sábado, 27 de diciembre de 2025

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El Nuevo Tablero Africano

 

La amenaza militar de Trump en Nigeria no responde a una crisis humanitaria, sino a una estrategia neocolonial diseñada para frenar la influencia de China y Rusia en África. Washington utiliza un supuesto “genocidio cristiano” como pretexto para ocultar sus objetivos.


El Nuevo Tablero Africano

 

María Gabriela Machado y Alfredo Pinto

El Viejo Topo

27 diciembre, 2025



EL NUEVO TABLERO AFRICANO: NIGERIA Y LA LÓGICA DE LA INTERVENCIÓN NEOCOLONIAL EN LA COMPETENCIA MULTIPOLAR.

La reciente amenaza de intervención militar en Nigeria por parte del presidente estadounidense Donald Trump no es un acto aislado ni una excentricidad retórica, sino la manifestación más cruda de una política imperial que se adapta al continente africano en plena reconfiguración geopolítica. Esta amenaza también manifiesta un poder en declive que recurre a viejas tácticas para mantener su dominio. Nigeria, como la mayor economía y potencia demográfica de África, se ha convertido en el campo de batalla decisivo donde los Estados Unidos intenta frenar el avance de China y Rusia, asegurar minerales críticos para la transición energética y contener la ola de soberanía que emana de la Alianza de Estados del Sahel (AES).

Sus declaraciones se inscriben en una larga historia de injerencia occidental que, bajo cambiantes pretextos, busca perpetuar una relación de dominación y extracción. La crudeza de Trump al amenazar con “entrar en ese país, ahora deshonrado, con todas las armas en la mano” (‘guns-a-blazing’) desnuda la persistencia de una mentalidad neocolonial que ve en África un mero tablero de recursos y peones.

Trump ha guiado su política exterior por los principios disruptivos y proteccionistas de su lema “Estados Unidos Primero”, lo cual se puede evidenciar en la Nueva Estrategia de Seguridad Nacional, que rompen con el enfoque de reconstrucción de alianzas adoptado por ex presidentes como Jimmy Carter en la década de los 70, Bill Clinton en los 2000, además de Barack Obama y Joe Biden recientemente. Trump busca recuperar el estatus de Estados Unidos como la “superpotencia manufacturera del mundo”, tal como lo expresó en el Foro Económico de Davos en enero de 2025. Para ello, impone aranceles como táctica principal, permitiéndole renegociar los términos comerciales de los acuerdos económicos con sus aliados.

Este enfoque ha consolidado lo que seguidores del Movimiento MAGA (Make America Great Again), académicos y analistas internacionales denominan “la Doctrina Trump”: una política exterior unilateral y asertiva, que privilegia la acción directa sobre la diplomacia consensuada, aplicando la autoridad ejecutiva para justificar intervenciones bajo el argumento de amenazas a la seguridad nacional, desde la “lucha contra el narcotráfico” dentro de los EE.UU. y la designación de cárteles como terroristas transnacionales, hasta operaciones militares en Irán enmarcadas en su renovada “guerra contra el terrorismo”, en el que sus acciones más recientes son las amenazas verbales hacia Nigeria.

La crisis de Nigeria no puede entenderse de forma aislada, sino como la pugna entre las fuerzas que impulsan una soberanía emergente y el neocolonialismo que busca perpetuarse. El pulso entre Washington y Abuya es, en realidad, una manifestación de la disputa actual por el futuro de África en el orden multipolar.

La narrativa de la “persecución de cristianos” en Nigeria no responde a una genuina preocupación humanitaria, sino una herramienta clásica de la doctrina imperial para fabricar consentimiento en Occidente y encubrir objetivos económicos y geopolíticos. Esta instrumentalización selectiva de los derechos humanos y la libertad religiosa es una táctica para desestabilizar naciones soberanas y justificar agresiones inaceptables.

La campaña de denuncia de un “genocidio cristiano” en Nigeria por figuras políticas estadounidenses como el senador Ted Cruz, se apoya de una narrativa emotiva que deliberadamente simplifica la realidad. Citan cifras dramáticas – como las de que más de 50.000 cristianos han sido asesinados y miles de iglesias destruidas desde 2009 –, cuya fuente principal es una ONG nigeriana llamada InterSociety. Sin embargo, en contraste, investigaciones periodísticas serias e informes de organizaciones especializadas en el conflicto, evidencian la fragilidad de esta base: la BBC ha calificado la metodología de InterSociety como “opaca” y sus cifras como “difíciles de verificar”. También señala la falta de auditorías independientes y el hecho de que solo tres personas componen la junta directiva de la ONG. En esencia, la narrativa que se presenta a la opinión pública carece de transparencia y rigor.

Los datos de la organización Acled (Armed Conflict Location & Event Data Project), que constata la realidad en el terreno, sin embargo, cuenta una historia más matizada y trágica. Desde 2009, la cifra total de civiles muertos en Nigeria en actos de violencia – tanto musulmanes como cristianos – asciende a cerca de 53.000. Es decir, la cifra que se atribuye exclusivamente a víctimas cristianas se acerca mucho al número total de fatalidades civiles de diversas creencias religiosas.

Además, análisis independientes nigerianos como Nextier Violent Conflicts Database y African Security Analysis (ASA) subrayan que la mayoría de las víctimas mortales a manos de grupos yihadistas, como el notorio Boko Haram, son en realidad musulmanes. Es fundamental entender que la violencia en Nigeria es un conflicto multifacético y brutal que afecta a toda la población, y no se limita a un ataque selectivo unidireccional contra una comunidad religiosa. Reducir el conflicto a una “guerra santa” entre islamistas y cristianos como plantea Washington, es calificado por el propio gobierno de Abuya como una “grave tergiversación de la realidad”.

Lo que los Estados Unidos etiqueta como “yihad”, analistas como Christian Ani y Confidence McHarry lo identifican como un conflicto multifactorial arraigado en la disputa por el “acceso a la tierra y el agua”. Ani califica explícitamente de “exageración” etiquetar a los pastores Fulani como yihadistas, subrayando que las verdaderas raíces de estos enfrentamientos son económicas y ecológicas, exacerbadas por tensiones étnicas, no teológicas.

“Las matanzas en el Cinturón Medio se están saliendo de control”, dijo Isa Sanusi, director ejecutivo de la rama nigeriana de Amnistía Internacional, quien dijo en mayo que dos estados de esa región representaban el 93% de las 10.000 personas asesinadas por bandidos en los primeros dos años de mandato de Tinubu.

La postura de Washington revela cinismo: Mientras instrumentaliza la violencia en Nigeria, los Estados Unidos, según denuncia The Pan Afrikanist, respalda al ente sionista de Israel en crímenes contra el pueblo palestino y usa las mediaciones de paz en Congo y Ruanda como fachada para explotar recursos. Los Estados Unidos lanza amenazas de invasión contra “un país de mierda” como Nigeria por el supuesto “genocidio” de 52.000 cristianos durante 16 años, basándose en datos adulterados de “investigadores” cuestionables.

Algunos datos reales de este conflicto son la tensión etno-religiosa entre un norte predominantemente musulmán y un sur mayoritariamente cristiano. Esta es una “falla histórica” que, según The Pan Afrikanist, los administradores coloniales británicos “perfeccionaron como táctica”, combinando deliberadamente etnia y religión para “impedir una lucha anticolonial unificada”.

El doble rasero estadounidense en este caso, no es casualidad, refleja una política exterior que usa los Derechos Humanos como arma geopolítica y no como principio universal. En Nigeria, Washington busca frenar la pérdida de hegemonía frente a China y Rusia, presionando a una potencia demográfica, económica y petrolera clave del continente. En América Latina, aplica tácticas para apropiarse de los recursos del país con las mayores reservas de petróleo del mundo y llevar a cabo un “cambio de régimen” en Venezuela.

La política de Washington hacia Nigeria responde al avance de China y Rusia en África. La cooperación sino-nigeriana ya suma más de 20 mil millones de dólares en inversiones chinas destinadas a infraestructura crítica y 1.3 mil millones de dólares en litio. Este modelo de cooperación, que ofrece desarrollo de infraestructura sin las condiciones políticas ligadas a los préstamos occidentales, es percibido en Washington como una amenaza existencial a su modelo de dominación.

El Olor del Petróleo y la Fiebre de las Tierras Raras

Estos dos recursos son el principal motor de la agresión estadounidense. Como afirma la publicación The Pan Afrikanist, “el objetivo de la US war machine es asegurar el dominio de los recursos”. Nigeria, al ser el mayor productor de petróleo de África, representa un premio energético indispensable. Además, el país posee un enorme potencial en minerales críticos, como las tierras raras, que son cruciales para la industria tecnológica, la transición energética y los sistemas de defensa.

La amenaza de intervención busca crear un entorno de inestabilidad que debilite la soberanía nigeriana y facilite la extracción de recursos por parte de corporaciones occidentales. En este marco, Washington también apunta al gasoducto  Nigeria-Marruecos, crucial para abastecer a Europa y reducir la dependencia del gas ruso.

Tras haber sido expulsado de Níger en 2024 junto a otras potencias occidentales, los Estados Unidos busca desesperadamente reincorporarse en la región para mantener su presencia militar y contrarrestar la creciente influencia de la Alianza de Estados del Sahel (AES), conformada por Malí, Burkina Faso y Níger. Estos países representan un modelo de soberanía que Washington teme se extienda en el continente africano.

El objetivo de esta presencia militar en todo el mundo es crear “condiciones donde los intereses económicos estadounidenses puedan florecer”. Una base en Nigeria le permitiría a los Estados Unidos no solo proyectar poder en el Golfo de Guinea, sino también disponer de una plataforma desde la cual lanzar ataques proxy, encubiertos y abiertos contra los países de la AES. La presión sobre Nigeria, por tanto, también tiene un componente geopolítico clave: convertirla en un pivote para la estrategia de contención estadounidense en una de las regiones más dinámicas y rebeldes del continente.

En este engranaje, la élite local, denominada la “burguesía africana” o “clase compradora” desempeña un rol clave en la estrategia de los EE.UU. Educada en Occidente y alineada con intereses metropolitanos, actúa como intermediaria que facilita la intromisión externa. En lugar de impulsar la liberación, asegura que la riqueza nacional fluya hacia fuera, garantizando su propio enriquecimiento y permanencia. Estos factores internos, sin embargo, no operan aislados, sino dentro de una reconfiguración continental y global que redefine las dinámicas de poder y soberanía en África.

En síntesis, la amenaza de intervención militar de los Estados Unidos en Nigeria, bajo un falso pretexto humanitario, constituye un estratégico y desesperado intento de Washington por frenar la erosión de su hegemonía en África de manera coercitiva, no responde a una crisis religiosa, sino al avance de un orden multipolar en el que Nigeria juega un papel fundamental. Es una reacción directa a la creciente influencia de China y Rusia, al precedente soberano de la Alianza de Estados del Sahel y al renacer de una conciencia panafricanista que amenaza con desmantelar las estructuras de dominación neocolonial.

La clave está en el desarrollo de una conciencia política revolucionaria que permita a los pueblos de Nigeria, y de toda África, unirse contra las amenazas externas. La batalla por Nigeria es, en última instancia, la batalla por el futuro soberano de todo el continente africano. Su resultado definirá si África avanza hacia una era de autodeterminación o si las cadenas del neocolonialismo logran imponerse una vez más.

Fuente: Globetrotter

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