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EEUU: el perverso arte de saber cómo subordinar a la Unión Europea

 

EEUU: el perverso arte de saber cómo subordinar a la Unión Europea

 

 

DIARIO OCTUBRE febrero 13, 2025

 

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Artículo incluido en el nº 3 de la revista Dualéctica de próxima aparición e impulsada por militantes de Red Roja.

 


Frecuentemente se suele decir que Alemania y la UE se están “pegando un tiro en el pie” de modo suicida con su actitud en Ucrania. Detrás de esta afirmación hay mucho de no entender lo que está sucediendo realmente. Previamente, para empezar, es necesario explicar la -como diría Brecht- “resistible ascensión” de Trump. Y es que, efectivamente, solo un payaso, solo una caricatura podía ascender y acumular tal poder en el presente contexto, pues la potencia de EE. UU. es ya en gran medida caricaturesca para la Historia y no responde a una realidad material. Trump es un hombre de mentira que se corresponde con una potencia hegemónica que también lo es.

EE. UU. no se sostiene, pues es tal el endeudamiento y la pérdida de base material de sus “fundamentos” (como les gusta decir a los economistas), que la vieja potencia está perdiendo preponderancia en África, Latinoamérica, Irán… y se está viendo superada por China. En este contexto, para ganarse a una clase obrera, en buena parte, blanca y “aristocrática”, que ve degradarse sus condiciones, necesitaba difundir el bulo de que expulsaría a los inmigrantes. ¿Quién puede creerse esto, cuando el sistema no necesita expulsarlos, sino mantenerlos en la marginalidad y sin derechos? Con todo, para cumplir con sus votantes, Trump ha ejecutado una parte mínima de su promesa (aun así, no expulsa muchos más inmigrantes que Biden u Obama). Por supuesto, de llevarse a la práctica, los resultados de esa política serían contraproducentes: los campos se quedarían sin trabajar. ¿Cuánto tiempo duraría Trump en la presidencia si realmente expulsara a los inmigrantes?

Algo más palpable será su política de amenazas con aranceles: la última salida de un país que ya no se sostiene más a través de su deuda y que, paradójicamente, tiene que atacar a su propia población atacando, aparentemente, al extranjero. ¿Y cómo? Haciendo que los productos importados sean caros y el pueblo no los pueda comprar y, si los compra, que financie a una Administración estatal que hace aguas. Efectivamente, ¿y si por la vía de los aranceles se buscara también en realidad una enorme imposición fiscal? ¿Y si los EE. UU. estuvieran tan afectados por la pérdida de preponderancia de su parasitismo neocolonial que necesitaran ahora un parasitismo por vía arancelaria? Aun así, se trata de un plan que está lejos de salirles bien.

Por otro lado, estaría la UE, protestando porque los EE. UU. imponen aranceles incluso a sus teóricos “aliados”, situación que Bruselas no acepta, maquillando su pugna comercial incluso bajo la excusa de “combatir a la extrema derecha” de Trump. Una parte del movimiento comunista nunca supo ver las contradicciones entre la UE y los EE. UU. Por eso, ahora no entienden lo que sucede en Ucrania y se quedan en lo de que Alemania “se está pegando un tiro en el pie”. En realidad, Alemania y la UE llegan (una vez más) tarde. Si Estados Unidos es una potencia en decadencia, el imperialismo de la UE ha entrado en decadencia antes de nacer, pues se ha encontrado con China y Rusia (sus enemigos reales) ya demasiado fuertes. Como hemos advertido desde hace casi dos décadas, EE. UU. es una potencia que ya no se sostiene por carecer de base material; un anciano que no acaba de morir. Pero la UE nunca ha dejado de ser un feto que podía ser abortado. Y eso es precisamente lo que pretende EE. UU. de modo perverso: evitar que el niño imperialista de la UE (su posible rival dentro del mismo “Occidente colectivo”) llegue siquiera a nacer y pueda caminar sin su viejo protector de la Guerra Fría.

Digan lo que digan quienes van de socialdemócratas, bajo ningún concepto las tendencias imperialistas europeas son menores que las yanquis. Todos son explotadores de los pueblos, parasitarios y enemigos del socialismo. Pero (y ahí reside la clave de la perversidad estadounidense) la estrategia para destruir a China no es la misma para ambos polos imperialistas. Si, como hemos dicho, uno es una potencia hegemónica intentando no ser un cadáver y, el otro, un niño que todavía está por nacer, la línea de la UE era socavar a China y a Rusia imponiendo su tecnología, promoviendo “revoluciones de colores” como el Maidan o crisis como la de Yugoslavia… pero inicialmente no por la vía militar, para la cual los europeos no están aún preparados.

Ya en 2006 un artículo incluía la clave: si EE. UU. “no tienen base económica (ni ya suficiente liderazgo político ni diplomático) para prolongar aún más su hegemonía, sí que mantienen todavía suficiente distancia en el terreno militar”. Dicho artículo precisaba también que lo más perverso de esta situación histórica es que, de ese modo, pueden provocar que “el campo occidental los siga necesitando para apagar los incendios que ellos mismos, los EEUU, no dudan en atizar”[1]. En otro artículo, también de 2006, se afirmaba textualmente que Estados Unidos buscaba ahora provocar una “inestabilidad global del mundo en el sentido de crear fuegos cuyas brasas alcancen, como mínimo, a todo el Occidente, de forma que todo él requiera con premura un equipo de bomberos bien pertrechados –o sea, los mismos pirómanos estadounidenses– para apagar esos incendios”[2].

Los europeos no querían amistad con Rusia, querían relaciones comerciales y gas para desarrollar su propia economía de manera independiente a la norteamericana, creando su propio patio trasero en las ex repúblicas soviéticas. Pero su plan falló. La subordinación de la UE a los EE. UU. responde a la trampa de Biden: poner a Europa a la fuerza en contra de Rusia, y no a la manera europea (comercial), sino adelantando un enfrentamiento militar que Europa no quería todavía. Lo que pasa es que Europa quiere menos todavía una victoria de Rusia (o una victoria comercial de China), que sería la antesala de la derrota del capitalismo occidental en el mundo.

Si la UE se ha subordinado a los norteamericanos en la guerra de Ucrania y, además, ha aguantado que EE. UU. boicotee sus relaciones con Rusia e incluso el propio intercambio comercial (véase la voladura del Nord Stream 2), es sencillamente porque Estados Unidos se ha aprovechado de algo que comparte con la UE: los enemigos principales son Rusia y China. Esto es lo que explica la caída de Alemania: la celada norteamericana no le dejó más remedio que enfrentarse a Putin, pese a la necesidad objetiva de relaciones comerciales inmediatas con Rusia.

EE. UU. ha logrado, pues, romper el timing y la agenda de la UE; y es que, como hemos visto, a la UE y a Alemania no les interesaba un conflicto militar con Rusia. Pero hay algo que les interesaba aún menos: que el conflicto militar, una vez iniciado, lo ganaran Rusia y China. Esto explica que Alemania no se está “suicidando” generosamente a favor de los EEUU ni “pegando un tiro en el pie”. Simplemente, EE. UU. ha forzado la guerra y no le ha dejado a la UE más remedio que seguirle el juego. Un juego al que Europa ha llegado tarde y en el que, para colmo, está volviendo a perder.

[1El día D y su gerundio, pág. 25. Disponible AQUÍ 

[2Ibid, pág. 136

Fuente: redroja.net

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La radicalización hacia la ultraderecha: Un análisis de las causas detrás del fenómeno global

 


La radicalización hacia la ultraderecha: Un análisis de las causas detrás del fenómeno global


Publicado el 11 de febrero de 2025 / Por Debates /KAOSENLARED

 

En los últimos años, el mundo ha sido testigo de un preocupante aumento en la popularidad de movimientos y partidos políticos de ultraderecha. Desde Europa hasta América, pasando por Asia y Oceanía, la radicalización hacia ideologías extremistas ha ganado terreno en el discurso público, las urnas y las calles. Este fenómeno no es casual, sino el resultado de una combinación de factores económicos, sociales, culturales y políticos que han creado un caldo de cultivo propicio para el auge de estas tendencias. En este artículo, exploramos las razones detrás de esta radicalización y sus implicaciones para el futuro de la humanidad.

1. Crisis económicas y desigualdad creciente

Una de las principales causas del giro hacia la ultraderecha es la percepción de abandono y desesperanza económica entre amplios sectores de la población. La globalización, aunque ha generado riqueza, también ha exacerbado las desigualdades. Muchas comunidades, especialmente en zonas rurales o industriales, han visto cómo sus empleos desaparecen debido a la deslocalización de empresas y la automatización. Esto ha creado un sentimiento de frustración y resentimiento hacia las élites políticas y económicas, a quienes se acusa de priorizar los intereses de las grandes corporaciones y los inmigrantes sobre los de los ciudadanos locales.

La ultraderecha ha sabido capitalizar este malestar, prometiendo proteger los empleos nacionales, recuperar la soberanía económica y «devolver el país a sus ciudadanos». Sin embargo, sus soluciones suelen ser simplistas y basadas en el proteccionismo y el nacionalismo económico, lo que puede agravar los problemas a largo plazo.

2. Miedo a la globalización y pérdida de identidad cultural

La globalización no solo ha tenido impactos económicos, sino también culturales. Para muchas personas, la creciente interconexión del mundo ha significado una pérdida de identidad cultural y tradiciones locales. La inmigración, en particular, se ha convertido en un tema central en el discurso de la ultraderecha, que la presenta como una amenaza para la cohesión social y la identidad nacional.

Este miedo a lo «diferente» se ha visto exacerbado por los flujos migratorios masivos provocados por conflictos bélicos, crisis climáticas y desigualdades económicas. Los partidos de ultraderecha han explotado estos temores, promoviendo narrativas xenófobas y antiinmigrantes que culpan a los recién llegados de problemas como el desempleo, la delincuencia y la falta de recursos públicos.

3. Descontento con el sistema político tradicional

La desconfianza hacia las instituciones políticas tradicionales es otro factor clave en el auge de la ultraderecha. Muchos ciudadanos sienten que los partidos tradicionales, tanto de izquierda como de derecha, han fallado en abordar sus preocupaciones y han priorizado los intereses de las élites. Esta desconexión entre la clase política y la ciudadanía ha creado un vacío que los movimientos populistas de ultraderecha han sabido llenar.

Estos movimientos se presentan como una alternativa antiestablishment, prometiendo «limpiar» la política y devolver el poder al pueblo. Sin embargo, su retórica suele ser autoritaria y contraria a los principios democráticos, lo que representa un peligro para las instituciones y los derechos fundamentales.

4. El papel de las redes sociales y la desinformación

Las redes sociales han jugado un papel crucial en la radicalización de la sociedad. Plataformas como Facebook, Twitter y YouTube han permitido la difusión masiva de noticias falsas, teorías conspirativas y discursos de odio. Los algoritmos de estas plataformas tienden a favorecer contenidos polarizantes, ya que generan más interacción y engagement.

La ultraderecha ha aprovechado esta dinámica para difundir su mensaje y reclutar seguidores. Además, las redes sociales han permitido la creación de cámaras de eco, donde los usuarios solo están expuestos a ideas afines a las suyas, lo que refuerza sus creencias y dificulta el diálogo constructivo.

5. Crisis de valores y búsqueda de seguridad

En un mundo cada vez más complejo e incierto, muchas personas buscan respuestas simples y líderes fuertes que les brinden seguridad y certidumbre. La ultraderecha ofrece una visión maniquea del mundo, dividido entre «nosotros» y «ellos», y promete restaurar el orden y la estabilidad. Este mensaje resuena especialmente entre quienes se sienten amenazados por los cambios sociales, como el avance de los derechos LGBTQ+, el feminismo o la diversidad cultural.

Conclusión: Un desafío para la democracia

La radicalización hacia la ultraderecha es un fenómeno multifacético que responde a profundas tensiones económicas, sociales y culturales. Sin embargo, sus soluciones simplistas y excluyentes no solo no resuelven estos problemas, sino que pueden agravarlos y poner en peligro la convivencia democrática.

Para contrarrestar este fenómeno, es esencial abordar las causas subyacentes, como la desigualdad económica, la exclusión social y la desconfianza en las instituciones. Además, es crucial promover un discurso público basado en hechos, fomentar la educación crítica y fortalecer los valores democráticos. Solo así podremos evitar que la radicalización siga ganando terreno y construir un futuro más inclusivo y justo para todos.

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