jueves, 9 de marzo de 2023

Un devastador momento de claridad en Ucrania. [Una prueba más, después de las cinco mil cuatrocientas treinta y cinco anteriores, del nivel de cinismo y criminalidad (crimen, tal cual, para entendernos) de aquí, los parientes, que dirigen la política de la representación representativa de la representación representada, ya saben, esto de la democracia representativa y que si no quieres una taza, pues ahí que te va taza y media –y porque me has caído bien, que si no te sacudo siete tazas más y me quedo tan Pancho- , pero también, del nivelazo de la altísima irresponsabilidad por parte de los trabajadores (y yo el primero) que permanecemos con la cabeza bajo el ala con los ojos cerrados en la creencia de que esto de la guerra es eso, algo que no va con nosotros, y en la creencia (se repite esto de la creencia) que si los abrimos y empezamos a poner los puntitos sobre las íes va a venir el Tío del saco y se nos va a llevar a todos. Bueno, pues eso, que o sustituimos las relaciones de producción capitalistas por las relaciones de producción socialistas o el hambre nos las vamos que tener que quitar a hostias, que dentro de lo que cabe tampoco es tan malo. A título informativo: una hostia mediana, ni grande ni pequeña, teniendo en cuenta presión, temperatura, día de la semana y una mijitilla de mala leche, tiene 5 mililitricalorias, pero tirando más al frío que al calor.]

 

Las sanciones no han logrado doblegar a Putin, y Occidente se está quedando sin misiles ni balas. Jeremy Stern da cuenta, desde un punto de vista occidental y atlantista, de cómo las cosas no están saliendo como los socios de la OTAN hubieran querido.


Un devastador momento de claridad en Ucrania


Jeremy Stern

El Viejo Topo

9 marzo, 2023 

 


Viendo a Volodymyr Zelensky luchar contra las lágrimas mientras se dirigía a sus soldados en la Plaza de Santa Sofía de Kiev el viernes pasado, era difícil no pensar en dos de los comentarios más comunes del año pasado. El primero es que, en su determinación de eliminar Ucrania como concepto nacional, Vladimir Putin ha hecho más que ningún otro hombre en la historia para consolidar el sentimiento nacional ucraniano. El segundo es que, en su intento de demostrar la decadencia de Occidente, Putin ha insuflado más vida a la alianza occidental de la que ha tenido desde el final de la Guerra Fría.

Es cierto que Occidente, con el apoyo de la opinión oficial, pública y de las élites, ha formado un frente unido para defender los principios de integridad territorial y soberanía nacional en Europa. Lo hemos hecho al tiempo que hacíamos grandes sacrificios económicos propios y caminábamos por la cuerda floja de evitar la confrontación directa con Rusia incluso mientras ayudábamos a Ucrania a construir el ejército de tierra más formidable de Europa. Por tanto, se puede perdonar al votante medio estadounidense o europeo si cree que la guerra ha fortalecido en vez de debilitar la idea de Occidente, del mismo modo que ha fortalecido en vez de debilitar la idea de una Ucrania libre e independiente.


Pero esta perogrullada, que se repite tanto en Estados Unidos como en Europa, es al menos un tanto ilusoria. En realidad, la guerra ha revelado que la posición de Occidente es más contingente y aislada de lo que pensábamos, mientras que las perspectivas de libertad de Ucrania pueden descansar sobre un conjunto de promesas y expectativas que Occidente no está dispuesto a cumplir.


Pocas cosas reflejan mejor la fragilidad de la alianza occidental que la discreta cuestión de los tanques. Durante meses, el canciller alemán Olaf Scholz fue considerado el único obstáculo para proporcionar a Ucrania dos batallones de carros de combate Leopard 2 de fabricación alemana, que se mantienen en arsenales por toda Europa. Scholz alegó que simplemente buscaba garantías de que un paquete de carros de combate para Ucrania sería visto como una iniciativa occidental y no alemana; sus críticos, incluido el autor, sospechaban que en realidad sólo buscaba adelantarse a una victoria ucraniana para proteger las relaciones alemanas con Rusia. Scholz finalmente cedió a finales de enero bajo la presión de los aliados de la OTAN y de sus socios de coalición en el gobierno alemán, y tras obtener el compromiso de la administración Biden de enviar sus propios tanques M1 Abrams.


Sin embargo, pocas semanas después, la coalición de tanques empezó a deshacerse. Portugal anunció que enviaría tres carros, España seis y Noruega ocho. Pero Holanda, que se había comprometido a enviar 18 tanques, revisó repentinamente su oferta a cero. Lo mismo ocurre con Dinamarca, que no ofrecerá ninguno de sus 44 Leopard 2 a Ucrania. Grecia, que posee más carros de combate que cualquier otro país excepto Alemania, también ha declinado participar. Suecia señaló que no proporcionaría ningún carro de combate a Ucrania hasta que se convirtiera en miembro de la OTAN, un proceso que podría durar más que la guerra. Finlandia suministrará tres vehículos Leopard para la limpieza de minas, pero no tanques. El esfuerzo por reunir dos pequeños batallones –sólo 62 carros Leopard 2 de un inventario europeo de 2.000– estuvo a punto de fracasar, dejando a Alemania (y Polonia) en la estacada.


Algunos de los daños se han revertido desde entonces – Suecia ha ofrecido «hasta 10» tanques, España podría añadir cuatro más a finales de este año, y los holandeses y daneses suministrarán ahora Leopard 1 de 40 años de antigüedad para finales de año– pero sólo después de la furiosa actividad de Berlín, que aumentó su propio compromiso para completar un batallón de Leopard 2 de modelo avanzado. La coalición de carros de combate parece ahora una empresa «alemana», precisamente la situación que Scholz había dicho que necesitaba evitar.


Las consecuencias políticas del fiasco de los carros de combate no deben pasarse por alto. Un gran porcentaje de los votantes alemanes ya se oponen por principio al suministro de armas a Ucrania; ahora, los medios de comunicación y los líderes de opinión pública alemanes tendrán dificultades para quejarse de la política visceral de vacilación y reticencia de Scholz, que Europa Occidental y del Norte han revelado como justificada. El episodio de los tanques debilitará asimismo la posición de los alemanes a favor de más ayuda militar, como aviones de combate y misiles de largo alcance, lo que significa que esas peticiones podrían tener que abrirse camino a través de Europa occidental, septentrional y meridional sin el respaldo decisivo de Berlín. Los socios de coalición más belicistas de Scholz, los Verdes y el Partido Democrático Libre, se han visto perjudicados, y las fuerzas que se oponen a la OTAN y a un mayor gasto en defensa se han reforzado. Estados Unidos y Europa siguen más unidos en Ucrania de lo que nunca estuvieron en Serbia o Irak, pero hay motivos para preocuparse por el futuro y el valor de la solidaridad occidental.

Los vientos cruzados políticos que azotan ahora a los partidarios alemanes de Ucrania sugieren que la carga de la provisión de armas en 2023 y más allá probablemente recaerá aún más sobre Estados Unidos, cuyas contribuciones al esfuerzo bélico de Ucrania ya empequeñecen las de los otros 30 principales países donantes juntos: Entre el 24 de enero de 2022 y el 22 de enero de 2023, Estados Unidos comprometió 47.000 millones de dólares en ayuda militar a Ucrania, frente a los 5.800 millones de Gran Bretaña, los 2.600 millones de Polonia, los 2.500 millones de Alemania y los irrisorios 700 millones de Francia. (Si se contabilizan todos los compromisos bilaterales como porcentaje del PIB, incluidos los costes de asentamiento de refugiados, Polonia, los países bálticos y la República Checa son los que más han aportado).


Las limitaciones físicas para que esta tendencia continúe mucho más allá son evidentes: como se desprende de un reciente ensayo de Niall Ferguson en Bloomberg y de una entrevista del New Yorker con el historiador Stephen Kotkin, Ucrania está utilizando cada día mucha más munición, artillería, cohetes y misiles de los que la base industrial de defensa de Estados Unidos es capaz de reponer, por no hablar de reservar existencias para posibles conflictos en el estrecho de Taiwán o en Oriente Próximo. El Pentágono ha ordenado una revisión de los arsenales de armas estadounidenses, y es probable que se asignen nuevas partidas presupuestarias para aumentar la producción. Pero no está claro que Estados Unidos pueda librarse de las consecuencias de un frenesí de deslocalización industrial de 20 años en un plazo de tiempo relevante para las necesidades militares de Ucrania.


Quizá los límites políticos sean aún más severos que los físicos. Por ahora, los rumores sobre la disminución del apoyo del Partido Republicano a Ucrania son en su mayoría exagerados: una reciente resolución de la Cámara de Representantes pidiendo el fin de la ayuda militar y financiera a Ucrania obtuvo el apoyo de sólo el 5% de la bancada del Partido Republicano. Pero el escenario está claramente preparado para la lucha. A medida que la Reserva Federal endurece su política para reducir la inflación, una recesión real o percibida en Estados Unidos puede no estar lejos, incluso cuando Ucrania –que ya está luchando contra una inflación del 30%, una devaluación de la moneda de alrededor del 70% y quemando sus reservas de divisas– se vuelve más desesperada por un chaleco salvavidas financiero.


Según encuestas recientes, entre marzo de 2022 y enero de 2023, el porcentaje de votantes republicanos favorables a la ayuda militar a Ucrania cayó del 80% a menos del 50%. Independientemente del apoyo férreo de los líderes republicanos del Congreso y de los condenados aspirantes presidenciales del GOP como Nikki Haley, Mike Pence y Mike Pompeo, cada dólar adicional de ayuda estadounidense a Ucrania juega a favor de Donald Trump y Ron DeSantis, quienes probablemente argumentarán, con una probabilidad de éxito totalmente predecible, que el apoyo fiscal que podría haber ido a las familias estadounidenses pobres y de clase trabajadora va en su lugar a Europa del Este.


No importa que el gasto militar estadounidense en Ucrania como porcentaje del PIB haya sido sólo un tercio de lo que gastamos en un año medio en Irak, y un tercio del gasto anual en Vietnam. Ni Joe Biden ni ningún otro demócrata quiere entrar en 2024 contra DeSantis o Trump como el candidato del apoyo fiscal indefinido a Ucrania, especialmente a medida que disminuyen las esperanzas de que alguna vez haya un final para esta guerra que parezca y sepa a victoria real.


Hasta aquí las armas y la política. Pero, ¿qué hay del régimen de sanciones occidentales sin precedentes? Nuestra estrategia económica desde hace un año ha sido acelerar el fin de la guerra negando a Rusia los medios para seguir financiándola, o avivando la agitación interna en Rusia lo suficiente como para que Vladimir Putin se sienta obligado a negociar un acuerdo. ¿Ha funcionado, aunque fuera sólo en parte?


Si echamos la vista atrás a un año de guerra, la realidad es que las sanciones han funcionado como medio de castigo, pero no como medio de victoria o incluso de acelerar el fin del derramamiento de sangre. Tal vez incluso más que los retos que plantean la continuidad de la ayuda militar, la gestión de las alianzas y la política interna, las deficiencias del régimen de sanciones auguran problemas.


Consideremos que, el año pasado, el FMI predijo que el PIB ruso se contraería un 8,5% en 2022 y un 2,3% en 2023; por su parte, la Casa Blanca preveía un descenso interanual del PIB ruso del 15%. El mes pasado, el FMI revisó su estimación de crecimiento para Rusia al 0,3% para 2023 y al 2,1% en 2024, por encima de la zona euro y el Reino Unido.

 

¿Qué ha ocurrido? Durante los primeros ocho meses de la guerra, gracias a un aumento del 250% en los precios de los hidrocarburos combinado con un retraso inevitable en el cierre de las importaciones, las sanciones occidentales en realidad aumentaron los ingresos rusos procedentes de las exportaciones a la Unión Europea. Las sanciones sólo empezaron a infligir daños significativos al Kremlin a finales de 2022, tras lo cual el Ministerio de Finanzas ruso informó de un déficit presupuestario de casi 25.000 millones de dólares en enero, y de un descenso global de los ingresos del 35%. Mientras tanto, sin embargo, Rusia se las arregló para explotar los mercados de comercio gris y negro en Oriente Próximo, África y Asia, al tiempo que seguía vendiendo petróleo en todo el mundo y prestando servicios petrolíferos como el transporte marítimo y los seguros. La UE ha admitido desconocer la cantidad o la naturaleza de los activos del banco central ruso que supuestamente ha bloqueado. Al mismo tiempo, gracias a China, Rusia importa ahora más semiconductores que antes de la guerra.


Según un estudio suizo que recopiló datos de febrero a noviembre de 2022, la señalización virtuosa de las empresas occidentales tampoco ha llegado muy lejos. El porcentaje de empresas de la UE y del G7 que desinvirtieron en al menos una de sus filiales rusas es de apenas el 8,5%: 120 empresas de un total de 1.400 posibles. Según el estudio, lo han hecho menos del 18% de las empresas estadounidenses, el 15% de las japonesas y el 8% de las europeas. Esta no es la Rusia de McDonald’s cerrados y iPhones desaparecidos que saturó la prensa occidental en los primeros meses de la guerra.


De todo ello pueden extraerse al menos dos conclusiones. La primera es que las sanciones occidentales son lo bastante poderosas como para empobrecer y debilitar a Rusia, pero no lo bastante como para forzar el fin de la guerra o el tipo de malestar interno que podría romper el régimen de Putin. En otras palabras, a pesar de la naturaleza arrolladora de las sanciones, no están funcionando como se supone que deberían, o al menos no como se han vendido a los votantes de las democracias occidentales, que también están soportando las cargas de la inflación de los productos básicos y la desvinculación económica.


La segunda conclusión es que, por primera vez desde el final de la Guerra Fría, y en gran parte gracias a las sanciones occidentales, puede estar surgiendo realmente un bloque comercial no occidental viable. Además de aumentar las importaciones energéticas y agrícolas procedentes de Rusia, China también se ha comprometido a incrementar los proyectos sino-rusos de petróleo y gas, la inversión en infraestructuras rusas y a sustituir la pérdida de determinados bienes de capital y componentes tecnológicos occidentales (incluidos los productos de «doble uso»), todo ello mediante transacciones en yuanes y rublos en lugar de dólares o euros.


Junto con Irán y gran parte de África, y con la ayuda de democracias y aliados de Estados Unidos como India, Turquía, Sudáfrica y Brasil, China y Rusia se esfuerzan por superar la escasez impuesta por Occidente creando industrias y mercados competidores. Al mismo tiempo, según informes recientes, Rusia está en proceso de conectar su sistema bancario con el de Irán, que tiene una larga experiencia en eludir el SWIFT y trabajar a través de entidades interpuestas («empresas amigas») difíciles de controlar.


A corto plazo, nadie cree que estos acuerdos ad hoc vayan a rivalizar seriamente con el sistema comercial y financiero internacional liderado por Occidente. Pero podrían bastar para permitir a Putin capear el apoyo occidental a Ucrania en un futuro previsible. Sin duda ayuda a China, cuyas empresas asumirán de buen grado cualquier posición de mercado clave que deje vacante Occidente. Mientras tanto, las sanciones pueden llegar a ser vistas como una herramienta cada vez más vana e ineficaz de la política exterior occidental.


Este es un momento de claridad más devastador de lo que podría parecer a primera vista. La promesa de las sanciones económicas nunca fue que castigarían a personas y empresas de países autoritarios con el fin de proporcionar una satisfacción emocional vicaria a los votantes occidentales; la esperanza era que las sanciones pudieran reforzar simultáneamente la diplomacia y, al mismo tiempo, sustituir más o menos a la fuerza militar como instrumento de coerción. El dominio occidental de las tecnologías clave, la banca, las rutas comerciales y las instituciones internacionales como el FMI, el Banco Mundial y el Club de París ­–así se pensaba– nos permitiría imponer los resultados deseados no sólo a regímenes irritantes como Cuba, Venezuela y Myanmar, sino también a competidores similares como Irán, China y Rusia. Y podríamos hacerlo todo sin tener que disparar un tiro.


Esa esperanza parece ser otra de las víctimas de la guerra en Ucrania, donde la euforia inicial del primer año –cuando Occidente se unió para defender sus valores más preciados en nombre de otra democracia– está dando paso a los reveses y desilusiones del segundo.

Fuente: https://www.tabletmag.com/

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Entre imperios e imperialismos

 

Entre imperios e imperialismos

 

Por Juan J. Paz-y-Miño Cepeda 

Rebelion

09/03/2023 | 


Fuentes: Rebelión


Las primeras propuestas sobre la dependencia de América Latina surgen durante la década de 1960, asociadas a las formulaciones de la CEPAL sobre la dependencia externa, que supone la fragilidad de los países de la región en el comercio internacional, pues se exportan productos primarios y se importan bienes elaborados y tecnologías. Incluso hay un desnivel en los términos del intercambio. Se habló tempranamente de “centro” y “periferia”. Pero a fines de la misma década y, sobre todo, en la de 1970, tomó auge la que dio en llamarse teoría de la dependencia, vinculada, en cambio, a la reflexión sobre el imperialismo. Y se explicaba, en última instancia, que el “subdesarrollo” de América Latina se correlaciona con el “desarrollo” de los “centros” capitalistas, que históricamente “subdesarrollaron” a sus “satélites”, los cuales solo podían escapar a la “dependencia” superando el régimen capitalista. André Gunder Frank lo resumió en una fórmula: el desarrollo del subdesarrollo. Pero también, junto a él, hubo formidables latinoamericanistas, como Theotonio Dos Santos, Ruy Mauri Marini, Celso Furtado, Enzo Faletto, Fernando Henrique Cardoso.

La teoría de la dependencia se cultivó en todos los países y tuvo larga influencia. Dejó una especial forma de apreciar las relaciones de poder en el mundo internacional: el coloniaje ibérico (particularmente España) fue el punto de partida, al que siguió, durante el siglo XIX, la dependencia frente a Inglaterra y en el XX frente al imperialismo de los EE.UU. En Ecuador los “dependentistas” realizaron importantes contribuciones y entre los pioneros estuvo Fernando Velasco. También es admirable la temprana crítica a la famosa teoría que realizó Agustín Cueva, renombrado sociólogo en toda Latinoamérica.

Otra forma de entender las relaciones internacionales y la situación de América Latina, ya iniciada en los cincuentas por historiadores como el argentino Ricardo Levene, surgió en la década de 1990, como antesala de los bicentenario de los procesos de independencia de la región. A partir de los estudios que publicó François-Xavier Guerra siguieron otras obras, como las de Jaime Rodríguez (muy cuestionable su interpretación sobre la Revolución de Quito de 1809-1812), Clèment Thibaud, Mark Thurner, Josep Delgado, Manuel Chust, Geneviève Verdo o también Federica Morelli (quien incluso ha trabajado sobre Ecuador) y últimamente Deborah Besseghini, con sus estudios sobre los imperios. Ha quedado en claro que las independencias latinoamericanas no pueden verse exclusivamente como una confrontación entre patriotas y españoles, sino como un proceso de mayor amplitud, en el que también estuvieron en juego las reconfiguraciones de las grandes potencias. Gran Bretaña estuvo a la cabeza, jugando alianzas con la España antifrancesa, que luchaba contra el invasor Napoleón (1808); pero también actuó autónomamente para introducirse entre los revolucionarios latinoamericanos, colaborar en las independencias y favorecer no solo su presencia comercial en la región sino su hegemonía. Fueron recursos británicos los involucrados en el proyecto de Miranda para independizar a Venezuela (1806) y hubo oficiales británicos junto a O’Higgins o también al lado de Bolívar. Igual interés en el continente tuvo Francia, que llegó a controlar territorios en Canadá, poseía la colonia más codiciada en Haití (que se independizó en 1804), logró una de las Guayanas en Sudamérica y hasta impuso un emperador (Maximiliano, 1864-1867) en el México ya liberado. La monarquía de Portugal se trasladó al Brasil y desde allí se alimentaron los afanes expansionistas de la Reina Carlota, que pretendía representar los intereses españoles. Finalmente, están los EE.UU. con sus propios intereses frente a todos los europeos; expandió su territorio en guerra no solo contra los indios y en camino al lejano Oeste, sino contra Gran Bretaña (1812), compró la Luisiana a Francia (1803), la Florida a España (1819) aunque sin pagarla y Alaska a Rusia (1867), pero también haciéndose con medio territorio mexicano (1848). Su ventaja fue indetenible y la aseguró con la Doctrina Monroe (1823) que marcó la hegemonía: “América es para los americanos”.

Es cierto, entonces, que las independencias latinoamericanas deben ser observadas no solo desde perspectivas nacionalistas, sino en los campos de la “unidad hispánica”, la “modernidad del mundo Hispánico”, las proyecciones del “mundo Mediterráneo”, la “reconfiguración Atlántica”, el “imperialismo informal” británico, las “conexiones interimperiales” o “transimperiales”, que son las categorías utilizadas en los estudios que señalo. Pero aún así hay un hecho de base que no puede ser interpretado a lo Hegel, es decir, considerando que América es un “eco de vida ajena”. Porque parecería que los revolucionarios independentistas latinoamericanos eran una especie de “avanzada” o piezas movilizadas por los intereses en juego entre las grandes potencias en pleno ascenso durante la época contemporánea. Se minimiza así un asunto crucial: las independencias en el continente y particularmente las de América Latina rompieron con el colonialismo, lo hicieron en los albores del capitalismo aún antes que las independencias en Asia o África y, además, permitieron la constitución de Estados ambiciosos de soberanía, todo lo cual constituye un hecho de trascendencia mundial y distinto al de los intereses de las grandes potencias de la época. Sin duda los dependentistas tenían razón al advertir que esas independencias resultaron formales, de carácter político, porque los Estados nacionales latinoamericanos cayeron en una nueva forma de dependencia económica-estructural frente a Gran Bretaña, primero y a los EE.UU., después.

Y, sin duda, se impone otra comprensión: los imperios y los imperialismos (porque el término ha tenido diversas connotaciones) no solo actuaron durante la época de las independencias latinoamericanas y la construcción de los Estados nacionales, sino que siguen actuando hasta nuestros días. Nos hallamos, precisamente, en una época en la cual la hegemonía de los EE.UU. y de Europa ha sido cuestionada por el ascenso de China, Rusia, los BRICS y la constitución de nuevos bloques en ámbitos regionales diversos. Asistimos a una nueva era de cambios profundos en la historia de la humanidad, trazada por la recomposición de los poderes mundiales. En América Latina existe un claro movimiento de reivindicación de las soberanías en términos más abiertos y contundentes que en el pasado, como se observa en la configuración de instituciones como CELAC, MERCOSUR o UNASUR, el interés de varios países por incorporarse a la “nueva ruta de la seda” con China, o las claras posiciones soberanistas, al mismo tiempo que latinoamericanistas, de los gobiernos progresistas del siglo XXI, que se expresan, en la actualidad, en las definiciones geopolíticas realizadas por los presidentes Alberto Fernández de Argentina, Gustavo Petro de Colombia, Inácio Lula da Silva de Brasil y Andrés Manuel López Obrador en México, para citar los más grandes, que buscan aunar las propias estrategias de la región hacia el futuro. Se ha profundizado la reacción contra el Monroísmo y contra la OEA, que ha sido su instrumento contemporáneo, además de que el “injerencismo” (es decir las acciones imperialistas directas) que sigue presente, despierta cada vez mayores rechazos, en tanto la causa de Cuba contra el bloqueo norteamericano se ha convertido en resoluciones de condena por parte de las NNUU durante los últimos 30 años, aunque siguen inobservadas por los EE.UU. En ese marco América Latina no encuentra razones para inclinarse por las potencias que pretenden su alineamiento en el conflicto de Ucrania, ya que nuestra tesis parte de la reivindicación de la paz, desde que así se asumió la política internacional en la Proclama suscrita por la II Cumbre de la CELAC (La Habana, enero 2014). El Mundus Novusdel siglo XXI es un proceso históricamente imparable, aunque pueda durar varias décadas. Va de la mano del creciente triunfo de los progresismos latinoamericanos, de las nuevas izquierdas, el ascenso de los movimientos sociales populares y el cuestionamiento a los imperialismos, tanto como a los dominios oligárquicos internos.

Blog del autor: Historia y Presente –
www.historiaypresente.com  

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Privatizando hasta el aire que respiramos

 

Privatizando hasta el aire que respiramos

 

 Juan Diego Vidal Gallardo

 Elportaldeandalucía.org

7 marzo, 2023

 


Las últimas semanas han supuesto una continuación del típico revuelto de noticias propio de este país. Un refrito de lo más variopinto, ideal para confundir a unos, aburrir a otras y descargar la sonrisa cómplice entre aquellos que se saben ganadores en la batalla del correr mucho y pararse poco (pararse poco a desentrañar las informaciones que nos llegan minuto a minuto, he ahí la cuestión).

Tan poco nos paramos que, en medio de una época en la que la rabia y la tristeza deberían estar escociéndonos por el último caso del principal drama de nuestros días (el injusto destino que a los migrantes aguarda en la ciénaga del Mediterráneo, tragedia, por cierto, que conocemos bien en Andalucía, al frente de cuyas costas se dejan la vida tantas personas que vienen buscando refugio), vemos, sin embargo, las noticias a ese respecto como quien ve llover… Como quien ve llover escuchamos hace apenas 48 horas al Gobierno italiano desentendiéndose de responsabilidades por la muerte de seres humanos en las escolleras de Calabria. Como quien ve llover contemplamos cómo de la reunión de ministros de Interior de los países del MED5 en Malta salían gélidos comunicados sobre “la necesidad de solidarizarnos” entre los Estados para “repartir la recepción de inmigrantes” o para “detener la salida de embarcaciones de los lugares de origen”… Cada vez más indiferentes al contexto y las causas que llevan a esas personas a dejar su tierra en semejantes condiciones. Cada vez más ajenos a una mirada humana que les hiciese trabajar conjuntamente para ayudar a los y las migrantes a llegar a suelo europeo de manera segura y contando con herramientas y derechos para empezar una nueva vida en este ingrato continente. Cada vez más robóticas las palabras de los diplomáticos, tan apegados a sus egoísmos patrios como alejados de la conciencia ética.

Mientras tanto, en Andalucía, algunos asuntos cuyo tratamiento mediático nos llamó la atención protagonizaron buena parte de las páginas estelares. Entre los que se quedaron con el papel de secundarios: más casos de desahucios, fenómeno interesadamente silenciado pero que sigue siendo todo un entramado firme en nuestra comunidad; o el sexto aniversario de la muerte de la rapera, poeta, filósofa y politóloga cordobesa (de Adamuz) Gata Cattana, cuya figura y obra sería fundamental transmitir a las próximas generaciones de jóvenes. Sea como fuere, destacamos a continuación algunos temas que sí aparecieron en los grandes titulares:

El Obispado de Córdoba y su eterna cruzada con la Mezquita

Sacro santas e ilustres cabeceras periodísticas daban la bienvenida hace pocas semanas a las nuevas cabezas pensantes de la Iglesia en Córdoba y deslizaban que es la izquierda la que “emprendió una dura cruzada política y jurídica hace casi una década por la titularidad de la Mezquita”… Sin embargo, en los últimos días apenas se dio luz a la última estratagema del Obispado para conquistar el corazón del simbólico edificio. Lo cual nos lleva a preguntar en voz alta: ¿quiénes se habrán creído en la Iglesia católica? ¿Hasta dónde va a ser consentida su obsesión por la Mezquita y su empeño por manipular su historia, su identidad, sus valores andalusíes y musulmanes, y su significado intercultural e interreligioso? ¿Hasta cuándo esa cansina actitud de medieval apropiación cultural?… Es lo que pasa cuando se normaliza el disparate de que el Obispado se adueñe y gestione un patrimonio que debería ser de todos los cordobeses y cordobesas. Y encima, los colectivos que así lo denuncian, como la Plataforma Mezquita Catedral de Córdoba, cada vez tienen menos voz en los medios.

Macarena Olona y su “referente”: Julio Anguita…

Al menos, eso declaró ella (no fue la primera vez, aunque algunos quedasen ojipláticos) en una entrevista para un conocido programa de La Sexta (la ‘tele de los rojos’, ¡y que vivan las marcianadas!). Esa y otras frases chispeantes le supusieron a algunos material para vender, a otros los llevó a ‘descubrir la pólvora’ y unos terceros repasaron de manera edulcorada su intervención. Lo que resulta inentendible es el porqué de dar tanto crédito a la descarada estrategia político-marketing-empresarial de una ultraderechista de manual, que, más que en el ejemplo de Anguita, es en los ideales de Primo de Rivera o de Meloni donde encuentra su verdadera cantera. Por eso, que quede claro: precisamente fueron, son y serán las y los políticos, activistas o pensadores como Anguita quienes siempre plantaron cara a los Primo de Rivera o Mussolini de turno; quienes miraron de frente a las Meloni de distintas épocas; y, por supuesto, quienes combatieron las proclamas reaccionarias de las Olona de la vida.

El modelo sanitario yanquee de Moreno Bonilla ya está aquí

Por mucho que los lavados de cara (y de BOJA) no escatimen esfuerzos para camuflarlo. Y mira que se lleva tiempo alertando, y que hay colectivos de barrios que llevan años denunciando la deriva, y que distintas formaciones políticas, sindicatos médicos, plataformas socio-sanitarias o asociaciones de vecinxs llevan meses señalando lo que se viene encima… Pero, ¿ha visto usted mucho de todo eso? Igual no, ¿verdad? Sí habrá presenciado el boom de noticias sobre el “malestar de la población por la lentitud y los problemas de la sanidad pública”, y poco hablar sobre la reducción (año tras año) de recursos económicos, técnicos y de personal para ambulatorios y hospitales públicos, y sí mucha información sobre vecinos encabronados con las trabajadoras de su centro de atención primaria, y mucha publi sobre mutuas y clínicas privadas, y mucho titular sobre las ‘bondades’ de seguros médicos privados al alza, y poca explicación sobre cuanto este plan esconde y busca…

Una jugada muy básica, por parte de quienes ven en la salud de las personas un bien de mercado. Una jugada tan básica, que causa sonrojo que no nos demos cuenta ni llenemos las calles para detener semejante locura. Una jugada básica, desalmada e indigna, sí, pero que está resultando maestra, pues logra un 3 en 1: sale de rositas a pesar de abocar a muchas familias a pagar con sus impuestos la derivación de servicios públicos a la privada, genera un manto de malestar ciudadano contra los profesionales de la sanidad pública (además de ignorados, atacados; manda narices) y, de postre, la excusa perfecta para la anhelada y creciente concesión de gestiones y dinerales a la privada.

Pues eso: un sistema sanitario a lo yankee. Lo que durante décadas vimos como una pesadilla distópica roza ya la realidad con la palma de codiciosas manos. «Es el mercado, amigo», decía Rodrigo Rato. Y el negociazo. Negociazo a varias bandas: el empresario de la clínica o de la mutua privada; el político que tiene al amiguete al frente de ellas; el directivo del mass media que comparte acciones y se hace merecedor de algún favorcito; la aseguradora médica que “cuidará de ti y de tu familia” (siempre y cuando le sueltes previamente los parneles, claro, que para eso eres un cliente, un número)… Porque, ¡qué hay más importante que lo mercantil! ¿Qué es eso de la sanidad pública universal gratuita y de calidad? Ah, y con los años, al grano: ¿te puedes permitir pagar la visita a tu médico de cabecera, el ingreso hospitalario o ‘x’ tratamiento? ¿Sí? Afortunado, oh yeah. ¿No? Te jodes y a contratar un segurazo médico privado. ¿Tampoco lo puedes pagar? Tranquilo, eres libre de enfermar, o de morirte, o de vender un riñón para poder operarte el otro, o de que lo que sea se te cure solo. Porque, eso sí, aquí la «libertad» todo el día en la boca. «Libertad» para no invertir en personal y recursos para la pública mientras se riega con dinero público a los socios de la privada; «libertad» para hacer desde San Telmo lo que te salga de la mayoría, que para eso la tienes; «libertad» para gritar ayusianamente ‘comunistas alarmistas’ a quienes denuncian sus planes; en definitiva: «libertad» cual lema que, al parecer, genera votos y gobernabilidad en algunos sitios, los territorios de la «libertad», como en Andalucía, god bless us

Pero, ni god ni gad conseguirán frenar la quinta marcha privatizadora que la Junta del ‘afable’ Moreno Bonilla ha metido a su bólido oficial y electoralista. ¿Que quién puede hacerlo? Nosotras. La gente. El conjunto sí puede ejercer una dura presión contra esta ola crudo-capitalista. No solo en las urnas (mayo se acerca, y diciembre viene después), sino a diario, a partir del hecho diferencial que supone entender que, como explica el catedrático de Economía Aplicada Manuel Delgado Cabezano podemos dejar que el capital financiero se imponga al valor de defender la vida, LA VIDA EN COMÚN.

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