domingo, 14 de enero de 2024

¿El estertor de Occidente? Las claves del ocaso de la hegemonía estadounidense

 

¿El estertor de Occidente? Las claves del ocaso de la hegemonía estadounidense

 

DIARIO OCTUBRE / enero 13, 2024

 

 

Carmen Parejo Rendón - Escritora y analista en distintos medios audiovisuales y escritos. Directora del medio digital Revista La Comuna. Colaboradora en Hispan TV y Telesur. Enfocada en el estudio y análisis de la realidad latinoamericana y de Asia Occidental.


Carmen Parejo Rendón (RT).— Tras el fin de la Guerra Fría, EE.UU. obtuvo lo que llevaba años trabajando por conseguir: una hegemonía mundial en solitario. A partir de ahí, su política internacional se centró en tratar de sostener para siempre una unipolaridad que progresivamente se ha ido diluyendo.

 

El auge de los Estados Unidos de América hasta convertirse en único hegemón global tiene un recorrido histórico, basado en unas condiciones políticas y materiales concretas. EE.UU. surgió como nación en medio de una pugna geopolítica entre los imperios europeos, algo que facilitó su independencia y su desarrollo. A su vez, contó con unas potencialidades internas debido a los múltiples afluentes del río Misisipi (que sirven al transporte de mercancías y a la comunicación), el desarrollo del ferrocarril, una doble salida hacia dos océanos fundamentales, como son el Atlántico y el Pacífico, y una ventaja de casi cincuenta años de independencia respecto del resto de países que se emanciparían al principio del siglo XIX en el resto del continente americano.

Así, no es fortuita la primera declaración geopolítica del naciente EE.UU. En los debates previos a la presentación de la famosa Doctrina Monroe de “América para los americanos”, John Quincy Adams planteó que Estados Unidos debía aprovechar la oportunidad para hacer una declaración unilateral que, atara “las manos de todas las potencias, Inglaterra inclusive, pero que se las deje libres, entera, absolutamente libres en América, a Estados Unidos”.

Esta declaración de intenciones va a ser la carta de presentación para una guerra velada entre EE.UU. e Inglaterra por el control de todo el continente americano, que empezará a aclararse en beneficio de Washington durante la Primera Guerra Mundial.

Las contradicciones se agudizan, ya que incluso entre los países aliados a EE.UU., la diversificación económica a través de acuerdos con China, Rusia o Turquía, están creando una esfera de posibilidad que muchos no quieren desaprovechar.

A partir de ese momento, en los países de América se instaurarán regímenes funcionales a los intereses estadounidenses, que servirán como una plataforma continental para desviar la hegemonía europea más allá de las fronteras del continente americano. Este sistema comenzará su declive fundamental con el surgimiento, en las vísperas del inicio del nuevo siglo, de los llamados Gobiernos progresistas, debido a un agotamiento estructural de este sistema de dependencia.

Gran parte de la agenda internacional de EE.UU. en los últimos años se ha centrado en tratar de hacer caer o directamente derrocar a estos gobiernos, vía sanciones económicas, procesos de ‘lawfare’ (guerra judicial), creación de gobiernos paralelos o golpes de Estado clásicos, entre otras medidas.

Las contradicciones se agudizan, ya que incluso entre los países que se mantienen aliados a los intereses de EE.UU., la diversificación económica a través de acuerdos con China, Rusia o Turquía, entre otros; así como las posibilidades de nuevos acuerdos económicos regionales con grandes potencias como Brasil, están creando una esfera de posibilidad que muchos no quieren desaprovechar.

La otra plataforma fundamental para la hegemonía estadounidense se crea tras la Segunda Guerra Mundial, cuando este país aprovecha las condiciones generadas por la contienda para someter a sus principales adversarios en la lucha por una hegemonía mundial: Europa occidental y Japón.

EE.UU. mantiene en la actualidad el control geopolítico de Europa, a través de las alianzas con una Unión Europea, en constante crisis interna y dividida, y del control militar a través de la OTAN. Al respecto de la estrategia asiática, la diplomacia estadounidense en los últimos años ha enfocado sus esfuerzos en aumentar su presencia en la región, por ejemplo, con el desarrollo de la alianza AUKUS.

El control estadounidense sobre el golfo pérsico y el golfo de Adén (Yemen), como elementos fundamentales para garantizar su hegemonía mundial, está en cuestión. Una de las claves geopolíticas de 2023 fue la recuperación de las relaciones diplomáticas entre uno de los aliados fundamentales de EE.UU. en la región de Oriente Medio, Arabia Saudí, y su enemigo principal, la República Islámica de Irán.

Una vuelta a las relaciones entre ambas naciones facilitada por China, considerado el principal adversario a batir por parte de EE.UU. A su vez, el régimen saudí llegaba a acuerdos con la República Popular China para su integración en la Nueva Ruta de la Seda; y, finalmente, el 1 de enero de 2024, este país, junto a otras dos grandes potencias petroleras regionales como son Emiratos Árabes Unidos e Irán, ingresó como nuevo miembro del Grupo BRICS +.

Una de las claves geopolíticas de 2023 fue la recuperación de las relaciones diplomáticas entre uno de los aliados fundamentales de EE.UU. en la región de Oriente Medio, Arabia Saudí, y su enemigo principal, la República Islámica de Irán.

Es por esto que no resulta sorprendente que Joe Biden haya iniciado el 2024 usando el ataque yemení en solidaridad con Gaza a buques vinculados con Israel, como excusa definitiva para tratar de imponer una agenda de intervención en la zona a sus socios internacionales. Abriendo, además, una herida, como es la guerra por delegación que lideró Arabia Saudí contra Yemen y que, en el actual clima de negociaciones con China, podría tener una salida medianamente digna para los saudíes.

Por otra parte, Halford John Mackinder, político y geógrafo británico, sostenía a principios del siglo XX que quien controlase la zona de Asia central, podría manejar el mundo. Tras la desintegración de la URSS, EE.UU. se creyó capaz de intervenir en la zona, algo que se desmoronó en 2001, cuando se fundó la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), integrada por China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, a la que se unirían India y Pakistán en 2017, e Irán en septiembre de 2022. Esta organización abarca el 80 % del área de Eurasia​ y contiene al 40 % de la población mundial.

Si algo teme EE.UU. en el actual escenario es una gran alianza Euroasiática que le acabe por dejar fuera del terreno de juego. En ese sentido, podemos explicar las distintas estrategias empleadas tanto por el actual presidente Joe Biden, como por sus antecesores en la Casa Blanca.

El adversario señalado es China, pero afecta a otros actores como Rusia e Irán, que han sido sometidos a políticas de máxima presión y desestabilización constante durante estos años. Si Biden ha buscado desgastar a Rusia y romper sus vínculos con Europa, Trump buscó aislar a China, llegando incluso a reunirse (sin mucho éxito) con el presidente de Corea del Norte.

Si algo teme EE.UU. en el actual escenario es una gran alianza Euroasiática que le acabe por dejar fuera del terreno de juego. En ese sentido, podemos explicar las distintas estrategias empleadas tanto por el actual presidente Joe Biden, como por sus antecesores en la Casa Blanca.

Hasta la conquista europea del continente americano, las relaciones internacionales, se habían establecido entre Europa, Asia y el norte de África, en tanto a ser los territorios con mayor extensión y relación entre sí. Por eso, no es de extrañar que los primeros grandes imperios de la Antigüedad surjan entorno al mar Mediterráneo: Egipto, Grecia o Roma, por ejemplo.

El desarrollo de potencias con capacidad naval crea nuevos imperios de ultramar con el inicio de los procesos de colonización. En primer lugar, los imperios ibéricos (actualmente España y Portugal) y después otros como el francés, holandés, danés o el que, finalmente, se impondrá: el imperio británico. Paralelamente a este proceso, desde el siglo XV, empieza a tomar forma el modo de producción capitalista, mundializado por primera vez y que vincula, obligatoriamente, a todos los procesos globales entre sí. De ahí, por ejemplo, los efectos adversos para sí mismos de las medidas coercitivas unilaterales impuestas por EE.UU. y sus aliados.

Había una viñeta publicada en EE.UU. a principios del siglo XX que advertía que si China, India y África se levantasen, el poder de dominio Occidental caería. Lo cierto es que esto está ocurriendo, el desarrollo de las llamadas potencias emergentes, fruto de las contradicciones creadas por la propia evolución del capitalismo a nivel internacional, está favoreciendo el surgimiento de este nuevo mundo multilateral donde, al menos de momento, no parece haber cabida para hegemonías de una sola potencia.

EE.UU. está buscando un enemigo sin darse cuenta que la historia simplemente sigue su curso y lo que estamos viviendo es una transformación de las relaciones internacionales, adaptadas a un nuevo contexto y a unas nuevas condiciones materiales y políticas.

En 1992, con la Doctrina Wolfowitz, se festejó un mundo unipolar y se plantearon unas líneas a seguir para mantenerlo. Sin embargo, el ‘enemigo’ no se esconde en el Estrecho de Taiwán, ni en el Golfo de Adén ni en Suramérica: los procesos históricos van más allá de la voluntad de unos pocos. ¿Estamos en el principio del fin de la hegemonía Occidental del mundo, ante la incapacidad material y política de seguir sosteniendo imperios?

FUENTE: actualidad-rt.com

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Para una economía política del humanismo

 

Semiótica de la inflación

Para una economía política del humanismo

 

Por Fernando Buen Abad Domínguez

Rebelion

13/01/2024 



Fuentes: Rebelión

Incluso la inflación opera como un arma de guerra del conservadurismo, como un sistema de tortura psicológica contra la clase trabajadora. Millones de familias ahogadas en angustia por no poder pagar los aumentos desenfrenados de la dictadura del mercado. Sinnúmero de alteraciones anímicas producidas por la codicia burguesa. Sin ley o con la ley del capricho mercachifle.

“Inflación” es un nombre elegante y enredoso para disfrazar un “rompecabezas” multifactorial en el que generalmente no tiene participación alguna la clase trabajadora. Así es la lógica ególatra de la mercancía y la dictadura de las ganancias. Mientras el poder adquisitivo de la clase trabajadora siga encerrado en los calabozos de la “economía” la deshumanización galopante seguirá de fiesta.

Nos urge profundizar la revolución de la conciencia con identidad de clase. Llamemos a las cosas por su nombre. No importa cuántas maromas den los “expertos” para enredar explicaciones, nosotros sabemos bien el daño material y emocional que produce la codicia contra el poder adquisitivo y cuántas protecciones tienen los “patrones” por parte de algunos gobiernos cómplices que no sólo no se deciden a resolver el problema, a favor de los pueblos, sino que ayudan a fabricar emboscadas ideológicas con palabrerío de “especialistas”. Se hacen llamar “técnicos”. Es pasmoso el “silencio” cómplice de esos “economistas” que ven cómo se desfigura y ensucia la profesión que estudiaron para convertirla en charlatanería basura para desvalijar a los pueblos.

Esto es también un escenario para la disputa por el sentido. La inflación es un ejemplo contundente y doloroso, es una máquina de miedo con el cual ejercen un control psicológico-económico a la velocidad y la ubicuidad del secuestro salarial que a ellos se les antoja. Han desarrollado la tecnología de sus armas de guerra psicológica y han puesto mucho énfasis en las metodologías para atacar a los bolsillos de los trabajadores y las trabajadoras. Son instrumentos de transmisión y de imposición de sentido, con muy alta capacidad de extorsión en el mundo, a una velocidad realmente sorprendente. Roban el producto del trabajo a velocidades escalofriantes con miles de artilugios y con violencia psicológica de modelos de consumo estandarizados y modelos de enunciación estandarizados, estereotipados al calor del culto a la mercancía, de la acumulación de capital. La inflación no es una calamidad metafísica.

Una caracterización general de la inflación es que ataca a la clase trabajadora con una gama de tensiones psicológicas de incertidumbre, de desorientación, de muchas dudas frente a la propia vida diaria. Minuto a minuto. Mientras ellos multiplican estrategias de inflación por los medios digitales, por las redes sociales. Nos planteamos el problema de por dónde resolver esta maraña compleja de la inflación que nos ha impuesto la dominación militar, económica, mediática y cultural en todo el mundo. Este es un campo de trabajo complejo, en el que nosotros debemos trabar disputas diversas, litigio teórico, político, académico, científico, contra la inflación y contra toda la producción de relato chatarra, de discurso “erudito”, o de narrativa servil al modelo de expoliación del salario en el presente.

No estamos liderando una corriente fuerte de combate a la inflación con narrativas emancipadas y a su vez emancipadoras. Y debemos interpelar nuestra capacidad narrativa contra-hegemónica, o anti-hegemónica, o emancipadora o humanista, o como quiera llamársele, frente al modelo económico del discurso único inflacionario y a la noción del capitalismo como verdad única. Y es que, además, tenemos la incapacidad histórica de la unidad y se nos hace difícil conformar un frente único en el que participemos con nuestras diferencias en combates, como el de la batalla anti-inflacionaria, yendo al fondo del modelo económico dominante y transparentando sus hilos, nombres, intereses y soluciones. Y fracasos. No hemos sido capaces de construir una gran fuerza de acción y de organización, siendo que somos la inmensa mayoría generadora de la riqueza y despojada de ella entre otras formas, por la inflación.

Estamos chocando contra una maquinaria semiótica que ha logrado convencernos de ignorar las técnicas del despojo. Esta derrota ya nos convenció de que, como no les es suficiente tenernos con la bota de los militares en el cuello, encima quieren convencernos de que nosotros pensemos que ellos siempre han tenido la razón de tratarnos así, de reprimirnos, porque somos peligrosos, porque somos maleducados, ignorantes. Pero, además, hay sectores convencidos de que eso hay que agradecerlo, y encima eso hay que considerarlo como la mejor herencia para nuestros hijos. Enseñar a los hijos a ser resignados, dóciles, mansitos: a avenirse a lo que hay de manera resignada y aceptar la inflación sin combatirla.

La guerra ideológica ha sido muy eficiente, y nosotros no logramos hegemonizar una economía política del humanismo, revolucionaria y revolucionadora de las conciencias. No estamos construyendo, a la velocidad que se necesita, una corriente continental de semiótica para la emancipación. Una corriente de semiótica emancipada de sus propios lastres para poder acceder a un instrumental emancipado y, al mismo tiempo, emancipador.

Hoy la inflación es una de las distorsiones económicas más devastadoras, porque siembra la desmoralización inducida, sistemáticamente porque no es un asunto mitológico de “dioses griegos”. Hay nombres y apellidos y todo mundo sabe quiénes son y dónde están los que manipulan los precios, sabemos quiénes son y dónde están los principales industriales del continente y se puede “personalizar” la ofensiva inflacionaria con gran precisión, sabemos muy bien de qué manera y quiénes financian sus estrategias. Algunos, incluso, planifican y anuncian los aumentos inflacionarios. que pegan directamente al poder adquisitivo, a los ingresos y a la calidad de la vida emocional de las personas.

Debería decretarse como “delito de lesa humanidad” la inflación. Y es que en los precios se expresa también la calidad moral y ética de quienes dirigen una sociedad. A qué caprichos es sometido el pueblo y cómo se organiza para defender el producto de su trabajo. La solución es que la economía la maneje la clase trabajadora, democráticamente, representada inconfundiblemente por las bases y con un programa superador del neoliberalismo, del FMI, de su inflación y de sus jaurías mediáticas. Nos cuesta enormidades la inflación, principalmente porque nos cuesta vidas y lágrimas.

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