como las pasantías o el “trabajo a prueba”) sin
identificarse con ninguna de ellas, según el vaivén de oferta y demanda. Esto
claramente fomenta una competitividad generalizada y socava las bases para una
solidaridad laboral.
VIII. Tercero,
las nuevas jerarquías y divisiones sociales no son marcadas por las
delimitaciones entre las categorías capital y trabajo, sino que se superponen
con ellas. Dicho más específicamente: entre los mismos asalariados las
diferencias sociales son tan abismales como en el conjunto de la sociedad. Esto
ya se puede observar al interior de las propias empresas, donde el personal de planta
estable (en disminución) incluso asegurado por convenio colectivo de trabajo,
realiza las mismas tareas junto a un creciente número de trabajadores
contratados, temporales y cuentapropistas en condiciones laborales
precarizadas. Aun mayores son las diferencias entre los distintos rubros
industriales, segmentos de producción y sedes regionales. Y por último las
discrepancias en términos de ingresos y condiciones de trabajo entre los
diferentes países y regiones que compiten en el mercado global, son
enormes.
IX. En
cuarto y último lugar, el desclasamiento significa que a nivel mundial un
número creciente de personas son excluidas en el sentido de que no hay más
lugar para ellas en el sistema productor de mercancías que cada vez tiene menos
capacidad para integrar fuerza de trabajo productiva. Deben confrontarse con la
situación de ser no sólo sustituibles en cualquier momento, sino también
“superfluos” en grado creciente en el capitalismo. Los “privilegiados” hoy en
día son aquellos que aún son requeridos para cumplir alguna función sistémica.
Pero desde que estas mismas funciones se han tornado precarias, mantenerse
incluido es un equilibro sobre la cuerda floja y cada vez más difícil. A medida
que las estructuras funcionales se desintegran, también se incrementa el número
de individuos excluidos. La cantidad de ellos difiere según el lugar que ocupa
un país o una región en la escala de la competencia global pero, sobre todos
cierne la amenaza de caer en la nada social. La tendencia es clara e inequívoca:
a nivel mundial se ha ido conformando un segmento creciente de nuevas clases
bajas sin tener algo en común con el viejo proletariado, porque ni
objetivamente (por su función o posición en el proceso de producción) ni en lo
subjetivo (por su conciencia) forman un nuevo sujeto social. En relación a la
valorización del capital este segmento social es netamente negativo, porque
como fuerza de trabajo es superflua. Esto impone reformular la cuestión de un
posible movimiento emancipatorio de manera totalmente nueva.
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