domingo, 11 de agosto de 2024
TSJ ratifica al CNE máxima autoridad del Poder Electoral de Venezuela
TSJ ratifica al CNE máxima autoridad del Poder Electoral de Venezuela
DIARIOCTUBRE / agosto 11, 2024
La Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) ratificó al Consejo Nacional Electoral (CNE) como único órgano rector y máxima autoridad del Poder Electoral de Venezuela.
Ante el cuerpo
diplomático acreditado, organismos internacionales, magistrados, viceministros
de la Cancillería y su titular de Relaciones Exteriores Yván Gil y periodistas,
Rodríguez afirmó que el CNE compareció en pleno con todos sus rectores
principales, liderados por su titular Elvis Amoroso.
Aseveró que
dieron cumplimiento al requerimiento formulado por el máximo órgano y
consignaron de manera oportuna y en tiempo hábil “todos los recaudos vinculados
con el proceso electoral”.
La titular
señaló que fueron citados los 38 representantes de las organizaciones políticas
y los 10 candidatos que intervinieron en los sufragios, y apuntó que del total
de partidos políticos 33 aportaron el material requerido por esa instancia.
De los
exaspirantes a presidente, precisó, todos acudieron con la excepción del
candidato de la Plataforma Unitaria Democrática (PUD), Edmundo González, y dejó
constancia que “no cumplió con la orden de citación”, con lo cual desacató el
mandato de la más alta instancia de la jurisdicción contenciosa electoral del
país.
Con la ausencia
de González este no cumplió con la “consignación de las actas de escrutinio, el
listado de testigos y la entrega de material alguno”, puntualizó.
Especificó
asimismo que los líderes que acompañaron la candidatura del representante de la
PUD, Manuel Rosales, José Luis Cartaya y José Simón Calzadilla, tampoco
presentaron material alguno, con el argumento de que “no poseen ninguna
documentación referida a este proceso”.
Además, añadió,
dijeron no tener las actas de los escrutinios de las mesas, ni listados de
testigos; admitieron no participaron en el proceso de traslado y resguardo de
material alguno, y desconocieron quiénes “realizaron la carga de las presuntas
actas de escrutinio” en una página web utilizada al respecto.
La Sala
Electoral del TSJ indicó que las organizaciones políticas Alianza al Lápiz y
Movimiento Centrado para la Gente tampoco consignaron la documentación
requerida, como también hicieron los excandidatos Antonio Ecarri y Enrique
Márquez.
Rodríguez
manifestó que una vez concluida esta etapa los magistrados pasarán a realizar
el peritaje de “todo el material de valor probatorio consignado en físico o
digital”, además de la evaluación al ataque cibernético masivo del que fue
objeto el CNE.
Reafirmó que la
sentencia que emane de este proceso iniciado el 5 de agosto tendrá carácter de
“cosa juzgada” por ser ese órgano la máxima instancia judicial en materia
electoral, a la par de advertir que sus “decisiones son inapelables y de
obligatorio acatamiento”.
Fuente: prensa-latina.cu
Experiencia, identidad y sujeto feminista (I)
En torno a Judith Butler
Experiencia, identidad y sujeto feminista
(I)
Por Carmen
Heredero, Antonio Antón
Rebelion.org
07/08/2024
Fuentes: Rebelión
Con ocasión de
la publicación del último libro de Judith Butler, ¿Quién teme al
género?, en esta primera parte, tratamos dos aspectos del pensamiento
feminista: el valor del feminismo y la identidad feminista, y cómo avanzar en
la liberación y la igualdad femenina. En una segunda parte abordaremos otros
dos temas: el sujeto social, imprescindible para la transformación colectiva, y
la relevancia de la experiencia vivida e interpretada.
El valor del feminismo y la identidad feminista
Hay que
diferenciar identidad de género e identidad feminista. La mujer, las mujeres -a
veces con una larga y variada tipología-, no son el sujeto del feminismo. No
existe un sujeto previo a la experiencia emancipadora, sino que se constituye
con ella, con esa práctica sociocultural.
Ya Simón de
Beauvoir decía que la ’mujer se hace, no nace’, poniendo el énfasis en la
experiencia vital en la formación de la identificación que, más tarde, se
definió de género y que, muchas veces, conllevaba una actitud progresista y
liberadora, en el marco de la segunda ola feminista de los años sesenta y
setenta.
Aquí, sin la
connotación existencialista, desde un cierto constructivismo social,
multidimensional y vital, le damos un contenido sociohistórico y
político-cultural, y lo aplicamos al feminismo, como sujeto social, no a la
feminidad (o la masculinidad) en cuanto identidad de género. Se es feminista no
por ser mujer, sino por participar en los procesos igualitarios por la
liberación femenina, y de todas las personas discriminadas por su opción sexual
y de género. La composición empírica mayoritaria del feminismo es de mujeres,
las más directamente afectadas y sensibles, pero también de varones solidarios.
Su identificación feminista, o su ‘orgullo’ de pertenencia, deriva de su
comportamiento, su práctica relacional, no de la adscripción a un sexo, género
u opción sexual.
Sin embargo, no
hay que infravalorar la experiencia vivida. La conexión con la realidad
discriminatoria es lo que acerca más a las mujeres y personas con opciones
sexuales y de género no normativas a esa sensibilidad, conciencia y actitud
transformadora. Pero, para mantener una conducta transformadora, son decisivas
su conformación subjetiva, su experiencia relacional, su actitud moral respecto
de los tres grandes valores progresistas: libertad, igualdad y solidaridad.
La conformación
del sujeto no deriva mecánicamente de la existencia de una realidad
sociodemográfica discriminatoria, tal como dicen las teorías estructuralistas o
deterministas, dominantes en décadas pasadas. O sea, la mujer, por su condición
objetiva, biológica o de subordinación, no es el sujeto del feminismo; el
sujeto del feminismo son las personas que, práctica y sociohistóricamente, han
rechazado y combatido, individual y/o colectivamente, una realidad de
discriminación y dominación, y han adquirido una experiencia emancipadora,
igualitaria y solidaria que refuerza su conciencia feminista.
Desde este
punto de vista, hay que intensificar, no diluir, la identificación feminista,
opuesta al machismo. Esta identificación no constriñe una voluntad
transformadora, sino que, con espíritu crítico, la refuerza, favorece el
sentido de pertenencia colectiva, con articulación de apoyos y alianzas, y es
capaz de renovar sus propias características identificadoras y estratégicas.
La identidad de
género femenino (o masculino o indefinido) puede ser ambivalente: negativa, si
es que refleja una trayectoria rígida de subordinación resignada o impuesta; o
positiva, en la medida que exprese un papel sociocultural, económico-laboral y
reproductivo más igualitario y libre, en combinación con otras identificaciones
particulares interseccionales con impacto variable en su experiencia vital.
Una identidad
fuerte de género tradicional -de ama de casa dependiente o con la
normativización esencialista heterosexual… y dentro del matrimonio- sí se puede
decir que constriñe la libertad individual para explorar y cambiar de
experiencia, estatus e identificación. Una identidad de género débil o casi
nula permite la transición sin ataduras a la nueva personalidad, opción sexual
y de género y posición social; es más abierta y ofrece más oportunidades.
Existen
diversas tipologías femeninas: desde la mujer ‘tradicional’, ama de casa,
esposa y madre, pero subordinada a una estructura patriarcal y dependiente de
una función social subalterna, que el feminismo apuesta por transformar; hasta
la mujer ‘liberada’ que se ha ido abriendo paso igualitario y que es objeto de
toda la ofensiva conservadora y reaccionaria como causa de la destrucción de su
orden social y moral dominador.
Pero aquí
hablamos, sobre todo, de identidad feminista como refuerzo solidario,
igualitario, emancipador, como pertenencia colectiva, con una trayectoria
transformadora; opuesta al machismo, a su identificación y a la prepotencia
relacional, como expresión de dominación y privilegios, o sea, vinculado al
poder opresivo y, a veces, violento del orden establecido. En ese sentido, una
identidad sociopolítica liberadora y una ética fuerte, anclada en los derechos
humanos y la democracia, favorece el compromiso cívico por la igualdad y la
libertad; es positiva para las mujeres y para la humanidad, es decir, encierra
un contenido universal.
No se trata,
por tanto, de la diferenciación o simple interacción entre géneros más o menos
marcados y plurales, con distintas feminidades y masculinidades y posibilidades
combinatorias, sino de la diferenciación entre feminismo y machismo y, por otra
parte, entre un feminismo elitista o solo retórico, centrado en romper los
‘techos de cristal’, y un feminismo popular, que apuesta por superar los
‘suelos pegajosos’.
Cómo avanzar en la liberación y la igualdad femenina
Pues bien,
Judith Butler ha tenido y tiene la prioridad por la superación del género y la
heteronormatividad obligatoria, como sistema divisivo, discriminatorio y
limitador de la libertad humana, la cual debería estar asentada en la propia
voluntad. Su enorme aportación crítica ha ido hacia la deslegitimación de las
principales trayectorias opresivas contra la libre elección de sexo/género y
opción sexual, con garantías para una vida digna.
Al ir
‘deshaciendo el género’, se terminaría el problema de la desigualdad de género.
Seríamos personas indiferenciadas por sexo/género, es decir, éste no sería un
factor relevante, lo cual garantizaría la liberación. Se rompería el pretexto
del poder establecido para imponer la división social… aunque ello no evitase
la imposición de nuevas segmentaciones y discriminaciones, en particular, a las
propias minorías sexuales o de género no binario. La duda es el alcance
generalizador de la indiferenciación por sexo/género frente al sistema divisivo
en tal categoría sobre la que se asienta el orden establecido, y una vez garantizado
el derecho a la libre determinación.
Pero esa lógica
liberadora ya estaba inscrita en el pensamiento feminista y la acción
progresista, al menos, desde el siglo XVIII. Se trataba del impulso emancipador
e igualitario del revalorizado estatus de ciudadanía, de los derechos humanos y
civiles y más tarde políticos y sociales… independientemente del sexo/género,
es decir, sin discriminación por sexo, según dictaminan las constituciones
modernas. Sabemos, por la experiencia de estos más de dos siglos, que ese
relativo igualitarismo retórico, jurídico o formal ha costado mucho esfuerzo
feminista y solidario para implementarlo y que queda mucho por hacer.
No obstante,
ese enfoque emancipador sigue siendo acertado: hay que consolidar unas
relaciones igualitarias y libres de dominación, independientemente del
sexo/género (la raza, el origen nacional o la clase social…), o sea, destacando
el elemento común de las personas: los derechos humanos. Así, se supera el
sexo/género como factor de desventaja o discriminación, aunque se mantenga la
diversidad identitaria.
Todavía hoy
persisten graves lacras sociales que perjudican a la mayoría de mujeres y
opciones no normativas sexuales y de género, empezando por la violencia de
género, acerca de la que la autora tiene una sensibilidad especial.
Precisamente, la indignación cívica y la respuesta feminista, apoyada y
legitimada por unos dos tercios de mujeres y un tercio de varones, ha generado
en España la cuarta ola feminista, con la prioridad de combatir la violencia
machista y garantizar la libertad sexual y el libre consentimiento en las
relaciones sexuales e interpersonales en general.
Junto con ese
primer nivel de conciencia feminista existe, propiamente el movimiento
feminista, compuesto por unos cuatro millones de personas, la mayoría mujeres,
que han participado en las movilizaciones feministas, entre ellas las miles de
activistas más estables, pertenecientes a grupos diversos e impulsoras del
movimiento social. Esos tres niveles son los que configuran el sujeto colectivo
feminista.
Todo ello ha
puesto de relevancia la necesidad de un avance en condiciones y derechos
feministas, de la articulación del propio sujeto feminista y, también, del
impulso de una teoría crítica que fundamente esta nueva fase de conformación
feminista.
Por tanto, el
pensamiento posestructuralista de Judit Butler tiene sus límites para hacer
frente a los desafíos que suponen la consecución de la igualdad y la libertad
de las mujeres. Desde distintas corrientes feministas se están realizando
muchas contribuciones interesantes. Por citar otra feminista eminente, contamos
con su colega estadounidense Nancy Fraser, con aportaciones críticas
significativas sobre el papel subordinado de las mujeres en la reproducción
social y de cuidados y su vinculación con la segmentación capitalista y la
división racista.
Evidente es la
situación en España. Por un lado, hemos asistido a una gran movilización
feminista y de colectivos LGTBIQ+, masiva y viva, particularmente contra la
violencia machista y por la libertad sexual y la igualdad, con una gran
participación de base social y asociativa, y hemos conseguido reformas
significativas en el ámbito institucional.
Pero, por otro
lado, el movimiento feminista presenta una dinámica fragmentada y sin
liderazgos consolidados, lo cual agudiza ciertas tendencias -también desde la
política- elitistas, unilaterales, sin arraigo sólido, a apropiarse del
movimiento, a hablar en nombre del (no) sujeto social ‘objetivo’ y pasivo,
pugnando por su orientación y articulación.
En definitiva,
en el campo feminista hay una rica y variada experiencia, pero bastantes
deficiencias en la articulación orgánica y de liderazgo. A ello hay que añadir
una relativa orfandad y retraso teórico que el feminismo debería abordar desde
un enfoque crítico, multidimensional y relacional.
Carmen Heredero es feminista y sindicalista, autora del libro Género
y coeducación (Morata, 2019). Antonio Antón es sociólogo y politólogo,
autor de Feminismos. Retos y teorías (Dyskolo, 2023).