miércoles, 5 de enero de 2022

Los (supuestos) límites del capitalismo. Los (supuestos) límites del capitalismo. [Lo que no tiene límite es la voracidad del capitalista por hacer crecer los capitales. Pero el capitalista que puede ser alto, bajo, feo, guapo, pervertido moral, moreno o rubio no es el capitalismo. Punto primero a tener en cuenta por los trabajadores. Y, esto no es ocurrencia mía sino el resultado de los estudios realizados por Marx y Engels, entre otros, acerca del modo de producción capitalista. Qué otra cosa representa la crisis de 2008 más que el principio del fin del proceso histórico que inexorablemente conducirá (mecánicamente o automáticamente no, hermano, que se habla de un proceso histórico) a la extinción histórica del modo de producción capitalista como modo de producción dominante (que lo siento paisano tener que utilizar términos marxistas, pero que no hay otros para poderse entenderse). Hasta 2008 el capitalismo cumple su función histórica de desarrollar todas las fuerzas productivas que condujeron al progreso social. A partir de esta fecha, y en tus gafas encomiendo estas líneas patrona de la vista Santa Lucia de mi vida y mi corazón, ¿alguien ha podido ver –yo digo ver, no creer en nada por aquí, nada por allí, solución de la crisis, social y que no me hagas reír María Luisa- desde 2008 a esta parte algún signo de desarrollo de las fuerzas productivas o algún síntoma de progreso social? ¿Lo visto de desde 2008 a esta parte no es más bien un mazacote macizón de regreso social –quiere decirse, queridos, empeoramiento generalizado de las condiciones de vida cada vez más intenso y extenso para cada vez más gente? ¿No será esto el “límite” del capitalismo? Ea, pues venga, como buenos amigos, cada mochuelo a su olivo, pero sin discutir que es muy temprano y a leer El Capital que es mucho gueno, maño. Más liao que la pata un romano, pero mucho gueno, que eso ya lo he dicho. Sí, sí, lo de maño también lo he dicho.]

 

Los (supuestos) límites del capitalismo

 

Raúl Zibechi

El Viejo Topo

3 enero, 2022 


 


Durante mucho tiempo una parte de los marxistas aseguraron que el capitalismo tiene límites estructurales y económicos, fincados en leyes que harían inevitable su (auto) destrucción. Esas leyes son inmanentes al sistema y se relacionan con aspectos centrales del funcionamiento de la economía, como la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, analizada por Marx en El capital.

Esta tesis dio pie a que algunos intelectuales hablaran del derrumbe del sistema, siempre como consecuencia de sus propias contradicciones.

Más recientemente, no pocos pensadores sostienen que el capitalismo tiene límites ambientales que lo llevarían a destruirse o por lo menos a cambiar sus aspectos más depredadores, cuando en realidad lo que tiene límites es la propia vida en el planeta y, muy en particular, la de la mitad pobre y humillada de su población.

Hoy sabemos que el capitalismo no tiene límites. Ni siquiera las revoluciones han podido erradicar este sistema ya que, una y otra vez, en el seno de las sociedades posrevolucionarias se expanden relaciones sociales capitalistas y desde dentro del Estado resurge la clase burguesa encargada de hacerlas prosperar.

La expropiación de los medios de producción y de cambio fue, y seguirá siendo, un paso central para destruir el sistema, pero, a más de un siglo de la revolución rusa, sabemos que es insuficiente, si no existe un control comunitario de esos medios y del poder político encargado de gestionarlos.

También sabemos que la acción colectiva organizada (lucha de clases, de géneros y de colores de piel, contra las opresiones y los opresores) es decisiva para destruir el sistema, pero esta formulación también resulta parcial e insuficiente, aunque verdadera.

La actualización del pensamiento sobre el fin del capitalismo, no puede sino ir de la mano de las resistencias y construcciones de los pueblos, de modo muy particular de zapatistas y kurdos de Rojava, de los pueblos originarios de diversos territorios de nuestra América, pero también de los pueblos negros y campesinos, y en algunos casos de lo que hacemos en las periferias urbanas.

Algunos puntos parecen centrales para superar este desafío.

El primero es que el capitalismo es un sistema global, que abarca todo el planeta y debe expandirse permanentemente para no colapsar. Como nos enseña Fernand Braudel, la escala fue importante en la implantación del capitalismo, de ahí la importancia de la conquista de América, ya que le permitió, a un sistema embrionario, desplegar sus alas.

Las luchas y resistencias locales son importantes, pueden incluso doblegar al capitalismo a esa escala, pero para acabar con el sistema es imprescindible la alianza/coordinación con movimientos en todos los continentes. De ahí la tremenda importancia de la Gira por la Vida que estos días realiza el EZLN en Europa.

El segundo es que no se destruye el sistema de una vez para siempre, como debatimos durante el seminario El pensamiento crítico frente a la Hidra capitalista, en mayo de 2015. Pero aquí hay un aspecto que nos desafía profundamente: sólo la lucha constante y permanente, puede asfixiar el capitalismo. No se lo corta de un tajo, como las cabezas de la Hidra, sino de otro modo.

En rigor, debemos decir que no sabemos exactamente cómo terminar con el capitalismo, porque nunca se ha logrado. Pero vamos intuyendo que las condiciones para su continuidad y/o resurgimiento deben acotarse, someterse a control estricto, no por un partido o un Estado, sino por las comunidades y pueblos organizados.

El tercer punto es que no se puede derrotar el capitalismo si a la vez no se construye otro mundo, otras relaciones sociales. Ese mundo otro o nuevo, no es un lugar de llegada, sino un modo de vivir que en su cotidianidad impide la continuidad del capitalismo. Las formas de vida, las relaciones sociales, los espacios que seamos capaces de crear, deben existir de tal modo que estén en lucha permanente contra el capitalismo.

El cuarto es que, mientras exista Estado, habrá chance de que el capitalismo vuelva a expandirse. En contra de lo que pregona cierto pensamiento, digamos progresista o de izquierda, el Estado no es una herramienta neutra. Los poderes de abajo, que son poderes no estatales y autónomos, nacen y existen para evitar que se expandan las relaciones capitalistas. Son, por tanto, poderes por y para la lucha anticapitalista.

Finalmente, el mundo nuevo posterior al capitalismo no es un lugar de llegada, no es un paraíso donde se practica el buen vivir, sino un espacio de lucha en el que, probablemente, los pueblos, las mujeres, las disidencias y las personas de abajo en general, estaremos en mejores condiciones para seguir construyendo mundos diversos y heterogéneos.

Creo que si dejamos de luchar y de construir lo nuevo, el capitalismo renace, incluso en el mundo otro. El relato del Viejo Antonio que dice que la lucha es como un círculo, que empieza un día pero nunca termina, tiene enorme actualidad.

Artículo publicado originalmente en La Jornada.

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