domingo, 1 de julio de 2012

CUENTOS Y RELATOS DE ISLA MAYOR


TIROTI: EL VIAJERO EMPEDERNIDO 

 (Alfonso XIII, depósito de agua y lugar donde esperaba Tiroti a la "Viajera")

Por el nombre propio es imposible localizar a Tiroti en Alfonso XIII, pueblo en el que vivía, hoy pedanía de Isla Mayor, pero por el nombre que se ha dicho, Tiroti, que es el nombre con que ha entrado en la historia, al punto queda localizado.
 Lo que evidencia de forma incuestionable que la historia no la hacen los nombres propios sino las acciones que se realizan y que son, sin duda, reconocidas por la vecindad. Lo único que hace falta es escribir la historia bien, tal cual sucedieron los hechos que se relatan, sin quitar ni poner.
 Tiroti por terminar pronto, era el tonto oficial del pueblo. Pero como se sabe, lo oficial casi nunca responde a la realidad. 
 De sentido común escaseaba un tanto. Pero que como también se sabe, según dicen, y si lo dicen muchos algo de cierto habrá, es el menos común de los sentidos. Y de lo que estaba muy bien despachado era en tesón y perseverancia, siendo tan así la cosa que los más le tenían por tozudo o cabezón, por lo que se puede decir y para concluir este punto, que si le faltaba sentido común le sobraba voluntad, de manera que lo uno por lo otro.
  De edad rondando los veinte le andaría. Por lo general vestía con el torso desnudo y las partes bajas cubiertas por un saco de arpillera atado a la cintura con una cuerda, porque la ropa de muerto no le gustaba nada, y en cuanto los muchachos del pueblo mofándose de él le hacían creer que la ropa normal que llevaba puesta era ropa de muerto, oído esto por Tiroti y quedarse en cueros vivos en mitad de la calle entre las risas de quienes le hacían creer aquello, todo era uno, de manera que Tiroti con absoluta resolución para acabar con la rabia y sin dudarlo un instante mataba al perro, mostrando así su incuestionable sentido practico de la vida, y fue por ello por lo que decidió resueltamente cubrir sus vergüenzas con aquel saco, lo que motivó y justificó cumplidamente que su fama se extendiera por todo el contorno como paso previo para poder figurar en los anales de la historia con tantos méritos como el primero y el más pintado.
  El retrato más fiel que de Tiroti se podía hacer por escrito era reseñando que llevaba siempre aparejada un par de velas de mocos verdes colgándole de las narices, y que al correr en paralelo a la Viajera, el autobús de línea color amarillo con letras marrón en los costados que hacía la línea Poblado Queipo de Llano - Sevilla, pasando por Villafranco del Guadalquivir entonces, hoy Isla Mayor, el cambio de marchas lo hacia con los dedos de la mano izquierda, que era la caja de cambios de Tiroti, y el ruido del motor con la boca, de la que de cuando en cuando se le escurrían hilillos de baba por la comisura de los labios. 
 Llegaba la Viajera a Alfonso XIII, y allí estaba esperándola Tiroti, a la sombra del enorme depósito del agua potable, una especie de tambor gigante suspendido en el aire por cuatro pilastras de hormigón armado, junto a la carretera de grava. Arrancaba la Viajera y Tiroti metía la primera velocidad en la mano izquierda y comenzaba corriendo a su par, mirándola de reojo y ronroneando el sonido del motor con la boca.
  Los viajeros miraban a Titoti. Los más con indiferencia, como si Tiroti fuera parte natural del paisaje que se tenían visto mil veces. Las mujeres con una cierta piedad lastimosa que quizás hirieran sus sentimientos; algunos mozos con una cierta sonrisa burlona que no podían justificar muy bien dentro de sí, y un niño de cinco, seis…, quizás siete años, con atención, con mucha atención, como escudriñando los entresijos de Tiroti, al que a él no le parecía ni tonto ni un pobre hombre. 
 Probablemente, dado que este extremo no se ha podido comprobar, aquel niño que miraba con atención, con mucha atención a Tiroti mientras este corría parejo a la Viajera, se debiera a que aquel niño le gustaba mucho jugar a tractores llevando por volante la tapadera de una cacerola de la cocina de la madre correteando alrededor de su casa hasta que el cansancio le vencía.
  Después metía la segunda velocidad Tiroti y todavía corría a la par de la Viajera unos cuantos metros…, y la tercera…, pero ya con la tercera velocidad metida le empezaban a sobrar velocidades a Tiroti, aunque de gasolina iba bien, porque las piernas no le daban más de sí y los resoplidos que le salían del alma ahogaban el ruido del motor de la Viajera que él iba haciendo con la boca, y el calor del sol le picaba en los hombros y le ponía ardiendo la cabeza, y la Viajera le iba comiendo carretera y le iba comiendo carretera y se alejaba y se alejaba. 
 Jadeante Tiroti, quitándose los mocos de la nariz y secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano, se paraba por fin, observando durante un rato como la Viajera se perdía poco a poco entre la nube alargada de polvo que dejaba tras sí y que llegaba más allá de Casa Alta. 
 Es posible, si bien este aspecto de la historia tampoco ha podido ser comprobado, que más de uno de aquellos viajeros que se perdía con aquella Viajera en la nube de polvo que levantaba no pudieran jamás entrar en la historia por no saber a ciencia cierta qué querían ser en la vida ni como hacerlo, pero Tiroti sí sabía muy bien lo que quería y qué hacer para conseguirlo, así que, recuperado algo el resuello, nuevamente regresaba otra vez a Alfonso XIII, y a la sombra del depósito del agua, vuelta a esperar a que llegara siguiente la Viajera, porque lo que quería Tiroti era ser Viajera. 

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