viernes, 21 de febrero de 2025
El primer día del mundo del mañana
En estas mismas páginas
se dejó claro desde el principio de la guerra: Rusia no podía perderla. No
podía permitírselo. Y así ha sucedido. EEUU perdió la guerra, y la principales
víctimas son Ucrania y la UE.
El primer día del mundo del mañana
El Viejo Topo
21 febrero, 2025
La narrativa
impulsada por Occidente en los últimos años, ha colapsado. Lo que en un
principio se presentó como un enfrentamiento entre el bien y el mal, la
democracia contra la tiranía, y la soberanía frente a una ocupación
neoimperialista, ha resultado en una farsa sangrienta y en un fracaso
estratégico para las élites occidentales.
Se nos intentó
convencer de que la guerra ucraniana era una guerra justa contra el
expansionismo ruso. En gran medida lo consiguieron, una parte nada desdeñable
de la población compró ese relato. La derecha lo apoyó (era lo esperado); lo
inesperado y que revela el nivel de desorganización de la izquierda existente,
ha sido el apoyo al relato otanista y el apoyo acrítico de esta “izquierda
verde” o “la autonodenominada anticapitalista”. En nuestro país, sin ir más
lejos, las declaraciones de dirigentes de Sumar o el propio Pablo Iglesias
desde sus redes han dado apoyo al régimen de Zelenski por oposición al malvado
Putin. Su influencia, aunque decreciente, ha sido útil para proyectar hacia
sectores progresistas un discurso coincidente con el atlantista limitando en
buena medida la respuesta popular contra la guerra.
La desunida
Unión Europea ha quedado retratada en estos días como el brazo político de la
OTAN. Nos conduce, si los pueblos europeos no lo impiden, hacia escenarios de
confrontación mientras los ejecutivos continentales en la mayoría de los países
se afanan en recortar los servicios públicos para pagar las nuevas inversiones
en “defensa”.
Todo lo
expuesto está siendo revelado por el propio ejecutivo norteamericano. Los miles
de millones de dólares destinados a la compra de periodistas (más de 6.200) de
medios de difusión de todo tipo (más de 700 sólo en Europa…. cabeceras de
diarios, ONGD…. nos sorprendieron tanto por su extensión como su amplitud.
Gracias al propio trumpismo y sus deseos de controlar los recortes más íntimos
de las agencias gubernamentales sabemos que se invirtieron más de 5.000
millones de dólares desde la USAID para orquestar el golpe de Estado del Maidán
en 2014. También ha quedado en evidencia el cinismo de dirigentes europeos como
Merkel, Hollande y Poroshenko, quienes nunca tuvieron intención de aplicar los
acuerdos de Minsk I y II y mientras hablaban de paz rearmaban al régimen de
Zelenski. También sabemos que la actitud belicosa de Reino Unido no es por un
afán de defender la democracia ucraniana, sino para asegurarse de que las
inversiones realizadas por el ejecutivo londinense, pagando o avalando parte de
la deuda de Kiev, reviertan posteriormente en beneficios para las clases
dirigentes de ese país.
A medida que se
adivina el inevitable desenlace –la derrota de Estados Unidos, la OTAN y la
Unión Europea–, las contradicciones dentro de Occidente se hacen cada vez más
evidentes. El varapalo sufrido por la UE en la conferencia de paz de Munich
cuando vimos a su presidente, Christoph Heusgen, llorar, posiblemente de
impotencia, y el ninguneo del vicepresidente Vance hacia los políticos europeos
demostraron el escaso o nulo peso de la UE en el concierto internacional.
En estos tres
años ninguno de los objetivos pretendidos por la OTAN/UE se han cumplido: ni se
podido debilitar a Rusia, ni se ha conseguido aislarla diplomáticamente, ni se
ha podido hundir su economía. Por el contrario, la obsesión rusofóbica de los
dirigentes de la UE y la incapacidad de la administración Biden han facilitado
el fortalecimiento de una nueva alianza global con China. La guerra en Ucrania
se muestra como un revés estratégico para Occidente; no solo ha fracasado en
sus propósitos, sino que finalmente ha debido aceptar las condiciones impuestas
por Moscú.
El presidente
Donald Trump ha reconocido públicamente que Estados Unidos y la OTAN han
perdido la guerra. Incluso el secretario de Defensa estadounidense ha admitido
que Ucrania no tiene posibilidad de recuperar las fronteras de 2014, lo que
confirma que el conflicto no comenzó en 2022, como se ha insistido en la narrativa
occidental, sino en 2014, con el golpe de Estado del Maidán. Ante este
panorama, Washington ha comenzado a ceder en dos de las cuatro condiciones
clave de Rusia: el reconocimiento de Crimea y las cuatro provincias
anexionadas, así como la detención de la expansión de la OTAN en la región. La
reducción del presupuesto militar del Pentágono que está abordando la nueva
administración republicana conducirá tal vez a la retirada de tropas
norteamericanos del continente. Todo está sobre la mesa.
Trump intenta
forzar un alto el fuego rápido en la actual línea de contacto. Desea cerrar un
acuerdo que le permita utilizarlo como moneda de cambio en futuras
negociaciones con Moscú. Sin embargo, el tiempo juega a favor de Rusia. Cuanto
más se prolongue la guerra, más territorio quedará bajo su control, menos
efectivos tendrá el ejército ucraniano y más sólida será la posición de Putin.
La desmoralización de las fuerzas ucranianas ha permitido avances rusos sin una
resistencia significativa, lo que hace improbable un cese de las hostilidades
en el corto plazo. De hecho, lo más probable es que la ofensiva rusa se
intensifique. Por otra parte una de las condiciones impuestas por Rusia será en
un futuro la negociación con otros dirigentes de Ucrania nacidos de la convocatoria
electoral de finales de octubre donde se renovaría el liderazgo en Ucrania.
Trump ha dejado
claro que no respaldará la entrada de Ucrania en la OTAN ni enviará tropas
estadounidenses para apoyar a Kiev. Como resultado, la carga económica y
militar recae completamente en la Unión Europea, que ya ha asumido parte del
costo del conflicto y ahora debe afrontar la reconstrucción de un Estado en
colapso. Mientras, Europa está sufriendo las consecuencias de los aranceles
impuestos por Trump y la compra de energía a precios desorbitados tras romper
sus lazos con Rusia. Ahora se enfrenta a la necesidad de sostener
financieramente a Ucrania, cuando en realidad debería concentrarse en su propia
recuperación económica.
Ucrania,
entretanto, se ha convertido en un Estado fallido. Con una población en éxodo y
sin un censo oficial en décadas, es imposible determinar cuántos ciudadanos
siguen en el país. En Kiev persiste un régimen que persigue a la Iglesia
Ortodoxa, prohíbe 11 partidos políticos y ha instaurado un sistema de gobierno
autoritario. La incertidumbre sobre el futuro político de Ucrania y su posible
adhesión a la UE sigue aumentando, y cada vez parece más improbable que este
proceso llegue a concretarse. En Kiev hay música de entierro, la visita de
Zelenski a Arabia Saudita y Turquía tiene como objetivo negociar y poner a
salvo las fortunas personales del propio presidente y la de de sus secuaces. No
ha ido a negociar nada con nadie sino a asegurar su supervivencia financiera.
EUROPA: UNA
POTENCIA RELEGADA Y SIN INFLUENCIA
Europa ha sido
marginada de las decisiones clave en el conflicto. La reciente llamada entre
Trump y Putin, la reunión en Riad entre altos funcionarios del gobierno
estadounidense y rusos marginando a Ucrania y Europa ha generado pánico en las
capitales europeas. Incapaces de adaptarse al nuevo escenario, los líderes
europeos siguen repitiendo mecánicamente los mismos discursos del pasado sin
asumir que su papel es irrelevante.
En la
Conferencia de Seguridad de Múnich los dirigentes europeos evidenciaron su
frustración. El secretario de Defensa británico, John Healey, insistió en que
no se podían llevar a cabo negociaciones de paz sin Ucrania: no aceptan que
Kiev ya no tiene poder de decisión, si alguna vez lo tuvo, sobre su propio
futuro. En la misma línea, el ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius,
lamentó las “concesiones” de Trump a Rusia y pidió continuar discutiendo la
adhesión de Ucrania a la OTAN. Por su parte, la ministra alemana de Asuntos
Exteriores, Annalena Baerbock, afirmó que la paz debía incluir a Europa y
Ucrania, mientras que el primer ministro polaco, Donald Tusk, reiteró la
necesidad de cooperación transatlántica para alcanzar la paz.
No obstante,
todas estas declaraciones solo evidencian la debilidad de Europa. Estados
Unidos ha gastado miles de millones de dólares en el conflicto y ahora busca
resarcirse. En Múnich el gobierno de Trump puso sobre la mesa el documento por
el cual Ucrania cedía el 50% de sus riquezas a Norteamérica, su acreedor. La
parte ucraniana sólo tuvo una hora para leerlo, estudiarlo y aceptarlo. Washington
pretende recuperar 500.000 millones, mientras que la UE ya ha desembolsado
124.000 millones (que se sepa) sin obtener nada a cambio. Y lo peor aún está
por venir: Bloomberg Economics estima que el costo de mantener y reconstruir
Ucrania ascenderá a 3,1 billones de dólares en la próxima década.
Europa
simplemente no puede sostener esta guerra, ya que carece de los recursos
económicos y militares para hacerlo. También carece de la necesaria unidad de
acción y resolución política. La desunión europea está en marcha.
Mientras
Washington decide poner fin al conflicto, la UE debe afrontar las consecuencias
económicas de haber sido utilizada como un mero instrumento en la estrategia
contra Rusia. La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, ya ha
comenzado a allanar el camino para incrementar el endeudamiento de los países
europeos con el fin de financiar tanto el rearme militar como la reconstrucción
de Ucrania. Sin embargo, esta medida solo conducirá a un mayor deterioro
económico y a una crisis estructural dentro del bloque. La reunión en París
convocada por el presidente francés Macron ha revelado las enormes fisuras que
se han instalado en el interior de la UE. Grietas que se verán amplificadas en
una institución que pierde legitimidad en la medida que introduce castigos en
forma de impuestos desorbitados a su propia población y que por otra parte
muestra “tics” profundamente antidemocráticos como se ha demostrado con la
anulación de las elecciones en Rumanía.
EL FUTURO: UN
NUEVO OBJETIVO EN LA MIRA
Con el
conflicto en Ucrania acercándose a su desenlace, Estados Unidos y sus aliados
han comenzado a redirigir su estrategia hacia un nuevo objetivo: China. Para
mantener su hegemonía global, Washington necesita debilitar a sus principales
competidores económicos y tecnológicos.
Dentro de esta
estrategia, se busca neutralizar a Corea del Sur, y a Taiwán, cuyas industrias
de alta tecnología representan una amenaza para la supremacía estadounidense en
semiconductores y electrónica avanzada.
Japón, por su
parte, deberá ser contenido para evitar que su sector manufacturero siga
expandiéndose. Sin embargo, el gran rival a vencer es China, y todo apunta a
que en los próximos años la presión sobre Pekín se intensificará con sanciones
económicas, restricciones tecnológicas y un aumento de la presencia militar
estadounidense en el Indo-Pacífico.
Paralelamente,
América Latina se convertirá en un foco de interés geopolítico, ya que sus
recursos naturales y mercados emergentes son estratégicos para la competencia
global. Washington intentará reforzará su control sobre la región, evitando que
sus gobiernos se alineen con China y Rusia.
Cuando la
guerra en Ucrania entre en vías de solución –tampoco será pronto– y con una
Europa debilitada, el foco se traslada a Asia y América Latina. Mientras tanto,
la UE observa impotente cómo su papel en la escena global se reduce a financiar
con deuda pública y más recortes una guerra que no pudo ganar. El mundo ha
cambiado y el antiguo sistema se desmorona. Un nuevo equilibrio de poder está
emergiendo: este es el inicio de una nueva era.