martes, 15 de julio de 2025
lunes, 14 de julio de 2025
El plan de la ultraderecha para plantar ideas autoritarias en tu cerebro y erosionar la democracia
El plan de la ultraderecha
para plantar ideas autoritarias en tu cerebro y erosionar la democracia
Rebelion
14/07/2025 |
Fuentes: El
diario [ Ilustración de Riki Blanco]
Neurocientíficos y politólogos describen los mecanismos psicológicos por
los que asimilamos propuestas y acciones que antes habrían provocado nuestra
indignación y terminan calando en amplios sectores de la sociedad
Cuando la
diputada de Vox Rocío de Meer planteó a principios de semana expulsar a ocho millones de inmigrantes, no
estaba teniendo un calentón repentino, sino empleando una estrategia bien
pensada que la ultraderecha está aplicando a escala global. Con estas
afirmaciones, está empujando las líneas del terreno de juego político para que
posiciones que hasta ahora nos parecían inaceptables en democracia nos empiecen
a parecer parte del paisaje.
Esta es la
explicación que la neurocientífica Tali Sharot y
el profesor de derechoCass R. Sunstein dan al progresivo
deterioro de la democracia y las instituciones en Estados Unidos, que se
extiende a otros países como el nuestro. La estrategia, explican, se basa en
explotar dos vulnerabilidades de nuestro cerebro, la habituación y
el juicio relativo, que les permite instalar ideas autoritarias a
base de habituarnos a ellas o compararlas con un nuevo contexto. La clave está
en un mecanismo neuropsicológico universal por el que las personas son menos
propensas a responder, o incluso a notar, los cambios graduales.
La habitación cerrada
En un artículo
editorial publicado en la revista Science Advances y titulado ¿Nos
acostumbraremos al declive de la democracia?, los
dos especialistas explican cómo, a medida que las acciones autoritarias se
vuelven más frecuentes, las personas pueden desensibilizarse, aceptando
gradualmente comportamientos que antes habrían provocado indignación. Siguiendo
este razonamiento, el autoritarismo sería como el mal olor de una habitación
cerrada. Al cabo de 20 minutos en su interior, nuestros sentidos dejan de
percibir el pestazo, pero eso no quiere decir que no siga estando presente, como
nos hará notar alguien que entre desde fuera.
El autoritarismo es como el mal olor de una habitación cerrada. Al cabo de
20 minutos en su interior, nuestros sentidos dejan de percibir el pestazo
“La valoración
y la percepción dependen de lo que prevalece, por lo que si diferentes cosas se
vuelven predominantes, nuestra percepción cambiará, y con ella nuestra visión
de lo que está bien y lo que está mal”, señalan Sharot y Sunstein. “En
política, lo que prevalece también importa. Cuando las normas democráticas se
violan repetidamente, la gente empieza a adaptarse. La primera vez que un
presidente se niega a conceder una elección, es una crisis. La segunda, una
controversia. La tercera, puede ser solo otro titular”.
Para los dos
expertos, el gran riesgo es que aceptemos la ausencia de democracia como
aceptamos el ruido de fondo: como algo desagradable, quizás, pero ya no
urgente. Y citan las palabras de H.G. Wells:
“Mil cosas que me parecían antinaturales y repulsivas rápidamente se volvieron
naturales y ordinarias. Supongo que todo lo que existe toma su color del tono
promedio de nuestro entorno”.
Adormecer a la sociedad
Luis Martínez
Otero, neurocientífico del Instituto de Neurociencias de
Alicante (UMH-CSIC), cree que aunque estos dos prestigiosos expertos hablan de
Estados Unidos, el análisis es perfectamente trasladable a España y, por
desgracia, al resto de Europa. “El contexto político actual de polarización
normaliza las violaciones democráticas, reescribe la historia y genera una
especie de adormecimiento social que desensibiliza ante
amenazas como la desinformación, la polarización o la pérdida de derechos civiles”,
asegura. “Y esta situación se instrumentaliza para deslegitimar al adversario
como enemigo, lo que debilita los marcos comunes de verdad y diálogo”.
La habituación hace que poco a poco vayamos aceptando actitudes
antidemocráticas, sexistas o xenófobas, cosa que en otro contexto o época nunca
habríamos aceptado (Clara Pretus — Neurocientífica experta en
el avance de la desinformación y el extremismo)
“La habituación
hace que poco a poco vayamos aceptando actitudes antidemocráticas, sexistas o
xenófobas, cosa que en otro contexto o época nunca habríamos aceptado”,
explica Clara Pretus,
neurocientífica experta en el avance de la desinformación y el extremismo. “Así
es como funciona la desinformación también: repitiéndola hasta que nos la
creemos nosotros mismos”.
“Lo que dijo
Vox el otro día, la deportación de los 8 millones de inmigrantes, cuando ni
siquiera hay 8 millones de inmigrantes, es parte de una estrategia que tiene
que ver con la psicología”, asegura Sergi Soler, historiador y profesor de la
Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). “Básicamente, se trata de decir la
barbaridad más grande que puedas decir, para que luego otras cosas, que serían
barbaridades igualmente, parezcan más laxas o incluso moderadas”. El objetivo
final, apunta el experto, es la aceptación en la cultura del país de ciertas
ideas que son extremadamente racistas y neofascistas y que antes no estaban
encima de la mesa.
La ventana de Overton
La habituación
es la manera de ampliar lo que en sociología se conoce como la “ventana de
Overton”, que es el espectro de posibles opiniones que se pueden
expresar en el espacio público sin ser directamente descalificado. “La ventana
de Overton es aquello que determina las ideas que son socialmente aceptables o
no entreel público general”, detalla Soler. Y los intentos de ampliarla no
siempre tienen éxito. “Un ejemplo muy claro es cuando Vox empezó a introducir
la idea de que los españoles pudieran llevar armas, como en Estados Unidos”,
recuerda. “¿Qué pasó? Que incluso desde sus propias bases no estaban de acuerdo.
Porque esa idea estaba fuera de la ventana de lo socialmente aceptable”.
Se trata de decir la barbaridad más grande que puedas decir, para que luego
otras cosas, que serían barbaridades igualmente, parezcan más laxas o incluso
moderadas (Sergi Soler — Historiador y profesor de la
Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)
“Para tener
éxito a nivel nacional, los partidos políticos no pueden presentar sus ideas
más radicales desde el inicio”, apunta Pretus. “A medida que las primeras ideas
disruptivas se van normalizando e integrando en el discurso político dominante,
se abre la posibilidad de plantear propuestas más radicales, que resultarán
entonces más fáciles de aceptar”. Entre las ideas que se han ido aceptando por
la presión de los mensajes extremistas en medios y redes sociales, Soler cita
el negacionismo científico o el argumento de que el feminismo lo que busca es
destruir al hombre. “Van moviendo la ventana hasta que el público general
acepta esas ideas”, recalca.
Para Luis Miller,
doctor en Sociología y científico titular del CSIC, añade el hecho de que
la rebeldía ha cambiado de bando, especialmente entre los
jóvenes. “El hecho de que alguien reaccione contra el consenso existente
permite a otros mostrar públicamente creencias que antes mantenían en privado”,
explica. “Y, una vez que se produce esta ruptura, se produce un proceso de
normalización de forma gradual de esas ideas”. En este sentido, recuerda
Miller, algunos expertos como Vicente
Valentim apuntan a que el crecimiento de la ultraderecha no
se debe tanto a que los votantes cambien de opinión, sino a que individuos que
ya tenían ideas de ultraderecha, pero que no mostraban esas opiniones por miedo
a sufrir repercusiones sociales, se deciden a dar el salto.
Cómo frenar la espiral del odio
En su artículo,
Sharot y Sunstein hacen algunas recomendaciones para salir de esta espiral
perniciosa y comenzar un proceso de deshabituación de las ideas autoritarias.
Para ello recomiendan ver las cosas a la luz de nuestras mejores prácticas
históricas, nuestros ideales más ambiciosos y nuestras aspiraciones más
elevadas. “Podemos deshabituarnos si mantenemos esas prácticas, ideales y
aspiraciones firmemente presentes, y si comparamos lo que sucede hoy no con lo
que sucedió ayer o anteayer, sino con lo que esperamos que suceda mañana”,
escriben.
Para Martínez
Otero, la música suena bien, pero la solución se antoja más complicada. “No
olvidemos que la habituación a la situación política actual tiene su origen en
una acción consciente, a escala global, y que está dirigida y perfectamente
engrasada por actores que tienen el control del diálogo colectivo a través de
la acción política, la prensa y las redes sociales”, señala. Y estos actores
tienen, además, una alta motivación para que las cosas sigan como están. “La
deshabituación, por el contrario, no cuenta con las mismas herramientas e
incluso parecería que debe hacerse a través de esfuerzos individuales”.
Hay una acción consciente, a escala global, y que está dirigida y
perfectamente engrasada por actores que tienen el control del diálogo colectivo
a través de la acción política, la prensa y las redes sociales (Luis Martínez
Otero — Neurocientífico del Instituto de Neurociencias de
Alicante (UMH-CSIC)
Para
contrarrestar este fenómeno, opina Clara Pretus, es importante no perder de
vista nuestros valores e ideales, porque nos pueden servir de andamio para ver
más allá de nuestro entorno inmediato, que se va erosionando. “Las crisis son
lo que ocurre mientras la mayoría de la población sigue con su día a día,
viendo videos de protestas violentas, represión policial y delitos de odio en
redes sociales, hasta que un día te toca a ti grabar con el móvil lo que está
ocurriendo en la puerta de tu casa”, asegura. “Una vez estás dentro, es difícil
salir del hoyo”.
“El
panorama ahora mismo es complicado”, admite Sergi Soler. “Porque cuando los
extremistas empiezan a perder el complejo, cuando empiezan a darse cuenta de
que pueden hablar un poco de lo que les dé la gana y que mucha gente les va a
aplaudir después de tantos años de lluvia fina, se produce un efecto de bola de
nieve en el que parece que arrollan como un tren”. Pero la ventana de Overton
no es inamovible y otras muchas veces se ha movido hacia la izquierda, avisa.
“En mi opinión, lo mejor que podemos hacer es dar la batalla cultural
incesantemente, porque nos hemos olvidado de hacerlo”, concluye. “Al final,
estoy convencido de que la lucha por los derechos siempre va a acabar ganando”.
Un ejército de sonámbulos
Que Europa avanza
hacia un escenario de autodestrucción ya no es noticia. Que en la cúpula
europea pululan serviles marionetas al servicio de los poderosos, tampoco.
Ahora, Zhok va un paso más allá, y declara que Europa se está “ucrainizando”.
Un ejército de sonámbulos
El Viejo Topo
14 julio, 2025
Hoy vi otro
dramático video de reclutamiento forzoso en Ucrania. Esta vez, incluso hubo una
muerte en directo: una madre que vio cómo se llevaban a su hijo ante sus ojos,
destinado a ser carne de cañón en el frente, murió de un ataque al corazón tras
intentar contener a los secuestradores.
Como ya no veo
la televisión, desconozco la difusión de estos incidentes, ni siquiera si se
conocen, ni cómo se comentan. Sin embargo, cualquiera que no esté cegado por
velos ideológicos ve algo muy simple: un régimen autoritario que coacciona a
sus propios ciudadanos, obligándolos a morir en el frente por una guerra en la
que no quieren participar. Esta práctica se está llevando a cabo en Ucrania
durante al menos dos años, desde que se agotaron los voluntarios iniciales.
Los europeos, que hemos gastado 80.000 millones de euros en esta guerra, quizá
estemos apoyando a nuestra propia Ucrania imaginaria, pero desde luego no a los
ucranianos, salvo si nos referimos a pequeños grupos nacionalistas.
Lo que hemos hecho, y seguimos haciendo, es, en efecto, simplemente frenar
cualquier intento de alcanzar un acuerdo razonable, exponiéndonos así
gradualmente acuerdos cada vez peores, en un relanzamiento constante en la
oscuridad.
Pero eso ya ni siquiera es lo que más me impresiona.
Pienso en cómo
un país, no próspero, pero sí relativamente funcional, que, a pesar de la
corrupción, tenía futuro, ha sido secuestrado por una minoría extremista
fomentada desde el extranjero, que lo ha arrastrado a una aventura sin
esperanza.
Pienso en cómo
Ucrania ha reducido su población casi a la mitad, cómo su infraestructura está
destruida, cómo el impago de la deuda está a la vuelta de la esquina, cómo sus
recursos restantes han sido devorados por el «aliado» estadounidense. Pienso en
un país al que se le prometió honor y soberanía, un lugar privilegiado en el
jardín de Borrell y en la OTAN, solo para acabar siendo reducido a un
protectorado estadounidense en ruinas, atado por la deuda para siempre.
Y todo esto
ocurrió porque la población —que, recordemos, había elegido a Zelenski con una
plataforma de reconciliación nacional— perdió por completo su capacidad para
expresarse.
La población
ucraniana fue en parte manipulada por los medios de comunicación, en parte
coaccionada para seguir una agenda autodestructiva. Cualquiera que discrepara
era considerado un enemigo de la nación y debía ser perseguido, mientras que
sus representantes políticos eran proscritos.
Finalmente, el
país fue llevado a la ruina por un pequeño grupo de extremistas rabiosos que
obtuvieron menos del 2% de los votos en las elecciones de 2019 (en comparación,
los dos partidos prorrusos obtuvieron alrededor del 15%). Aquí, no puedo evitar
ver una analogía con lo que está sucediendo ahora en Europa, en Italia.
Seguimos
creyendo que vivimos en una democracia, donde la combinación de manipulación
mediática y la desconexión entre las clases dominantes y el pueblo se solapa
perfectamente con la de Ucrania.
De hecho, nos
estamos viendo conducidos, como sonámbulos, paso a paso, hacia el desastre.
En tan solo
unos años, la UE y los aparatos políticos nacionales han destruido la capacidad
competitiva de Europa, han comprometido gravemente el bienestar y finalmente se
han embarcado en un colosal proceso de rearme, dirigido a una confrontación con
una superpotencia nuclear.
Pase lo que
pase, en el mejor de los casos, en diez años nos lo habrán robado todo:
sanidad, educación, pensiones, y para entonces, de ser necesario, incluso ir a
la guerra se presentará como una oportunidad tan miserable como las demás.
Estamos andando firmemente por el camino de la ucranianización.
Hoy observamos
—algunos con lástima, otros con condescendencia— a los matones de Kiev que
cargan furgonetas con carne de cañón a patadas.
Pero la
impotencia de esos ciudadanos, de esa madre que persigue la furgoneta con su
hijo hasta morir, ya es nuestra impotencia, aunque creamos lo contrario.
Fuente: Andrea Zhok
domingo, 13 de julio de 2025
Trump y el Nobel de la Paz
No era un gag, era de
veras. Netanyahu, un pacifista de la cabeza a los pies como todo el mundo sabe,
solicita el Nobel de la Paz para Trump, ese personaje de comic que
recientemente bombardeó Irán. No era un gag, era de veras.
Trump y el Nobel de la Paz
El Viejo topo
13 julio, 2025
LA PAZ, SEGÚN EL IMPERIO: CÓMO EL PREMIO NOBEL SE CONVIRTIÓ EN UNA HERRAMIENTA DE LA GEOPOLÍTICA
En julio de
2025, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu le entregó una carta de
nominación, para el Premio Nobel de la Paz, al presidente de Estados Unidos,
Donald Trump.
En el mundo que
imaginábamos hace unas décadas, un mundo en el que el Premio Nobel de la Paz
evocaba recuerdos de Martin Luther King, Desmond Tutu o incluso Yitzhak Rabin,
tal iniciativa así podría haber provocado indignación o sarcasmo.
Pero hoy
suscita sorpresa no porque sea chocante, sino porque era de esperar. Al fin y
al cabo, Trump ya se había nominado a sí mismo mediante los Acuerdos de
Abraham, acuerdos que pretendían normalizar las relaciones entre Israel y
varios regímenes árabes eludiendo la cuestión central: Palestina.
El Premio Nobel
de la Paz nunca estuvo divorciado del poder. Pero solía aparentarlo. En las dos
últimas décadas, sin embargo, su apariencia de neutralidad se ha ido
desvaneciendo. Ahora el premio a menudo refleja las prioridades ideológicas de
Occidente –promoción de la democracia, liberalización, “paz a través de la
fuerza” ignorando cualquier compromiso genuino con la justicia estructural, la
desmilitarización o la no violencia.
Cabe
preguntarse: ¿la paz de quién, celebra realmente el Premio Nobel?
La concesión
del premio en 2009 a Barack Obama, apenas nueve meses después de su llegada a
la presidencia, marcó un punto de inflexión. No se le concedió por lo que había
hecho, sino por lo que había prometido. Ese mismo año, Estados Unidos
intensificó los ataques con aviones no tripulados en Pakistán, y en 2010, las
operaciones de la OTAN se intensificaron en Afganistán.
No se
recompensó la paz, sino la promesa de un apetecible imperio.
Cuando Malala
Yousafzai recibió el premio en 2014, este era tan merecido como políticamente
conveniente. Se trataba de una víctima de los talibanes, un símbolo de la
atacada educación femenina, pero también una figura de la que Occidente podía
apropiarse
fácilmente para la narrativa de su misión civilizatoria. El premio de Malala se
convirtió en un símbolo de empoderamiento individual, pero desconectado de
cualquier crítica a las estructuras globales que producen pobreza, guerra y
patriarcado.
Mientras tanto,
ese mismo año, los palestinos de Gaza se recuperaban de una brutal ofensiva
israelí de 51 días que mató a más de 2.000 personas. No hubo aquí Nobel. Al
parecer, la única paz que cuenta es la de quienes se alinean perfectamente con
el capitalismo liberal, no la de quienes se resisten a sus engranajes.
Históricamente,
el premio ha sido concedido por un comité designado por el Parlamento noruego,
una institución integrada en la órbita política occidental. Su selección
refleja sus ansiedades y prioridades geopolíticas. Por ejemplo, en 2010, el
disidente chino
Liu Xiaobo ganó el premio, lo que llevó a China a congelar sus relaciones
diplomáticas con Noruega. Su elección –aunque basada en legítimas
preocupaciones por los derechos humanos– no se debía sólo a su disidencia, sino
a ser una forma de afirmar la autoridad moral occidental sobre una China en
ascenso.
Compárese esto
con el silencio absoluto sobre Julian Assange o Edward Snowden, figuras cuyas
revelaciones pusieron al descubierto vastos imperios de vigilancia y crímenes
de guerra. Su búsqueda de la paz era demasiado incómoda, demasiado
perturbadora. Su verdad no era reconocida.
En la era del
«orden basado en normas», la paz ya no es la ausencia de violencia o el triunfo
de la justicia. Es una marca de fábrica, comercializable, ideológicamente
segura. Los premios Nobel se eligen ahora por su valor simbólico: reflejan una
versión de la paz que tranquiliza más que desafía al sistema dominante. Son
“pacificadores”; que rara vez perturban el imperio.
Esto es
especialmente peligroso para el Sur Global. Los movimientos de liberación,
desde Irán a Palestina pasando por el Congo, suelen ser tachados de
«radicales», «violentos» o «poco realistas», independientemente de su
naturaleza popular o de sus reivindicaciones éticas. Sus visiones de la paz,
que exigen redistribución, soberanía o el desmantelamiento de las estructuras
neocoloniales, no suelen ser reconocidas por el comité del Nobel. Porque la
paz, según el imperio, nunca debe ser revolucionaria.
Consideremos la
situación actual en Gaza. Más de 57.000 palestinos han muerto en el último año
bajo los bombardeos israelíes. El derecho internacional se viola
sistemáticamente. Las resoluciones de la ONU están bloqueadas. Estados Unidos
sigue enviando armas. Sin embargo, ningún miembro del comité del Nobel
considera seriamente la resistencia de un pueblo ocupado como candidata a la
paz. La paz es
lo que se
concede a los poderosos cuando ponen fin a su violencia, nunca a los oprimidos
cuando exigen dignidad.
Esto no es mera
hipocresía; es disciplina ideológica. El premio ayuda a estructurar una
conciencia global en torno a normas aceptables. Nos dice a quién celebrar, a
quién compadecer y a quién borrar.
¿Qué habría que
hacer entonces?
No necesitamos
nuevos premios. Necesitamos un nuevo vocabulario. La paz no debe significar
sumisión al capitalismo liberal o el mero cese de la guerra abierta. La paz
debe redefinirse como la restauración de la justicia, el derecho a la soberanía
y el desmantelamiento de la dominación imperial. Debe incluir la liberación
económica, la reparación del medio ambiente y la dignidad cultural.
Esto no es
utópico, sino práctico. Porque sin justicia, la paz seguirá siendo un eslogan,
no una estructura.
El problema no
es sólo el Premio Nobel de la Paz, sino lo que revela sobre la gobernanza
mundial. Incluso conceptos como «derechos humanos», «desarrollo» y «democracia»
se han convertido en campos de batalla para el control ideológico.
Las
instituciones occidentales presentan su versión de estos universales, dejando
de lado las interpretaciones indígenas, islámicas, socialistas o afrocéntricas.
Para escribir
una visión alternativa de la paz, debemos empezar desde los márgenes: desde
Gaza, desde Teherán, desde Caracas. Debemos escuchar a los movimientos que
sobreviven bajo el asedio.
Debemos
reconocer que la paz no se construye con bombas y que la dignidad no se
consigue a través de sanciones.
Hasta entonces,
el Premio Nobel de la Paz seguirá siendo lo que ahora es: un premio para
quienes se sienten cómodos en el imperio, no los que hacen que el mundo sea más
justo.
sábado, 12 de julio de 2025
La desmilitarización de la banda terrorista OTAN en Ucrania a fecha de hoy
La desmilitarización de la banda terrorista OTAN en Ucrania a fecha de hoy
DIARIO OCTUBRE /julio 9, 2025
614 sistemas de defensa aérea S-300, Buk-M1 y Osa
24.162 tanques y otros blindados
27.129 cañones de artillería de campaña y morteros
1.576 lanzacohetes múltiples
663 aviones
283 helicópteros
68.251 drones
37.832 vehículos de diferentes tipos
Fuente:
Ministerio de Defensa de Rusia
Tomado de Sputnik
Si quieres
seguir de cerca cómo se desarrolla la operación en el campo, el mapa interactivo de
la agencia Spuntik te permite conocer la situación que se está viviendo día a
día.
·
Temas:
· Desmilitarización de la OTAN
*++
*
**