martes, 2 de noviembre de 2021

Cumbre climática a prueba de fuego. [Que no hay que cambiar el clima. Hay que cambiar el sistema que es el que ha creado la situación en la que hoy se encuentra el clima para que este pueda comenzar su proceso de cambio efectivo. El sistema no es el el ser humano en abstracto ni el machismo ni el patriarcado ni puturrú de fuá ni Pedro ni Juan en concreto, sino el modo de producción capitalista (que este si tiene nombres bien concretos y paraísos fiscales perfectamente localizados) que es el que impone a todos sin excepción (a mí también) el orden de valores y comportamiento sociales existentes. El sistema tampoco lo va a cambiar el líder super líder y chichi líder que se presente. El sistema se cambia con el desmiede (pérdida de miedo) de los trabajadores, que somos ni más ni menos que la inmensa mayoría de la población, y claro está, eso no se puede producir porque yo y Perico el de los Palotes (ambos dos la mar de listos) nos juntemos y lo digamos muy bien dicho, sino mediante la lectura que tiene que realizar cada trabajador y la preocupación de cada trabajador por lo social inmediato que le da en las narices todos los días y mediante la discusión entre sí de los diferentes trabajadores sobre los problemas más concretos que le rodean, porque en caso contrario las cosas si cambiarán, sí, no hay duda, pero a peor, colegui]

 

Arranca la COP26 de Glasgow

Cumbre climática a prueba de fuego

 

Por Sergio Ferrari 

Rebelion

02/11/2021 

 

Fuentes: Rebelión

Clima vs sistema

Aunque el planeta agoniza, los remedios son insuficientes. La comunidad internacional intenta de nuevo, esta vez en Glasgow, Escocia, lanzar una terapia. Lamentablemente, casi inofensiva en relación al diagnóstico.

Gran parte del mundo científico y el movimiento ambientalista consideran este esfuerzo como la última oportunidad para frenar el ya irreversible aumento de la temperatura terrestre. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), organizada en esta ocasión por el Reino Unido en colaboración con Italia, empieza este domingo 31 de octubre y se extiende hasta el 12 de noviembre.

El ABC de Glasgow

La Conferencia de las Partes –de ahí la sigla COP– de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático es una cita anual en la cual representantes gubernamentales de alto nivel discuten y negocian eventuales propuestas para reducir el calentamiento global.

Esta 26ª sesión reunirá, según los organizadores, a delegados de casi todos los países que integran el sistema de Naciones Unidas; entre ellos, un centenar de jefes de Estado y de Gobierno. También expertas-os en el tema ambiental, dirigentes empresariales, representantes de Organismos No Gubernamentales (ONG) y de la sociedad civil en general (https://unfccc.int/es/process-and-meetings/conferences/conferencia-sobre-el-cambio-climatico-en-glasgow).

Todo anticipa que será un vértice particularmente trascendente ya que, a pesar de los seis años transcurridos desde la adopción del Acuerdo de París en la COP21, los esfuerzos implementados hasta ahora para limitar el calentamiento global a 1,5 grados Celsius han resultado insuficientes. (https://unfccc.int/files/essential_background/convention/application/pdf/spanish_paris_agreement.pdf).


Para el mundo científico, esta cifra –1,5 grados Celsius– constituye el umbral límite o punto de ruptura, superado el cual el cambio climático podría tener impactos dramáticamente irreversibles tanto para el ser humano como para la naturaleza. Los recientes incendios, olas de calor, inundaciones y otras catástrofes naturales cada vez más intensas exigen una acción climática urgente y mancomunada.

El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, del 9 de agosto del año en curso, es contundente. Afirma que “Muchos de los cambios observados en el clima no tienen precedentes en miles, sino en cientos de miles de años, y algunos de los cambios que ya se están produciendo, como el aumento continuo del nivel del mar, no se podrán revertir hasta dentro de varios siglos o milenios” (https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg1/ ).

En dicho informe se ofrecen nuevas estimaciones sobre las probabilidades de sobrepasar el nivel de calentamiento global de 1,5 ºC en las próximas décadas, y se concluye que, a menos que las emisiones de gases de efecto invernadero se reduzcan de manera inmediata, rápida y a gran escala, “limitar el calentamiento a cerca de 1,5 ºC o incluso a 2 ºC será un objetivo inalcanzable”.

Otro tema clave de la agenda de la COP26 de Glasgow será la financiación climática, es decir, la ayuda que los países industrializados han prometido proporcionar a aquellos más afectados por el calentamiento global, casi siempre las naciones en vías de desarrollo. Todavía se está muy lejos de los 100.000 millones de dólares anuales anunciados en 2009 en la Conferencia sobre el Cambio Climático de Copenhague, Dinamarca, para el financiamiento de proyectos de reducción de emisiones y de adaptación climática en las regiones de menos recursos.

El Acuerdo de París como espejo

¿Es posible que una eventual “terapia” surgida de la Conferencia de Glasgow ayude a recuperar el tiempo que se ha desaprovechado en la lucha contra el calentamiento planetario? ¿O será un mero espejo que se mire en París 21 pero sin superarlo, con propuestas consensuadas y promesas que no responden a la agonía?

El objetivo principal del Acuerdo de París del 12 diciembre de 2015 establece que el aumento de la temperatura terrestre, en este siglo, no supere los 2 grados centígrados – siempre en relación con los niveles preindustriales. E incluso propuso que se redoblaran los esfuerzos mundiales para intentar que dicho incremento sea como máximo de 1,5 grados centígrados.

Esta meta incluye la necesidad de un salto significativo de cada país para hacer frente a los efectos del cambio climático, limitar sensiblemente las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y lograr el financiamiento necesario para hacerlo posible. Por otra parte, establece informar periódicamente sobre sus respectivos niveles de emisión y sus esfuerzos por poner lo acordado en práctica, además de realizar cada cinco años y en forma conjunta un inventario mundial para evaluar el progreso colectivo en el cumplimiento de dichos compromisos.

Con todo esto en mente, lo acordado en París fue como un mandato para que los países desarrollados siguieran asumiendo una responsabilidad principal mediante objetivos de reducción absolutos para toda la economía, mientras que los países en desarrollo continuaran intensificando sus esfuerzos de mitigación.

Dicho Acuerdo quedó abierto a la firma el 22 de abril de 2016 –Día de la Tierra– en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York. Meses más tarde, el 4 de noviembre de 2016, entró en vigencia, treinta días después de que se cumpliera con el “doble criterio”, es decir, su ratificación por 55 países que representan al menos el 55% de las emisiones mundiales. Desde entonces ha sido suscripto por 192 países.

A juzgar por los resultados alcanzados, ni el Acuerdo de París ni los esfuerzos posteriores han dado los resultados proyectados. Los análisis retrospectivos sugieren que, aun si se hubieran cumplido las promesas asumidas en París en 2015-2016, solo se habría limitado el aumento de la temperatura a menos de 4° C, muy lejos del tan proclamado aumento máximo de 1.5 grados. Es decir, los compromisos asumidos por los Estados en ese momento eran ya insuficientes para lograr las metas planteadas.

Según Alok Sharma, presidente entrante de la COP26, “Ha habido progreso, pero no lo suficiente. Es por eso que necesitamos, especialmente, que los mayores emisores, las naciones del G20, presenten compromisos más fuertes para 2030 si queremos mantener el objetivo del 1,5° C durante esta crítica década».

Promesas (casi) imposibles

Los compromisos climáticos más recientes de varios países de aquí al año 2030 “no son suficientemente ambiciosos y ponen al mundo en camino a un aumento de temperatura este siglo de por lo menos 2,7° C”, señala el último Informe sobre la Brecha de Emisiones del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), publicado el 26 de octubre.

Los anuncios a nivel nacional hechos hasta ahora permitiría una escasísima reducción: tan solo un 7,5% de las emisiones previstas para 2030 (https://www.unep.org/es/resources/emissions-gap-report-2021). “Para mantenernos en la ruta hacia el objetivo del 2° C deben asegurarse reducciones de emisiones del 30%”. Si se pretende alcanzar el objetivo de 1,5%, se necesitarían reducciones en el orden de un 55%. Nuevamente, de cara a la COP26, las promesas de las Partes no corresponden con los objetivos acordados. Se repite así la larga historia de respuestas tibias para salvar un planeta en llamas.

Al presentar el informe de PNUMA, algo así como un marco de referencia conceptual para la Cumbre de Glasgow, Inger Aderson, la directora de dicha organización recordó que «el cambio climático ya no es un problema del futuro. Es un problema ahora». PNUMA insiste en que sólo disponemos de ocho años de oportunidad para limitar el calentamiento global a 1,5° C mediante la reducción a casi la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero. Menos de una década para hacer planes, implementar políticas y, finalmente, presentar resultados tangibles. “El reloj avanza rápidamente», subraya este organismo internacional.

Al pasado 30 de septiembre, 120 países, responsables de poco más de la mitad de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, habían comunicado nuevas metas, actualizadas. Adicionalmente, tres miembros del G20 (las 20 naciones más desarrolladas) anunciaron nuevas promesas de mitigación para 2030. En su evaluación del informe del 26 de octubre, Alok Sharma, consideró que, si los países cumplen con sus metas pautadas para 2030 y los compromisos de cero emisiones anunciados, “estaremos dirigiéndonos hacia aumentos promedio de la temperatura global de poco más de 2° C”.  

Dos visiones en conflicto

La Cumbre de Glasgow tiene tanto de laberinto como de encrucijada para el clima planetario. Y mucho más de sofisma, una falacia construida sobre la base de promesas que la gran mayoría de las naciones sabe que realmente no podrán cumplir.

La COP26 desnuda, además, el choque de dos concepciones confrontadas. La visión de una “institucionalidad” onusiana, con propuestas a mediano y largo plazo, a pesar de que el mundo científico viene diagnosticando, desde años, la gravedad extrema de la enfermedad. Y, enfrente, la visión de una buena parte de la sociedad civil planetaria –movimientos ambientalistas, ONG de desarrollo, sindicatos, redes y plataformas–, que se movilizará críticamente en las calles de Glasgow durante la COP26, que insiste en la “urgencia climática” como clave de interpretación de una sociedad humana en carrera acelerada hacia su propia desaparición.

No sorprende, entonces, que una de las principales consignas comunes de los millones de jóvenes movilizados en los últimos años en torno a la “huelga del clima” lo describa con elocuencia: “No hay que cambiar el clima, sino el sistema”.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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El problema es el capitalismo y no el clima. [El deterioro de Medio ambiente que puede llegar a ser irreversible, lo cual significa caput, chiquet, caput, a tomar por el culo todos, los proto super poderosos del capital y sus criados y criadas también, no es una tontada, sino un asunto serio (lo que requiere seriedad) que hay que tener presente (pero que a pesar del dicharacho palabrero reinante fomentado por mengano, zutano, prensa, radio, televisión, partidos políticos y otros que parecen más listo que el hambre, no parece que se tenga muy en cuenta). Y para ello hay que empezar por desteologizar la noción de ECOLOGIA, o sea, quitarle la corona de deidad artificial e interesada que políticamente se le ha llegado a poner, para centrarnos en el a, b y c de la causa originaria (primigenia) del problema que se concreta y se manifiesta en el deterioro al que ha llegado actualmente el Medio ambiente, del que hasta es posible que no sepamos a nivel general de la misa la mitad, porque vamos a ver y veamos, camarada, compañero, colega, compañero del metal y compañeros especímenes míos de esto de de la Ecología y tal, ¿cómo a vamos a poder solucionar problema alguno si previamente no conocemos la causa que origina ese problema?, ¿si no sacamos de cuajo, de raíz –que eso es ser radical y no los rompedores de cristales de los escaparates ni los que le pegan una paliza a otros llevando una bandera atada al pescuezo- la causa primigenia que origina el problema cómo se va a solucionar el problema? Esta primera causa de la que se deriva el deterioro del Medio ambiente no es ni más ni menos que las relaciones de producción capitalistas basadas en la explotación de unos por otros, cuya explotación se generaliza y llega a todos los órdenes de la vida, a las relaciones sexuales también. Verbigracia, tío: hay que cambiar esas relaciones de explotación en las que se basa el modo de producción capitalista por nuevas relaciones de producción socialistas basadas en la colaboración. ¡Hostias, la cagué otra vez! Perdonen, que eso del socialismo me ha salido sin querer. Que oiga que un fallo lo tiene cualquiera. Yo creo que hasta la próxima vez ya no me vuelve a salir.]

 

El problema es el capitalismo y no el clima

 

Por Julio C. Gambina

Rebelion / España

02/11/2021 


Fuentes: Rebelión

Coincidieron este fin de semana dos cónclaves mundiales centrados en el debate sobre el “calentamiento global”, la COP 26 en Glasgow, Escocia y el G20 en Roma, Italia.


La preocupación común es el clima, en un marco de crisis económica evidente, con desigualdad social creciente, precios en alza preocupante y el deterioro ambiental derivado de la emisión de gases de efecto invernadero producido por la forma de producción contemporánea. El impacto sobre el ambiente es un problema acelerado desde tiempos de la revolución industrial (1750), agigantada luego de la segunda posguerra (1945) y de manera descontrolada en las últimas tres décadas (1990-2021). La forma capitalista de producción conlleva estos resultados.

Un resumido y didáctico análisis nos presenta Michael Roberts en su blog[1], graficando las estadísticas de las responsabilidades en la emisión de CO2, con China a la cabeza en la actualidad y EEUU lejos, en el acumulado histórico del desarrollo capitalista. Señala el autor británico que China “es el mayor emisor de CO2 del mundo” desde su lugar de país con mayor población en el planeta y fabricante exportador del mundo. Agrega que “las emisiones acumuladas en la atmósfera en los últimos 100 años provienen de los ricos anteriormente industrializados y ahora consumidores de energía del Norte”. Destaca que EEUU es responsable de acumular la emisión “del “20% del total mundial. China ocupa un segundo lugar relativamente distante, con un 11%, seguida de Rusia (7%), Brasil (5%) e Indonesia (4%).” En esa estadística aparece Argentina en el 14° lugar.

El tema es importante y en el blog del FMI se puede leer un análisis relativo al tema y América Latina y el Caribe.[2] En el texto señalan que “Las emisiones netas de gases de efecto invernadero (GEI) de la región concuerdan con su tamaño económico y población, alrededor del 8 por ciento del total mundial. Pero la composición de las emisiones en ALC es muy diferente que la de otras regiones.” Se enfatiza a continuación que “El sector energético contribuye mucho menos a las emisiones totales en ALC (43 por ciento) en comparación con la media mundial (74 por ciento). La agricultura, en cambio, contribuye 25 por ciento, frente a una media mundial de 13 por ciento. El uso de la tierra, el cambio del uso de la tierra y la silvicultura (UTCUTS) contribuyen 19 por ciento, mucho más que la media mundial apenas superior a 1 por ciento.”

Ultima oportunidad

Pueden utilizarse otras fuentes informativas y queda claro que no se puede ocultar la catástrofe que amenaza a la humanidad, y los Estados nacionales y sus articulaciones globales transitan de cumbres en cumbres para definir compromisos que no cumplen. El resultado es alarmante al punto que el Secretario General de Naciones Unidas sostiene que “Si no se actúa con determinación, nos estamos jugando nuestra última oportunidad, literalmente, de cambiar el rumbo de las cosas”.[3]

La alarma es un llamado de atención al orden productivo, sustentado en la explotación creciente de la fuerza de trabajo, con menos seguridad social, y en el recurrente y extendido saqueo de los bienes comunes en el orden global, estimulando un consumo en las élites que afecta las condiciones de vida del conjunto de la sociedad. No hay solución al “calentamiento global” si no se asumen medidas sobre ámbitos estratégicos de la producción mundial, caso de la energía, la agricultura, el transporte, los servicios públicos esenciales, la salud, la educación, tendientes a limitar y reducir la emisión de gases de efecto invernadero, algo que no puede quedar en manos del “mercado”, es decir de los inversores privados, las corporaciones transnacionales, en busca de ganancias y rentabilidad de sus capitales.

El cometario apunta tanto hacia el poder de las transnacionales petroleras y gasíferas, de la alimentación y la biotecnología, entre muchas otras, como a la discusión sobre las políticas de los Estados nación y los organismos mundiales relativos al para qué, cómo y cuanta energía y producción, orientada a que necesidades satisfacer. Son comentarios extensivos hacia la alimentación y, por ende, más pensamiento y acción en satisfacer demandas sociales y derechos a la alimentación y a la energía que estimular mercados, precisamente en un momento donde el alza de precios se concentra en ambas producciones estratégicas para la reproducción de la cotidianeidad social y natural.

La solución provendrá más de las luchas y resistencias populares, especialmente de formas alternativas de producción y reproducción socioeconómica que, de decisiones públicas de los Estados Capitalistas, en cumbres como las del G20 en donde se proponen discutir sobre las desigualdades y el aceleramiento de la recuperación económica. Ambas cuestiones son resultado de la forma capitalista de organización de la sociedad. Es lógico que el régimen del capital promueva el restablecimiento de la tasa de ganancia antes que la satisfacción de millones de empobrecidos en los pueblos del mundo. Eso es la desigualdad, producto del orden capitalista. Cambiar el modelo productivo y de desarrollo es la base para organizar un orden económico y social que remedie el daño ecológico y asegure la reproducción metabólica del planeta.

Notas:

[1] Michael Roberts. “Cop-out 26”, en: https://thenextrecession.wordpress.com/2021/10/28/cop-out-26/

[2] Anna Ivanova, Julie Kozack, Sònia Muñoz, y Jorge Roldos. Blog del FMI. “Cambio climático en América Latina y el Caribe: Retos y oportunidades”, en: https://blog-dialogoafondo.imf.org/?p=16475

[3] Antonio Guteres, en: https://news.un.org/es/story/2021/10/1499162

Julio C. Gambina. Doctor en Ciencias Sociales, UBA. Profesor Titular de Economía Política en la UNR. Integra la Junta Directiva de la Sociedad Latinoamericana y caribeña de Economía Política y Pensamiento Crítico, SEPLA.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

 

 

«Se hace creer que la economía es una ciencia exacta lo mismo que el cura hacía creer que quien hablaba era Dios». Entrevista a Juan Torres López

 

Entrevista a Juan Torres López

«Se hace creer que la economía es una ciencia exacta lo mismo que el cura hacía creer que quien hablaba era Dios»

 

Por Yago Álvarez Barba 

Rebelion / España

02/11/2021 

 

Fuentes: El Salto [Foto: Juan Torres López durante la entrevista (David F. Sabadell)]


La economía no es una ciencia exacta y la oferta y la demanda no es ningún tipo de ley, por mucho que se repita o te cuenten el caso de las dos vacas o el de los países que comercian con telas y patatas. El propio Adam Smith hablaba de la “Divina providencia”, o sea Dios, antes de rebautizarla como “la mano invisible”.  O sea que la economía dominante en la actualidad fue antes religión que ciencia, pero se convirtió en algo así como un dogma de fe científico que no puede ser renegado a riesgo de ser tachado de loco. Era necesario convertir aquellas ideas que defendían al capital y al libre comercio en leyes sagradas, aunque fueran mentira. Y ese ha sido el principal cometido de varias corrientes económicas desde  hace cerca de un siglo, pasando por el There is no alternative de Thatcher hasta los vídeos demonizando los impuestos del Rubius. Y, repito, la verdad es lo de menos cuando está en juego la hegemonía económica y cultural o la propiedad y acumulación de riqueza de los de arriba.

Juan Torres López es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla y es común ver columnas de análisis suyas en medios de comunicación en las que se dedica precisamente a desmentir y desmontar las falacias y los mantras liberales. En su último libro, Econofakes: Las 10 grandes mentiras económicas de nuestro tiempo y cómo condicionan nuestra vida (Deusto, 2021), el economista ha decidido usar un lenguaje y estructura sencilla para poder llegar a más gente, usando una pedagogía que, según él, “la izquierda ha olvidado”, al centrarse en “dirigirse a su tribu”. En unos tiempos en los que un tuit puede llegar a más gente que un paper académico y que los relatos económicos entre la izquierda y la derecha vuelven a estar en disputa tras esta nueva crisis, Torres charla con El Salto sobre esa pedagogía, la guerra cultural en lo económico y la posverdad económica que dirige nuestras vidas.

En el prólogo anuncias que has escrito este libro con un lenguaje y de una forma más sencilla que tus anteriores publicaciones para que llegue a más gente. Últimamente vemos como los economistas mainstream han simplificado cada vez más su mensaje. Ya no escriben papers, sino que hacen tuits cada vez más simplones y casi absurdos, pero que calan muy bien. ¿Está fallando la izquierda a la hora de simplificar su mensaje en materia económica?


Es normal que falle porque el mensaje es más complejo. Decir, por ejemplo, “es necesario que bajen los salarios para crear empleo” puede parecer que sea de una lógica aplastante. En un tuit se dice muy claramente, pero explicar que eso es falso lleva más tiempo y requiere de un pensamiento más complejo. Por lo que en cierta medida es normal. Ahora sí, el esfuerzo hay que hacerlo. Y creo que lo que le pasa a la izquierda es que está muy habituada a hablarle a sus propias tribus, a quien ya está convencido. En ese sentido, la derecha ha sido mucho más valiente. Está ocurriendo lo que dijo Anthony Giddens en los años 80: “La derecha se ha hecho revolucionaria y la izquierda conservadora”. En el campo de la comunicación, también está ocurriendo.

Además ahora vemos que la extrema derecha está enarbolando un discurso antiglobalización, que incluso imita a muchas de las proclamas del movimiento antiglobalizador de la izquierda. ¿Está esa izquierda perdiendo también posiciones en lugares que eran normalmente suyos?


La extrema derecha se hace, como es lógico, con muchas banderas que lógicamente deberían ser las banderas de la izquierda. Los intereses nacionales, la idea de que hay valores colectivos, la defensa de la gente que padece más sufrimiento e incluso, me atrevería a decir, que aunque parcialmente entendida, también la interpretación de la fraternidad. Cuando veías en Grecia que los que iban a repartir comida eran los nazis, pues te dabas cuenta que posiblemente esa tarea de abrazo, de protección, de cercanía y de cuidados es algo que ha perdido la izquierda. Los primeros movimientos sociales consistían no solamente en defender los derechos laborales, sino en acompañar a la gente y en sentirse parte de ellas. La fraternidad es un valor republicano que la izquierda ha olvidado. Ha hecho suya la libertad, la igualdad, pero la fraternidad parece que no va con ellos.

Bueno, la libertad también es un término que está acaparando la derecha.


Claro, porque gran parte de la izquierda ha renunciado a ello. Por ejemplo, la izquierda ha renunciado a los derechos humanos, que los consideraba una reivindicación burguesa. La democracia ha sido una conquista histórica que pareciera que la izquierda no iba con ella. Cuando los derechos humanos y la democracia son los mejores escudos, por muy débiles que estén, de las clases más desfavorecidas.

Estamos presenciando una guerra ahora mismo dentro del Gobierno de coalición. Vemos como una ministra de un partido, que lleva la palabra obrero y socialista en su nombre, está en contra de la derogación de la reforma laboral. ¿Es Calviño una muestra de que la economía es política y de que el relato liberal se ha hecho con la socialdemocracia?


La economía es política con cualquiera. Eso por una parte. Y en este caso, el PSOE reproduce lo que ha ocurrido en su seno desde que se fundó, hace 142 años. En el socialismo español conviven dos o tres almas distintas. Una de socialismo incluso radical, muy de izquierdas, otra de un socialismo más centrado y una tercera alma de liberal socialismo más a la derecha que, lógicamente, levanta la cresta cuando otras corrientes intentan poner en marcha procesos de transformación más avanzada. Y esto ha ocurrido siempre, en la República, durante el franquismo y durante el gobierno de Felipe González. El PSOE no engaña a nadie porque se sabe de sobra que eso es así y que en su seno conviven esas corrientes.

Pero darle el Ministerio de Economía a esa corriente es muy significativo.


Eso es una correlación de poder y fuerzas dentro del propio partido. Si en el PSOE la corriente más a la izquierda tuvieran más peso, el Ministerio de Economía estaría en manos de gente más de izquierdas. Entonces lo que creo que está sucediendo ahora es que Calviño, que representa a ese sector socialista más a la derecha y, sobre todo, una ortodoxia económica concedida para defender intereses de las grandes empresas, pues reacciona incluso frente a los que en su propio partido defienden una reforma laboral más avanzada.

Empezamos a tener datos para comparar cómo es salir de una crisis con austeridad y cómo es salir con presupuestos expansivos. ¿Caerá ese mito o econofake de que la austeridad es buena?


La austeridad precisamente es otro de los conceptos que la derecha ha arrebatado a la izquierda, desde donde siempre se había defendido el concepto de austeridad como significado de mesura, de respeto a las necesidades o de evitar el gasto innecesario. Lo que hemos llamado ahora austeridad, que es una restricción del gasto público cuando el gasto privado estaba cayendo, es una barbaridad que ha beneficidado a las grandes empresas y a los bancos. Es una demostración palpable de que eso que se decía de que “hay que recortar gastos para que no aumente más la deuda” lo que ha conseguido es que aumente más la deuda, que es el negocio de los bancos. El discurso de la austeridad era combustible para el negocio bancario.

Desde el punto de vista de la política económica, la austeridad es un absurdo. Porque el gasto público es un motor de la economía. ¿Hay que poner el motor siempre a pleno rendimiento? Pues no, el motor se pone en el rendimiento que precisa el recorrido que está haciendo el móvil. Si tú estás bajando una cuesta, pues no tiene sentido poner el motor a pleno rendimiento. Pero si estás subiendo una cuesta y el resto de motores ves que no tiran, pues entonces tienes que apretar. Cuando el gasto privado no tira de la economía, cuando las exportaciones no tiran de la economía, cuando el consumo de las familias no tira de la economía, entonces o tira el gasto público o la economía se viene abajo.

El gasto público puede jugar ese papel porque se puede financiar mediante los bancos centrales sin coste ninguno. El problema que está ocurriendo es que en los últimos decenios nos encontramos que el gasto público se financia de manera privada, que es innecesariamente costoso. Algo que se hizo, una vez más, para promover el negocio bancario, pero que es una auténtica barbaridad.

Pero más allá de la teoría, ¿crees que las instituciones europeas y los gobiernos nacionales van a dar carpetazo a la austeridad o veremos a la Comisión Europea dentro de dos o tres años diciendo que se debe cumplir el Pacto de Estabilidad y Crecimiento?


Pues ahí va a haber un pulso. Lo primero que tendremos que ver qué gobierno sale en Alemania y quién va a estar en su Ministerio de Hacienda y Economía, porque eso será muy determinante. Yo no soy muy optimista. Ya hay muchos países que están reclamando que se recorte el gasto expansivo. Un gasto expansivo que no debería ser un fin per se, sino que debería usarse para cambiar el modelo productivo en Europa. Para mí la desgracia no sería que se frene el gasto, para mí sería que sigamos con el mismo modelo que tiene Europa y que trae los problemas que estamos viendo ahora. Ahí tampoco soy muy optimista. Si se dan las dos circunstancias, pues tendremos muchos problemas. Porque puede que estemos entrando en una crisis que sea incluso peor que la que hemos vivido.

Aunque ha habido austeridad en lo fiscal, la política monetaria sí que ha sido expansiva a base de inyectar dinero e inyectar dinero desde que en 2012 Draghi dijo aquello de “haré lo que sea necesario para salvar al euro”. La inflación no había llegado hasta ahora y los liberales han tardado poco en decir que es por culpa de esa inyección de dinero.


Los liberales no saben lo que dicen con tal de justificar sus ideas falsas. La inyección del dinero que han hecho los gobiernos más poderosos en los últimos años ha sido brutal y no ha habido inflación. Cualquier persona decente y cualquier observador honesto sabe que la subida que estamos viendo ahora en los precios no es por el aumento en la demanda. Dos días después de que tengamos el nivel de inflación más alto de los últimos 29 años, leemos que el consumo privado ha caído el 0,5%. Por lo que eso que dicen los liberales, si hay alguno que osa decirlo, es una majadería sin fundamento teórico.

En este momento están subiendo los precios en algunos casos por cierta presión de la demanda después de la pandemia, que yo creo que ya ha pasado, pero sobre todo el motivo es porque hay un bloqueo de la oferta y un problema coyuntural ahora mismo de unos precios de energía. Pero la inyección de dinero no tiene nada que ver en la inflación. Para que la inyección de dinero que hacen los bancos centrales genere una subida de precios, primero tiene que llegar a los bancos, que estos concedan créditos y los que los reciben se dediquen a gastar y que haya más demanda que oferta. Nada de eso ha ocurrido porque el dinero que han inyectado los bancos centrales fundamentalmente se ha quedado en los bancos.

La crisis ecológica es otro de esos temas que, aunque parezca una locura, sigue siendo rebatida. En el gas, por ejemplo, he visto incluso a gente de izquierdas defendiendo el uso del gas aunque venga de fraking y los liberales están aprovechando estos episodios de turbulencias en el mercado energético para seguir cargando contra la crisis climática, negando las consecuencias de esa crisis.


Por poder se puede negar hasta que la tierra es redonda. Lo que parece que está claro, científicamente hablando, es que el planeta está sometido a una tensión insoportable e insostenible como consecuencia de variables diversas y complejas, que casi todas tienen en común que se hace un uso de recursos limitados como si fueran ilimitados. Porque la única lógica que se usa con los recursos naturales es la lógica del beneficio y no la lógica de la conservación. Entonces la consecuencia es la que es y no puede ser otra.

Yo suelo bromear con que soy licenciado en capitalismo, porque fue lo único que me enseñaron en la universidad. ¿Qué análisis haces del mundo académico y qué se puede hacer?


La universidad es una institución que es más antigua que los Estados. Entonces ya tenemos una buena idea de qué es la universidad. Es un aparato que sirve para que la sociedad se reproduzca y para que se reproduzca las relaciones de poder que hay en la sociedad. Lo que pasa es que la universidad tiene muchos espacios y hay espacios de libertad. Cuando esos espacios de libertad se desarrollan más de la cuenta, suelen ser sometidos a castigo. Cuando en Estados Unidos se desarrollaba el pensamiento neoliberal, a principios de los 80, los economistas de izquierda fueron expulsados literalmente de las universidades, como ocurrió en Hardvard, por ejemplo. Entonces la universidad deja de ser un espacio de libertad. Es natural, por lo tanto, que una disciplina tan importante para el poder establecido como es la economía esté sometida a control y esté diseñada para conservar esos intereses.

Yo lo primero que veo cada día al entrar en mi facultad de Economía es el Banco Santander, y eso no es casualidad. Además no solo lo veo ahí, es que están organizando reuniones de asesores. Las grandes empresas crean cátedras, financian, etc. y eso se traduce en una investigación dirigida y en un conocimiento servil. En el campo de la economía se produce lo que Galbraith llamaba “el fraude inocente”, que en muchas ocasiones no es inocente, porque es un fraude orquestado y consentido por quien defrauda intelectualmente. Galbraith decía que, en muchas ocasiones, los profesores habían estudiado una cosa, la reproduces para acreditarse y para hacer carrera académica, ya que tienen que reproducir lo mismo, y entonces se van consolidando ideas como las que yo desmonto en mi libro. Se da pie a lo que ocurre actualmente, que se enseñan cosas en las aulas que se ha demostrado matemáticamente hace 80 o 90 años que son inciertas.

Y por bajar un poco más en la escala de edad de la gente a la que le llega el mensaje, ¿qué hacemos con los youtubers que llegan a millones de personas muy jóvenes con discursos antiimpuestos?


Pues podemos hacer una cosa que es muy antigua que se llama pedagogia, se llama diálogo y se llama comunicación. Y que a la izquierda se le ha olvidado yo creo que porque todavía predomina en la izquierda, no sé si consciente o subconscientemente, la idea de que los cambios sociales son mecánicos, como se estudiaban en aquellos libros que han alumbrado las generaciones de intelectuales de izquierdas que todavía están coleando por aquí. Se piensa que una cosa lleva a la otra y que es una mecánica, que viene solo y que nos trae las transformaciones, y eso es un error. Creo que la izquierda tiene un déficit de pedagogía y de comunicación impresionante. La izquierda no se dirige a más allá de sus tribus y no tiene conciencia de que hay que hablar a la sociedad en su conjunto y no tiene tampoco sentido de la militancia comunicativa.

Recuerdo dar charlas y ponencias con Viçenc Navarro y al final siempre alguien preguntaba eso de ‘¿y yo qué puedo hacer?’. Y Viçenc, que es mucho menos vergonzoso que yo, les preguntaba que cuántas de las 200 o 300 personas que habían venido se habían comprado y leído los libros de Viçenc y míos. Solo levantaban la mano diez. En cambio yo veo que uno de estos ultraliberales publican un libro y decenas de jóvenes van a sus presentaciones y se compran el libro. Le leí un tuit a mi editor que decía que los economistas que más venden son los ultraliberales. Eso no es un problema de esos economistas, sino de que la gente de izquierda no se compra libros porque parece que ya tienen sus ideas.

Por otro lado, en España los medios de comunicación de izquierdas no tienen apoyo ni suscriptores. Parece que tenemos la idea de que todo tiene que ser gratis, como si a los periodistas de izquierdas les dejaran gratis la electricidad o el alquiler. Hay partidos de izquierdas que tienen millones de votos, o sea que si esa gente estuviera difundiendo el pensamiento y los datos que damos los economistas, que son abrumadores, si esos millones de votantes compraran los medios que los publican, los estudiaran y los difundieran, pues otro gallo cantaría. Pero por generación espontanea no nace el convencimiento de la gente, sobre todo cuando hay otros que lo están haciendo.

Otro ejemplo, es que hay clubs liberales en toda España, pero yo no conozco que se hayan difundido ese tipo de cosas en la izquierda. Y no se trata de adoctrinar, pero sí de facilitar el debate. No hace falta un club fanático para que suscriban tus ideas, sino para hacer debate. Eso no lo hace la gente de izquierda.

¿Llegará un día que dejemos de ver la economía como una ciencia exacta? ¿Cómo la deberíamos ver?


La economía, decía Keynes, es una ciencia moral. La economía es política porque los problemas económicos no tienen soluciones técnicas, sino políticas. Esta frase tampoco es mía, la dijo Enrique Fuentes Quintana, que tampoco es que sea una persona sospechosa, cuando era vicepresidente del Gobierno en una comparecencia en televisión. No existe economía que no sea política. No existe una ciencia exacta ni lo va a ser nunca. Las decisiones sobre la vida económica implican juicios distributivos, que son juicios que requieren un pronunciamiento ético sobre lo que nos parece mejor o peor. Por lo tanto la economía es lo que es, pero se hace creer que la economía es una ciencia exacta lo mismo que el cura hacía creer que quien hablaba era Dios, para que nadie le pusiera en duda lo que se decía desde el púlpito. Con la economía es exactamente igual.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/economia/juan-torres-lopez-se-hace-creer-economia-ciencia-exacta-mismo-cura-quien-hablaba-dios

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