miércoles, 6 de octubre de 2021

Los jóvenes investigadores denuncian que la ley Castells no acabará con la precariedad

Por Guillermo Martínez Rebelion / España 05/10/2021 Fuentes: La Marea Vanesa Nozal tiene 28 años, vive en Madrid e investiga en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) sobre nuevos fármacos. Estudió Química en la Universidad de Valladolid y se trasladó a la capital, a la Universidad Complutense (UCM), para realizar el máster que la relanzaría en su carrera investigadora. A pesar de ello, según explica, tendrá que irse al extranjero en cuanto lea su tesis doctoral el año que viene. El texto presentado por el ministro de Universidades, Manuel Castells, sobre la nueva Ley Orgánica del Sistema Universitario, tampoco ha creado en ella ciertas expectativas de quedarse en España. La Federación de Jóvenes Investigadores – Precarios (FJI), a la que pertenece Nozal, ha criticado duramente el anteproyecto de ley. Paco Palazón, otro integrante de la FJI, se ha estudiado concienzudamente el anteproyecto: “Partimos de la base de que la estabilización en la carrera investigadora se produce cuando ya tenemos más de 40 años, según los propios datos del Ministerio de Universidades. En la gran precariedad en la que nos encontramos, concatenamos contratos temporales sin garantía de permanencia, es todo una jungla en cuanto a convocatorias competitivas y falta un diseño claro de la carrera investigadora”, introduce este investigador del Instituto de Ciencia Molecular de la Universidad de Valencia. La LOSU no recoge la creación de un Estatuto del Personal de Investigación, tal y como viene reclamando la FJI desde su creación. De esta forma, podrían adquirir derechos básicos que ahora se les niegan, como la indemnización por finalización del contrato o la limitación de su concatenación en la misma entidad, tal y como sí recogen múltiples convenios colectivos en otros sectores. “Creemos que la LOSU no va a resolver el gran problema de la precariedad porque, para empezar, no recoge ninguna memoria económica. No seamos ilusos, sin inversión o un plan de choque con gran oferta de empleo público que reponga tantos años de recortes, las cosas podrán cambiar de nombre, pero poco más”, se explaya Palazón. Así ocurrirá, tal y como recoge el anteproyecto, con las nuevas categorías de “titular laboral” o “catedrático laboral”, que serán administradas desde las comunidades autónomas, un hecho que desde la FJI denominan como “un grave error” y “una forma de escurrir el bulto” por parte del Ministerio. Palazón también se refiere a la alta burocratización a la que se enfrentan en su gremio, pero acepta que en ocasiones es una salvaguarda para evitar ciertas irregularidades. La endogamia universitaria En este sentido, el texto presentado por Castells refleja la eliminación de una acreditación para poder llegar a la categoría de “profesor ayudante doctor”, y aunque desde la FJI critican los criterios que hay para obtenerla, también defienden que es mejor la normativa actual que su supresión. “Quitar el filtro externo va a dar más poder a cada universidad para hacer lo que quiera, y la endogamia seguirá. Continuará la prevaricación en las contrataciones que, encima, las gestionan los departamentos de cada centro de estudios. Retuercen los baremos, o se publican después de la presentación de candidaturas, o se aplican valores de afinidad. Esas plazas salen con nombres y apellidos, aunque se supone que son públicas”, comenta Palazón a La Marea. Este aspecto de la endogamia sí podría cambiar algo si se llega a materializar otra idea recogida en la LOSU en relación con que los tribunales que deciden esas plazas estén constituidos por una mayoría de personas externas al centro y elegidas por sorteo. De hecho, esta cuestión es de gran importancia para investigadoras como Nozal, quien se trasladó a Madrid al ser la región en la que se concentran mayores posibilidades de futuro. “Deberían evaluar mi carrera investigadora, lo que yo he hecho, mi expediente, pero no si he colaborado con ese departamento o estudiado en esa universidad. Si cambia la endogamia que hay, quizá sí me piense retornar antes del país al que me iré”, afirma. La movilidad internacional, tan importante en el terreno de la investigación, actualmente se encuentra estancada en España. Las personas extranjeras que quieran homologar sus títulos tienen que esperar hasta dos años, pese a que el propio Castells afirmó que este proceso no duraría más de seis meses. “Hasta dos años para homologar un título de un país comunitario… En esas condiciones nadie va a venir a España a investigar porque no hay la estabilización necesaria”, concretiza Palazón. Una normativa clara, la solución. Este integrante de la FJI vuelve a la idea del Estatuto del Personal de Investigación, al igual que sucedió con la aprobación de un estatuto que tan solo englobaba a sus compañeros predoctorales. De esta forma, quienes ya se han doctorado, cuentan con menos derechos y prestaciones que los anteriores, frenando, de nuevo, la incentivación a continuar la carrera investigadora. “Queremos un diseño de carrera científica medianamente racional, no lo que hay ahora, que es todo un conjunto de convocatorias públicas, internacionales, nacionales o privadas sin ningún tipo de garantía”, sostiene el investigador de Valencia. Así pues, la FJI propondrá al Ministerio de Universidades y al de Ciencia un modelo denominado 4+5. Se trataría de cuatro años de formación predoctoral y unos 5 ó 6 de postdoctoral, en donde se puedan definir dos categorías: los junior y los senior. “Queremos objetivos claros y de sostenibilidad, y tampoco hace falta empezar de cero porque ya hay muchos programas que son válidos, como los de la Agencia Estatal de Investigación. Lo único que hay que hacer es acortarlos y establecer una serie de objetivos preestablecidos para que la gente valore si le interesa o no, pero no vivir en esta incertidumbre constante”, profundiza el mismo Palazón. La LOSU se queda corta Nozal, por su parte, aqueja una falta de mecanismos de control en la LOSU para el personal de su categoría, que realiza su tesis en el CSIC con un contrato de formación de profesorado universitario (FPU): “A los doctorandos se nos exprime al máximo cuando por contrato solo podemos dar 180 horas de docencia. La precariedad en la universidad hace que falte profesorado por todas partes, y la carga docente recae en los investigadores jóvenes”, ilustra la investigadora. Esta carga docente a la que alude se materializa en ser los responsables de grupos o la corrección de exámenes, dos funciones que no deberían realizar. Ella, docente en la UCM, afirma: «Existen muchas prácticas que siguen perpetuándose en la universidad pero que los predoctorales no tenemos la manera de decir que suceden”. Asimismo, ella asegura que consiguió uno de los contratos de excelencia que otorga el Ministerio de Universidades, los FPU. En este sentido, los tiempos ministeriales en cuanto a publicación de ayudas y otras prestaciones no van parejos a las necesidades reales de los investigadores. El Ministerio no acompaña a los investigadores Así lo explica la propia Nozal: “Esas ayudas las solicitamos en diciembre de un año y las adjudican en julio, que ya es algo tarde aunque normal. Pues este año estamos en septiembre y todavía no las han resuelto, así que hay más de 2.500 investigadores jóvenes que no saben dónde van a estar en un mes”. Ese es el momento en el que salen a relucir esa carrera obligada y desenfrenada de los méritos: “En este tiempo entre contrato y contrato, muchos laboratorios te dicen que puedes seguir yendo a trabajar con la excusa de los méritos o firmar en un paper, pero ahora sin contrato porque estos centros tampoco tienen dinero para contratarte. Al final es la rueda que te pasa por encima”, comenta esta investigadora del CSIC, que cobra poco más de 1.200 euros netos al mes. Desde su punto de vista, la LOSU “tiene un tinte de quitar plazas funcionariales para suplirlas por otras laborales”, lo que es un grave error según su lectura: “Se tiende a pensar que los funcionarios se apoltronan, pero no nos imaginamos lo que seríamos capaces de hacer si un científico no se tuviera que preocupar por la financiación y burocracia de sus proyectos para poder enfocar toda su capacidad en la investigación”. Nozal será otra de las cientos de personas que marcharán de España para poder seguir investigando, una vez doctorada. “Yo no me planteo ni tener hijos ni poder casarme ni nada de esto. Yo me iré al extranjero, y el principal problema es que no sé si volveré. Aunque me vaya cinco años y me convierta en la mejor investigadora, tampoco tendría muchas más opciones de conseguir cierta estabilidad en España”, concluye. Fuente: https://www.lamarea.com/2021/10/04/los-jovenes-investigadores-denuncian-que-la-ley-castells-no-acabara-con-la-precariedad/ *++

Diderot, el ateismo apacible

En 1713, tal día como hoy, nacía Denis Diderot, el director de la Enciclopedia Francesa, obra emblemática de la Ilustración. Para él la religión exige el sacrificio de la razón al pedir a los hombres que adopten una creencia sin fundamento.
Pascal Charbonnat El Viejo Topo 5 octubre, 2021 Como todos los materialistas del siglo XVIII, Diderot hace una crítica de la religión que apunta a establecer la falsedad de todos los cultos. Al igual que Du Marsais, en sus años de juventud pasa por un deísmo del que extrae sus primeros argumentos contra el oscurantismo. Llega al ateísmo cuando examina los fundamentos del conocimiento. Esta posición se vuelve definitiva tras sus primeras representaciones del mundo y de la materia. El ateísmo de Diderot no es más que una consecuencia, no un motor, de concepciones más amplias. El deísmo de juventud se encuentra en los Pensamientos filosóficos de 1746. Los argumentos son los clásicos de un irreligioso. La religión instituida y la superstición son dañinas para los hombres. Parafraseando a Bayle, piensa que la superstición es más ofensiva a lo divino que el ateísmo. Esta creencia vulgar es sustentada por la religión oficial, que inculca al pueblo la idea de una divinidad cruel a la que hay que temer sobre todas las cosas. El miedo al sufrimiento lleva a los más ingenuos a las creencias más extravagantes. Los convence de que han de rechazar sus pasiones y las fuentes de los placeres, cuando en realidad estos no son malos si su práctica es equilibrada. Finalmente, pese a que la diversidad de cultos demuestra la falsedad de la religión, el filósofo ha de plegarse a las reglas de la ortodoxia reinante. El joven Diderot intenta salvar las apariencias. Por otra parte, lleva la crítica al terreno del ateísmo. Lo hace para justificar su deísmo. En este texto, ateísmo y materialismo significan lo mismo. El materialista es el que niega la existencia de una divinidad y la inmortalidad del alma. Diderot retoma por su cuenta la definición parcial de los defensores del cristianismo. ¿Qué les reprocha a los ateos? No su supuesta concepción de una formación azarosa del mundo: tal argumento es ineficaz, pues, dada una cantidad infinita de materia el ordenamiento autónomo del mundo es altamente probable. Cuestiona la ignorancia por parte de ellos de la perfección de las obras de la naturaleza, demostrada por la física experimental y que es el signo de la existencia de un ser soberanamente inteligente. Es, pues, mediante el estudio de la naturaleza que el deísta ha de convencer de su error al ateo. Después de este texto, Diderot cambia rápidamente de opinión. El cambio es visible desde 1749, en su Carta sobre los ciegos. En ella condena el argumento de las maravillas de la naturaleza que utilizó en sus Pensamientos, según el cual la belleza del mundo es una prueba de la existencia divina. Para un ciego de nacimiento, este argumento no es pertinente; ¿cómo podría él tener una idea de esta armonía visual? Tendría que poder tocar con sus dedos este carácter maravilloso de las cosas. Pero el tacto no revela nada de eso. ¿Acaso la divinidad sólo es accesible por medio de un único sentido? La idea contradice la supuesta perfección divina. En realidad, la suposición de un ser primero no viene sino a redoblar la ignorancia humana respecto al origen del orden universal. Cubre con un ‘nudo’ aún más difícil de desatar, un asunto ya de por sí difícil. La conversión al ateísmo se manifiesta de inmediato, tan rápida como la celeridad con la que Diderot es encerrado en Vincennes. La represión no lo desanima y prosigue su crítica a la religión. En La Religiosa ataca las costumbres de los lugares de reclusión. La novela describe el itinerario de una joven obligada por sus padres a ingresar en un convento. Lucha por escapar de él y explora todos los medios para sustraerse a las humillaciones a que la someten sus superioras. Este lóbrego universo sume a la heroína en una especie de compendio de todas las perversiones humanas. Víctima del sadismo y de la crueldad en un primer convento, en otro se convierte en la favorita de la superiora que se enamora de ella y acaba por volverse loca. Finalmente se escapa clandestinamente de esta prisión y es recogida por una lavandera. Más allá de la crítica de la vida en reclusión, Diderot denuncia el proceso general de perversión que engendra la religión. La humanidad ha de satisfacer las necesidades de su naturaleza, en particular la de vivir en sociedad. Si se ve obligada a reprimirlas, surgen los problemas. La religión es perjudicial porque basa su dominación en la frustración y la represión de los cuerpos. Es un ultraje a la naturaleza y al sano raciocinio. Este trabajo de corrupción de la naturaleza humana es puesto al descubierto en la Adición a los pensamientos filosóficos (1762). Según Diderot, la religión exige el sacrificio de la razón al pedir a los hombres que adopten una creencia sin fundamento. Lo hace depender todo de la fe, que no es más que un principio quimérico. ¿Cómo podría Dios pedir la renuncia a la prueba mediante los sentidos cuando es su supuesto creador? Todos los seres de la naturaleza sólo viven en función de sus sentidos; ninguno puede esperar conservarse y prosperar mediante la fe. Esta no es más que una idea abstracta, sin fundamento real, que conduce necesariamente a la alteración del juicio. Quiere hacernos creer en una recompensa o en un castigo después de la muerte como si las acciones de los seres creados pudieran liberarse de las reglas que los determinan. La vida enseña a los hombres que el verdadero fundamento de la moral se sitúa en el placer y el dolor de este mundo, no en un desconocido post mortem. La religión deforma las costumbres y los reflejos transmitidos por la naturaleza, para travestir lo patológico en una norma absurda. La superstición y el ocultismo no funcionan de otra manera. Ponen en práctica una estrategia de desarreglo de la salud mental y física de un individuo. Da un ejemplo de ello en Mistificación (1768), que es un breve relato novelado sobre la credulidad de una mujer ante un charlatán. El engañador y el engañado son dos piezas de un mismo mecanismo. Aquél saca su energía de la inquietud presente en cada uno y produce finalmente esta creencia enfermiza en la superchería. El remedio sólo es accesible a quienes están dispuestos a acabar con los prejuicios. Comenzar a dudar anuncia el comienzo de la curación. El filósofo ha de dar prueba de sinceridad, hablar de ateísmo cuando pueda, pero sin hacerse la ilusión de que su opinión puede cambiar a la mayoría de los espíritus. Delante de los magistrados, ha de ocultar su irreligión, pues su conservación es mucho más importante. En la sociedad, se somete a las ceremonias de la Iglesia para no dañar su posición social. En suma, Diderot no ve en el ateísmo una razón para sacrificar las necesidades de su ser; es decir, de deificar a la verdad poniendo en peligro su vida. El incrédulo, tal como lo presenta en su Conversación de un filósofo con la mariscala de***, no tiene la misma acritud que el fanático. Es más bonachón y ajeno a cualquier empresa de proselitismo. Con ayuda de su razón, discute sobre lo divino como un filósofo: algunos pretenden que un espíritu puede crear la materia, ¿por qué la materia no podría crear un espíritu? Si se engañara, nada tendría que temer. Dios no podría reprocharle haber cometido una falta de razonamiento. Fuente: Segundo apartado de la sección 5.4 del Capítulo 7º del libro de Pascal Charbonnat Historia de las filosofías materialistas. *++