Las guerras son
cuestión de dinero. Y el dinero escasea cuando la deuda es grande. Y la de EEUU
lo es. Enorme. Ahí radican algunas de las decisiones de Trump, que a primera
vista parecen simplonas, o disparatadas, cuando no absurdas.
De Tucídides a Trump
EL VIEJO TOPO / 28 marzo, 2025
DE TUCÍDIDES A
TRUMP, LAS GUERRAS SON CUESTIÓN DE DINERO
Augusto Zamora
Cada día está
más claro, para quien lo quiera ver, que la maquinita de hacer dólares
-empleada para financiar el derroche y desbarajuste de las finanzas de EEUU-,
está agotada.
En los previos
de la guerra del Peloponeso, discutían los espartanos sobre el conflicto en
ciernes con Atenas, y, en un punto de la discusión, el rey Arquidamo hizo esta
aseveración: «la guerra no es cosa de armas, las más de las veces, sino de
dinero, gracias al cual las armas son eficaces». En Atenas, Pericles les decía
a los atenienses que «son las reservas de dinero las que sostienen las
guerras».
En otro discurso, el ateniense recordaba lo mismo a sus compatriotas: «la
mayoría de las veces las guerras se ganan con inteligencia y con abundancia de
dinero». Sin dinero no es posible ganar guerras (tampoco partidos de fútbol
profesional ni premios de cocina, pero lo dejamos aquí).
Aquellos
discursos fueron recogidos por Tucídides en su célebre Historia de la Guerra
del Peloponeso, escrita hace ya más de 2.400 años, discursos que, pese al
tránsito del tiempo, siguen manteniendo plena vigencia, sin importar que hayan
pasado 24 siglos. Tal vez por aquello que también recoge Tucídides, de que las
calamidades «suceden y sucederán siempre, mientras la naturaleza humana siga
siendo la misma». Podríamos agregar que no sólo sigue varada en lo mismo, sino
que, siendo caritativos, tampoco ha mejorado, pero también dejaremos el tema aquí,
para no hacer guiso de los fatalismos.
Siendo tan
antigua esta verdad, resulta sorprendente el cacareo del gallinero europeo
-donde sobran plumas y faltan neuronas-, por las medidas económicas,
comerciales y políticas que viene tomando el presidente Trump (Donaldo para los
amigos), como si Trump estuviera destrozando, de forma inédita, una regla
sagrada o, nuevo Alejandro (ningún parecido, aclaramos), hubiera cortado de un
tajo el nudo gordiano del neoliberalismo, para salvar a su país de ese sistema
asesino de pueblos.
No ocurre ni lo
uno ni lo otro. Donaldo -o su equipo, que es lo mismo-, está queriendo
enderezar la balanza de ingresos y gastos gubernamentales, pues las cifras cada
vez cuadran menos. Está diciendo, sin decirlo, que EEUU está en bancarrota (o
casi) y que no puede seguir dilapidando recursos, pues los necesita para cubrir
su creciente abismo presupuestario.
No hace falta
recurrir a Sherlock Holmes para encontrar los números crudos de la crisis de
EEUU, entre otras razones porque decenas de expertos estadounidenses llevan
años advirtiendo que el país estaba metido en un agujero negro de gastos
irracionales y que, cegado por los dogmas del neoliberalismo, se había
desmantelado lo que un día fue la economía más productiva del planeta.
La otrora
‘fábrica del mundo’ ya no lo es y, tal y como están las cosas, haría falta un
milagro colosal para que volviera a serlo. Y los milagros escasean tanto que es
más fácil hallar un T-Rex vivo que ver tal milagro (los australopitecos son
otra cosa: basta pasearse por la Unión Europea para hallar miles).
En cuanto a la
aritmética, empezaremos apoyándonos en el artículo ‘More Than Decline’ (Más que
decadencia), de Drew Holden, publicado el 24 de diciembre de 2024 en The
American Conservative, una revista -obviamente- conservadora, pero con
artículos asombrosamente críticos con la deriva política y económica de la
casta dirigente de EEUU, de una claridad tal que no hallaremos nada similar en
el gallinero europeo.
Holden afirma,
desde un inicio, que «EEUU ha perdido la capacidad de producir cosas, y esto
crea tanto el riesgo como la realidad de la escasez y la vulnerabilidad. Pero
lo que debería preocuparnos son las carencias que afectan a los estadounidenses
comunes y corrientes, y los problemas que conlleva una economía que no les
sirve», en la que faltan «cosas como la energía verde o universidades
asequibles».
Oren Cass, en su artículo ‘Free Trade’s Origin Myth’ (El mito del origen del
libre comercio), publicado en Law & Liberty, en enero de 2024, da cuenta de
los números:
«Las
exportaciones e importaciones estadounidenses estaban más o menos equilibradas
en 1992; en 2022 el déficit comercial superó los 900.000 millones de dólares
por primera vez. Incluso en productos de tecnología avanzada, en el mismo
período de 30 años EEUU pasó de un superávit de 60.000 millones de dólares a un
déficit de casi 250.000 millones. El crecimiento económico y la inversión
empresarial se desaceleraron, y las décadas de 2000 y 2010 se convirtieron en
la peor y la segunda peor década del período de posguerra. En la industria
manufacturera, el crecimiento de la productividad se volvió negativo: las
fábricas estadounidenses necesitaban más mano de obra en 2022 que en 2012 para
alcanzar la misma producción. Las joyas de la corona de la industria
estadounidense, innovadores revolucionarios como General Electric, Boeing e
Intel, perdieron sus posiciones de liderazgo mundial. La relación comercial
entre EEUU y China se convirtió en la más desequilibrada de la historia mundial
y costó millones de empleos estadounidenses.»
Drew Holden
apunta a otra grave deformación de la economía de EEUU: «Al mismo tiempo, EEUU
perdió la distinción entre mercados productivos e improductivos, o el
reconocimiento de que no toda la actividad económica es igual. Empezamos a
equiparar la actividad improductiva, como la ingeniería financiera, con los
usos productivos, como la fabricación de semiconductores». Holden ejemplifica
de otra forma este desastre: «Lo que una vez fue el centro del dominio
industrial de EEUU se convirtió en el Cinturón del Óxido, y ha mantenido ese
apodo desde entonces». Esta es una cuestión medular y es preciso tenerla en
cuenta para comprender mejor la magnitud de la crisis estadounidense, que va
más allá de unos pocos números.
Al día de hoy,
las empresas con mayor valor de cotización en los mercados financieros son
Apple, Microsoft, Alphabet, Amazon, Facebook, Berkshire Hathaway, Nvidia y
etcétera, amén de las otras que se dedican a la especulación en sus múltiples
formas. Berkshire Hathaway, propiedad de Warren Buffet, se dedica a la ingeniería
financiera. Amazon y Facebook ya sabemos lo que son. Las demás son
tecnológicas, que, es fama, representan lo máximo en su género, lo que dice
todo y dice nada. Veamos.
Todos estos
gigantescos conglomerados tecnológicos tienen un denominador común: no producen
bienes tangibles. Nada que pueda compararse con una fábrica de productos de
primera necesidad o un campo cultivado de cereales. Apple tiene como producto
estrella los iPhone, así como iTunes, Apple Music y Apple Pay. Microsoft brilla
con Microsoft Windows, suite Office, las consolas Xbox y las tabletas Surface.
Nvidia llegó a desplazar a Microsoft en capitalización bursátil, pero la
irrupción sorprendente de la compañía china DeepSeek en el campo de la
inteligencia artificial (IA) le carcomió sus cimientos, al punto de hacerle
perder, en horas, 600.000 millones de dólares.
El ‘efecto DeepSeek’ tuvo rebote e hizo temblar a todas las tecnológicas de
EEUU. Podríamos conjeturar que la pequeña empresa china es una especie de ángel
de la anunciación, que anticipa el fin de la supremacía de EEUU en su más
preciado tesoro: las tecnológicas. Si tal ocurriera (y ocurrirá), el tesoro
terminará repartido y sin dueño.
Vistos desde la
economía productiva, estos enormes conglomerados son globos inflados,
esencialmente infructíferos, pero que absorben centenares de miles de millones
de dólares que no son invertidos en áreas productivas. Es el ejemplo más
descarnado del enfrentamiento que lleva años sucediendo, entre economías
reales, sólidamente productivas -como las de China, Japón o Rusia-, y economías
virtuales, improductivas, que es en lo que se ha convertido la economía EEUU.
Por decirlo de
otra manera, la economía virtual de EEUU no puede enfrentar al eficaz complejo
industrial y científico-técnico de la economía real china (o japonesa o rusa)
blandiendo a Amazon o Facebook o llenándonos de iPhones. Es como lanzar
triquitracas contra vehículos blindados.
Para aterrizar
mejor en este tema hay que ir al artículo del Dr. James Holmes ‘China’s
Shipbuilding Capability: A Threat to the U.S. Navy?’ (La capacidad de
construcción naval de China: ¿una amenaza para la Armada de EEUU?), publicado
en julio de 2023, en la revista 1945 (que no es comunista, ojo). Holmes hace
este comentario:
«China puede
fabricar más de doscientas veces la capacidad de transporte marítimo de EEUU,
medida en tonelaje. Esto es, cuanto menos, revelador. Significa que China ha
acumulado la capacidad para superar a EEUU no sólo en buques de guerra, sino
también en buques mercantes, y por un margen enorme. En el ámbito naval,
extrapolando las tendencias actuales, la Armada del EPL contará con más de 400
buques a mediados de la década de 2030, mientras que la Armada de EEUU se
estanca en unos 300.
Además, la
enorme capacidad de construcción naval significa que a China le resultará mucho
más fácil reparar los buques dañados en batalla que a EEUU, que está luchando
por mantener la flota que tiene, y le costará mucho menos regenerar el poder de
combate en una guerra.»
No es, el
naval, tema menor, sino todo lo contrario. EEUU ha dependido -y sigue
dependiendo-, de su poder naval, sin el cual su proyección mundial e influencia
se diluirían como azúcar en una taza de café, aunque fuera malo (el café). En
su condición de Estado-isla, separado del mundo por los dos mayores océanos del
planeta, EEUU ha requerido de su capacidad naval para hacer valer los dos
pilares esenciales de una potencia: comercio y despliegue militar. Que China
posea, hoy, 200 veces más capacidad de transporte marítimo que EEUU -que es
igual a decir en capacidad de construcción naval-, significa que la proyección
global del poder de EEUU tiene los días contados. Si a la capacidad de China le
agregamos la de Rusia, la desventaja se hace colosal. Sólo en 2024, Rusia dio
el alta a una treintena de buques y submarinos.
En 2015, el Congreso de EEUU destinó 3.700 millones de dólares para modernizar
siete cruceros. Pocos años después, el proyecto fue cancelado por su escasa
rentabilidad y la poca capacidad de los astilleros, decidiendo dar de baja
cuatro buques. Para entonces, según la Oficina de Rendición de Cuentas del
Gobierno (GAO), se habían gastado 1.840 millones de dólares. Entre 1983 y 1994,
el gobierno estadounidense encargó 27 cruceros tipo Ticonderoga. En los hechos,
únicamente nueve de esos cruceros se encuentran hoy en servicio.
La situación es
tan crítica, que, en los años 2000, en EEUU se consideró incluso la posibilidad
de ampliar la vida útil de sus buques de guerra a 52 años. El Pentágono quiso
justificar los fracasos aduciendo el envejecimiento de los astilleros, la
interrupción de las cadenas de suministro y la falta de personal cualificado.
Aquello fue como reconocer que, en EEUU, el sector naval estaba en crisis (y en
esa crisis sigue).
No terminan ahí los males de la potencia estadounidense. Como señala Holden,
«cualquier propuesta de nuevas inversiones apoyadas por el gobierno debe tener
en cuenta la realidad de que EEUU enfrenta una deuda de 35 billones de dólares.
No se trata de un problema lejano para nuestros hijos y nietos: gastamos más
por año en los intereses de esa deuda que en defensa nacional». Un hecho para
meditar.
Según datos de 2023 de la Reserva Federal, EEUU debía pagar 1.026 billones de
dólares en intereses. Para hacernos una idea mejor, EEUU paga en intereses de
la deuda cuatro veces el PIB de Portugal y dos veces y media el de Austria. En
2021, el pago de la deuda era de 500.000 millones de dólares. En 2022 subió a
635.000 millones. En 2023, la cifra era de 873.000 millones. En 2024 debieron
pagarse 7,6 billones de dólares en bonos. El pago de la deuda ha pasado a ser
el segundo mayor gasto del presupuesto federal, solo superado por lo destinado
a la Seguridad Social (1,4 billones, el 21% del presupuesto) y por encima del
gasto militar que, ya sabemos, es el mayor del mundo.
En resumen, que Donaldo y su equipo no son un grupo de dementes adoptando
medidas sin ton ni son, sino los representantes de la corriente de pensamiento
que, desde hace más de una década, viene abogando por contener el gasto,
racionalizar las finanzas públicas y poner fin al pozo insondable de guerras y
aventuras exteriores, como único camino para evitar la bancarrota de EEUU.
Donaldo, simplemente, está haciendo caja y cobrando a los beneficiarios los
fondos públicos recibidos de gobiernos anteriores (incluyendo su primer
mandato).
Cada día está
más claro, para quien lo quiera ver, que la maquinita de hacer dólares
-empleada para financiar el derroche y desbarajuste de las finanzas
estadounidenses-, está agotada y la única forma de mantener el derroche es
endeudarse hasta el infinito, pero, en economía, el infinito no existe. La
bancarrota sí. Y China, en el horizonte, espera. No lo olviden. EEUU hace caja
para dedicarla a China. Por eso, ahora, ha dicho Donaldo, se acabaron los
regalos. ¿Quieres algo? Paga. Punto. ¿Quiere Europa más guerra en Ucrania?
Cubran los gastos. Esto es el «America First».
En cuanto al
gallinero europeo, es nada lo que puede hacer en las negociaciones en ciernes
sobre Ucrania entre EEUU y Rusia. El papel de las gallinas es servir al gallo y
poner huevos (y alguna otra cosa más, que por pudor omitimos), para luego
cacarear.
Ya que
empezamos con Tucídides, terminemos con otros episodios de su magna obra, como
la siguiente aseveración del sabio Pericles: «Para quienes tienen posibilidad
de elección y gozan, además, de prosperidad, es una gran insensatez entrar en
guerra». También esta otra, acontecida en el primer año de la guerra. Al
dirigir Pericles la ceremonia por los soldados caídos, afirmó: «No es posible
que tomen decisiones equitativas y justas quienes no exponen a sus hijos a que
corran peligro como los demás». Bueno tenerlo en cuenta, ahora que algunos
líderes del gallinero quieren mandar soldaditos a Ucrania, ninguno de los
cuales será hijito de esos lidercitos.
Donaldo, en
fin, ha acabado con el delirio europeo, de un EEUU siempre presto a acudir a su
rescate. Con hechos y palabras les viene diciendo que el desembarco de
Normandía es historia pasada. Que ya no habrá otro. No tardarán en pasar a ser
historia la Unión Europea y la OTAN. Entes fantasmales, pesadillas. A enterrar
para siempre. Con estacas y clavos. Y si acaso salen, que sea para ir a picar
hielo a Siberia. Eternamente.
Fuente: La Haine/Observatorio de la crisis.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario