DESCIFRAR CHINA (II)
¿Capitalismo o socialismo?
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SEPTIEMBRE 2020 | CAPITALISMO, CHINA, SOCIALISMO
Vientosur
Justificaciones milenaristas
Otra explicación de la expansión del país
relativiza los determinantes económicos y subraya la preeminencia de
condicionamientos histórico-sociológicos. Observa el despegue como un retorno
al antiguo equilibrio destruido por la primacía de Occidente. Recuerda que
China es una civilización milenaria, con derecho a ocupar un lugar hegemónico
en el concierto de las naciones. Por eso interpreta su protagonismo actual,
como una compensación a los desvíos creadospor la dominación occidental en los
últimos dos siglos. Concluido ese paréntesis, la historia tendería a recuperar
una trayectoria previa asentada en la centralidad de China.
Esta teoría de la venganza milenaria
supone que el país recobra su legítimo predominio. Recuerda que en el año 1800,
las economías localizadas en los territorios asiáticos proveían el 49% de la
producción mundial (Fornillo, 2018).Estima que China actualmente reequilibra la
historia y recupera el lugar de una vieja economía de mercado, que siempre
superó a otras formaciones asentadas en la preeminencia militar (Nolan, 2019).
Estas miradas recuerdan que en el pasado, la distribución del poder económico
era proporcional a un patrón de peso demográfico que tiende a reaparecer (Ríos,
2017).
Pero de su interpretación de la historia,
algunos enfoques deducen la validez de una resurrección hegemónica de China en
el escenario actual. Aportan importantes observaciones que mejoran nuestro
conocimiento de una sociedad milenaria, pero deducen de ese pasado un
controvertido derecho de China a recuperar centralidad en el mundo.
Esa nación no es portadora de ningún
destino (a la dominación o a la subordinación) por la simple inexistencia de
ese atributo. China no encarna ningún devenir superior al resto de la
humanidad, por la misma razón Estados Unidos carece de un “destino manifiesto”
como custodio de la seguridad mundial. Ese mismo faltante se extiende a Europa,
que no es transmisora de ninguna “civilización” de excelencia a los pueblos de
la periferia.
Las justificaciones milenaristas retoman
las mitologías de la excepcionalidad nacional, como una virtud de ciertas
poblaciones frente a otras. En el caso de China, las tesis sinocéntricas han
irrumpido como reacción al eurocentrismo previo. Luego de un siglo de
humillación occidental suponen la validez de una retribución. Pero ese
razonamiento participa de todos los mitos gestados en torno a la “invención de
las naciones”, para enaltecer ciertos territorios, destinos, culturas o
idiomas.
La tradición marxista siempre ha
confrontado con ese tipo de creencias, que agudizan las rivalidades nacionales
y afectan los intereses compartidos de todos los pueblos del mundo. El
comunismo chino propagó activamente un ideario nítidamente internacionalista
durante décadas. Enarboló especialmente una variante antiimperialista de ese
proyecto asentado en el protagonismo revolucionario del Tercer Mundo.
Ese legado ha quedado ahora erosionado
por el nuevo patriotismo sinocéntrico, que presenta el desarrollo de China,
como una revancha frente a la opresión impuesta por Occidente (Guigue, 2018).
El mismo argumento patriótico es utilizado para interpretar el enriquecimiento
de los capitalistas locales, como una retribución al empobrecimiento sufrido en
el pasado. La incorporación de potentados al Partido Comunista es presentada
con ese fundamento como una expresión de ponderables comportamientos nacionales
(Ding, 2009).Pero en los hechos ocurre todo lo contrario. Los sectores
adinerados de la nueva elite china son afines a Occidente, propician el
estrechamiento de la asociación transnacional y propagan el credo neoliberal.
Algunas justificaciones nacionalistas del
renacimiento de China se sustentan en la revalorización delconfucionismo, como
fundamento del estado, la sociedad, la ética y la armonía familiar. Otras
reemplazan el análisis concreto del desarrollo desigual y combinado
contemporáneo por vagos preceptos de auge y declive secular de sistemas
sociales indiferenciados. Con ese enfoque, el devenir de China es despegado de
su cimiento en modos de producción tributarios, capitalistas o socialistas,
para ser evaluado con el dudoso patrón valorativo de las civilizaciones.
Esa mirada diluye las singularidades de
las últimas décadas en nebulosas tramas meta-históricas. El propio pasado de
China se pierde en esas vaguedades. Olvida que la oleada nacionalista que
sucedió a la guerra de Opio (1840) alimentó la moderna identidad china y
apuntaló la conciencia nacional de la revolución republicana (1911). El
posterior triunfo socialista (1949) combinó proyectos agrarios, democráticos y antiimperialistas
que definieron el curso posterior del país. Los críticos del milenarismo
subrayan la centralidad de estas trasformaciones (Lin Chun, 2013:197-211).
El mismo debate se extiende a la
evaluación del papel internacional de China. Algunos análisis dan cuenta de la
frecuente identificación de ese rol, como el cimiento de una nueva
civilización, forjada con criterios de comunidad, destino compartido,
desarrollo pacífico y armonía global (Margueliche, 2020). Esa imagen idealizada
de universalismo es propagada con un lenguaje despolitizado de consenso
universal, que simplemente omite las tendencias destructivas del capitalismo
(Lin Chun, 2019). Para superar esa evasión conviene aplicar al análisis de
China,los mismos parámetros de materialismo histórico, que se utilizan para
indagar la trayectoria de cualquier otra nación.
Capitalismo,
socialismo, formas intermedias
Los principales interrogantes sobre China
no radican en las peculiaridades de su modelo, sino en la naturaleza social de
su sistema ¿Es capitalista, socialista o intermedio?
Para dilucidar ese problema hay que
reconocer primero la validez de esos conceptos, en contraposición a los
pensadores que los omiten o impugnan. Habitualmente descartan la relevancia
actual del socialismo, considerando que el capitalismo es el único sistema
válido. Esa visión convalida implícitamente la óptica neoliberal, que asoció el
derrumbe de la Unión Soviética con el “fin de la historia” y la consiguiente
eternidad del capitalismo. Con esa postura resulta imposible comprender la
trayectoria seguida por China y caracterizar a un régimen que proclama su
identidad con la perspectiva socialista.
Si se considera que esa definición es
intrascendente o constituye un simple disfraz habría que extender la misma
objeción a otras evaluaciones. ¿Por qué aceptar por ejemplo la consistencia de
los conceptos capitalismo regulado y desregulado? ¿O de liberales y
antiliberales? ¿No ocultan otra realidad subyacente que invalida esas
caracterizaciones?
El análisis se torna más sensato si se
reconoce que capitalismo y socialismo son las dos nociones organizadoras de la
interpretación de China. Aportan reglas antagónicas de funcionamiento de la
sociedad y el estado, que permiten indagar dónde se ubica ese país.
Ciertamente son conceptos insuficientes
para caracterizar el modelo vigente en un país, pero aportan un punto de
partida insoslayable. Antes de dilucidar las especificidades del capitalismo o
del socialismo chino hay que esclarecer el significado básico de ambos
términos.
La vigencia de capitalismo está dada en
el terreno económico por la propiedad privada de los medios de producción y la
preeminencia de normas de beneficio, competencia y explotación, junto al
desequilibrio de la sobreproducción. Ninguna variedad de capitalismo se desenvuelve
sin la presencia de estas condiciones.
Esos tres pilares no sólo distinguen al
capitalismo de su antónimo socialista. También lo diferencian de formas
incompletas o primitivas de gestión mercantil. El mercado precedió y sucederá
al capitalismo. Es un dispositivo complementario de distintos sistemas y su
presencia no define la naturaleza social de un país. La presentación de China
como “una economía de mercado” -que conceptualizó un influyente estudioso de
esa sociedad (Arrighi, 2007: cap 3 y 8)- evade la caracterización efectiva del
régimen.
El pasaje de normas mercantiles acotadas
y compatibles con la planificación a los tres pilares de la economía
capitalista, marcó el debut potencial en China de ese sistema a principios de
los años 90. La pequeña y mediana propiedad privada en el agro dio paso a
grandes empresas industriales pertenecientes a la nueva burguesía. La fijación
de precios por normas competitivas se amplió al grueso de las cotizaciones, se
extendieron las modalidades de explotación y la acumulación de beneficios
enriqueció a una influyente minoría. Además, los viejos cuellos de botella
generados por la sub-producción fueron sustituidos por tensiones de
sobre-inversión. Estos cambios retratan la gravitación de modalidades
capitalistas en la economía china.
De esa canasta de elementos lo más
significativo es el surgimiento de una clase propietarias de los medios de
producción que busca transmitir privilegios a sus herederos.¿Pero la
indiscutible incidencia de este sector define la vigencia del capitalismo en
China?
La respuesta sería probablemente
afirmativa en otras circunstancias históricas. El país comenzó a incorporarse a
ese sistema en un escenario global de neoliberalismo y financiarización, sin
adoptar esas dos características. Esa limitación tornó muy incompleta desde el
inicio la restauración del capitalismo. Las modalidades de alta regulación,
restricción de ganancias, propiedad pública de la tierra y manejo estatal de
los bancos, la moneda y el comercio exterior obstruyen la vigencia plena de ese
sistema.
A diferencia de otras experiencias -como
el neo-desarrollismo o el distribucionismo latinoamericano de la última década-
el distanciamiento chino del neoliberalismo y la financiarización no ha sido un
episodio de pocos años. Impera en un país, que forjó su economía contemporánea
con pilares de socialismo.
El carácter acotado del predominio
capitalista en China se verifica más nítidamente en el plano político. Esa
esfera es decisiva puesto que la preeminencia de ese sistema no se define
exclusivamente en el ámbito de la economía o la sociedad. Presupone también el
manejo del estado por parte de la gran burguesía. La simple existencia de este
sector o su elevada gravitación en el control de los recursos no determina el
status capitalista de un país. Los principales resortes del poder estatal deben
quedar sometidos al manejo directo o delegado de los apropiadores. Y ese
control no se verifica en la actualidad en China.
El estado funciona con las normas e
instituciones forjadas a partir de la revolución socialista de 1949. La
continuada preeminencia del Partido Comunista -y de toda la estructura de
organismos nacionales y regionales conectados a esa primacía- ilustra una
modalidad de gobierno muy distinta a las formas habituales del poder político
burgués.
En China no se produjo la implosión que
desintegró a la URSS, ni el abrupto colapso de los regímenes del Este Europeo.
La repetición de esa trayectoria que esperaban los líderes de Occidente no se
verificó. La ruptura del sistema que impuso Yeltsin contrastó con la
continuidad que reafirma Xi Jinping. Esa diferencia indica que la clase
capitalista ya forjada en China actúa bajo un sistema político que no domina.
Esa estructura institucional mantiene,
además, ideologías, símbolos y próceres muy chocantes para los preceptos
básicos del capitalismo. Reivindica el heroísmo en lugar el lucro y las metas
colectivas en vez del enriquecimiento personal. Ciertamente esos principios
divergen de una realidad económica sujeta en gran medida a la lógica del
beneficio. Pero esa tensión también expresa los límites que afronta el
reingreso pleno del capitalismo.
El legado socialista no sólo aflora
lateralmente en los formalismos de los funcionarios, sino que conserva vigencia
en el gran espectro de la izquierda y recobra importancia en las coyunturas de
crítica a la desigualdad. ¿Pero esos límites a la restauración
capitalista indican, entonces, la continuidad de su contracara socialista?
En los términos concebidos por los
clásicos del marxismo, China siempre se ubicó a una gran distancia de esa meta.
Nunca alcanzo el bienestar colectivo, la abundancia material o la democracia
genuina, que permitirían inaugurar la disolución de las formas opresivas del
estado. Mucho más alejado de ese ideal estuvo siempre la utopía positiva del
comunismo.
Durante las primeras décadas que
sucedieron a la revolución rigió una transición al socialismo asentada en dos
principios de esa evolución: la expansión de la propiedad pública y la
intervención popular en la transformación de la sociedad. Posteriormente se
incluyeron en la misma plataforma numerosos mecanismos comerciales para renovar
el crecimiento. Esa etapa quedó cerrada con la conformación de una nueva clase
propietaria de grandes empresas. El avance inicial al socialismo se transformó
en un proceso opuesto de involución hacia el capitalismo. Esa regresión no se
ha consumado, pero revirtió la tendencia precedente.
En China no rige el capitalismo, ni el
socialismo. Prevalece una modalidad histórica intermedia e irresuelta de
sociedad, junto a una formación burocrática en el manejo del estado. El
funcionariado que controla el poder estatal no actúa por simple delegación de
la nueva clase propietaria. Busca sostener -mediante un elevado ritmo de
crecimiento- un equilibrio de todos los sectores sociales del país.
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