martes, 1 de octubre de 2024

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Reflexiones en torno al genocidio

 

Reflexiones en torno al genocidio

 

DIARIO OCTUBRE / octubre 1, 2024

 



“No es verdad la muerte cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”
— José Martí

Hiere si quieres herir
que el golpe aguardo sereno
pues yo en cambio te condeno
al tormento de vivir
¿A dónde podrás huir
que no te alcance el castigo?
Buscarás en vano abrigo
otros montes, otras playas
y a donde quiera que vayas
irá tu crimen contigo


Epígrafe
Jesús Orta Ruiz
El Indio Naborí

Sergio Rodríguez Gelfenstein.— Mataron a José Martí y la lucha del pueblo cubano no se detuvo, mataron al general Augusto C. Sandino y años después al comandante Carlos Fonseca y la lucha del pueblo nicaragüense no se detuvo, mataron a Yasser Arafat y la lucha del pueblo palestino no se detuvo, no está demostrado, pero existe la hipótesis de que mataron al comandante Hugo Chávez y la lucha del pueblo venezolano no se detuvo. ¿Creen que por haber matado a Hasán Nasralá la lucha de la resistencia anti sionista en el Asia Occidental se va a detener? Suponer eso es subestimar a los pueblos, creer que la lucha depende de una personalidad o incluso de un dirigente. Claro que la pérdida de un líder es dura y dolorosa, pero jamás la historia de la lucha por la independencia y la libertad se ha detenido por eso.

Está demostrado que Israel es un engendro imperialista y que el sionismo se sostiene por el aval que Estados Unidos y Europa le dan para cometer sus crímenes. Pero también es cierto que el mayor triunfo del imperialismo y el sionismo –y en eso radica la causa fundamental de su éxito- es haber logrado mantener dividido al mundo islámico y musulmán, impidiendo la unidad necesaria para combatir al enemigo sionista. Hasta el 7 de octubre del año pasado, algunos países árabes incluso habían firmado los acuerdos de Abraham e iniciado la “normalización” de las relaciones con Israel. Antes, en 1978 se firmaron los acuerdos de Camp David y en 1993 los de Oslo. Más recientemente, al desatar la mal llamada “primavera árabe”, al golpear al eje de la resistencia a fin de destruirlo, el imperialismo y el sionismo apuntaban a la desunión.

Son más de 45 años de esfuerzo de Estados Unidos por buscar acuerdos parciales que paralicen la lucha del pueblo palestino y de los países que resisten. Nunca un pueblo firme y tenaz y sus líderes, han firmado acuerdo alguno con la entidad sionista. Hoy, una vez más queda claro que la identidad religiosa y la nacional tienen un carácter subordinado cuando de defender los intereses de clase se trata. Por eso, algunos países y líderes árabes y musulmanes se quedan en la retórica de “volver a Al Quds” y “rechazar” las matanzas sionistas, mientras en realidad buscan aliarse -y hasta hacer negocios con ellos- a través de Estados que buscan unificarlos para detener el impulso liberador de la resistencia.

300 millones de árabes y 1500 millones de musulmanes no han sido capaces de unirse para enfrentar al sionismo que en Israel configuran una población de 6.9 millones de judíos (y no todos son sionistas). La división, los intereses de monarquías medievales corruptas y su deseo de subordinarse y servir a Estados Unidos y a Occidente permiten esta situación en la que Israel puede actuar a sus anchas violentando el derecho internacional y la Carta de la ONU. Llegará el día en que los pueblos de la región le reclamen a sus élites los titubeos y las dudas al enfrentar al sionismo. Y cuando ese día llegue, todo cambiará.


El enciso 1 del artículo 1 de la Carta de las Naciones Unidas instaura como primer propósito de la organización: “Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz”.

Antes, en el preámbulo de la Carta se establece que la ONU está resuelta “a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles, a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas, a crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional, a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad”.

A la luz de estos preceptos, es evidente que la ONU ha fracasado, debe desaparecer y dar paso a una instancia que si esté capacitada para cumplir estos objetivos. Para ello, es básico, fundamental y necesario que desaparezca el derecho a veto. El derecho a veto es un instrumento dictatorial que proporciona las herramientas que garantizan el genocidio sionista en Asia Occidental.

La ONU ya no es un instrumento para la paz, al punto que el líder sionista -desde New York- y sin importarle que el mundo no lo escuchaba, ordenó el ataque contra Líbano y el asesinato del líder de la resistencia Hasán Nasralá. Cuando se ha hecho evidente que la ONU ya no es una tribuna para promover la paz sino para estimular la guerra, debería ser natural su desaparición.

Todo esto se puede hacer porque Estados Unidos lo permite, lo avala, lo apoya, lo financia y arma al causante de la guerra incluso cuando es evidente que se ha configurado el delito de genocidio establecido en la “Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio” aprobada en 1948 y puesta en vigencia en 1951. La ONU es tan ineficaz que no ha sido capaz de hacer aplicar esta convención que se proponía evitar “un delito perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”.

20 de noviembre de 1945. Los Juicios de Nuremberg

 

Cuando finalizó la segunda guerra mundial, a fin de castigar a los culpables de tan abominable hecho que causó la muerte a 60 millones de personas (el 2,5% de la población del planeta en ese entonces) se realizó el juicio de Núremberg. Uno de sus objetivos principales fue llevar a cabo un juicio justo y tener un rol concreto en la prevención de genocidios en el futuro. A pesar de los esfuerzos de los fiscales soviéticos, sus colegas occidentales se preocuparon de “suavizar” las penas y salvaguardar a muchos criminales.

Gracias al apoyo de Estados Unidos, el Vaticano, la Cruz Roja Internacional, la España franquista y la Italia derrotada pero con una fuerte presencia de las huestes de Mussolini, el nazismo y el fascismo sobrevivieron y hoy toman cuerpo en Europa (las elecciones del pasado domingo en Austria son claro reflejo de esta situación) , en América Latina y en otras regiones del mundo. Ayer, en Austria, al igual que Hitler, los fascistas llegaron al poder por vía electoral.

La extirpación no concluida del nazismo hoy le está pasando cuenta al mundo. El sionismo como corriente nacionalista reaccionaria y expresión de la extrema derecha racista surgida a finales del siglo XIX en Europa, sustenta su ejecutoria en el mito de la superioridad racial y la exclusividad de los judíos. Al igual que Estados Unidos, el sionismo considera que el territorio ocupado es una tierra prometida por Dios. Se sustenta en un exacerbado chovinismo, anti comunismo y el nacionalismo extremo. Eso les permite justificar el exterminio de los palestinos y los árabes.

Me preguntó si habrá que esperar a que termine la guerra en Asia Occidental con la derrota de Israel para organizar un nuevo Núremberg, o si será necesario que Rusia, otro país o alianza de países, realicen una nueva Operación Militar Especial, para que al igual que en Ucrania se logre paralizar el desarrollo del genocidio en curso.

¿Y qué dirán los “civilizados” europeos, las social democracias y la izquierda cobarde cuando ello ocurra? ¿O es que caso debemos seguir mirando desde la tranquilidad de nuestros hogares y de nuestras vidas como el mundo no es capaz de organizarse ni siquiera para evitar la muerte en masa de decenas de miles de personas? En la conciencia de los habitantes de este planeta pesará la carga por la incapacidad y la complicidad con este genocidio.

Ya no bastan las declaraciones de rechazo y repudio, hay que pasar a la acción y hay múltiples formas de hacerlo en términos políticos, jurídicos, económicos y militares, pero lo repito una vez más, la iniciativa debe venir del mundo árabe y musulmán porque esperar que Occidente y en primer lugar Europa hagan algo, no es más que una quimera. Más que más, son ellos los ejecutores de los peores genocidios en la historia de la humanidad. Así se hicieron ricos y poderosos: a través de la muerte, la usurpación, el robo, la piratería, el latrocinio, la depredación, el saqueo y la rapiña. Esos son los instrumentos que le permitieron transformarse en “jardín”, recuerden… el resto solo somos “selva”.

www.sergioro07.blogspot.com

Fuente: sergioro07.blogspot.com

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RIDÍCULO EN UCRANIA: ZELENSKY CREARÁ LA "FUNERARIA ZELENSKYY". PARECE BR...

Fascistas somos todos. Incluso Mussolini

 

¿Qué fascismo es ese al que se le puede vencer por medio de los votos y no de los fusiles? El autor sostiene que el fascismo omnipresente se ha convertido en un enemigo de mentira para una izquierda de mentira. Este es el artículo en abierto de la revista El Viejo Topo de este mes, octubre 2024.


Fascistas somos todos. Incluso Mussolini

 

De Héctor Cuenca Soriano

El Viejo Topo

1 octubre, 2024

 


Artículo en abierto de la revista El Viejo Topo nº441, de octubre 2024. 

¿Qué fascismo es ese al que se le puede vencer por medio de los votos y no de los fusiles? El autor sostiene que el fascismo omnipresente se ha convertido en un enemigo de mentira para una izquierda de mentira.


«FORA FEIXISTES DE RUBÍ» («Fuera fascistas de Rubí») manifiesta un enorme grafiti en la ciudad donde crecí, pintado sobre los muros del Centro de Alternativas Culturales, un local que hace saber también, en su pared, su rebeldía ante el statu quo: «Algún día no podremos más, y juntas lo podremos todo».

¿A qué fascistas se refieren? –me pregunto. No hay en la ciudad sede alguna, oficial o clandestina, del Partido Nacional Fascista de Benito Mussolini, o de sus descendientes oficiales u oficiosos del Movimiento Social Italiano o de Casa Pound. Tampoco se conocen oficinas del NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán). Y hasta donde llega mi conocimiento tampoco la Falange, en sus múltiples variantes, dispone aquí de local, ni cuenta con ningún tipo de delegación o de presencia social. Estat Català, por buscar la variedad local y de proximidad, creo que sigue sin resucitar. Entonces, ¿quiénes son los fascistas de la ciudad?

Vuelvo a mirar el muro: se representa de forma estilizada una bandera morada y otra roja, y no puedo evitar pensar en las argumentaciones antiautoritaristas de Erich Fromm, y sus curiosas conexiones con lo que el Marqués de Sade escribió un siglo y medio antes; pienso en la “revolución sexual” y la lucha contra la “represión familiar”, y también en la “represión educativa” que se denunciaba durante el Mayo francés; en la “teoría del agente” que sostiene que el fascismo es un agente de la alta burguesía y que, por lo tanto, carece de agencia propia; y me viene a la mente la ya viejísima máxima de Horkheimer: “Quien no esté preparado para hablar del capitalismo, también debería guardar silencio sobre el fascismo”.

Si te gusta lo que lees, ¡échale un vistazo a la revista de este mes!

 

El caso es que, en los tiempos actuales, los fascistas ya no son Ernst Röhm o Giovanni Gentile. Ahora el fascista es el padre autoritario que impone horarios y normas en el seno del hogar. El profesor que, desde su púlpito académico de autoridad, dicta la verdad y establece reglas y deberes a la clase. La influencer que perpetúa cánones de belleza arbitrarios y opresivos. El o la coach o nutricionista que tú mismo/a contrataste y se atreve a darte órdenes cual sargento de instrucción. El rudo entrenador de baloncesto que, desconsiderado para con las singulares condiciones físicas de tus hijos, les dice que “no valen” para ello. También es fascista el policía cachas o no tan cachas, pero igualmente emblema de coerción, que detiene a un joven extranjero de origen no mencionado por los medios de comunicación. 

Así pues, ¿qué es hoy “fascismo”? 

No es, desde luego, el fenómeno histórico-político que nació en 1919 con las ideas de Benito Mussolini y murió en 1945, en Berlin, bajo las botas del Ejército Rojo. Si el fascismo realmente existente aún siguiera vivo, sería absolutamente necesario combatirlo hasta derrocarlo definitivamente. El “fascismo” actual es, más bien, un Mal absoluto siempre al acecho, como decía Semprún; un conjunto de “instintos oscuros y pulsiones insondables” muchas veces disfrazadas bajo traje de civil, como para Umberto Eco; un tipo de personalidad; un auténtico síndrome derivado de la vivencia, en la infancia, de una relación padre-hijo basada en la jerarquía y la autoridad (como establecieran Adorno y Horkheimer, solo necesitamos darles más cariño a nuestros niños/as y nunca volverá a haber más fascistas); una tendencia simultánea en el individuo a pulsiones sádicas y masoquistas que debía solucionarse a través del amor y la espontaneidad, como nos dijera ya hace 80 años Erich Fromm (y así lo resumían, en forma de rap, los Chicos del Maíz: “En Fromm está la clave: Follar se sale”). Debemos estar atentos, nos recuerdan autores como José Mª Chamorro: El fascismo psicológico puede estar presente en los camaradas más convencidos de ser antifascistas.

¡Por supuesto, así sí! Así, las constantes referencias al fascismo cobran sentido Si la Iglesia, la policía, la familia, la democracia burguesa, los ejércitos, hasta la Razón misma –como argumentaran Horkheimer y Adorno en Dialéctica de la Ilustración– son instituciones fascistas (o potencialmente fascistas) no es porque lo fueran o lo sean auténticamente, es decir, porque sean histórica o ideológicamente fascistas. No es de eso de lo que se les acusa, y habría que ser muy obtuso al hacerlo habida cuenta de la evidencia histórica reunida por autores como Bruno Groppo sobre el fascismo y el antifascismo que realmente tuvo lugar en Europa occidental, y muy en particular en Italia, cuna del fascismo original.

Ahora recuperamos ese concento hegeliano llamado Geist, y al que podemos traducir como espíritu, mente, genio, espectro, fantasma o sombra. Si asumimos que existe (siquiera como herramienta de análisis) un Geist o “espíritu” de las cosas que estaría en permanente descubrimiento y proceso de auto-perfeccionamiento hacia formas más definitivas de sí mismo, y si en el caso del fascismo ese Geist corresponde al «espíritu de la represión y el autoritarismo», debemos concluir lo que nos dijo Augusto del Noce ya en la década de los 70: Si “el fascismo no puede entenderse sino como identificación con el «espíritu represivo y autoritario»”, entonces “toda forma de represión y de autoridad se ha de interpretar como fascismo”.

Por consiguiente, poco importan los parecidos o las diferencias, sean doctrinales o prácticas, que respecto al fascismo pueda tener cada ideología o movimiento político, cada institución, cada individuo concreto. Aquello relevante es que el Geist del fascismo acecha a cualquier forma de autoridad, fuerza o disciplina, de Margaret Thatcher al gobierno de China o Corea del Norte, y más allá. De hecho, cualquier sistema político podría incurrir en el fascismo. Y si ese sistema político se ha construido sobre una violencia previa, como la República Francesa, no hay duda de que es fascista. 

Como sostienen Joan Antón y Marco Esteban, en el fondo no existiría diferencia entre todas las tendencias políticas de derechas del siglo XIX, desde los socialdarwinistas británicos del sufragio censitario (y partidarios de que la población se regule sola a través del humanísimo método de la inanición) hasta los Bismarcks del fuerte estado del bienestar semi-autoritario avant la lettre, e incluso entre ellos y los curas, nobles y reyes del Antiguo Régimen que apenas un siglo antes vinieran a sustituir. Todos ellos son la misma cosa, pues participan de un mismo Geist: una sola y larguísima cadena del “privilegio” (por supuesto un cuerpo homogéneo, eternamente opresivo y tiránico en esencia en cada una de sus manifestaciones) que “ante la decrepitud de la Iglesia y la monarquía, buscaría nuevos protectores en los engendros pseudocientíficos de la socioevolución y la genética social”, hasta desembocar, desesperado por el avance constante de “la Razón”, que traía “un mundo de igualdad, libertad y justicia”, en el engendro del nazismo. 

A día de hoy, académicos de primera y periodistas de trinchera como Dan Hassler-Forest o Elisa Strauss permanecen vigilantes en la primera línea de batalla, y han detectado que este esquivo Geist sigue presente y manifestándose de forma subrepticia una vez más, infectando las mentes de nuestros hijos a través de su presencia subliminal en películas infantiles como El Rey León y Patrulla Canina. Por fortuna, medios obreros concienciados como el Washington Post y la CNN se han hecho ya eco de sus descubrimientos a fin de darlos a conocer al público general: vigilen lo que les muestran a los niños, pues ahí podría encontrarse el espíritu del fascismo.

Es lógico pues el viraje hacia la lucha “superestructural” de los pensamientos, las ideas, la cultura… Porque, como estamos viendo, el Geist del fascismo también habita en los detalles.

Es cierto que el 1% es más rico que nunca, y que como señala Piketty estamos en niveles de desigualdad previos a la Revolución Francesa. Es cierto, como reflexionan Hobsbawm o Fontana, que el endeudamiento de todos los estados occidentales roza o supera la totalidad del PIB, tratando de mantener un estado del bienestar lastrado por el estancamiento económico y la escasa tasa impositiva efectiva sobre las élites económicas (hay quien dice “ingeniería fiscal”, hay quien lo llama “robo”, pero yo no quiero participar en linchamientos públicos a base de violencia verbal… pudiera ser fascismo). Y es cierto que el desempleo se ha vuelto estructural hace ya al menos treinta años. 

Pero no perdamos el foco. Estamos liberando la superestructura de la sociedad: los valores, las creencias… Ya casi nadie cree en esos arcaicos conceptos de “orden increado de valores”, “jerarquía del Ser” o “Tradición”. Hemos desenmascarado como mentiras, gracias a Lyotard y a Foucault, entre otros pioneros, no sólo todos los valores que existían, sino todos los que puedan existir: ¡Todos ellos no son sino herramientas del poder y la opresión! Sigamos luchando contra toda forma de autoridad y disciplina, no cejemos en nuestro empeño contra el Geist del fascismo. 

¡No desfallezcamos, que el fascismo tiene muchas caras! Y cada año, puntualmente para las elecciones, el fascismo vuelve encarnado bajo la máscara de algún partido liberal-conservador, sistémico, no especialmente rupturista con el marco político existente. Así que una vez más es necesario la lucha contra ese enemigo de naturaleza omnímoda, a veces de apariencia sutil, que es el fascismo.

Después de esto, ya no será posible recurrir al tipo de relato mítico-heroico de resistencia de la sagrada madre patria contra el invasor, el cual moviera, realmente, históricamente, a millones y millones de ciudadanos y ciudadanas soviéticos a tomar los fusiles y combatir a la Wehrmacht. Mientras que las democracias burguesas occidentales sucumbieron fácilmente al nazismo, la Unión Soviética sí pudo detenerlo y derrotarlo. Pero esta es una afirmación que puede ser considerada como excesivamente militarista, y eso puede ser fascista (quizá, como creyera Chamberlain, hay maneras de derrotar al fascismo sin usar las armas). Y también puede ser fascista apelar a la madre patria. Así que descartemos para siempre los patrióticos versos y discursos de un Pável Kogan, de un Evaristo San Miguel o… del propio Lenin, que en su día afirmó “nosotros, obreros rusos, impregnados de sentimiento de orgullo nacional…”. 

Estamos enfrentando al Mal absoluto, y aunque los soviéticos lo mirasen más de cerca y nosotros no seamos siquiera testigos oculares, deben aceptar nuestro criterio (sea este el último uso que se haga de la autoridad, pues la autoridad solo puede desembocar en el fascismo a largo plazo): Hemos estudiado mucho, casi 80 años, desde el horror desatado por el nazismo y su paroxismo en los campos de exterminio. Así que es comprensible si sobrerreaccionamos, aunque sea un poquito, ante el paso de la oca prusiana, aun si lo realiza, en la plaza Roja un 9 de mayo, el ejército que verdaderamente derrotó a los nazis. Hay que estar siempre alerta, pues en cualquier lugar habita el fascismo.

La organización y la disciplina, fascismo. Además, Lenin y la conquista del Estado están ya más que superados. Ahora lo que se lleva es cierta lectura de Gramsci, la hegemonía, el sentido común… Empecemos por ahí y el control sobre el Estado ya vendrá. Las revoluciones llevan tiempo, no se hacen así como así tomando un palacio al asalto como hicieran aquellos bolcheviques: una panda de tíos mal armados de un partido minoritario, muy cohesionado y motivado… Eso suena tan fascista, violento y antidemocrático…

No hagamos caso de lo que pueda decir al respecto un teórico como Roger Scrutton cuando nos dice lo siguiente: “Considerad un aspecto cualquiera de la herencia occidental del que nuestros antepasados se sentían orgullosos, y encontraréis un curso universitario consagrado a su deconstrucción. Considerad no importa qué aspecto positivo de nuestra herencia política y cultural, y encontraréis esfuerzos, concertados a la vez por los medios y la universidad, para ponerlo entre comillas y darle el aire de una impostura o superstición”. Aun cuando pase inadvertido, esas palabras pueden ser propagandistas del fascismo.

El acervo milenario de la cultura occidental, justo donde autores como Luis Racionero entienden que puede estar la respuesta a la barbarie capitalista de raigambre protestante (tan reciente, tan superficial), esa tradición milenaria que nos ha hecho ser quien somos, es en sí portadora de los mismos valores del fascismo. Y eso avalaría derrumbar las estatuas de Platón y de Aristóteles. ¡Menudos referentes que tuvimos! Un par de hombres blancos poseedores de esclavos que, con su actitud (pues “lo personal es político”) y en ocasiones hasta en sus escritos, perpetuaban la injusticia y asentaban las bases sobre las que posteriormente se produciría el Holocausto.

Ocurre que, como bien señala Mark Fisher, para la barbarie capitalista, la que sí vivimos de verdad, la actual izquierda no parece tener alternativa alguna. Todos los esfuerzos de esa izquierda están orientados a luchar contra el Mal absoluto del fascismo, y eso obliga a hacer concesiones al capitalismo. Así que podemos hacernos aliados de los hijos y nietos de los Chicago Boys que asesoraron a Pinochet, aunque trabajen en las Big Four o participen de explotar el coltán del Congo o vendan armas en Ucrania, si es que asumen una actitud antiautoritaria, defienden el sexo libre y llevan a cabo un desenfadado estilo de vida.

Si por algo debemos preocuparnos es por el mundo inundado de fascistas: Fascista es Putin, y fascistas son los partidarios de Zelenski en Ucrania, que dice el presidente ruso hay que desnazificar. Fascista fue el euromaidán, alzado contra el fascista Yanukóvich. Fascista es Al-Assad, y fascistas islámicos los muyahidines del ISIS que intentaban derrocarlo. Fascista es tanto Thatcher como la Junta Militar que le disputara las Malvinas. Fascistas teocráticos los talibanes, y fascistas los métodos de las fuerzas invasoras del imperio norteamericano. Fascista el baazismo de Saddam y “fascismo exterior” nuestra descarada injerencia en los asuntos de su país. La violencia económica de los banqueros es fascista, pero más fascista todavía sería expropiar sus assets por la fuerza y fascista debe ser quien lo proponga (rescatar sus deudas a cambio de nada está mal, especialmente si lo hace un gobierno supuestamente socialista, pero pedirles algo a cambio de ese rescate con dinero público es coacción, y no podemos tolerar esos medios propios de escuadristas). Fascista es Abascal, y fascista, claro, es también el Frente Obrero.

Y por supuesto que sí: Stalin, hoy, sería un fascista. Los desarrollos académicos de los últimos 80 años, sumados a nuestra singular sensibilidad y aguda –incluso “despierta” (woke para los anglos)– perspectiva, que no es patología como argumenta Roger Griffin sino la locura de los genios, nos ha permitido reconfigurar el espectro político entero.

“I was blind, but now I see”: Fascistas somos todos. Incluso Mussolini. Y ante el fascismo, de todo tipo y toda forma, en cualquier grado o dosificación, sea de lejano parentesco o semejanza, ni un solo paso atrás. Con el capitalismo, ya otro día si eso: cuando exorcicemos para siempre al Mal absoluto de este mundo. Hasta entonces, hay una cruzada que librar. Ya Marx reconocerá a los suyos.

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