Estamos en un proceso
destituyente, dice aquí Monereo, y con razón. El futuro del Estado Social y de
Derecho es más bien sombrío. Nos lo están robando impunemente mientras
permanecemos semiparalizados. Intentar resistir, ¿es todavía posible?
Después de
Sánchez, ¿qué?
El Viejo Topo
24 julio, 2025
Parece que la
mayoría de gobierno y aquellos que lo apoyan se han tranquilizado; Pedro
Sánchez, cada vez más demacrado, resiste y no habrá elecciones. Tezanos sabe su
oficio: ir a las urnas ahora es dar el gobierno a las derechas unificadas. Todo
menos eso, se repite una y otra vez. La pregunta hay que hacerla: ¿hay un plan
alternativo para revertir la situación? ¿Resistir por resistir? ¿El tiempo todo
lo cura? No sabemos las dimensiones de la corrupción y hasta qué punto el PSOE
está implicado; también desconocemos si algunos de los procesados “colaborará”
con la fiscalía y delatará a posibles cómplices. Todo está muy abierto. Feijóo
actúa con fiereza, mordiendo a una presa que cree, ¡por fin!, abatible. Abascal
a lo suyo: apostando al medio plazo y, sobre todo, intentando crear un espacio
político propio autónomo de la “derechita cobarde”. Hay una pequeña luz en el
túnel: el ínclito Montoro ha sido procesado. Resistencia ante unos telediarios
cada vez más adversos.
Pensar al ritmo
de los medios, dejarse mover por un día a día cada vez volátil, no tener
criterios claros para la fase política que vivimos es ir derechos a la derrota.
No hay estrategia y se va por detrás de los acontecimientos, que, a su vez, los
gobiernan los juzgados. Esto ya lo conocimos con el PSOE y con el PP. Tiempo,
¿para qué? El escenario europeo e internacional no invita al optimismo. La
palabra clave es militarización de la política y de la sociedad, rearme
general, incremento de la deuda pública y cuestionamiento a fondo de lo que va
quedando del Estado Social. Putin como enemigo está funcionando bien, hasta muy
bien; las élites dirigentes siguen pensando que es una buena cobertura para
legitimar una mayor centralización del poder en una Unión Europea dirigida
políticamente por la OTAN, reconvertir el viejo aparato productivo del núcleo
central dominado por Alemania y, sobre todo, alinearse más que nunca con unos
EEUU que exigen apremiantemente el pago inmediato del coste de su protección
pasada, presente y futura. Nada es gratis.
No hace mucho,
Wolfgang Mönchau hablaba, en otro contexto, de la importancia de tener
estrategia clara y poner a su servicio una táctica adecuada, de no dejarse
gobernar por una agenda impuesta por las varias oposiciones. Desde la izquierda
alemana, Michael Brie reclamaba un debate estratégico ante un cambio de época.
De eso se trata. Y del fin, digámoslo con franqueza, del ciclo político del
gobierno de Pedro Sánchez. Hay que hacerse las preguntas adecuadas: ¿qué
quedará del PSOE? ¿Qué quedará de lo poco que hay ya a su izquierda? ¿Cómo
afrontar la reconstrucción de un proyecto alternativo de poder y de sociedad en
las condiciones de una larga, agotadora y compleja travesía del desierto? Ahora
se juega a verlas venir dirigidos y al lado del superviviente Sánchez. Todo
menos elecciones. Ganar tiempo, ¿para qué? El debate hay que abrirlo ahora. El
problema es claro y distinto: el fin del gobierno de Sánchez puede ser el fin
de la izquierda en nuestro país. Se puede vivir sin izquierda; miremos a
nuestro alrededor.
Para entender
lo que pasa hace falta entender cuatro asuntos que andan sueltos y que conviene
volverlos a relacionar. Primero, el agotamiento histórico de lo que fue el 15M
y el fracaso de Podemos como alternativa al bipartidismo. Segundo, el
secesionismo catalán y el surgimiento de un nacionalismo español de masas en
torno a VOX. Tercero, las derechas mayoritarias en la sociedad y en la
política, y el gobierno a la defensiva y sin proyecto. Cuarto, unos poderes
facticos que han decidido poner fin a este gobierno para entrar en una nueva
etapa. Son cuatro cuestiones, dos del reciente pasado que determinan, en gran
medida, el presente y dos sobrevenidas que lo cambian. Siempre se puede afinar
más. ¿Qué las une? La crisis de régimen. Se puede decir que eso ya pasó; no lo
creo, sigue ahí, pero en otra clave. Dicho de otra forma, ya no viene por la
izquierda, por la defensa y desarrollo de la democracia, ahora viene por la
derecha, por el cambio de la Constitución real y por la restricción de las
libertades públicas y los derechos sociales. Estamos, aquí y ahora, ante un
proceso destituyente y mientras, lo que queda de la izquierda, mirando al cielo
y rogando a los dioses que Pedro Sánchez dure. No parece mucho.
El régimen del
78 lleva cambiando desde hace tiempo y dentro de poco, cambiará más. Está
pasando en todas partes, en todos los Estados. La Unión Europea juega su
papel hacia dentro (derogando el constitucionalismo social e imponiendo un
liberalismo cada vez más autoritario) y hacia afuera (militarizándose y
profundizando en la dependencia de los EEUU). Es curioso, tanto hablar de
Europa y blandir el europeísmo como arma, para no relacionar, en lo concreto,
la UE y sus políticas, y la crisis de las democracias constitucionales en los
Estados individualmente considerados. Con la erosión y la desintegración de la
soberanía popular las democracias realmente existentes se convierten en “comunidades
autónomas” de una forma de dominio (la Unión Europea) esencialmente
autoritaria, firmemente controlada por los grandes poderes corporativos
financieros y cada vez más subalterna de un Occidente colectivo dirigido por
Donald Trump. Para (re)comenzar hay mirar la realidad tal como es y no
confundir deseos con realidades.
Hay que ir al
fondo: ¿por qué los poderes fácticos han decido poner fin al gobierno de Pedro
Sánchez? La respuesta inmediata: porque no están de acuerdo con sus políticas.
No hablo del tema de la corrupción; para los que mandan y no se presentan a las
elecciones, la corrupción es funcional a sus intereses y la vienen practicando
desde siempre. Periódicamente sus medios, siempre sus medios, la hacen emerger
y consiguen intervenir decisivamente en la vida pública. El negocio es
completo: comprando a los políticos consiguen amplios beneficios, neutralizan a
los partidos críticos con el sistema de poder y, maravilla, ponen de manifiesto
ante las clases populares que la política es corrupta por definición; que todos
son iguales y que lo mejor es el sálvese quien pueda. Idea central: en la
política no hay salvación y en la acción colectiva, menos. Rizando el rizo:
¿por qué no votar a los ricos? ¿Por qué no votar a los señoritos? ¿Por qué no
votar a los que ya tienen poder? Ellos se corrompen, sí, sin duda, pero al
menos hacen algo. El “Estado de Obras” dejó poso cultural y siempre vuelve
cuando la política, la de verdad, como ética de lo colectivo, como
autodeterminación democrática y programa, entra en crisis.
El asunto
parece claro: los que mandan han decido que Pedro Sánchez ya ha cumplido su
papel y que hace falta alinearse con una EU en proceso, el enésimo, de
refundación y giro radical, insisto, hacia la militarización; ese es el dato
políticamente relevante y que marcará la fase. No hay que engañarse ni engañar.
No echan al gobierno de coalición porque haya realizado políticas que
democraticen sustancialmente las relaciones sociales de poder, que modifiquen
en sentido progresivo el modelo productivo dominante, que promoviera los derechos
de las mayorías sociales o una redistribución real de la renta y la riqueza del
país. Ellos, los que mandan, saben que no es así. Lo echan porque es necesario
y urgente un giro radical hacia la derecha, cumplir las directivas que vienen
de arriba (OTAN, UE, EEUU), imponer políticas de austeridad para garantizar el
rearme y, sobre todo, reducir el gasto social. A mi juicio, este gobierno de
VOX y del PP buscará limitar el poder contractual de las clases populares,
debilitar aún más el papel de los sindicatos y acelerar la deconstrucción del
Estado Social. VOX, desde el gobierno o desde la oposición, le dará un sesgo
especial; a saber, profundizar desde el gobierno la batalla cultural desde
posiciones nacional-católicas, promover y ejercer un fuerte “liberalismo
autoritario” combinado, como siempre, con nacionalismo español de consumo
interno y dependencia, clara y nítida, de la UE y, sobre todo, de EEUU y de la
OTAN. Georgia Meloni enseña mucho.
Siempre se
olvida un dato esencial. El neoliberalismo fue y es una (contra)revolución de
masas contra las conquistas históricas de las clases trabajadoras. Su objetivo,
conseguir que su modelo económico y de poder fuese irreversible. Lo lograron en
todas partes. Lo que viene ahora es otra cosa, una forma de liberalismo
fuertemente autoritario que pretende cancelar a las clases trabajadoras como
sujeto político y cultural, poner fin al conflicto social y a los derechos
laborales en la empresa. El nuevo régimen que llega se parecerá mucho a una
“democracia militante” que prohíba las fuerzas extremistas y que deje a
Santiago Abascal la definición de lo que es o debería ser una democracia puesta
al día.
El
“soberanismo” de las derechas duras es postizo: oponerse a los efectos y
defender fanáticamente las causas. Trump, Meloni, Abascal ganan fuerza,
obtienen votos por oponerse a las consecuencias de las políticas neoliberales
y, paradoja de las paradojas, que ellos defienden mucho más allá que los
(neo)liberales. Ellos, las derechas extremas, son el recambio necesario de esta
UE dirigida por la OTAN. Los llamados federalistas europeos no acaban de
entender (el PSOE el primero) que ellos legitiman una “Europa otra” que conduce
inevitablemente a gobiernos “pro Trump”. ¿Quién mejor que ellos para
representarlo?
Vuelvo al principio.
Sigo debatiendo mucho sobre el gobierno de Sánchez en estos días. Escucho el
mismo discurso: Sánchez es fundamental y debe continuar sí o sí; todo menos
elecciones. ¿Tiene algún plan? No parece. ¿Pasará a la ofensiva? No está claro.
Lo de Montoro creen que le da un poco de oxígeno, se gana tiempo. ¿Tiempo para
hacer qué cosa? No podemos ir por separado a las elecciones, sería una
tragedia. Los más realistas, apuestan por aprovechar este tiempo para construir
algo. Hay coincidencia en el diagnóstico: por abajo hay cada vez menos
organización, menos militancia y los vínculos sociales se están perdiendo. La
economía de la organización es debilísima y lo único, que nos queda –poco– es
los medios de comunicación ligados a la acción de gobierno.
Hay que tomar
decisiones. O el gobierno pasa a lo ofensiva en los temas centrales (guerra,
rearme, derechos sociales y laborales, democratización del poder judicial) o
mejor dejarlo ya y pasar a la oposición. No es fácil, pero hay que dar una
señal clara de que se está por otra cosa y que se afrontan los retos de frente,
con coraje y con firmeza. No se trata de dejar caer al gobierno sino de
defender una propuesta coherente y, lo fundamental, dedicar todas las energías
de las que se disponen en la construcción de un programa alternativo. Es el
momento, luego será demasiado tarde. ¿Construir sobre la derrota? ¿Se lo
imaginan?
El ¿qué hacer?
es ahora dramático. El problema más complejo es afrontar un cambio de época que
obliga a un nuevo comienzo, a la fundación de un entero proyecto histórico y, a
la vez, responder a las necesidades, urgentes y decisivas, de un fin de ciclo
político español marcado por la debilidad, la fragmentación y la carencia de
ideas. Algunos piensan que no hay mimbres. No lo creo. La primera tarea será
poner fin a la resignación, romper con la consciencia de que no hay alternativa
y que estamos condenados, una vez más, a perder.
Hace una semana
Héctor Illueca hablaba de construir un “tercer espacio” político frente al
bibloquismo partidista dominante. Hay mucha verdad en ello. Ahora es el momento
de la autonomía, de la unidad y de la diferenciación, de la construcción de un
nuevo sujeto político, de un espacio democrático-socialista, republicano y
plebeyo. En su centro: un programa para la acción consciente, colectivamente
organizado y una propuesta unitaria solvente. Las batallas que no se dan se
pierden siempre. Seguimos.
Fuente: Nortes
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