miércoles, 28 de junio de 2023

Cuatro indicios de que alguien en Occidente trabaja para el casus belli nuclear. [Los trabajadores tenemos nuestras vidas en manos de cuatro criminales y crimínalas del capital y la política, con los/las que colaboran dos o tres mosquetones/mosquetonas de la Universidad, prensa, radio, televisión, milicia y religión de esta de estate quieto y no te menees porque como te menees te quedas sin gloria. Es obligación nuestra, y solo nuestra, el sacar la cabeza de debajo del ala superando la canguelis (que es normal, la cosa es para tener miedo) para empezar a poner los puntitos sobre las íes y, además, de la a a la z, aprovechando que el Pisuerga pasa…, por yo qué me sé por dónde pasa el Pisuerga. El Pisuerga pasará por donde pase, a mí que me cuentan, ¿o es que yo lo tengo que saber todo?]

 

 

Poco a poco se van filtrando noticias sobre la posibilidad de una guerra nuclear. Como quien no quiere la cosa. Como si fuera algo que puede llegar a pasar, siempre por culpa “del otro”. Como algo que tal vez deberíamos aceptar resignadamente.


Cuatro indicios de que alguien en Occidente trabaja para el casus belli nuclear

 

Andrea Zhok

El Viejo Topo

28 junio, 2023 

 

Indicios:


1) Hace unos días Zelensky advirtió contra una operación rusa contra la central nuclear de Zaporinyia, recordando como precedente (¡sic!) el caso de la presa de Nova Kajovka.

2) Casi simultáneamente, los senadores estadounidenses Lindsay Graham (republicano) y Richard Blumenthal (demócrata) propusieron una resolución que considera cualquier vertido nuclear en Ucrania como un acto perjudicial para los países vecinos y, por tanto, equivalente a una agresión contra los países de la OTAN, suficiente para activar el artículo V de la alianza.

3) la semana pasada  varias personas fueron detenidas por el servicio de seguridad ruso por contrabando de un kilogramo de Cesio radiactivo. A pesar de las sospechas rusas –por tanto tendenciosas– de que el destino era Ucrania, la mera posibilidad de que un kilogramo de un material tan peligroso estuviera disponible en el mercado privado es significativa.

4) Estonia y (especialmente) Polonia ya están enviando a sus propios soldados al frente ucraniano y no hacen nada por ocultarlo. Por supuesto, la formulación adoptada es que se trata de «voluntarios», que por lo tanto no forman parte integrante de sus respectivos ejércitos de la OTAN, pero la imagen que ya existe es que batallones de soldados de países de la OTAN, con armamento de la OTAN, apoyo financiero y logístico de países de la OTAN, supervisión y telecomunicaciones de la OTAN, están luchando en Ucrania contra el ejército ruso. Cabe señalar que Polonia ha aumentado su gasto militar al 4%, con la intención de convertirse rápidamente en el ejército más poderoso de la OTAN (después de EEUU).

Poniendo estas pistas una tras otra, parece realista afirmar que alguien dentro de las filas occidentales no sólo está considerando, sino trabajando activamente para un casus belli nuclear que justifique ante la opinión pública nacional lo que ya está ocurriendo de hecho, pero de forma circunscrita, es decir, una implicación directa de la OTAN en la guerra.

Existe una lógica política, humanamente absurda, pero políticamente muy clara en mecanismos de escalada como el que está en marcha.

Una vez que todos los países occidentales han hecho una inversión tan grande de credibilidad política en el proyecto de «acabar con el Estado canalla ruso», ahora nadie tiene ganas de dar pasos atrás porque temen (con razón) que los demás compañeros de cordada aprovechen la oportunidad para culparles del fracaso (previsible desde el principio) de la empresa.

Así que a pesar de que todo el mundo entiende que el escenario que se avecina es el de la Tercera Guerra Mundial y a pesar de que todo el mundo entiende que el escenario que habían imaginado al principio (colapso del régimen de Putin, sustitución por un títere complaciente y vuelta de Rusia a ser la «gasolinera del mundo») es mera ilusión, los gobiernos occidentales no están dispuestos a dar marcha atrás.

Así que la reactivación es continua, por ineficaz que sea (vamos por el undécimo paquete de sanciones). Y todo gobernante occidental, europeo en particular, espera que otro asuma la responsabilidad que no quiere asumir porque le haría quedar mal en los medios de comunicación.

Esta responsabilidad puede ser la de la paz (y aquí sólo Estados Unidos está en condiciones de tomar esa decisión unilateralmente; pero también es el que menos interés tiene en tomarla). O puede ser la responsabilidad de la confrontación final, que nadie asumirá como acto político voluntario, pero que sólo necesita una adecuada justificación de «emergencia emocional» para desencadenarse.

Por eso cobra tanta relevancia el escenario preparado por acontecimientos como un accidente nuclear en Zaporinyaa del que se culparía a los rusos, o catástrofes similares.

Esto es lo único que nos separa de la Tercera Guerra Mundial: una provocación lo suficientemente fuerte y emotiva como para permitir que la servidumbre mediática avive las llamas con el fin de generar una apariencia de apoyo público a la guerra total.

Aquí, en el torbellino de locura irresponsable en el que se está sumiendo el mundo, hay muchos culpables. Están los intereses de la industria bélica, está el oportunismo cobarde de los gobernantes «democráticos», está la inercia cultivada durante décadas de una población reducida a ganado (y que acabará como ganado). Pero la mayor responsabilidad de todas, aquella por la que, si existe un infierno lo poblarán en todos los círculos, es la de los ‘intelectuales’ (en el sentido gramsciano) y concretamente la de los periodistas.

Sin la cobardía de la mayoría de la clase profesional dedicada a la «información» y a la «formación de la opinión pública», los países occidentales –países que institucionalmente necesitan cierto grado de asentimiento público– no habrían cometido la interminable sucesión de «errores» fatales de las últimas décadas, en materia geopolítica, económica, sanitaria y, finalmente, bélica.

Sólo la existencia de una clase orgánica de mentirosos y propagandistas a sueldo ha permitido la degradación de la cultura europea, el debilitamiento terminal de toda una generación, el empobrecimiento de los más frente al enriquecimiento indecente de unos pocos, la sequía de la oferta política, la agresión militar disfrazada de intervención humanitaria y, finalmente, la llamada a la puerta de la tercera guerra mundial.

No sé si tendremos la suerte de evitar las consecuencias más dramáticas del callejón sin salida al que nos han conducido, pero es a partir de ahí, de un reseteo y una reconstrucción de esta clase, que puede comenzar un renacimiento, si es que alguna vez se produce.

Fuente: l’AntiDiplomatico.

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