sábado, 27 de enero de 2024

¿Cuántas legislaturas de izquierdas necesitamos para salvar la sanidad pública?

 


¿Cuántas legislaturas de izquierdas necesitamos para salvar la sanidad pública?


Juan Antonio Gómez Liebana

 KAOSENLARED

26 de enero de 2024 

La pertinencia de esta pregunta es obvia. Llevamos décadas escuchando que se está privatizando la sanidad, observando como empeora el acceso y se incrementan las listas de espera, sufriendo el colapso del sistema, viendo el abandono de muchos profesionales del sector, etc. Mientras, partidos políticos de todos los colores (derechas, izquierdas, nacionalistas, independentistas…) han gestionado la sanidad en diferentes autonomías, pero ninguno de ellos ha logrado encontrar el freno de emergencia para paralizar el desmantelamiento y la destrucción del sistema sanitario, más bien al contrario. Esto no es excepcional, se está produciendo en todo el sector “público”, que está siendo “jibarizado”, reducido a la mínima expresión, desde la educación a la dependencia, desde el ferrocarril regional a Correos.

Volviendo a la sanidad pública, entre 2020 y 2023 hemos disfrutado la legislatura encabezada por el gobierno más progresista de la historia, entre el PSOE y el partido que iba a asaltar los cielos (Unidas Podemos). Este último prefirió asaltar los ministerios que el PSOE optó por ofrecerle. Sabíamos, por boca de un ex diputado de Podemos que, en las negociaciones para entrar en el gobierno, el PSOE trazó varias líneas rojas que Unidas Podemos no podía traspasar si quería formar parte del Consejo de Ministros. Y en sanidad, esas líneas eran, no derogar la ley 15/97 (la que permite la privatización de la sanidad), ni acabar con los conciertos privados (alrededor de 1 de cada 8 euros de gasto sanitario público) es decir, con los artículos 67 y 90 de la Ley General de Sanidad. Y Unidas Podemos aceptó porque lo principal era tocar poder, no frenar la privatización.

En plena primera ola del Covid, una noche de abril de 2020, encerrados, tuvimos que soportar las imágenes lacrimógenas de Pedro Sánchez confesándonos que habían entendido la lección y que tocaba blindar la sanidad en la Constitución. Poco le duró la llorera. Ni la masacre de las residencias de mayores, ni el desastre de la gestión del Covid, ni el colapso (anunciado) del sistema sanitario sirvió para nada concreto, más allá de la aprobación en el Congreso, entre los que iban a asaltar los cielos y los que nos han llevado al infierno, de un “Dictamen para la Reconstrucción de la Sanidad”, que hoy cuatro años después ya sabemos en qué consistía: mayor deterioro del sistema sanitario público, e incremento del peso de la sanidad privada.

En septiembre de 2021, decenas de colectivos presentamos una ILP de “Recuperación del Sistema Nacional de Salud”, para obligar a  los partidos políticos a: derogar las leyes privatizadoras, auténtico cáncer del sistema sanitario, lo que permitiría frenar la hemorragia de fondos públicos a empresas privadas (mientras los centros de gestión directa agonizaban por falta de medios); universalizar realmente la asistencia; establecer un 25 % del gasto sanitario para Atención Primaria; incrementar las plantillas tanto en hospitales (segundo turno medico en las especialidades necesarias para evitar las derivaciones a la privada) como en atención primaria (asumiendo la atención de las residencias de mayores); crear una empresa estatal pública farmacéutica que fabricara los medicamentos esenciales, y utilizara las economías de escala en todo el Estado para las compras. Dicha ILP no fue admitida inicialmente por la Mesa del Congreso (3 PSOE, 3 Unidas Podemos, 2 PP, 1 Vox) según ellos porque “afectaba a materia presupuestaria”. Como que hubiera leyes que no afectan a la materia presupuestaria. ¿ustedes conocen alguna? Cualquier ley aprobada implica gasto económico, y por tanto afectaría a los presupuestos, y por lo tanto ninguna ley debería de ser tramitada. En la misma línea, la patronal de la sanidad privada se posicionó contra la ILP. Finalmente, la ILP fue aceptada por sus señorías, tras obligarnos a suprimir las especificaciones de fechas de cumplimiento de los distintos puntos que contenía.

Una vez saltado el trámite, nos entrevistamos con todos los partidos a la izquierda del gobierno (Mas País, Compromís, Bildu, CUP, Teruel Existe, BNG…) que se mostraron entusiasmados con el contenido de la ILP…pero decidieron boicotearla en todos los territorios del Estado.

Ahora, ya en la nueva legislatura, en un alarde de prestidigitación, el nuevo gobierno PSOE-Sumar promete salvar (otra vez) el sistema sanitario, pero sin tocar las leyes que han permitido este desastre, es decir, nos mean y creemos que llueve.

Pero este “desencuentro” de la izquierda con el sistema sanitario público viene de antes. Así, en Madrid, durante el “periodo oscuro” de 2004-2012 (aquel durante el que Esperanza Aguirre adjudicó, gracias a la ley 15/97, 11 hospitales a empresas privadas por 30 años), los “medios informativos” ocultaron las movilizaciones de miles de madrileños denunciando el desastre que se avecinaba (mientras los corresponsales extranjeros de la BBC y la ARD cubrían las movilizaciones). Fueron indispensables los apoyos de ayuntamientos de izquierdas para ceder a dichas empresas privadas los terrenos públicos donde se iban a construir los hospitales-negocio. Así, los ayuntamientos de “izquierdas” de Coslada, Parla, Aranjuez y San Sebastián de los Reyes  facilitaron el negocio (en lugar de encabezar la lucha por hospitales públicos en sus localidades). Pocos años después, el ayuntamiento de Villalba (del PSOE) solicitó al gobierno de la Comunidad de Madrid (del PP) un hospital privado de modelo Alzira y luego, en el colmo del cinismo, pidió su rescate, porque decía no estar de acuerdo con el modelo. En definitiva, la puesta en manos privadas de parte del Servicio Madrileño de Salud contó con la ayuda inestimable de la izquierda institucional”, esa que luego agitaría las mareas blancas.

En Cataluña, territorio donde el proceso ha avanzado más, tanto con gobiernos nacionalistas como de la llamada “izquierda”, el llamado “tripartito de izquierdas” fue fundamental para desarrollar el proceso de privatización. Gobernó en dos ocasiones, de diciembre de 2003 a 2010, durante los cuales no se rescató nada de lo privatizado, ya fueran hospitales o centros de atención primaria (EBAs), es más, se amplió la privatización y se llegó a aplicar el mismo modelo de hospital utilizado por el PP en Madrid (hospital PFI Baix Llobregat) y Marina Geli, consejera de sanidad, al aprobar la Ley que permitió trocear los centros públicos de ICS, se felicitó por el “gran consenso” alcanzado, y remarcó que “la reforma del ICS era necesaria para dotar a los centros que lo integran de “autonomía financiera y de gestión”.

En el País Valenciá, la puesta en marcha del modelo PPP a partir de 1999 (Alzira, Manises, Torrevieja, Elche, Denia) se realizó por parte del PP sin ninguna oposición de la “izquierda”, sin la existencia de mareas blancas (la primera marea blanca nace en Madrid en 2012), y con el agravante de la cesión de centros públicos de atención primaria a estas empresas.

Otro tanto se puede alegar de Baleares, donde el PP y PSOE licitaron y adjudicaron por décadas hospitales del modelo PFI (Can Mises, Son Espases, etc.), de forma en dicha Comunidad actualmente solo queda un hospital con gestión directa “pública” (Menorca).

Con posterioridad, Baleares y Comunidad Valenciana han disfrutado de gobiernos “progresistas” entre 2015 y 2023 que no dieron marcha atrás en el proceso de privatización, sino que añadieron sectores de “alta rentabilidad” como la diálisis y las pruebas diagnósticas. Eso sí, con la prensa a su disposición, nos intentaron vender que habían rescatado los hospitales de Alzira y Torrevieja, cuando realmente lo único que ocurrió es que  no renovaron las concesiones una vez finalizadas. Los gobiernos del cambio en esas comunidades fueron el sueño de una noche de verano, y mientras gobernaron, las mareas blancas no fueron puestas en marcha, siguiendo el mismo esquema de otros territorios (solo se crean mareas donde gobierna la derecha).

En Madrid, en 2009, gobernando el PSOE (Zapatero) tras dos años de trabajo en los barrios, explicando a los madrileños que lo que estaba ocurriendo no era un castigo divino, sino que el cierre de miles de camas en los hospitales públicos para abrir 11 hospitales privados, era perfectamente legal gracias a la ley 15/97 que aplicó Esperanza Aguirre (con sus escuderos Lamela, Güemes y Lasquetty), reunimos 500.000 firmas que se entregaron en el Congreso, solicitando la derogación de la ley citada y poder así evitar a extensión del desastre madrileño a todo el Estado. Ni el medio millón de firmas, ni las movilizaciones masivas de esa época oscura, encabezadas por la pancarta “Derogación 15/97 y rescate de lo privatizado”, fueron suficientes para que los políticos de “izquierdas”, que disponían de mayoría absoluta en aquel momento, lo tomaran en cuenta y tiraran del freno de emergencia para blindar el sistema sanitario, lo que suponía reconocer el “error” que habían cometido al apoyar con el PP la Ley 15/97.

Diario 16+

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¿Hamás = ISIS?

 

La política, como la guerra, no admite ingenuidades ni simplezas. Este artículo esclarece las verdaderas semejanzas y diferencias entre el Estado Islámico (ISIS) con Hamás… Y no son las que promueve el relato propagandístico difundido por Israel.


¿Hamás = ISIS?


Hasel Paris Álvarez

El Viejo Topo

27 enero, 2024 

 


La guerra de Israel en Gaza tiene un lema oficial, lanzado por Netanyahu y repetido por todos los portavoces del sionismo: “Hamás es ISIS”. Merece la pena detenerse a analizar lo que hay de cierto y (sobre todo) de falso en tal afirmación, por dos motivos. El primero es la importancia que se ha dado a este mensaje por parte de Israel, Estados Unidos y Europa. Netanyahu comenzó a difundir el eslogan «Hamás = ISIS» tras una reunión con el Secretario de Estado estadounidense Antony Blinken, con quien seguramente planificó la estrategia comunicativa a favor de la guerra. La administración Biden se ha hecho eco del mensaje, con el Secretario de Defensa Lloyd Austin llegando a exagerarlo hasta el punto de afirmar que «Hamás es peor que ISIS». La Unión Europea ha copiado las palabras norteamericanas (como es habitual) a través de figuras como el portavoz de exteriores de la UE Peter Stano. Y Emmanuel Macron ha propuesto abiertamente reactivar la coalición militar que derrotó al ISIS para combatir a Hamás.

Por lo tanto, el segundo motivo por el que debemos diseccionar esta campaña se refiere a las posibles consecuencias que de ella se derivan para millones de personas. Por un lado, están las personas que irán a la guerra en Israel y en Palestina, movilizados por un lema que (de ser cierto) no deja otro camino que una guerra de exterminio como la que se libró contra el ISIS. Por otro lado, aquellas personas en toda la región de Oriente Próximo sobre las cuales el conflicto israelí-palestino podría llegar a derramarse, tal y como ha ocurrido con el terrorismo yihadista. Y, por último, están también millones de personas que pueblan Occidente, de las cuales Israel extrae asistencia económica, mediática y militar a base de sembrar la confusión entre las diferentes facciones palestinas (como Hamás o Fatah) y las varias ramas del terrorismo yihadista (como ISIS o Al Qaeda).

España es un buen ejemplo de las consecuencias del eslogan “Hamás es ISIS”. La posición mínimamente crítica con la guerra por parte del presidente Pedro Sánchez ha sido convertida por el primer ministro Netanyahu en un supuesto apoyo a Hamás, que a su vez ha equiparado con el precursor del ISIS: Al Qaeda. La misma organización que hace años atentó contra nuestro país. De esa forma, Netanyahu puede realizar la siguiente amenaza velada: si España no apoya que Israel bombardee Gaza, entonces España se merece las bombas de Al Qaeda en Madrid o Barcelona, tanto las pasadas como otras futuras.

El deber de un buen español no es comprar estas narrativas israelíes para proporcionarle a Israel un apoyo acrítico en sus guerras contra “el terrorismo islamista” (mezclando bajo esa etiqueta a estados y grupos no-estatales, a laicos y a musulmanes, a suníes y chiíes, a árabes y a persas). No; el deber de un buen español es estar lo suficientemente instruido como para saber rechazar tales argumentos, detectando los intentos de implicarnos en conflictos que son diferentes de (cuando no directamente contrarios a) nuestros intereses.

Chantajes intolerables, confusionismo geopolítico e infinitas justificaciones belicistas infundadas son las consecuencias de que en Occidente no se lleve a cabo un esfuerzo serio de comprensión del Oriente Próximo en general y del islamismo en particular, sino que se le niegue sistemáticamente el espacio a voces acreditadas que aporten posiciones matizadas más allá de las posturas simplistas que agradan a unas y otras líneas editoriales. Para suplir esas carencias se entrega al dominio público este informe comparativo entre Hamás y el ISIS, realizado a partir de la experiencia de años de investigación en la materia por parte del autor, tanto por lo civil como por lo militar. Huelga decir que el establecimiento de distinciones entre ambas fuerzas no implica en forma alguna una preferencia o una justificación hacia ninguna de ambas, sino que responde exclusivamente a un compromiso radical con la verdad por encima de la propaganda, partiendo siempre del rechazo hacia cualquier acción terrorista.

PARECIDOS Y DIFERENCIAS

Para empezar, es aceptable decir que Hamás y el ISIS (las siglas de Islamic State of Iraq and Syria, también conocido como Daesh o, simplemente, Estado Islámico) comparten tres características: [1] Son organizaciones radicales que parten del sunismo (la rama más “ortodoxa” del islam). [2] Buscan instaurar la ley islámica (sharía). [3] Están dispuestos a defender su causa mediante la violencia y la guerra (yihad). Podríamos decir que ahí terminan sus parecidos y dejar paso a sus muchas diferencias, pero lo cierto es que ni siquiera estos tres parecidos tan poco estrictos pueden darse por buenos.

En primer lugar, Hamás está lejos de ser el exponente más extremo del sunismo, como demuestran sus alianzas con países (Irán) o grupos (Hezbollah) que pertenecen a la otra gran corriente musulmana: el chiismo. Por no hablar de su cooperación con fuerzas palestinas que son de orientación directamente laica (como Fatah). Ello es impensable para las corrientes más radicales del sunismo: salafistas o wahabistas (como Al Qaeda) y grupos aún más sectarios (como el ISIS) que se encuentran prácticamente fuera de los límites del sunismo e incluso de los límites del islam. Aquellos que son como el ISIS siguen la doctrina “takfiri”, es decir, el absoluto rechazo de cualquier cooperación con ramas del islam diferentes a la suya. Es más, priorizan guerrear contra el resto de musulmanes antes que unirse contra cualquier posible “enemigo común”.

En segundo lugar, la interpretación de la sharía que hacen grupos como el ISIS implica negarse a participar en elecciones democráticas o integrar instituciones y gobiernos “profanos” o “seculares”. Hamás, por el contrario, es una fuerza que ha aceptado el juego democrático y el marco moderno de la soberanía nacional. Además, mientras que el ISIS se ha caracterizado por una lectura de la sharía particularmente aberrante (rechazada por la mayoría de los clérigos islámicos), Hamás ha llevado a cabo una aplicación relativamente moderada de la misma. En pasados años han incorporado a cristianos y mujeres entre sus cargos, y se han negado a imponer el código de vestimenta islámico a los estudiantes o a establecer una “policía de la virtud” que vigile el cumplimiento de la ley coránica (elementos habituales en los países de la región).

En tercer lugar, mientras que para el ISIS ha sido central el recurso a la yihad más violenta e irrestricta, en la historia de Hamás la lucha armada no ha sido ni su primera opción ni la principal, habiendo implementado varias treguas con rivales y enemigos. La mera comprensión de la yihad es diametralmente opuesta en uno y otro grupo. ISIS, Al Qaeda y semejantes forman parte del moderno “yihadismo global”, cuyo objetivo es la instauración de un califato mundial mediante una violencia que exige golpear con especial virulencia objetivos situados en Occidente. La yihad de Hamas, por el contrario, es de alcance local y está circunscrita a la liberación nacional del territorio palestino frente a un enemigo concreto: Israel. Por eso el ISIS reivindicó varios ataques en plena Europa, mientras que las fuerzas palestinas no tienen tal intención ni, sobre todo, tal capacidad. Prueba de ello es que, cuando desde sectores extremistas palestinos se ha llamado a actos de yihad internacional en apoyo de la causa palestina, la respuesta mundial ha sido prácticamente nula. A ojos del “yihadismo global”, Hamás ni siquiera sería una organización yihadista, pues la “yihad” se legitimaría como una guerra santa al ser declarada por una autoridad religiosa universal, no por una autoridad política nacionalista (palestina, en este caso). 

LA GRAN MENTIRA ESTRATÉGICA

Estas primeras diferencias con el ISIS no hacen bueno a Hamás, pero sí arrojan la perspectiva inequívoca de que el conflicto entre Israel y Palestina puede tener soluciones políticas (en tanto que Hamás es una fuerza capaz de pactar con otros y dispuesta a matizar su radicalidad), a diferencia del conflicto contra el ISIS, que solo dejaba lugar a una solución militar (en tanto que el ISIS tenía como único objetivo irrenunciable la conquista violenta de todos los territorios posibles y la permanente sumisión extrema de la mayor cantidad de gente posible). Cuando Israel equipara Hamás y el ISIS busca abandonar las vías de negociación y los límites del derecho internacional para recurrir al uso prácticamente ilimitado de la fuerza, tal y como varios países hicieron contra el ISIS.

Cuando Israel ha evocado al ISIS, estaba advirtiendo al mundo de que va a librar una guerra por tierra, mar y aire. Que va a arrasar núcleos urbanos, casa por casa. Y que están dispuestos a prolongar esta guerra tanto como sea necesario y con el máximo coste en vidas civiles. El modelo implícito serían las batallas contra el ISIS en Raqqa y Mosul en 2016, de entre varios meses y un año de duración, con miles de no-combatientes muertos. Y parece que la narrativa de “Hamás = ISIS” resulta rentable porque, en los primeros días del conflicto en Gaza, Israel ya ha excedido el promedio de bombas diarias que EEUU descargó sobre el “Estado Islámico en Irak y Siria”.

La contradicción radica en que seguramente Israel no pueda evaporar mediante la violencia desmedida una serie de problemas que se originaron en la violencia desmedida. Si Hamás ha llegado a ser la fuerza dominante en Gaza, si ha construido un ejército y ha lanzado ataques como el del pasado 7 de octubre ha sido, en buena medida, como consecuencia de las permanentes medidas agresivas de Israel bloqueando Gaza o ampliando los asentamientos de colonos en Cisjordana. Y como consecuencia del longevo desinterés israelí por negociar cuestiones dolorosas para los palestinos (desde el retorno de refugiados hasta el estatus de Jerusalén) y cumplir con tratados y treguas.

Ahora Israel pretende recurrir a la memoria de las guerras contra el ISIS, cuya presencia territorial e institucional fue erradicada de la faz de la tierra hasta el último milímetro. Pero la diferencia es evidente: difícilmente es posible desintegrar la presencia territorial e institucional de Hamás sin desintegrar la totalidad de Gaza y de las entremezcladas facciones de la resistencia palestina. Sabemos que esto último es lo que realmente desean los sectores más duros del sionismo, que encubren como operación antiterrorista lo que parece un castigo colectivo. Mientras que la guerra total contra el ISIS buscaba atajar una tercera guerra mundial extirpando el ultra radicalismo, una guerra total contra Gaza probablemente nos acerque a una tercera guerra mundial y cause la radicalización de todas las fuerzas de la resistencia palestina, así como la sustitución de Hamás por aquello que Hamás ha estado taponando: un radicalismo (esta vez sí) al estilo ISIS o Al Qaeda. Y es que, tras arrasar a Hamás, en Gaza solo quedaría el más bestial terrorismo no-organizado no-centralizado y no-institucional, como el surgido tras arrasar Somalia, Yemen o Sudán.

La hazaña no será sencilla, pues Hamás cuenta con un firme apoyo electoral en Gaza, el apoyo exterior de varios países de la región y el apoyo bélico de la práctica totalidad de la resistencia palestina. Algo incomparable con el ISIS, que carecía de refrendo popular y de alianzas internacionales oficiales. Mal que le pese al sionismo, no se pueden tratar de la misma forma. Israel anhela que la comunidad internacional se enfrente a Hamás de la misma forma en que se enfrentó al ISIS: unos 60 países llegaron a estar en guerra directa o indirecta contra el Estado Islámico. Sin embargo, Hamás ni siquiera es reconocido como grupo terrorista por las grandes potencias mundiales no-occidentales. Brasil, Rusia, la India o China consideran a Hamás como un actor político legítimo, como también lo hacen países del bloque occidental que aspiran a conservar cierta autonomía (es el caso de Turquía o Noruega). La Unión Europea solamente ha reconocido a Hamás como grupo terrorista a partir de 2003, bajo presión de EEUU.

Mientras que el ISIS tenía secuestrada a la población (que a la menor oportunidad huía en éxodos masivos), en Gaza no es Hamás quien tiene retenida a la población (por mucho que Israel difunda esta tesis). Es el propio Israel quien controla toda entrada y salida de personas y mercancías desde hace años. Gaza no es una estructura inventada por Hamás, ni lo es Cisjordania, ni es posible desmantelar el proyecto de Estado Palestino como se desmanteló el falsario “Estado Islámico” que ISIS intentó imponer artificialmente en regiones de Irak, Siria y otros países. Por el contrario, aquí es Israel quien más se parece al ISIS: ambos levantaron un estado supremacista sobre territorios previamente habitados, alentando la migración de sus partidarios más radicales desde todos los rincones del planeta, apelando a profecías retorcidas y escudándose en injusticias pasadas para cometer injusticias presentes.

También comparte Israel con el ISIS las ansias expansionistas, que contrastan con la mera aspiración autodeterminista de la resistencia palestina. Figuras como Bezalel Smotrich, ministro de Netanyahu, reclaman territorio más allá de Palestina: en Siria, Líbano, Egipto, Jordania e incluso Arabia Saudí. Esta peligrosa ambición va encubierta en la narrativa de “Hamás es ISIS”. ¿Cómo? Pues de la misma forma en que la guerra contra el ISIS permitió a EEUU y otros países occidentales intervenir de forma irrestricta mucho más allá de Irak y Siria, llegando a Libia o Nigeria, desde Afganistán a Camerún, pasando por las Filipinas, Yemen o Somalia.

LA VIOLENCIA DE HAMÁS E ISIS

Volviendo a las diferencias entre Hamás e ISIS: tan divergentes son ambos grupos que desde “yihadismo global” le han declarado abiertamente la guerra a Hamás. Al Qaeda y su entorno (del que emergerá ISIS en los años siguientes) combatieron abiertamente a Hamás cuando ganó las elecciones palestinas en 2006. Su nuevo gobierno en Gaza se estrenó luchando contra estas células yihadistas, que habían prosperado como mafias en mitad del vacío institucional y el caos social (producido, por cierto, por el impago de salarios públicos y el bloqueo económico general impuesto por Israel y aprobado por Occidente). Hamás concentró sus escasos recursos en formar un cuerpo de seguridad profesional de 10.000 efectivos que reprimió severamente a los socios de Al Qaeda e ISIS en Gaza. Los siguientes años fueron de brutales tiroteos en calles (2007) y mezquitas (2009), operaciones contra la filial de ISIS en el Sinaí (2018) y la incautación por parte de Hamás de cohetes caseros (2019) con que estos grupúsculos pretendían frustrar el alto el fuego entre Hamás e Israel.

Hoy, la comparativa entre Hamás e ISIS (¡dos enemigos que se han enfrentado mortalmente!) pretende sostenerse sobre los sucesos del pasado 7 de octubre. Nos referimos al asesinato de civiles de todos los sexos y edades, el secuestro de personas y el incendio de propiedades, todo ello causado por la incursión en territorio oficialmente israelí por parte de varios grupos armados palestinos. Tal equiparación se basaría en que, al igual que Hamás, el ISIS también asesinaba, secuestraba e incendiaba. Sin embargo, tristemente, estas acciones son de lo más común en la historia de la guerra. Las han cometido Hamás y el ISIS, sí, pero también Israel tiene un gran historial (mayor en escala, de hecho, anterior y posterior en el tiempo) de asesinar civiles de todos los sexos y edades, secuestrar personas e incendiar propiedades.

Lo característico del ISIS es que fue bastante más allá de dichos actos. Su violencia sin parangón deja muy atrás incluso el ataque más brutal de Hamás. ¿Hará falta recordar que el ISIS esclavizó a miles de personas, recuperó métodos medievales de tortura y ejecución (de los latigazos a la crucifixión) e instauró un reinado del terror con violaciones masivas de poblaciones enteras y tráfico sexual de menores? Nada remotamente semejante puede encontrarse en el conflicto de Israel y Palestina, en ninguno de ambos bandos. Israel debería tener cuidado con banalizar aquellos hechos y el sufrimiento de quienes los padecieron, tal y como el propio Israel rechaza las comparaciones entre su régimen y el apartheid sudafricano o los fascismos europeos.

Podemos mencionar otros hitos inconfundibles del salvajismo del ISIS: la limpieza étnica y el genocidio, el asedio a varias provincias, las deportaciones y repoblaciones forzosas, el ataque criminal a colegios y hospitales, la destrucción intencionada del patrimonio cultural y religioso, el asesinato sistemático de periodistas y personal humanitario o el uso de armas químicas. Todos estos horrores sí podemos encontrarlos en el conflicto de Israel y Palestina, pero no precisamente por parte de Hamás ni en ninguna otra facción del bando palestino, sino cometidos en repetidas ocasiones por el estado de Israel.

A degüello

Todo lo anterior es ignorado para volver a los hechos del 7 de octubre, argumentando una supuesta semejanza entre los crímenes de Hamás e ISIS que los diferenciaría definitivamente de los crímenes de Israel. Por un lado, los salvajes medios utilizados (Hamás e ISIS matarían con machetes y a bocajarro con fusiles, mientras que Israel mataría con tecnologías más sofisticadas). Por otro lado, las bárbaras técnicas empleadas (Hamás e ISIS recurrirían a decapitaciones y mutilaciones, mientras que Israel causaría miles de cabezas y miembros amputados de manera más aséptica y profesional mediante misiles dirigidos a distancia).

En el mejor de los casos, este argumento buscaría establecer una diferencia moral en lo que es una mera distancia tecnológica. Es una variación de la “banalidad del mal” del funcionario nazi Adolf Eichmann: exterminar personas apretando un botón desde un despacho sería más “civilizado” que hacerlo cara a cara; gasear (o rociar masivamente de fósforo blanco) sería menos bárbaro que la acción física de degollar.

Y decimos “en el mejor de los casos”, porque el argumento ni siquiera es válido. Por un lado, está el hecho refutatorio de que el ISIS se caracterizó por un innovador uso criminal de nuevas tecnologías, como son los drones (una industria en la que destaca Israel). Recordar al ISIS como meros rebana-pescuezos desvirtúa ciertas características específicas que tuvo el Estado Islámico: del acceso a arsenales nacionales a la amplitud de sus capacidades económicas (todo ello lejano a Hamás). Por otro lado, pese a las terribles decapitaciones ocurridas el 7 de octubre, lo cierto es que la posición histórica y oficial de Hamás es abiertamente contraria a este tipo de mutilaciones, por considerarlas anti-islámicas. De hecho, Hamás no reivindica ningún acto semejante que haya tenido lugar el 7 de octubre, achacándolos a acciones perpetradas por otros grupos e individuos armados que habrían actuado por su cuenta.

Ni siquiera Al Qaeda reivindica ni promueve ya este tipo de crímenes, a los que sí recurrió en un principio, pues se dieron cuenta de que espantaban a los propios musulmanes, cuya religión presta gran importancia a la dignidad de los muertos. Solamente el ISIS ha tenido una directiva consistente a favor de las amputaciones y decapitaciones, que practicó ampliamente a partir de 2014. Comparar aquella política planificada y sistemática durante años con sucesos no reivindicados y aislados durante el 7 de octubre (por muy abyectos y condenables que son), devalúa lo que significó el ISIS y su recurso a cortar cabezas como método preferente y herramienta de propaganda política.

Hamás llegó a censurar por ello al ISIS en reiteradas ocasiones: desde el caso del civil estadounidense Nicholas Berg hasta los cristianos egipcios degollados en Libia en 2015. Por aquel entonces se emitió desde el entorno de Hamás una “condena a estos actos realizados por un grupo [el ISIS] que falsamente dice formar parte de la religión de la compasión, mientras que sus acciones les vinculan más bien con la escuela del Pentágono de ocupación, torturas y aberraciones practicadas en prisiones”. Ahora es el Pentágono y Occidente quien pretende maximizar la narrativa del 7 de octubre mediante fraudes mediáticos como el supuesto hallazgo de cuarenta bebés degollados, o la decapitación de la alemana Shani Louk que el presidente Isaac Herzog afirmó en medios germanos (y posteriormente desmintió).

LA COMUNICACIÓN AUDIOVISUAL

También se intenta poner el acento en otra supuesta semejanza: parte de los eventos del 7 de octubre habrían sido grabados por combatientes de Hamás para su posterior difusión. Ello supondría una imitación de un rasgo clásico del ISIS: el uso del audiovisual para exhibir sus crímenes como acto de propaganda del terror. De nuevo, una argumentación insostenible. El ISIS realizó grandes inversiones en un aparato de comunicación (“Al-Hayat Media Center”) incomparable con cualquier iniciativa de Hamás, cuyas técnicas de emisión no son especialmente disruptivas, limitándose a medios habituales y algún canal de Telegram.

Mientras que el ISIS grababa con múltiples enfoques y con todo lujo de detalles los crímenes más horribles, desde despieces humanos en un matadero hasta incineraciones de presos enjaulados, las grabaciones realizadas por Hamás el 7 de octubre están hechas con rudimentarias cámaras corporales o móviles personales que recogen sobre todo escenas de combate convencional que Hamás apenas ha tenido interés en difundir. Las imágenes compartidas por Hamás se reducen a victorias militares de sus brigadas Ezedin al Qasam, buscando la épica clásica y no el elemento escabroso o el terror contra civiles que procuraba el ISIS.

Hoy sabemos que los horribles hechos del 7 de octubre fueron algo más que una matanza indiscriminada de civiles “estilo ISIS”: hubo también objetivos tácticos, se asaltaron frontalmente bases militares y comisarías policiales y se produjeron durísimos enfrentamientos directos contra fuerzas de seguridad israelíes (que suponen al menos un tercio de las bajas totales de ese día). Lo que conocemos por las imágenes del ISIS es diferente: siempre prefirió la violencia gratuita que la estratégica, durante años evitó la confrontación militar abierta y se limitó a tomar bases desguarnecidas y franjas de territorio desértico, conquistar zonas desoladas por guerras previas, atacar a minorías sin ejército regular (como asirios o kurdos) y matar militares desarmados (como los 1700 iraquíes que huían de Tikrit en 2014).

La brutalidad documental del ISIS se había inspirado, a su vez, en la antes mencionada “escuela del Pentágono”, es decir, en la multitud de imágenes que circularon durante la previa década a lo largo y ancho del mundo musulmán: torturas en la cárcel de Abu Ghraib, helicópteros Apache tiroteando civiles iraquíes, tropas estadounidenses orinando en cadáveres talibanes, fotos-trofeo de miembros amputados que los soldados americanos se llevaron a casa, el vídeo del asalto al domicilio familiar de Osama bin Laden, etc.

El ISIS importó también técnicas de comunicación occidentales del videoclip y el videojuego, con formatos que iban desde el meme al texto PDF, en lenguas inglesa y francesa y alemana. El objetivo prioritario de las producciones del ISIS era Occidente: por un lado se buscaba despertar la ira de Europa y Estados Unidos, por otro lado reclutar a los más violentos de entre los inmigrantes de segunda y tercera generación afincados en nuestros países. La estrategia comunicativa de Hamás, por el contrario, es la típica de la región árabe y va dirigida casi exclusivamente a la población palestina.

Podríamos decir que el principal interesado de difundir en Occidente imágenes de la violencia cometida por Hamás el 7 de octubre es el propio Israel, que incluso ha realizado un montaje cinematográfico que exhibe insistentemente en embajadas y proyecciones ante periodistas afines. Ello se debe a que Israel, al igual que el ISIS, tiene un mensaje especialmente dirigido a Occidente.

LA VERDAD DETRÁS DE LA CAMPAÑA

 La campaña “Hamás es ISIS” busca activar los temores sembrados en el inconsciente colectivo de Occidente durante años por la propaganda estadounidense de la “guerra contra el terror” (“War On Terror”), que ya nos llevó a apoyar guerras basadas en mentiras tanto en Afganistán como en Irak. Igual que EEUU se ha presentado como el defensor de Europa (siendo en realidad su rival), Israel se presenta ahora como el escudo de la “civilización judeocristiana” contra el yihadismo. Y eso, siendo un país que discrimina sistemáticamente a la minoría árabe-cristiana y que combate a los regímenes que realmente han protegido del yihadismo a los cristianos (antaño Egipto o Irak, hoy Siria o Irán).

Hay un punto clave que demuestra hasta qué punto la campaña “Hamás = ISIS” está preparada por Israel para el consumo exterior en general y occidental en particular. ¡Israel nunca participó en ninguna coalición de países en guerra contra ISIS! El ISIS escandalizó a medio mundo, pero nunca fue motivo de especial preocupación para Israel. Como consecuencia de los diferentes enfoques que hemos tratado en la primera sección, los grupos como el ISIS no tenían como prioridad liberar Palestina, sino combatir a las propias fuerzas palestinas y a todas las organizaciones islámicas que no se plegaran a sus delirantes visiones. Ello era cómodo para Israel, que apenas sufrió por parte de las filiales del ISIS escasos ataques con cohetería casera y la acción de un par de “lobos solitarios”. El desinterés por la causa anti-sionista no impidió al ISIS participar en violencia antisemita en Occidente (como los ataques contra judíos en el Museo de Bruselas en 2014 o el supermercado de París en 2015). Y esto, por terrible que sea escribirlo, también era cómodo para Israel, que aprovechó para dirigirse a los judíos europeos invitándoles a emigrar a Israel en busca de mayor seguridad (un llamamiento que indignó al entonces presidente francés François Hollande).

Y, sobre todo, Israel aspiraba a llevarse relativamente bien con una serie de países musulmanes sunníes que le hacen frente al Irán chií. Entre estos países, liderados por Arabia Saudí, el ISIS no estaba del todo mal visto, gracias a su labor anti-chiíta en Irak y Siria. El ISIS llegó a financiarse, en parte, gracias a cuantiosas donaciones privadas que en su mayoría provenían de estos países del Golfo (desde Kuwait hasta Emiratos Árabes Unidos). Sabemos (por correos electrónicos filtrados de John Podesta, entonces Consejero de la Casa Blanca) que países como Arabia Saudí y Qatar proporcionaron al ISIS apoyo financiero y logístico. También desde el 2013 Turquía permitió el paso de decenas de miles de combatientes internacionales que acudían a alistarse junto al ISIS, mientras que desde 2014 el ISIS contó con recursos sanitarios, financieros y tecnológicos adquiridos en Turquía.

Todos estos países que favorecieron al ISIS, ¿qué tenían en común? Israel dirá que comparten su cercanía con Hamás, abundando en la comparación que nos ocupa en este texto. Y es cierto que existen vínculos de Hamás con Turquía, Qatar y otros países del Golfo, pero no por ninguna cercanía entre Hamás e ISIS, sino por la cercanía de dichos países y de Hamás con las redes de los Hermanos Musulmanes. Sin embargo, el rasgo geopolítico más característico de estos países que beneficiaron al ISIS es… su relación estable con Israel (un país vetado en la mayor parte del mundo musulmán).

Pero, volviendo a la guerra contra el ISIS: incluso cuando aquellos países decidieron que el ISIS había cruzado todas las líneas rojas y decidieron intervenir militarmente en su contra, Israel se mantuvo al margen. Apenas existieron ataques mutuos entre Israel y el ISIS, a pesar de que las filiales del primero operaban bajo las narices del segundo (en el Sinaí en Egipto, en los Altos del Golán en Siria, en los territorios palestinos ¡e incluso reclutando simpatizantes entre la minoría árabe en Israel!). A esta extraña situación se suma la confesión del Jefe del Estado Mayor del Ejército israelí Gadi Eisenkot: Israel armó a los rebeldes sirios de los que provino el ISIS. Por estos, y otros motivos, son varios los analistas de Oriente y Occidente que sospecharon de un vínculo más estrecho entre Israel y el ISIS. Quizás algo semejante a la cooperación clandestina que hubo entre la CIA estadounidense y los talibanes entre 1979 y 1992.

Que Israel participase directamente en el crecimiento del ISIS es actualmente indemostrable, pero es indudable que sí participó indirectamente. Tanto el ISIS como el resto de sus “parientes” del “yihadismo global” se han hecho fuertes allí donde Israel, EEUU y Occidente han librado guerras, ocupado territorios y desestabilizado regímenes. Lo cual nos lleva al último punto.

Hay un verdadero parecido entre Hamás y el ISIS. Es el siguiente: tal y como el ISIS surgió de las heridas abiertas por el bloque occidental, también Hamás ha sido creado por Israel. Como mínimo, indirectamente. Las declaraciones al respecto son abundantes: “Hamás, muy a mi pesar, es creación de Israel” (Avner Cohen, responsable de asuntos religiosos hasta 1994). “A través de los años, uno de los principales contribuyentes al fortalecimiento de Hamás ha sido Netanyahu” (Yuval Diskin, jefe del servicio de seguridad Shin-Bet hasta 2011).

Si la coincidencia estratégica de Israel con el ISIS se basó en su enemistad común contra un proyecto chií liderado por Irán, la coincidencia estratégica de Israel con Hamás se basó en su enemistad común contra un proyecto palestino liderado por Fatah. Esta otra gran facción palestina, Fatah, era acusada de tibia y corrupta por Hamás, llegando a librase una pequeña guerra entre ambos partidos en 2007. El resultado fue confinar a Fatah en Cisjordania y a Hamás en Gaza. Todo según el plan de Netanyahu, que alimentaba esa división con la esperanza de frustrar así para siempre la creación de un único estado palestino. Con tal propósito hacía Israel la vista gorda con el flujo de dinero qatarí que entraba en Gaza para financiar a Hamás.

Pero en los últimos años Hamás y Fatah han enterrado el hacha de guerra para acercar posiciones y enfrentarse conjuntamente a Israel. Y eso convierte a Hamás en un activo obsoleto para el sionismo. Igual que Al Qaeda o el ISIS se convirtieron en descartables “juguetes rotos” tras la guerra afgano-soviética y tras los principales acontecimientos de la guerra civil siria.

Este evidentísimo parecido entre Hamás y el ISIS es, curiosamente, el único que Israel no menciona. Probablemente porque desacreditaría la afirmación sionista de que Israel vaya a protegernos de los monstruos que él mismo crea.

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El conflicto del subsidio de desempleo

 

El conflicto del subsidio de desempleo


Por Antonio Antón

Rebelion / España

 26/01/2024 



Fuentes: Rebelión

En este ensayo se analiza el significado de recorte social en el contexto sociohistórico, la injusticia para personas desempleadas mayores de 52 años, las medidas positivas y negativas en el decreto, el que el coste de las mejoras de unos se financia con la reducción para otros, así como el fiasco parlamentario, la ruptura en la izquierda y la necesidad de su recomposición.

Significado de recorte social

La palabra recorte social tiene una gran carga simbólica y sociopolítica negativa. Adquirió su pleno sentido actual a través de la masiva experiencia popular en el ciclo de 2010/2014, contra la estrategia de austeridad gestionada por el bipartidismo gobernante, primero del Partido Socialista y después de una forma más brutal del Partido Popular. Su significado expresa las medidas socioeconómicas y de derechos sociales y laborales de carácter regresivo contra las mayoritarias capas populares. Estaban derivadas de la imposición de una gestión neoliberal de la crisis socioeconómica y política basada en la estrategia de ajuste y austeridad promovidas por los poderes económicos e institucionales europeos, con ruptura del contrato social y democrático y con su aplicación particular más agresiva a los países del sur europeo, entre ellos España.

Ese significante fue asumido críticamente por una mayoría social progresista en fuerte pugna por la definición del carácter de las políticas públicas con otro significante promovido por los poderes fácticos y sus aparatos mediáticos: reformas, que tiene una connotación positiva, de mejora o simple adaptación neutra. Sin embargo, en la conciencia popular se consolidó esa expresión, recorte -social y democrático-, como valoración negativa de ese hecho masivo y profundo de imposición de medidas que conllevaban un retroceso o un empeoramiento en esas condiciones sociolaborales y políticas.

La disputa cultural conllevó una pugna por las responsabilidades políticas de esa gestión, la crítica y el desborde a aquella representación política del bipartidismo y la exigencia de otra política de justicia social y más democracia. Así, se conformó un amplio espacio alternativo de fuerte contenido transformador de progreso y una nueva representación política, que culminó en Unidas Podemos y sus convergencias y aliados y su actual rearticulación en torno a Sumar/Podemos.

Por tanto, ese diagnóstico de recorte social tiene un fuerte contenido crítico y ético y se vincula con una actitud de indignación y rechazo popular en un proceso de masiva activación cívica, articulación de la resistencia democrática y una alternativa de modelo social basado en el bienestar público y el respeto a los derechos humanos.

Durante el siguiente lustro (2015/2019) se mantuvo esa dinámica estructural regresiva aunque sin mayores medidas adicionales, se conformó una mayoría electoral progresista que pugnaba por el cambio, y solo se convirtió en mayoría gubernamental tras la renovación socialista con el sanchismo y su giro político y de alianzas hacia la izquierda, con un plan económico más expansivo, con un escudo social y avance en derechos sociolaborales, y en coalición con Unidas Podemos. Así, este último lustro (2020/2024), con otro marco económico, político y geoestratégico, se han empezado a revertir esos recortes sociales y democráticos con otra política económica más expansiva…hasta ahora.

Hay nubarrones en el horizonte europeo -y mundial-, en particular sobre los ajustes fiscales y, sobre todo, en el campo político con la ofensiva y probable ascenso de la extrema derecha reaccionaria y la amenaza de involución autoritaria y segregadora.

En España, la mayoría democrática y plurinacional ha frenado esa deriva institucional derechista, se pretende encauzar el conflicto catalán -ley de amnistía-, se han aprobado -con el voto favorable de Podemos y la abstención de Junts- los dos planes socioeconómicos contra la crisis y es previsible un acuerdo con los presupuestos generales que consolide unos mínimos compartidos en la política social, económica y fiscal que garantice la continuidad de la legislatura, al menos a medio plazo.

En ese marco de pacto progresista y plurinacional de la investidura de Sánchez, con cierta garantía de estabilidad gubernamental y parlamentaria frente a la estrategia derechista, se ha producido el desencuentro sobre el decreto del subsidio de desempleo, entre Podemos y el Gobierno de coalición, que ha provocado su no aprobación parlamentaria, con el correspondiente conflicto político, en especial con Sumar que protagonizaba su contenido.

No se trata de un desajuste normativo más o un tema secundario. Y aunque es una medida parcial en esa trayectoria compartida frente a las derechas reaccionarias, está rodeada de una fuerte controversia en la que se dilucida un doble componente. Por un lado, su carácter de recorte social a un sector vulnerable y, por tanto, su papel como mal precedente para una dinámica de progreso, en defensa del interés de las capas populares y el bienestar general. Por otro lado, su impacto en los procesos de legitimación de los actores políticos, en particular entre el promotor, el Ministerio de Trabajo con Yolanda Díaz a la cabeza, que busca consolidar su hegemonía representativa en el espacio a la izquierda del PSOE, y la dirección de Podemos y su capacidad de iniciativa política una vez salido del grupo parlamentario conjunto y su apuesta por demostrar su representatividad en las elecciones europeas con un perfil diferenciado y, según ellos, no reconocida en su pertenencia a la coalición.

En definitiva, se trata de evaluar el hecho en sí mismo, el carácter (in)justo del recorte incorporado en el decreto -la reducción de la cotización de los mayores de 52 años, con minoración de su futura pensión-, la valoración comparativa entre esa medida negativa -o justificada- del decreto, y otras medidas positivas, reconocidas por todas las partes -excepto por las derechas-, y los motivos y efectos político-electorales de esa falta de acuerdo entre la dirigencia de Sumar (y PSOE) y la de Podemos.

La injusticia para personas desempleadas mayores de 52 años

El subsidio de desempleo no tiene carácter contributivo, se percibe al agotarse la prestación contributiva de paro y siempre cuando la persona reúna la condición de no tener más del 75% del SMI en otras rentas y ser despedida; pero se referencia con el 80% del IPREM (Indicador Público de Renta de Efectos Múltiples), aprobado en 2004, con un valor similar entonces al SMI, de 460 euros. Actualmente está congelado en 600 euros -casi solo la mitad que el SMI-, por lo que el subsidio asciende a 480 euros. Como se ve es una fórmula intermedia con las RAI (Renta Activa de Inserción), cuando debería referenciarse mejor con el SMI, ya que estamos hablando de un estatus con vinculación al mercado de trabajo, o sea a la población ‘activa’, parada con disponibilidad para el empleo.

Dicho de otro modo, inicialmente su importe era similar al 80% del SMI; pero, con aquel cambio normativo y el incremento sustancial del SMI en los últimos cinco años -el 46%- se produjo un gran distanciamiento de ambos, con una gran desventaja comparativa del subsidio. Hoy ese 80% del SMI son 907 euros, que debiera ser la referencia para el subsidio de paro en una reforma progresista ambiciosa, y que ya fue truncada hace veinte años.

En este caso, la propuesta del decreto y su carácter ambivalente estaba sometida a la presión neoliberal -la lógica del Ministerio de Economía- para individualizar la responsabilidad del paro y justificar sus menores derechos y, al mismo tiempo, considerar obsoletas a las personas mayores de 52 años para su recuperación para el empleo, sin políticas activas adecuadas y el mantenimiento de unos ingresos mínimos de carácter meramente asistencial, con reducción de sus pensiones futuras; o sea, deriva hacia un complemento como el de las rentas mínimas de inserción de las CC.AA., ahora también parcialmente absorbidas por la RAI o el IMV, con pérdida de sus referencias y derechos sociolaborales y de pensiones públicas como personas trabajadoras activas.

Las prestaciones de desempleo se pusieron en vigor con el gobierno republicano, se confirmaron en 1961 y se ampliaron en 1985. Como se sabe, en 2007, el primer Gobierno del socialista Rodríguez Zapatero, ante esa pérdida de derechos por la desvinculación con el SMI y su escasa remuneración, la no suficiencia de la cotización para acceder a las pensiones mínimas contributivas y la traslación generalizada a los complementos a mínimos -conseguidos por la gran huelga general del 14 de diciembre de 1988- decide ampliar la cotización con cargo al Estado del 100% al 125% del SMI (no del IPREM).

O sea, a pesar de la reducción y el asistencialismo del subsidio de desempleo para mayores de 52 años, se les reconoce el derecho a una pensión contributiva suficiente. Es una compensación solidaria de la Seguridad Social sobre la expectativa de una pensión básica -que debiera si no ser complementada a mínimos-, en este caso tras la vida prolongada de hasta quince años de un subsidio escaso, en torno a la mitad del umbral de la pobreza (en 2023: 10.888 euros anuales: 907 euros mensuales en 12 pagas); o sea, prácticamente, en pobreza severa.

Pues bien, el Gobierno del conservador Mariano Rajoy, en su gran recorte sociolaboral de 2012, redujo esa cotización pública para la pensión hasta el 100% y retrocedió la edad de acceso a los 55 años. Pero fruto del acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos, en 2019, se revirtieron esas dos medidas, o sea, se confirmaron la cotización por el 125% del SMI y los 52 años para su acceso, que es donde nos encontramos… hasta el intento de esta nueva reducción.

Veamos en qué consiste la modificación para los nuevos perceptores, a partir del uno de junio de 2024, con una merma gradual de cinco años, a un 5% anual, hasta su pleno vigor en 2028. Es decir, los actuales perceptores, un total de 700.000 no se verían beneficiados ni perjudicados. El decreto tenía impacto a partir de junio de 2024; su anulación no revierte ninguna mejora significativa de prestaciones.

Medidas positivas y negativas en el decreto

En el decreto de modificación del subsidio de desempleo se combinan tres tipos de medidas, más significativas.

Las primeras, positivas. Para menores de 52 años, con derecho a percepción -hoy unos 264.000 -38% del total-, se incrementaría el importe de 480 euros hasta los 570 euros (95% del IPREM) durante los primeros seis meses y a 540 (90%) los seis meses siguientes, manteniéndose en los 480 euros (80%) durante el resto del periodo hasta un total de 21 meses. Es un incremento limitado pero real.

El segundo tipo de medidas también es positivo, la ampliación de la cobertura a varios colectivos, los más significativos: desempleados temporales agrarios de fuera de Andalucía y Extremadura -de esas zonas ya están incorporados-, trabajadores transfronterizos -particularmente de Ceuta y Melilla-, menores de 45 años o sin responsabilidades familiares. Las previsiones ministeriales, en este caso, es que se podrían acoger hasta 400.000 personas, algunas de ellas con reconversión desde el IMV (Ingreso Mínimo Vital) o las RAI (Renta Activa de Inserción).

Además, en este bloque podemos añadir otra reforma significativa, valorada como positiva. La prioridad aplicativa de los convenios colectivos autonómicos, normalmente con mejores condiciones laborales respecto de los convenios estatales. Negociada por la parte socialista del Gobierno a instancias del PNV, reconoce una capacidad contractual provechosa para los sindicatos nacionalistas -vascos y gallegos- con representatividad en sus comunidades autónomas, y que se ve con recelo por los dos grandes sindicatos confederales que mantenían la prevalencia negociadora estatal. Es un motivo específico relevante para el apoyo al decreto por los grupos nacionalistas, cuando su ausencia constituyó una razón para la oposición de algunos de ellos a la reforma laboral de 2021.

No obstante, el tercer tipo de ajustes para personas mayores de 52 años con derecho al subsidio de paro, previsto también para junio de 2024 para los nuevos perceptores, es negativo. Veámoslo. Hoy, el 62% del total, unas 436.000 personas, está en esa situación y se mantendría con la misma percepción de 480 euros para todo el periodo, en este caso indefinido hasta la jubilación ordinaria que, en la plena aplicación de la actual normativa, en 2027, sería a los 67 años; o sea, esa baja percepción duraría hasta quince años. Actualmente, tienen el derecho a la cotización a la Seguridad Social por parte del Estado, para el cómputo de su pensión, del 125% de SMI (no del IPREM); con el incremento de 2024 el 100% se sitúa en 1.134 euros mensuales en catorce pagas, llegando su 125% a 1.417 euros, que (a valor constante) constituiría la base reguladora de sus próximos y últimos quince años de vida laboral.

Así, cotizando por el 100% del SMI los últimos quince años del subsidio de paro, tal como proponía el decreto, la diferencia de la menor cotización es de 3.962 euros anuales que, contando con el conjunto de una vida laboral completa, se traduciría en una reducción de 132 euros en cada paga (1.848 euros anuales, hasta un 10% menos).

En el año 2023 la pensión media de jubilación es de 1.378 euros, más la revalorización aprobada del 3,8% para 2024 se situaría en 1.430 euros. Una persona desempleada con sus últimos quince años de subsidio de paro, con unos ingresos inferiores del 50% del SMI, y el resto de vida laboral con cotización por el SMI, apenas saldría beneficiada, en el mejor de los casos, en torno a ese 10% de su pensión. ¿Es un agravio comparativo que desincentiva el empleo el estar quince años en pobreza severa y luego tener una pensión bastante inferior a la media con una carrera laboral completa?

Es difícil que una persona, aun con un salario mínimo de 1.134 euros renuncie a su empleo, durante quince años seguidos, por un ingreso de 480 euros, menos de la mitad, aunque sea por una expectativa de tener una pensión algo superior. Y ello sin contar que muchas han padecido otras situaciones de precariedad, como la penalización del importe de la pensión por menores años de cotización -hasta un 35% menos por solo veinte años cotizados- y por un empleo a tiempo parcial -ambas de mayoría de mujeres-, cuya base reguladora podrían quedar por debajo de una pensión mínima y tendrían que acogerse a complementos a mínimos para acceder a una pensión básica.

Dicho de otro modo, la disminución de ese 25% de la cotización adicional adelantada tendría que compensarse en muchos casos con esos complementos a mínimos con ocasión de la jubilación; la diferencia es que, de momento, el Estado aplaza ese pago, y ese mayor complemento futuro se convierte en la auténtica barrera para evitar la pobreza de las personas pensionistas.

Por último, recordemos que el auténtico agravio comparativo es para ese segmento, el más desfavorecido, por la utilización y congelación del IPREM como referencia para el subsidio de desempleo, cuando lo lógico sería mantener su vínculo con el SMI, como hace veinte años.

La permanencia de ese colectivo durante esos quince años en la pobreza severa, casi solo en la mitad del umbral de la pobreza, situado en 10.888 euros anuales, 907 euros mensuales en 12 pagas, hasta ahora se paliaba parcialmente con una expectativa de recibir una pensión de jubilación menos escasa, en el caso de tener todas las condiciones de duración de la cotización, durante el resto de su vida, en torno a una media de 21 años de esperanza de vida a los 67 años -20 años para los hombres y 22 para las mujeres-. Es esa compensación la que se pretendía retirar, dejando en mayor desamparo público a ese colectivo vulnerable.

En realidad, sí existe un privilegio en la contribución y recepción de las pensiones públicas, pero tiene que ver más con las élites profesionales y directivas, por dos condiciones de las que no se habla. Por un lado, su superior esperanza de vida -más de 25 años-, con una diferencia de diez años respecto de las personas precarias -15 años-, precisamente quienes suelen permanecer más en el subsidio de desempleo. Por otro lado, por la ausencia de destope de la cotización máxima que les permite no cotizar a la caja común por todos sus ingresos.

El coste de las mejoras de unos se financia con la reducción para otros

Como adelantaba, la modificación regresiva introducida en el decreto es la reducción de un 5% anual en la cotización a la Seguridad Social para la pensión hasta su fijación en el 100% para el año 2028, o sea, 1.134 euros (a valor constante) al considerar el Gobierno que ese importe derivado de sus derechos actuales es excesivo, al haberse revalorizado significativamente (el 47%) estos últimos cinco años el SMI, y suponer una sobre cotización injustificada, que los privilegiaba frente a las personas empleadas con el SMI.

En resumen, aparte de la posición negacionista del recorte, gradualmente relativizada ante la evidencia de esas reducciones de las cotizaciones para la pensión pública, existen varias justificaciones oficiales para esa rebaja, entre ellas la llamada sobre cotización estatal injustificada o inmerecida y el agravio comparativo con las personas ocupadas con SMI que cotizan solo por su importe, lo que podría suponer un desincentivo para la búsqueda y permanencia en el empleo o un apoltronamiento en el desempleo. Pero veamos el impacto económico que se refleja en la propia Memoria Económica que acompaña a la propuesta de decreto.

En el año 2028, cuando estuviese la normativa aplicada totalmente, la valoración presupuestaria básica que se realiza es que sus efectos fiscales serían neutros, es decir, la mayor inversión presupuestaria en las mejoras se compensaría con el ahorro público derivado de las medidas restrictivas. El recorte de las cotizaciones para la pensión de los mayores de 52 años, perceptores del subsidio, supondría 468 millones de euros anuales de reducción del gasto social al no ingresar en la caja común esa diferencia del 25%. Y según cálculos propios, el incremento de gasto social derivado del aumento limitado de 90 euros en el primer semestre y 60 euros el segundo semestre para los nuevos perceptores menores de 52 años -teniendo como referencia los datos actuales- llegaría hasta 237 millones; tenemos esa diferencia de 231 millones para el resto de medidas positivas de ampliación de beneficiarios.

Ello contrasta con el cálculo del total de los 400.000 perceptores adicionales que oficialmente se dice que podrían beneficiarse y cuyo costo podría llegar hasta los 2.500 millones de euros anuales -según investigadores de FEDEA-. Sin embargo, ante la prevención oficial por la contención del gasto social, las fuentes gubernamentales insisten en que el saldo fiscal neto -incrementos menos reducción- sería cero, tal como está cuantificado en la Memoria Económica de la nueva normativa; ello supone que esa hipotética ampliación perceptora se quedaría sin financiación, o bien su promesa de esa cantidad de nuevos perceptores está inflada y su impacto está embellecido.

Por tanto, el grueso de las medidas positivas del subsidio a menores de 52 años y la ampliación de su cobertura a otros colectivos, se financiarían con el recorte impuesto a los mayores de 52 años. Se produce un desplazamiento del gasto público de un colectivo social vulnerable -con la expectativa de su vuelta al empleo y con una duración determinada- a otro también (más) vulnerable -acentuando su carácter asistencial, indefinido y fuera del mercado laboral-. Se opone al criterio global de progresividad fiscal, de ampliar los recursos de los sectores pudientes hacia los más desfavorecidos, junto con promover un mercado de trabajo más digno, en el que todavía hay 2,7 millones de personas desempleadas, de ellos un millón de larga duración, con protección social insuficiente e inadecuadas políticas activas.

En consecuencia, el intercambio de ventajas y desventajas entre colectivos vulnerables es segregador, el Estado cargaría sobre ellos la responsabilidad de la situación de paro y la insuficiencia protectora, cuando una reforma progresista para la gente parada exigiría un plan ambicioso de recursos públicos y cohesión social.

Los efectos culturales de ese intercambio desigual es la estigmatización -por los supuestos privilegios- de un colectivo en pobreza severa, con duración hasta quince años, al que se le retira la compensación de una expectativa de una pensión mínimamente digna. Se olvida que el objeto de la Seguridad Social, como institución protectora y solidaria, es la protección pública suficiente, incluido los complementos a mínimos -auténtica barrera contra la pobreza- y más allá de la estricta contributividad para garantizar una vida digna, especialmente para las personas desempleadas de larga duración.

Esta idea tradicional del Estado social es contraria a la lógica neoliberal y reaccionaria de promover la competencia entre distintos grupos populares por recursos públicos escasos. Por tanto, más allá de la reducción cuantitativa de las prestaciones, la consecuencia política e ideológica negativa es la implementación de una segregación adicional con la pugna competitiva entre los distintos escalones de personas desfavorecidas. Es el caldo de cultivo para la insolidaridad popular y la manipulación de la demagogia ultraderechista.

Es usual en muchas negociaciones, incluido en los convenios colectivos, intercambiar ventajas y desventajas que afectan a las mismas personas; así se evalúa la comparación de lo positivo y lo negativo y se hace un balance global para inducir su aceptación o rechazo del conjunto. También se produce la aceptación de acuerdos con avances limitados dependientes de una interpretación posibilista de la correlación contractual de fuerzas, si no hay fuertes expectativas de mejoras. Pero no es el caso. Aquí, el decreto afectaba de forma desigual, con algunos retrocesos y en competencia entre distintos colectivos, y conllevaba un carácter insolidario. Ese recorte es social y divisivo, y además tiene implicaciones políticas y también éticas e ideológicas.

El fiasco parlamentario, la ruptura en la izquierda y la necesidad de recomposición

En la negociación preliminar en el seno del Gobierno entre el ministerio de Economía -Calviño/PSOE- y el ministerio de Trabajo -Díaz/Sumar- para elaborar el decreto sobre el subsidio de desempleo hay un choque entre dos orientaciones con un supuesto empate problemático. Por un lado, en los primeros, existe la presión neoliberal por reducir el gasto social, especialmente de las pensiones públicas, desincentivar la suficiencia del subsidio de desempleo y consolidar la cultura de subsidiaridad de la protección social. Por otro lado, en los segundos, con la demanda popular de fondo, trataban de mejorar esa protección pública y aspirar a una mayor legitimidad cívica por su actuación gubernamental en esta materia.

El resultado normativo fue este empate insatisfactorio, un acuerdo contradictorio entre la mejora de unos colectivos vulnerables a cambio del empeoramiento de otros. Pero, desde el punto de vista político, el fiasco de su fracaso parlamentario denota, como afirman fuentes gubernamentales socialistas, la incapacidad negociadora de la vicepresidenta Yolanda Díaz con la dirección de Podemos para llegar a un acuerdo razonable, como han conseguido ellos mismos respecto de los otros dos decretos anticrisis consensuados.

Queda pendiente para la próxima etapa la negociación de otro equilibrio, mediando el diálogo social que promueve el Ministerio de Trabajo. Aunque el propio Partido Socialista, tras haberle endosado el marrón de liderar esa posición ambivalente, y visto el fiasco precedente, avanza su pretensión intermediadora, en particular con Podemos para superar el desacuerdo con la modificación del decreto. El reto es consensuar una salida de fondo progresista con la reafirmación de lo positivo y la eliminación de lo negativo.

En su conjunto, el fracaso parlamentario del Gobierno ha ido acompañado de una polarización del relato sobre su sentido, sus causas y las responsabilidades de cada actor para defender sus respectivos intereses de legitimación político-electoral. La mayoría de medios ha querido trasladar la responsabilidad del conflicto exclusivamente a intereses espurios o venganzas personales de la dirección de Podemos. Se desconsidera el contexto de la persistente estrategia para su aislamiento político y su objetivo para afianzar su espacio político-electoral, considerados ilegítimos; pero, sobre todo, se esconde la razón objetiva en que se asienta esa discriminación concreta hacia los nuevos perceptores del subsidio para mayores de 52 años y su profundo significado.

No obstante, según insinúan fuentes socialistas, la realidad expresa los límites de la estrategia negociadora y de capacidad articuladora de la dirigencia de Sumar, con su empecinamiento en la exclusiva bondad del decreto y su irreformabilidad sustantiva, así como su desconsideración hacia la representatividad e interlocución con Podemos, al que consideraban incapaz de ofrecer resistencia parlamentaria o, en su caso, acentuar su debilitamiento.

El choque ha sido durísimo. El balance para las izquierdas es desastroso: perjudica la credibilidad gubernamental para implementar su política sociolaboral, dejando ver que existen claroscuros en sus políticas y sus alianzas. La lección es la necesidad de un mayor proceso dialogador e integrador de todos los grupos parlamentarios del bloque democrático-plurinacional, en particular el de Podemos -aparte del de Junts con la amnistía-, cuestión que parecía admitida por la dirección socialista tras su salida del grupo parlamentario de Sumar, marcando una diferencia respecto de la estrategia antipluralista por su marginación.

Así, indirectamente, sale favorecido el Partido Socialista con un talante público más pragmático y menos sectario, consciente de la prioridad de garantizar un acuerdo con todas las fuerzas de la investidura para avanzar en derechos sociales y neutralizar las duras ofensivas de las derechas. Y, por otro lado, se ha incrementado el distanciamiento entre ambas fuerzas a su izquierda, restándoles influencia transformadora.

En definitiva, frente al supuesto objetivo de la mejora global del subsidio de desempleo, los datos oficiales -mirados desde el punto de vista fiscal como prevención del incremento del gasto público- demuestran que no se incrementa la inversión pública para las personas desempleadas. Lo que se produce es un desplazamiento; se reduce a un colectivo desfavorecido y se incrementa a otro. Pero el balance político e ideológico no es neutro.

Desde el punto de vista progresista, de la solidaridad, la cohesión social y la defensa de una vida digna, especialmente, para las personas desempleadas, implementar esa merma de esas pensiones futuras y esa división social no es un avance sino un retroceso político, social y cultural. La no aprobación del decreto, sin que su tramitación como proposición de ley tuviese la garantía de retirar ese recorte, no anula la posibilidad de adoptar las medidas positivas que se iban a aplicar a partir de junio de 2024. Al contrario, ofrece la oportunidad mediante un acuerdo social y político global, incluido Podemos, de una mejora sustantiva de la protección a las personas desempleadas y pensionistas, con una reorientación discursiva en beneficio del interés compartido y una legitimación de los actores sindicales y políticos, cuya pugna competitiva se ha puesto de manifiesto.

Las izquierdas demostrarían que son capaces de dialogar y adoptar medidas beneficiosas para un colectivo especialmente vulnerable y, en general, para las capas populares, ensanchando el campo de una izquierda alternativa y útil para la sociedad en un reequilibrio menos desfavorable frente a la creciente hegemonía socialista y del bipartidismo. Y, sobre todo, constituiría una palanca fundamental para consolidar el bloque democrático y plurinacional y asegurar una orientación democratizadora y de progreso social. Todo ello está condicionado por los distintos intereses corporativos de cada espacio político por ganar representatividad, particularmente en las elecciones europeas, eslabón de realismo político para encarar la recomposición relacional de la izquierda transformadora y el pulso legitimador progresista frente a las derechas. El objetivo compartido debiera ser, frente a la amenaza de involución derechista, garantizar la continuidad de la estabilidad gubernamental con el avance de derechos y el proceso reformador de progreso.

Antonio Antón es sociólogo y politólogo

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