sábado, 11 de julio de 2020

El cuento de los cien economistas más cien cuentos más pintados de verde para asegurar el crecimiento de los capitales dominantes y el empeoramiento paulatino de las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población con el pas, pes, pis, pus y post-coranovirus, mirado por donde usted prefiera mirarlo


El autor del artículo que se reproduce a continuación mantiene la tesis de que la crisis es ecológico-ambiental, aunque eso sí, reconoce seguidamente que es "generada por causas eminentemente económicas", para preguntarse a continuación si alguien reconocerá que eso del crecimiento económico carece de sentido ecológico e incluso social, ya que conlleva destrucción y consumo de recursos y posibilidades. En realidad esta planteando la solución de un problema: el "ecológico-ambiental" (que no es el problema, sino consecuencia del problema, como él mismo reconoce. El problema es lo económico, es decir, el modo de producción capitalista, que él se guarda muy bien de silenciar. Se limita en este sentido, para evitar el cuestionamiento del sistema capitalista (que es donde radica la causa del problema, y, no solo el ecológico-ambiental. El hecho de que casi 1.500 millones de personas  en el mundo padecieran  trastornos mentales, debidas entre otras razones a las condiciones de trabajo que padecían, conclusión a la que llegaron los mas de 10.000 psiquiatras en Madrid en 1996 -¡mucho antes de que apareciera la crisis de 2008! Los trastornos mentales afectan a 1.500 millones de personas. Heraldo de Aragón, 24.08.1996-.....), a mencionar lo "económico", en abstracto, como fórmula para conjurar el peligro de que el sistema capitalista pudiera ponerse en tela de juicio (que es lo que hay que hacer) cuando se está refiriendo a algo concreto, es decir, que el autor del articulo suma peras con manzanas para que le cuadren las cuentas, pero es sabido que cosas de distinta naturaleza no se pueden sumar y tampoco comparar, excepto que lo que se pretenda sea no llegar al fondo de cuestión alguna, sino evitar por todos los medios que se llegue a ella como al parecer apunta el caso.

El modo de producción capitalista es eso, un modo de producción,  o sea, una forma de producir; una forma de distribuir lo producido y una forma de aceptación social mayoritariamente, tanto de la forma de producir como de la forma de distribuir lo producido, que tiene una leyes de funcionamiento que lógicamente lo hacen funcionamiento como funciona el capitalismo, y no el do, re, mi, fa, sol que es lo que a mi me gusta. Por tanto, con lisonjas ideológicas no se puede explicar su funcionamiento, que es donde se sitúa el autor del referido articulo, cuando se pregunta: "si alguien reconocerá que eso del crecimiento económico carece de sentido ecológico e incluso social, ya que conlleva destrucción y consumo de recursos y posibilidades". Esta pregunta del autor tiene la misma lógica y punto de veracidad como la afirmación de los malos modales y poca educación que tiene los leones cuando cazan a una gacela, a la que se acercan sin saludarla para acabar comiéndosela sin chillo y tenedor y sin considerar como afectara al medio ambiente una gacela menos y un león algo mas entrado en carnes.

El fin del capitalismo es acrecentar los capitales (crecimiento económico. Si para ello es necesaria una guerra mundial se hace. Y si hace falta una segunda guerra mundial, pues se hace. Y si hiciera falta una tercera guerra mundial, pues se hace, salvo que el coronavirus pueda proporcionar los beneficios esperados a los grandes capitales). El Dios entero y verdadero del capitalismo es el dinero, ante el cual cualquier otra consideración queda en un segundo o noveno plano o, sin consideración de ningún tipo, y los capitales se acrecentarán a costa de lo que sea, qué tiene de raro pues, que el crecimiento económico carezca de sentido ecológico si precisamente se nutre de eso, de destruir la naturaleza (incluida la naturaleza humana) para lograr acrecentar los capitales invertidos, ni tampoco sentido social si precisamente su funcionamiento está basado en la explotación   económica, política e ideológicamente de unas personas (la inmensa mayoría de la población) por otras que representan una exigua minoría de la población. ¿Qué tiene de raro que el león se coma cruda a la gacela, y sin cuchillo ni tenedor?


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La reconstrucción poscovid y el cuento de los ‘Cien economistas’
  • Nada de esto apunta a que se haya entendido debidamente la crisis, que es ecológico-ambiental, y que viene (eso sí) generada por causas eminentemente económicas
  • ¿Alguien reconocerá que eso del crecimiento económico carece de sentido ecológico e incluso social, ya que conlleva destrucción y consumo de recursos y posibilidades?
  • Para la era poscovid, debiera alterarse antes de nada la composición de esos “Cien economistas”, con esta otra, alternativa: cincuenta ecologistas, diez sociólogos/antropólogos...

CUARTO PODER
 El viernes, 10 de julio de 2020




El presidente Sánchez, a través de una oficina de “prospección y estrategia” que, se dice, mira al largo plazo y que está vinculada a su Gabinete, ha fichado a cien economistas para que contribuyan con su docta opinión, a iluminar la “era poscovid”.
Como defectos de principio en esta iniciativa, subrayemos dos: uno liviano y otro muy serio. Sobre el primero, resulta inevitable recordar ese latiguillo, fundado en la experiencia, de que cuando no se quiere resolver (de verdad) un problema, “se crea una comisión y se encarga un estudio”, lo que reaparece en esta ocasión al hilo de una crisis, la del Covid-19, que no es parcial ni temporal, y que obliga a tomarse las cosas (definitivamente) en serio. El segundo punto de crítica es que se ponga en manos de economistas (suponemos que se trata de titulados, académicos o profesionales) la resolución de problemas económicos, es decir, la definición de políticas económicas, porque refleja una visión reduccionista e irreal de las cosas. Las políticas a acometer exigen visiones mucho más amplias.
Habría que añadir a estas dos objeciones de principio, la advertencia de que nada de esto apunta a que se haya entendido debidamente la crisis, que es ecológico-ambiental, y que viene (eso sí) generada por causas eminentemente económicas: de ahí la potente objeción que hay que interponer al protagonismo de los economistas, cuya ciencia, así como su práctica, son en gran medida las culpables de la crisis. La formación y la praxis de los economistas de carrera excluyen generalmente la preocupación por la conservación de los recursos naturales y la protección del medio ambiente, y esto los descalifica como colectivo al que hacer partícipe de las decisiones de la era poscovid. Planteemos algunos interrogantes a la espera de conocer los documentos que vaya a elaborar ese grupo de sabios de la economía, apelando a la doble sensibilidad social y ecológica, sin la que no merece la pena seguir elucubrando.
Antes de nada, ¿se van a llenar esos informes de lugares comunes tan manidos como que el crecimiento del PIB y la disciplina fiscal crean empleo, así como los beneficios, y que la inflación genera desempleo, relacionados con leyes tan falsas como interesadas? ¿Se mantendrán las economías de escala como clave de productividad y competitividad? ¿Alguien reconocerá que eso del crecimiento económico carece de sentido ecológico e incluso social, ya que conlleva destrucción y consumo de recursos y posibilidades? ¿Serán todos adeptos de la religión del mercado?
En segundo lugar, y contra la nefasta “conclusión” que se dice que hay que extraer de la crisis sanitaria, ¿van a proponer la acelerada digitalización de la economía y la empresa, conscientes de la superproducción de desempleo que esto implica y de la superexplotación del trabajador que induce, como alegre y convencida sumisión a los intereses empresariales, más oportunistas y codiciosos que nunca? ¿Podremos esperar que estos economistas entiendan que la pavorosa recarga electromagnética de nuestro ambiente y de la biosfera no puede traer más que consecuencias nefastas para la salud y el medio ambiente? ¿Se centrarán, siguiendo la moda impuesta por el lobby tecnológico, en la fanática exaltación del 5G, que sólo aporta, en limpio, el relanzamiento de beneficios de las empresas de telecos, a cambio de pérdidas en lo sanitario, lo ambiental, lo social y lo laboral?
En tercer lugar, ¿se van a mantener como principios básicos de la economía y las relaciones económicas el libre comercio, la globalización irrestricta y la “integración” de producciones en sistemas cada vez más desintegrados en lo material y lo espacial? Todo esto va contra el medio ambiente y los intereses del mundo del trabajo, y alguien debiera de tener la valentía de hacerlo observar. ¿Quién se atreverá a proponer el pleno empleo, con lo fácil –además de justo– que sería?
Como detalle acerca de una de las consignas escuchadas, ¿van a respaldar la iniciativa de subvencionar con 4.000 euros la compra de un automóvil, en lugar de premiar, con esos mismos euros, o con más, a quienes abandonen el suyo como reconversión personal hacia el transporte público y sus inmensos beneficios? ¿No se va a reconvertir el sector automovilístico a producir para el transporte público?
¿Va a menudear, en los textos por entregar, esa alusión al Estado de bienestar, a sabiendas de que, según han ido avanzando los siglos XX y XXI, sus enseñanzas sólo permiten que ese eslogan pueda calificarse de ficción, y que debe sustituirse, lealmente, por Estado de escasez y austeridad? ¿Alguien va a recordar que lo que importa es atender las necesidades sociales, siempre en estrecha relación con la equidad?
En las escasas alusiones al medio ambiente que se esperan (aparte de dar, con la frivolidad acostumbrada, por “sostenibles” todas sus ocurrencias), ¿descubrirán que el medio ambiente se protege tocándolo lo menos posible, o sea, alejando la actividad económico-productiva de la naturaleza, y que su conservación no es cosa de inversiones, grandes proyectos o presupuestos pretenciosos?
¿Se va a mantener, para el campo, esa hoja de ruta de inspiración tecnocrática y bruselense, que insiste en la “rentabilidad de las explotaciones” a base de la agricultura química y de exportación, tóxica para las personas, las aguas, los suelos y el ambiente en general? ¿Surgirá alguien que insista en la prioridad del agro en sentido (verdaderamente) económico, ambiental, energético-alimentario, laboral y cultural?
Por cierto, ¿alguno de esos expertos va a explicar la importancia de salirse del euro y recuperar una autonomía mínima, pero esencial, para los tiempos feroces e ingratos que vienen, en los que los poderes reales de la UE no van a darnos tregua?
¿Despuntara, en suma, alguna capacidad crítica que reconozca que hay que ir abandonando el mal camino que seguimos desde que la economía clásica confirmó que le importaba un comino el problema de los recursos, las limitaciones naturales y la limpieza del medio ambiente? Porque fue en el siglo XVIII, con sus diversas “revoluciones”, cuando se marcó como proyecto universal (a imponer con la represión en los países industriales y con la cañonera en el exterior) la sistemática agresión al planeta y a las sociedades futuras, como ya estamos constatando.
En alguno de esos papers que ahora ocupan a tanto sabio eminente, ¿se va a apuntar a la urgente evaluación de los costes ambientales y sociales de nuestro modelo económico, como clave de su descrédito e inviabilidad y como paso previo a la definición de esa “reconstrucción” tan anhelada?
La verdad es que, si de recabar opiniones expertas se trata, para ilustrar las serias medidas que debiera adoptar el Gobierno para la era poscovid, debiera alterarse antes de nada la composición de esos “Cien economistas”, con esta otra, alternativa: cincuenta ecologistas (entre ellos, no menos de diez “economistas ecológicos”, de los que la lista que critico prescinde olímpicamente, supongo que por radical ignorancia de su existencia); diez sociólogos/antropólogos de los que entiendan el mundo que viene; diez filósofos de entre los que menos escriban en la prensadiez ingenieros/científicos naturales excluyendo, en principio, a los de Caminos, los Agrónomos y los de Telecomunicación, así como a los Físicos; diez economistas jóvenes, que sepan de termodinámica; y diez poetas, que digan con libertad qué piensan de sus compañeros y, por supuesto, de sus textos expertos.


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