Prisioneros
palestinos, tortura y silencio, el retrato moral de una sociedad enferma
Por Diario Al-Quds Libération /Alberto García Watson
kaosenlared
18 de noviembre de 2025
Lo ocurrido en Sde Teiman no es una excepción. Es la continuación lógica de un sistema donde la tortura se practica con naturalidad y la impunidad se celebra como patriotismo.
Las filtraciones desde ese
centro de detención, en el desierto del Néguev, muestran a soldados israelíes
golpeando y abusando sexualmente de prisioneros palestinos.
Las autoridades militares
confirmaron la autenticidad de los videos, y el escándalo provocó la renuncia
de Yifat Tomer-Yerushalmi, fiscal jefe del ejército, quien reconoció haber
filtrado uno de los videos en un intento de justificar a los agresores.
Organizaciones como el
Palestinian Centre for Human Rights (PCHR), B’Tselem y HaMoked documentan desde
hace años un patrón sistemático de abusos: tortura, violencia sexual, celdas de
hacinamiento extremo y detenciones prolongadas sin cargos.
En el caso de Sde Teiman,
los soldados acusados enfrentan cargos reducidos “abuso agravado” y “conducta
inapropiada”, lejos de lo que el Derecho Internacional Humanitario calificaría
como crímenes de guerra.
Los niños detenidos: la
infancia como objetivo de la represión
Las víctimas de este
sistema no son solo adultos. Cada año, según Defence for Children
International–Palestine (DCIP), entre 500 y 700 menores palestinos son
arrestados por las fuerzas israelíes, la mayoría en redadas nocturnas en
Cisjordania.
Muchos son interrogados sin
abogado ni familiares, obligados a firmar confesiones en hebreo, un idioma que
no comprenden.
Diversas ONG, incluidas
B’Tselem y Human Rights Watch, han documentado palizas, amenazas, aislamiento
prolongado y, en algunos casos, abusos sexuales o humillaciones de carácter
sexual durante la detención e interrogatorio.
Cuando la justicia es
selectiva
Aquí empieza la ironía.
En Ucrania, cualquier
violación de derechos humanos es, con razón, objeto de condena, sanciones y
llamados a la Corte Penal Internacional.
En Palestina, la violación
sistemática de derechos humanos se enfrenta con silencios diplomáticos y renovaciones
de acuerdos de cooperación.
La Unión Europea, tan
rigurosa a la hora de sancionar a Moscú, mantiene con Israel un estatus de
socio preferencial en comercio, investigación y defensa.
Estados Unidos, que
multiplica sanciones en nombre de la democracia, destina cada año más de 3800
millones de dólares en ayuda militar a Israel, incluso en los periodos de mayor
violencia contra la población civil palestina.
La coherencia moral
occidental parece seguir una fórmula simple: Los crímenes son intolerables cuando
los cometen los enemigos, pero justificables cuando los cometen los aliados.
Los héroes de la vergüenza
Dentro de Israel, el fenómeno es aún más inquietante. Soldados acusados de
abusos y torturas reciben apoyo público, aplausos, bendiciones religiosas y
defensa política.
Lo que debería ser una
vergüenza nacional se convierte en símbolo de patriotismo.
El tribunal no sanciona;
absuelve.
El público no condena; aplaude.
Y los mismos líderes que prometen ética y justicia convierten la impunidad en
una forma de identidad colectiva.
La hipocresía como política
exterior
Cuando los líderes europeos visitan Kiev, posan entre ruinas y proclaman que
“la libertad está en juego”.
Pero cuando se trata de
Gaza, la libertad ni siquiera se menciona. Los discursos se llenan de
tecnicismos, las cifras se relativizan y los derechos humanos se vuelven una
cuestión “compleja”.
El resultado es una obscena
asimetría:
En Ucrania, la defensa de
la soberanía es un deber moral.
En Palestina, la ocupación perpetua es un “asunto geopolítico sensible”.
Las palabras “nunca más” se repiten como mantra, mientras las imágenes de
cuerpos palestinos amontonados son clasificadas como “material sensible” para
no incomodar a los aliados.
Epílogo: la civilización
según conveniencia
La medida real de una civilización no está en sus discursos, sino en las vidas
que decide proteger. Y Occidente, con toda su retórica de libertad y legalidad,
ha decidido que algunas vidas, las palestinas, pueden ser suspendidas en el
limbo de la impunidad.
No es ignorancia: es una
elección política. Una elección que convierte la palabra “derechos humanos” en
un eufemismo para “privilegios occidentales”.
Al final, todo se resume en
una amarga certeza: La vida humana vale distinto según el lado del muro donde se
haya nacido.

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