jueves, 1 de agosto de 2024

¿No le gustaron los resultados de las elecciones en Venezuela? Abúrrase

 




¿No le gustaron los resultados de las elecciones en Venezuela? Abúrrase


Luis Casado

KAOSENLARED

31 de julio de 2024 


Cada cierto tiempo hace falta lo que los yanquis llaman un decoy –leurre en francés, señuelo en castellano-, o sea un chamullo para desviar la atención del respetable público, facilitando así la masiva sodomización de la Humanidad. No te hagas al lado, tú también ofreces tu pinche posterior a la concupiscencia, lascivia e insaciable líbido imperial. Pasa que ya estás acostumbrado y no te das cuenta.

Hubo elecciones en Venezuela y había que aprovechar el tema para hacer olvidar Gaza, Ucrania, el criminal bloqueo a Cuba, las sanciones económicas a más de un tercio de la población planetaria, los bombardeos a los vecinos de Israel (Cisjordania, Líbano, Siria, etc.), los asesinatos en tierra extranjera de los dirigentes palestinos (eso NO ES terrorismo), los bombardeos a embajadas adversarias en capitales foráneas, la guerra comercial contra Rusia y China, el proteccionismo cotidiano mientras se entona el salmo librecambista y otras payasadas menores.

Había que enviar “observadores” desde el reino de la límpida libertad democrática, o invitarles desde la sospechosa satrapía bolivariana. No fuera cosa de descubrir algún fraude, uno nunca sabe.

¿Fraude? Eso mismo, como el que denunció en EEUU un cierto Donald Trump, que accesoriamente en ese momento fungía de presidente del Imperio.

“¡Me robaron la elección!”, proclamó, e invitó a sus partidarios a salir a las calles (exactamente como ahora en Caracas) a hacerse justicia por sus propias manos.

¿Y los “observadores”?
¡¿Cuáles “observadores”?!
Los que seguramente enviaron Rusia, China, Brasil, África del Sur, Etiopía, Malí, Eritrea, Francia y la Unión Europea, con el propósito de asegurarse de que no hubiese fraude… Esos “observadores” que de seguro se preparan a enviar otra vez a los EEUU para supervisar las muy transparentes elecciones yanquis.

Aclaro que a mí no me gusta Trump. Tampoco me gusta el senil e hipócrita Biden, ese que mantuvo en prisión a Julian Assange durante cinco años. El mismo Assange que fue perseguido durante décadas… por ejercer su profesión de periodista: la libertad de información… ¿conoces?

Por eso escribí una parida resumiendo las elecciones yanquis: se trata de escoger entre la peste y el cólera.

En eso estaba pensando cuando recibí un mensaje de un muy apreciado amigo: “No me gusta Maduro”, me dijo.

A Blinken tampoco le gusta. Blinken, el payaso que va a Israel a asegurarle a Netanyahu que seguirá recibiendo armas para liquidar a la población palestina de Gaza y de todas partes.

Ni a Boric, el presidente chileno que no abre la boca para referirse a los inocentes que ponen en “prisión preventiva” en Santiago, sin proceso y sin condena, mientras el millonario pedófilo Eduardo Macaya que abusó de media docena de niñitas, condenado por la Justicia (?) sigue en libertad. El mismo Boric que viaja a medio Oriente a buscar inversionistas entre los jeques árabes famosos por sus principios democráticos.

A mí no me gusta Kamala Harris, que de la noche a la mañana le provocó una erección priápica a los electores demócratas.

Ni me gusta el loco Milei. Ni me gusta Dina Boluarte, presidente del Perú, y no es sólo por su nombre de pila.

Ni me gusta Daniel Noboa, que oficia de presidente ecuatoriano, y hace invadir por la fuerza las embajadas extranjeras.

Detesto a Giorgia Meloni, primer ministro italiano y transitoriamente presidente de la Unión Europea porque es una fascista declarada. Y a Ursula von der Leyen, de recia raigambre nazi por su familia, presidente de la Comisión Europea que es el vergonzante simulacro de gobierno de la Unión Europea.

Tampoco me gusta Macron, ni su gobierno en plan “La jaula de las locas” pero sin los geniales Ugo Tognazzi y Michel Serrault.

Ni me gusta el rey de Marruecos, notre ami, quien, en su augusta generosidad acaba de amnistiar una docena de presos políticos a propósito de los cuales nadie dijo nada.

En su día no me gustó el pedacito de mierda llamado Guaidó. Ni su clon Leopoldo López. Como no me gusta el cómico Zelensky, ex presidente de Ucrania apuntalado por el complejo militaro-industrial USA.

A Roberto Pizarro no le gusta Daniel Ortega, mandamás de Nicaragua, ni su Rosario Murillo de inspiradora esposa, acerca de los cuales escribió una nota difundida por POLITIKA: para nuestra sorpresa, recibimos algunos mensajes de entusiastas partidarios del par.

Todo esto te lo cuento porque cuando se trata de países rascas, de países al pedo, de lo que los mismos yanquis llamaron “failed states”, pauvres et miserables projets de pays à-la-mords-moi-le-noeud, bostas del rear garden, o sea bostas del patio trasero, el lugar en el que se sitúa el orto de Washington, cuando se trata de la lie de l’Humanité, -digo-, una condición imperativa de sus mandatarios o candidatos a, el requisito imprescindible, la cualidad sine-qua-non… es gustarle al State Department, a la CIA y a la White House (dicho sea de paso De Gaulle no les gustaba, por eso intentaron cargárselo…).

Si no me gustan a mí, ¿qué puedo hacer?
No puedo organizar un golpe de Estado.
No puedo asesinar a un Presidente.
No puedo financiar a la oposición.
No puedo comprar políticos venales.
No puedo aplicar sanciones económicas y financieras.
No puedo bloquear ese país.
No puedo ejercer presiones sobre los gobiernos obedientes.
No puedo bombardearlos.
Ni financiar acciones terroristas.
Ni lanzar una campaña de propaganda a través de los principales medios a la orden.
Ni bloquear resolucions de la ONU.
Ni impartirle órdenes a la OEA.
Ni enviar naves de combate, dos o tres portaaviones, en plan amenaza.

Todo esto era previsible ANTES de que se realizaran las elecciones (dicho sea de paso: si se trata de una dictadura… ¿para qué coños organizar elecciones?).

Y he aquí que buena parte de la opinión que llaman pública (del mismo modo que a las hetairas las llamaron mujeres públicas), la prensa, la radio y la TV de los poderosos, y más de algún despistado, pasan buena parte del día en disquisiciones cuya objeto principal es determinar, ès qualitès, si Maduro ganó o si hubo fraude.

Esto es el prodromo de algo peor que ya está llegando. Eso que la poliarquía deliberativa que decide a nuestras espaldas ya tenía previsto.

Mientras tanto, la práctica ultracrepidariana llega a su clímax, anunciando el goce jeropa que obtienen quienes opinan doctamente de lo que no conocen.

Por mi parte echo mano al recurso que utilizábamos en mi barrio de calles empedradas de la Villa de San Fernando de Tinguiririca: cuando alguien nos tocaba los cojones más allá de la cuenta, la réplica era sólo una palabra:

¡¡Abúrreme!!

Imagen de Pikist

 

Transformismo

 

Hoy, los transformistas son legión, aunque tratan de conservar nominalmente la antigua etiqueta. Texto rescatado por Salvador López Arnal del Arxiu FFB (Universitat Pompeu Fabra. Biblioteca/CRAI de la Ciutadella.


Transformismo



No seré yo quien vaya a negar la evidencia. Que bastantes personas que se decían de izquierdas, e incluso revolucionarias, en la década de los sesenta o los setenta, se han hecho luego de derechas es un hecho. Se suele hablar de los casos más llamativos en el ámbito político, el de aquellas personas que un día fueron la izquierda de la izquierda y hoy son la derecha de la derecha. Pero el proceso es más amplio y más profundo. Afecta también a intelectuales de lo que un día fue la izquierda moderada o “social-demócrata”, como solía decirse. Para hacerse una idea basta con comparar a este respecto lo que decía el entonces “compañero Miguel”, en la Escuela de Verano del PSOE de 1976 con lo que suele decir Miguel Boyer en los últimos tiempos: de propugnar la nacionalización de la banca, las eléctricas y la siderurgia, a la FAES de Aznar1.

El fenómeno no es nuevo. El transformismo de los intelectuales es algo tan antiguo y tan repetido que volver sobre el asunto resultaría tedioso si no fuera porque en ese paso hay implicadas algunas tragedias que a veces se olvidan. Sólo recordaré una: la conversión de Benito Mussolini, paladín del socialismo maximalista italiano y fundador luego del partido fascista. Tragedias aparte, la cosa es tan aburrida que los intelectuales europeos que se mantuvieron leales a la izquierda siempre escribieron sobre el transformismo de los otros con ironía o sarcasmo. Recuerdo tres casos, pero hay más. El de Gramsci, definiendo a Marinetti2 y a los futuristas italianos como niños que se han divertido coqueteando con los proletarios para acabar volviendo al redil de la propia clase cuando pintan bastos. El de Brecht, redactando el libro de los “tuis” para distinguir entre intelectuales e intelectualines. Y el de Lukács, ironizando sobre la falta de columna vertebral de los intelectuales tránsfugas como una ventaja fisiológica que permite al susodicho agusanarse ante el Poder.

Así que por ahí nada nuevo bajo el sol. Vamos con las novedades. En España hay dos que subrayar. Una es la práctica consistente en acentuar el propio pasado revolucionario para luego, bajo la apariencia de estar haciendo razonable autocrítica, poner a parir, por antiguos, a los colegas que sí fueron de izquierdas y siguen siéndolo. La operación suele dar buenos dividendos en la sociedad del espectáculo3. Pues las personas jóvenes, que no tienen por qué saber lo de izquierdas que fue el interfecto en su juventud, reciben el mensaje y piensan: los intelectuales que resisten son dogmáticos. En suma, el viejo truco de la autocrítica que en el fondo es sólo retórica para criticar a la izquierda real, a la izquierda socialmente coherente.

La otra particularidad recurrente en la sociedad mediática de la España actual consiste en llamar intelectual a cualquier cosa. En esto los medios de intoxicación de masas de la derecha política vienen jugando un papel preponderante. Primero desprestigian a los pocos intelectuales serios que hay y luego elevan a la categoría de intelectual al tránsfuga que en el pasado fue, a lo sumo, un politicastro o un escribidor de catecismos. Elevado el tal a los altares de la intelectualidad, lo colocan a continuación en la lista de los objetos consumibles. Y así se hincha la nómina de los supuestos intelectuales que fueron rojos y ahora son azules.

Una de las consecuencias perversas de estas dos cosas es que al final, y el final es ahora, el amable lector acaba creyéndose lo que dice el intelectual que dice que fue de izquierdas y lo que dicen los medios de la derecha del politicastro convertido en intelectual por arte de birlibirloque. La otra prensa, los otros medios que no se quieren de derechas, suelen hacer eco. Y así vamos perdiendo cualquier concepto serio de las palabras “intelectual” e “izquierda”. Para no gastar papel lo diré drásticamente, en dos frases:

Una: no he conocido a ningún intelectual de verdad, que fuera de izquierdas de verdad y que al mismo tiempo dijera de sí mismo que era un “intelectual” y “de izquierdas”. Les bastaba con ser “rojos” y con tener pensamiento propio. Por algo será.

Dos: la nómina habitual de los intelectuales de izquierda que se pasan a la derecha en este país está hinchadísima, pues se tiende a llamar intelectuales a muchos que no lo son y se tiende a considerar de izquierdas a otros tantos que sólo lo fueron en su imaginación de ahora.

Paralelamente se recorta (a veces hasta el doloroso olvido) la lista de quienes, con los distingos de rigor, se han mantenido leales a los valores de la izquierda que defendieron en el pasado. La visión periodística de la historia, el presentismo y la tendencia a convertirlo todo en espectáculo, en titular o en publicidad tienen mucha culpa en esto. Y es ya evidente para cualquier lector habitual de periódicos y semanarios culturales que la culpa de la hinchazón de aquella nómina y del ninguneo de los otros no corresponde sólo a lo que se viene llamando “la caverna”. También El País4, entre otros, tiene su parte de culpa.

Me pregunto, y pregunto a los que leen, si en vez de seguir hinchando el globo de los tuis y de los politicastros que se pasan a la derecha, no sería mejor hacer algo, ahora que estamos en lo de la memoria que se quiere histórica, para honrar a los intelectuales de izquierdas que se han mantenido leales. Sobre todo a aquellos que han seguido trabajando, escribiendo y actuando a favor de los de abajo sin mayor impacto mediático. Lo que queda de izquierda digna de ese nombre debe mucho a estos, varones y mujeres. Son los intelectuales que han enlazado los ideales social-comunistas o libertarios de la izquierda de ayer con las luchas de hoy en favor de la democracia participativa, de la diversidad en la igualdad, de la economía social ecológicamente fundamentada, de los anhelos de los anónimos a los que un día llamamos pueblo. Honremos, pues, lo que estos han hecho como intelectuales de verdad y el valor de su resistencia ético-política. Y dejemos ya de hinchar el globo del transformismo. A lo mejor así se invierte la tendencia.

 

Notas a la edición (de Salvador López Arnal)

1) Pasando, como se recuerda, como todopoderoso Ministro de Economía en el primer gobierno PSOE de Felipe González a esposo, más tarde, de la señora Isabel Preysler.

2) Filippo Tommaso Marinetti (Alejandría, 1876-Bellagio, 1944) fue un poetaescritor, ideólogo fascistadramaturgo y editor. Conocido por ser el fundador del movimiento futurista, la primera vanguardia italiana del novecento que sirvió como base para el fascismo de Mussolini. En 1942 luchó en territorio soviético como parte de una fuerza expedicionaria italiana. Fue herido en Stalingrado.

3) FFB fue atento lector de Guy Debord.

4) Algo menos neoliberal de lo que es en estos momentos.

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Golpe en marcha

 

Golpe en marcha

 


Por Editorial de "La Jornada"

Rebelion / Venezuela

01/08/2024 

 

Fuentes: La Jornada - Imagen: Movilización de trabajadores venezolanos en defensa de la paz y en respaldo al gobierno de Maduro.


De nueva cuenta, Venezuela se encuentra asediada por la amenaza de un golpe de Estado en busca de restaurar el régimen oligárquico dirigido desde Washington que controló al país hasta el triunfo de la revolución bolivariana en 1998. Los personajes y organismos que hace unas horas llamaban a respetar la democracia y propiciar la reconciliación nacional tiraron las caretas desde el instante en que se dieron cuenta de que su candidato fue derrotado en las urnas por el presidente Nicolás Maduro.

El intento en curso para deponer al gobierno constitucional venezolano e imponer una administración títere ha seguido un guion calcado del que ya padeció la nación caribeña en 2002, 2014, 2017 y 2019, mismo que se ha replicado en otros puntos de América Latina: los grandes medios de comunicación corporativos reproducen las acusaciones de fraude como si fueran hechos probados, desconocen la legalidad venezolana y pintan a los grupos de choque de la ultraderecha como heroicos luchadores por la democracia; organismos multilaterales de claros sesgos conservadores ponen en duda los resultados y legitiman las acciones violentas azuzadas por la oposición; cuyos líderes se proclaman triunfadores de manera unilateral y ponen en marcha mecanismos de desestabilización perfectamente coordinados, en los que han ganado destreza a lo largo de lustros de golpismo.

Debe recordarse que el candidato de paja Edmundo González y la verdadera líder de la derecha venezolana, María Corina Machado, no son sino los más recientes elegidos por la Casa Blanca y la CIA para apoderarse del Palacio de Miraflores y, con él, de las mayores reservas petroleras del planeta. Apenas en 2019, el entonces diputado Juan Guaidó fue el tonto útil con el que Occidente montó la opereta de un gobierno paralelo, treta mediante la cual Washington y sus aliados robaron los activos de Caracas en el exterior y recrudecieron el bloqueo homicida con el que impiden al país adquirir todo tipo de bienes, incluidos alimentos y medicinas. Hoy relegado al basurero de la historia, Guaidó infligió un daño inconmensurable a su país, y es responsable directo del hambre, la enfermedad y la miseria de millones de sus compatriotas que no pueden hacer una vida normal por culpa de la agresión imperialista. Como en los peores tiempos de la guerra fría y del Plan Cóndor con el que Washington orquestó el genocidio de los dirigentes y militantes de izquierda en el hemisferio, una serie de gobiernos latinoamericanos se unió a la embestida contra Venezuela y respaldó a los golpistas. Se han dado episodios vergonzosos como el del mandatario chileno Gabriel Boric, quien llegó al poder gracias a un vigoroso movimiento social impulsado por el hartazgo con el neoliberalismo, las élites alineadas con Washington y el pinochetismo enquistado en la democracia nominal chilena a través de una Carta Magna redactada en dictadura.

Es imperativo que las potencias occidentales y los medios afines a ellas saquen las manos de Venezuela y dejen que sean los venezolanos quienes arreglen sus diferencias por la vía institucional y democrática: sin el financiamiento, la asesoría y la cobertura mediática externa, la derecha local no se atrevería a ensayar una y otra vez el derrocamiento el chavismo al que no ha podido vencer a través del voto.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/noticia/2024/07/30/editorial/venezuela-golpe-en-marcha-5408

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