jueves, 7 de octubre de 2021

Secretos financieros al descubierto: publican los Papeles de Pandora, la filtración más extensa que abarca “cada rincón del mundo”. (La política –la de la democracia representativa, que la política democrática está todavía por ver- está enchorizada, quién la desenchorizará, el desenchorizador que la desenchorice buen político será)

 

Secretos financieros al descubierto: publican los Papeles de Pandora, la filtración más extensa que abarca “cada rincón del mundo”


DIARIOOCTUBRE / octubre 4, 2021

Más de 600 periodistas de 117 países trabajaron sigilosamente para descubrir qué ocultaban más de 11,9 millones de documentos a los que obtuvieron acceso.

El Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés) ha publicado este domingo su “exposición más amplia de los secretos financieros”. El extenso trabajo periodístico recibió el nombre de los Papeles de Pandora y es resultado del análisis de más de 11,9 millones de documentos filtrados que “cubren cada rincón del mundo”.

Más de 600 reporteros de 117 países y 150 medios de comunicación tomaron parte en la investigación, marcando la mayor colaboración en la historia del ICIJ.

“La maquinaria ‘offshore’ opera en cada rincón del planeta”

Una de las conclusiones principales del trabajo periodístico es que “la maquinaria del dinero ‘offshore’ opera en cada rincón del planeta, incluidas las democracias más grandes del mundo”. “Entre los principales jugadores del sistema se encuentran instituciones de élite —bancos multinacionales, bufetes de abogados y estudios contables— con sede en Estados Unidos y Europa”, indica el ICIJ.

Según uno de los documentos de los Papeles de Pandora, los bancos de todo el mundo ayudaron a sus clientes a crear al menos 3.926 empresas en paraísos fiscales con la ayuda de un bufete de abogados panameño, llamado Alemán, Cordero, Galindo & Lee, dirigido por un exembajador en EE.UU. “El bufete, también conocido como Alcogal, creó al menos 312 empresas en las Islas Vírgenes Británicas para clientes del gigante estadounidense de servicios financieros Morgan Stanley”, señalan los periodistas.

Los archivos filtrados exponen los secretos financieros y trámites ‘offshore’ de 35 actuales y antiguos presidentes, más de 100 multimillonarios y más de 300 altos funcionarios públicos, como ministros, jueces, alcaldes y dirigentes militares de más de 90 países.

 

Entre múltiples casos, se dio a conocer que el exprimer ministro británico Tony Blair y su esposa Cherie ahorraron más de 400.000 dólares durante la compra de una casa valorada en 8,8 millones de dólares a través de una empresa ‘offshore’, aunque fue un trámite legal, o que el primer ministro de la República Checa, Andrej Babis, que está a la espera de ser reelegido esta semana, movió 22 millones de dólares a las compañías ‘offshore’ para adquirir una propiedad en Francia de forma desapercibida.

La compra de 14 viviendas de lujo en EE.UU. y Reino Unido por valor de más de 106 millones de dólares por el rey Abdalá II de Jordania a través de las empresas fantasma registradas en los paraísos fiscales, y la posesión por parte de los hijos del primer ministro de Pakistán, Imran Khan, de lujosos apartamentos en Londres, así como millones de dólares sin declarar en manos las personas de su círculo íntimo también salieron a la luz, al igual que el hecho de que la familia del presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, lleva años acumulando en secreto los activos valorados en más de 30 millones de dólares, escondidos del escrutinio público.

Para hacerse una idea de la magnitud de las revelaciones, algunos de los protagonistas que constan en los resultados de la investigación periodística son:

·         presidente de Ecuador, Guillermo Lasso

·         presidente de la República Dominicana, Luis Abinader

·         hijos del presidente de Chile, Sebastián Piñera

·         expresidentes de Colombia, César Gaviria y Andrés Pastrana

·         expresidente de Honduras, Porfirio Lobo

·         expresidentes de El Salvador, Alfredo Cristiani y Francisco Flores

·         expresidente de Paraguay, Horacio Cartes

·         expresidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski

·         expresidentes de Panamá, Juan Carlos Varela, Ricardo Martinelli y Ernesto Pérez Balladares

·         ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes

·         exprimer ministro de Haití, Laurent Lamothe

·         presidente de Montenegro, Milo Djukanovic

·         presidente de Ucrania, Vladímir Zelenski

·         presidente de Gabón, Ali Bongo

·         presidente de Congo, Denis Sassou-Nguesso

·         primer ministro del Líbano, Najib Mikati

·         primer ministro de Emiratos Árabes Unidos, Mohamed bin Rashid al Maktoum

·         primer ministro de Costa de Marfil, Patrick Achi

·         princesa de Marruecos, Lalla Hasna

·         En 2016, el ICIJ ya estremeció al mundo con los Papeles de Panamá, y esta vez el Gobierno panameño aparentemente ha tomado precauciones para mitigar los potenciales daños que podrían conllevar las nuevas revelaciones. A través de la firma de abogados Benesch, Fridlander, Coplan & Aronoff Llp, las autoridades del país centroamericano intentaron dialogar con el consorcio periodístico, reportó La Estrella de Panamá.

·         “Antes de continuar, debe tener en cuenta que la cobertura mediática previa iniciada por el ICIJ utilizó un término falso y difamatorio (es decir, los ‘Papeles de Panamá’) que causó un gran daño a Panamá”, escribieron los representantes del bufete en su carta del 16 de septiembre, citada por el diario. “El Gobierno de Panamá está decidido a actuar para que no se repita esta falsedad por el ICIJ o cualquier otro medio de comunicación”, agregaron.




 

Mathilde Chapuis escribe una novela sobre el viaje sin retorno de los exiliados

 

Mathilde Chapuis escribe una novela sobre el viaje sin retorno de los exiliados

TERCERA INFORMACION / 07.10.2021

  • La editorial valenciana Tiempo de Papel publica en España “Nafar”, la primera novela de la escritora francesa, bajo la traducción de Carmen Javaloyes Jiménez. Estamos ante una obra que involucrará al lector en las vivencias del ser humano que deja su tierra por situaciones determinantes.
  • Nafar se inspira en la estrecha relación que Mathilde Chapuis estableció con los exiliados sirios que conoció en Turquía.


Un nafar es quien parte para un viaje sin retorno, un migrante, un exiliado. Sabe que dejará atrás sus raíces y su lengua, su tierra y su familia, pero sigue adelante con la determinación de los desesperados. Deberá cruzar el río que separa no solo dos continentes, sino dos mundos: oriente y occidente, nosotros y ellos.

“Nafar” (Tiempo de Papel Ediciones, 2021), novela narrada en segunda persona, logra que el lector sienta las mismas emociones que el exiliado, ver lo que él mira e intentar olvidar lo que él no puede, mientras busca la manera de atravesar esa frontera que separa su pasado de un futuro que sabe difícil e incierto.

En las páginas de esta obra Mathilde Chapuis logra comprometer al lector con las experiencias que vivirá el nafar. Es posible que, al terminar el libro, gracias al poder de su narrativa, el lector tenga una mirada más cercana con la realidad de tantas personas que ayer y hoy han tenido que migrar, aunque esa decisión nunca estuviera en sus planes.

La prensa francesa viene de aclamar esta novela que ahora llega a las librerías de España. Le Monde dice que se trata de “Una primera novela poética y empática”, mientras que La Francophonie destaca que “Con una escritura abrumadora y de emoción contenida, Mathilde Chapuis nos acerca a las obsesiones de los exiliados y sus familiares”.

Mathilde Chapuis nació en Belfort (Francia) en 1987. Al terminar sus estudios de Literatura, primero en Estrasburgo y después en Nápoles, viajó por Grecia, Turquía y Líbano antes de instalarse en Estambul entre 2013 y 2015. Actualmente reside en Bruselas. Nafar, su primera novela, se inspira en su estrecha relación con los exiliados sirios que conoció en Turquía.


 *++

El barril de amontillado. Edgar Allan Poe

 

Tal día como hoy de 1849 moría en Baltimore Edgar Allan Poe. Poeta, narrador y crítico literario incisivo y a menudo escandaloso, revalorizó y revitalizó el cuento, convirtiéndose sin duda en uno de los mejores cuentistas de todos los tiempos.


El barril de amontillado

Edgar Allan Poe

El Viejo Topo

7 octubre, 202

 

©Rayaan Cassiem

Lo mejor que pude había soportado las mil injurias de Fortunato. Pero cuando llegó el insulto, juré vengarme. Ustedes, que conocen tan bien la naturaleza de mi carácter, no llegarán a suponer, no obstante, que pronunciara la menor palabra con respecto a mi propósito. A la larga, yo sería vengado. Este era ya un punto establecido definitivamente. Pero la misma decisión con que lo había resuelto excluía toda idea de peligro por mi parte. No solamente tenía que castigar, sino castigar impunemente. Una injuria queda sin reparar cuando su justo castigo perjudica al vengador. Igualmente queda sin reparación cuando ésta deja de dar a entender a quien le ha agraviado que es él quien se venga.

Es preciso entender bien que ni de palabra, ni de obra, di a Fortunato motivo para que sospechara de mi buena voluntad hacia él. Continué, como de costumbre, sonriendo en su presencia, y él no podía advertir que mi sonrisa, entonces, tenía como origen en mí la de arrebatarle la vida.

Aquel Fortunato tenía un punto débil, aunque, en otros aspectos, era un hombre digno de toda consideración, y aun de ser temido. Se enorgullecía siempre de ser un entendido en vinos. Pocos italianos tienen el verdadero talento de los catadores. En la mayoría, su entusiasmo se adapta con frecuencia a lo que el tiempo y la ocasión requieren, con objeto de dedicarse a engañar a los millionaires ingleses y austríacos. En pintura y piedras preciosas, Fortunato, como todos sus compatriotas, era un verdadero charlatán; pero en cuanto a vinos añejos, era sincero. Con respecto a esto, yo no difería extraordinariamente de él. También yo era muy experto en lo que se refiere a vinos italianos, y siempre que se me presentaba ocasión compraba gran cantidad de éstos.

Una tarde, casi al anochecer, en plena locura del Carnaval, encontré a mi amigo. Me acogió con excesiva cordialidad, porque había bebido mucho. El buen hombre estaba disfrazado de payaso. Llevaba un traje muy ceñido, un vestido con listas de colores, y coronaba su cabeza con un sombrerillo cónico adornado con cascabeles. Me alegré tanto de verle, que creí no haber estrechado jamás su mano como en aquel momento.

-Querido Fortunato -le dije en tono jovial-, éste es un encuentro afortunado. Pero ¡qué buen aspecto tiene usted hoy! El caso es que he recibido un barril de algo que llaman amontillado, y tengo mis dudas.

-¿Cómo? -dijo él-. ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible! ¡Y en pleno Carnaval!

-Por eso mismo le digo que tengo mis dudas -contesté-, e iba a cometer la tontería de pagarlo como si se tratara de un exquisito amontillado, sin consultarle. No había modo de encontrarle a usted, y temía perder la ocasión.

-¡Amontillado!

-Tengo mis dudas.

-¡Amontillado!

-Y he de pagarlo.

-¡Amontillado!

-Pero como supuse que estaba usted muy ocupado, iba ahora a buscar a Luchesi. Él es un buen entendido. Él me dirá…

-Luchesi es incapaz de distinguir el amontillado del jerez.

-Y, no obstante, hay imbéciles que creen que su paladar puede competir con el de usted.

-Vamos, vamos allá.

-¿Adónde?

-A sus bodegas.

-No mi querido amigo. No quiero abusar de su amabilidad. Preveo que tiene usted algún compromiso. Luchesi…

-No tengo ningún compromiso. Vamos.

-No, amigo mío. Aunque usted no tenga compromiso alguno, veo que tiene usted mucho frío. Las bodegas son terriblemente húmedas; están materialmente cubiertas de salitre.

-A pesar de todo, vamos. No importa el frío. ¡Amontillado! Le han engañado a usted, y Luchesi no sabe distinguir el jerez del amontillado.

Diciendo esto, Fortunato me cogió del brazo. Me puse un antifaz de seda negra y, ciñéndome bien al cuerpo mi roquelaire, me dejé conducir por él hasta mi palazzo. Los criados no estaban en la casa. Habían escapado para celebrar la festividad del Carnaval. Ya antes les había dicho que yo no volvería hasta la mañana siguiente, dándoles órdenes concretas para que no estorbaran por la casa. Estas órdenes eran suficientes, de sobra lo sabía yo, para asegurarme la inmediata desaparición de ellos en cuanto volviera las espaldas.

Cogí dos antorchas de sus hacheros, entregué a Fortunato una de ellas y le guié, haciéndole encorvarse a través de distintos aposentos por el abovedado pasaje que conducía a la bodega. Bajé delante de él una larga y tortuosa escalera, recomendándole que adoptara precauciones al seguirme. Llegamos, por fin, a los últimos peldaños, y nos encontramos, uno frente a otro, sobre el suelo húmedo de las catacumbas de los Montresors.

El andar de mi amigo era vacilante, y los cascabeles de su gorro cónico resonaban a cada una de sus zancadas.

-¿Y el barril? -preguntó.

-Está más allá -le contesté-. Pero observe usted esos blancos festones que brillan en las paredes de la cueva.

Se volvió hacia mí y me miró con sus nubladas pupilas, que destilaban las lágrimas de la embriaguez.

-¿Salitre? -me preguntó, por fin.

-Salitre -le contesté-. ¿Hace mucho tiempo que tiene usted esa tos?

-¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem!…!

A mi pobre amigo le fue imposible contestar hasta pasados unos minutos.

-No es nada -dijo por último.

-Venga -le dije enérgicamente-. Volvámonos. Su salud es preciosa, amigo mío. Es usted rico, respetado, admirado, querido. Es usted feliz, como yo lo he sido en otro tiempo. No debe usted malograrse. Por lo que mí respecta, es distinto. Volvámonos. Podría usted enfermarse y no quiero cargar con esa responsabilidad. Además, cerca de aquí vive Luchesi…

-Basta -me dijo-. Esta tos carece de importancia. No me matará. No me moriré de tos.

-Verdad, verdad -le contesté-. Realmente, no era mi intención alarmarle sin motivo, pero debe tomar precauciones. Un trago de este medoc le defenderá de la humedad.

Y diciendo esto, rompí el cuello de una botella que se hallaba en una larga fila de otras análogas, tumbadas en el húmedo suelo.

-Beba -le dije, ofreciéndole el vino.

Llevóse la botella a los labios, mirándome de soslayo. Hizo una pausa y me saludó con familiaridad. Los cascabeles sonaron.

-Bebo -dijo- a la salud de los enterrados que descansan en torno nuestro.

-Y yo, por la larga vida de usted.

De nuevo me cogió de mi brazo y continuamos nuestro camino.

-Esas cuevas -me dijo- son muy vastas.

-Los Montresors -le contesté- era una grande y numerosa familia.

-He olvidado cuáles eran sus armas.

-Un gran pie de oro en campo de azur. El pie aplasta a una serpiente rampante, cuyos dientes se clavan en el talón.

-¡Muy bien! -dijo.

Brillaba el vino en sus ojos y retiñían los cascabeles. También se caldeó mi fantasía a causa del medoc. Por entre las murallas formadas por montones de esqueletos, mezclados con barriles y toneles, llegamos a los más profundos recintos de las catacumbas. Me detuve de nuevo, esta vez me atreví a coger a Fortunato de un brazo, más arriba del codo.

-El salitre -le dije-. Vea usted cómo va aumentando. Como si fuera musgo, cuelga de las bóvedas. Ahora estamos bajo el lecho del río. Las gotas de humedad se filtran por entre los huesos. Venga usted. Volvamos antes de que sea muy tarde. Esa tos…

-No es nada -dijo-. Continuemos. Pero primero echemos otro traguito de medoc.

Rompí un frasco de vino de De Grave y se lo ofrecí. Lo vació de un trago. Sus ojos llamearon con ardiente fuego. Se echó a reír y tiró la botella al aire con un ademán que no pude comprender.

Le miré sorprendido. El repitió el movimiento, un movimiento grotesco.

-¿No comprende usted? -preguntó.

-No -le contesté.

-Entonces, ¿no es usted de la hermandad?

-¿Cómo?

-¿No pertenece usted a la masonería?

-Sí, sí -dije-; sí, sí.

-¿Usted? ¡Imposible! ¿Un masón?

-Un masón -repliqué.

-A ver, un signo -dijo.

-Éste -le contesté, sacando de debajo de mi roquelaire una paleta de albañil.

-Usted bromea -dijo, retrocediéndo unos pasos-. Pero, en fin, vamos por el amontillado.

-Bien -dije, guardando la herramienta bajo la capa y ofreciéndole de nuevo mi brazo.

Apoyóse pesadamente en él y seguimos nuestro camino en busca del amontillado. Pasamos por debajo de una serie de bajísimas bóvedas, bajamos, avanzamos luego, descendimos después y llegamos a una profunda cripta, donde la impureza del aire hacía enrojecer más que brillar nuestras antorchas. En lo más apartado de la cripta descubríase otra menos espaciosa. En sus paredes habían sido alineados restos humanos de los que se amontonaban en la cueva de encima de nosotros, tal como en las grandes catacumbas de París.

Tres lados de aquella cripta interior estaban también adornados del mismo modo. Del cuarto habían sido retirados los huesos y yacían esparcidos por el suelo, formando en un rincón un montón de cierta altura. Dentro de la pared, que había quedado así descubierta por el desprendimiento de los huesos, veíase todavía otro recinto interior, de unos cuatro pies de profundidad y tres de anchura, y con una altura de seis o siete. No parecía haber sido construido para un uso determinado, sino que formaba sencillamente un hueco entre dos de los enormes pilares que servían de apoyo a la bóveda de las catacumbas, y se apoyaba en una de las paredes de granito macizo que las circundaban.

En vano, Fortunato, levantando su antorcha casi consumida, trataba de penetrar la profundidad de aquel recinto. La débil luz nos impedía distinguir el fondo.

-Adelántese -le dije-. Ahí está el amontillado. Si aquí estuviera Luchesi…

-Es un ignorante -interrumpió mi amigo, avanzando con inseguro paso y seguido inmediatamente por mí.

En un momento llegó al fondo del nicho, y, al hallar interrumpido su paso por la roca, se detuvo atónito y perplejo. Un momento después había yo conseguido encadenarlo al granito. Había en su superficie dos argollas de hierro, separadas horizontalmente una de otra por unos dos pies. Rodear su cintura con los eslabones, para sujetarlo, fue cuestión de pocos segundos. Estaba demasiado aturdido para ofrecerme resistencia. Saqué la llave y retrocedí, saliendo del recinto.

-Pase usted la mano por la pared -le dije-, y no podrá menos que sentir el salitre. Está, en efecto, muy húmeda. Permítame que le ruegue que regrese. ¿No? Entonces, no me queda más remedio que abandonarlo; pero debo antes prestarle algunos cuidados que están en mi mano.

-¡El amontillado! -exclamó mi amigo, que no había salido aún de su asombro.

-Cierto -repliqué-, el amontillado.

Y diciendo estas palabras, me atareé en aquel montón de huesos a que antes he aludido. Apartándolos a un lado no tardé en dejar al descubierto cierta cantidad de piedra de construcción y mortero. Con estos materiales y la ayuda de mi paleta, empecé activamente a tapar la entrada del nicho. Apenas había colocado al primer trozo de mi obra de albañilería, cuando me di cuenta de que la embriaguez de Fortunato se había disipado en gran parte. El primer indicio que tuve de ello fue un gemido apagado que salió de la profundidad del recinto. No era ya el grito de un hombre embriagado. Se produjo luego un largo y obstinado silencio. Encima de la primera hilada coloqué la segunda, la tercera y la cuarta. Y oí entonces las furiosas sacudidas de la cadena. El ruido se prolongó unos minutos, durante los cuales, para deleitarme con él, interrumpí mi tarea y me senté en cuclillas sobre los huesos. Cuando se apaciguó, por fin, aquel rechinamiento, cogí de nuevo la paleta y acabé sin interrupción las quinta, sexta y séptima hiladas. La pared se hallaba entonces a la altura de mi pecho. De nuevo me detuve, y, levantando la antorcha por encima de la obra que había ejecutado, dirigí la luz sobre la figura que se hallaba en el interior.

Una serie de fuertes y agudos gritos salió de repente de la garganta del hombre encadenado, como si quisiera rechazarme con violencia hacia atrás.

Durante un momento vacilé y me estremecí. Saqué mi espada y empecé a tirar estocadas por el interior del nicho. Pero un momento de reflexión bastó para tranquilizarme. Puse la mano sobre la maciza pared de piedra y respiré satisfecho. Volví a acercarme a la pared, y contesté entonces a los gritos de quien clamaba. Los repetí, los acompañé y los vencí en extensión y fuerza. Así lo hice, y el que gritaba acabó por callarse.

Ya era medianoche, y llegaba a su término mi trabajo. Había dado fin a las octava, novena y décima hiladas. Había terminado casi la totalidad de la oncena, y quedaba tan sólo una piedra que colocar y revocar. Tenía que luchar con su peso. Sólo parcialmente se colocaba en la posición necesaria. Pero entonces salió del nicho una risa ahogada, que me puso los pelos de punta. Se emitía con una voz tan triste, que con dificultad la identifiqué con la del noble Fortunato. La voz decía:

-¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Buena broma, amigo, buena broma! ¡Lo que nos reiremos luego en el palazzo, ¡je, je, je!, a propósito de nuestro vino! ¡Je, je, je!

-El amontillado -dije.

-¡Je, je, je! Sí, el amontillado. Pero, ¿no se nos hace tarde? ¿No estarán esperándonos en el palazzo Lady Fortunato y los demás? Vámonos.

-Sí -dije-; vámonos ya.

-¡Por el amor de Dios, Montresor!

-Sí -dije-; por el amor de Dios.

En vano me esforcé en obtener respuesta a aquellas palabras. Me impacienté y llamé en alta voz:

-¡Fortunato!

No hubo respuesta, y volví a llamar.

-¡Fortunato!

Tampoco me contestaron. Introduje una antorcha por el orificio que quedaba y la dejé caer en el interior. Me contestó sólo un cascabeleo. Sentía una presión en el corazón, sin duda causada por la humedad de las catacumbas. Me apresuré a terminar mi trabajo. Con muchos esfuerzos coloqué en su sitio la última piedra y la cubrí con argamasa. Volví a levantar la antigua muralla de huesos contra la nueva pared. Durante medio siglo, nadie los ha tocado. In pace requiescat!

 *++