sábado, 10 de febrero de 2024

Los agricultores y la población trabajadora contra la Unión Europea

 


Los agricultores y la población trabajadora contra la Unión Europea


Por Juan Viera Benítez

El Viejo Topo

9 de febrero de 2024 /

 

El encarecimiento de los alimentos está empobreciendo y actuando como un verdugo que tortura y sacrifica a las clases sociales más débiles. Muchas de las familias que cobran el IMV o las rentas mínimas con los ingresos que perciben tienen prohibido el acceso a ciertos alimentos producidos en el campo. Los agricultores se arruinan con los precios de lo que producen. Los intermediarios, los monopolios, las entidades bancarias y las grandes superficies se enriquecen con beneficios millonarios. Los datos estadísticos así lo corroboran: aumentan las familias en exclusión social, las rentas agrarias disminuyen y los beneficios de los bancos son multimillonarios.

Todo esto pone de manifiesto que dentro de los límites de las sociedades capitalistas se agudizan los problemas que sufren las capas trabajadoras que poco a poco se rebelan contra un sistema que los explota y oprime. En este caso concreto son los agricultores de los países europeos los que no han podido aguantar más y saltan a la calle expresando su ira y su rabia contra las políticas que les hunden. Nacen en la Unión Europea y las aplican los gobiernos al pie de la letra, como normas escritas en piedra.

Las decisiones que emanan de las instituciones de la Unión Europea tienen como grandes objetivos beneficiar al gran capital materializado en las multinacionales, las grandes entidades bancarias y financieras, las grandes superficies y los grandes latifundistas. Las normas concretas que fijan estas directivas comunitarias están devastando el campo y con ello la depauperación y la soberanía alimentaria de nuestros pueblos.

El sometimiento al imperialismo está presente en las decisiones que permiten a Ucrania, ya en manos de los grandes fondos de inversión americanos, vender libremente en Europa arruinando a las economías más débiles, además de los muchos acuerdos de libre comercio con grandes agrupaciones comerciales, como Mercosur u otras entidades supranacionales o países más o menos desarrollados económicamente.

En todo caso, se trata de facilitar el comercio de productos y servicios con la particularidad de que lo que se nos divulga como libre intercambio es muy favorable a los países del Norte de Europa. Así, una figura de esta reciprocidad comercial con algunos de los terceros países menos desarrollados económicamente es la de que a cambio de comprar productos que se originan en los países más ricos e industrializados del continente europeo se les permite relativa libertad para vender sus producciones agrarias en Europa. Lo curioso de todo esto es que los productos agrícolas y ganaderos que vienen de terceros países están producidos por grandes compañías europeas y americanas que se mueven con plena libertad en Marruecos o en países de otros continentes en donde los costes de producción son más baratos y con menos controles fitosanitarios que en Europa. Este sistema de compra venta está en crisis como estamos viendo en toda Europa con la rebelión de los agricultores europeos.

La Ley tendencial capitalista de la concentración y centralización de capital adquiere en la agricultura un grado de desarrollo tal que no tiene que envidiar lo que está sucediendo con las grandes concentraciones de entidades bancarias e industriales.

Este estado de cosas se ve propiciado por las políticas de ayudas y subvenciones provenientes de Bruselas que lucran a los dueños de extensas propiedades de tierras y se recortan o eliminan a quienes tienen un número pequeño de hectáreas. Hay que señalar el rechazo campesino a unas reglas medioambientales contenidas en la agenda 2030 que difícilmente pueden cumplir, alejándolos de algunas ayudas concretas.

En definitiva, el saqueo y la rapiña, permitido y favorecido por las instituciones nacionales y europeas, que llevan a cabo quienes tienen en sus manos el dinero, las semillas, los abonos, los fertilizantes, está arruinando a los pequeños y medianos agricultores que cada vez con más frecuencia se ven obligados a abandonar el campo y vender sus tierras a los fondos de inversión o a grandes propietarios agrícolas.

Hay una repulsa general en el sector a la burocracia que les obliga a un amplio e intenso papeleo que los hace dependientes de agencias y gestorías privadas para la realización de los trámites administrativos necesarios para acceder a estas subvenciones europeas y a la hora de establecer o modificar cultivos en sus tierras. En ocasiones, no entienden las preferencias poco racionales establecidas en estas normativas medioambientales que se justifican oficialmente por el cambio climático.

La Ley de la Cadena Alimentaria fue una herramienta que no ha tenido la eficacia prevista por el gobierno y que a fin de cuenta se interpreta más como un artilugio creado por el Poder Político para salir del paso y acallar el movimiento social iniciado hace unos años. En resumen, este conjunto de instrumentos políticos creados en las sociedades capitalistas, divulgados y ampliamente publicitados como soportes de las rentas agrarias no solucionan verdaderamente los problemas y pretenden periodos cortos de estabilidad y paz social para el gobierno establecido.

La única manera de acabar con la ruina y el saqueo a la que están sometidos los productores agrícolas y lograr una verdadera soberanía alimentaria al servicio del pueblo es romper con el capitalismo y sus normas. El estado está organizado para prestar servicio y administrar los intereses de las burguesías regionales y nacionales cuyos intereses son muy diferentes a los que tienen los agricultores.  Para romper estas estructuras dominantes los campesinos se tienen que organizar al margen de las asociaciones agrarias y entidades políticas que están demostrando que son pilares que contribuyen a la estabilidad de un sistema económico y social regulado por el gran capital condensado y personalizado en las grandes corporaciones económicas y financieras, y cuyos dirigentes se mueven como peces en el agua al socaire de las grandes burguesías agrarias y monopolios industriales.

La lucha de los agricultores además de extender y propagar sus reclamaciones al conjunto de la sociedad, para mejorar su efectividad deben conseguir la intervención directa y el control de las disposiciones, mandatos y preceptos que se toman en los entes políticos territoriales y les afectan tanto en aspectos administrativos como productivos. Para ello, los campesinos se tienen que organizar de modo independiente eligiendo a sus representantes, trabajando y en colaboración con otras capas sociales para organizar y planificar la producción de los alimentos en base a las necesidades de la sociedad. En todo esto es fundamental que desarrollen su propia capacidad organizativa rompiendo con las estructuras que los quieren manipular y controlar, eligiendo a sus representantes en los pueblos, en las provincias, en las naciones y en Europa. La lucha es antifascista, internacionalista y antiimperialista.

El ejemplo más claro, es lo ocurrido días atrás en Bruselas. Mientras los agricultores protestaban en la puerta del parlamento europeo, se celebraba la última cumbre en Bruselas en la que se acordó conceder 50.000 millones de euros para continuar la guerra de Ucrania contra Rusia. La UE no tiene vergüenza en destinar miles de millones para las matanzas humanas mientras desprecia las reclamaciones y mire para otro lado ante la ruina del mundo agrícola.

La presidenta del Ejecutivo comunitario, la burócrata URSULA VON DER LEYEN dijo que los agricultores merecen ser escuchados, pero en vez de ello la sede del Parlamento Europeo fue rodeado de barreras anti tractores. El único que salió a recibirlos fue el presidente de Hungría VICTOR ORBAN, al que la diplomacia y los medios de comunicación occidentales tachan de ser un dictador.

En Francia, el gobierno pide levantar las sanciones contra Rusia en el gas y el petróleo. Pero la UE prepara un nuevo plan de sanciones que creará más dificultades y un empobrecimiento en los países europeos.  La UE no quiere dar solución a las reclamaciones de los agricultores que se centran en cuestiones que tienen que ver con la inflación, el alza en los precios energéticos y de fertilizantes que se han encarecido enormemente con las sanciones económicas a Rusia, actuando como un boomerang contra los países de la UE. Por este motivo los agricultores con el resto de la población trabajadora tenemos que unirnos y trabajar por otras instituciones, tenemos que luchar por otra sociedad en donde la justicia y la solidaridad sea la directiva mundial a seguir.

Imagen de portada:  Agricultura 7 .  Public Domain Pictures | Detalles de la licencia

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El sueño americano: Alemania fuera del euro. [Los trabajadores europeos con amigos como el capital dominante USA, ¿para qué necesitamos enemigos?, si ya estamos sobradamente cumplidos. Lo que nos hace falta es despertar]

 

La ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) propondrá un referéndum sobre la salida de Alemania del euro (Dexit). Tras el Brexit, la hipotética salida de los alemanes de la eurozona conduciría en la práctica a la balcanización de Europa.


El sueño americano: Alemania fuera del euro


Vicenzo Maddaloni

El Viejo Topo

10 febrero, 2024 



Como señala Joel Kotkin en la revista Forbes, durante décadas «los países del norte (Alemania, Noruega, Suecia, Dinamarca, Países Bajos, Finlandia y Reino Unido) han compensado las bajísimas tasas de fertilidad y la caída de la demanda interna con la llegada de inmigrantes y la creación de economías altamente productivas orientadas a la exportación». Siguiendo así la doctrina del Schuldenbremse (freno a la deuda) que Alemania introdujo en su Constitución en 2009 con el objetivo imperativo de que «cada generación pague sus propios gastos y no consuma los impuestos que sus hijos pagarán en forma de deuda».

Alemania lograría sucesivos superávits económicos en los últimos cinco años porque los tipos de interés cero o negativos del BCE exigían menos dinero para pagar la deuda pública y le permitieron acumular reservas para hacer frente a la crisis social COVID-19 con un impulso masivo de la inversión estimado en 20.000 millones de euros para reactivar la economía.

Sin embargo, según un análisis del Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW), Alemania está actualmente lastrada por la guerra de Ucrania y el corte total del suministro de gas ruso, que ya han provocado una contracción de unos 100.000 millones de euros (2,5% del PIB). Los efectos secundarios de esta contracción serán la entrada de la economía en recesión y el aumento de la tasa de desempleo, junto con una inflación galopante y la liquidación de los excedentes comerciales.

El atasco de las locomotoras alemanas

Así, según euronews.com , la locomotora alemana se hundiría en el cuarto trimestre de 2023 (crecimiento negativo del PIB del 0,3 %) debido al aumento de los precios de la energía, la reducción de la producción industrial por la debilidad de la demanda europea, el estancamiento del consumo interno y la pérdida de competitividad frente al resto del mundo, lo que provocaría una fuerte caída de las exportaciones del 1,2 % en 2023.

Por otro lado, la subida de los tipos de interés por parte del BCE al 4,5%, combinada con una inflación galopante del 5,9% en 2023, se tradujo en un estancamiento de los salarios reales en Alemania, ajustes fiscales y recortes de las subvenciones agrícolas que pondrían en peligro el campo alemán y el resto del mundo. Más sindicatos en pie de guerra.

Charles Dumas (Lombard Street Research Londres), sostiene que «una vuelta al caro marco alemán comprimiría los beneficios, aumentaría la productividad y elevaría los ingresos reales de los consumidores, porque en lugar de prestar los excedentes de ahorro a los países periféricos, los alemanes podrían disfrutar de mejores niveles de vida en casa. «.

Según un reciente informe de la UE, 7,5 millones de alemanes trabajan en empleos con bajos ingresos (minijobs) y, según la ONG Paritätischer Gesamtverband, el porcentaje de personas en riesgo de pobreza en Alemania es del 14% (16,6% de la población).

Esto, unido a la elevada tasa de inmigrantes en Alemania (casi el 20%), provocará una exacerbación de los sentimientos xenófobos en la sociedad alemana (especialmente entre los alemanes del Este), debido a la reducción de la oferta de mano de obra, la consiguiente competencia feroz por los puestos de trabajo y la transformación de muchos distritos suburbanos en auténticos guetos de inmigrantes, por lo que cabe esperar un espectacular ascenso de los grupos de extrema derecha en las próximas elecciones de 2025.

¿Después del Brexit vendrá el Dexit?

Según una encuesta realizada por TNS-Emnid para el semanario Focus, el 26% de los alemanes se plantearía apoyar a un partido que quisiera sacar a Alemania del Euro, así lo afirma la estrella emergente del firmamento político alemán, «Alternativa para Alemania» («AfD»), formada inicialmente por académicos y empresarios, pero que se ha radicalizado y ha adoptado postulados claramente xenófobos, como la posible expulsión de millones de ciudadanos extranjeros, se plantea proponer un referéndum sobre la salida de Alemania del Euro (Dexit).

La hipotética salida de Alemania del euro significaría el principio del fin de la eurozona y la gestación de una nueva cartografía económica europea que supondría la vuelta al estancamiento de los compartimentos económicos y el triunfo de Estados Unidos en la balcanización de Europa.

Fuente: The Berlin89

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El malestar europeo del campo evidencia las incoherencias del neoliberalismo verde

 

El malestar europeo del campo evidencia las incoherencias del neoliberalismo verde

 

Por Enric Bonet

Rebelion

09/02/2024



Fuentes: El salto


Desde Polonia hasta España, pasando por Alemania y Francia, la oleada de protestas de agricultores refleja la dificultad de llevar a cabo una transición ecológica del sector con los postulados económicos actuales.

El fantasma de una revuelta campesina planea sobre Europa. Los agricultores han multiplicado en las últimas semanas las tractoradas, cortes de carretera y otras acciones de contestación en numerosos países del Viejo Continente. Alemania, Francia, Polonia, Países Bajos, Rumania, Italia… Es larga la lista de los Estados donde se ha producido este tipo de movilizaciones, que también tienen lugar en los últimos días en España. Aunque las protestas de los sindicatos agropecuarios resultan un clásico, sorprende la rápida propagación por Europa. Un efecto de bola de nieve que evidencia la dimensión estructural del malestar del campo.

“Se trata de un movimiento social de envergadura que no habíamos visto desde la crisis lechera de 2009. Entonces, ya hubo grandes movilizaciones”, recuerda Edouard Lynch, historiador del mundo agrícola y profesor en la Universidad Lumière-Lyon 2, en declaraciones a El Salto. Desde los grandes medios y buena parte de la clase política —desde el centro hasta la ultraderecha—, se ha impuesto una interpretación parcial e interesada: se trata de un pulso entre un pulso entre los agricultores y los ecologistas. “Me parece muy simplista decir que todo esto se debe a las normas medioambientales”, asegura el economista Maxime Combes. Más que un rechazo de la transición verde del sector primario, esta indignación es el fruto de las incoherencias del neoliberalismo verde.

En realidad, el sector primario europeo sufre una crisis capitalista de manual. Los agricultores y ganaderos están muriendo de éxito. La industrialización y la modernización durante la segunda mitad del siglo XX aumentaron la productividad del campo y convirtieron a Europa en una potencia agrícola que exportaba sus excedentes. Pero desde principios de este siglo ese modelo se encuentra estancado. Y buena parte de los campesinos europeos viven atrapados en esta lógica productivista: intentan invertir en maquinaria más moderna sin lograr incrementos significativos de productividad, pero sí que aumentan sus deudas y emisiones de dióxido de carbono.

La PAC se rige por criterios productivistas y poco sociales

A eso se le suman las incongruencias de las políticas públicas en el Viejo Continente. El sector recibe una gran cantidad de ayudas, sobre todo, los 41.400 millones de la Política Agraria Común (PAC) de la Unión Europea. No obstante, estas subvenciones se distribuyen de manera desigual y con una lógica (basada en la cantidad de hectáreas) en las antípodas de la justicia social, además de resultar insuficientes para impulsar una transición verde del sector. En 2020, el 0,5% de las explotaciones europeas más grandes recibieron el 16,6% de los fondos de la PAC, con ayudas individuales superiores a los 100.000 euros, mientras que el 75% de los pequeños y medios percibieron apenas el 15%, con menos de 5.000 euros cada uno.

En 2001 se pagaba a los productores 0,25 euros por un litro de leche, mientras que en 2022 había bajado a 0,24. El precio del litro envasado en los supermercados ha subido de 0,53 a 0,83

Pese a las considerables cantidades de dinero público que recibe, el sector primario destaca por su desregulación. El intervencionismo en los precios y excedentes establecido cuando se creó la PAC en 1962 siguiendo criterios keynesianos —esa medida se inspiró en el New Deal del estadounidense Franklin Delano Roosevelt— ha ido desapareciendo durante las últimas décadas de hegemonía neoliberal. Además, se han suprimido los aranceles sobre los alimentos extranjeros con la firma de acuerdos de libre comercio.

Esta liberalización ha perjudicado a los productores en beneficio de las empresas alimentarias y la gran distribución. Tampoco los consumidores han salido especialmente beneficiados. El ejemplo del precio de la leche en Francia resulta cristalino. En 2001 se pagaba a los productores 0,25 euros por un litro, mientras que en 2022 había bajado a 0,24. Durante las dos últimas décadas, en cambio, el precio del litro envasado en los supermercados ha subido de 0,53 a 0,83. Los márgenes de la industria agroalimentaria se han incrementado un 64% y los de la gran distribución, un 188%, según un estudio reciente de la Fundación para la Naturaleza y el Hombre.

“Hace falta dinero público” para la transformación ecológica

El modelo agrícola europeo se asienta sobre unos cimientos tan frágiles como contradictorios. Sus incongruencias dificultan la posibilidad de llevar a cabo una ambiciosa transición verde, a pesar de las promesas en ese sentido de los Gobiernos y la Comisión Europea. “Los Estados no asumen que, si quieren llevar a cabo la transformación ecológica, hace falta invertir más dinero público”, sostiene Lynch, quien recuerda que “la modernización agrícola a partir de la década de los sesenta se llevó a cabo con grandes inversiones nacionales y europeas”.

Impulsadas entonces para modernizar el sector, las ayudas públicas se han convertido en un medio de supervivencia para una profesión tan desigual como precarizada. El ingreso medio neto de los agricultores en Francia resulta inferior al salario mínimo. Un 18% de ellos viven por debajo del umbral de la pobreza, un porcentaje claramente superior al 13% del conjunto de los activos. “Excepto los grandes viticultores y productores de cereales, una parte significativa del mundo campesino no logra vivir de su trabajo”, explica Combes, buen conocedor del sector primario y miembro del AITEC, sobre la situación de la agricultura francesa que no resulta muy diferente a la de otros países europeos.

“Cuando llego a final de mes, no me queda ningún ingreso neto. Vivo gracias al salario de mi mujer”, reconocía Yves, de 58 años, un agricultor de trigo ecológico entrevistado por El Salto en Agen, una pequeña de localidad del suroeste de Francia donde los cortes de carretera y acciones diarias empezaron desde el 22 de enero. “Dieron ayudas para que hiciéramos agricultura ecológica, pero ahora la oferta resulta superior a la demanda”, lamentaba. La crisis de la comida biológica ejemplifica los límites del neoliberalismo verde. La elevada inflación de los últimos años ha menoscabado la venta de estos alimentos más caros. En el caso de Francia, su parte del mercado ha caído al 6%, el mismo porcentaje que en Estados Unidos.

“El mensaje que están dando a los agricultores es que sobre todo no deben convertirse a los cultivos ecológicos, puesto que, si lo hacen, tendrán grandes problemas”, advierte Aurélie Catallo, una especialista en políticas agrícolas europeas. Los dirigentes “se han olvidado de impulsar una evolución simultánea de la oferta y la demanda” de los alimentos bio, añade esta experta del IDDRI, un laboratorio de ideas de París. Recuerda el caso de una ley aprobada en 2022 en Francia que estableció un mínimo de 20% de comida de ese tipo en las cantinas estatales (escuelas, hospitales, administración…), un objetivo que, de momento, ha resultado imposible de cumplir.

Las concesiones hechas a los dos principales sindicatos agropecuarios han dejado la agricultura ecológica como la gran sacrificada

Según Catallo, “el hecho de que la PAC continúe repartiéndose en función de las hectáreas impone la lógica del productivismo, pero no se puede efectuar una transición agroecológica produciendo el máximo posible. No se dice a los campesinos que ya no estamos en la década de los setenta y que el desafío ahora es una alimentación más sana y que respete el medioambiente”. Unos objetivos que, de momento, se encuentran lejos de la realidad. El sector primario emite el 20% de las emisiones de CO2 en Francia, mientras que España tiene el triste privilegio de encabezar el podio de los países que utilizan más pesticidas en el Viejo Continente.

Antes neoliberal que verde

A pesar de que el actual malestar del campo refleja las incoherencias del neoliberalismo verde y la dificultad de llevar a cabo una transición ecológica si persiste el problema de la baja remuneración de los campesinos, la primera reacción de la clase dirigente ante estas protestas del campo ha resultado previsible: si deben elegir entre lo neoliberal y lo verde, se quedan con lo primero.

“Vamos a hacer que rimen el clima con el crecimiento”, aseguró la semana pasada el primer ministro francés, Gabriel Attal, durante su discurso de política general. Pese a su juventud —con 34 años es el responsable del Gobierno más joven en la historia de la Quinta República—, Attal ha aportado una respuesta a la rabia del campo que supone un viaje al pasado. Las concesiones hechas a los dos principales sindicatos agropecuarios —defensores incondicionales de la agricultura industrial a diferencia de otras organizaciones, como la Confédération Paysanne, que continúan con las protestas— han dejado la agricultura ecológica como la gran sacrificada.

El marco discursivo anhelado por la ultraderecha, el campo contra la ecología, no solo ha sido aceptado por una parte de los sindicatos agrícolas, sino también por los partidos y medios mainstream

Primero, el Gobierno de Emmanuel Macron y Attal renunció a una supresión progresiva de la subvención fiscal del diésel rural. Luego, suspendió la aplicación de un plan para reducir el uso de pesticidas, impulsado en 2008 por el conservador Nicolas Sarkozy y que había dado muy pocos resultados hasta ahora. También consiguió que la Comisión Europea derogara el 4% de tierras en barbecho como uno de los pocos criterios medioambientales en la repartición de la PAC. Con menos concesiones que en Francia, el Ejecutivo alemán de Olaf Scholz también ha cedido a las reivindicaciones productivistas de los principales sindicatos agrícolas. En Alemania, la subvención del combustible rural no se aplicará este año, sino de manera progresiva.

“El gran problema es el Green Deal (Pacto Verde de la UE) y su visión claramente basada en el decrecimiento, ya que esto hará que bajemos nuestra producción en un momento en que las importaciones no paran de aumentar”, afirmó a finales de enero el presidente de la FNSEA —principal organización agrícola en Francia—, Arnaud Rousseau, conocido por poseer más de 700 hectáreas y cuyos intereses se encuentran a las antípodas de los pequeños y medianos campesinos. El marco discursivo anhelado por la ultraderecha, el campo contra la ecología, no solo ha sido aceptado por una parte de los sindicatos agrícolas, sino también por los partidos y medios mainstream.

El rechazo a Mercosur, ¿una posición electoralista?

Esto ha venido acompañado por ciertas dosis de un nacionalismo banal —desde la defensa por parte de Pedro Sánchez del “imbatible” tomate español hasta la promesa de Attal de impulsar una ley sobre la “soberanía alimentaria”— para responder a la indignación rural. Aunque poner un freno al comercio mundial y priorizar la producción de proximidad resulta una opción defendida tanto por los sindicatos agrícolas de derechas e izquierdas, las declaraciones de las últimas semanas corren el riesgo de quedarse en meras palabras.

“De ninguna manera, Francia aceptará este tratado”, afirmó la semana pasada Attal refiriéndose al acuerdo de libre comercio que la Unión Europea negocia con Mercosur (principales países de América Latina). Pese a esta contundencia discursiva, las ONG temen que se trate de una posición de cara a la galería, sobre todo con la mirada puesta en las elecciones europeas del 9 de junio, en que la ultraderecha amenaza con sacar un rédito electoral a la rabia del campo.

Aunque Macron ya había expresado en 2019 su rechazo al tratado con Mercosur, este se siguió negociando. El Gobierno francés había dado en 2021 señales de que terminaría aceptándolo. “La UE está encerrada en unas contradicciones enormes y está dispuesta a perjudicar la agricultura para favorecer las exportaciones industriales y de servicios”, critica Combes, quien menciona otros tratados de libre comercio (Chile, Kenia o Nueva Zelanda) adoptados recientemente. “Todo esto provoca el sentimiento de que se está sacrificando la agricultura”, concluye.

Enric Bonet @EnricQuart

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