miércoles, 5 de enero de 2022

El Manifiesto Comunista - Marx y Engels (3/3)

Puturru de Fua - Reyes Majos

La desertificación está dejando la Tierra estéril, pero hay una solución que todavía está a nuestro alcance

 

La desertificación está dejando la Tierra estéril, pero hay una solución que todavía está a nuestro alcance

 

Por David R. Montgomery 

Rebelion

05/01/2022 


Fuentes: The Guardian [Imagen: En España aproximadamente un quinto de toda la tierra está en alto riesgo de desertificación. Fotografía: David Ramos/GettyImages]



Traducido por Eva Calleja

La expansión de las tierras áridas está dejando a países enteros enfrentados a la hambruna. Es hora de cambiar la manera en la que pensamos sobre la agricultura.

Este verano las olas de calor sin precedentes y los dramáticos incendios en el sur de Europa y en el oeste norteamericano fueron duros recordatorios de que la crisis climática está aquí.  Pero mientras el mundo se calienta, también hay una crisis más silenciosa y menos conocida desarrollándose bajo nuestros pies.  La desertificación, durante mucho tiempo vista como una crisis que principalmente afecta a las naciones en desarrollo, está llegando también a Europa y Norteamérica, a medida que las sequias cada vez extremas tuestan los suelos ya degradados por las prácticas agrícolas y de pastoreo convencionales.

En España, por ejemplo, aproximadamente un quinto de toda la tierra está ahora en alto riesgo de desertificación, como también lo está la tierra agrícola en Italia, Grecia y el oeste de Norteamérica.

La desertificación es un proceso que convierte las tierras fértiles en tierras áridas debido a la interacción  entre los efectos de la actividad humana y los extremos climáticos.  La degradación del suelo es la disminución de su capacidad para mantener cultivos y ganado, ya sea por la erosión de su capa superficial fértil o por la pérdida de su capacidad de retener el agua, materia orgánica rica en nutrientes y la vida que lo mantiene.  Las praderas semiáridas como el Sahel y las llanuras del oeste de Norteamérica son las más vulnerables debido a que la perdida de la vegetación nativa resistente a las sequias puede desencadenar  una degradación rápida del suelo y una pérdida de productividad agrícola.

Sin embargo, un clima cambiante no es la única causa detrás de la desertificación. Cómo tratamos la tierra, cómo cultivamos y pastoreamos, también importa. Los suelos sanos y llenos de vida retienen mejor la humedad que cae sobre los campos agrícolas.

La desertificación es un problema creciente. Una auditoria de la UE de 2018 encontró que, solo en Europa, un área dos veces la superficie de Portugal había entrado en un alto riesgo de desertificación en la década anterior.  En décadas recientes 13 estados de la EU se declararon afectados debido a que la región mediterránea experimentó una expansión significativa de las tierras áridas (regiones con baja pluviometría).  Se estima que la degradación del suelo cuesta decenas de miles de millones de euros al año en la UE, y sin embargo, la manera en la que los agricultores tratan el suelo sigue prácticamente sin regular en ambos lados del Atlántico en lo que se refiere a la salud del suelo.

La amenaza de desertificación y de la degradación del suelo aumentará a medida que progresa la crisis climática.  Un informe de 2018 encontró que la degradación de la tierra ya afecta al bienestar de al menos 3.2 miles de millones de personas, más de un tercio de la humanidad. Entre 1982 y 2015 las prácticas insostenibles de uso de la tierra ya desertificaron un 6% de las tierras áridas del mundo.  Globalmente, se estima que el área de tierras áridas aumente en un 23% este siglo.

Ya se prevé que el aumento de temperatura reducirá las cosechas de cultivos básicos como el trigo, el arroz, el maíz y la soja en un 3-7% por cada 1ºC de aumento. En el estado de Washington, por ejemplo, este año las cosechas de trigo han disminuido a la mitad debido a una sequía devastadora. Madagascar se enfrenta ahora a una hambruna provocada por el cambio climático.

Pero no son solo las sequias las que provocan el problema. Las prácticas agrícolas que degradan el suelo reducen la resiliencia de los cultivos debido a que el empeoramiento de las condiciones afecta las cosechas. Las tierras áridas son particularmente sensibles a la degradación por el laboreo y el sobrepastoreo. Si continua, la degradación del suelo aumentará aún más la amenaza a la producción agrícola en regiones de las que la humanidad depende para alimentarse.

Mirando atrás en la historia, es claro que la desertificación y la degradación del suelo no son problemas nuevos.  Desde la llegada de la agricultura, la humanidad ha degradado hasta un tercio de la tierra potencialmente cultivable del mundo.  Este patrón refleja tanto una larga historia de erosión provocada por el arado, como la adopción más reciente de prácticas agrícolas modernas que agotan la materia orgánica y perturban los ecosistemas del suelo.  Desafortunadamente, estamos repitiendo el problema a escala global.

Las prácticas ahora convencionales de cultivo y pastoreo que degradan el suelo dejan a los agricultores de todo el mundo cada vez más dependientes de grandes cantidades de fertilizantes y plaguicidas químicos. El declive de la salud del suelo debido al agotamiento dela materia orgánica y de la vida del suelo es un problema crítico cada vez más reconocido.

Según un informe de la EU de 2015 vamos camino de degradar otra tercera parte de la tierra cultivable global en el curso de este siglo.  Estamos dejando la tierra más frágil y a nuestros cultivos más vulnerables al mismo tiempo que el cambio climático está creando presiones medioambientales sin precedentes.

Para combatir y revertir la creciente amenaza de desertificación y degradación de los suelos necesitamos reducir las emisiones de carbono y cambiar la manera en la que cultivamos.  No tenemos que reaprender lecciones de las sociedades pasadas que degradaron sus suelos.  Pero para evitar su suerte necesitamos reorientar nuestra agricultura en torno a prácticas de cultivo y pastoreo que regeneren la salud del suelo.

Hace varios años, visité y escribí sobre granjas y ranchos de todo el mundo que habían restaurado la fertilidad de tierras antes degradadas.  Vi como la agricultura y el pastoreo regenerativo basado en prácticas de creación de suelos pueden revertir su degradación, reconstruir la salud del suelo y hacer que las granjas sean más resilientes ante fenómenos meteorológicos extremos, mientras que se mantienen buenas cosechas.  Pero se necesita reemplazar las prácticas agrícolas convencionales que dependen de un laboreo intensivo y del uso masivo de fertilizantes químicos por prácticas que priorizan la salud del suelo.

Además de los intensos esfuerzos para reducir las emisiones de carbono derivadas de los combustibles fósiles, necesitamos un impulso global sostenido para reconstruir la salud de los suelos agrícolas del mundo.  Afortunadamente, esto último puede ayudar con lo primero.  Las prácticas agrícolas que crean suelos sanos convierten el dióxido de carbono capturado de la atmosfera en materia orgánica para el suelo. Mientras que el potencial de los suelos para secuestrar carbono sigue siendo intensamente debatido, incluso las estimaciones más prudentes ayudarían a ralentizar el cambio climático.

El suelo es el cimiento de la vida en la Tierra. A medida que nos enfrentamos a un siglo con condiciones meteorológicas cada vez más volátiles y con una población en aumento,  lo necesitamos en sus mejores condiciones para sustentarnos.  La humanidad debe tomarse en serio nuestra responsabilidad colectiva intergeneracional para conservar la salud y la fertilidad de nuestra tierra, sin importar donde vivamos.

David R. Montgomery es profesor de geomorfología en la Universidad de Washington, y autor de Tierra: La erosión de la civilizaciones (Dirt: TheErosion of Civilizations ) y  Cultivando una revolución: Devolver la salud a nuestros suelos (Gorwing a Revolution:Bringingoursoil back tolife).

Fuente: https://www.theguardian.com/commentisfree/2021/sep/02/desertification-barren-solution-famine-agriculture?

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Treinta años sin la Unión Soviética

 

Treinta años sin la Unión Soviética

 

Por Higinio Polo 

Rebelion

04/01/2022 


Fuentes: Mundo Obrero


Se han cumplido ahora treinta años de la destrucción de la Unión Soviética.

Violando el referéndum de marzo de 1991, donde la gran mayoría de la población de las repúblicas soviéticas votó por la conservación de la URSS, los tres conspiradores (el presidente ruso, Yeltsin; el ucraniano Kravchuk y el bielorruso Shushkévich) que se reunieron a espaldas de Gorbachov en el bosque de Białowieża el 8 de diciembre de 1991, junto a la frontera polaca, disolvieron la Unión protagonizando un golpe de Estado que recibió el inmediato apoyo de todos los poderes occidentales. Los tres de Białowieża se revelarían después como unos corruptos y ladrones. Yeltsin era un demagogo que supo engañar a la población rusa: se hizo elegir como defensor de Lenin y giró en unos meses a imponer el capitalismo de bandidos.

La operación contó con la complicidad de Estados Unidos, que conocía las intenciones de los conjurados y abonaba la partición del país. En el trasfondo había una desmedida ambición de poder del turbio y borracho Yeltsin: quería todo el poder del Kremlin y para ello debía expulsar a Gorbachov, y la forma de conseguirlo era disolver la Unión Soviética.

Cuando Gorbachov fue informado por Shushkévich del acuerdo de disolución de la URSS, el pusilánime presidente se sintió incapaz de oponerse a la conjura, debilitado por el fuego cruzado de quienes encabezaron con el vicepresidente Yanáyev la intentona fracasada de agosto de 1991 para apartarlo del poder y quienes como Yeltsin y los dirigentes nacionalistas conspiraban en el desorden creado por la perestroika. Gorbachov podía haber resistido, ejerciendo su poder como presidente de la URSS, pero fue un funesto gobernante: abandonó y dejó el campo libre a Yeltsin. Si el proyecto de Gorbachov era la renovación del socialismo y del país, se rodeó de los peores dirigentes para hacerlo, como Yakovlev o Shevardnadze. Yakolev admitiría después que en los años de la perestroika trabajaba para liquidar el Partido Comunista. Además, las decisiones de Gorbachov desorganizaron la economía y crearon un creciente caos que aprovecharon los enemigos del socialismo.

Sigue asombrando cómo personajes de la calaña de los tres de Białowieża pudieron llegar a puestos tan relevantes en el PCUS: los comunistas rusos explican hoy que una parte de la organización había degenerado. Los Yeltsin, Kravchuk, Shushkévich, el kazajo Nazarbáiev, el uzbeko Karímov, el azerí Mutallibov y otros, vieron la ocasión propicia para apoderarse de la riqueza del país: todos ellos disolvieron el partido comunista en sus repúblicas y acabaron organizando partidos derechistas: empezaba el tiempo de los ladrones, que aún no ha terminado. También asombra que muchos intelectuales creyeran a un sujeto como Yeltsin, un corrupto, hipócrita y borracho que, dos años después, en 1993, bombardearía el parlamento ruso causando una matanza en Moscú.

Ahora, con ocasión del treinta aniversario de la disolución, Kravchuk fue entrevistado en la televisión rusa y siguió con sus armas de tramposo: «Si Białowieża fue un golpe de Estado, ¿por qué nadie se rebeló?», dijo. Ocultó que Gorbachov había dimitido como secretario general y hecho un llamamiento para disolver el partido ya en agosto de 1991, y que el día 29 de ese mismo mes el Partido Comunista fue prohibido en toda la Unión Soviética, y sus locales incautados, y que en las repúblicas gobernaban oportunistas como el uzbeko Karímov que pasó de apoyar la intentona de Yanáyev a prohibir el Partido Comunista en Uzbekistán. Los millones de comunistas soviéticos carecían de dirección, y todas las organizaciones del partido estaban prohibidas: también comenzaba la persecución.

En el tránsito al capitalismo murieron millones de personas. La traición llegó tan lejos que había agentes de la CIA en el gobierno de Yeltsin e incluso en las instalaciones nucleares, que diseñaron la privatización y el robo de la propiedad pública. Los golpistas de Białowieża sabían que la mera persistencia de la Unión Soviética era un impedimento para sus objetivos de gángsters. Sin embargo, pese a la represión, el comunismo no ha desaparecido: el partido comunista ruso, reorganizado, continúa siendo la principal fuerza política del país, aunque le roben las elecciones, como ocurrió en 1996 con Yeltsin o en los recientes comicios a la Duma.

La destrucción de la Unión Soviética dio inicio a un nuevo ciclo de explotación y latrocinio en el mundo y estimuló la voracidad imperialista de Estados Unidos, que quiso someter al planeta sin temor a la oposición soviética, aunque fracasó, y después llegó China. Pero esa es otra historia, aunque sea la misma.

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Los (supuestos) límites del capitalismo. Los (supuestos) límites del capitalismo. [Lo que no tiene límite es la voracidad del capitalista por hacer crecer los capitales. Pero el capitalista que puede ser alto, bajo, feo, guapo, pervertido moral, moreno o rubio no es el capitalismo. Punto primero a tener en cuenta por los trabajadores. Y, esto no es ocurrencia mía sino el resultado de los estudios realizados por Marx y Engels, entre otros, acerca del modo de producción capitalista. Qué otra cosa representa la crisis de 2008 más que el principio del fin del proceso histórico que inexorablemente conducirá (mecánicamente o automáticamente no, hermano, que se habla de un proceso histórico) a la extinción histórica del modo de producción capitalista como modo de producción dominante (que lo siento paisano tener que utilizar términos marxistas, pero que no hay otros para poderse entenderse). Hasta 2008 el capitalismo cumple su función histórica de desarrollar todas las fuerzas productivas que condujeron al progreso social. A partir de esta fecha, y en tus gafas encomiendo estas líneas patrona de la vista Santa Lucia de mi vida y mi corazón, ¿alguien ha podido ver –yo digo ver, no creer en nada por aquí, nada por allí, solución de la crisis, social y que no me hagas reír María Luisa- desde 2008 a esta parte algún signo de desarrollo de las fuerzas productivas o algún síntoma de progreso social? ¿Lo visto de desde 2008 a esta parte no es más bien un mazacote macizón de regreso social –quiere decirse, queridos, empeoramiento generalizado de las condiciones de vida cada vez más intenso y extenso para cada vez más gente? ¿No será esto el “límite” del capitalismo? Ea, pues venga, como buenos amigos, cada mochuelo a su olivo, pero sin discutir que es muy temprano y a leer El Capital que es mucho gueno, maño. Más liao que la pata un romano, pero mucho gueno, que eso ya lo he dicho. Sí, sí, lo de maño también lo he dicho.]

 

Los (supuestos) límites del capitalismo

 

Raúl Zibechi

El Viejo Topo

3 enero, 2022 


 


Durante mucho tiempo una parte de los marxistas aseguraron que el capitalismo tiene límites estructurales y económicos, fincados en leyes que harían inevitable su (auto) destrucción. Esas leyes son inmanentes al sistema y se relacionan con aspectos centrales del funcionamiento de la economía, como la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, analizada por Marx en El capital.

Esta tesis dio pie a que algunos intelectuales hablaran del derrumbe del sistema, siempre como consecuencia de sus propias contradicciones.

Más recientemente, no pocos pensadores sostienen que el capitalismo tiene límites ambientales que lo llevarían a destruirse o por lo menos a cambiar sus aspectos más depredadores, cuando en realidad lo que tiene límites es la propia vida en el planeta y, muy en particular, la de la mitad pobre y humillada de su población.

Hoy sabemos que el capitalismo no tiene límites. Ni siquiera las revoluciones han podido erradicar este sistema ya que, una y otra vez, en el seno de las sociedades posrevolucionarias se expanden relaciones sociales capitalistas y desde dentro del Estado resurge la clase burguesa encargada de hacerlas prosperar.

La expropiación de los medios de producción y de cambio fue, y seguirá siendo, un paso central para destruir el sistema, pero, a más de un siglo de la revolución rusa, sabemos que es insuficiente, si no existe un control comunitario de esos medios y del poder político encargado de gestionarlos.

También sabemos que la acción colectiva organizada (lucha de clases, de géneros y de colores de piel, contra las opresiones y los opresores) es decisiva para destruir el sistema, pero esta formulación también resulta parcial e insuficiente, aunque verdadera.

La actualización del pensamiento sobre el fin del capitalismo, no puede sino ir de la mano de las resistencias y construcciones de los pueblos, de modo muy particular de zapatistas y kurdos de Rojava, de los pueblos originarios de diversos territorios de nuestra América, pero también de los pueblos negros y campesinos, y en algunos casos de lo que hacemos en las periferias urbanas.

Algunos puntos parecen centrales para superar este desafío.

El primero es que el capitalismo es un sistema global, que abarca todo el planeta y debe expandirse permanentemente para no colapsar. Como nos enseña Fernand Braudel, la escala fue importante en la implantación del capitalismo, de ahí la importancia de la conquista de América, ya que le permitió, a un sistema embrionario, desplegar sus alas.

Las luchas y resistencias locales son importantes, pueden incluso doblegar al capitalismo a esa escala, pero para acabar con el sistema es imprescindible la alianza/coordinación con movimientos en todos los continentes. De ahí la tremenda importancia de la Gira por la Vida que estos días realiza el EZLN en Europa.

El segundo es que no se destruye el sistema de una vez para siempre, como debatimos durante el seminario El pensamiento crítico frente a la Hidra capitalista, en mayo de 2015. Pero aquí hay un aspecto que nos desafía profundamente: sólo la lucha constante y permanente, puede asfixiar el capitalismo. No se lo corta de un tajo, como las cabezas de la Hidra, sino de otro modo.

En rigor, debemos decir que no sabemos exactamente cómo terminar con el capitalismo, porque nunca se ha logrado. Pero vamos intuyendo que las condiciones para su continuidad y/o resurgimiento deben acotarse, someterse a control estricto, no por un partido o un Estado, sino por las comunidades y pueblos organizados.

El tercer punto es que no se puede derrotar el capitalismo si a la vez no se construye otro mundo, otras relaciones sociales. Ese mundo otro o nuevo, no es un lugar de llegada, sino un modo de vivir que en su cotidianidad impide la continuidad del capitalismo. Las formas de vida, las relaciones sociales, los espacios que seamos capaces de crear, deben existir de tal modo que estén en lucha permanente contra el capitalismo.

El cuarto es que, mientras exista Estado, habrá chance de que el capitalismo vuelva a expandirse. En contra de lo que pregona cierto pensamiento, digamos progresista o de izquierda, el Estado no es una herramienta neutra. Los poderes de abajo, que son poderes no estatales y autónomos, nacen y existen para evitar que se expandan las relaciones capitalistas. Son, por tanto, poderes por y para la lucha anticapitalista.

Finalmente, el mundo nuevo posterior al capitalismo no es un lugar de llegada, no es un paraíso donde se practica el buen vivir, sino un espacio de lucha en el que, probablemente, los pueblos, las mujeres, las disidencias y las personas de abajo en general, estaremos en mejores condiciones para seguir construyendo mundos diversos y heterogéneos.

Creo que si dejamos de luchar y de construir lo nuevo, el capitalismo renace, incluso en el mundo otro. El relato del Viejo Antonio que dice que la lucha es como un círculo, que empieza un día pero nunca termina, tiene enorme actualidad.

Artículo publicado originalmente en La Jornada.

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