miércoles, 7 de junio de 2023

Requiem

 

No queda tiempo para entender la profundidad, la magnitud de la debacle, ni tampoco sus probables causas, más allá de unas cuantas evidencias. La inmediatez de las nuevas elecciones han encogido el tiempo y, sin embargo, es necesario pensar.


Requiem

 

 

Albert Recio

El Viejo Topo

7 junio, 2023 

 


I

El resultado de las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo es devastador para la izquierda. La socioliberal del PSOE y la alternativa. Sin paliativos. Más dramático porque tienen lugar en una coyuntura de elevado empleo. Con un gobierno que ha rehecho una parte de los destrozos sociales provocados por las políticas de ajuste que realizó el PP: reducción del empleo temporal, revalorización de las pensiones, aumento del salario mínimo, ertes que evitaron la destrucción masiva de empleos, etc. Es cierto que no es un panorama de color de rosa, que la inflación sigue deteriorando los salarios reales y la vivienda constituye una cuestión de gran envergadura. Pero cuando se comparan las políticas que realizó el PP con las de este último mandato, el impacto social es totalmente favorable a la gestión del Gobierno de coalición. La economía no parece ser la causa central que explica la debacle de la izquierda y el ascenso del bipartito reaccionario.

Tampoco es suficiente para explicar el resultado el impresentable enfrentamiento entre Podemos y Sumar. Seguro que ha tenido un impacto, pero este solo explicaría los problemas del espacio de la izquierda alternativa, no el descenso del PSOE. Puede comprobarse, además, que gran parte del ruido entre ambas formaciones casi desapareció cuando empezó la campaña electoral. Y en muchas partes Izquierda Unida y Podemos fueron de la mano y contaron con el apoyo de Yolanda Díaz. Fue una pacificación demasiado tardía, cuando ya se habían generado daños, pero es sólo una parte de la cuestión.

Lo que ha triunfado es una derecha trumpista en sus dos variantes, la «moderna» y la «carpetovetónica». Una derecha que cuenta en su haber un balance impresentable de gestión. Y que tampoco se ha preocupado mucho por presentar programas de acción mínimamente elaborados. Bastó una política agresiva de descalificación, de generar debates estentóreos, de agrandar las críticas al gobierno para alcanzar un éxito que, en su dimensión, posiblemente ni ellos esperaban.

II

Muchos de los análisis que hacemos sobre el comportamiento electoral parten de lo que considero un supuesto erróneo (al menos parcialmente erróneo): el del elector racional. La persona que es capaz de conocer bien sus necesidades e intereses, que sabe lo que proponen los partidos, que los valora basándose en el conocimiento que tienen de su actuación cuando han estado en el poder y tiene algunas ideas de lo que proponen para el futuro. La decisión del voto se tomaría tras efectuar todo este proceso de evaluación. Esta hipótesis da mucha importancia a las cuestiones materiales, a la evaluación de la calidad de las políticas. Y creo que acaba resultando inadecuada para entender lo que realmente ha pasado.

De entrada tiene bastantes agujeros. El debate intelectual sobre necesidades humanas ha puesto de manifiesto su complejidad. La psicología cognitiva ha descubierto que los procesos de toma de decisiones pocas veces se ajustan al esquema anterior. Tomamos muchas decisiones sobre la base de unos pocos datos, lo que acorta los procesos —y es muy útil para la vida cotidiana— pero también puede generar muchos errores. En nuestras acciones tiene importancia el contexto, el marco de relaciones en el que operamos, las ideologías que en cierta medida nos fidelizan a un proyecto, nuestras aspiraciones no necesariamente sólidas, la presión del entorno. Vivimos siempre en un mundo de información imperfecta y demasiada información nos aturde, como podemos comprobar en el mundo de las redes. Y, además, para una gran mayoría de la población la política es un tema menor, una interferencia en sus vidas privadas y, posiblemente, dedica muchos menos esfuerzos a analizar las opciones políticas que a evaluar los bienes y servicios que compran.

Tengo la impresión de que la izquierda alternativa sabe poco de qué cosas son cruciales en las decisiones de los votantes. El análisis cuantitativo de los resultados electorales, su cruce con datos estadísticos, su comparación en el tiempo aporta una información relevante. Pero no es completamente informativa, puesto que los cambios en el voto son procesos de «salida», poco informativos sobre las razones que ha provocado la misma. Sabemos, eso sí, que los pobres votan mucho menos que los ricos y que determinadas opciones políticas tienen alguna relación con las desigualdades. Pero saber que el alejamiento de la política es mayor cuanto más pobre es la gente no es suficiente para entender este aislamiento.

Sugiero dos hipótesis de trabajo complementarias. La primera es que su alejamiento del poder real les impide entender adecuadamente el papel que juega la política y cómo está podría ayudar a mejor su situación. La segunda es que, con la política normal, nunca se producen transformaciones suficientemente importantes en su condición como para ver en ello un espacio central de actuación. Sólo en momentos puntuales, como en 2015, se producen coyunturas movilizadoras, pero como después no se traducen en cambios sustantivos renace la desmovilización. Sería bueno, en cualquier caso, poder contar con buenas investigaciones sobre qué es lo que influye en las decisiones electorales. Sospecho que los grandes aparatos de la derecha pueden tenerlos y saben lanzar las campañas que tocan la fibra a este grupo de votantes volátiles que son los que en definitiva deciden las elecciones.

Por mi experiencia a ojímetro creo que a un sector de gente le influyen más cuestiones triviales o secundarias, pero que les afectan de modo directo, que no una visión general de las políticas. Mi percepción está basada en las interpelaciones que recibo —o que me cuenta mi entorno—, sobre todo en el barrio y el mundo vecinal. Sin perder de vista el papel que tienen los distintos medios de comunicación —incluidas las campañas en redes— a la hora de configurar las percepciones de la gente, importa focalizar determinados temas, en definitiva construir hegemonía. Por ejemplo, mi distrito barcelonés es el que experimenta una tasa menor (sustancialmente menor) de hechos delictivos y, en cambio, es donde la cuestión securitaria ocupa mayor papel como problema. Como me hizo ver un periodista del barrio, esto seguramente tiene que ver con que es la zona de mayor predominio de audiencia de Tele 5 y Antena 3 y donde buena parte del vecindario recibe a diario una cuota de alarmismo prefabricado.

La derecha lleva muchos años construyendo un relato de miedos, irracionalidad y sensiblería. Se apoya en el impacto que a una parte de la población le genera la presencia creciente de vecindario extranjero, la crisis del patriarcado, la crisis ecológica y los intentos de regulación, o sea la ruptura de un modelo vital sobre el que habían conformado sus expectativas. Y le favorece también la crisis de sociabilidad generada por los cambios en la vida laboral y en el consumo. El bombardeo mediático y las batallas en las redes tienden a provocar miedo, irritación, bloqueo de empatía, debilitamiento de los nexos sociales y sobre ello la derecha tiene un terreno fértil en el que abonar su proyecto hegemónico, neoliberal, autoritario. Es difícil desentrañar cuáles son los elementos concretos que han intervenido en esta coyuntura concreta. Valdría la pena tratar de averiguarlo. Pero, en todo caso, se han desarrollado sobre una tendencia de largo plazo, transnacional, de derechización y quiebra de la cultura democrática.

III

El destrozo electoral ya está hecho. Puede ser mayor el 23 de julio si se repite un resultado parecido. No sabemos las razones que han impulsado a Pedro Sánchez para convocarlas, pero podemos imaginar algunas plausibles. En primer lugar, evitar que la prolongación de la situación hasta fin de año provoque un mayor deterioro de su posición, tanto por el acoso de una derecha crecida como por la posible crisis interna de su propio partido. Cuando las cosas van mal, se agudizan los conflictos y no es difícil colegir que el ala derecha del partido (tan derrotada como las otras) tratará de achacar la derrota a las excesivas concesiones realizadas a los socios de Gobierno y a sus apoyos parlamentarios. En segundo lugar, es posible que en la dirección del PSOE piense que el fracaso de mayo va a generar una catarsis que movilizará a su electorado y se pueda ganar así la «eliminatoria de vuelta». Y en tercer lugar, es también posible que la inmediatez de las elecciones impida cuajar el proyecto Sumar. El PSOE sigue pensando en clave bipartidista y puede que una izquierda dividida y débil le reporte voto útil. No sería la primera vez que ocurre. La primera mayoría absoluta de Felipe González y la primera victoria de Zapatero coincidieron con el hundimiento electoral del PCE e IU, respectivamente. Aunque tampoco es matemático: la mayoría absoluta de Aznar se alcanzó con una Izquierda Unida de capa caída. En todo caso, se trata de una más de las osadas maniobras que Pedro Sánchez ha sido capaz de adoptar a lo largo de su carrera. Si sale mal, vamos a tener el país más derechizado de la historia democrática.

Sumar, Izquierda Unida y Podemos han salido tocados de este proceso. Han dilapidado demasiado tiempo en querellas internas, en marcar territorios —especialmente Pablo Iglesias y su club de fans— y han sido incapaces de ofrecer serenidad y de crear una amplia red social que diera consistencia al proyecto. Aunque parte del ruido se ha disipado durante la campaña electoral, no parece que en un plazo tan corto de tiempo vayan a ser capaces de establecer un marco creíble, estimulante para revertir espectacularmente la situación. Contando además con el desánimo (y el agotamiento) que la derrota ha generado entre sus activistas, a los que ahora se les debe pedir que se reactiven, que encierren las divergencias y que se entusiasmen con un proyecto a medio hacer. En la pasada campaña, cuando la gente gritaba eufórica «presidenta» a Yolanda Díaz cada vez que intervenía en un mitin, siempre pensaba que hay demasiado inmediatismo y optimismo infundado cuando en realidad estamos viviendo un período de extrema y peligrosa derechización que sólo va a ser posible derrotar con un proceso paciente, sostenido en el tiempo, que sea capaz de aglutinar muchas fuerzas y generar dinámicas sociales que hagan frente, en serio, a todas las manifestaciones de la crisis ecosocial.

IV

Barcelona ha sido una de las ciudades donde la derrota ha sido menor. Barcelona en Comú ha quedado tercera fuerza política perdiendo sólo un concejal respecto al mandato anterior (de 10 a 9). Sólo han faltado 142 votos para adelantar al PSC, quedar como segunda fuerza y mantener los 10 concejales. Ha sido primera fuerza en 2 distritos, segunda en otros 8 y relegada en los dos más ricos de la ciudad. Incluso ha conseguido aumentar su representación en Eixample y Gracia, dos de los distritos donde las transformaciones urbanísticas han sido más visibles. El resultado muestra cierta fuerza y que al menos una parte de la ciudadanía ha reconocido la bondad de las políticas desarrolladas. En Barcelona tampoco han existido las guerras de otros territorios y se ha realizado una gran movilización. Aunque perder la alcaldía resulta descorazonador, no se puede perder de vista la brutal guerra mediática y judicial que ha tenido que hacer frente el proyecto. Unas líneas de ataque que han tenido como principal aliado la resistencia de partes no desdeñables de la población a las políticas orientadas a limitar el uso del coche en la ciudad y transformar el sistema de recogida de basura.

Tras la noche electoral, los potentes lobbies de la ciudad estaban felices. Había ganado Trías —más candidato de la derecha que de Junts—, o sea, los diversos lobbies que dominan la ciudad: los inmobiliarios, los turísticos, los del automóvil, los gestores privados de servicios públicos… Trías está en minoría, pero seguramente podrá mantenerse mediante acuerdos puntuales con el PSC, que defiende sustancialmente los mismos intereses e idea de ciudad, y con ERC, que difícilmente va a cruzar la línea roja de aliarse con la izquierda no independentista. El nacionalismo actúa siempre como creador de fronteras que en gran medida impiden políticas de izquierda tripartita. Cada vez que ERC ha superado estas líneas rojas ha experimentado una debacle electoral.

Vienen malos tiempos. Seguramente Trías no demolerá por completo lo realizado en este último mandato. Pero frenará el desarrollo sucesivo y volverá a practicar las brutales políticas urbanísticas, económicas y sociales que ya experimentó en su anterior mandato (2011-2015). Los grupos de presión han invertido mucho en sus opciones preferidas y ahora les exigirán resultados. En este contexto hay que temer no sólo el cambio de las políticas, también ataques más o menos solapados a la pluralidad de organizaciones sociales, vecinales y ecológicas que dinamizan la vida social. Para las élites, esta variopinta suma de activistas son el magma sobre el que se apoya Comuns. Y no es descabellado esperar que traten de realizar una política orientada a debilitarlo con el objetivo de que Comuns nunca más vuelva a tener opciones de victoria. Ya llevamos tiempo siendo objeto de denuncias orientadas a deslegitimar nuestro papel, a poner trabas a la participación, y estas pueden agudizarse por vías diversas.

Comuns, sin tener una pérdida brutal, se va a tener que enfrentar a retos importantes. Ganaron la primera vez que se presentaron a elecciones y ahora van a tener que trabajar en la oposición. No hay nada que sea tan complicado para las organizaciones como hacer frente a un retroceso. Está además la cuestión del liderazgo. Ada Colau ha sido una persona con carisma, que llegó a la política con legado prestigioso de lucha social, y que tenido un papel preponderante e indiscutido en la organización. A corto plazo, está la cuestión de cómo adaptar la acción a esta nueva situación. A medio plazo, la de generar nuevos liderazgos —ella ya había anunciado que este sería su último mandato— que sean capaces de concitar los apoyos que ella ha conseguido. Comuns ha llegado a la vida adulta y de cómo gestione ese tránsito depende en gran medida el futuro de la izquierda en Catalunya.

V

Fin de época. Parece que volvamos al punto de partida. En una coyuntura donde avanza el derechismo, el autoritarismo y la irracionalidad, cuando deberíamos estar enfrentando en serio la crisis ecosocial. Parece que la izquierda alternativa esta llamada cada poco tiempo a reinventarse, renovarse y renacer. Hace falta una mirada de largo plazo. Y mucha generosidad, tenacidad y creatividad para superar el tránsito y volver a empezar.

Fuente: mientras tanto.

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