domingo, 29 de marzo de 2020

LA CRISIS DE 2008 SUPUSO EL PRINCIPIO DEL FIN DEL CAPITALISMO; EL CORANOVIRUS ABRE LA PUERTA DE UNA NUEVO TIEMPO: LA ÉPOCA EN LA QUE EL CAPITALISMO SERÁ SUSTITUIDO POR EL SOCIALISMO




 Covid-19, capitalismo y fin de la normalidad


Jaime Pastor
Vientosur
27.03.2020

Tomando prestado el título de la obra de James K. Galbraith, El fin de la normalidad, parece ya indiscutible que ésta se acabó definitivamente y que ahora nos hallamos en un punto de inflexión inédito en nuestra historia contemporánea y, sobre todo, en la de un capitalismo globalizado que se había impuesto como el único sistema posible. Porque ahora es este el que ha de ser cuestionado con más contundentes razones.

Si en el ámbito científico hay debate sobre los orígenes de la pandemia, sí parece haber evidencias suficientes de que la difusión se encuentra estrechamente relacionada con “la olla a presión evolutiva de la agricultura y la urbanización capitalista” (Contagio social: guerra de clases microbiológica en China) y con factores como “la alteración global de ecosistemas asociada a la crisis ecosocial y climática, la deforestación del Sudeste asiático, los cambios masivos en el uso de la tierra, la fragmentación de los hábitats, la urbanización, el crecimiento masivo del turismo y de los viajes en avión, la debilidad y mercantilización de los sistemas de salud pública”, como explica Joan Benach: "El coronavirus és una amenaça per als barris més pobres". Un conjunto de factores, en suma, que exigen una impugnación radical del modelo civilizatorio injusto e insostenible que ha ido conformando el capitalismo a lo largo de su historia y que ha llegado a su punto más alto bajo el neoliberalismo.

Un capitalismo que ni siquiera se ha mostrado compatible con la tarea de garantizar un derecho universal tan fundamental como el de la salud. Todo lo contrario: lo ha ido restringiendo mediante el saqueo, la privatización, los recortes y la sobreexplotación de la sanidad pública y sus trabajadores y trabajadoras para ir poniéndola en manos privadas, únicamente motivadas por la lógica del máximo beneficio. Todo esto es lo que ha ido creando las condiciones del colapso del sistema que se está produciendo ahora en el mal llamado y presuntamente modélico Primer Mundo, con la consiguiente tragedia humana que estamos observando con creciente indignación todos estos días.

Así que, si antes de esta crisis cabían dudas, ya no debería haberlas para convencerse de que hemos entrado en la era del capitalismo del desastre (Klein), con la crisis climática como la principal amenaza a la vida en el planeta, pero con el que interactúan otras, como la sanitaria, junto a las derivadas de la agravación de desigualdades de todo tipo que convierten a un número creciente de personas en desechables. Y con un panorama de salida de la crisis aún peor ante la inminente entrada en una nueva Gran Recesión, probable ya antes de la irrupción del Covid-19, que llegará con mayor fuerza debido al enorme aumento de la deuda global que se está generando y con la consiguiente presión de los grandes poderes económicos transnacionales para que los Estados les rescaten de nuevo y, a su vez, éstos compitan más entre sí en medio de la inestabilidad geopolítica general.

En medio de este repliegue nacional-estatal casi generalizado, podemos encontrarnos pronto –incluso en una Unión Europa que está mostrando toda su impotencia cuando se trata de dar una respuesta solidaria, como explican Manuel Garí y Fernando Luengo Unión Europea, una nueva decepción- ante una ofensiva austeritaria neoliberal más dura que la anterior. Si bien es posible que esa nueva vuelta de tuerca vaya acompañada, en el mejor de los casos, de algunas medidas compasivas temporales dirigidas a neutralizar el malestar social, como está ocurriendo ahora, pero que no van a compensar la brutalidad del recurso a los ERTE por parte de la patronal, como se recuerda en este artículo: España se va al ERTE: el gobierno rescata a las grandes empresas con beneficios. Un malestar que ya se estaba expresando antes de la pandemia mediante revueltas populares en muchos lugares del planeta, estimuladas por las movilizaciones impulsadas desde el ecologismo y el feminismo, y que esperemos se reactiven frente a esa probable estrategia del shock, ya sea bajo una u otra variante nacional-estatal en función de las diferentes relaciones de fuerzas sociales y políticas.

Una (sin)razón del mundo en quiebra

Con todo, no va a ser fácil que un neoliberalismo que se había convertido en nueva razón del mundo (Laval y Dardot) recupere la legitimidad perdida en esta crisis. En efecto, hemos visto cómo la respuesta a la pandemia se ha mostrado incompatible con la cultura del individualismo propietario y del emprendimiento y exige buscar soluciones colectivas en defensa de lo público –a no confundir con lo estatal–, de los bienes comunes, de la solidaridad y el apoyo mutuo en los cuidados. Entre esos bienes públicos, la reivindicación de una sanidad pública, universal, gratuita, de calidad y bajo control social en cualquier parte del mundo es ahora la más urgente. Una lucha que ya se está manifestando mediante una cantidad enorme de iniciativas desde abajo que, incluso en condiciones de confinamiento y haciendo de la necesidad virtud, anuncian un salto adelante en la construcción y refuerzo de redes de auto-organización comunitaria en muchas ciudades, barrios y pueblos de todo el Estado.

También, la obligada paralización de una larga lista de actividades económicas, muchas veces bajo la presión de la clase trabajadora en torno al eslogan Nuestras vidas valen más que vuestros beneficios, como ha ocurrido en la industria o en la construcción, para ir reduciéndola a las esenciales, está permitiendo dar credibilidad a propuestas de decrecimiento selectivo –incluyendo el cuestionamiento del modelo de consumo, distinguiendo entre necesidades y falsos deseos-, procedentes del ecologismo; a la revalorización del trabajo de cuidados que viene exigiendo desde hace tiempo el feminismo; a la prefiguración, en resumen, de una economía moral alternativa frente al fetichismo del crecimiento económico y la economía política del capital.

No va a ser fácil, por tanto, para los think tank neoliberales repetir la historia de 2008 buscando culpabilizar demagógicamente a los y las de abajo por haber “vivido por encima de nuestras posibilidades” y convertir en su versión ordoliberal al Estado en salvador de las grandes corporaciones. El marco hegemónico está en disputa y con ello emerge la sensación colectiva de que esta crisis lo cambia todo o, al menos, debería cambiarlo. Empezando por la socialización de los sectores estratégicos de la economía, de la producción y reproducción de la vida y, por tanto, apuntando hacia una respuesta a la crisis que, frente al keynesianismo perverso que anuncian los Estados en beneficio del 1%, ponga por delante la necesidad de una redistribución radical de la riqueza de arriba abajo y Planes de Choque Social similares a los que están proponiendo más de 200 colectivos sociales en el caso español.

Habrá que poner todo el esfuerzo en impedir la vuelta a la normalidad anterior a esta crisis, exigiendo una ruptura radical con el ya viejo sentido común y forzando el desmantelamiento del conjunto de las políticas que han predominado durante la larga onda neoliberal. No se trata, por ejemplo, de que se suspendan temporalmente la Ley de Estabilidad Presupuestaria o el artículo 135 de la Constitución española, sino de derogarlas, como ya han propuesto algunas fuerzas de izquierda en el reciente debate en el parlamento español.

Porque ahora sí parece evidente que el tiempo del reformismo sin reformas que ha representado el social-liberalismo ha terminado. Discursos como el de Pablo Casado están mostrando ya el temor de las derechas a que después de esta crisis se vean cuestionados todos los recortes y privilegios realizados en nombre de la preservación de la sagrada propiedad privada; y no habrá que dejarse amedrentar, sino todo lo contrario. Porque vamos a asistir a una mayor polarización de intereses, valores y razones en conflicto, y no valdrán ya las medias tintas. Habrá que proponer medidas que, de una vez por todas, conduzcan a una transición radical hacia una ruptura civilizatoria, reformas que cuestionen la lógica de este capitalismo cada vez más destructivo en el que estamos inmersos y no sirvan simplemente para un lavado de cara de este sistema.

Seguridad(es) humana(s) vs. Neoliberalismo de excepción

Existe, en cambio, otro campo de lucha más complejo y difícil de afrontar pedagógicamente a raíz de las medidas adoptadas por los gobiernos en la lucha contra la pandemia. Es el que tiene que ver con la suspensión de derechos fundamentales, derivada de la aplicación del estado de alarma o de alerta según los países. Porque, si bien está justificada la adopción de medidas de confinamiento y otras dirigidas al objetivo de frenar el contagio (aunque algunas de ellas sean consecuencia de la ausencia de una política preventiva que debía haber tenido en cuenta las alertas procedentes de al menos una parte de la comunidad científica), no lo son el recurso a un discurso belicista, con el protagonismo de altos mandos militares en ruedas de prensa y su apelación a la ciudadanía a convertirse en soldados, ni el protagonismo del ejército en tareas asistenciales que podrían haber sido asumidas por servicios de protección civil si se les hubiera preparado para ello con antelación, como argumenta Pere Ortega en El coronavirus y las fuerzas armadas.

Detrás de esa opción autoritaria está la falsa concepción de la lucha contra la pandemia como una guerra y, con ella, la intención de ir restringiendo sin proporcionalidad alguna nuestras libertades y derechos en nombre de una “unidad patriótica” (con el corrupto Felipe VI al frente) que pretende ignorar que la pandemia sí entiende de clases sociales, de géneros, de color de piel, de edades, de diversidad funcional, de territorios y de otras desigualdades. Un discurso que está sirviendo de coartada para exigir un cierre de filas total y, en particular, la exhibición y el abuso de la fuerza por miembros de las fuerzas policiales y militares en las calles e incluso, lo que es peor, el fomento de un populismo punitivo contra personas y grupos sociales vulnerables, como ya se ha denunciado desde colectivos jurídicos.
No enfrentamos, por tanto, a la amenaza real de un nuevo salto adelante en el proceso de desdemocratización que ya sufríamos antes de este estado de alarma y por eso es muy necesario fomentar desde ahora lo que Jordi Muñoz ha definido, en Tres preguntas para después de la pandemia, como una “cultura democrática de excepción” que permita contrarrestar una cultura de súbditos obedientes a un Estado autoritario y recentralizador que aspira a salir más reforzado después de esta crisis.

En resumen, en este estado de alarma debemos vigilar a quienes nos vigilan si queremos evitar que la excepción se convierta en norma y también aquí se extienda la tendencia al Panóptico digital en marcha. Un peligro nada irreal sino cada vez más cercano, como estamos viendo bajo sus formas extremas en países como China, la gran potencia que, por cierto, puede salir ganadora a corto plazo de esta crisis dentro del juego geopolítico global. Emerge un nuevo paradigma de control social de la disidencia, como denuncia el colectivo Chung, ya que “a medida que la crisis secular del capitalismo adquiera un carácter aparentemente no económico, nuevas epidemias, hambrunas, inundaciones y otros desastres naturales se utilizarán para justificar la ampliación del control estatal, y a respuesta a esas crisis funcionarán cada vez más como una oportunidad para ejercer nuevas herramientas no probadas para la contrainsurgencia”.

Todo esto en nombre de un concepto estrecho de seguridad, asimilado a la preservación del orden público en un mundo orwelliano y en la nueva economía de guerra capitalista que se nos quiere vender. Frente al mismo habrá que propugnar un concepto complejo y multidimensional de seguridades humanas (que habría que hacer extensivas a otros seres sintientes y sufrientes), como ya reivindicaba, entre otras voces premonitorias, Elmar Altvater, defensor, por cierto, de un horizonte cada vez más necesario de comunismo solar.
27/03/2020

Jaime Pastor, politólogo, editor de viento sur

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PENSAR LA PANDEMIA Y LA CUARENTENA

 

Pensar la pandemia y la cuarentena

Fuentes: La 5ª Pata 
  29/03/2020
 
Este texto no es una nota periodística de información general. Mucho menos un artículo de análisis epidemiológico, de divulgación médica o de prevención contra el coronavirus. Se trata, más bien, de un ensayo misceláneo en torno a la pandemia y la cuarentena de estos días, escrito desde una mirada sociológica y político-filosófica. Algo así como un mosaico de reflexiones críticas sobre el COVID-19, la emergencia sanitaria y los efectos –solo algunos, no todos– que ambos han tenido en la sociedad y la cultura, especialmente –pero no solo– en Argentina, país donde vivo.

He reunido, ampliado y corregido en este ensayo una serie de posteos que fui publicando en Facebook durante estos últimos días. Son, pues, prosas de urgencia, textos redactados en caliente, en medio de una vorágine de noticias periodísticas, medidas gubernamentales y reacciones sociales que iba poniendo patas para arriba mi cotidianeidad.

Nunca imaginé que esos garabateos casi impulsivos de parresía iban a decantar en un ensayo. Comencé a imaginar ese desenlace cuando, con sorpresa y algo de perplejidad, descubrí que muchas personas los leían, comentaban o compartían. Contra todo pronóstico, uno de ellos se viralizó, llegando hasta México, España, Perú, Chile y otros países. Si ha sucedido esto, colegí, es porque se ha puesto en palabras un sentipensar común, necesario. Fue recién entonces cuando decidí preparar y publicar este ensayo.

Aunque hice retoques, desarrollos o adiciones aquí y allá, preferí no reescribirlo desde cero. Algo me dijo que era mejor, que podía ser mejor, respetar la inmediatez y frescura que posee la redacción en esa virtualidad dinámica que son las redes sociales; virtualidad signada por el diálogo multilateral y la polémica candente. Mi gratitud para con quienes, desde la alteridad respetuosa del consenso o el disenso, brindaron el marco de coralidad dentro de la cual se engendró, nutrió y desarrolló este escrito. Un agradecimiento especial a mi amigo y camarada Ariel Petruccelli, historiador y teórico marxista de la UNComahue (Neuquén, Argentina), quien me ayudó a problematizar y matizar algunas de mis ideas.

Pandemia y teorías conspirativas

Muchas son las teorías conspirativas sobre el origen del coronavirus: Dios ha castigado a la humanidad por sus pecados, China ha usado un arma bacteriológica contra Occidente para conquistar la hegemonía global, los Estados Unidos sembraron un nuevo virus en China para frenar el ascenso económico del gigante asiático, el COVID-19 es una bioarma diseñada por un laboratorio del gobierno chino que se propagó accidentalmente, la «sinarquía» del NWO pretende acabar con la superpoblación mundial, el neoliberalismo busca deshacerse de la gente anciana para lograr un ajuste a gran escala en el sistema previsional, etc. etc. Entre tanto alarmismo y paranoia, conviene recordar una verdad de Perogrullo que invita a la prudencia y la mesura: todas estas hipótesis no pueden ser válidas, porque en muchos aspectos son incompatibles. Hay algo aún más inquietante que la proliferación irresponsable de elucubraciones complotistas sobre la pandemia: que muchas personas den por ciertas, al mismo tiempo, varias teorías o versiones que se excluyen lógicamente entre sí.

Todo lo dicho no excluye esta otra verdad: la humanidad es tecnológicamente capaz, desde hace rato, de producir armas biológicas o bacteriológicas del alta complejidad y letalidad; y cuando todavía no lo era, tuvo en muchas ocasiones la astucia de inventar bioarmas más sencillas como arrojar, con catapultas, serpientes venenosas o carroña contaminada a ciudades o fortalezas asediadas (tal como testimonia, entre otros, el general romano Sexto Julio Frontino –experto en tácticas militares y autor de las célebres Strategemata– a fines del siglo I). No solo eso: desde tiempos muy antiguos, hemos sido moralmente capaces de asesinar en masa, mediante variados métodos (guerras, genocidios, etc.), a nuestrxs semejantes, por codicia, ambición, odio, fanatismo, crueldad, venganza y otros motivos. Las atrocidades perpetradas por el imperio asirio, por Roma, por Gengis Kan, por los cruzados, por la Inquisición, por Cortés y Pizarro, por todas las potencias coloniales europeas, por Shaka Zulú, por Hitler y Mussolini, por Stalin, por el Japón de Hirohito, por las dictaduras latinoamericanas, por el déspota ugandés Idi Amin, por la Sudáfrica del Apartheid, por los jemeres rojos, por los Estados Unidos, por el fundamentalismo islámico, por la derecha sionista de Israel, eximen de todo comentario. Después de horrores inefables como la conquista de América, la Shoá o el bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki, nadie puede estar seguro o segura que la humanidad, a pesar de su modernidad, no vaya a hacer algo igual o peor. Nuestra especie parece no tener ya un non plus ultra tecnológico y moral.

Ahora bien: que la humanidad tenga la aptitud de cometer matanzas o masacres, no significa que toda mortandad sea intencional, premeditada, planificada. Quizás sí, quizás no. Es algo que no se puede saber a priori. Es algo que debe ser averiguado a posteriori en cada caso particular, a través de la recolección y análisis de evidencias. Podemos tener cierto escepticismo o recelo pesimistas respecto al origen de la pandemia. Cabe dudar de si se trata de un flagelo accidental o ex professo. Lo que no debemos hacer es dar por cierto lo segundo si no tenemos pruebas, y eso es lo que está ocurriendo ahora con las teorías conspirativas sobre la génesis del COVID-19.

También hay que decir esto: que la pandemia no haya sido criminalmente inducida, que no sea consecuencia de un plan maquiavélico de gobiernos o corporaciones, no significa que sea ajena a causalidades o factores sociales. En Italia, por ejemplo, las políticas neoliberales de ajuste en salud han contribuido al desmadre catastrófico de la tasa de contagio. Además, aun cuando la pandemia tuviera –como parece por ahora– un origen meramente accidental, eso no excluye la posibilidad de que distintos sectores del establishment se aprovechen de la crisis sanitaria desatada: gobernantes haciendo demagogia o suspendiendo las libertades públicas –con toques de queda, por ej.– más de lo estrictamente necesario, derechas racistas fogoneando la xenofobia (la sinofobia especialmente), empresas y comerciantes lucrando con la desesperación de la gente, etc. Las explicaciones de tipo funcional son totalmente legítimas, siempre y cuando posean algún sustento racional y empírico, y siempre y cuando se tenga bien claro la diferencia entre explicar la génesis u origen de un fenómeno, y explicar su pervivencia, desarrollo, mutación o intensificación.

Si hay alguien que debe estar feliz con la pandemia del coronavirus, o aliviado en todo caso, es Sebastián Piñera, el impopular presidente de Chile atornillado al sillón de O’Higgins. Lo que la represión no ha logrado en tantos meses, quizás lo logre en un par de días o semanas la cuarentena: distraer y desmovilizar a la sociedad chilena, que lo tenía contra las cuerdas. Al menos un poco y transitoriamente, pensará el mandatario, tan proclive, desde el inicio de la revuelta popular en octubre, a declarar el estado de excepción (mientras escribo estas líneas, Piñera ha decretado el toque de queda nocturno en todo Chile para –aduce– garantizar la cuarentena total). El tiempo dirá… Por lo pronto, en las últimas protestas ya se ha notado una merma considerable de manifestantes. El miedo al COVID-19, que forzosamente irá creciendo a medida que suban las tasas de contagio y letalidad (hoy todavía bajas), amenaza con paralizar la revuelta popular del país trasandino.

Pandemia, infodemia y sesgos ideológicos

Cuando leemos o escuchamos que la letalidad o mortalidad del coronavirus, en los países más afectados (Italia, China, Irán, España), oscila entre el 4 y 8%, tengamos en cuenta que esa estimación no es en base a la población total, sino, solamente, en base a los casos confirmados de infección. En Italia, donde hubo más decesos, la proporción respecto a la población total no llega al 0,005% (49,3 en un millón). En China, donde se inició la pandemia, es de 0,00022% (2,2 en un millón). Dimensionemos también cuál es la proporción de casos confirmados respecto a la población total: en Italia no llega al 0,07% (679 cada millón de habitantes). En España e Irán, no alcanza el 0,04%…

A nivel mundial, la letalidad del COVID-19 ronda el 3%. Pero de nuevo: recordemos que ese 3% es en relación a los casos confirmados de contagio, no en relación al total poblacional. Existen en todo el orbe, a la fecha, unas 304 mil personas infectadas de coronavirus, oficialmente. ¿Muertes? Cerca de 13 mil. Considerando que la población mundial treparía ya a 7.700 millones, eso significa que la pandemia ha afectado a algo menos del 0,004% de los hombres y mujeres del planeta, y que ha matado a algo menos del 0,0002%.

Me parece importante aclarar esto porque circula por WhatsApp, redes sociales, páginas de Internet, medios de prensa y foros virtuales una inmensa cantidad de mensajes alarmistas donde no se brinda ninguna precisión sobre cuál es la base demográfica de los cálculos. Insisto: no es lo mismo 3 decesos cada 100 habitantes, que 3 decesos cada 100 personas infectadas. Se advierte mucha confusión en materia infodemiológica. Esa confusión se debe, en gran medida, a la irresponsabilidad de quienes comunican. Por ej., médicos que graban y difunden audios por WhatsApp en los que dan por sentado que la gente ya sabe que los porcentajes de letalidad son en relación a los casos de contagio, y no al total de población. Tengamos más cuidado en lo que informamos. Hace rato que la OMS viene alertando sobre los perjuicios que genera la infodemia, esto es, la propagación de información sanitaria totalmente falsa, parcialmente errónea o insuficientemente clara.

No obstante, debe admitirse también que las estadísticas mundiales de casos confirmados no reflejan la gravedad de la pandemia en su exacta dimensión debido a que, al parecer, cerca del 80% de las personas contagiadas no son afectadas en su salud por el virus, pero sí pueden propagarlo en tanto portadoras. Esta aclaración, de cualquier modo, no contradice la cautela de los párrafos anteriores. Solo la matiza. En el mundo siguen muriendo muchísimas más personas por causas ajenas al COVID-19, que a causa del COVID-19: infarto, cáncer, diabetes, tuberculosis, cólera, accidentes de tránsito, asesinatos, suicidios, etc. No hay comparación posible en este sentido. Se impone, pues, la necesidad de poner coto al tremendismo.

No se propone aquí subestimar el coronavirus. En absoluto. Lo que aquí se sugiere es evitar exagerar su gravedad, a caballo de la paranoia, el pánico, la desinformación, el morbo y el sensacionalismo. Si la irracionalidad es lo que prevalece, la parálisis o el error le ganan la partida al cuidado preventivo responsable y solidario, único modo posible de revertir la pandemia hasta tanto se desarrolle la vacuna. En una entrevista que le hicieran en un programa de TV tucumano, el doctor Alfredo Miroli, inmunólogo, habló de tener “prudente temor”, evitando el “patológico terror”. En síntesis, ni subestimación ni exageración del COVID-19: justa calibración es lo que hace falta.

Cabe preguntarse: ¿habría tanto terror mortis frente al coronavirus si este fuese una típica enfermedad de la pobreza y la periferia, como el cólera o el paludismo, que causan estragos mucho mayores? La malaria, por ej., se cobra un millón de muertes al año; la diarrea, casi dos millones; la tuberculosis, al menos un millón y medio… El COVID-19 aún no ha llegado a las 14 mil defunciones… Pero claro: Italia no es Mozambique o Haití, ni España es Camboya o Nicaragua; y las clases altas y medias que pueden cultivar el turismo internacional o los viajes de negocios, llevando o trayendo el coronavirus, nada tienen que ver con el «pobrerío oscuro» que habita en zonas rurales y urbano-marginales del planeta.

Es sintomático, en este aspecto, lo poco y nada que se está hablando del impacto de la pandemia en Irán, una de las naciones más grandes y pobladas del Medio Oriente: alrededor de 20 mil o 21 mil casos confirmados y más de 1.500 muertes. La cobertura periodística y el interés del público ha sido muy dispar. Francia, Alemania y Estados Unidos importan: son países centrales, occidentales y ricos, miembros de la OTAN. Irán no importa: es un país «tercermundista» y pobre, islámico, acusado de terrorismo. No se mide con la misma vara, no. Hay vidas que valen más que otras, conforme a criterios de clase y étnico-geopolíticos (no siempre explicitados pero siempre operantes). La pandemia no está libre de sesgos ideológicos.

Cuarentena y teletrabajo

La cuarentena no son vacaciones, nos recuerdan nuestras autoridades gubernamentales y patronales con insistencia, y a veces con cierto tono admonitorio o socarrón. Muy cierto. Si resulta riesgoso salir del hogar para ir a trabajar o estudiar, también resulta riesgoso salir de esparcimiento, al menos si el esparcimiento conlleva contacto con muchas personas: shoppings, discotecas, estadios, cines, plazas, fiestas, etc. Los países que no entendieron eso, lo están pagando caro.

Pero tampoco la cuarentena debiera ser pretexto para el trabajo a domicilio carente de toda utilidad, meramente burocrático, sin más razón de ser que el afán directivo –privado o estatal– de evitar a toda costa, por inercia o mezquindad, o por malicia o rencor, que lxs trabajadores se den el gusto de «holgazanear» o «no hacer nada» en sus casas. Qué pasión triste –parafraseando a Spinoza– es esta de combatir el ocio con tareas a distancia absurdamente innecesarias.

Traigo un ejemplo a colación: la educación virtual en Mendoza, Argentina, que de un día para el otro la DGE pretende que se improvise en las escuelas como «panacea» a los problemas pedagógicos que plantea la cuarentena, la suspensión de las clases. Es una reflexión crítica que compartí en el grupo institucional de WhatsApp de uno de los CENS donde trabajo como profesor:
La mayoría de nuestrxs estudiantes son muy humildes. No tienen computadora ni Internet en sus casas. Celulares sí, pero, por lo general, se trata de modelos viejos y pequeños, poco adecuados para la redacción extensa y la realización de trabajos prácticos u otras actividades didácticas. Sus posibilidades de navegar en Internet o de acceder a sus correos electrónicos también suelen ser muy limitadas. Por lo que noté, se manejan con tarjetas prepagas, y los paquetes de datos les duran poco y nada. La educación a distancia, el aula virtual, etc., pueden funcionar muy bien en otros contextos, como los colegios privados o de la UNCuyo, donde asisten adolescentes de clase media y alta que cuentan con otros recursos tecnológicos: computadoras y wifi en sus hogares, celulares de última generación, abonos con muchos gigas… La DGE no tiene nada claro cuál es la realidad socioeconómica en las escuelas urbano-marginales de Mendoza. Es una tecnocracia encerrada en un termo. Hay diferencias de contexto muy pero muy grandes entre un CENS como el nuestro, ubicado en una barriada periférica, y un colegio universitario del centro. No tengo problemas en preparar actividades para que mis estudiantes realicen en sus casas. Lo voy a hacer. Pero es muy poco probable que esos materiales les lleguen, y que luego puedan enviármelos para su revisión o corrección.
Otro asunto importante: se supone que estamos en la etapa de diagnóstico… Eso significa que no deberíamos enseñar nuevos contenidos, sino indagar y repasar los saberes previos de nuestrxs estudiantes. La DGE insiste en que enseñemos a distancia, no obstante la cuarentena, pero, al mismo tiempo, parece haber olvidado por completo la instancia pedagógica del diagnóstico.
En fin, me parece muy improvisado, caótico, confuso y absurdo el proceder de la DGE. Quienes trabajamos cotidianamente en las escuelas (ya sea en tareas de docencia y asesoría pedagógica como en tareas directivas, administrativas y técnicas) pagamos el pato de toda esa inoperancia. Pareciera que la DGE no tiene más preocupación que la de recordarnos que una cuarentena no son vacaciones… Vuelve a aflorar en esto, una vez más, el viejo prejuicio conservador según el cual lxs trabajadores de la educación somos «haraganes» e «hijxs del rigor». El trabajo a domicilio y la educación a distancia requieren ciertas condiciones, ciertos recursos… La DGE no se ocupó de nada de eso. No hubo planificación, ni inversión, ni preparación. No hubo nada. Solo desidia. Y ahora, de golpe, pretende que las escuelas hagan magia.
Hay también, por otro lado, mucho de sobreactuación en esto de contar lo maravillosamente bien que nos va en adaptarnos a la cuarentena, en describir el ingenio y la inventiva que tenemos para sortear los contratiempos que generan las medidas de suspensión y aislamiento en el trabajo, la educación, el transporte, la salud, el aprovisionamiento, el cuidado de menores y mayores, etc. Creo que nos está faltando honestidad intelectual –y acaso un poco de humildad– para entender y asumir que la emergencia indefectiblemente conllevará postergaciones de toda índole en nuestras vidas. Lo que quiero decir con esto es que muchos quehaceres no podrán ser hechos a distancia, virtualmente, y que habrá que diferirlos o posponerlos para cuando la crisis sanitaria haya pasado. No se puede hacer magia, aunque gobernantes, tecnócratas, patrones y jefes nos presionen todo el tiempo con el memento sarcástico «recuerden que la cuarentena no son vacaciones». Comprendamos y aceptemos, con realismo y sin desesperación, que muchas cosas habrán de quedar en el freezer por un tiempo, aunque eso no le guste a quienes mandan. Opino que nos está faltando un baño de estoicismo.

No en todos los casos, pero sí en muchos, el teletrabajo que hoy se improvisa bajo cuarentena es solo burocracia improductiva: papeleo virtual que no reporta ningún beneficio real, y que solo responde a la lógica patronal-punitiva «no estamos de vacaciones». El trabajo asalariado, de por sí alienante por las razones que explicara Marx, se vuelve aún más alienante cuando, disociado de las condiciones materiales que lo harían viable y útil, pierde toda conexión con las necesidades sociales. Cuando el homeworking queda reducido a un simulacro desesperado y fantasmagórico de continuidad laboral, sin más sentido que el de reprimir o frustrar la «vagancia» de los «recursos humanos», el capitalismo muestra una de sus facetas más mezquinas, absurdas y enajenantes.

No dejemos que el poder, so pretexto de una emergencia sanitaria cuya gravedad nadie cuestiona, demonice y aplaste el ocio con una avalancha de requerimientos y tareas a distancia impracticables e inservibles. Defendamos la skholè (rescato la palabra griega para darle más fuerza al concepto) del vigilantismo filisteo de las gerencias y tecnocracias. Sin skholè –en la Grecia antigua lo sabían muy bien– no hay ciencia, ni arte, ni filosofía. Sin ociosidad no existe la posibilidad de leer, de formarnos, de cultivar el autodidactismo, de reflexionar, de crecer intelectualmente… El ocio constituye una pasión alegre, en estricto sentido spinoziano: es decir, una pasión que nos perfecciona.
La skholè, en palabras de un notable sociólogo francés, es “tiempo libre y liberado de las urgencias del mundo, que posibilita una relación libre y liberada con esas urgencias y ese mundo”. El ocio sirve, entre otras cosas, para releer y actualizar libros esenciales, como las Meditaciones pascalianas (1997) de Pierre Bourdieu, obra de la que extraje la cita anterior. Releer y actualizar libros esenciales es, me parece, un modo muy productivo de utilizar el tiempo libre de la cuarentena. O en todo caso, un modo menos inútil que «trabajar a distancia» para alimentar la maquinaria burocrática.

¿La cuarentena un privilegio de clase?

Se ha viralizado en las redes sociales, con bombos y platillos, un meme que dice “poder quedarse en casa también es un privilegio de clase”. Nos recuerda o explica que cumplir la cuarentena “mirando Netflix o leyendo libros es la realidad privilegiada de unos pocos”. No solo eso: “romantizar el aislamiento puede ser un insulto para una gran parte de la sociedad, que si no trabajan, no comen”. Y concluye: “poder adherir al «yo me quedo en casa» también es privilegio de unos pocos”.

Hace años que vengo leyendo dispositivos retóricos de este tipo, construidos sobre la premisa de que tal o cual cosa «también es un privilegio de clase»: vacaciones pagas, viajes turísticos, empleo formal, estudios universitarios, obras sociales, salario acorde a la canasta básica, alimentos saludables, vivienda propia y confortable, actividad intelectual, goce estético, práctica de ciertos deportes… En fin, todo aquello que podríamos englobar como satisfacción de necesidades secundarias, e incluso, a veces, necesidades básicas.

Sé que es políticamente incorrecto decirlo, pero necesito decirlo: estoy harto de esta clase de memes. Hay algo de verdad necesaria en ellos, no lo niego: la empatía y solidaridad con quienes menos tienen. Pero también mucho de falacia contraproducente. Está fuera de toda discusión seria que la población asalariada y con trabajo formal –aun el precarizado– está mejor que aquella otra condenada por el sistema capitalista al desempleo, la informalidad, el cartoneo, la venta ambulatoria o la mendicidad. Existen, entre una y otra, significativas diferencias en nivel de ingresos, en hábitat, en salud y nutrición, en educación y esparcimiento, en capacidad de consumo y ahorro, etc. Pero, en la mayoría de los casos, no corresponde calificar esa brecha como privilegio, ni en términos sociológicos ni en términos ético-políticos (privilegio en su denotación o connotación negativa, que es la más corriente).

¿Es justo, por ej., considerar a una enfermera, un operario de fábrica, una profesora suplente del secundario o un barrendero municipal como una persona «privilegiada» solo porque tiene un empleo formal que lo sitúa técnicamente, en las estadísticas oficiales, por arriba de la línea de la pobreza? Por supuesto que hay personas que están peor que las que acabo de mencionar: gente en situación de calle, relegada a la pobreza o la indigencia, que padece hambre y otras injusticias. Pero, me pregunto, ¿el hecho de no estar tan mal es siempre sinónimo de privilegio? Honestamente, me parece un disparate, un despropósito.

Se ha tergiversado y banalizado en exceso la palabra «privilegio», con mucho descuido de la semántica y la sociología. Un privilegio de clase no se reduce a un mero estar mejor que otrxs. Privilegio de clase es un estar mejor que otrxs, a expensas de otrxs, o de alguna otra forma éticamente cuestionable. Es decir, el término «privilegio» solo corresponde cuando hay explotación u otra injusticia. Tildar de privilegiadas a millones y millones de personas que trabajan duro por un salario (muchas veces bajo condiciones precarizadas y sin llegar siquiera al piso de la canasta básica), solo porque existen personas que están peor, me parece una moda intelectual nefasta, cuyo efecto práctico es el de legitimar o justificar la nivelación para abajo, el aplanamiento de derechos. Es dar a entender que las primeras son las culpables de la postergación de las segundas, un desquicio que alimenta la guerra de pobres contra muy pobres mientras que las clases dominantes que nadan en la opulencia, y que sí son privilegiadas, se destornillan de risa.

Es hora de terminar con la cantinela culpógena de que el trabajo asalariado, con su modesta satisfacción de necesidades vitales, constituye un «privilegio de clase». En el capitalismo, la única clase verdaderamente privilegiada es aquella que extrae plusvalor de las masas productoras, aquella que acumula riquezas a través del parasitismo, a través de la explotación. Es la burguesía la responsable de la pobreza extrema de quienes quedaron al margen del mercado laboral formal.

No digamos que cualquier trabajador o trabajadora en cuarentena –una maestra rural con hijxs menores, un recolector de residuos sexagenario, una cajera de supermercado con dolencias pulmonares, un celador que debe cuidar a su madre anciana, etc.– está disfrutando «románticamente» de un «privilegio de clase», porque hay quienes –un cartonero, una vendedora ambulante, un campesino– no pueden darse el lujo de dejar de trabajar y ver una serie de Netflix o leer un libro. No naturalicemos el reaccionario sofisma según el cual el trabajo asalariado, y la satisfacción de necesidades básicas o secundarias, es una prerrogativa elitista, mal habida y vergonzante. El adversario no es el segmento menos pauperizado de la clase trabajadora. El adversario es la clase capitalista que explota o excluye a las mayorías populares. No romanticemos el sentimiento de culpa. La lucha es contra el capitalismo, no contra el buen vivir.

Llegará el día en que se teorice –para deleite de los oídos patronales y neoliberales– lo que ya están dando a entender desde hace rato con ejemplos prácticos cada vez más desatinados: que tener derechos laborales «también es un privilegio de clase», porque hay gente que no los tiene: descanso dominical, vacaciones pagas, indemnización por despido, aguinaldo, licencia por razones particulares, etc. Será distópico.

Los derechos que no están universalmente garantizados no son privilegios. Son eso: derechos que no están universalmente garantizados. El desafío político que tenemos por delante no es crear culpa en la conciencia de quienes ya los gozan legítimamente, sino luchar hasta lograr su universalización (universalización no solo jurídico-formal, sino también, y sobre todo, real, efectiva, práctica).

Recurramos a un ejemplo ficticio inspirado en la realidad: María. María es una joven humilde de ascendencia boliviana, madre soltera, que vive en una barriada del oeste de Godoy Cruz, Gran Mendoza. Trabajando de empleada doméstica, hizo un contacto a través del cual consiguió un empleo formal en un shopping, para limpiar los baños y el patio de comidas. Tiene un trabajo más o menos estable, pero muy duro y precarizado. Gana un salario que no llega a la canasta básica. Víctima de un abuso sexual que teme denunciar, queda embarazada y elige no ser madre de nuevo. Con mucho esfuerzo, sacando un préstamo personal, logra pagar un aborto seguro en una clínica privada.

Pregunta: ¿vamos a considerar a María una «privilegiada de clase» solo porque no es una indigente en situación de calle que murió en un aborto clandestino mal realizado? Me parece muy errado y peligroso ese razonamiento… El privilegio de clase no se reduce, insisto, a un estar mejor que otras personas (o no tan mal como ellas). Es un estar mejor que otras personas a costa de esas personas, explotándolas, como hace la clase capitalista; o bien, cualquier otro estar mejor que esté viciado de injusticia e ilegitimidad. María no explota a nadie. Trabaja y sufre la explotación. Aunque no todo el mundo los tenga, sus derechos laborales no son privilegios de clase.

Desde los tiempos de la Ilustración y la Revolución Francesa, la palabra «privilegio» suele entrañar una carga semántica profundamente negativa, peyorativa, ya sea por denotación o connotación. No siempre, por supuesto. También hay un sentido más coloquial y neutro del término, como cuando alguien dice: tuve el privilegio de asistir al último show de los Beatles, en la terraza del Apple Corps. Pero cuando se habla de «privilegio de clase», con todas sus implicancias o resonancias sociológicas, no parece tratarse de una noción tan ingenua e inocua… Usarla con ligereza, confusa o ambiguamente, es algo que debiéramos evitar hacer, sobre todo en contextos de discusión pública donde hay cuestiones delicadas en juego, como una emergencia sanitaria por pandemia, el problema de la distribución de la riqueza o la avanzada del neoliberalismo contra los derechos sociales conquistados.

Pandemia y cuarentena, distopía y utopía (a modo de conclusión)

En circunstancias como esta, de pandemia y cuarentena, donde la vida cotidiana sufre de golpe toda clase de desórdenes y problemas insospechados, uno comprende, en medio de tanta fragilidad e incertidumbre, de tanto absurdo y estrés, que las distopías del cine y la literatura no necesariamente son los futuribles de un pesimismo abstracto y delirante. Pueden ser también los futuribles de un realismo bien situado aquí y ahora. Un realismo lúcido, crítico, comprometido, capaz de usar el artilugio retórico de la hipérbole para visibilizar –alertarnos de– todos los males y las amenazas de este mundo que habitamos.

Fenómenos de crisis como esta pandemia serán cada vez más frecuentes, porque el derrumbe del capitalismo está a la vuelta de la esquina de la historia. La concentración de la riqueza, el calentamiento global, la superpoblación, el consumismo, la contaminación, el extractivismo, la recomposición del mapa geopolítico mundial con el descenso de Estados Unidos y el ascenso de China, etc., conforman un cóctel explosivo. Se avecina un colapso civilizatorio.

Ojalá sepamos aprovechar ese colapso para hacer la revolución socialista. Una revolución socialista con nuevas premisas, de vocación antiautoritaria y antiburocrática, que no nos conduzca otra vez a los errores y horrores del estalinismo. Ojalá, sí. Porque también existe el riesgo de que el capitalismo, al colapsar, sea sucedido por un orden económico-social aún peor… Todo indica que será la crisis ambiental la que, finalmente, precipite el hundimiento de la economía y la sociedad burguesas. Parece poco probable, al menos por ahora, el estallido de una revolución anticapitalista de alcance masivo y planetario. Me inclino por la opción inversa: el derrumbe del capitalismo podría hacer posible un gran estallido revolucionario. Pero claro: posible no es sinónimo de inevitable. Todo dependerá de la acumulación de fuerzas que se logre al interior de la izquierda antisistémica.

Que la pandemia y todos los males del mundo nos convenzan, cuanto antes, de la inviabilidad civilizatoria del capitalismo, pues vamos camino al precipicio. Es tiempo ya de cerrar la caja de Pandora. Es hora de soñar de nuevo con la Utopía.

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¡BASTA DE SIMPLEZAS PARA CONFUNDIR A LA OPINIÓN PÚBLICA!, SRA. "MATRIARCADA" PAOLA RUIZ-HUERTA. "NO ESTÁ CONFINADO EL HOMBRE", SINO LAS PERSONAS. LA SEÑORA DEL PESCUEZO LARGO DEL PP, NO ES "PATRIARCADO"; LA SEÑORA BOTÍN NO ES "PATRIARCADO", LA QUERIDA DEL REY BIS I,NO ES "PATRIARCADO", LA SEÑORA MERKEL NO ES "PATRIARCADO", LA SEÑORA TACHER ( O COMO SE ESCRIBA EN INGLÉS) NO FUE "PATRIARCADO", LA REINA ISABEL NO ES "PATRIARCADO" Y ETC., ETC., ETEC, Y ETCÉTERA, SON REPRESENTANTES DEL ACTUAL SISTEMA BASADO EN LOS VALORES IMPUESTOS POR EL MODO DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA QUE SE BASA A SU VEZ EN RELACIONES DE EXPLOTACIÓN DE UNAS PERSONAS POR OTRAS QUE ES EL ORIGEN DE TODA VIOLENCIA, Y ESTO NO TIENE SEXO, SALVO QUE ALGUIEN TAN IGNORANTE COMO USTED DEMUESTRA SER SE LO ATRIBUYA, PERO AUN ASÍ, SIGUE SIN TENER SEXO. EL MODO DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA SE BASA EN UNA FORMA DE PRODUCIR, EN UNA FORMA DE DISTRIBUIR LO QUE SE PRODUCE Y EN UN ACUERDO SOCIAL MAYORITARIO QUE ACEPTA TANTO ESA FORMA DE PRODUCIR COMO DE DISTRIBUIR LO PRODUCIDO, Y ESTE MODO DE PRODUCCIÓN, LO DIRIJA QUIEN LO DIRIJA, LO DEFIENDA QUIEN LO DEFIENDA O LO CONDENE QUIEN LO CONDENE NO ESTÁ EN FUNCIÓN DEL SEXO. USTED COMO PSICÓLOGA. NO HACE MÁS QUE TRATAR EFECTOS SIN CONSIDERAR LA CAUSA Y PODRÁ OBTENER TODOS LOS BUENOS RESULTADOS QUE SEAN, QUE CONSISTIRÁN EN BORRAR EL EFECTO PERO NO LA CAUSA. SRA. MÍA EL PARADIGMA MASCULINO QUE NO SE SABE QUE ES, NO ES OTRA COSA QUE LA PUESTA EN PRÁCTICA DE LOS VALORES DEL AMOR AL DINERO COMO ÚNICA RAZÓN PARA VIVIR, COMO EL ÚNICO DIOS VERDADERO DE TODAS LAS COSAS, IMPUESTOS POR EL MODO DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA, Y ES ÉSTE EL QUE HAY QUE CAMBIAR, CAMBIANDO LAS RELACIONES DE PRODUCCIÓN: LAS RELACIONES TÉCNICASDE PRODUCCIÓN Y LAS RELACIONES SOCIALES DE PRODUCCIÓN, Y ES A PARTIR DE ESE CAMBIO DE LAS RELACIONES DE PRODUCCIÓN DONDE SE INICIARÁ EL PROCESO DEL QUE RESULTARÁ NO UN "MATERNAL" O UN "PATRIARCAL, SINO UN SER HUMANO CONSCIENTE DE SÍ MISMO, QUE COMPRENDE LA SOCIEDAD EN LA QUE VIVE EN LA MEDIDA QUE SE VAYA ALEJANDO DEL ESTADO DE ALIENACIÓN PERSONAL Y SOCIAL EN EL QUE LO TIENE SUMIDO EL MODO DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA (Y NO EL "PATRIARCADO" U OTROS PIMIENTILLOS EN VINAGRE), QUE ES LO QUE SUBYACE EN TODO SU ESCRITO QUE APARENTEMENTE CRITICA, PERO QUE EN EL FONDO USTED AYUDA A MANTENER, PUESTO QUE NI CRITICA EL MODO DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA NI PROPONE NADA (EXCEPTO VAPOROSIDADES TALES COMO CARICIAS O NUEVAS FORMAS DE PLACER, QUE NO SON MÁS QUE LA SUBLIMACIÓN DE RECLACITRANTES CONCEPTOS FETICHISTAS BURGUESES) PARA SU CRÍTICA. NO SE TRATA DE SER MENOS HOMBRE O MÁS MUJER, SINO DE SER MÁS SERES HUMANOS CONSCIENTES DE SÍ MISMOS PARA CONVERTIRSE EN SUJETOS ACTIVOS E INSUSTITUIBLES (TAMPOCO POR LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA NI POR LA PARIDAD EN LAS LISTAS ELECTORALES) DE SUSPROPIAS VIDAS Y DE LAS DE LOS DEMÁS (HOMBRES Y MUJERES), SIN LAS CUALES NO PODRIA VIVIR


El hombre confinado

Por Paola Ruiz-Huerta | 28/03/2020 | Feminismos
 

Fuentes: https://www.eldiario.es 

Tal vez el hombre confinado pueda llegar a descubrir, en estos días, que salirse de la lógica productiva, patriarcal y machista genera cambios importantes y positivos en su vida y en la de quienes le rodean.

¿Qué les estará pasando a los hombres durante este periodo de encierro y confinamiento? ¿Cómo vivirán las 24 horas al día en el espacio doméstico, ese espacio privado, femenino, tan denostado por el patriarcado y que tanto amenaza su masculinidad? ¿Cómo llevarán el saberse menos productivos? ¿Cómo se sentirán los que hayan perdido el atributo identitario que es su trabajo? ¿Cómo estarán gestionando sus emociones: el miedo, la incertidumbre, la frustración, la rabia…?

¿Cómo afectarán a su identidad estos días de confinamiento en los que resulta tan complicado ser activo, racional y autónomo, los mandatos principales que determinan la masculinidad, según el sociólogo Antonio García? ¿Es posible que esta situación favorezca que algunos adopten posiciones más dominantes y aumenten su agresividad y violencia para sentirse así más masculinos y recuperar lo que Dona Haraway denomina la plusvalía de género?.

Pienso en las mujeres, y en lo que supone para ellas y el núcleo familiar, la presencia del hombre todo el día en casa. Pienso en las mujeres a las que, como psicóloga, acompaño desde hace tiempo, para las que su casa no es un hogar y el riesgo que para ellas puede implicar esta convivencia. Pienso en las mujeres que conviven con sus agresores: parejas dominantes, controladoras y violentas, hombres que agreden con el silencio, que fuerzan a sus parejas a mantener relaciones sexuales, padres o familiares que abusan sexualmente de ellas, que las humillan y hacen sentir a sus mujeres e hijos como un trapo. El confinamiento es caldo de cultivo para la violencia machista y para muchas mujeres y niños el peligro aumenta estos días.

Ayer, en Castellón, un hombre asesinó a una mujer. El 30º hombre que asesina a una mujer en lo que llevamos de año, según la última actualización de la plataforma Feminicidio.net. Otro, en Sevilla, intentó ayer cortarle el cuello a su pareja cuando le dijo que iba a dejarle.
La construcción de la subjetividad masculina está basada en la dominación, la crueldad y la falta de empatía. La subordinación, la complacencia y el agrado son atributos determinantes de «lo femenino». Y es sobre este orden mental de ambos géneros sobre el que tenemos que reflexionar, para deconstruirlo.

Por eso, quiero pensar también en cómo la incomodidad que para el género masculino produce este confinamiento puede ser una oportunidad para que los hombres reflexionen, se impliquen con el feminismo y hagan un proceso de transformación de sus vidas y de las relaciones de género, que tenga el consecuente impacto social.

El feminismo es imprescindible y positivo para todas las personas: para los hombres también. Les libera de esa fragilidad rígida y la carga que supone tener que liderar, competir y dominar todo el tiempo. Aunque sin perder de vista que los hombres en el Patriarcado tienen la posición privilegiada y dominante. El patriarcado oprime a los hombres, pero asfixia y mata a las mujeres.

Partiendo de la idea de Elisabeth Badinter de que la masculinidad se construye en oposición a tres grupos (mujeres, niños y homosexuales), ahora es el momento para cambiar el paradigma masculino y funcionar de otro modo. Para desarrollar, en la intimidad de la casa, habilidades que les permitan ser el hombre que querrían ser, si estuvieran dispuestos a perder privilegios. O a ser, quizás, «menos hombre».

Estas son algunas propuestas que me parecen imprescindibles para un cambio radical en las relaciones de género y el sistema patriarcal. Y que en este periodo de obligado encierro los hombres pueden ejercitar:

–Hacerse cargo de los cuidados. Es el momento para ver la cantidad de cosas que hay que hacer en un hogar y entender que los cuidados son responsabilidad de todos y todas. Los domésticos y los emocionales. Otorgarles el valor que merecen y la necesidad de ponerlos en el centro de la vida. Prestar atención a las personas con las que se convive. Ocuparse también de los padres, hermanos, amigos. Decir que les echas de menos. Que los quieres.

–Desarrollar la escucha. La empatía. Ponerse en el lugar de la otra persona tratando de entender, de verdad, lo que quiere decir. Escuchar en silencio, procurando no dar consejos ni «resolver vidas». Escuchar, además, sin ningún interés por medio, sexual o de cualquier otra índole, y sin cerrar a priori la posibilidad de aprender de la otra persona.

–Responsabilizarse de las emociones y necesidades. Estos días van a surgir muchas emociones y hay que aceptar cualquier sentimiento sin luchar contra él. Conectar con la propia vulnerabilidad, reconocer el sufrimiento y hacerse cargo de él. Puede ser un buen momento para llamar a algún amigo y compartir la ansiedad y la fragilidad.

–Descubrir la ternura: otra sexualidad es posible. Deconstruir la sexualidad patriarcal, la erotización de la dominación y la violencia y erotizar la empatía, los cuidados y el buen trato. Quizás sea momento para experimentar otras formas de placer, de explorar, sin prisas, nuevas maneras de relacionarse con el propio cuerpo y el de la compañera o compañero. Romper con la jerarquía de los placeres que nos enseña que hay unos superiores, como la cópula y el orgasmo, y otros inferiores. Dedicar más tiempo a las caricias, a la ternura y atreverse a experimentar nuevas sensaciones. A ver qué sucede.

Tal vez el hombre confinado pueda llegar a descubrir, en estos días, que salirse de la lógica productiva, patriarcal y machista genera cambios importantes y positivos en su vida y en la de quienes le rodean. Cambiar el pequeño mundo de cada uno es la única manera de cambiar el mundo. Y será sólo a través de la toma de conciencia, el propio cuestionamiento, la responsabilidad y la renuncia de los privilegios que este sistema otorga a los hombres, por el hecho de nacer varones, como podremos acabar con este virus que es el patriarcado.


Sobre la autora: Paola Ruiz-Huerta Psicóloga, sexóloga, experta en género y activista feminista.

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