martes, 28 de febrero de 2017

SOBRE VENEZUELA: SRES. DE LA TERTULIA, "HACEDORES" DE OPINIÓN PÚBLICA O DEL DALE QUE TE PEGO AL REPARTO DE PIENSO IDEOLÓGICO, SEGÚN SE MIRE. POR FAVOR, REFUTEN O CONFIRMEN EL TEXTO QUE SIGUE


La derecha sueña con aplicar el neoliberalismo causante del Caracazo hace 28 años

avn.info.ve
27.02.2017


Foto archivo  


Caracas, 27 Feb. AVN.- En 1989, el entonces presidente, Carlos Andrés Pérez (CAP), anunció un conjunto de medidas neoliberales acordadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que sumieron al pueblo en la pobreza,  y ocasionaron el estallido social del 27 de febrero,conocido como "El Caracazo", en el que el pueblo fue reprimido y masacrado por los cuerpos de seguridad del Estado.

28 años después de estos sucesos, sectores de la derecha— que fueron privilegiados por el Gobierno de Pérez—ejecutan acciones desestabilizadoras para tratar de derrocar a la Revolución Bolivariana, y aplicar medidas de corte neoliberal que tienen como objetivo eliminar las misiones sociales y disminuir el papel del Estado en la atención de las necesidades del pueblo.

Empresarios y actores políticos confabulan junto con el FMI y el Banco Mundial (BM) para cercar económicamente al Estado, con el fin de hipotecar los recursos energéticos de la nación, para servir a los intereses imperialistas.

Lorenzo Mendoza, representante de la derecha venezolana y dueño de Empresas Polar, en una conversación telefónica con el también empresario Ricardo Haussman,y ex ministro en el segundo gobierno de CAP, le asegura que él y su grupo de aliados son los únicos que pueden desarrollar las medidas contra el país que implica la "receta" del FMI, y entre las que figuran la privatización recursos y servicios básicos, recortes a la inversión social y congelamiento de salarios.

En un audio revelado por el diputado del Bloque de la Patria, Diosdado Cabello, se plantean las condiciones para negociar un préstamo superior a los 50.000 millones de dólares, por parte del FMI; y 11.000 millones de dólares adicionales, a cargo del BM.

Incluso, durante las pasadas elecciones presidenciales de 2013, los pre candidatos de la autodenominada Mesa de la Unidad Democrática (MUD) suscribieron un documento en el que se develó la intención de destruir el papel regulador y protagónico del Estado, para favorecer a los grandes monopolios; propiciar la "autonomía" del Banco Central de Venezuela, para subyugarlo al control de las entidades financieras internacionales.

El texto contempla liberar el precio de la gasolina, los productos básicos, las tarifas de servicios públicos y el transporte público; eliminar los aportes a las misiones sociales y cambiar el rumbo la política petrolera soberana y nacionalista, lo que rememora al paquetazo de CAP de 1989.

Traición al pueblo

Durante su campaña de "El Gocho pal' 88" , Pérez prometió regresar al estado de bonanza económica que caracterizó su primera administración (1974-1979), conocida como la "Venezuela Saudita" por el flujo de dólares provenientes de la nacionalización de la industria petrolera y del hierro.

Aunque había asegurado al país que "no pueden haber ajustes en lo económico, cuyos efectos sólo se sientan en los grupos de menores ingresos" y que el FMI no impondría condiciones a Venezuela; la situación del país había ido empeorando paulatinamente con la baja de los precios del petróleo, la devaluación de la moneda y los altos niveles de inflación y deuda externa.

Contrario a su promesa electoral, las medidas implementadas por el mandatario adeco incluyeron la liberación de los tipos de cambio, la disminución progresiva de la protección de las industrias, la desregulación de los precios, la disminución (hasta llegar a la reducción) de los subsidios, así como la privatización de las empresas públicas, bajo medidas de corte neoliberal a favor de la disminución de las competencias del Estado.

Para poder acceder al un préstamo del FMI por un monto de 4.500 millones de dólares en los siguientes tres años, y de otros 21.000 millones para los próximos 7 años, CAP debió aplicar el "paquetazo", llamado por sus asesores como el "Gran Viraje", que incluyó el aumento de 14 derivados del petróleo y, en especial, el de la gasolina, que registró el 26 de febrero de 1989 un alza promedio de 94%, generando además, un incremento de 30% en las tarifas del transporte urbano.

Los transportistas consideraron que el aumento debía ser de al menos 70%, y la Cámara del Transporte convocó un paro para el lunes 27 de febrero como medida de presión. Ese día intentaron imponer sus tarifas.

El resultado fue un estallido popular que en principio fue contra las unidades de transporte y luego se extendió, como reacción también ante una ola de acaparamiento y especulación en los principales rubros alimenticios.

Las protestas se iniciaron en Guarenas, estado Miranda, y en el área metropolitana de Caracas y La Guaira, además de Aragua, Carabobo y Mérida. Al final hubo revueltas populares en casi todos los estados país, a excepción de Cojedes, Nueva Esparta, Delta Amacuro y Amazonas.

Aunque las cifras oficiales revelan que la represión policial durante el estallido social del 27 y 28 de febrero de 1989 dejó un saldo de 300 muertos y más de un millar de heridos, algunos reportes de organizaciones de derechos humanos hablan de al menos 3.500 personas fallecidas.


27/02/2017 - 08:51 am

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SIRIA: ¿tran, tren,trin,tron Y TRUMP, o, putan, puten, puton, putun Y PUTIN?



Siria, la izquierda y el “camarada” Putin

Rebelión
Público.es
23.02.2017


La intervención militar de Rusia en la guerra de Siria ha dividido a la izquierda en tres principales grupos: los que creen firmemente que los rusos (¿soviéticos?), desde Siria, están parando los pies al “yihadismo” e imperialismo; los que le acusan de crímenes de guerra y de ser igual o peor que los yanquis, y quienes a pesar de asimilar que la patria de Lenin hoy es un país capitalista, se consuelan con que fortalecerla pondría fin a la pesadilla del mundo unilateral dirigido por EEUU.

Vladimir Putin, héroe o villano

Sin duda, la figura y la trayectoria del super presidente Putin es desconcertante. Desde Stalin ningún líder ruso ha gozado de tanta popularidad que él. Hábil en el uso de “humo y espejos”, el hombre de “orden y disciplina” que gobierna el país más grande del planeta, representa una alianza de la burguesía y magnates que controlan los medios de producción privatizados y públicos. Una élite “internacionalista” que presume de contar con el ex canciller del imperialismo alemán, Gerhard Schröder, que utilizando las “puertas giratorias” se ha colado en la dirección de Gazprom: la enfermedad holandesa azota Rusia y otros países productores de petróleo y gas.

El presidente Putin de hoy no es el mismo que hizo de primer ministro para un tal Boris Yeltsin, el Donald Trump ruso. En aquellos años, EEUU ni intentó debilitar o derrocar a Vladímir Vladímirovich, ya que podría servirle para contener a los comunistas.

Pragmático en interior y “realista” en la política exterior, Putin aplica su “sofisticada doctrina”: mientras celebra el “Día de la Cheka” en homenaje a la policía secreta bolchevique, o utiliza la simbología soviética en los desfiles públicos, o habla del “decadente Occidente imperialista”, mima también a la ultra conservadora iglesia ortodoxa, y pone velas para que Europa y EEUU le llamen para juntos administrar el mundo. Y Oriente Próximo es un excelente espacio para recuperar el estatus de la potencia mundial.

La putinomanía , creada desde un impulso maniqueo para desafiar la rusofobia (confundida con la “ comunismofobia ”), tacha de “conspiración occidental” a cualquier protesta (por muy obrera que sea) en contra de las políticas de Kremlin como si milagrosamente la “lucha de clase” hubiese desaparecido de aquella sociedad capitalista.

¡Lo que diga el PC ruso!

Ante el desconocimiento de lo que sucede realmente en Siria, algunos recomiendan fiarse de la posición del Partido Comunista ruso (defensor de la diplomacia de Putin), pero:
  1. ¿Se refieren al mismo partido que condujo a la URSS – país al que conocía perfectamente-, y al socialismo mundial hacia aniquilación, a pesar de contar con cientos de analistas a su disposición?
  2. ¿Es que los comunistas no se equivocan? Tener “fe” no es un rasgo precisamente marxista.
  3. En el PC ruso al igual que en otros, hay varias facciones, y no todas apoyan a la política exterior del presidente.
  4. Los comunistas rusos, si por un lado han cometido muchos errores sobre los acontecimientos de Oriente Próximo, por otro, han dado prioridad a los intereses estratégicos de su país sobre los intereses de los pueblos afectados. Como ejemplo: La URSS fue el primer país en reconocer el Estado sionista de Israel. ¿Debería la izquierda palestina hacer lo mismo?
La intervención en Siria

Varios apuntes:
. Ninguno de los países participantes en la guerra de Siria lo hace por el amor al pueblo sirio, ni para crear un orden regional o internacional progresista.

. L a legalidad de la presencia militar rusa (por tener el permiso de Damasco) no la legítima. En Yemen, EEUU y Arabia están bombardeando el país, muy legalmente a petición de su presidente Hadi, provocando la mayor crisis humanitaria del mundo .

 
. Esta intervención no ha cambiado ni las razones iniciales de la guerra ni su resultado. Sólo ha añadido mayor complejidad al conflicto. Moscú y Washington ya han pactado la suerte de Siria. 
 
. Rusia cayó en la trampa de Obama que decidió no derrocar a Assad (que vive en su palacio que sigue intacto, a pesar de 5 años del ataque de unos 30 estados el país), convirtiendo a Siria en un lodazal donde los enemigos y defensores de Asad se matan, haciendo felices a Washington y Tel Avive.

. Hay muchos matices en la “liberación” del mítico Alepo “gracias a los rusos”: Moscú permitió a Turquía acabar con Rojava, la autonomía kurda, si los yihadistas bajo su mando desalojaban Alepo. Así, los yihadistas fueron trasladados (con sus armas) con los autocares fletados y bocadillos, a otra ciudad, Idlib: los sirios no daban crédito a lo ocurrido. La “victoria” teatral en Alepo además no cambiaba NADA en el equilibrio de las fuerzas en este escenario.

. Las bombas de las fuerzas liderada por Rusia que caen sobre los civiles son igual de mortales que las de EEUU y Turquía. Ambos bandos utilizan la “ guerra contra el terror” como una carta blanca para llevar adelante sus intereses estratégicos. Hay quien justifica éstos “daños colaterales” (el cuerpo sin vida de miles de familias sirias), desde sus cómodos sofás en un país en paz, como precio a pagar por el noble objetivo de derrotar el imperialismo. ¡Ésta es la guinda de la decadencia ética! “ Los fines no justifican los medios” ha sido uno de los rasgos identitarios de la izquierda. ¿Matar a una parte del pueblo para salvar a otra? Que Putin solucionara la crisis Chechenia, o la de los rehenes en el Teatro de Moscú y en la escuela de Beslan, matando a miles de civiles para acabar con el terrorismo, entre otras observaciones, muestra una considerable falta de inteligencia, además de humanidad.

. Rusia, en el sentido marxista del término (aun) no es un país imperialista, aunque muestre aspiraciones jingoístas (nacionalismo exaltado militarista). Su apasionante y cambiante realidad social y política seguirá creando mucha confusión.

¿Es Rusia anti-imperialista?

Pocos saben que el Sr. Putin en 2001 solicitó el ingreso de Rusia en la OTAN. Se creó el Consejo OTAN-Rusia para coordinar la cooperación militar y civil entre ambos, que fue estrenada en Afganistán, donde la invasión de la Alianza ha dejado a cientos de miles de muertos y unos 5 millones de desplazados. EEUU, entre 2012 y 2015 utilizó la base área de la ciudad natal de Lenin, Uliánovsk, para transportar cargas a Afganistán. También con su abstención en el Consejo de Seguridad permitió en 2011 el ataque a Libia, votó en favor a las sanciones económicas y militares contra Irán, mientras Israel y Arabia Saudi se armaban hasta los dientes, generando un peligroso desequilibrio militar en la zona.

La ofensiva de la OTAN contra Rusia se debe a que EEUU no soporta que un poderoso país con tantos recursos naturales esté fuera de su control. Esta fricción geopolítica no puede ser aprovechada por las fuerzas progresistas, simplemente porque éstas han sido debilitadas hasta casi desaparición. ¡Y no, los entes religiosas (que son de derecha más reaccionaria) no pueden llenar este vacío , aunque sus inocuas ruidos anti estadounidenses llenen el escenario!

Y un mundo multipolar no reduce el riesgo de las guerras. Durante la existencia de la URSS ¿cuántas invasiones militares y golpes de estado hubo? Rusia no es un estado belicista, pero tampoco es el ángel de la paz: es el segundo vendedor mundial de armas.

Hoy, la guerra revolucionaria carece de sentido. Los pequeños y grandes estados usan sus armas de destrucción masiva contra miles de civiles, sin pestañar. En Siria, todos los actores extranjeros deberían salir del país, y que fuese la ONU quien vele por la paz y la democracia, antes de que Trump lo declare “Estado Fallido” y le mande sus tropas.


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100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA (5/23)



León Trotsky

HISTORIA DE LA REVOLUCION RUSA

 

Capitulo V

LA IDEA DE LA REVOLUCIÓN PALACIEGA


Publicada por primera vez, en traducción de Max Eastman, como The History of the Russian Revolution vols I-III, en Londres 1932-33. Digitalizado por Julagaray en julio de 1997, para la Red Vasca Roja, con cuyo permiso aparece aquí. Recodificado para el MIA por Juan R. Fajardo en octubre de 1999.

¿Por qué las clases dirigentes, que buscaban el modo de evitar la revolución, no hicieron nada por librarse del zar y de los que le rodeaban? No dejarían de pensar en ello, pero no se atrevían. Les faltaba la fe en su causa, y la decisión. La idea de la revolución palaciega flotaba en la atmósfera hasta que la devoró la verdadera revolución. Detengámonos un momento aquí, pues ello nos dará una idea más clara de las relaciones reinantes en vísperas de la explosión entre la monarquía, las altas esferas de la nobleza y la burocracia y la burguesía.

Las clases ricas eran de arraigadas convicciones monárquicas. Así se lo dictaban sus intereses, sus tradiciones y su cobardía. Pero una monarquía sin Rasputines. La monarquía le contestaba: «Tenéis que tomarme tal y como soy.» La zarina salía al paso de las instancias en que les suplicaban que constituyesen un ministerio presentable enviando al zar al Cuartel General una manzana que le había dado Rasputin y pidiéndole que la comiese para reforzar su voluntad. «Acuérdate -le conjuraba- de que hasta monsieur Philippe (un charlatán e hipnotizador francés) decía que no podías dar una Constitución, pues sería tu ruina y la de Rusia...» «¡Sé Pedro el Grande, Iván el Terrible, el emperador Pablo; aplasta cuanto caiga a tus pies!»

¡Qué mezcla repugnante de miedo, de superstición y de rencorosa incomprensión del país! Creeríase que, en las alturas por lo menos, la familia zarista no estaba ya tan sola viendo a Rasputin rodeado siempre de una constelación de damas aristocráticas y al «chamanismo» adueñado de los favores de la nobleza. Pero no. Este misticismo del miedo, lejos de unir, separa. Cada cual quiere salvarse a su manera. Muchas casas aristocráticas tienen sus santos propios, entre los que se establece una rivalidad. Hasta en las altas esferas petersburguesas se ve a la familia del zar como apestada, ceñida por un cordón sanitario de desconfianza y hostilidad. La dama de la corte Wirubova dice en sus Memorias: «Tenía el profundo y doloroso presentimiento de una gran hostilidad en cuantos rodeaban a aquellos a quienes ya adoraba, y sentía que esta hostilidad iba tomando proporciones aterradoras...»

Sobre aquel sangriento fondo de la guerra, bajo el ruido sordo y perceptible de las sacudidas subterráneas, los privilegiados no renunciaban ni una sola hora a los goces de la vida; muy al contrario se entregaban a ellos con frenesí. Pero en sus orgías aparecía con mayor frecuencia un esqueleto y los amenazaba con las falanges de sus dedos descarnados. Entonces se les antojaba que todas las desgracias provenían del detestable carácter de Alicia, la zarina; de la felonía abúlica del zar, de aquella imbécil y ávida Wiburova y del Cristo siberiano con la frente señalada. Ofrendas de horribles presentimientos anegaban a las clases gobernantes y sacudidas como de calambres se transmitían desde la periferia al centro: la odiada camarilla de Tsarskoie-Selo iba quedando cada vez más aislada. La Wirubova ha dado expresión con bastante elocuencia, en sus Memorias, llenas en general de mentiras, al estado de espíritu de las alturas por aquel entonces: «Centenares de veces me pregunté: ¿Qué le pasa a la sociedad petersburguesa? ¿Están todos enfermos del espíritu o se han contagiado de una de esas epidemias que hacen estragos en tiempos de guerra? Difícil es saberlo, pero lo cierto es que todo el mundo se hallaba en un estado anormal de excitación.»

Entre los que habían perdido la cabeza se contaba también la extensa familia de los Romanov, toda aquella traílla ávida, insolente y por todos odiada de los grandes duques y las grandes duquesas; poseídos todos de un terror mortal, se hacían la ilusión de huir del círculo que los atenazaba, coqueteaban con la aristocracia rebelde, murmuraban del zar y la zarina, se mordían unos a otros y a quienes les rodeaban. Los «augustos tíos» dirigían al zar cartas de exhortación en las que, pro debajo del respeto, se adivinaba el rechinar de dientes.

Ya después de la revolución de Octubre, Protopopov describía, sin gran fineza, pero de un modo bastante pintoresco, el estado de espíritu que reinaba en la esferas dirigentes. Hasta las clases más elevadas conspiraban ante la revolución. En los salones y en los clubes criticábase dura y desfavorablemente la política del gobierno, analizábanse y dictaminábanse las relaciones creadas en el seno de la familia real; contábanse anécdotas acerca del jefe del Estado; escribíanse versos satíricos; muchos grandes duques frecuentaban abiertamente estas reuniones, y su presencia daba a aquellas invenciones caricaturescas y a aquellas malévolas exageraciones, a los ojos de la gente, un marcado aire de verdad. Hasta el último momento, nadie tuvo conciencia de lo peligroso que era aquel juego.

Una de las cosas que más contribuían a dar pábulo a los rumores que corrían acerca de la camarilla palaciega era la acusación de germanofilia e incluso la inteligencia directa con el enemigo que contra ella se lanzaba. El aturdido y atropellado Rodzianko declara sin ambages: «La articulación y analogía de las aspiraciones era tan lógica y evidente que a mí, al menos, no me cabe la menor duda de que entre el Estado Mayor alemán y la camarilla de Rasputin había alguna relación.» La simple invocación de la «evidencia» y la «lógica» quita fuerza al tono categórico de su testimonio. Aun después de la revolución, no puede descubrirse la menor prueba de que existiese una inteligencia entre los rasputinianos y el Estado Mayor alemán. Lo de la llamada «germanofilia» es ya ora cosa. No se trataba, naturalmente, de las simpatías y antipatías nacionalistas de la zarina, de estirpe alemana, del primer ministro Sturmer, de la condesa de Kleinmichel, del mayordomo de palacio, conde Frederichs, ni de otros caballeros de apellido alemán. Las cínicas Memorias de la vieja intrigante Kleinmichel nos revelan con desnuda evidencia hasta qué punto estaba por encima de nacionalismos la alta aristocracia de todos los países de Europa, vinculada en todas partes por lazos de parentesco y de herencia, por el desprecio hacia los demás simples mortales y, last but not least, por sus libertinajes cosmopolitas entre los muros de los viejos castillos, de los balnearios de moda y las cortes europeas. Tenían bastante más de real las antipatías orgánicas de la pandilla palaciega contra aquellos plebeyos abogados de la República francesa y las simpatías de los reaccionarios -lo mismo los de apellido teutónico que los de nombre eslavo- contra el espíritu auténticamente prusiano del gobierno berlinés, que durante tanto tiempo les había tenido fascinados con sus bigotes tiesos, sus modales de sargento mayor y su estulticia llena de suficiencia.

Mas tampoco era esto lo decisivo. El peligro se desprendía de la lógica misma de la situación, pues la corte no tenía más salida que buscar su salvación en una paz por separado, tanto más apremiante cuanto más peligrosa se tornaba aquella situación. Como veremos más adelante, el liberalismo aspiraba en la persona de sus jefes a reservarse para sí la carta de la paz por separado, enfocándola en la perspectiva de su subida al poder. Esto impulsábales precisamente a desarrollar una furiosa agitación chovinista, engañando al pueblo y aterrorizando a la corte. La camarilla no se atrevía, en una cuestión tan espinosa, a quitarse prematuramente la careta, y veíase incluso obligada a asociarse al tono patriótico del país, al paso que tanteaba por debajo de cuerda el terreno para una paz separada.

El general Kurlov, jefe de la policía y miembro de la camarilla de Rasputin, niega, en sus Memorias, naturalmente, las simpatías alemanas de sus protectores; pero, a renglón seguido, añade: «No hay razón para acusar a Sturmer porque sostuviese que la guerra con Alemania era la mayor desgracia que podía ocurrirle a Rusia y carecía de toda base política seria.» Conviene no olvidar, sin embargo, que el tal Sturmer, que sostenía una opinión tan interesante, era el jefe de gobierno de un país que estaba en guerra con Alemania. El último ministro del Interior, Protopopov, sostuvo, en vísperas de posesionarse de la cartera en Estocolmo, una conversación con un diplomático alemán, de la cual dio cuenta al zar y al propio Rasputin; siempre, según Kurlov, «había considerado como una inmensa calamidad para Rusia la guerra con Alemania». Finalmente, la emperatriz escribía al zar, el 5 de abril de 1916: «No osarán, pues no pueden, decir que él tenga nada que ver con los alemanes, porque sea bueno y generoso para todos como Cristo, sin preguntar a nadie por la religión que profesa, como debe ser todo verdadero cristiano.»

Claro está que este «verdadero cristiano», que casi nunca posaba la borrachera, podía haber estado perfectamente, como lo estaba, en relación con espías profesionales, con croupiers, con usureros y proxenetas aristocráticas, agentes directos del espionaje. No nos extrañaría que mantuviese «amistades» de éstas. Pero los patriotas de la oposición iban más allá y formulaban la cosa de un modo más directo, pues acusaban personalmente a la zarina de traidora. El general Denikin en sus Memorias, escritas a la vuelta de mucho tiempo, dice: «En el frente nadie se recataba para decir que la zarina exigía a toda costa una paz separada, que había traicionado al mariscal Kitchener delatando, según se decía, su viaje a los alemanes, etc. Esto contribuyó increíblemente a desmoralizar las tropas, influyendo en su actitud ante la dinastía y la revolución.» El propio Denikin cuenta que, y después de la revolución, al preguntarle el general Alexéiev abiertamente qué pensaba de la supuesta traición de la zarina, había contestado «de un modo vago y de mala gana» que al examinar sus papeles se había encontrado con un mapa en el que estaba señalada con todo detalle la situación de las tropas en todo el frente, y esto le había producido a él, Alexéiev, una impresión abrumadora... «Y sin decir ni una palabra más -añade Denikin elocuentemente- cambió de conversación.» Si la zarina tenía entre sus papeles ese mapa misterioso, es cosa que ignoramos; pero es evidente, desde luego, que los fracasados generales no veían con malos ojos que se descargara sobre la emperatriz una parte de la responsabilidad que les incumbía por sus derrotas. Los rumores acerca de la traición de la corte partieron segurísimamente de arriba, de los ineptos Estados Mayores.

Si era verdad que la zarina, a cuyos mandatos se plegaba ciegamente el zar, ponía en manos del káiser los secretos de guerra y hasta las cabezas de los mariscales aliados, ¿qué mejor que quitar de en medio a la real pareja? El gran duque Nicolás Nicolaievich, jefe del ejército y a quien se consideraba como la cabeza visible del partido antigermánico, estaba predestinado oficialmente casi a asumir el papel supremo de amparador de la revolución palaciega. No fue otra la causa de que el zar, a instancias de Rasputin y de la zarina, destituyera al gran duque y tomara en sus manos el mando supremo de las tropas. Pero la zarina le temía incluso a la entrevista que habían de celebrar tío y sobrino en la ceremonia de traspaso de poderes: «Procura, tesoro, ser prudente -le escribe la zarina al zar al Cuartel General-, y no dejes que Nikolaska (1) te engañe con alguna promesa ni con nada; acuérdate de que Grigori te ha salvado de él y de sus malvados amigos... Acuérdate, en nombre de Rusia, de lo que maquinaban: deshacerse de ti (no, no es ningún rumor vano; Orlov tenía ya todos los papeles preparados) y recluirme a mí en un convento...»

Miguel, hermano del zar, decíale a Rodzianko: «Toda la familia sabe bien lo perniciosa que es Alejandra Teodorovna. Mi hermano y ella están rodeados por todas partes de traidores. Todas las personas decentes se les han alejado. Pero, ¿qué hacer en esta situación?» La gran duquesa María Pulovna insistía, en presencia de sus hijos, en que Rodzianko tomara sobre sí la iniciativa de «suprimir» a la zarina. Rodzianko propuso que se diese aquella conversación por no celebrada; en otro caso, si no quería faltar a su juramento, tendría que poner en conocimiento del zar que la gran duquesa había invitado al presidente de la Duma a quitar de en medio a la emperatriz. He aquí cómo aquel ingenioso gentilhombre de cámara convertía el tema del atentado contra la zarina en un gracioso chiste de salón.

El propio gobierno se hallaba, en ciertos momentos, en marcada oposición con el zar. Ya en 1915, año y medio antes de estallar la revolución, pronunciábanse abiertamente en las reuniones ministeriales discursos que aun hoy nos parecen inverosímiles. Así, el ministro de la Guerra, Polivanov, decía: «Sólo una política conciliadora para con la sociedad puede salvar la situación. Los inseguros diques actuales no pueden contener la catástrofe.» Y el ministro de Marina, Grigorovich: «Nadie ignora que el ejército no confía en nosotros y espera cambios.» El ministro de Negocios extranjeros, Sazanov: «La popularidad del zar y su prestigio han disminuido considerablemente a los ojos de las masas populares.» El ministro del Interior, príncipe Cherbatov: «No servimos para gobernar a Rusia en la situación que se ha creado... Es necesaria una dictadura o una política de conciliación.» (Consejo de Ministros del 21 de agosto de 1915.) Ni una ni otra solución servían; ninguna de las dos era ya factible. El zar no se decidía a la dictadura, rechazaba la política conciliadora y se negaba a aceptar la dimisión a los ministros que se consideraban ineptos. Un elevado funcionario hace la siguiente acotación a los discursos de los ministros: «Por lo visto, no habrá más remedio que dejarse colgar de un farol.»

Con semejante estado de espíritu, no tiene nada de sorprendente que aun en las altas esferas burocráticas se hablara de la necesidad de una revolución palaciega como único medio de evitar la revolución inminente. «Cerrando los ojos -recuerda uno de los que tomaron parte en estas conversaciones- hubiera podido uno figurarse que se encontraba entre revolucionarios de toda la vida.»

Un coronel de gendarmes, a quien se dio la comisión de inspeccionar las tropas del sur de Rusia, trazaba en su informe un cuadro sombrío: «Como resultado de la labor de propaganda, sobre todo en lo tocante a la germanofilia de la emperatriz y del zar, el ejército se ha hecho a la idea de una revolución palatina.» «En los clubes de oficiales se habla abiertamente en este sentido, y sus murmuraciones no encuentran réplica merecida en el alto mando.» Por su parte, Protopopov atestigua que «un número considerable de elementos pertenecientes al alto mando simpatiza con el golpe de Estado; algunos de ellos se hallaban en relación con los elementos del llamado bloque progresivo y bajo su influencia».

El almirante Kolchak, que más tarde habría de adquirir tan gran celebridad, dijo, después de la derrota de sus tropas por el ejército rojo, declarando ante la Comisión fiscalizadora de los soviets, que había mantenido relaciones con muchos miembros de la oposición de la Duma, cuyos discursos escuchaba con placer, ya que «veía con antipatía el régimen existente en vísperas de la revolución». Sin embargo, Kolchak no fue puesto al corriente de los planes de la revolución palaciega. Después del asesinato de Rasputin y del subsiguiente destierro de los grandes duques, los aristócratas hablaron en voz bastante alta de la necesidad de proceder a la revolución de camarilla. El príncipe Yusupov cuenta que el gran duque Dimitri, detenido en Palacio, fue visitado por oficiales de varios regimientos que le propusieron distintos planes de acción decisiva, «con los cuales, naturalmente, no podía mostrarse conforme».

Se sospecha que los diplomáticos aliados, al menos el embajador británico, estaban complicados en el complot. El dicho embajador, respondiendo indudablemente a la iniciativa de los liberales rusos, hizo en enero de 1917, no sin antes solicitar la venia de su gobierno, una tentativa para influir sobre Nicolás. El zar escuchó atenta y amablemente al embajador, le dio las gracias y pasó a hablar de otras cosas. Protopopov dio cuenta a Nicolás II de las relaciones de sir Buchanan con los jefes del bloque progresista y propuso que se vigilase la Embajada británica. El zar hizo como si no aprobara esta proposición, por entender que el vigilar a los embajadores no se avenía con las tradiciones internacionales. Kurlov dice, sin embargo, sin vacilar, que «los agentes de investigación informaban diariamente de las relaciones del líder del partido kadete, Miliukov, con la Embajada británica». Como se ve, las «tradiciones internacionales» no fueron obstáculo mayor; pero su infracción tampoco sirvió de mucho. La conspiración palatina no fue descubierta.

¿Existía, en realidad, tal conspiración? Nada hay que lo pruebe. Para ser un complot era demasiado vasto, abarcaba elementos demasiado heterogéneos y numerosos. Flotaba en el aire como expresión del espíritu de la alta sociedad petersburguesa, como una vaga idea de salvación o como una salida desesperada, pero sin llegar a concretarse en ningún plan práctico.

La nobleza del siglo XVIII introdujo más de una vez enmiendas de carácter práctico en el orden de sucesión al trono, encerrando o estrangulando a los emperadores que no le eran gratos; fue lo que se hizo con Pablo en 1801. No puede decirse, pues, que la revolución palaciega no tuviese precedentes en las tradiciones de la monarquía rusa; al contrario, constituía un elemento típico y constante del zarismo. Pero ya hacía tiempo que la aristocracia no se sentía firme en su puesto. Cedía a la burguesía liberal el honor de estrangular al zar y a la zarina, y el caso es que tampoco los caudillos de este otro poder demostraban más decisión que ella.

Después de la revolución fueron reiteradamente señalados como jefes de las conspiraciones los capitalistas liberales Guchkov y Terechenko y el general Krimov, que simpatizaba con ellos. Los propios Guchkov y Terechenko confirmaron, aunque de un modo vago, la conjetura. Era natural que el duelista Guchkov, ese voluntario en la guerra de los boers contra Inglaterra, un liberal con espuelas, se destacase a los ojos de la «opinión pública» como la figura más adecuada para aquel complot. El no era, por cierto, un retórico, como el profesor Miliukov. Guchkov pensaría, indudablemente, más de una vez en dar uno de esos golpes certeros y rápidos por medio de los cuales un regimiento de la Guardia se basta para suplantar y evitar la revolución. Ya Witte, en sus Memorias, denunciaba a este personaje, a quien odiaba, como un devoto de los métodos empleados por los jóvenes turcos para deshacerse de los sultanes molestos; pero Guchkov, que en sus años de juventud no había tenido tiempo de demostrar su arrojo de joven turco, era ya un hombre cargado de años. Y, sobre todo, al colega de Stolipin no podía pasársele desapercibida la diferencia que mediaba entre las condiciones de Rusia y la vieja Turquía, ni podía dejar de preguntarse si aquel golpe de Estado palaciego no resultaría a la postre, en vez de un medio de evitar la revolución, el último empujón que desencadenase la tormenta; es decir, si el remedio no sería peor que la enfermedad. En la literatura consagrada a la revolución de Febrero se habla de la conjura palaciega como de un hecho firmemente comprobado. Miliukov se expresa así: «El golpe estaba señalado para febrero.» Denikin amplió el plazo a marzo. Ambos recuerdan el «plan» de detener el tren del zar en el camino, exigirle la abdicación y, en el caso, que se consideraba inevitable, de que se negase, «suprimirle físicamente». Miliukov añade que, en previsión del posible golpe de Estado, los jefes del bloque progresista, que no participaban en el complot y que no estaban «detalladamente» informados de los preparativos del mismo, estudiaban sigilosamente cuál sería el mejor medio de aprovecharse de aquel golpe, caso de que diera resultado. Algunos estudios marxistas de estos últimos años aceptan la versión de que el golpe de Estado llegó a prepararse. Este ejemplo -dicho sea de paso- demuestra cuán pronto y con qué fuerza se abren paso de las leyendas a través de la ciencia histórica.

La prueba más importante del complot palatino que frecuentemente se alega es el pintoresco relato de Rodzianko, que atestigua precisamente que no hubo tal complot. En enero de 1917 llegó del frente a la capital el general Krimov, quien declaró ante los miembros de la Duma que las cosas no podían seguir de aquel modo: «Si os decidís a esa medida extrema (la sustitución del zar) os apoyaremos.» ¡Si os decidís! El octubrista Chidlviski exclamó, colérico: «No hay por qué compadecerle, cuando está arrastrando a Rusia a la ruina.» En el transcurso de la acalorada discusión que se entabló alguien citó las palabras pronunciadas pro Brusílov o que, por lo menos, se le atribuían. «Puesto en el trance de optar entre el zar y Rusia, mi puesto estará al lado de Rusia.» ¡Puesto en el trance! El joven millonario Terechenko se mostraba partidario inexorable del regicidio. El cadete Chingarev interviene, para decir: «El general tiene razón: hay que dar el golpe de Estado... Pero, ¿quién se decide a darlo?» Todo el quid estaba en esto: ¿quién se decide? Tales son, en puridad, los datos que da Rodzianko, que, por su parte, votó contra el golpe de Estado de que se hablaba. Por lo visto, en el transcurso de las pocas semanas siguientes el plan no avanzó ni un paso. Hablábase de detener el tren real; pero no se decía quién había de encargarse de esta operación.

En su juventud, el liberalismo ruso apoyaba con su dinero y sus simpatías a los terroristas revolucionarios, en la esperanza de que las bombas de los anarquistas echarían en sus brazos a la monarquía. Ninguno de aquellos respetables caballeros sabía lo que era jugarse la cabeza. Pero lo verdaderamente importante no era el miedo personal: era el miedo de clase. Las cosas ahora -pensaban los liberales- no andan nada bien, pero aún podían andar peor. De todas maneras, si Guchkov, Terechenko y Krimov se disponían seriamente a dar el golpe de Estado, si realmente lo hubieran llegado a planear movilizando fuerzas y recursos, se hubiera sabido de un modo indubitable después de la revolución, pues ni los organizadores ni, sobre todo, los ejecutores jóvenes, que hubieran sido legión, tenían razón alguna para guardar silencio acerca de aquella hazaña «casi» cumplida. Derrocada la monarquía, esto no hubiera hecho más que dar pábulo a su carrera. Pero en vano buscaremos semejantes revoluciones. Por lo que a Guchkov y Krimov se refiere, podemos asegurar sin temor a equivocarnos que sus afanes no pasaron de unos cuantos suspiros patrióticos entre sorbo y sorbo de vino y chupada y chupada de habano. Los conspiradores casquivanos de la aristocracia, lo mismo que los sesudos varones oposicionistas de la plutocracia, no tuvieran valor suficiente para corregir por medio de la acción los funestos derroteros trazados por la providencia.

Uno de los liberales más fatuos y palabreros, Maklakov, exclamaba en mayo de 1917, en una sesión privada de la Duma, arrollada con la monarquía por la revolución: «Si nuestros descendientes maldicen a esta revolución nos maldecirán también a nosotros mismos, que no supimos evitarla a tiempo, implantándola desde arriba.» Más tarde, ya desde la emigración, Kerenski, siguiendo el ejemplo de Maklakov, dice, afligido: «Sí, la Rusia privilegiada no dio a tiempo desde arriba un golpe de Estado -del que tanto se hablaba y para el que tantos(?) preparativos se habían hecho-, que hubiera evitado la catastrófica explosión del régimen.»

Estas dos exclamaciones completan el cuadro y demuestran que cuando ya la revolución había desencadenado sus fuerzas indomables, los necios ilustrados seguían creyendo que hubiera podido evitarse fácilmente con un cambio «oportuno» en las cumbres dinásticas del régimen.

Faltó decisión para llevar a cabo la «gran» revolución palaciega. Pero de ella brotó el plan de un pequeño golpe de Estado. Los conspiradores liberales no se atrevieron a suprimir al primer actor del drama monárquico; pero los grandes duques decidieron suprimir al apuntador, viendo en el asesinato de Rasputin el último recurso para salvar a la dinastía.

El príncipe Yusupov casado con una Romanov, asocia a la empresa al gran duque Dimitri Pavlovich y al diputado monárquico Purichkievich. También intentaron atraerse al liberal Maklakov, sin duda para dar a aquel asesinato un carácter «nacional». El famoso abogado escurrió lindamente el bulto y se limitó, prudentemente, a suministrar a los conjurados el veneno. ¡Detalle éste de gran estilo! Los conjurados confiaban, y no sin razón, que el automóvil con las armas de Romanov facilitaría la desaparición del cadáver después de perpetrado el crimen. ¡Magnífica ocasión para demostrar la utilidad del blasón de los grandes duques! Lo demás se desarrolló como en un argumento de película de mal gusto. En la noche del 16 al 17 de diciembre, Rasputin, invitado a una juerga fue asesinado en el palacio de Yusupov.

Las clases gobernantes, si se exceptúa a la reducida camarilla y a las místicas adoradoras del «santo», vieron en el asesinato de Rasputin un acto salvador. El gran duque, arrestado en su domicilio con las manos manchadas, según la expresión del zar, pro sangre de mujik -aunque fuera un «santo», no por eso dejaba de ser un campesino-, fue visitado en señal de simpatía por todos los miembros de la casa imperial que se hallaban en Petersburgo. La hermana de la zarina, viuda del gran duque Sergio, comunicó por telégrafo que rezaba por los asesinos y bendecía su patriótica acción. Los periódicos, mientras no se dictó la prohibición de tocar el tema de Rasputin, publicaron artículos entusiastas; en los teatros intentaron organizarse manifestaciones en honor de los asesinos, y los transeúntes se felicitaban por las calles. «En las casas particulares, en los clubes de oficiales, en los restaurantes -recuerda el príncipe Yusupov- se brindaba por nuestra salud; en las fábricas, los obreros lanzaban hurras en nuestro honor.» Es perfectamente explicable que los obreros no diesen muestras de pena al enterarse del asesinato de Rasputin. Pero sus gritos de júbilo no tenían nada que ver con la esperanza de que se corrigiese la dinastía.

La camarilla de Rasputin adoptaba una actitud expectante. Rasputin fue enterrado sigilosamente sin más cortejo que el zar la zarina, sus hijas y la Wirubova. Junto al cadáver del «santo Amigo», antiguo cuatrero, asesinado por los grandes duques, la familia real tuvo que sentirse sola y como apestada. Pero Rasputin no encontró sosiego ni debajo de tierra. Cuando a Nicolás II y Alejandra se les consideraba ya como arrestados, los soldados de Tsarskoie-Selo abrieron la tumba y exhumaron el féretro. Junto a la cabeza del muerto había un icono con esta dedicatoria: «Alejandra, Olga, Tatiana, María, Anastasia, Ana.» El gobierno provisional envió un emisario con órdenes de que el cadáver fuese trasladado, no se sabe para qué a Petrogrado. La multitud se opuso a ello y el emisario tuvo que quemar el cadáver en presencia suya.

Después del asesinato del «Amigo», la monarquía no vivió más de diez semanas. Aunque pequeño, todavía le quedaba un plazo por suyo. Ya no vivía Rasputin, pero seguía reinando su sombra. Contra lo que habían esperado los conspiradores después del asesinato, la pareja real siguió sosteniendo con especial obstinación a los miembros más despreciables de la camarilla de Rasputin. Para vengar a éste, fue nombrado ministro de Justicia un canalla famoso. Varios grandes duques fueron desterrados de la capital. Se decía que Protopopov se dedicaba al espiritismo para conjurar el espíritu del muerto. El dogal va ciñéndose cada vez más a la garganta de la monarquía.

El asesinato de Rasputin tuvo grandes consecuencias, aunque no precisamente las que habían imaginado sus autores e instigadores. Lejos de atenuar la crisis, lo que hizo fue exacerbarla. Por todas partes se hablaba del hecho: en los palacio y en los estados mayores, en los talleres y en las chozas de los campesinos. La conclusión no era difícil de sacar: hasta los grandes duques tenían que acudir al veneno y al revólver contra la corrompida camarilla. El poeta Block escribía, comentando el asesinato de Rasputin: «La bala que acabó con él se ha clavado en el mismo corazón de la dinastía reinante.»

Robespierre recordaba a la Asamblea legislativa que la oposición de la nobleza, al debilitar a la monarquía, había puesto en pie a la burguesía, y detrás de ella a las masas populares. Al propio tiempo, Robespierre advertía que en el resto de Europa la revolución no podría desarrollarse con la misma rapidez que en Francia, porque las clases privilegiadas de los otros países, aprendiendo el ejemplo de la aristocracia francesa, se cuidarían de no tomar en sus manos la iniciativa de la revolución. Pero, al hacer este notable análisis, Robespierre se equivocaba, suponiendo que con su oposición irreflexible los nobles franceses habían dado una lección perdurable a la aristocracia de los demás países. El ejemplo de Rusia había de demostrar de nuevo en 1905, y sobre todo en 1917, que la revolución, al enfrentarse con el régimen autocrático y semifeudal, es decir, contra la nobleza, encuentra en sus primeros pasos el aliento incoherente, no sólo de la nobleza de filas, sino incluso de sus sectores más privilegiados, de los miembros de la dinastía inclusive. Este notable fenómeno histórico podría parecer paradójico y contrario a la teoría de la sociedad de clases; en realidad sólo contradice a la idea vulgar que muchos tienen de ella.

La revolución surge cuando todos los antagonismos de la sociedad llegan a su máxima tensión. La situación, en estas condiciones, hácese insoportable incluso para las clases de la vieja sociedad, es decir, aquellas que están condenadas a desaparecer. Sin dar a las analogías biológicas más importancia de la que merecen, no será inoportuno recordar que llega un momento en que el parto es algo tan inevitable y fatal para el organismo materno como para el nuevo ser. La rebeldía de las clases privilegiadas no hace más que dar expresión a la incompatibilidad de su posición social tradicional con las necesidades vitales de la sociedad en el futuro. La aristocracia, sintiendo converger sobre sí la enemiga general... hace recaer la culpa sobre la burocracia. Ésta acusa a su vez a la nobleza, hasta que ambas juntas, o cada cual por su parte, enderezan su descontento contra el símbolo monárquico del poder.

El príncipe Cherbatov, sacado de las instituciones de la nobleza para servir durante algún tiempo como ministro de la Corona, decía: «Tanto Samarin como yo somos antiguos mariscales de la nobleza provinciana. Hasta ahora, nadie nos ha considerado como de la izquierda, ni nosotros mismos nos asignamos este carácter. Pero ni él ni yo podemos comprender que impere en el Estado una situación en la que el monarca y su gobierno se hallen radicalmente divorciados de todo lo que hay de razonable en el país -de las intrigas revolucionarias no hay para qué hablar-: de los nobles, de los comerciantes, de las ciudades, de los zemvstos e incluso del ejército. Si en las alturas no se quiere escuchar nuestra opinión, sabremos cuál es nuestro deber: marcharnos.»

Para la nobleza, la causa de todos los males está en que la monarquía se ha vuelto ciega o ha perdido el juicio. La clase privilegiada no ha perdido las esperanzas en una política capaz de conciliar la sociedad vieja con la nueva. O, dicho en otros términos: la nobleza no se aviene a la idea de que está condenada a desaparecer, y convierte lo que no es más que la angustia del agonizante en rebeldía contra la fuerza más sagrada del viejo régimen, es decir, contra la monarquía. La acritud y la irresponsabilidad de la rebeldía aristocrática se explican por la misma molicie histórica a que están acostumbrados sus más altos representantes, por su miedo insuperable a la revolución. Las incoherencias y contradicciones de la rebeldía aristocrática tienen su razón de ser en el hecho de que se trata de una clase que tiene cerradas todas las salidas, y del mismo modo que una lámpara, antes de extinguirse, brilla por un momento con resplandor más vivo, aunque sea humoso, la nobleza, en los estertores de la agonía, tiene un resplandor súbito de protesta que presta un gran servicio a sus enemigos mortales. Es la dialéctica de este proceso, que no sólo se aviene a la teoría de la sociedad de clases, sino que sólo en ésta encuentra su explicación.


(1) Diminutivo de Nicolás [NDT.]

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EJE CENTRAL DEL DERECHO ESPAÑOL: ARTÍCULO 33, ESPACIO, PUNTO, COMA Y BARRA (QUE NO CONFUNDIR JUSTICIA CON DERECHO NI LAS GANAS DEL COMER CON EL JODER)



LOS INTOCABLES


Nacho Ezquerro
Eco Republicano
Rebelión
26.02.2017


Los intocables
«En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario»
George Orwell 


La queja pública. Ni está ni se le espera.

Lo han logrado. La ley mordaza, el fútbol, la injusticia, los fiscales “bienpagaos”, los juicios interminablemente largos, la televisión adormecedora, los programas vacíos de contenidos, la incompetencia de políticos de un color y del otro, la post-verdad, los intereses creados, los jueces que dormitan su privilegiada posición y sus salarios.

Las palabras cambiadas, los imputados de ayer y los investigados de hoy, el lenguaje no figurativo de hablar sin decir nada, la cobardía, las alfombras que están selladas al suelo, los cómplices que frenan los casos, los miedos a perder el trabajo, los miedos a perder los anunciantes, los miedos a que se descubran todos los implicados.

La justicia, esa entidad de mucho arroz y poco pollo. El divino tiempo que se gasta en los casos, el ruido mediático que se genera, las horas de televisión, la tinta de los diarios, todo un espectáculo montado para nada. Casos como los de Rato, Pujol, Eres, Gürtel, espectáculos mediáticos que solo tienen por objeto vender una imagen de la justicia que no es. Solo un calentón que después queda en nada. Resulta ser un maquillaje, un teatro ficticio de una obra, que se adormilará en un cajón, hasta que la gente se olvide inevitablemente de todo ello, ya sea por nuevos casos, o porque el tiempo todo lo cubre con la fina capa de esa pátina de lo cotidiano. Donde unos casos, sus legajos, se dispondrán sutilmente arriba de otros que es necesario frenar u olvidar.

En España no hay mafia

Es que no se necesita. La queja pública está debidamente controlada por la Ley Mordaza. Los fiscales parecen defender los intereses de los sangre azul y los poderosos. Los indultos pactados de antemano cierran muchas bocas. Los juicios mediáticamente explotados están pactados con la suficiente antelación para proporcionar carne mediática hoy, y ser olvidados mañana, las condenas también. O acaso es normal que los investigados, -como el caso Gúrtel-, transformen sus visitas matinales en un paseíllo burocrático. La tranquilidad con que hacían sus defensas no son propios de una persona sujeta a la libertad de la justicia. Todo parece esta pactado de antemano, con la indulgencia de todas las partes, incluso de los medios generalistas que no preguntan ni se hacen preguntas, parecen caminar lo noticiable con tacones, sin ensuciarse con preguntas comprometedoras. Con fiscales que defienden a los ricos y a la monarquía, todos forman partes de esta gran obra de teatro que se llama administración de justicia. Juicios montados de forma espectacular, todo muy mediático, histriónico, una farsa montada para dar una idea que sencillamente no es.

Juicios con Jurado

Es una opción que permitiría limpiar y adecentar un poco la justicia. La carga de intereses que, velados y públicos, se mueven en los juicios donde hay políticos y corporaciones empresariales de por medio, resultan ser, sospechosamente largos y mediáticamente sobre-expuestos de forma tal, que en la memoria pública se tenga una imagen de que existe la justicia y la gente se quede con la idea de que "la justicia es igual para todos". Cuando las evidencias demuestran con claridad que no es así. Mientras, los imputados de ayer, los investigados de hoy, siguen haciendo de las suyas en la calle y disfrutando de su libertad. O, por el contrario, como el caso Granados, se eleva escandalosamente la prisión preventiva de un cabeza de turco que sirva de ejemplo de escarmiento público. Los sumisos medios generalistas no dicen nada al respecto. El clan Pujol forma parte de "Los intocables", esos que casi son un figura jurídica. Alguien dudaba en su sano juicio de que la susodicha no entraría en la cárcel. El caso de la monarquía y la justicia, es la demostración clara de que aún vivimos en un país bananero, como suele decirse. No nos resistamos, es solo cuestión de asumirlo.

La situación de las mujeres florero, es otra constante en los juicios donde hay altos intereses políticos o empresariales y monárquicos. Pero que además, son aceptados en una clara actitud machista, se invita a pensar que las mujeres, se comportan como idiotas en sus relaciones de pareja. Es una ofensa al sentido común y a los movimientos feministas entender que las mujeres no se enteran de nada. Estos "Juicios sensibles" desprenden un hedor que queda impregnado en la piel del pueblo. Mientras, aquí abajo ese mismo pueblo lo desahucian de la casa, le cortan la luz, lo embargan, con la anuencia de la fuerza policial. Allí arriba, un señor se entera de sentencia en su residencia de Suiza. Y un fiscal hace lo imposible por liberarlo de condena. Esos fiscales que jamás pusieron en duda la situación de los desahucios, los cortes de luz a la gente, los embargos por parte de instituciones públicas al pueblo, los URES injustos, la ley Mordaza. Eso es la fiscalía. Clama al cielo la situación.

El silencio por respuesta

Mientras tanto, un largo pesado y tortuoso mientras tanto, hace que la justicia y sus representantes, jueces, fiscales, administración, aduciendo incapacidad, burocracia, impedimento, presiones y equilibrio siga sin dar muestras de queja o incomodidad ante un pueblo que observa estupefacto la indecencia de los corruptos que pasan por los juzgados para luego irse de rositas. Estas situaciones incómodas hasta el hartazgo garantizan un desentendimiento social del sentimiento de participar de una sociedad coherente en la administración de la justicia.

Resulta contradictorio reclamar responsabilidad civil a una sociedad que observa como los corruptos, imputados, investigados salen indemnes de la actuación de la justicia, y cómo aquellos que deberían ser un ejemplo de conducta, se enriquecen con el dinero público, con bufetes financiados por partidos políticos que con el dinero público recibido de las arcas públicas a través de la cuota de voto obtenida, o de la asignación regia, -pero que salen del pueblo en definitiva-, usan esos fondos para defender a sus procesados. Es, lisa y llanamente inconcebible que el pueblo, de forma indirecta financie los bufetes a los imputados/investigados de quienes roban a las arcas públicas, se aprovechen de sus cargos para enriquecerse y se paseen por las calles de forma impune.

Nacho Ezquerro


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EUROPA, SÍ, PORQUE SOMOS EUROPEOS. VASALLAJE SIGLO XXI A LOS SEÑORES FEUDALES BANDIDOS DEL CAPITAL, NO, PORQUE NO SOMOS VASALLOS


LA EUROPA FORTALEZA



blogs.publico.es/ | Se construye sobre el miedo y la escasez

Miguel Urbán y Gonzalo Donaire
Viento Sur
27.02.2017
 
Invierno de 2016. Un portavoz de Cruz Roja Dinamarca pregunta al Gobierno danés por qué deja que cientos de solicitantes de asilo, entre los que se encuentran decenas de niños, sigan durmiendo en tiendas de campaña en las gélidas calles de Copenhague a pesar de haber pisos públicos de acogida disponibles. El ministro del Interior responde: porque si les damos un techo y dejan de pasar frío, entonces vendrán más.

Otoño de 2016. En una de sus primeras entrevistas como director de la rimbombante nueva Guardia Europea de Fronteras y Costas, nombre con el que Frontex pretende vendernos su papel, autonomía, presupuesto y capacidad de injerencia cada vez mayores, Fabrice Leggeri reconocía que parte de la función de su agencia es no hacer creer a los migrantes que esa travesía es fácil y no tiene peligros. Hay que encontrar un equilibrio entre salvar a las personas y no alimentar el negocio de los traficantes.

Las mismas élites europeas que se escandalizan cuando los grupos de extrema derecha piden a la policía que “disparen a los refugiados”, no tienen sin embargo ningún rubor en plantear políticas que, digámoslo abiertamente tomando los dos ejemplos anteriores como muestras aleatorias, lo que están planteando es “ahoguen a los refugiados o déjenlos morir de frío, pero eviten que lleguen”. En las calles de Copenhague o en campamentos improvisados en los Balcanes, en las costas turcas o en las libias, en todos los casos la respuesta europea al desafío migratorio remite al mismo plan: de donde vienen no pueden volver; a donde quieren llegar no les vamos a dejar pasar; así que queden varados en tránsito: en campamentos, en países tapón a los que se ha externalizado las funciones de guardián de fronteras, en manos de las mafias o en el fondo del Mediterráneo. Lost in transition.

Y, sin embargo, todos estos dispositivos de control y seguridad que conforman la Europa Fortaleza no tienen como fin último evitar que no entre ningún migrante. Es mentira. Europa necesita migrantes, mano de obra con la que compensar su envejecimiento crónico, sus carencias concretas en el mercado laboral o la sostenibilidad de los sistemas públicos de pensiones. Lo dice la OCDE, el FMI y hasta la propia Comisión Europea. El objetivo último de la Europa Fortaleza no es evitar que lleguen, sino asegurarse que quienes lleguen, lo hagan quebrados, aislados, asustados, sumisos y desprovistos de derechos. Que lleguen dispuestos a dejarse sobreexplotar en nichos laborales secundarios y precarios, a pagar el doble por seguros médicos o alquiler de viviendas ya que su condición legal les impide acceder a los canales normalizados de cualquier mercado. Y que no se atrevan a protestar porque, antes de llegar, ya han conocido en sus carnes las consecuencias.
La Europa Fortaleza no son solo las fragatas de Frontex, las vallas con concertinas, los carísimos sistemas de control de fronteras o los Centros de Internamiento para Extranjeros. La Europa Fortaleza también es la progresiva externalización integral de las fronteras europeas y del control de los flujos migratorios, los recortes a las leyes de asilo y el endurecimiento de las leyes de extranjería, las listas crecientes de “países de origen seguros” o de “terceros países seguros” donde ya entran desde Turquía hasta Afganistán. Pero hay otros elementos más profundos: las alambradas y muros que brotan por toda Europa desde hace dos años no se construyen solo con cemento y concertinas. La principal materia prima es el miedo. El miedo al otro, al desconocido, a la crisis y a engrosar la lista de perdedores de la globalización.

El mismo miedo que generan con sus políticas y explotan electoralmente con sus discursos tanto las fuerzas populistas xenófobas ascendentes como los partidos de la Gran Coalición neoliberal. Unos y otros conforman el nuevo bipartidismo que crece por toda Europa. Ese que pretende convencernos que tenemos que elegir entre el neoliberalismo salvaje de la Gran Coalición o el repliegue identitario, excluyente y autoritario de las fuerzas xenófobas y ultranacionalistas. Salir de esa dicotomía-trampa es el reto que tenemos por delante quienes apostamos por otra Europa basada en el bienestar, la democracia y los derechos universales.

Y para ello tenemos tres misiones urgentes: primero, federar las distintas iniciativas que desde la sociedad civil están paliando, con su solidaridad y militancia, el vergonzante vacío dejado por las instituciones europeas y estatales; segundo, articular las alternativas y acciones de la sociedad civil con las instituciones del cambio, sin olvidar que sin desobediencia y sin movilización la solidaridad que convirtamos en derecho tendrá forma de papel mojado a la hora de traducirlo en conquistas concretas; tercero, tener claro que la lucha contra la xenofobia y la lucha contra la austeridad es la misma, porque el marco de escasez que provocan los recortes constituyen la matriz económica de la exclusión, del “como no hay suficiente, los de aquí primero”, ese caldo de cultivo de la lucha de clases de los últimos contra los penúltimos.

Para que otro mundo sea posible, otra Europa es necesaria. Una Europa que rompa con la trampa del nuevo bipartidismo que pretende obligarnos a elegir entre neoliberalismo y xenofobia. Dos caras de la misma moneda. Dos caras que se buscan, se necesitan y se retroalimentan. Dos caras que se construyen por igual sobre el miedo y la escasez. Ahí tenemos tareas concretas en la lucha contra la Europa Fortaleza. Pongamos en las concentraciones de hoy nuevas piedras de los puentes que sustituirán a los muros que hoy ahogan Europa. Pero, sobre todo, identifiquemos bien el campo de batalla para no equivocarnos ni de combate ni de enemigos.

26/02/2017
Miguel Urbán y Gonzalo Donaire, autores del libro ‘Disparen a los refugiados. La construcción de la Europa Fortaleza’


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