domingo, 15 de julio de 2018

TEORIA MARXISTA. EL DESARROLLO DESIGUAL



Debate
Dependencia y teoría del valor
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Claudio Katz
Vientosur
13.07.2018

La teoría marxista de la dependencia postuló una explicación del subdesarrollo asentada en la dinámica del valor. Con ese fundamento explicó el intercambio desigual y los ciclos industriales de América Latina, en una época previa al actual predominio del extractivismo y las maquilas. ¿Cuáles son los conceptos vigentes de esa caracterización? ¿Cómo deben evaluarse sus omisiones o insuficiencias?

Las causas del intercambio desigual

En los años 70 Marini estudió los desequilibrios de la industria que impedían a Brasil, México o Argentina repetir el desarrollo de las economías centrales. Describió cómo la preeminencia del capital extranjero incentivaba las transferencias de valor al exterior, mientras la provisión foránea de maquinaria obsoleta aumentaba la pérdida de divisas. Destacó que las grandes empresas remuneraban a los trabajadores por debajo del promedio imperante en las metrópolis y señaló que sus pares locales compensaban sus debilidades competitivas con una mayor extracción de plusvalía (Marini, 1973: 16-66).

Ese diagnóstico presentaba numerosos parentescos con las teorías del intercambio desigual de la época. Todos los autores razonaban suponiendo escenarios de transferencias de valor de las economías retrasadas a las avanzadas. Esas asimetrías eran atribuidas a la retribución internacional diferenciada del trabajo incorporado en los bienes elaborados en ambos polos.
Estas visiones extendían al contexto mundial el esquema expuesto por Marx, para ilustrar de qué forma los precios de producción alteran los valores de las mercancías, en función de la productividad vigente en las distintas ramas de la economía. Consideraban las transacciones entre productos de distinta complejidad, generados en países con grandes desniveles de desarrollo.

El debate comenzó con las tesis de Emmanuel que explicaba la desigualdad en los intercambios por las divergencias de los salarios. Postulaba que la fuerza de trabajo no acompañaba la mundialización de los precios de producción y las tasas de ganancia. Ese divorcio determinaba la perpetuación de las brechas entre ambos tipos de economías (Emmanuel, 1972: cap 3).

Como esa caracterización resaltaba la centralidad de la explotación y anticipaba descripciones de las maquilas, algunos analistas observan coincidencias con el modelo de Marini (Rodrigues, 2017). Pero en los hechos, las afinidades del pensador brasileño eran mayores con los críticos marxistas de Emmanuel. Estos objetores atribuían el intercambio desigual a las diferencias de productividad y no de salarios. Consideraban que las distancias en el desenvolvimiento de las fuerzas productivas explicaban las brechas en las remuneraciones y no a la inversa (Bettelheim, 1972a).

Esta mirada subrayaba que el salario es un resultado y no un determinante de la acumulación. Estimaba que el nivel de los sueldos depende en cada país de la productividad, el ciclo, el acervo de capital y la intensidad de la lucha de clases (Mandel, 1978: cap XI).

Esas objeciones alertaron también contra la magnificación de la brecha salarial internacional. Recordaron que el análisis de esa fractura, debe registrar la mayor productividad de las actividades calificadas imperantes en las economías centrales (Bettelheim, 1972b).

Ninguna de esas caracterizaciones puso en tela de juicio la existencia del intercambio desigual. Pero señalaron que esa asimetría en el comercio constituía tan sólo una causa del subdesarrollo, con efectos disímiles en cada estadio del capitalismo mundial (Arrighi, 1990).
El debate también desembocó en otros planteos que postularon la presencia del intercambio desigual, cuando las divergencias entre los salarios son mayores que sus equivalentes en las productividades (Amin, 1976: 159-161). Esta mirada señaló que el divorcio se asienta en la creciente movilidad internacional de los capitales y las mercancías, frente a la inalterada inmovilidad de la fuerza de trabajo (Amin, 2003: cap 4).

La visión de Marini sintonizaba con estos enfoques correctivos. En su presentación del ciclo dependiente, destacó que las transferencias de plusvalía hacia las economías avanzadas eran consecuencia de las grandes brechas existentes en los niveles de desarrollo. Reconoció las fuertes divergencias en los salarios, sin observarlas como determinantes de la fractura entre el centro y la periferia.

Esa óptica no sólo coincidió con la síntesis madurada por los participantes del debate. Confirmó que a diferencia de varios economistas heterodoxos, el teórico de la dependencia atribuía el subdesarrollo a la dinámica polarizadora del capitalismo mundial y no al retraso de los salarios latinoamericanos.

El alcance de la mundialización

En las controversias sobre el intercambio desigual se intentó esclarecer también cuál era nivel de internacionalización alcanzado por el capitalismo. Todos recordaron que Marx expuso su modelo concibiendo escenarios nacionales. Esa referencia estaba presente en los distintos niveles de abstracción de su esquema. Regía en la formación de los valores individuales y sociales de las mercancías, en las técnicas modales definitorias de la productividad sectorial, en la formación de la ganancia media y en los precios de producción, mercado o monopolio.

Estos pilares analíticos fueron radicalmente modificados por el diagrama de variables internacionalizadas que postuló Emmanuel. La referencia británica de Marx fue sustituida por un equivalente global. Esa reconsideración era lógica un siglo después de publicado El Capital. ¿Pero correspondía evaluar el intercambio desigual en un marco de economías totalmente globalizadas?

Un destacado teórico objetó ese supuesto remarcando la continuada relevancia de las variables nacionales. Observó que los precios de producción y las ganancias medias continuaban establecidos a esa escala, determinando una variedad de situaciones yuxtapuestas en el plano mundial. Destacó que la ausencia de instituciones estatales mundiales determinaba la continuidad de monedas, aranceles, tipos de cambio y precios nacionalmente diferenciados (Mandel, 1978: cap XI).

Esa visión deducía el intercambio desigual de las transacciones entre mercancías, con cantidades diferentes de horas trabajadas para su producción. Entendía que las transferencias de plusvalía se consumaban por la mayor remuneración internacional del trabajo más industrializado.

Era una tesis afín al marco keynesiano de posguerra y a los modelos de sustitución de importaciones en las semiperiferias. En ambos polos prevalecía la fabricación nacional integrada. El sello aclaratorio del lugar de producción expresaba una elaboración completa al interior de cada país.

Pero este enfoque fue objetado por otra interpretación, que subrayó la vigencia de un nuevo marco de variables internacionalizadas. Explicó la centralidad del intercambio desigual por la novedosa fractura, entre capitales circulantes por todo el planeta y fuerzas de trabajo atadas a la localización nacional.

Esta visión cuestionó la presentación de la economía mundial como un conglomerado de unidades yuxtapuestas y subrayó la preeminencia de un funcionamiento internacionalizado. Señaló que el “valor mundial” constituía un nuevo principio ordenador de todas las categorías del capitalismo (Amin, 1973: 12-87).

Otros autores profundizaron esa conceptualización, contrastando explícitamente el escenario de Marx con la nueva era de firmas multinacionales. Señalaron que las empresas, ramas y procesos de producción ya operaban en forma internacionalizada a escala intra e intersectorial (Carchedi, 1991, cap 3 y 7).

Marini no definió su preferencia por uno u otro enfoque en su obra de los años 60-70. Pero posteriormente subrayó la contundente primacía del curso globalizador (Marini, 2007: 231-252). Ese rumbo se ha profundizado y requiere otra conceptualización.

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