Puede parecer que
Trump es un personaje contradictorio que va dando palos de ciego. Y que los
líderes europeos son simples vasallos. Pero las cosas son mucho más
complicadas. De ahí los cambios de rumbo (aparentes) y las contradicciones
(también aparentes)
Los dilemas de Trump
El Viejo Topo
6 septiembre, 2025
LOS DILEMAS DE
DONALD TRUMP: ENTRE LA AMENAZA DEL REPLIEGUE Y LA POSIBILIDAD DE LA
ESCALADA
Para Manolo
Sacristán, desde la memoria vivida
Aparentemente,
del Presidente norteamericano depende la próxima decisión estratégica
y sus consecuencias. Haga lo que haga tendrá costes; algunos pueden ser muy
graves y lo fundamental es que delimitará la fase. La partida está ya muy
definida. El núcleo duro de la Unión
Europea (Alemania, Francia y el Reino Unido desde
fuera) está dispuesto a aceptar todas las exigencias
de Trump (incluida las más humillantes) siempre que continúe la guerra
y, claro está, seguir escalando. El supuesto básico es que
los rusos no se atreverán a usar armas nucleares; se les puede, si no
ganar, sí al menos, conseguir una paz asumible, vendible. En esto tampoco hay
que equivocarse, debe ser un acuerdo que no puede interpretarse como una derrota
de la OTAN y de la UE. Zelenski no tiene autonomía y
sus márgenes de maniobra se estrechan dramáticamente. La guerra en sus actuales
dimensiones, repito, en sus actuales dimensiones, la tiene perdida. El frente
está al borde del derrumbe y la retaguardia, incluidos los sectores más duros
de la extrema derecha, están cansados y con una moral muy debilitada. Su fuerza
es la alianza (la coalición de los “necesitados” de Trump) con Von
der Leyen, Merz, Macron y Stamer.
El papel
de Rusia es más complejo. Putin se sabe fuerte. Está
ganando en el frente político-militar, las sanciones no han debilitado la
estructura económico-productiva de Rusia; más bien al contrario, han
reforzado el papel dirigente y estratégico del Estado, reduciendo el peso de
los sectores oligárquicos y propiciando una reindustrialización del país al
servicio de su autonomía estratégica. Su liderazgo se ha fortalecido mucho en
estos años. Si algo caracteriza al Presidente ruso es su prudencia y no dejarse
llevar por las buenas noticias. Tarda en decidir e intenta, previamente,
sopesar todas las variables desde una información meticulosa y detallada. ¿Cómo
interpretar a Trump? No es fácil saberlo. Mi hipótesis es que lo piensa
como el reflejo de bloque de fuerzas contradictorio, en pugna constante y en
conflicto con, lo diremos así, el “Estado
profundo” norteamericano. Putin cree que hay posibilidades de un
acuerdo con él, más allá de Ucrania y, hasta cierto punto, de
esta Europa que representa la UE. Dicho esto, hay que matizar
inmediatamente: la posibilidad de un pacto en estas condiciones nunca estará
garantizado del todo y siempre será reversible. No es personal, no
es Trump, es una superpotencia en crisis y sus (contradictorias)
dinámicas.
La personalidad
política del Presidente de los EEUU es (auto)conscientemente
contradictoria. Su obsesión por controlar la agenda pública, su afición a la
maniobra, a los golpes bajos y un estilo de negociación propio de una banda
marsellesa no le impide, más bien al contrario, tener posición política y
fortalecerse en ella. Su problema es otro, a saber, neutralizar a una parte
sustancial del poder, de los poderes, que se oponen a su política y que están
presentes en su propio equipo. ¿Qué política de Trump entre amenazas,
desplantes y aranceles? Los EEUU, como toda potencia en declive, tiene dos
grandes alternativas, moduladas –es fundamental– por el factor tiempo. Una,
oponerse con todo su poder a los que cuestionan su hegemonía e intentan revisar
el orden y las reglas impuestas, no lo olvidemos, por una victoria político-militar,
económica y cultural. Dos, aprovechar su ventaja relativa para gobernar la
transición hacia un mundo multipolar; es decir, hacia un Nuevo Orden
Internacional. Mi opinión es que el Presidente, a trancas y barrancas, está
desde siempre por esta última posición. Otra cosa es que la pueda llevar a cabo
o que se lo consientan. Esto siempre lo supieron Biden y Hilary
Clinton.
El Donald
Trump del segundo mandato sabe algo más: oponerse política y militarmente
a la emergencia de un nuevo orden ha sido un fracaso, ha debitado aún más a
los EEUU, mostrado todas sus carencias industriales, tecnológicas y, lo
peor, ha dividido duramente a la sociedad norteamericana. En el centro del
debate, la globalización neoliberal y su paradoja, al menos para el Presidente,
ha fortalecido el control del capitalismo norteamericano sobre
el Occidente colectivo y está destruyendo a los EEUU como
Nación y Estado. Esto es tan evidente, que hay voces significativas en su
equipo que cuestionan el seguir defendiendo el dólar como moneda de reserva
internacional.
La apuesta por
gobernar la transición tiene fundamentos racionales; significa, en primer
lugar, partir de la ventaja, relativa pero real, de
los norteamericanos tanto por su control de las finanzas
internacionales como por la amplitud y consistencia de sus alianzas y, sobre
todo, por su fortaleza político-militar. Occidente colectivo, hoy por hoy,
es el poder establecido y luchara hasta el final por él. Olvidar esto es
confundir los sueños con la realidad. En segundo lugar, gobernar la transición
no hace al mundo más seguro ni menos peligroso, más bien al
contrario: Trump sabe que tiene que contar con las otras potencias y
que tendrá que establecer relaciones basadas en el conflicto y en la
cooperación, donde los compromisos serán flexibles y muchas veces volátiles, y
que los enfrentamientos armados y las guerras estarán siempre presentes, como
realidad o como posibilidad; más guerras “calientes” que “frías”.
El tiempo de
las grandes declaraciones ideológicas de nuestros políticos y de nuestros
sesudos analistas está pasando. Siguen ahí, pero el tono está cambiando, es
verdad, entre lágrimas y lamentos. Ahora el enemigo favorito es Trump, él
es el culpable de todo. ¡Con lo bien que nos iba antes!, ¡cuánta unidad había
con Biden! Este es el problema. Ir en alianza con una gran potencia,
subordinarse a su estrategia político-militar siempre es problemático, sobre
todo cuando se está, como ahora, en un cambio de época.
Los EEUU tienen la costumbre de defender sus intereses, girar cuando
les es conveniente y de cobrarse, además, unos tributos cada vez más vastos en
pago a su protección pasada, presente y futura. Los aliados europeos (la
coalición de los necesitados, sobre todo) exigen que esa protección sea
efectiva, clara, rotunda, continuando la guerra iniciada por la anterior
Administración para derrotar al enemigo existencial ruso.
Seria bueno
escuchar los consejos del siempre lucido Marco d’Eramo. Comienza: ”Ninguna
clase dirigente que detenta el poder está dispuesta a cederlo o a ver como
disminuye y, mucho menos, a presenciar como desaparece”; continua: “El debate
entre las diferentes facciones de las clases dirigentes siempre girará en torno
al modo de gestionar el imperio, a la estrategia para fortalecerlo y a las tácticas
para expandirlo” Concluye “Y, por regla general, cada una de las facciones
enfrentadas acusará a la otra de aplicar políticas que debilitan al imperio y
conducen a su desaparición”. El razonamiento, se entenderá, va dirigido contra
aquellos sectores de la opinión pública europea que se esfuerzan en distinguir
entre malos y menos malos imperialistas o, diríamos nosotros, entre liberales y
autoritarios de un país-continente en crisis. El artículo del conocido analista
italiano (Diario Red 24/8/25. ”No existe algo así como la
sociedad estadounidense”) daría para más comentarios, para acuerdos y para
algún desacuerdo, pero enseña más que un manual de relaciones internacionales
al uso y da perspectiva para situarse en este mundo en transición. No es poco.
Volvamos al
principio. Parece que Trump marcará la orientación y el sentido de la
partida (estratégica) en juego. Insisto, no hay que dejarse confundir por las
palabras. Los necesitados (Merz y compañía) no quieren sentarse a negociar
y aspiraban, antes que nada, a un alto el fuego incondicional e inmediato.
Tiene su lógica: están perdiendo en el campo de batalla, el frente emite
señales inquietantes y, lo decisivo, Trump, una vez más, cambió de
opinión; todo ello, después de las denigrantes concesiones hechas. Sentarse a
negociar significa partir de una agenda rusa, ellos lo saben, ganada
política y militarmente. Públicamente, no pueden negarse; tampoco enfrentarse a
un Trump siempre colérico y mandón. Su táctica es más fina: centrarse
en las condiciones de seguridad de Ucrania, hacerlas tan sobresalientes
que las hagan inaceptables para Rusia e impidan la negociación de una
salida pacífica al conflicto entre la OTAN y Rusia, que es de lo
que se trata. Es decir, escalar y ampliar los “limites” de una guerra cada vez
menos limitada.
La
diplomacia rusa está al tanto de la jugada y maniobra. Quiere cumplir
lo acordado en Alaska con Trump y, a la vez, no dejarse
enredar por las fintas que sabiamente les prepara
el MI6. Zelenski entiende perfectamente que no habrá, ni a dos
ni a tres, una reunión con Putin, por eso la pide; de haberla, sería solo
para concretar los últimos detalles de un acuerdo ya muy perfilado. Es más,
para los rusos la legalidad de un pacto firmado con el actual
Presidente ucraniano es algo más que dudosa si se atiende el sistema
jurídico-constitucional ya que no prevé la suspensión de las elecciones
presidenciales en situaciones de emergencia. Los rusos, después de los
(incumplidos) acuerdos Minsk 1 y 2, se han vuelto muy, digámoslo así,
meticulosos con las formalidades. Lavrov seguirá exigiendo
negociaciones con Ucrania, la fijación de una agenda clara y un calendario
adecuado. La otra parte, intentará agradar al Presidente estadounidense,
proseguirá con sus acusaciones de que Putin no quiere negociar y, lo
fundamental, ganar tiempo para hacer fracasar lo pactado de Alaska.
Mientras, la ofensiva rusa continuará. La situación no durará mucho.
La amenaza del
Presidente de los EEUU es clara: replegarse y que la UE y Rusia resuelvan
sus problemas. Si nos atenemos a las declaraciones de los dirigentes europeos
sería el mayor de los males ¿Consecuencias? La guerra se generalizaría y el
gobierno ucraniano usaría las armas disponibles para atacar
a Rusia en profundidad, incluidas instalaciones nucleares
estratégicas (militares y energéticas) infraestructuras claves y centros de
decisión fundamentales ¿La respuesta de Rusia? Mejor no elucubrar
demasiado. Sabemos que será algo más que proporcional. Con un detalle añadido:
la revolución tecnológico-militar que está desarrollando Rusia,
supera, en muchos sentidos, la rígida separación entre armas nucleares y armas
convencionales cuando se trata misiles de nivel intermedio; dicho de otra
forma, los resultados de un ataque, por ejemplo, con un Oreshnik equipado
con ojivas convencionales pueden tener militarmente las mismas consecuencias
que si portara dispositivos nucleares. Este se probó ya en Ucrania.
Si Trump se
repliega, habrá escalada militar; si no se llega a un acuerdo con Rusia,
también. ¿Será esta la jugada de los dirigentes de la Unión Europea?
Pronto se verá.
Fuente: Nortes