jueves, 28 de marzo de 2019

SIRIA, LA ACCIÓN MILITAR HUMANITARIA, Y QUE NO ME LO DISCUTA NADIE, PORQUE NO HAY NADA MÁS HUMANAO QUE MATAR HUMANOS, BICHOS, PLANTAS, FETOS DE EMBARAZADAS, ETC, PORQUE ESTO ES LO QUE HAN HECHO LOS MILITARES EN SIRIA, NO?




 (La foto, que es de Siria, puede ser tomada, no obstante, como referencia espiritual para los que promueven y apoyan la acción humanitaria del capital USA y comparsa en Venezuela que encabeza, hablando desde el punto de vista titiritero, Guaidó, al que los venezolanos llaman guevón, el presidente que sin ser presidente preside nada, excepto una potencial matanza entre trabajadores venezolanos)

lemonde.fr  
Siria

Tras ocho años de guerra, la imposible reconstrucción

Benjamin Barthe
Viento sur
20.03.2019

Tras ocho años de un conflicto que ha amputado al país la mitad de su población, Bachar Al-Assad permanece en el poder. En un contexto de desencanto en su propio campo, ahora debe realizar una guerra económica.

Fue el momento álgido del desencanto de la oposición siria. En diciembre de 2016, las y los anti-Assad perdían Alepo y comprendían que su sueño de derrocar al régimen no se realizaría. Un poco más de dos años han pasado desde entonces y la desilusión ha cambiado de campo. La metrópolis plurimilenaria, antiguo pulmón industrial de Siria, es hoy la capital de la amargura lealista.

Rodeada de ruinas, roída por las penurias, aislada del resto del país, Alepo languidece. “Se nos ha dicho que hemos ganado la guerra pero, ¿dónde están los frutos de la victoria? ¿Qué futuro se nos prepara?” masculla un hombre de negocios alepino que viaja entre Líbano y Siria y que, como la mayor parte de las fuentes interrogadas para este artículo, ha insistido en permanecer en el anonimato, por miedo a las represalias de las autoridades.

La reconstrucción de la prestigiosa ciudad levantina, devastada por cuatro años de combates, ha comenzado con pasitos pequeños. La limpieza de los escombros ha permitido restablecer la circulación en el interior del casco viejo y de los barrios orientales en los que los rebeldes se habían hecho fuertes. Con la ayuda de las Naciones Unidas o bien de organizaciones de caridad, ciertos edificios que aguantaban aún en pie han sido arreglados.
En un edificio se ha reemplazado una puerta, en otro se ha estabilizado un balcón o una escalera, arreglado una brecha en la fachada, restaurado el escaparate de una tienda y arreglado las canalizaciones. Pero a falta de fondos para lanzar un amplio plan de reconstrucción, la mayor parte del este de la ciudad, destruida por meses de bombardeos aéreos, sigue siendo un campo de desolación.

“Hemos reencontrado nuestras vidas y en general la situación es buena”, asevera una empleada municipal que se esfuerza por guardar las apariencias. “Pero es cierto que la gente está decepcionada. Se carece de trabajo y de estabilidad. La electricidad solo funciona doce horas al día. La reapertura del aeropuerto [anunciada para 2017] se sigue haciendo esperar. Reconciliar nuestros recuerdos con el estado actual de la ciudad es muy difícil”.

Un salto hacia atrás de varias decenas de años

La falta de gas, un producto de primera necesidad durante el invierno alepino, a menudo riguroso, cristaliza el descontento de la población. Estas últimas semanas se han multiplicado fotos, acompañadas de un montón de comentarios indignados, de habitantes haciendo colas de varios centenares de metros para obtener una bombona.

“Los lealistas gruñen, no admiten que el gas, el gasóleo o el agua puedan faltar cuando los terroristas se han ido”, confíesa un hombre de negocios alauita (la confesión del clan Assad), que vive entre Beirut y Damasco. “No llegan a comprender que, en este guerra, todo el mundo ha perdido”.

El balance del conflicto, tanto humano como material, da vértigo. Se cuentan entre 300.000 y 500.000 las muertes, 1,5 millones de personas inválidas, 5,6 millones de refugiadas y 6,6 millones de desplazadas. El país ha perdido las tres cuartas partes de su producto interior bruto (PIB), que ha pasado de 60.000 millones de dólares (53.000 millones de euros) en 2010 a alrededor de 15.000 millones hoy.

Un tercio del parque inmobiliario ha quedado destruido o dañado. La economía ha dado un salto de varias decenas de años hacia atrás, en particular el sector agrícola, que ha conocido en 2018, su peor cosecha en tres decenios.

La factura de la reconstrucción está estimada en entre 200.000 y 400.000 millones de dólares. “Hay que acabar por comprender que la Siria de 2011 ya no existe”, dice la geógrafa francesa Leila Vignal. “Estamos ante un país que ya nada tiene que ver con lo que se ha conocido”.

Responder a las expectativas de la población

Los combates no han terminado completamente en Siria pero, desde un punto de vista político, la posguerra ha comenzado. La rebelión, desalojada en 2018 de los extrarradios de la capital y de la región meridional de Deraa, solo controla ya una pequeña región, alrededor de Idlib, en el noroeste del país. Este territorio sin gran valor, controlado por yihadistas de Tahrir Al-Cham, una emanación de Al Qaeda, está condenado a ser reconquistado, tarde o temprano, por el régimen y sus soportes ruso e iraní. Desde la caída de Alepo-Este, los padrinos árabes y occidentales de la oposición se han resignado al mantenimiento en el poder de Bachar Al-Assad.

El noreste de Siria escapa también a las fuerzas lealistas. La situación allí está en calma. Una parte de ese territorio, en la margen derecha del Eúfrates, está bajo el protectorado de hecho de Ankara, que lo gobierna a través de ex-rebeldes que han pasado a estar a sus órdenes.

Ligado a Moscú en el marco del proceso de Astana (un mecanismo de desescalada militar), y comprometido en un acercamiento silencioso con el poder sirio, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan no tiene ningún interés en relanzar las hostilidades.

La margen izquierda del río es dominio de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), la alianza kurdo-árabe que acosa a los últimos irreductibles de la organización Estado Islámico (EI). Dado que su protector americano parece querer abandonar su implicación en Siria, es probable que una vez aniquilados los residuos del califato, las FDS, dominadas por las y los kurdos del PYD (Partido de la Unión Democrática), encontrarán un terreno de entente con Damasco.

En este contexto, el asunto número uno para el poder no es ya militar, sino económico. No se trata ya de resistir a los asaltos de la insurrección, sino de responder a las expectativas de la población, ávida de estabilidad, y, en primer lugar, de la gente pro-Assad que reclama recompensas por sus sacrificios. Comienza una segunda batalla, que promete ser tan dantesca como la primera.

El gobierno, evidentemente, no sale ganador. Salvo la reparación de las carreteras, que progresa, el país está detenido. La mayor parte de los concursos públicos son retrasados de mes en mes porque las cajas del Estado están vacías. Y no por casualidad. El petróleo, el turismo y los fosfatos, que compensaban antes de 2011 la debilidad estructural de los ingresos fiscales, no ingresan ya casi nada.

Los pozos de hidrocarburos están situados en zonas actualmente controladas por las y los kurdos y se necesitarán largos años antes de que encuentren su nivel de producción de antes de la guerra. El mercado turístico, floreciente en los años 2000, está en punto muerto. Y el 70% de los ingresos generados por las minas de fosfatos han sido cedidos a la compañía Stroytransgaz, gigante de la industria rusa. Un regalo para el jefe del Kremlin, Vladimir Putin, en contrapartida al salvamento de Bachar Al-Assad.

“El gobierno está en situación de cuasi-quiebra”, asegura un experto damasceno. “Solo le quedan uno o dos mil millones de dólares de reservas”.

Damas denuncia la injerencia

La salvación no vendrá de los Estados Unidos, ni de la Unión Europea (UE). Patrocinadores habituales de los planes de reconstrucción por todo el mundo condicionan su ayuda a una transición política, que suponga el apartamiento progresivo de Bachar Al-Assad. Aunque algunos miembros de los 28 parezcan dispuestos a prescindir de esta regla , como Italia, los países del Viejo Continente que disponen de las capacidades financieras más importantes, como Alemania, Francia y el Reino Unido, se niegan por el momento a transigir.

Damasco denuncia la injerencia en sus asuntos internos. Tanto más cuanto que el país es ya objetivo de sanciones europeas y americanas. Un arsenal de medidas punitivas, que apunta a 349 individuos y entidades asociadas el régimen, pero también a sectores clave de la economía, como los bancos y el petróleo, y que disuaden a las empresas extranjeras de invertir en el país. La denuncia de una nueva guerra, destinada a obtener, en el terreno económico, lo que no ha sido ganado en el terreno militar, gana adeptos más allá de los círculos lealistas.

“Es escandaloso, la presencia en el poder de Bachar Al-Assad no justifica tomar como rehén a la población”, se indigna un consultor económico sirio que hace el puente entre Beirut y Damasco. “La infancia no tiene que pagar por sus crímenes de guerra”. “Es inconcebible financiar un régimen que no tiene ninguna intención de hacer volver a las personas refugiadas o de liberar a las y los presos y que no ofrece ninguna garantía sobre el uso de los fondos”, responde Leila Vignal.

En una entrevista con una cadena de televisión rusa, en junio de 2018, el presidente sirio ha cerrado el debate. Respaldado por su milagroso restablecimiento, ha excluido, por principio, todo papel de los occidentales en la reconstrucción. “No les permitiremos participar en él, vengan o no con dinero, con o sin préstamos, con donaciones, subvenciones, o cualquier otra cosa. No tenemos necesidad de Occidente”, ha zanjado Bachar Al-Assad, más bravucón que nunca.

Deseo piadoso

Las autoridades sirias aseguran que el dinero de la reconstrucción vendrá de las asociaciones público-privadas (APP), de bancos locales y de sus indefectibles amigos rusos e iranís.

Pero es un deseo piadoso, un “tranquilizante para la población”, juzga un jefe de empresa de Damasco. Tres años después de la promulgación de la ley sobre las APP, ninguna se ha creado. Y ni Moscú ni Teherán tienen los medios para invertir de forma masiva en trabajos tan poco remuneradores como la construcción de escuelas, de hospitales y de viviendas sociales.

En el otoño de 2018, según The Syria Report, una página de informaciones económicas muy detalladas, Rusia se ha desentendido incluso de la reparación de la principal central eléctrica de Alepo. No habrá ni Plan Marshall ni plan Putin para Rusia.

La presión económica sobre el país incluso se ha reforzado en invierno. El Tesoro americano ha puesto bajo amenaza de sanción a quienes participen en el transporte de petróleo por vía marítima entre Irán y Siria. Era una línea vital que permitía al régimen ser abastecido en carburantes sin tener que abrir su cartera, al consistir las entregas en un préstamo a largo plazo.

La amenaza americana ha roto en seco este sector, privando al poder de importantes rentas, y contribuyendo a las penurias de gas, que han golpeado a Alepo de forma especial. La urgencia de encontrar un circuito de aprovisionamiento alternativo es probablemente la razón por la que Bachar Al-Assad ha acudido a finales de febrero a Teherán, su primer desplazamiento a Irán desde 2011.

“Estamos en situación de asedio económico”

“Estamos en situación de asedio económico”, sostiene un patrón de Damasco, que se define como “ni a favor ni en contra del régimen”. “Los Estados Unidos y la UE”, plantea, “no han asumido todavía el hecho de que Bachar ha ganado la guerra”. “La situación no tiene nada que ver con el embargo contra Irak de los años 1990”, objeta Jihad Yazigi, redactor en jefe del Syria Report. “Siria continúa comerciando con decenas de países de todo el mundo”.

Este experto económico cercano a la oposición, demanda a Washington un levantamiento del bloqueo petrolero y una flexibilización gradual de las demás sanciones, a cambio de concesiones de Damasco sobre la cuestión de las personas refugiadas y presas.

“El impacto de las sanciones es negativo”, reconoce, ”pero su papel en la catástrofe económica actual es relativamente débil. Los principales responsables de la destrucción del país siguen siendo la aviación siria y su homóloga rusa, que han aniquilado la mitad de Homs, Alepo, y Deir ez-Zor, así como decenas de ciudades más pequeñas. Los Estados Unidos, con la destrucción de Rakka, y Turquía, que ha facilitado el saqueo de la zona industrial de Alepo, tienen también una parte de responsabilidad. Y luego otros factores continúan jugando un papel, como la depreciación de la libra siria y la omnipresencia de las redes de corrupción del régimen”.

La revisión en 2014 de la licencia de explotación de las dos compañías de telefonía móvil sirias, Syriatiel y MTN, en un sentido que les resultaba extremadamente favorable, es emblemática de los chanchullos. Según The Syria Report, la medida, desprovista de justificación legal, ha suprimido 200.000 millones de libras sirias (345 millones de euros) de las cajas del Estado. A finales de febrero, consecuencia directa de este favor, Syriatel, propiedad del riquísimo primo del presidente, Rami Makkhluf, ha anunciado una subida de sus ganancias del 39%.

¿Dónde encontrar los brazos necesarios para realizar un trabajo tan monumental?

La reconstrucción de Siria no solo encuentra obstáculos contables y políticos. Suponiendo que el dinero llegue súbitamente, ¿dónde encontrar los brazos necesarios para realizar un trabajo tan monumental? Entre las personas muertas (entre 300.000 y 500.000), las inválidas (1,5 millones), las exiliadas (5,5 millones), las presas (80.000) y las refractarias al servicio militar que se esconden, una gran parte de la mano de obra siria ha desaparecido.

[Un país privado de la mitad de la población. Si a los 21 millones de habitantes de antes del conflicto le quitamos entre 300.000 y 500.000 personas muertas, alrededor de 7.000.000 de refugiadas (5,6 millones censadas por la UNHCR), unas 1,5 millones inválidas y 80.000 presas, el resultado es que quedan 12,92 millones de personas, incluyendo mujeres y niños y niñas, para la reconstrucción].

“Tenía dos puestos de obrero cualificado que cubrir”, cuenta el propietario de una fábrica de aluminio de extrarradio de Damasco. “El primer candidato que se presentó era demasiado joven. El segundo estaba en silla de ruedas. El tercero tenía piernas artificiales. De todas formas, le hemos contratado. Llegó un cuarto que parecía que podía cumplir con los requisitos. Pero nos dimos cuenta de que ocho años en el ejército le habían hecho perder todas sus facultades profesionales. Le hemos asignado a un puesto subalterno. Encontrar mano de obra adaptada es un rompecabezas”.

El déficit de competencia de las autoridades y su falta de capacidad institucional constituyen otra dificultad. “En lo más fuerte del crecimiento de antes de la guerra, el gobierno tenía un presupuesto anual de alrededor de 18.000 millones de dólares, que tenía dificultades para gastar en su totalidad”, observa este empresario. ¿Cómo imaginar que gestione 200.000 millones de dólares?.

El primer ministro Imad Khamis lanzaba, en febrero de 2017, un grupo de trabajo bautizado “programa nacional de desarrollo para la posguerra”, encargado de producir un plan para diez años. Dos años después de su formación, ese comité de reflexión no ha dado a luz aún ningún documento. “El régimen no tiene ningún plan para el futuro pues, sencillamente, no lo quiere” estima un antiguo tecnócrata gubernamental. “Eso implicaría una apertura, compromisos y concesiones que le repugnan”.

La única reconstrucción factible, al menos a corto plazo, es un proceso informal por abajo, al ralentí, como lo que ocurre en Alepo. En las ciudades mártires de Siria, hay habitantes que parchean como pueden su domicilio, a menudo con la ayuda financiera de un hijo, una hija u otro pariente, instalado en el extranjero.

“Mucha gente siria refugiada en Europa o en Turquía ha encontrado un empleo”, explica un consultor de la ONU. “Tienen ya los medios para enviar a su familia 50 o 60 dólares al mes, lo que no es poca cosa en Siria”. Según el Banco Mundial, estas transferencias de fondos se cifrarían en 1.600 millones de dólares en 2016, una suma que representa cerca de 4 millones al día, es decir, aproximadamente el equivalente al 10% del PIB sirio.

A medio plazo, los medios de negocios pro-Assad esperan una inyección de capitales del Golfo. A finales de diciembre de 2018, los Emiratos Árabes Unidos han reabierto su embajada en Damasco, cerrada desde hace seis años, seguidos por Bahrein. Un primer paso hacia una nueva estrategia, destinada a contrapesar la influencia en Siria de Irán y de Turquía, dos países aborrecidos por Abu Dhabi. Este movimiento de acercamiento con Damasco, cuyo principio es muy probablemente aprobado por Arabia Saudita y cuya etapa siguiente podría ser la reintegración de Siria en la Liga Árabe, ha sido frenado al comienzo de este año por la administración Trump.

“El dinero del Golfo”

Todo lleva a pensar sin embargo que acabará por rehacerse. Después de todo, el modelo autocrático sirio no está tan alejado del sistema despótico en vigor en la península.

“El dinero del Golfo llegará tarde o temprano”, asegura Rabi Nasser, director de un gabinete de estudios de desarrollo. “Los hombres de negocios de las petromonarquías tienen el ojo puesto en los proyectos especulativos”. Como Marota, un barrio de muy alta gama situado en el sur de Damasco, cuya construcción tiene dificultades para despegar.

“Lo que buscan”, explica M. Nasser, “son grandes plusvalías inmobiliarias, que el régimen les puede garantizar, mediando algunas corruptelas. Financiar el realojamiento de las clases populares desplazadas por la guerra no forma parte de su plan”.

El calvario de la población, por tanto, va a proseguir. Al abrigo de los bombardeos aéreos que han cesado, con la excepción de la región de Idlib, pero en una indigencia absoluta. Y sin esperanza de vuelta para las personas refugiadas. Para un Estado normal, la situación no sería viable, pero el régimen de Assad no forma parte de esa categoría.

“Este sistema no conoce el dolor”, dice el antiguo tecnócrata. “No quiere nuevo contrato social. No quiere siquiera una vuelta a la situación de antes de 2011. Todo lo que le interesa, es controlar el terreno y bloquear la aplicación de la resolución 2254 de la ONU [que llama a una transición política y a la organización de elecciones bajo la supervisión de la ONU]. Su objetivo único, es aguantar, ahora y siempre, hasta 2021, fecha de las próximas elecciones presidenciales. Y ese día, Bachar Al-Assad, como por milagro, será reelegido”.

“La nueva amenaza para el régimen es el propio régimen”

Antes de esto, el régimen debe vigilar a los miembros de su propio campo. Las familias de la costa, cuyos hijos han servido de carne de cañón y que se han callado en nombre de “la lucha contra el terrorismo”, se consideran a menudo mal pagadas por su lealtad.

Los milicianos, ascendidos durante la batalla, juzgan a veces que la parte del pastel que se les ha prometido es demasiado pequeña. “La nueva amenaza para el régimen”, plantea un patrón damasceno, “es el propio régimen”.

Es, por ejemplo, el caso de Wissam Al-Teir. Este periodista de la página Damascus Now, rostro muy conocido de los medios pro-Assad, fue detenido en diciembre de 2018 por los servicios de seguridad. Seguido en Facebook por 2,6 millones de personas, el joven, del que se dice que es cercano a Asma Al-Assad, la esposa del presidente, había publicado fotos de sirios encadenados y enrolados a la fuerza en el ejército. La prensa pro-oposición afirma que Wissam Al-Teir estaba investigando también sobre la corrupción en el seno del gobierno.

Hay fuentes que afirman que ha sido torturado hasta morir; otras que ha sido inculpado por espionaje. Imposible de confirmar. El periodista ha desaparecido en las mazmorras del régimen.

15/03/2019

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

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FRANCIA. EL FRACASO DE LA VIOLENCIA COMO BASE DEL GOBIERNO (IGUAL, IGUALICO QUE EL ESTADO ESPAÑOL, BELGA O CHINO..., CUANDO LLEGUE EL CASO, POR SUPUESTO, CUANDO LLEGUE EL CASO)


Entrevista a Elsa Dorlin

La cuestión de la violencia ante los chalecos amarillos revela una crisis democrática histórica en Francia


VIENTO SUR/ Reporterre
27.03.2019

[Este sábado [30 de marzo] se celebrará el Acto19[1] del movimiento de los chalecos amarillos. El gobierno ha adoptado una posición terrorista tras los daños causados durante la manifestación del sábado 16 de marzo, asumiendo a partir de ese momento que pueda haber muertos. En esta entrevista, Elsa Dorlin aborda la cuestión del lugar que ocupan la violencia y el cuerpo en política.]

¿Cómo valora las escenas de violencia durante las movilizaciones de los chalecos amarillos el sábado 16 de marzo en París?

Se podrían utilizar otras palabras: daños materiales, destrucción de establecimientos comerciales, pero también revuelta, insurrección, etc. Estos hechos se califican de violencia extrema debido, en parte, a un marco de interpretación que nos ha sido impuesto: la imagen de esta violencia y cómo se presentan tienen la función de suscitar indignación, reprobación y la falta de solidaridad; pero la realidad de estos enfrentamientos ofrece otras imágenes, otras formas de pensar este conflicto.

Hay que mirar hacia otro lado para hablar de la violencia como tal. Antes del Acto 18, el periodista David Dufresne ya había contabilizado 202 heridos en la cabeza, 21 personas que habían perdido un ojo y cinco manos amputadas desde el comienzo de las movilizaciones de los chalecos amarillos. Tener en cuenta estas lesiones corporales, los riesgos –a partir de ahora asumidos– de muerte, permite adoptar otra perspectiva sobre la violencia. Estoy pensando en Zineb Redouane, una marsellesa de 80 años, que en diciembre último recibió el impacto de un bote lacrimógeno cuando estaba en la ventana y murió horas más tarde. La muerte de esta mujer, de la que ya no se habla, fue de una violencia extrema; aunque parece que nunca ocurrió. Así pues, hablamos de mutilaciones, de secuelas de por vida, es decir, de vidas perdidas en el contexto de una movilización social; es decir, de una actividad que constituye un derecho constitucional [derecho a manifestarse].

Esto plantea la cuestión del mantenimiento del orden público. ¿Qué dispositivo debe adoptar un régimen democrático frente a expresiones de ese derecho? Para mí, la cuestión de la violencia señala al gobierno y a las fuerzas del orden y muestra una crisis democrática histórica en Francia.

¿Cómo analiza esta violencia física ejercida por el Estado, a través de la policía, sobre el cuerpo de los y las manifestantes?

En el hexágono francés, la historia de estos dispositivos para mantener el orden –tras las grandes huelgas y manifestaciones de la década de 1930, después, en las [movilizaciones] sindicales, sociales, anticoloniales o estudiantiles de las décadas de 1960, 1970 y 1980– muestra un lento y difícil cambio de las técnicas utilizadas con el objetivo de evitar prácticas letales. Esa nueva doctrina para mantener el orden tuvo como principio no atentar contra la integridad física de las personas, mantenerlas a distancia o dispersar las manifestaciones porque el riesgo de que hubiera alguna persona muerta se había convertido en demasiado costoso políticamente (pienso en la dimisión de Alain Devaquet como consecuencia de la muerte de Malik Oussekine en 1986 durante las movilizaciones estudiantiles).

Sin embargo, la secuencia histórica que abarca las movilizaciones del ZAD[2] (y la muerte de Rémi Fraisse en octubre de 2014), las movilizaciones contra la reforma laboral y el movimiento Nuit Debout, la muerte de Adema Traoré en julio de 2016 (tras su detención), muestran que la filosofía para mantener el orden ha cambiado de forma neta. Se ha pasado a las técnicas que suprimen la distancia: al cuerpo a cuerpo, a poner en el punto de mira a las personas (de forma bastante indiferenciado), a meter la presión a los cortejos (kettling, en inglés), a perseguir a los individuos... son prácticas de represión que intentan herir, mutilar los cuerpos, atentar contra las vidas. Esto se traduce en el uso de armas (por ejemplo, disparos de pelotas de goma (LBD), de gases paralizantes de nueva generación, porras y técnicas de combate cuerpo a cuerpo, desarrolladas en su origen por las secciones de asalto o las unidades de élite del ejército.

La decisión de desfigurar los cuerpos solo puede tener una función: no la mantener el orden sino la de quitar las ganas de volver a manifestarse a la gente, y a quienes querrían unírseles, incitarles a quedarse en casa delante de la tele. Esto se acompaña de una imaginario político viril. El Estado utiliza el género eficazmente para representar la firmeza, la energía, el respeto al Estado de derecho; paralelamente, el Estado estigmatiza a los manifestantes (solo habría hombres...) como inmaduros, bárbaros, irracionales; como niños o adolescentes rebeldes. El gobierno muestra que no falla frente a los chalecos amarillos, y utiliza un universo de palabras y de representaciones paternalistas. En realidad, es la política del garrote que utiliza la violencia física como símbolo de la autoridad política.

Ahora bien, este uso de la violencia, relativamente inédita en la Francia metropolitana desde finales de la década de los 80, siempre ha sido la norma en las colonias, después denominadas DOM-TOM [Departamentos o Territorios de ultramar]: en Guadalupe, en mayo de 19677 y en Martinica en febrero de 1974 para reprimir con un baño de sangre las huelgas. Lo mismo sucede en los barrios populares: a la luz de la historia del colonialismo y del racismo, es necesario relativizar el proceso de eufemizar la violencia policial. Hoy, no asistimos a una vuelta a los años 30, sino a ejercer de forma voluntaria, científicamente decidida, una violencia política sobre la población que hasta ahora se había librado de ella y disfrutaban plenamente de sus derechos políticos; entre ellos, el manifestarse en el espacio público sin riesgo de perder un ojo, una mano o la vida.

Los chalecos amarillos son, sobre todo, personas salidas de las clases populares, de la Francia periférica. Sus manifestaciones cerca de los centros del poder, las degradaciones de las que se habla, ¿pueden ser interpretados como una forma de autodefensa frente a una violencia social del Estado semejante a que usted ha observado en relación a otros grupos sociales oprimidos?

En los movimientos históricos de emancipación que han utilizado o han encarnado una filosofía de autodefensa, el punto de inflexión se da cuando un poder deja de tomar en consideración la vida de determinadas personas. Para estas últimas, se hace imposible delegar en el Estado el derecho a defenderse puesto que, justamente, este Estado pone en peligro sus vidas. Por ejemplo, exponiéndoles a condiciones de trabajo deplorables, manteniéndolas en la miseria social, alojándolas en viviendas insalubres, en un medioambiente contaminado o, incluso, legitimando la violencia de la que son objeto. En una palabra, el poder ya no asegura condiciones de vida dignas de ese nombre a determinadas personas; entonces, la autodefensa se convierte en el único recurso vital.

La autodefensa no se limita al uso de la violencia para defenderse de manera ilusoria o paranoica. En la autodefensa, la violencia es la última posibilidad para supervivir. Detrás de ruido de los cristales rotos, del fuego y el saqueo, hay vidas que luchan con la conciencia extrema de que ya no valen nada y que pueden reventar en medio del silencio y la indiferencia si no se sublevan. La mayoría de los chalecos amarillos han salido de las clases populares llamadas silenciosas, no tenidas en cuenta, abandonadas progresivamente a la agonía social. Antes del otoño de 2018, lo que se ha convertido después en el pueblo de las rotondas, probablemente no tenía conciencia de hasta qué punto sus vidas estaban reducidas a no contar para nadie. Algo que para otras poblaciones depauperadas, racializadas, descendientes de la emigración colonial y poscolonial, de otros pueblos (de los barrios, de los bloques de apartamentos, de las ciudades dormitorio, o incluso de islas turísticas...), es un régimen de vida muy familiar frente al que, desde hace mucho tiempo, ha sido necesario inventar formas de defensa de la vida social y política o, simplemente, de la propia vida. Aquí vemos que la autodefensa incluye prácticas de solidaridad, de auto-organización (para desplazarse, alojarse, cuidarse, alimentarse, educarse...), de creación del ágora, del cuidado del yo y cuidado del nosotros, nosotras.

En Montpellier, durante una manifestación habitual, surgió un debate entre los chalecos amarillos que deseaban llegar al centro de la ciudad y estimaban que las roturas [de escaparates] eran el único modo de hacerse entender y militantes ecologistas que preferían reunirse en un pueblo alternativo en la periferia. ¿Qué piensa del dilema entre violencia y no violencia?

Manifestarse en el Arco de Triunfo, delante de las tiendas de grandes firmas o, sin duda, de Fourquet’s [restaurante de lujo] en los Campos Elíseos, o en los accesos de centros comerciales en toda Francia, en las grandes calles comerciales de los centros históricos de las ciudades de Francia que se han vuelto todas iguales conforme a las renovaciones urbanas… En Navidad, los chalecos amarillos bloquearon los accesos a las grandes superficies: es decir, pusieron trabas a una sociedad consumista, responsable directa de la situación económica, medioambiental y social. Los daños o mejor, el sabotaje que me parece más apropiado en relación a lo que ocurre en estos espacios, participa de una reterritorialización de las luchas, es decir una forma de repolitización de un conflicto social (contra el 1% que disfruta de los beneficios, dividendos, subida de sueldos, de nivel de vida...). Se trata de manifestarse sin autorización ante los centros del poder, geográficamente y económicamente, más representativos: allá donde se encuentran el dinero y el capital; en los barrios ricos, donde vive la gran burguesía indiferente que goza del derecho a circular, de alimentarse, de alojarse, de instruirse, de cultivarse... sin trabas. Mucho más que tal o cual espacio público o privado, estas prácticas de sabotaje apuntan a un sistema que está espacialmente materializado. Una vez más, se trata de una forma de no reducir la acción política, la vida política, a una expresión formateada: permisos, manifestaciones con trayectos bien delimitados, con horarios marcados.

Es cierto, en paralelo, existe otro repertorio de acciones, históricamente no violento, desarrollados por militantes ecologistas, pero no solo ellos. Consiste en abrir brechas, en lugares protegidos, donde escapar del capitalismo, de la sociedad de consumo e inventar otras formas de construir comunidad. En parte, es lo que ha sido la ZAD de Notre-Dame -des- Landes. Pero la ZAD fue objeto de una violencia desmesurada para erradicarla.

¿A qué se denomina destrozos? El debate sobre su utilidad o al contrario, su carácter contraproducente, atraviesa los movimientos sociales...

Es cierto, y esto plantea la cuestión de la representación de los que se califica como acción política, las emociones suscitadas por las movilizaciones sociales y por sus repertorios de acción. Estos últimos decenios, uno de los mayores desafíos para los colectivos militantes ha sido el impacto mediático de su acción, la imagen que les va a devolver, el discurso que va a suscitar y del que depende el reconocimiento de su legitimidad. Cuanto más sea percibida como positiva, alegre, humorística y festiva la acción, más exitosa será considerada la movilización, con la esperanza de que aúne a la opinión pública y que sea entendida. Actualmente asistimos a la anulación de este tipo de razonamiento: las condiciones exigidas para que una acción sea reconocida como legítima no parecen servir más que para agotar a las movilizaciones y los movimientos sociales. Las huelgas de larga duración en correos, en los hospitales, en la enseñanza nacional o también en la universidad... cualquiera que sea la expresión que tomen, no son tenidas en cuenta, escuchadas. Es una estrategia de desgaste, de agotamiento: así, por un lado, se exige no ser violento para ser atendido, pero, por otro, si te atienes a esta exigencia de no violencia, te enfrentas al silencio, a la difuminación, a una indiferencia que te agota.

En su libro, tumbarse en el suelo para defender la vida no es solamente un medio para hacerse oír sino que también cambia la relación consigo misma. 

La idea que he desarrollado es que la historia de la autodefensa como práctica de emancipación muestra que la política pasa por el cuerpo: haciendo gestos, elevando la voz, en el espacio público, en el mundo social, elevándose físicamente contra la injusticia, nos convertimos en sujeto político, hasta en nuestros músculos, en nuestra carne. La autodefensa es esa forma de reanimación vital del cuerpo político, de las vidas políticas en la realidad. Hoy Hace falta coraje para salir a manifestarse cuando sabemos que se puede perder la vida mientras que todo está preparado para respetar nuestros cuerpos. Salir a pesar de todo, encontrarse, formar un cuerpo colectivamente y crear un nosotras-nosotros político en una rotonda o en otro lugar, produce una conciencia política de la que hacemos la experiencia físicamente y es una forma de resistencia cuando se sabe que la represión intenta justamente marcar los cuerpos en carne viva y marcar las vidas para que se deterioren, para que no se muevan más.

23/09/2019

Elsa Dorlin es profesora de Filosofía social y política e investigadora en el Columbia Institute for Ideas & Imagination. Es autora de Se défendre. Une philosophie de la violence 

(La Découverte).

Traducción viento sur

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