martes, 12 de marzo de 2024

La izquierda de moda

 

Wagenknecht pone el dedo en la llaga al señalar a nuestra no-izquierda de hoy, posmoderna y alejada de las clases populares, atlantista a la hora de la verdad, subyugada por la ideología queer y responsable indirecta del crecimiento de la extrema derecha.


La izquierda de moda


Danilo Ruggieri

El Viejo Topo

12 marzo, 2024 

 


Ir contracorriente es una de las virtudes de Sarah Wagenknecht. La ya ex dirigente del Die Linke alemán, tras una larga batalla interna, rompió hace unos meses y abandonó el partido junto a otros, culpables de un giro liberal y cosmopolita, ya no atento a las luchas sociales, patrimonio tradicional de la histórica izquierda obrerista y socialdemócrata alemana. Esta ruptura fue precedida por la publicación en Alemania en 2021 de un libro suyo («Contra la izquierda neoliberal») que suscitó muchas discusiones y que se publicará próximamente en España.


Hay que decir de una vez que ha pasado mucha agua bajo el puente desde que se escribió el libro.


Solo tres años después de su publicación, una alteración sistémica del equilibrio geopolítico ha redibujado los mapas de la confrontación internacional. El inicio de la operación militar especial de Rusia en Ucrania en defensa de las poblaciones rusoparlantes del Donbass, la extensión del conflicto a la OTAN, que dirige y supervisa el esfuerzo bélico ucraniano, la destrucción de las líneas estratégicas de suministro de gas entre Rusia y Europa, y la guerra de exterminio israelí en Gaza en los últimos meses con escenarios de una posible ampliación en Oriente Medio, marcan un cambio de época en la perspectiva política, incluso interna, de los movimientos «antisistema» que se mueven en el continente europeo. El libro se detiene sólo en parte en los efectos nefastos de la crisis pandémica que estalló en 2020 y se silenció en correspondencia con los conocidos sucesos de febrero de 2022. Los rasgos generales del análisis político y social que la autora hace de la situación alemana, y que podrían extenderse a Europa Occidental, se confirman, incluso se refuerzan, al observar las posiciones adoptadas por gran parte de las clases políticas que lideran la izquierda liberal «progresista» y «radical».

Podemos decir que la guerra mundial en curso entre el mundo occidental y el mundo oriental contempla a esta izquierda –baste pensar en los socialdemócratas y verdes alemanes, pero sin olvidar a nuestro PD local y arbustos varios– como activa partidaria de las opciones belicistas atlánticas, y animada por un espíritu de presunta superioridad moral y cultural hacia los otros mundos. Dicho esto, el libro tiene el mérito de analizar concretamente y en un lenguaje muy sencillo las contradicciones fundamentales del pensamiento de la izquierda «de moda», correspondiente a nuestra izquierda reflexiva de clase media que vive en la zona residencial de las grandes ciudades metropolitanas. Hay que apreciar la valentía con la que una figura histórica de la izquierda socialista alemana, animadora de batallas históricas, ha decidido coger el toro por los cuernos. Su tesis parte de la constatación de la mutación genética consumada de gran parte de los grupos dirigentes de la izquierda histórica, que ha conducido a la traición de su base social, constituida por los trabajadores de los servicios de bajos ingresos y la clase obrera, que en los últimos treinta años han sufrido todas las contrarreformas del liberalismo económico y el progresivo desplazamiento de las batallas políticas y culturales hacia los temas de los derechos individuales y las minorías sexuales, abandonando por completo el campo de la lucha por la defensa del trabajo público y privado, la sanidad y las condiciones sociales generales de las clases subalternas.

Wagenknecht no sólo enumera muchos datos y ejemplos para demostrar esta tesis, sino que dedica un capítulo a definir los nuevos sujetos sociales que representan la base de consenso electoral de esta izquierda liberal, cosmopolita y de moda. Este punto es muy importante porque no se queda en la vaguedad, en una crítica superficial, sino que analiza los grupos sociales que han ganado posiciones económicas y prestigio con el liberalismo y que muy a menudo tienen una actitud de presunta superioridad moral hacia los trabajadores con baja formación, hacia esa parte del proletariado del sector servicios que sufre la «modernidad» liberalista. Conviene citar este pasaje que introduce la tesis del libro:

«Dos personas que proceden de medios sociales diferentes tienen cada vez menos que decirse, precisamente porque viven en mundos diferentes. Si la burguesía acomodada y con estudios universitarios de las grandes ciudades aún consigue encontrarse en la vida real con los menos afortunados, sólo lo hace gracias a la valiosa labor de mediación del sector servicios, que puede ofrecerles quien les limpie la casa, quien les entregue los paquetes y quien les sirva sushi en un restaurante. Las burbujas no sólo existen en las redes sociales. Cuarenta años de liberalismo económico, desmantelamiento del Estado del bienestar y globalización han dividido las sociedades occidentales hasta tal punto que la vida real de muchos ya sólo se mueve en la burbuja en la que se encuentra su clase. Nuestra sociedad, aparentemente abierta, está en realidad llena de muros» (p.13)

Este pasaje subraya una pequeña verdad cotidiana que marca profundamente la vida social y psicológica de una gran parte del proletariado descompuesto y fragmentado que hoy prevalece en las grandes áreas urbanas. La incomunicabilidad social, la división casi atomística del tejido de las clases subalternas es una de las grandes cuestiones con las que tendrá que contar una izquierda que quiera hablar al abigarrado mundo de los trabajadores típicos y atípicos, por subalternos que sean, como su principal punto de referencia.

Pero veamos qué entiende precisamente Wagenknecht por la izquierda de moda:

«El imaginario público de la izquierda social está dominado por una tipología que en adelante denominaremos izquierda de moda, en la medida en que quienes la apoyan ya no sitúan los problemas sociales y político-económicos en el centro de la política de izquierdas, sino las cuestiones relativas al estilo de vida, los hábitos de consumo y los juicios morales sobre el comportamiento. Esta oferta política de una izquierda de moda muestra su forma más pura en los partidos verdes, pero también se ha convertido en una corriente dominante en los partidos socialdemócratas, socialistas y de izquierdas de casi todos los países.»

Aquí habría que decir algunas cosas a modo de aclaración. Si bien el razonamiento básico responde a la mutación real de la izquierda socialista, socialdemócrata o ex comunista, los contextos nacionales también marcan diferencias secundarias pero no irrelevantes. Por ejemplo, en Alemania, los Verdes tienen una historia política y unas raíces sociales que no son comparables a las de nuestro país, sino también a las de otros como Francia. Por el contrario, en Italia la izquierda ex comunista, ex socialdemócrata (depende del punto de vista) ha hecho algo más que abandonar a sus propias clases de referencia, han sido agentes activos de las peores contrarreformas sociales, del peor liberalismo privatizador, gobernando en contra de las clases populares. Al mismo tiempo que esta prolongada carnicería social, los grupos dirigentes de la «izquierda» han recuperado su virginidad defendiendo la imaginería europeísta, las batallas por las libertades sexuales y el estilo de vida moderno como señas de identidad de la izquierda «moderna» del siglo XXI. La naturaleza de esta mutación es profundamente social antes que política. Este aspecto queda bien esbozado en el libro de Wagenknecht, en el que se dedica un capítulo a la base social de esta izquierda cosmopolita, europeísta y «progresista». Hablamos de la izquierda, o más exactamente de la izquierda europea, que es neoliberal en economía, partidaria de la arquitectura política de la UE y de la narrativa de la supuesta superioridad democrática y civilizatoria del europeísmo, en política exterior proclive a los satélites del atlantismo angloamericano, en sociedad partidaria de las campañas de opinión sobre los derechos individuales, socia instrumental del mundo feminista y ecologista. Aquí, todo esto ya no tiene nada que ver con el viejo mundo de la izquierda del siglo XX, comunista o socialdemócrata, obrera y asalariada, aunque nos encontremos con que a menudo los grupos dirigentes, al menos en Italia, proceden de ese mundo. He aquí otro pasaje esclarecedor de Wagenknecht, que en sus líneas generales define un paradigma, un tipo social y un carácter político:

«El representante de la izquierda de moda vive en un mundo completamente distinto y se define por otros temas. Evidentemente, es proeuropeo y cosmopolita, aunque cada cual entienda estas palabras de moda de forma ligeramente diferente. Le preocupa el clima y está comprometido con la emancipación, la inmigración y las minorías sexuales. Está convencido de que el Estado nación es un modelo moribundo y se considera un ciudadano del mundo y sin demasiados lazos con su propio país…»

y otra vez:

«Como el izquierdista de moda apenas entra en contacto directo con las cuestiones sociales, éstas le interesan muy poco. Por supuesto, el objetivo sigue siendo una sociedad justa y sin discriminación, pero el camino para llegar a ella ya no pasa por las viejas cuestiones de economía social, es decir, salarios, pensiones, impuestos y subsidios de desempleo, sino principalmente por los símbolos y el lenguaje.

Pero volvamos a las clases sociales de referencia, quedándonos en la situación alemana de la que habla Wagenknecht.

El consenso activo y pasivo de esta izquierda está arraigado entre licenciados de clase media que trabajan en la administración pública, en puestos medios-altos, profesionales de la comunicación y el marketing, en servicios financieros que trabajan en obra social, en empresas de movilidad verde, piezas de la burocracia sindical y del abigarrado mundo del ecologismo y las culturas alternativas. En este medio crece y prospera una narrativa posmoderna, de mil lenguajes, de vago pacifismo, de odio hacia cualquier recuperación de una soberanía nacional y popular, etiquetada siempre y en todo caso como un remanente reaccionario y de derechas, y abanderados convencidos de un europeísmo abstracto que no significa otra cosa que un apoyo consciente e interesado a las políticas neoliberales de Bruselas.

En resumen, esta izquierda ha cambiado de forma y de contenido desde sus orígenes. Ha optado por representar los intereses, expectativas y sentimientos de aquellas clases que han salido victoriosas y/o aseguradas de las transformaciones sociales de las últimas décadas. Hechas estas breves incursiones en la deriva del mundo de la izquierda políticamente correcta y compatibilista, el valor añadido de la reflexión de la socialista alemana reside en las partes dedicadas a la cuestión del Estado-nación y su recuperación en la lucha política y en el imaginario colectivo por la emancipación social de las clases subalternas. Si no se aborda también hoy claramente esta contradicción, se permanece inevitablemente, voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente, de buena o mala fe, en la subordinación total a los intereses del gran capital. Si bien es cierto que la vulgata de la izquierda, incluso y sobre todo de la izquierda radical, según la cual la invocación de la soberanía nacional sería antihistórica, por no decir otra cosa, e ideológicamente decididamente de derechas, cuando no fascista, esta manera de ver las cosas es a menudo el producto de una ignorancia total de la historia del movimiento obrero y socialista internacional. Y eso sería lo de menos, dada la tendencia general en nuestras partes. La cuestión es que referirse a un internacionalismo vago y genérico de los pueblos es, en el mejor de los casos, un signo de extremismo senil incurable y, en el peor, significa trabajar para el enemigo.

El nudo es absolutamente contundente, sobre todo en nuestras latitudes, y la guerra de la OTAN contra Rusia confirma la necesidad de reabrir un debate serio en las filas de una izquierda popular, si es que existe. Sobre todo si tenemos en cuenta que nuestros países son naciones de soberanía limitada, no sólo porque hay decenas de bases militares estadounidenses en nuestros territorios, sino esencialmente porque toda decisión digna de relevancia es aprobada y ratificada primero por las oligarquías anglosajonas y el poderoso lobby israelí-sionista. ¿Podemos encogernos de hombros ante esta realidad o limitarnos a vagos eslóganes sobre un internacionalismo sin fronteras?

Dicho esto, no faltan debilidades en el marco propositivo de Wagenknecht. En primer lugar, se queda mucho en la superficie sobre la cuestión de la Unión Europea y su carácter estructuralmente antidemocrático y antipopular, una jaula que durante décadas ha aprisionado todo posible proyecto de emancipación popular y de recuperación de una soberanía basada en los intereses de la mayoría de las clases trabajadoras. El texto carece de una idea de fondo, de una vía programática radical que profundice y enfatice el potencial antisistémico.

Al tiempo que expresa una dura crítica al capitalismo financiero y de libre mercado, en Wagenknecht existe la idea, en mi opinión ingenua e infundada, de proponer o aspirar a una vuelta a un capitalismo «diferente», «verdaderamente meritocrático», no monopolista (que nunca lo fue), sino en los deseos de la ideología reformista de la socialdemocracia, hija de un mundo que ya no existe y al que no es posible, aunque se quisiera, volver. Cuando se afirma que «la propiedad privada y la búsqueda del beneficio sólo pueden fomentar el progreso tecnológico y aumentar así el potencial de bienestar de la economía allí donde existe una auténtica competencia y unas normas y leyes claras que velan por no gravar a los asalariados y al medio ambiente», el autor se desliza hacia la narración nostálgica de un capitalismo con rostro humano que, si existió, fue el producto histórico y determinado de dos corrientes históricas fundamentales, la existencia de un bloque socialista opuesto al mundo capitalista y una lucha de clases que tenía en la clase obrera y en el proletariado en general una fuerza relativamente homogénea capaz de ganar posiciones y mejoras progresivas. A pesar de algunas debilidades programáticas y, como dirían algunos, de una visión fragmentada de la tarea antisistémica, sigue siendo un libro que ofrece una visión crítica y hunde el cuchillo en el mundo de la izquierda. Lo necesitamos, pero aún queda mucho camino por recorrer.

Fuente: L’interferenza.

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¿Cuál orden internacional?

 

¿Cuál orden internacional?

 

por Thierry Meyssan

voltairenet.org

07.11.2023

 

Hoy ofrecemos a nuestros lectores el texto de la intervención de Thierry Meyssan en la conferencia realizada el 4 de noviembre de 2023, en Magdeburgo (Alemania), por la publicación Compact sobre el tema “Amistad con Rusia”. Meyssan explicó allí la diferencia fundamental entre las dos concepciones del orden del mundo que hoy se enfrentan, desde el Donbass hasta Gaza –la del bloque occidental y la concepción del orden internacional a la que se refiere “el resto del mundo”. No se trata de saber si ese orden debe ser regentado por una potencia (orden unipolar) o por un grupo de potencias (orden multipolar). Lo importante es saber si el orden debe respetar, o no, la soberanía de cada Estado.


En su intervención, Meyssan se apoya en la historia del Derecho Internacional, según la visión del zar Nicolás II y del premio Nobel de la Paz León Bourgeois.

 

RED VOLTAIRE | MAGDEBURGO (ALEMANIA) | 7 DE NOVIEMBRE DE 2023

 

ČEŠTINA DEUTSCH ΕΛΛΗΝΙΚΆ ENGLISH FRANÇAIS ITALIANO NEDERLANDS NORSK POLSKI PORTUGUÊS РУССКИЙ



Hemos visto los crímenes de la OTAN pero ¿por qué proclamar nuestra amistad con Rusia? ¿No existe también un peligro de que ese país se comporte mañana como la OTAN lo hace hoy? ¿No estaríamos sustituyendo un yugo por otro yugo?

Para responder a esa pregunta me basaré en mi experiencia como consejero de 5 jefes de Estado. En todas partes, los diplomáticos rusos me han dicho: «Ustedes se equivocan. Se comprometen a apagar un incendio aquí mientras hay otro comenzando en otro lugar. El problema es más profundo y amplio.»

Quisiera, por lo tanto, describir a ustedes la diferencia entre un orden mundial «basado en reglas» y otro basado en el Derecho Internacional. No es una historia lineal sino la historia de un combate entre dos concepciones del mundo, un combate que tenemos el deber de continuar.

En el siglo XVII, los Tratados de Westfalia [también denominados como “Paz de Westfalia”. Nota del Traductor.] sentaron el principio de soberanía de los Estados. Cada Estado es igual a los demás y ninguno de ellos puede inmiscuirse en los asunto internos de los otros Estados. Esos Tratados rigieron durante siglos tanto las relaciones entre los Landers actuales como las relaciones entre los Estados europeos. En 1815, en el momento de la derrota de Napoleón I, esos Tratados fueron reafirmados por el Congreso de Viena.

Antes de la Primera Guerra Mundial, el zar Nicolás II convocó dos conferencias internacionales de paz en La Haya –en 1899 y 1907–para «buscar los medios más eficaces para garantizar a todos los pueblos los beneficios de una paz real y duradera». El zar Nicolás II preparó aquellas dos conferencias internacionales con el papa Benedicto XV, basándose no en el derecho del más fuerte sino en el derecho canónico. Veintisiete Estados firmaron los trabajos finales de aquellas conferencias, al cabo de 2 meses de deliberaciones. El presidente del Partido [republicano] Radical francés, León Bourgeois, presentó en La Haya su reflexión [1] sobre la dependencia recíproca entre los Estados y sobre el interés que tendría para ellos la decisión de unirse a pesar de sus rivalidades.

Bajo el impulso de León Bourgeois, la Conferencia creó una Corte Internacional de Arbitraje encargada de resolver los conflictos por la vía jurídica, para evitar que los Estados recurriesen a la guerra. Bourgeois estimaba que los Estados no aceptarían desarmarse mientras no tuviesen otras garantías de seguridad. El texto final instituye la noción del «deber de los Estados de evitar la guerra»… recurriendo precisamente al arbitraje.

Por iniciativa de un ministro del zar, Frederic Fromhold de Martens, la Conferencia concluyó que, durante un conflicto armado, las poblaciones y los beligerantes deben quedar bajo la protección de los principios resultantes «de los usos establecidos entre naciones civilizadas, de las leyes de la humanidad y de las exigencias de la conciencia pública». En pocas palabras, los firmantes se comprometían a no volver a comportarse como bárbaros.

Ese sistema funciona únicamente entre Estados civilizados que respetan su propia firma y que rinden cuentas ante su propia opinión pública. Y fracasó en 1914 porque los Estados habían perdido su soberanía al concluir acuerdos de defensa que los obligaban a entrar en guerra automáticamente en circunstancias que ellos mismos no podían evaluar.

Las ideas de León Bourgeois avanzaron pero encontraron oposición, como la de Georges Clemenceau, el rival de Bourgeois en el seno de su propio partido. Clemenceau no creía que la opinión pública pudiese impedir la guerra. Tampoco lo creían los anglosajones: el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, y el primer ministro británico, Lloyd George.

Así que, al final de la Primera Guerra Mundial, el francés Georges Clemenceau, el estadounidense Woodrow Wilson y el británico Lloyd George reemplazaron el balbuceante Derecho Internacional por la fuerza de los vencedores; se repartieron el mundo y los despojos del Imperio Austrohúngaro, del Imperio Alemán y del Imperio Otomano; atribuyeron a Alemania toda la responsabilidad por las masacres, desconociendo a la vez las responsabilidades de sus propios países y las masacres que ellos mismos habían impulsado, e impusieron a Alemania un desarme sin garantías.

Para evitar el surgimiento de un rival ante el Imperio Británico en Europa, los anglosajones comenzaron a instigar a Alemania en contra de la URSS y compraron el silencio de Francia asegurándole que podría saquear el derrotado II Reich. De cierta manera, como lo dijo en su momento el primer presidente de la República Federal de Alemania, Theodor Heuss, los anglosajones crearon las condiciones para el desarrollo del nazismo.

Conforme a lo que ya habían decidido entre ellos, el francés Georges Clemenceau, el estadounidense Woodrow Wilson y el británico Lloyd George remodelaron el mundo según su propia visión (los 14 puntos de Wilson, los acuerdos Sykes-Picot y la declaración de Balfour). Crearon el “hogar judío” de Palestina, dividieron África y Asia y trataron de reducir Turquía a su mínima expresión. Esos 3 personajes crearon todos los desórdenes actuales en el Medio Oriente.

Sin embargo, después de la Primera Guerra Mundial, fueron las ideas del difunto zar Nicolás II y de León Bourgeois las que dieron lugar al nacimiento de la Sociedad de Naciones (SDN), sin participación de Estados Unidos, que así rechazaba oficialmente la concepción del Derecho Internacional. Pero la SDN también fracasó, no porque Estados Unidos se negara a ser miembro, como ya dijimos –en definitiva, Estados Unidos estaba en su derecho de no integrarse a la SDN–, sino porque la misma SDN fue incapaz de reinstaurar una estricta igualdad entre los Estados –Reino Unido se negaba a considerar como iguales los pueblos colonizados. Otra razón del fracaso de la SDN es que esta nunca tuvo un ejército común. La última razón del fracaso de la SDN es que los nazis masacraron a sus opositores, destruyeron la opinión pública alemana, violaron la firma de su propio país y no vacilaron en comportarse como bárbaros.

A partir de la Carta Atlántica, en 1942, el nuevo presidente estadounidense, Franklin Roosevelt, y el nuevo primer ministro británico, Winston Churchill, se fijaron como objetivo común instaurar un gobierno mundial al final del conflicto. Creyendo que podrían llegar a gobernar el mundo, los anglosajones no lograron sin embargo ponerse de acuerdo sobre cómo hacerlo. Washington no quería que Londres interviniese en Latinoamérica mientras que Londres no tenía intenciones de compartir la hegemonía del Imperio donde «nunca se ponía el sol». Durante la Segunda Guerra Mundial, los anglosajones firmaron numerosos tratados con los gobiernos aliados, principalmente con los gobiernos en el exilio, albergados en Londres.

Pero los anglosajones no lograron derrotar al III Reich. Fueron los soviéticos quienes lo vencieron y tomaron Berlín. El primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética, Josef Stalin, se oponía a la idea de instaurar un gobierno mundial… y mucho menos anglosajón. Stalin solamente quería la creación de un organismo capaz de evitar nuevas guerras. En definitiva, fueron los conceptos rusos los que dieron nacimiento al sistema, el de la Carta de las Naciones Unidas, que se adoptó en la Conferencia de San Francisco.

Según el principio instituido en las conferencias de La Haya, todos los Estados miembros de la ONU son iguales. La Organización de las Naciones Unidas incluye un tribunal interno –la Corte Internacional de Justicia (CIJ), encargado de resolver los conflictos entre los miembros de la ONU. Sin embargo, teniendo en cuenta las experiencias anteriores, las cinco potencias victoriosas disponen cada una de un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, con derecho de veto. Al no existir ningún grado de confianza entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad –los anglosajones se plantearon incluso continuar la guerra utilizando los restos de las tropas alemanas contra la URSS– y como no se sabía cuál sería el comportamiento de la Asamblea General, los vencedores querían garantizar que la ONU no se volviese contra ellos –Estados Unidos había cometido espantosos crímenes de guerra al utilizar dos bombas atómicas contra la población civil japonesa… cuando Japón se preparaba para rendirse ante los soviéticos.

Pero las grandes potencias tenían concepciones muy diferentes del derecho de veto. Para algunas de esas potencias, el derecho de veto era un derecho de censura sobre las opiniones de los demás. Otras lo veían como la obligación, para los vencedores, de adoptar decisiones por unanimidad.

Pero los anglosajones nunca siguieron las reglas del juego.

El 14 de mayo de 1948, un Estado israelí se autoproclamó antes de que existiesen acuerdos sobre el trazado de sus fronteras. Después, el enviado especial del secretario general de la ONU, a quien se le había confiado la misión de velar por la creación de un Estado palestino, el conde Folke Bernadotte, fue asesinado por los supremacistas judíos, encabezados por Yitzhak Shamir. Además, el escaño destinado a China en el Consejo de Seguridad de la ONU, en el contexto de la guerra civil china a punto de terminar, no fue entregado al gobierno de Pekín sino que terminó en manos del Kuomintang de Chiang Kai-chek. El 15 de agosto de 1948, los anglosajones proclamaron una “República de Corea” en su zona de ocupación de la península de Corea. El 4 de abril de 1949, los anglosajones crearon la OTAN y después, el 23 de mayo del mismo año, proclamaron la independencia de sus sectores de ocupación en Alemania, bajo la denominación de “República Federal de Alemania”.

Considerándose engañada, la URSS optó por la «política del escaño vacío» en el Consejo de Seguridad. El soviético Josef Stalin, nacido en Georgia, creía, erróneamente, que el veto no era un medio de censura sino un instrumento para garantizar la unanimidad entre los vencedores y creyó que la ausencia de la URSS impediría que el Consejo adoptara decisiones. Pero los anglosajones dieron otra interpretación al texto de la Carta que ellos mismos habían redactado y, el 25 de junio de 1950, aprovecharon la ausencia de los soviéticos para poner cascos azules sobre las cabezas de sus soldados y enviarlos a la guerra contra los coreanos del norte «en nombre de la comunidad internacional» (sic). El 1º de agosto de 1950, los soviéticos regresaron a la ONU, después de 6 meses y medio de ausencia.

Si bien el Tratado del Atlántico Norte es legal, su reglamento interno viola la Carta de la ONU ya que pone los ejércitos de los países miembros de la alianza atlántica bajo las órdenes de los anglosajones. El comandante supremo de las fuerzas de la OTAN en Europa (SACEUR, siglas en inglés) es obligatoriamente un general estadounidense [designado por el presidente de Estados Unidos. Nota de Red Voltaire.]. Según el primer secretario general de la OTAN, Hastings Ismay, el verdadero objetivo de la OTAN no es preservar la paz ni luchar contra los soviéticos sino «Mantener a los americanos dentro, a los rusos fuera y a los alemanes bajo tutela» [2]. En resumen, la OTAN es el brazo armado del gobierno mundial que Roosevelt y Churchill querían crear. Es en aplicación de ese objetivo [enunciado por Ismay], que el presidente Joe Biden ordenó la voladura de los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2, que conectaban a Rusia y Alemania.

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, el MI6 [británico] y la OPC (o sea, la futura CIA) instauraron secretamente una red stay-behind en Alemania. Introdujeron en esa red miles de responsables nazis que habían ayudado a escapar de la justicia. Klaus Barbie [el jefe de la GESTAPO en la ciudad francesa de Lyon], quien había torturado al Coordinador Nacional de la Resistencia francesa, Jean Moulin, se convirtió en el primer comandante de aquel ejército secreto. Aquella red fue incorporada después a la OTAN y los anglosajones la utilizaron para intervenir en la vida política de sus supuestos aliados, en realidad sus vasallos.

Los ex colaboradores de Joseph Goebbels crearon la Volksbund für Frieden und Freiheit y, con ayuda de Estados Unidos, persiguieron a los comunistas alemanes. Posteriormente, los agentes stay-behind de la OTAN lograron manipular a la extrema derecha para convertirla en algo detestable. Así sucedió con la banda Baader-Meinhof [la Fracción del Ejército Rojo. NdT.] y cuando los miembros de aquel grupo fueron detenidos, la red stay-behind los asesinó en la cárcel, antes de que fuesen juzgados, para que no hablaran. A partir de 1992, siguiendo instrucciones de la OTAN, Dinamarca espió a personalidades alemanas, como la canciller Angela Merkel. Asimismo, en 2022, otro país miembro de la OTAN, Noruega, ayudó a Estados Unidos en la voladura de los gasoductos Nord Stream…

Pero, volvamos al Derecho Internacional. Poco a poco las cosas fueron entrando nuevamente en orden hasta que el ucraniano Leonid Brezhnev hizo en Europa central, en 1986, con la «primavera de Praga», lo que los anglosajones ya hacían en todas partes, prohibir a los Estados aliados de la URSS optar por un modelo económico diferente al suyo.

Fue con la disolución de la URSS que las cosas comenzaron a empeorar. El subsecretario de Defensa de Estados Unidos, Paul Wolfowitz, elaboró una doctrina según la cual, para seguir siendo dueño del mundo, Estados Unidos tenía que evitar a toda costa el surgimiento de un nuevo rival… comenzando por la Unión Europea. En aplicación de esa doctrina, el secretario de Estado James Baker impuso la ampliación de la Unión Europea a todos los Estados que habían sido miembros del Pacto de Varsovia o de la URSS. Con esa ampliación, la Unión Europea se privaba a sí misma de la posibilidad de convertirse en una entidad política. Fue también en aplicación de esa doctrina que el Tratado de Maastricht puso la Unión Europea bajo la protección de la OTAN. Y es igualmente en aplicación de la misma doctrina que Alemania y Francia pagan y arman a Ucrania.

Llegó entonces el profesor checo-estadounidense Josef Korbel y propuso a los anglosajones dominar el mundo reescribiendo los tratados internacionales. Según Korbel, sólo había que reemplazar la racionalidad del derecho romano por el derecho anglosajón, basado en la costumbre. De esa manera, todos los tratados acabarían, a largo plazo, dando la ventaja a las potencias dominantes, Estados Unidos y Reino Unido, vinculados por una «relación especial», según palabras de Winston Churchill.

La hija del profesor Korbel, la demócrata Madeleine Albright, se convirtió en embajadora de Estados Unidos en la ONU y después en secretaria de Estado. Cuando la Casa Blanca pasó a manos de los republicanos, la hija adoptiva del profesor Korbel, Condoleeza Rice, se convirtió en consejera de seguridad nacional y más tarde en secretaria de Estado. Durante 20 años, las dos “hermanas” [3] reescribieron pacientemente los principales tratados internacionales, supuestamente para modernizarlos, en realidad para modificar el espíritu mismo de esos textos.

Hoy en día, las instituciones internacionales funcionan según reglas instauradas por los anglosajones, basadas en las precedentes violaciones del Derecho Internacional. Ese “derecho” [basado en reglas] no está escrito en ningún código ya que se trata de la interpretación de la costumbre según la potencia dominante. Todos los días estamos reemplazando el Derecho Internacional por reglas injustas y estamos violando nuestra propia firma.

Por ejemplo:


 Los Estados bálticos se comprometieron por escrito –en el momento de su creación, en 1990– a conservar los monumentos que conmemoraban los sacrificios del Ejército Rojo [soviético]. La destrucción de esos monumentos es, por consiguiente, una violación de aquel compromiso.


 Finlandia se comprometió por escrito –en 1947– a mantenerse neutral. Su incorporación a la OTAN es una violación de su propia firma al pie de aquel compromiso.


 La ONU adoptó –el 25 de octubre de 1971– la resolución 2758, reconociendo así que el gobierno de la República Popular China es el único representante legítimo de la nación china. En aplicación de esa resolución, el gobierno de Chiang Kai-chek fue expulsado del Consejo de Seguridad y reemplazado por el gobierno de Mao Tse-Tung. Por consiguiente, las recientes maniobras militares de la República Popular China en el estrecho de Taiwán no son un acto agresivo contra otro Estado soberano sino un despliegue militar chino en sus propias aguas territoriales.


 Los Acuerdos de Minsk tenían como objetivo proteger a los ucranianos rusoparlantes del acoso de los nacionalistas integristas. Francia y Alemania se comprometieron, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, a actuar como garantes de la aplicación de los Acuerdos de Minsk. Pero, como lo reconocieron públicamente la ex canciller alemana Angela Merkel y el ex presidente francés Francois Hollande, ellos no tenían intenciones de poner los acuerdos en aplicación. Sus firmas no valían nada. Si hubiesen valido algo… hoy no habría guerra en Ucrania.

La adulteración del Derecho Internacional llegó a un punto culminante con la nominación, en 2012, del estadounidense Jeffrey Feltman, como responsable de los asuntos políticos en la ONU. Desde su oficina en la sede de la ONU, en Nueva York, Jeffrey Feltman supervisó la guerra de Occidente contra Siria, utilizando para la guerra las instituciones de la paz [4].

La Federación Rusa respetó todos los compromisos que firmó, y también los que había firmado la extinta Unión Soviética… hasta que Estados Unidos la amenazó almacenando armamento a las puertas del territorio ruso. El Tratado de No Proliferación nuclear (TNP) obliga las potencias nucleares a abstenerse de diseminar por el mundo sus arsenales nucleares. Violando su firma al pie del Tratado de No Proliferación, Estados Unidos ha venido almacenando, desde hace décadas, bombas atómicas en 5 países vasallos. Estados Unidos entrena soldados de los ejércitos aliados en el uso de esas armas en las bases Kleine Brogel (Bélgica), Buchel (aquí, en Alemania), Aviano y Ghedi (en Italia), Volkel (Países Bajos) y en Incirlik (en Turquía).

Y ahora nos dicen que [esas violaciones del TPN] se han convertido en “la costumbre”. Pero, la Federación Rusa, considerándose asediada luego del vuelo de un bombardero nuclear sobre el golfo de Finlandia, también ha comenzado a “jugar” con el TPN, desplegando armas atómicas en Bielorrusia. Claro, Bielorrusia no es Cuba. Llevar armas nucleares a Bielorrusia no cambia nada. Es sólo un mensaje dirigido a Washington: “Si ustedes quieren volver al derecho del más fuerte, nosotros podemos aceptarlo. Pero ahora los más fuertes somos nosotros.” Es importante señalar que Rusia no viola la letra del TPN ya que no entrena militares bielorrusos para que usen el armamento nuclear sino que se toma “libertades” con la interpretación del Tratado.

Para ser eficaces y perennes, explicaba León Bourgeois en el siglo pasado, los tratados deben basarse en garantías jurídicas. Resulta por lo tanto urgente volver al Derecho Internacional. Si no lo hacemos, nos veremos empujados a una guerra devastadora.

Restablecer el Derecho Internacional va en el sentido de nuestro honor y de nuestro interés. El Derecho Internacional es una construcción frágil. Si queremos evitar la guerra, tenemos que restaurarlo y estamos seguros de que Rusia piensa como nosotros y que no lo violará.

También podemos apoyar a la OTAN, que reunió a sus 31 ministros de Defensa en Bruselas, el 31 de octubre, para escuchar a su homólogo israelí anunciando que iba a arrasar Gaza. Y ninguno de nuestros ministros, incluyendo al alemán Boris Pistorius, se atrevió a alzar la voz contra la planificación de ese crimen de masa que se perpetra contra los civiles. No se dejen ustedes traicionar nuevamente, ahora por el Partido Socialdemócrata y los Verdes.

La opción no es escoger entre dos amos sino proteger la paz, desde el Donbass hasta Gaza, y, en definitiva, defender el Derecho Internacional.

Thierry Meyssan

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11M; el atentado islamista [Cuando el señor Feijoo del PP hable de mentiras y corrupción hay que prestarle atención, porque de mentiras y corrupción sabe, al menos al 3%, y de trato personal con altos personajes del alto tráfico de drogas de Galicia, como el que mata Guardia Civiles en un pueblo de Andalucía, también]

 


11M; el atentado islamista [Cuando el señor Feijoo del PP hable de mentiras y corrupción hay que prestarle atención, porque de mentiras y corrupción sabe, al menos al 3%, y de trato personal con altos personajes del alto tráfico de drogas de Galicia, como el que mata Guardia Civiles en un pueblo de Andalucía, también]

 

Por Victor Arrogante

KAOSENLARED

 11 de marzo de 2024 

El 11 de marzo de 2004, el terrorismo islamista asesinó a 192 personas y dejó 1856 heridos de diferente consideración. El Gobierno de José María Aznar señaló a ETA como responsable, mediante bulos y mentiras, pese a opiniones de jueces y la propia policía por las pruebas que iban apareciendo. En un ambiente electoral en España todo se truncó. Los ciudadanos españoles no nos merecíamos un Gobierno que nos mintiera, sino un Gobierno que nos dijera la verdad.

Cuatro atentados simultáneos perpetrados en otros tantos trenes de cercanías que se dirigían desde Alcalá de Henares hasta Atocha. Los terroristas habían colocado 13 bombas en los trenes con más de 100 kilos de explosivo. Diez de los artefactos explotaron entre las 7.35 y las 7.45 dejando un reguero de muerte en la línea ferroviaria.

A las 13.0 hora, para Ángel Acebes, ministro de Interior, ETA había conseguido su objetivo. El Gobierno no tenía ninguna duda de que ETA esta detrás. Y añadió: Es absolutamente intolerable cualquier tipo de intoxicación que vaya dirigida a desviar el objetivo y los responsables de esta tragedia, en referencia a las informaciones que apuntaban a grupos islámicos como autores del atentado. Siete horas después de esa declaración, el ministro volvió a comparecer y admitió algunas dudas tras explicar que la policía había encontrado una furgoneta en Alcalá de Henares y una mochila en la comisaría de policía de Vallecas. En la furgoneta, robada, se encontraron detonadores y cintas con versículos del Corán. Sólo unos minutos después, el diario árabe Al Quds Al Arabi comunicó que Al Qaeda reivindicaba el atentado.

Arnaldo Otegi, hoy coordinador general de EH Bildu, aseguró el día 12, que no contempla ni como mera hipótesis que el brutal atentado fuese obra de la organización terrorista ETA, ni por los objetivos ni por el modus operandi, mostrando su condena y absoluto rechazo al atentado, apuntando a la resistencia árabe.

Tres días después de los atentados se celebraron en España elecciones generales, que serán recordadas por tres razones: la inesperada victoria del PSOE en la oposición, pese a que todos los sondeos habían pronosticado una victoria del PP, con Mariano Rajoy a la cabeza; los atentados terroristas perpetrado tres días antes; y la controvertida actuación del Gobierno de José María Aznar, en las horas posteriores a los ataques, acusando a ETA de la autoría, utilizando bulos y mentiras.

Contra todo pronóstico, José Luis Rodríguez Zapatero ganó las elecciones generales el 14 de Marzo, en medio de una conmoción política y social. En plena campaña electoral, los partidos políticos suspendieron sus actos electorales, bajo la sombra de los atentados. La noche previa a la apertura de los colegios electores, se manifestaron frente a sedes del PP, ciudadanos insatisfechos con la política informativa de Interior sobre la autoría de los atentados. Mientras se producían las concentraciones, el Ministro informó de la detención de tres marroquíes y dos indios en relación con los atentados.

Para Javier Gómez Bermúdez manifiesta que se mintió conscientemente, ya que no hay una sola de aquellas teorías de la conspiración que tuviera una base sólida. Quien hoy sigue cuestionando la autoría del atentado o no se ha enterado de nada o sabe que está mintiendo, afirma categóricamente. Bermúdez fue el presidente del tribunal de la Audiencia Nacional que, el 31 de octubre de 2007, dictó la sentencia condenatoria contra los autores del atentado yihadista de Madrid. El fallo desbarató las mentiras publicadas para obstaculizar el proceso. Fueron condenados 21 de los 29 que se sentaban en el banquillo. Jamal Zougam y Othman el Gnaoui fueron condenados a 42.922 años como autores materiales de los asesinatos y el exminero José Emilio Suárez Trashorras a 34.715 años como autor por cooperación necesaria.

Tanto la investigación policial, como la instrucción del sumario, estuvieron sometidas a una presión constante. El sumario constaba de 245.000 folios, riguroso con el más mínimo detalle, respaldado por siete informes. Según los hechos probados de la sentencia del sumario 20/2004 y la sentencia del Tribunal Supremo 503/2008, hace pensar que el detonante final de los atentados, fue la participación de España en la guerra de Irak, un argumento constante para los actos de estos grupos terroristas: En New York, el 11S hubo cuatro aviones y en Madrid cuatro trenes. En New York fue un día 11, como en Madrid, y el presidente Aznar y su política, tenían puesto el foco en ETA. No protegió a la ciudadanía, contra el terrorismo islamista y no prestó atención a las consecuencias de la participación de España en la guerra de Irak.

Aquel día “Todo se truncó brutalmente. Escuchaba la Cadena Ser e Iñaki Gabilondo informaba sobre el atentado y desde entonces todo ha sido un sin vivir“, me contaba en 2014 Pilar Manjón, presidenta de la Asociación 11M Afectados por el Terrorismo y madre de Daniel, que perdió la vida en los terribles atentados terroristas. Años de dolor y falta de entendimiento. Pilar recuerda las palabras de Álvarez Cascos: “cambiamos de gobierno por esta puta y cuatro mierdas más”. O cuando Esperanza Aguirre, al entregarle una subvención para la Asociación le dijo: “esto es mejor que un premio de lotería, porque no paga a Hacienda”. Desprecio, amenazas e insultos por parte de muchos, contra las víctimas.

El juez Baltasar Garzón asegura que a las tres de la tarde llegó a una conclusión: No había sido ETA y afirma que los policías no se guardaron esa información, sino que, como hacían siempre se la transmitieron a sus superiores, y estos, a su ministro y en aquella ocasión las órdenes las impartía el presidente del Gobierno. El gobierno de España no tuvo en cuenta toda la información que iba saliendo referente a los atentados.

El día 12 de marzo, once millones de personas tomamos las calles al grito de ¿Quién ha sido, quién ha sido? Había muchas dudas sobre que ETA hubiera sido el brazo armado del los atentados, como el Gobierno adelantó. La emocionada muchedumbre se dirigía desde la Plaza de Castilla en el norte, o desde la Estación de Atocha en el sur, hasta la Plaza de Colón, mostrando su condena a los atentados y la solidaridad con las víctimas. Según el Delegado del Gobierno, 2.300.000 madrileños nos manifestamos en Madrid.

Un estudio ha demostrado científicamente, que la información de los medios, los SMS y el boca a boca de los votantes tras el atentado del 11M influyeron en el resultado de las elecciones mgenerales. El estudio, que han desarrollado investigadores de la Escuela de Informática y la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Granada, en colaboración con la Universidad de Newcastle de Australia, ha utilizado modelos de simulación social, para comprobar matemáticamente que el tratamiento informativo del atentado influyó en el resultado electoral del 14 de Marzo.

Javier Rupérez, que entonces era el embajador de España en Estados Unidos y que en 1979 había sido secuestrado por ETA, recibe la visita de George W. Bush la tarde del viernes 12 de marzo. El presidente Bush, que había acudido a la Embajada acompañado de su esposa y de la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, le afirmó que sus servicios de inteligencia le dicen que a lo mejor no han sido ETA, sino que han sido otros terroristas islamistas. Tomó nota y lo transmitió a Madrid. Televisión Española, difunde ahora la entrevista que censuró entonces. El Gobierno no quería que alguien uniera los puntos que llevaban de Bush, a Aznar, a la foto de las Azores, a Irak y al atentado.

ETA no había comunicado la colocación de bombas en los trenes, como hacía siempre. Dos bombas que no habían explosionado (estaciones de Atocha y El Pozo), contenían sustancia blanca, mientras la dinamita Titadyn que normalmente usaba ETA era rojiza. La furgoneta Renault Kangoo, utilizada por los terroristas y hallada en Alcalá de Henares, no tenía la matrícula doblada como habitualmente hacía ETA. En esa furgoneta se encuentran restos de cartucho Goma 2 ECO. Se encuentran detonadores de fabricación nacional que tampoco utilizaba ETA y un casete con cánticos del Corán.

Mientras en democracias más antiguas como Estados Unidos y Reino Unido, atentados similares (11-S y 7-J, respectivamente) no produjeron apenas fractura social, sino que unieron a la sociedad civil en torno a sus instituciones, en España tuvo lugar la mayor tensión social y política, que se había ido incrementando durante la segunda legislatura de Aznar. De hecho para Iñaqui Gabilondo, gran parte de la radicalización de hoy procede de las conspiraciones sobre el 11M.

Profundizando en el bulo de la conspiración se descubre la estrecha relación que mantiene con el mito de la España roja y rota para quien el golpe de Estado del 36 y la dictadura posterior no fueron nada comparado con lo que ETA ha hecho. La retórica que ha seguido el PP calificando de terroristas a los partidos que comparten un horizonte de independencia o de golpistas a los catalanes del procés, es un intento de criminalización de los adversarios, inaceptable en una democracia.

En un análisis realizado por FAES meses antes advertía de las consecuencias que podía acarrear la presencia española en la guerra de Irak. La responsabilidad del Gobierno de Aznar en los atentados no ha sido clarificada. Los autores no fueron solo delincuentes locales y no actuaron de manera independiente, sino en conexión con una estrategia más amplia de Al Qaeda para vengarse por la guerra de Irak.

Recordando a las víctimas del mayor atentado de la historia de España, reivindicando la fortaleza de la democracia ante cualquier fanatismo, extremismo e intolerancia.

Víctor Arrogante

En X @caval100

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