lunes, 27 de mayo de 2024

Cómo será la próxima guerra civil en EEUU

 

El estreno de Civil War, de Alexander Garland, ha servido como espoleta para la discusión de una posible guerra civil, hoy, en EEUU. Aunque, haya guerra civil o no, el aumento de la violencia parece estar garantizado, gane o no Donald Trump.


Cómo será la próxima guerra civil en EEUU



EL VIEJO TOPO / 27 mayo, 2024



por Chris Orlet

Uno de los juegos de salón más populares en Estados Unidos en este momento podría llamarse: ¿Cómo será la próxima guerra civil estadounidense? Entre los muchos escenarios que se barajan está el dramatizado en la próxima película de suspense Civil War, del director Alex Garland. En la película de Garland vuelven a haber dos ejércitos estadounidenses enfrentados: las fuerzas militares de Estados Unidos frente a las «fuerzas occidentales» separatistas lideradas por Texas y California. ¿California? dirá usted. ¿No querrá decir Texas y Florida?

La Confederación Texana-Californiana de la película ha hecho que muchos críticos se rasquen la cabeza, pero la composición de los bandos enfrentados tiene poco que ver con el argumento. La política de la película es opaca a propósito. Garland no ha dicho por qué eligió a estos dos estados particularmente antagónicos para unir sus fuerzas, pero parece obvio que ha sido un intento del director para asegurar que su película fuera apolítica y, por tanto, comercialmente viable.

Si la premisa de la película de Garland no es en absoluto la de la próxima guerra civil estadounidense, ¿existe algún escenario que al menos tenga sentido en nuestro clima político contemporáneo?

Desde luego, no se trata de las conocidas líneas de batalla entre Estados rojos (republicanos) y azules (demócratas). A diferencia de la división geográficamente conveniente entre Estados Unidos y la Confederación en la década de 1860, las líneas divisorias ideológicas y políticas de hoy se extienden por todo el territorio de los 48 estados e incluyen estados que cambian constantemente de color, del rojo al púrpura y al azul. Por no hablar de los focos urbanos de liberalismo incluso en los estados más rojos.

El autor Stephen Marche ofrece otra perspectiva en The Next Civil War: Dispatches from the American Future. Predice que el país pronto se dividirá en cuatro naciones separadas: Norte, Sur, Texas y California. Habría sido una película más realista que la de Garland, pero es poco probable que la geografía desempeñe un gran papel en la próxima contienda civil. Puede que Estados Unidos esté dividido, pero lo está por edad, educación, raza y religiosidad, no por una versión del siglo XXI de la línea Mason-Dixon.

En cuanto a la secesión, no apuestes por ella. Los tejanos seguirán divagando sobre Texit, pero incluso el Tribunal Supremo de Donald J. Trump ha señalado que tal movimiento sería ilegal. El periodista Dan Solomon examinó metódicamente la probabilidad de secesión de Texas en un reciente artículo en Texas Monthly y, tras entrevistar a muchos destacados juristas y expertos militares, llegó a la conclusión de que la posibilidad era extremadamente remota. Mientras tanto, encuestas recientes sugieren que la mayoría de los tejanos ni siquiera quieren la secesión.

Entonces, ¿qué podemos esperar? ¿Otra Pax Americana?

No, si Trump se queda corto en las elecciones presidenciales de este año. Muchos expertos predicen que si Trump pierde las elecciones de noviembre y, como la última vez, se niega a admitirlo, estallará una ola de violencia extremista que hará que el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 en la capital de Estados Unidos parezca la hora del té con la Reina. La violencia puede ser larga y continuada de una forma que Estados Unidos no ha visto desde la época de los derechos civiles, «Bombingham», en la que los residentes de Birmingham, Alabama, soportaron 50 explosiones de dinamita entre 1947 y 1965.

Al menos ese fue el consenso de los numerosos expertos entrevistados el mes pasado por la revista Politico. Es cierto que la pregunta se refería a si Trump fuera expulsado de las urnas, no si perdiera las elecciones, pero viene a ser lo mismo.

Se espera un «marcado aumento del extremismo violento», advirtió Donell Harvin, experto en seguridad nacional y educador. «La violencia es probable pase lo que pase», afirmó Rachel Kleinfeld, de la Fundación Carnegie para la Paz. Será «el comienzo de un nuevo desmoronamiento sangriento», dijo Aziz Huq, profesor de Derecho de la Universidad de Chicago. Habrá «protestas masivas de extrema derecha en las que participarán vigilantes armados», afirmaron Steven Simon, profesor visitante de prácticas en Estudios de Oriente Medio de la Universidad de Washington, y Jonathan Stevenson, investigador principal del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos. Por otra parte, el ex gobernador de Arkansas, Mike Huckabee, ha advertido de que si Trump pierde en noviembre «serán las últimas elecciones estadounidenses que se decidirán con papeletas y no con balas».

Aunque la base de Trump está formada en su mayoría por blancos viejos y ligeramente racistas, esa base tiene un núcleo antigubernamental muy inestable y militante (pensemos en los patanes que intentaron secuestrar a la gobernadora de Michigan, Gretchen Witmer, o en Cliven Bundy y su chusma, o en Timothy McVeigh, del atentado contra el edificio federal de Oklahoma City en el que fueron masacradas 168 personas). Estos fanáticos suelen tener dinero, arsenales y serios complejos de martirio. Si Trump pierde las elecciones de noviembre, extremistas similares contrarios al gobierno federal intentarán sin duda desestabilizar el país aún más de lo que ya está.

Según el Southern Poverty Law Center, en la actualidad hay unos 700 grupos extremistas antigubernamentales en Estados Unidos. Sólo los movimientos milicianos cuentan con unos 50.000 aspirantes a Stonewall Jackson. Eso es suficiente mano de obra para infligir una cantidad sustancial de daño –aunque no lo suficiente como para librar una verdadera guerra civil. Y aunque la mayoría de los extremistas antigubernamentales carecerán de agallas para hacer algo más que sus habituales quejas y rabietas en las redes sociales, un pequeño porcentaje de ellos sí lo hará.

Si el presidente Joe Biden gana las elecciones de noviembre, los estadounidenses de a pie deberían prepararse para un aumento del terrorismo doméstico, un gran repunte de las escaramuzas contra las tropas federales y los agentes federales, y más escenas como el asalto al Capitolio del 6 de enero.

Los extremistas antigubernamentales bien podrían lanzar campañas de atentados similares a las que otros extremistas racistas y antigubernamentales emprendieron durante el Verano Rojo de 1919 (en el que se produjeron atentados terroristas de supremacistas blancos en más de tres docenas de ciudades estadounidenses y en un condado rural de Arkansas, y durante el Verano de la Libertad de Misisipi (cuando se bombardearon o incendiaron 67 hogares, negocios e iglesias de negros).

Otros escenarios de pesadilla podrían parecerse a los atentados de 2008 en Bombay (India). Aquellos atentados fueron perpetrados por apenas diez miembros de un grupo militante islamista radical, pero consiguieron matar a 175 personas y herir a más de 300.

Más difícil de predecir es lo que ocurrirá si gana Trump. Muchos expertos predicen el fin de la democracia en Estados Unidos. Eso es poco probable. Los dictadores con un fuerte culto a la personalidad no viven para siempre, y cuando el hombre fuerte de España, Francisco Franco, o el de Chile, Augusto Pinochet, finalmente estiraron la pata, una forma de democracia fue finalmente restaurada en esas naciones. Aspirantes a Trump como Marjorie Taylor Green y Jim Jordan nunca podrán calzarse las botas de Trump.

Estados Unidos tiene una larga y sórdida historia de violencia doméstica extremista. Cien años antes de la Guerra de la Independencia, Nathaniel Bacon, un acaudalado político que vivía exiliado en Virginia, encabezó una sangrienta rebelión contra el gobierno de Virginia porque el gobernador se negaba a matar o expulsar a los nativos americanos de sus valiosas tierras natales. Este tipo de escenas se han venido sucediendo desde entonces. Los «patriotas» que atacaron el Capitolio el 6 de enero se habrían sentido muy a gusto en la turba de Bacon.

Los extremistas que atacaron Estados Unidos el 11-S creían que eran soldados de infantería en una justa guerra santa. Si Trump pierde en noviembre, algunos extremistas nacionales estarán convencidos de que ellos también son patriotas que luchan en una justa guerra civil. Del mismo modo que nunca subestimaremos la potencia de unos pocos soldados de Al Qaeda, no deberíamos subestimar la destrucción que puede causar un pequeño porcentaje de apasionados perdedores.

Artículo publicado en CounterPunch.

Fuente: Blog de Rafael Poch de Feliu

 

Europa o la impostura

 

Europa o la impostura


La Unión Europea es una entidad política sin una constitución legítima por tanto NO pueda expresar la voluntad política de los pueblos europeos. La única apariencia de unidad se logra cuando Europa actúa como vasallo de Estados Unidos, participando en guerras que de ninguna manera corresponden a nuestros intereses comunes y menos aún a la voluntad popular.

 

Diario octubre / mayo 27, 2024

 


 Giorgio Agamben, filósofo italiano.— Es probable que muy pocos de los que se preparan para votar en las elecciones europeas se hayan preguntado por el significado político de su gesto. Al estar llamados a elegir un «parlamento europeo» no especificado, pueden creer de buena fe que están haciendo algo que corresponde a la elección de los parlamentos de los países de los que son ciudadanos. Es importante aclarar de inmediato que este no es el caso en absoluto.

Cuando hoy hablamos de Europa, lo más importante que se elimina es, ante todo, la realidad política y jurídica de la propia Unión Europea. Que se trata de una autentico fraude se desprende del hecho que se evita por todos los medios dar a conocer una verdad que es tan embarazosa como evidente. Me refiero al hecho de que desde el punto de vista del derecho constitucional, Europa no existe: lo que llamamos la «Unión Europea» es técnicamente un pacto entre Estados.

El Tratado de Maastricht, que entró en vigor en 1993 y que dio su forma actual a la Unión Europea, es la sanción definitiva de la identidad europea como mero acuerdo intergubernamental entre estados. Consecuentemente hablar de democracia en relación con Europa no tenía sentido, los funcionarios de la Unión Europea intentaron llenar este déficit democrático redactando el proyecto de la llamada Constitución europea.

Es significativo que el texto que lleva este nombre, elaborado por comisiones de burócratas sin ninguna base popular y aprobado por una conferencia intergubernamental en 2004, cuando fue sometido a votación popular, como en Francia y Holanda en 2005, fuera impresionantemente rechazado por una gran mayoría. Ante el fracaso de la aprobación popular, que efectivamente anuló la llamada “Constitución”, el proyecto fue tácitamente -y tal vez deberíamos decir vergonzosamente- abandonado y reemplazado por un nuevo tratado internacional, el llamado Tratado de Lisboa de 2007.

Huelga decir que, desde un punto de vista jurídico, este documento no es una constitución, sino un acuerdo entre gobiernos cuya única coherencia se refiere al derecho internacional y que, por tanto, han tenido cuidado de no someterlo a la aprobación popular. No sorprende, por tanto, que el llamado Parlamento Europeo que se está eligiendo no sea, en realidad, un parlamento, porque carece del poder de proponer leyes, y que está enteramente en manos de la Comisión Europea. Unos años antes, el problema de la Constitución europea había suscitado un debate entre un jurista alemán cuya competencia nadie podía dudar, Dieter Grimm, y Jürgen Habermas, quien, como la mayoría de los que se llaman a sí mismos filósofos, estaba completamente carente de una cultura jurídica.

Frente a Habermas, que pensaba que en última instancia la constitución se podía basar en una mítica “opinión pública”, Dieter Grimm tuvo buenas razones para explicar la imposibilidad de una constitución por la sencilla razón de que no existe un pueblo europeo y, por lo tanto, algo así como un poder constituyente carecía de todas las bases posibles. . . Porque como todos reconocemos el poder establecido presupone un poder constituyente, la idea de un poder constituyente europeo es la gran ausente en los discursos sobre Europa.

Por tanto, desde el punto de vista de su supuesta Constitución, la Unión Europea no tiene legitimidad. Por tanto, es perfectamente comprensible que una entidad política sin una constitución legítima no pueda expresar la voluntad política de los pueblos europeos. La única apariencia de unidad se logra cuando Europa actúa como vasallo de Estados Unidos, participando en guerras que de ninguna manera corresponden a nuestros intereses comunes y menos aún a la voluntad popular. La Unión Europea actúa hoy como una rama de la OTAN (que es en sí misma un acuerdo militar entre estados).

Por eso, retomando no demasiado irónicamente la fórmula que Marx, se podría decir que la idea de un poder constituyente europeo es el espectro que acecha hoy a Europa y que nadie se atreve hoy a evocar. Sin embargo, sólo un poder constituyente de este tipo podría devolver la legitimidad y la realidad a las instituciones europeas. Entonces, debería quedar claro para entendidos y legos algo simple: según todos los diccionarios los impostores son «aquellos que obligan a otros a creer cosas ajenas a la verdad y a actuar según esa credulidad» . En otras palabras la Unión Europea y su extensa burocracia son actualmente nada más que una autentica ‘impostura’.

Otra idea de Europa sólo será posible cuando hayamos terminado con esta impostura. Para decirlo sin pretensiones ni reservas: si realmente queremos pensar en una Europa política, lo primero que debemos hacer es quitar del camino a la Unión Europea – o al menos, estar preparados para el momento en que, como parece ahora- inminente, se derrumbe.

VIAobservatoriocrisis.com

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