No
queda tiempo para entender la profundidad, la magnitud de la debacle, ni
tampoco sus probables causas, más allá de unas cuantas evidencias. La
inmediatez de las nuevas elecciones han encogido el tiempo y, sin embargo, es
necesario pensar.
Requiem
El Viejo Topo
7 junio, 2023
I
El resultado de
las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo es devastador para
la izquierda. La socioliberal del PSOE y la alternativa. Sin paliativos. Más
dramático porque tienen lugar en una coyuntura de elevado empleo. Con un
gobierno que ha rehecho una parte de los destrozos sociales provocados por las
políticas de ajuste que realizó el PP: reducción del empleo temporal,
revalorización de las pensiones, aumento del salario mínimo, ertes que evitaron
la destrucción masiva de empleos, etc. Es cierto que no es un panorama de color
de rosa, que la inflación sigue deteriorando los salarios reales y la vivienda
constituye una cuestión de gran envergadura. Pero cuando se comparan las
políticas que realizó el PP con las de este último mandato, el impacto social
es totalmente favorable a la gestión del Gobierno de coalición. La economía no
parece ser la causa central que explica la debacle de la izquierda y el ascenso
del bipartito reaccionario.
Tampoco es
suficiente para explicar el resultado el impresentable enfrentamiento entre
Podemos y Sumar. Seguro que ha tenido un impacto, pero este solo explicaría los
problemas del espacio de la izquierda alternativa, no el descenso del PSOE.
Puede comprobarse, además, que gran parte del ruido entre ambas formaciones
casi desapareció cuando empezó la campaña electoral. Y en muchas partes
Izquierda Unida y Podemos fueron de la mano y contaron con el apoyo de Yolanda
Díaz. Fue una pacificación demasiado tardía, cuando ya se habían generado
daños, pero es sólo una parte de la cuestión.
Lo que ha
triunfado es una derecha trumpista en sus dos variantes, la «moderna» y la «carpetovetónica».
Una derecha que cuenta en su haber un balance impresentable de gestión. Y que
tampoco se ha preocupado mucho por presentar programas de acción mínimamente
elaborados. Bastó una política agresiva de descalificación, de generar debates
estentóreos, de agrandar las críticas al gobierno para alcanzar un éxito que,
en su dimensión, posiblemente ni ellos esperaban.
II
Muchos de los
análisis que hacemos sobre el comportamiento electoral parten de lo que
considero un supuesto erróneo (al menos parcialmente erróneo): el del elector
racional. La persona que es capaz de conocer bien sus necesidades e intereses,
que sabe lo que proponen los partidos, que los valora basándose en el
conocimiento que tienen de su actuación cuando han estado en el poder y tiene
algunas ideas de lo que proponen para el futuro. La decisión del voto se
tomaría tras efectuar todo este proceso de evaluación. Esta hipótesis da mucha
importancia a las cuestiones materiales, a la evaluación de la calidad de las
políticas. Y creo que acaba resultando inadecuada para entender lo que
realmente ha pasado.
De entrada
tiene bastantes agujeros. El debate intelectual sobre necesidades humanas ha
puesto de manifiesto su complejidad. La psicología cognitiva ha descubierto que
los procesos de toma de decisiones pocas veces se ajustan al esquema anterior.
Tomamos muchas decisiones sobre la base de unos pocos datos, lo que acorta los
procesos —y es muy útil para la vida cotidiana— pero también puede generar
muchos errores. En nuestras acciones tiene importancia el contexto, el marco de
relaciones en el que operamos, las ideologías que en cierta medida nos
fidelizan a un proyecto, nuestras aspiraciones no necesariamente sólidas, la
presión del entorno. Vivimos siempre en un mundo de información imperfecta y
demasiada información nos aturde, como podemos comprobar en el mundo de las
redes. Y, además, para una gran mayoría de la población la política es un tema
menor, una interferencia en sus vidas privadas y, posiblemente, dedica muchos
menos esfuerzos a analizar las opciones políticas que a evaluar los bienes y
servicios que compran.
Tengo la
impresión de que la izquierda alternativa sabe poco de qué cosas son cruciales
en las decisiones de los votantes. El análisis cuantitativo de los resultados
electorales, su cruce con datos estadísticos, su comparación en el tiempo
aporta una información relevante. Pero no es completamente informativa, puesto
que los cambios en el voto son procesos de «salida», poco informativos sobre
las razones que ha provocado la misma. Sabemos, eso sí, que los pobres votan
mucho menos que los ricos y que determinadas opciones políticas tienen alguna
relación con las desigualdades. Pero saber que el alejamiento de la política es
mayor cuanto más pobre es la gente no es suficiente para entender este
aislamiento.
Sugiero dos
hipótesis de trabajo complementarias. La primera es que su alejamiento del
poder real les impide entender adecuadamente el papel que juega la política y
cómo está podría ayudar a mejor su situación. La segunda es que, con la
política normal, nunca se producen transformaciones suficientemente importantes
en su condición como para ver en ello un espacio central de actuación. Sólo en
momentos puntuales, como en 2015, se producen coyunturas movilizadoras, pero como
después no se traducen en cambios sustantivos renace la desmovilización. Sería
bueno, en cualquier caso, poder contar con buenas investigaciones sobre qué es
lo que influye en las decisiones electorales. Sospecho que los grandes aparatos
de la derecha pueden tenerlos y saben lanzar las campañas que tocan la fibra a
este grupo de votantes volátiles que son los que en definitiva deciden las
elecciones.
Por mi
experiencia a ojímetro creo que a un sector de gente le influyen más cuestiones
triviales o secundarias, pero que les afectan de modo directo, que no una
visión general de las políticas. Mi percepción está basada en las
interpelaciones que recibo —o que me cuenta mi entorno—, sobre todo en el
barrio y el mundo vecinal. Sin perder de vista el papel que tienen los
distintos medios de comunicación —incluidas las campañas en redes— a la hora de
configurar las percepciones de la gente, importa focalizar determinados temas,
en definitiva construir hegemonía. Por ejemplo, mi distrito barcelonés es el
que experimenta una tasa menor (sustancialmente menor) de hechos delictivos y,
en cambio, es donde la cuestión securitaria ocupa mayor papel como problema.
Como me hizo ver un periodista del barrio, esto seguramente tiene que ver con
que es la zona de mayor predominio de audiencia de Tele 5 y Antena 3 y donde
buena parte del vecindario recibe a diario una cuota de alarmismo prefabricado.
La derecha
lleva muchos años construyendo un relato de miedos, irracionalidad y
sensiblería. Se apoya en el impacto que a una parte de la población le genera
la presencia creciente de vecindario extranjero, la crisis del patriarcado, la
crisis ecológica y los intentos de regulación, o sea la ruptura de un modelo
vital sobre el que habían conformado sus expectativas. Y le favorece también la
crisis de sociabilidad generada por los cambios en la vida laboral y en el
consumo. El bombardeo mediático y las batallas en las redes tienden a provocar
miedo, irritación, bloqueo de empatía, debilitamiento de los nexos sociales y
sobre ello la derecha tiene un terreno fértil en el que abonar su proyecto
hegemónico, neoliberal, autoritario. Es difícil desentrañar cuáles son los
elementos concretos que han intervenido en esta coyuntura concreta. Valdría la
pena tratar de averiguarlo. Pero, en todo caso, se han desarrollado sobre una
tendencia de largo plazo, transnacional, de derechización y quiebra de la
cultura democrática.
III
El destrozo electoral
ya está hecho. Puede ser mayor el 23 de julio si se repite un resultado
parecido. No sabemos las razones que han impulsado a Pedro Sánchez para
convocarlas, pero podemos imaginar algunas plausibles. En primer lugar, evitar
que la prolongación de la situación hasta fin de año provoque un mayor
deterioro de su posición, tanto por el acoso de una derecha crecida como por la
posible crisis interna de su propio partido. Cuando las cosas van mal, se
agudizan los conflictos y no es difícil colegir que el ala derecha del partido
(tan derrotada como las otras) tratará de achacar la derrota a las excesivas
concesiones realizadas a los socios de Gobierno y a sus apoyos parlamentarios.
En segundo lugar, es posible que en la dirección del PSOE piense que el fracaso
de mayo va a generar una catarsis que movilizará a su electorado y se pueda
ganar así la «eliminatoria de vuelta». Y en tercer lugar, es también posible
que la inmediatez de las elecciones impida cuajar el proyecto Sumar. El PSOE
sigue pensando en clave bipartidista y puede que una izquierda dividida y débil
le reporte voto útil. No sería la primera vez que ocurre. La primera mayoría
absoluta de Felipe González y la primera victoria de Zapatero coincidieron con
el hundimiento electoral del PCE e IU, respectivamente. Aunque tampoco es
matemático: la mayoría absoluta de Aznar se alcanzó con una Izquierda Unida de
capa caída. En todo caso, se trata de una más de las osadas maniobras que Pedro
Sánchez ha sido capaz de adoptar a lo largo de su carrera. Si sale mal, vamos a
tener el país más derechizado de la historia democrática.
Sumar,
Izquierda Unida y Podemos han salido tocados de este proceso. Han dilapidado
demasiado tiempo en querellas internas, en marcar territorios —especialmente
Pablo Iglesias y su club de fans— y han sido incapaces de ofrecer serenidad y
de crear una amplia red social que diera consistencia al proyecto. Aunque parte
del ruido se ha disipado durante la campaña electoral, no parece que en un
plazo tan corto de tiempo vayan a ser capaces de establecer un marco creíble,
estimulante para revertir espectacularmente la situación. Contando además con
el desánimo (y el agotamiento) que la derrota ha generado entre sus activistas,
a los que ahora se les debe pedir que se reactiven, que encierren las
divergencias y que se entusiasmen con un proyecto a medio hacer. En la pasada
campaña, cuando la gente gritaba eufórica «presidenta» a Yolanda Díaz cada vez
que intervenía en un mitin, siempre pensaba que hay demasiado inmediatismo y
optimismo infundado cuando en realidad estamos viviendo un período de extrema y
peligrosa derechización que sólo va a ser posible derrotar con un proceso
paciente, sostenido en el tiempo, que sea capaz de aglutinar muchas fuerzas y
generar dinámicas sociales que hagan frente, en serio, a todas las
manifestaciones de la crisis ecosocial.
IV
Barcelona ha
sido una de las ciudades donde la derrota ha sido menor. Barcelona en Comú ha
quedado tercera fuerza política perdiendo sólo un concejal respecto al mandato
anterior (de 10 a 9). Sólo han faltado 142 votos para adelantar al PSC, quedar
como segunda fuerza y mantener los 10 concejales. Ha sido primera fuerza en 2
distritos, segunda en otros 8 y relegada en los dos más ricos de la ciudad.
Incluso ha conseguido aumentar su representación en Eixample y Gracia, dos de
los distritos donde las transformaciones urbanísticas han sido más visibles. El
resultado muestra cierta fuerza y que al menos una parte de la ciudadanía ha
reconocido la bondad de las políticas desarrolladas. En Barcelona tampoco han
existido las guerras de otros territorios y se ha realizado una gran
movilización. Aunque perder la alcaldía resulta descorazonador, no se puede
perder de vista la brutal guerra mediática y judicial que ha tenido que hacer
frente el proyecto. Unas líneas de ataque que han tenido como principal aliado
la resistencia de partes no desdeñables de la población a las políticas
orientadas a limitar el uso del coche en la ciudad y transformar el sistema de
recogida de basura.
Tras la noche
electoral, los potentes lobbies de la ciudad estaban felices.
Había ganado Trías —más candidato de la derecha que de Junts—, o sea, los
diversos lobbies que dominan la ciudad: los inmobiliarios, los
turísticos, los del automóvil, los gestores privados de servicios públicos…
Trías está en minoría, pero seguramente podrá mantenerse mediante acuerdos
puntuales con el PSC, que defiende sustancialmente los mismos intereses e idea
de ciudad, y con ERC, que difícilmente va a cruzar la línea roja de aliarse con
la izquierda no independentista. El nacionalismo actúa siempre como creador de
fronteras que en gran medida impiden políticas de izquierda tripartita. Cada
vez que ERC ha superado estas líneas rojas ha experimentado una debacle
electoral.
Vienen malos
tiempos. Seguramente Trías no demolerá por completo lo realizado en este último
mandato. Pero frenará el desarrollo sucesivo y volverá a practicar las brutales
políticas urbanísticas, económicas y sociales que ya experimentó en su anterior
mandato (2011-2015). Los grupos de presión han invertido mucho en sus opciones
preferidas y ahora les exigirán resultados. En este contexto hay que temer no
sólo el cambio de las políticas, también ataques más o menos solapados a la
pluralidad de organizaciones sociales, vecinales y ecológicas que dinamizan la
vida social. Para las élites, esta variopinta suma de activistas son el magma
sobre el que se apoya Comuns. Y no es descabellado esperar que traten de
realizar una política orientada a debilitarlo con el objetivo de que Comuns
nunca más vuelva a tener opciones de victoria. Ya llevamos tiempo siendo objeto
de denuncias orientadas a deslegitimar nuestro papel, a poner trabas a la
participación, y estas pueden agudizarse por vías diversas.
Comuns, sin
tener una pérdida brutal, se va a tener que enfrentar a retos importantes.
Ganaron la primera vez que se presentaron a elecciones y ahora van a tener que
trabajar en la oposición. No hay nada que sea tan complicado para las
organizaciones como hacer frente a un retroceso. Está además la cuestión del
liderazgo. Ada Colau ha sido una persona con carisma, que llegó a la política
con legado prestigioso de lucha social, y que tenido un papel preponderante e
indiscutido en la organización. A corto plazo, está la cuestión de cómo adaptar
la acción a esta nueva situación. A medio plazo, la de generar nuevos
liderazgos —ella ya había anunciado que este sería su último mandato— que sean
capaces de concitar los apoyos que ella ha conseguido. Comuns ha llegado a la
vida adulta y de cómo gestione ese tránsito depende en gran medida el futuro de
la izquierda en Catalunya.
V
Fin de época.
Parece que volvamos al punto de partida. En una coyuntura donde avanza el
derechismo, el autoritarismo y la irracionalidad, cuando deberíamos estar
enfrentando en serio la crisis ecosocial. Parece que la izquierda alternativa
esta llamada cada poco tiempo a reinventarse, renovarse y renacer. Hace falta
una mirada de largo plazo. Y mucha generosidad, tenacidad y creatividad para
superar el tránsito y volver a empezar.
Fuente: mientras tanto.
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