Mientras algunos piensan
que la sangre no llegará al río, muchos otros ven alarmados cómo proliferan las
señales de que algunos gobiernos se preparan para la guerra. Alemania en primer
término. Otros le van a la zaga.
Renace el militarismo alemán
El Viejo Topo
18 julio, 2025
DE BLACKROCK A
LA BUNDESWEHR: EL REARME DE ALEMANIA SEGÚN MERZ
El nuevo
canciller alemán, Friedrich Merz, exrepresentante del gigante financiero
BlackRock, lanza un rearme militar masivo, rompiendo con la tradición pacifista
de posguerra. Con inversiones sin precedentes y una clara alineación con el
atlantismo, Berlín abandona la Ostpolitik y adopta una postura agresiva hacia
Moscú. Sin embargo, tras la retórica soberanista se esconde una creciente
subordinación estratégica. Merz debe enfrentarse a una profunda disidencia
interna, especialmente entre los jóvenes.
Se quiere
convertir a la Bundeswehr en la fuerza armada convencional más poderosa de la
UE. En la cumbre de la OTAN celebrada en La Haya el 25 de junio, el nuevo
canciller alemán, Friedrich Merz, presentó su plan para el rearme alemán. Con
una inversión de 400.000 millones de euros y el objetivo de aumentar el gasto
militar al 5 % del PIB, no se trata solo de un ajuste presupuestario, sino
de la desaparición de la identidad estratégica de Alemania posterior a 1945.
Una revolución arraigada en la completa internalización de la ideología
atlantista por parte de la clase dirigente.
El plan de
rearme de Alemania y su agresiva postura antirrusa no representan un retorno al
nacionalismo alemán, sino su opuesto. Las políticas implementadas hoy no se
derivan de una búsqueda fría de los intereses nacionales alemanes, sino de su
negación. Son la expresión de una clase política que ha interiorizado tan
profundamente la ideología atlantista que ya no es capaz de distinguir entre la
estrategia nacional y la lealtad transatlántica.
Esta es la
consecuencia a largo plazo de cómo se «resolvió» la cuestión alemana tras la
Segunda Guerra Mundial: mediante la integración de Alemania en el «Occidente
colectivo» bajo la tutela estratégica estadounidense. Durante gran parte de la
posguerra, los líderes alemanes buscaron equilibrar este acuerdo con la defensa
de su interés nacional, pero en los años posteriores al golpe de Estado en
Ucrania, el ala «estadounidense» del establishment alemán comenzó a tomar la
delantera. Con Merz, exrepresentante de BlackRock,
está firmemente al mando.
Hoy en día, los
líderes solo piensan en alinearse con un proyecto occidental cuyas prioridades
suelen definirse en otros ámbitos. En un editorial publicado
el 23 de junio en el Financial Times, por ejemplo, Merz y Emmanuel
Macron reafirmaron su compromiso con la relación transatlántica y la OTAN (lo
que siempre ha implicado la subordinación estratégica de Europa a Washington),
a pesar de los recientes gestos retóricos hacia una política europea más
autónoma.
Cabe destacar
que Merz, aunque critica públicamente a Donald Trump, está haciendo realidad su
visión: presionar a Alemania para que aumente drásticamente el gasto en
defensa, lidere la guerra en Ucrania y rompa los lazos energéticos con Rusia.
Sin embargo, todo esto se presenta como una expresión de la soberanía alemana y
europea. Contrariamente a la valiente postura de Gerhard Schröder contra la
invasión estadounidense de Irak hace 20 años, Merz también ofreció su pleno
apoyo al reciente ataque de Trump contra Irán.
La idea de
rearmar las fuerzas armadas alemanas se remonta al discurso de la Zeitenwende
(punto de inflexión) pronunciado en 2022 por el entonces canciller Olaf Scholz,
tras la invasión rusa de Ucrania. Scholz prometió un fondo de 100.000 millones
de euros para las fuerzas armadas y el logro del objetivo del 2 % del PIB
en gasto militar, tal como lo solicitó la OTAN. Sin embargo, ese punto de
inflexión quedó en gran medida en el papel. Dos años después, el Consejo Alemán
de Relaciones Exteriores declaró contundentemente
que poco había cambiado.
Ahora Merz está
decidido a lograr lo que Scholz solo había insinuado. El nuevo canciller ha
hecho de la defensa y la seguridad la piedra angular de su mandato, lanzando la
campaña de rearme más ambiciosa desde la Segunda Guerra Mundial. El plan de
inversión en defensa y seguridad, de 400.000 millones de euros, representaría
casi la mitad del presupuesto federal. Este cambio trascendental tendrá enormes
repercusiones: Berlín ha confirmado que el gasto militar alcanzará el
3,5 % del PIB para 2029, con un objetivo del 5 % a partir de
entonces.
Para lograr
estos objetivos, Merz impuso una enmienda constitucional para reformar el
«freno de la deuda», un mecanismo fiscal incorporado a la Ley Fundamental
alemana en 2009 que limita el déficit estructural federal. A pesar de prometer
mantenerlo intacto durante la campaña electoral, Merz cambió de rumbo
inmediatamente después de su elección. Su gobierno aprovechó la última sesión
del parlamento saliente para aprobar la enmienda. El objetivo era claro:
liberar cuantiosos fondos para la expansión militar.
El 19 de mayo,
el general Carsten Breuer, el máximo oficial militar de Alemania, emitió una
directiva que describe una visión integral para la Bundeswehr, con el objetivo
de alcanzar la plena disponibilidad operativa para 2029. Las prioridades son
numerosas y ambiciosas: equipar y digitalizar completamente todas las unidades,
reanudar el servicio militar obligatorio, desarrollar defensas antidrones y
antimisiles, fortalecer las capacidades ofensivas de guerra cibernética y
electrónica, e incluso desarrollar sistemas de defensa espaciales. El plan
también incluye fortalecer la participación de Alemania en el programa de intercambio
nuclear de la OTAN y ampliar su capacidad de ataque de largo alcance.
Estos cambios
no se limitan a la doctrina militar: reflejan una profunda transformación de la
postura de política exterior alemana. Merz ha expresado una firme oposición a
Rusia, haciéndose eco de las voces más altas de la OTAN. Afirmó que Rusia libra
una agresiva guerra híbrida a diario y declaró que «Rusia nos amenaza a todos».
En vísperas de la cumbre de la OTAN, argumentó que
«debemos temer que Rusia continúe la guerra más allá de Ucrania», sugiriendo
una amenaza directa e inminente para Europa.
Mientras tanto,
un documento de estrategia de la Bundeswehr, publicado por Reuters, describe
a Rusia como un «riesgo existencial» y habla de los preparativos del Kremlin
para un conflicto a gran escala con la OTAN «para finales de la década». La
idea de que Rusia podría lanzar un ataque contra Europa en los próximos años
forma parte ya del discurso oficial de los líderes de la UE y la OTAN, a pesar
de que Moscú no tiene ni la capacidad ni el interés estratégico para tal
acción.
Inmediatamente
después de asumir el cargo, Merz lanzó una activa campaña de política exterior.
Visitó capitales europeas para coordinar su postura sobre Moscú y Kiev. Una de
sus primeras acciones fue viajar a Kiev con los líderes de Francia, el Reino
Unido y Polonia, un gesto simbólico de unidad con Ucrania y un desafío directo
a Donald Trump, quien, entretanto, había promovido públicamente un acuerdo
negociado con Rusia.
En Berlín, Merz
se reunió con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y propuso el envío
de misiles Taurus de fabricación alemana, con un alcance de más de 500
kilómetros. Ante la fuerte oposición interna, dio marcha atrás parcialmente,
pero retomó la estrategia con una nueva: un acuerdo de 5.000 millones de euros
para la coproducción de misiles de largo alcance en territorio ucraniano con
tecnología alemana.
De forma aún
más provocativa, Merz declaró que las armas suministradas por Occidente ya no
están sujetas a restricciones de alcance. «Ucrania ahora puede defenderse
atacando objetivos militares en Rusia», afirmó, dando así luz verde a atacar
territorio ruso con armas occidentales. Por primera vez desde 1945, Alemania no
solo se está rearmando a gran escala, sino que también legitima la escalada
directa contra una potencia nuclear. Confirmando este enfoque, Merz anunció la
entrega de nuevos sistemas alemanes de defensa aérea a Ucrania, como parte de
un plan plurianual.
Pero lo que
hace particularmente significativa esta campaña de rearme es que no se limita
al ámbito militar. La visión de Merz exige una movilización total: un enfoque
que busca preparar no solo a las fuerzas armadas, sino a toda la economía y la
infraestructura civil alemanas para la confrontación con Rusia. Los medios de
comunicación, la educación, la política industrial y la defensa civil se están
alineando gradualmente con la nueva postura bélica. La disidencia (política, periodística
o académica) se estigmatiza cada vez más como subversiva o incluso se considera
una amenaza para la seguridad nacional.
Esta es una
ruptura profunda. Durante gran parte de la posguerra, Alemania se definió
contrastando su pasado militarista. Ejerció influencia no con tanques, sino con
el comercio, la diplomacia y el liderazgo en la UE. La doctrina de Zivilmacht
(poder civil) no era solo una línea política, sino un compromiso moral forjado
a partir de las cenizas del nazismo. La Bundeswehr era un «ejército
parlamentario», creado para prevenir abusos del ejecutivo e integrado en
instituciones multilaterales diseñadas para limitar el aventurerismo soberano.
La retórica
agresiva de Merz contra Rusia y la postura estratégica resultante representan
una ruptura radical con esa tradición. Su predecesor, Olaf Scholz, si bien
apoyaba a Ucrania, también se negó a autorizar el uso de armas occidentales
para atacar territorio ruso. Merz ha cruzado una línea roja. Moscú ya ha
advertido que tales acciones podrían provocar represalias contra objetivos de
la OTAN. Hasta hace poco, semejante escenario habría sido impensable para un
canciller alemán.
Durante gran
parte de la posguerra, incluso durante la Guerra Fría, la política alemana se
centró en mejorar las relaciones con Rusia, entonces Unión Soviética. Esta
estrategia, conocida como Ostpolitik (Política Oriental), se basaba en la
creencia de que la estabilidad política y la paz en Europa podían lograrse
mediante vínculos económicos más estrechos y un diálogo constante con Moscú. La
distensión, no la confrontación, era el medio para generar confianza y un
espacio político para la reconciliación.
Durante más de
50 años, este fue el consenso dominante en Alemania, al menos hasta la invasión
rusa de Ucrania en 2022. Sin embargo, con el tiempo, los líderes alemanes, en
particular Angela Merkel, han tenido cada vez más dificultades para equilibrar
los intereses estratégicos nacionales con los vínculos transatlánticos, bajo la
intensa presión de Estados Unidos para desestabilizar a Rusia precisamente a
través de Ucrania.
Sin embargo,
desde 2022, ese consenso posbélico ha comenzado a desmantelarse, y hoy ha sido
completamente revocado. Pero ¿cómo es posible que en tan solo unos años hayamos
pasado de la Ostpolitik a Merz, quien promete hacer «todo» para impedir la
reapertura del gasoducto Nord Stream, lanza un rearme masivo y habla con
ligereza de ayudar a Ucrania a bombardear Rusia? ¿Es esta simplemente una
respuesta «natural» a la invasión rusa y al nuevo panorama geopolítico
posterior a 2022, exacerbado por la retirada estadounidense?
Según algunos
observadores, este cambio de rumbo señala el peligroso regreso del nacionalismo
y el revanchismo alemanes: un impulso latente que lleva mucho tiempo latente
entre sectores de la élite y la sociedad. Durante décadas, argumentan, este
instinto estuvo contenido por el consenso de posguerra y el orden de seguridad
liderado por Estados Unidos. Ahora que Washington parece estar retirándose, esa
moderación se ha relajado. Según esta interpretación, Berlín está aprovechando
el vacío dejado por Estados Unidos para recuperar una posición hegemónica en
Europa. Esta vez, no solo mediante influencia económica, sino también mediante
una postura militar asertiva, en un inquietante regreso a las páginas oscuras
del siglo XX.
Pero esta
interpretación, en mi opinión, es errónea. Lo que presenciamos no es un regreso
del nacionalismo alemán, sino su opuesto. Las políticas actuales —desde el
rearme masivo hasta la escalada del conflicto con Rusia— no se basan en una
defensa fría de los intereses nacionales, sino en su negación. Son la expresión
de una clase política que ha interiorizado tan profundamente la ideología
atlantista que ya no sabe distinguir entre la estrategia nacional y la lealtad
transatlántica.
La buena
noticia es que las ambiciones militaristas de Alemania se enfrentan a una dura
realidad: la Bundeswehr no encuentra suficientes hombres dispuestos a luchar en
sus guerras. El ejército tiene un déficit de 30.000 hombres, y uno de cada
cuatro reclutas abandona el ejército en un plazo de seis meses. La OTAN ha
pedido a Berlín que cree siete nuevas brigadas, lo que requeriría 60.000
soldados adicionales, un objetivo que incluso el ministro de Defensa, Boris
Pistorius, considera poco realista.
Pistorius
afirma que, por ahora, el reclutamiento está descartado, no por falta de
voluntad, sino por su imposibilidad logística. «No tenemos las instalaciones
necesarias, ni en cuarteles ni para entrenamiento», declaró el ministro al
Parlamento. Sin embargo, insinuó que esta podría ser solo una fase transitoria,
sujeta a que el ejército encuentre suficientes voluntarios.
Pero el
verdadero obstáculo podría no ser logístico, sino cultural. Una encuesta de
YouGov reveló que el 63% de los alemanes de entre 18 y 29 años se oponen al
servicio militar obligatorio; solo el 19% estaría dispuesto a luchar si
Alemania fuera atacada. En cambio, el apoyo es mucho mayor entre los mayores de
60 años, quienes han superado con creces la edad de reclutamiento. «Esta
divergencia generacional no es solo un cambio de actitud», argumentan los
investigadores Chris Reiter y Will Wilkes. «Refleja dos realidades
completamente diferentes. Los alemanes de la posguerra crecieron durante la
Guerra Fría, en un mundo con una misión cívica compartida: defender la
democracia del expansionismo soviético. A cambio, el Estado ofrecía empleos
estables, viviendas asequibles y un sentido de propósito nacional».
Pero este pacto
social se ha roto, en medio de unas perspectivas sociales y económicas cada vez
más precarias para los jóvenes. «Para muchos, el llamado a vestir uniforme no
suena a patriotismo, sino a una exigencia más de un sistema que no da nada a
cambio», escriben Reiter y Wilkes. «Ignoran nuestras preocupaciones y luego nos
piden que muramos por el Estado; es absurdo», declaró el influencer Simon David
Dressler en un debate televisado. Este sentimiento fue quizás mejor expresado
por el periodista alemán de 27 años Ole Nymoen en un libro titulado « Por qué nunca
lucharía por mi país» , en el que el autor aborda la
oposición generalizada de su generación a la militarización, el reclutamiento y
el rearme.
Este desencanto
también se refleja en la política. En las últimas elecciones, casi la mitad de
los jóvenes votantes rechazaron a los partidos tradicionales y se inclinaron
por Die Linke o la AfD, no necesariamente por afinidad ideológica, sino como
una forma de rechazo a la agenda de la OTAN y escepticismo hacia el rearme. En
última instancia, este podría ser el verdadero obstáculo para el rearme, tanto
en Alemania como en otros países: cada vez más personas empiezan a comprender
que los verdaderos enemigos no están en Moscú, sino entre las élites políticas
y económicas de su propio país.
El problema,
entonces, no es la ambición de Alemania, sino su sumisión. Y lo trágico es que
esta sumisión se disfraza de autonomía estratégica, una parodia de soberanía en
una era de dependencia ideológica. Mientras que los líderes alemanes del pasado
sabían que la paz con Rusia era un interés fundamental del país, los líderes
actuales se comportan como si el conflicto permanente fuera un prerrequisito
para la responsabilidad estatal. Este cambio de perspectiva no solo es
peligroso para Alemania, sino para toda Europa.
Fuente: Krisis
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