jueves, 27 de marzo de 2014

ANALISIS POLÍTICO DE URGENCIA DEL 22 M

Diario de Octubre
 23/03/2014 


El éxito masivo de las Marchas de la Dignidad abre un espacio de reflexión interesante en el nuevo mapa político de España. Desde la aparición súbita del movimiento 15M, las aguas sociales e ideológicas de la izquierda en su conjunto bajaban agitadas y nerviosas, observándose una pugna, no siempre manifiesta, entre la vieja escuela institucionalizada y una amalgama heterogénea de impulsos críticos y sensibilidades rebeldes contrarios a las prácticas parlamentarias y sindicales de los actores principales surgidos en la transición posfranquista y consolidados en el proceso constituyente alrededor del bipartidismo PP-PSOE mediante el consenso social a ultranza inaugurado con los Pactos de la Moncloa en 1977.

Algo se está moviendo políticamente aunque todavía es pronto para extraer consecuencias concluyentes de los acontecimientos sociales de los últimos años. Desde el PP a IU, pasando por el PSOE, todas las fuerzas políticas tradicionales están en la picota. También CC.OO. y UGT, avalistas de hecho del deterioro actual con sus tímidas reacciones de miras cortas.

El PP representa a la derecha clásica y es el símbolo máximo del régimen capitalista vigente. Sus dirigentes son los hijos y los nietos de los padres y abuelos que sostuvieron y colaboraron activamente con la dictadura de Franco. El consenso de la transición permitió enterrar las secuelas de la guerra civil y que los autores del golpe militar fascista salieran indemnes de sus responsabilidades políticas y penales. La memoria histórica se empezó a desvanecer desde la transición con la anuencia expresa del PSOE y el sí a regañadientes y con reticencias entre sus bases del PCE.

Actualmente, el mito de la transición modélica es objeto de múltiples andanadas, al igual que la monarquía impuesta sin referéndum y el parlamentarismo de toma y daca escénico de PP y PSOE.

El 22M no perjudica o daña en exceso las expectativas electorales de la derecha. En todo momento presentarán la iniciativa plural como cosa de extremistas irredentos portadores genéticos de suma violencia, en resumen, comunistas y anarquistas viajando a lomos de antiguas proclamas revolucionarias. Es en la izquierda donde las consecuencias pueden ser de mayor incidencia.

El PSOE sabe que en el bipartidismo imperante precisa de esos votos izquierdistas para conquistar una mayoría suficiente con la que acceder a la alternancia con las huestes del PP. Como es obvio, tiene que cuidar su lenguaje público con palabras ambivalentes que no comprometan su imagen ni su programa moderado de apoyo al orden capitalista. Su discurso debe mantenerse en una apariencia de izquierdas sin asustar a los poderes fácticos que dan y quitan financiación y espacio publicitario en los mass media. Radicalizará a buen seguro sus declaraciones cuando convenga con un ojo avizor permanente en las clases medias vilipendiadas por la crisis. Nada novedoso en su proceder.

Por lo que se refiere a IU, su posición es más delicada. En la coalición conviven como pueden el PCE, la nueva izquierda y algunos brotes ecosocialistas o rojiverdes alimentados al calor del 15M, tres alientos en discordia más o menos amistosa de orígenes muy dispares. El PCE pone el trabajo diario; la nueva izquierda las viejas palabras posmodernas y la amenaza constante de desembarcar en el PSOE, y las nuevas tendencias de estética quincemayista aportan y ofrecen un colorido actual, joven y díscolo de difícil integración en el proceder cotidiano de IU. Tres almas y un solo destino: comunista, socialdemócrata y altermundista en pos de desbancar al PSOE como referente principal de toda la izquierda. Da la sensación de ser una empresa casi imposible, máxime con los numerosos grupos, postulantes y candidaturas que pululan en sus cercanías y que restan posibilidades reales a sus expectativas electorales. Estamos hablando de Podemos, el Partido X, Equo y otras fuerzas de factura similar que pretenden representar una radicalidad en las formas sin raíces históricas en el movimiento obrero. Son iniciativas todas ellas basadas en gurús mediáticos o profesionales bien asentados en sus empleos, con iniciativas radicales de dimensión conceptual impecable pero muy ancladas en discursos intelectualistas y burgueses alejados del sentir popular.

Las Marchas de la Dignidad también obligan a CC.OO., UGT y la Cumbre Social a mover ficha táctica con inusitada rapidez. Están siendo sobrepasadas por la izquierda social más pujante, activa y comprometida con la realidad de las personas de carne y hueso. El sindicalismo de clase pactista y a verlas venir no es comprendido por amplias capas de trabajadores y trabajadoras de España. Las sucesivas reformas laborales, huelgas timoratas convocadas a la defensiva y la contumacia en una negociación imposible han ocasionado heridas muy profundas en los sindicatos mencionados. De alguna manera, CC.OO. y UGT han perdido el norte de sus aspiraciones clásicas, apostándolo todo a la economía social de mercado simbolizada por el Estado del bienestar, dejando en el olvido su ideología de clase hacia una sociedad nueva denominada socialista. El tacticismo ha podido con la estrategia y la praxis acomodaticia y puntual ha derrotado a los ideales históricos de la clase trabajadora.

El 22M rescató mensajes que una vez fueron santo y seña de la izquierda transformadora más beligerante contra el franquismo: república, pan, trabajo y techo, defensa acérrima de lo público, igualdad y libertad, y derecho fundamental a la autodeterminación de los pueblos. Poner hoy con valentía esos preceptos inalienables sobre el tapete político es una iniciativa coherente y de coraje incuestionable. Dos millones de manifestantes se sumaron a la iniciativa en la calle, la mayor convocatoria en Madrid en lo que va de siglo XXI.

Es complicado, sin duda, traducir ese impulso complejo en proyecto político, pero es lo más audaz que ha sucedido en España en los últimos años. Se trata de una andadura anticapitalista, de colores y matices diversos, que ha crecido sin apoyos en los medios de comunicación y sin líderes o iconos carismáticos que arrastraran a las masas. El hastío a las soluciones fáciles adaptadas al orden establecido ha sufrido un duro y clamoroso revés.

Resultaría muy atrevido hacer vaticinios sobre lo que aún solo son tentativas de que germine algo verdaderamente original en el panorama político español. Ahora mismo, la izquierda social está movilizada, en tensión creativa y fuera del fantasma de la abstención pasiva. El PSOE intentará por todos los medios a su alcance que los daños o rasguños  electorales sean los mínimos posibles. IU tendrá que reformular su táctica y estrategia de modo profundo y participativo. La vida le va en ello. Las voces que llegan de la calle son toques de atención que debieran percutir directamente en los debates internos de la coalición. En lo que atañe a CC.OO., la situación es si cabe de mayor enjundia: sus tendencias críticas tienen una oportunidad de oro para sacar al sindicato del marasmo quietista, pasota, técnico y blandengue en que vive instalado desde hace tiempo.

En definitiva, después del 22M nada será igual. El debate en la izquierda está servido: una mayoría social nutrida, luchadora y significativa ha dicho que la crisis capitalista exige medidas que vayan más allá del retorno a la ortopedia capitalista del Estado del bienestar, que el horizonte debería ser republicano, comunista, socialista y libertario. Para los esclavos, conquistar su libertad también era una utopía. Pero lo consiguieron. Los nuevos esclavos de la globalidad y de la precariedad laboral, al parecer, han dicho basta de modo rotundo y convincente. ¿Oirán sus voces los líderes de la izquierda nominal, social y política, que viven en la molicie de la brillante moqueta del consenso pactista? La unidad auténtica se forja en la calle y no en las estrategias por arriba alejadas del sentir popular. Permanezcamos atentos a las brisas, vientos y mareas que se sucederán de inmediato.

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