lunes, 7 de marzo de 2022

EDITORIAL. Una gran farsa que necesitan renovar y una verdad como un puño.[Señor conde, que ya sabemos que cuando el monte se quema algo suyo se quema. Lo que no tenemos tan claro los trabajadores es que cuando los diferentes capitales organizan sus guerras somos los trabajadores los que las hacemos, para los capitales, naturalmente]

 

EDITORIAL. Una gran farsa que necesitan renovar y una verdad como un puño


La crisis que estalla en 2007-2008 en el corazón mismo del sistema capitalista nunca se ha resuelto. Han intentado exportarla, entre otras cosas, de la mano del endeudamiento y del sometimiento financiero de la periferia así como de la provocación de guerras más o menos regionales cada dos por tres.

Indurgente.org /6 marzo 2022

 

A mucha gente, incluso cercana, le ha sorprendido la inmediata agresividad a borbotones que gran parte de los gobiernos occidentales han mostrado a raíz de cómo se (les) han precipitado los acontecimientos en (toda) Ucrania. Ponemos paréntesis porque a las poblaciones del Donbass en el este de Ucrania los acontecimientos se les venían precipitando desde el 2014 cuando filonazis quemaban edificios de sindicatos y machacaban a comunistas en Kiev en el marco de un golpe de Estado pro y por occidental y se vieron obligados, en el Donbass, a proclamar repúblicas populares que durante 7 años no han dejado de ser asediadas con miles de víctimas. Y de cuyas lágrimas y desesperación, ninguna cadena libre de TV ha tenido a bien dedicarle un miserable instante. Les viene perfecto lo de “cadena”…

En esta puja occidental por ver quién es más duro con la bárbara Rusia, nuestra querida patria no iba a quedar atrás. Y vemos inflados de orgullo cómo España no solo no acaba en los Pirineos, sino que bien allende hemos dejado suelto por Bruselas al valiente Borell, hecho todo un valido va-t-en-guerre como el que más. ¡Qué bien lo ha reflejado en su última viñeta nuestro Malhumorgráfico insurgentiano!

Pero la verdad es que igual es más comprensible de lo que parece la histeria guerrera de ese flamante “alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea” (ahí es nada). Porque algo sabe de economía el hombre que fue el segundón más brillante en las carteras del dinero de los primeros gobiernos de nuestro no menos apasionado pro-occidental Felipe González. Y es que en el fondo, y desde bien atrás, la que están (de)formándonos mediáticamente tiene que ver con que no se vea cómo va realmente la economía por estos lares capitalistas. Por partida doble: en cuanto al diagnóstico macroeconómico y en lo que se refiere a las medidas-ataque que se prestan a aplicar a las micropersonas de a pie. De ahí que asistamos a la renovación de una farsa en dos actos que, de alguna manera, tome el relevo tras la guerra que nos ha dado el virus.

Por un lado hay que seguir tapando la podredumbre del sistema capitalista y, dentro de él, la especial y veterana querencia estadounidense por incendiar todo con tal de prolongar su hegemonía. Y en esa carrera obliga a la propia UE a compartir el papel de Nerón aunque, en principio, la no menos imperialista UE partía con una agenda explícitamente menos guerrera.

Hay que seguir tapando miserias propias, sí. La crisis que estalla en 2007-2008 en el corazón mismo del sistema capitalista nunca se ha resuelto. Han intentado exportarla, entre otras cosas, de la mano del endeudamiento y del sometimiento financiero de la periferia así como de la provocación de guerras más o menos regionales cada dos por tres. Según el Instituto de Finanzas Internacionales, la deuda global alcanza cerca de 4 veces el PIB mundial, siendo la de los propios EEUU –campeón en la exportación de deudas y en la magia de inventarse el dinero- de cerca del 140% de su PIB, habiendo pasado de unos 5 billones de dólares en 2000 a 30 billones en 2022. Todo esto es insostenible y esa insostenibilidad es un factor de primer orden para tener al mundo en una constante desestabilización y provocación bélicas.

En este escenario, grandes países como Rusia que, de objeto del deseo de ser comidos a cachos, bien al contrario mantienen la potencia militar heredada de su pasado socialista, esos países como Rusia, sencillamente sobran. Y hay que cercarlos y minarlos hasta hacerlos implosionar (por segunda vez) como sea. Y hay que fabricarle enemigos hasta en la sopa. Jugando también con esta, con las cosas del comer.

Así, igual que utilizaron la pandemia, intentan ahora culpar de la crisis y la inflación al demoníaco y viral Putin. Hay que tapar entonces toda podredumbre del sistema capitalista mundial, no vaya ser que a cada vez más pueblos les den por preguntarse si no solo a los rusos les conviene sembrar futuro con buena parte de su pasado soviético.

En ese sentido -y he ahí el segundo aspecto de la farsa- nuestros enemigos de clase (ahora “amigos de la paz”) sueñan que cuando haya manifestaciones contra los recortes sociolaborales directos y los indirectos de la inflación que se desmadra, esas manifestaciones no se hagan contra el gobierno de turno y demás cómplices de la politiquería, sino que se realicen en las embajadas y consulados de Rusia porque “evidentemente” todo estas medidas de recortes que “nos vemos obligados a tomar” es por culpa del malvado Putin.

Para que no se hagan realidad esos sueños perversos de desviar la diana popular de su verdadero enemigo, la gente progresista en general no puede ir más a la defensiva y paralizarse. Habrá que ser decididos contra la farsa en curso. Y si es preciso, no solo hay que denunciar toda la demonización contra los rusos y la agresión mediática que están perpetrándonos. Habrá que tomar toda clase de distancia con los de arriba y hasta con los ninistas de al lado. Y que nos ladren lo que quieran cuando proclamemos bien alto: tras el desastre de la caída de la Unión Soviética, menos mal que allí… no cayó todo. Porque sencillamente es una verdad como un puño (sic).

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¿No a la guerra…? ¿Pero a qué guerra? :

 

¿No a la guerra…? ¿Pero a qué guerra?


DIARIO OCTUBRE / marzo 7, 2022

 


Petri Rekabarren.— Los y las vascas nos negamos a entrar en la OTAN pero el Estado español nos metió a patadas en esa organización terrorista y ahora el gobierno que dice ser el más «progresista» de la historia nos ha metido en la guerra que la OTAN ha iniciado en Ucrania con las repúblicas populares del Donbass, que también es contra la clase trabajadora ucraniana que rechaza el nazismo y el régimen corrupto impuesto por un golpe de Estado organizado por el imperialismo, y contra Rusia como primera frontera a destrozar para intentar llegar hasta China. Mientras tanto, al proletariado, al pueblo trabajador, se le impone el pacifismo absoluto como única forma lícita de responder a las injusticias que sufre cada vez más.

Recientemente, un editorial del diario El País se titulaba así: La legitimidad de las armas. No hace falta explicar aquí cómo retuerce la historia y qué «legitimidad» defiende: es «legítimo» armar a un régimen tirano impuesto por un golpe de Estado dirigido por la CIA para que consiga por fin y tras ocho años de ataques aplastar al pueblo del Donbass y hacer hincar la rodilla a Rusia para que, derrotada, no se resista al saqueo de sus recursos por el imperialismo. Este es uno de los cuatro frentes mundiales en los que el imperialismo está movilizando sus fuerzas, siendo los otros tres: Taiwan para provocar a China, Irán y Venezuela-Cuba, pero «la legitimidad de las armas» vale también para el resto de la casi inacabable lista de pueblos bajo presiones de Occidente.

Lo que ahora más nos interesa analizar es la belicosidad de la burguesía vasca y el pacifismo de algunas izquierdas a la luz de la experiencia histórica, del contexto y de la estrategia revolucionaria. La consiga abstracta «No a la guerra» favorece objetivamente a la OTAN porque oculta el hecho de que ya existía otra guerra anterior que continúa y continuará si no es parada por la intervención militar rusa y por la independencia del Donbass: las repúblicas populares del Donbass eran aterrorizadas con bombardeos indiscriminados durante ocho años, el pueblo ucraniano sometido a un régimen corrupto y de extrema derecha vendido a Estados Unidos y la OTAN, y Rusia y Bielorrusia cada vez más amenazadas económica y militarmente por el imperialismo otanista.

Que la burguesía vasca, integrada en la lógica imperialista franco-española, apoye el rearme masivo de los nazis ucranianos enseña qué modelo socio-económico y político quiere para Euskal Herria aunque no puede imponerlo del todo porque se lo impide el pueblo trabajador: la derechización y la violencia crecientes de sus fuerzas represivas en Vascongadas y Nafarroa, así como el peso de la derecha en Iparralde, lo confirma. El pacifismo de las fuerzas soberanistas y reformistas impide o retrasa la concienciación revolucionaria, facilita la pasividad ante la explotación y pulveriza la ética humana reduciéndola a una papilla insípida, inerme e inerte.

Nosotros ni estamos ni debemos estar contra «todas» las guerras: apoyamos las guerras defensivas de las clases y naciones explotadas, estamos a favor de las justas resistencias populares contra las opresiones e injusticias que sufren las clases trabajadoras, legitimamos el derecho y la necesidad de la resistencia, de la rebelión y de la revolución. Las repúblicas populares del Donbass tienen el derecho de defenderse, más aún, tienen la necesidad de defenderse con cualquier medio que estimen conveniente contra el terror ucraniano, contra su lengua y cultura, contra bombardeos indiscriminados, atentados selectivos, guerra económica permanente, mentira y manipulación sistemática… Esos y todos los pueblos agredidos tienen la necesidad y el derecho de recibir ayuda solidaria internacional, pero los nazis y contrarrevolucionarios no tienen en absoluto el derecho a asesinar y a recibir ayudas para que sigan asesinando.

Sin mayores precisiones ahora, asumimos el derecho de Rusia, Bielorrusia, Nicaragua, Siria, Venezuela, Argelia, Corea del Norte, México, Cuba, Palestina, Sáhara, Vietnam, Perú, China, Bolivia, Líbano, Kazajistán, Armenia, Irán, Honduras, Yemen, Irak, Mali…, todos ellos pueblos con Estado propio, para defenderse como crean necesario de ataques y amenazas exteriores y sus respectivas formas de agresión interna, de golpes militares, de provocaciones de toda índole, etc., organizadas por el imperialismo. Sobre todo asumimos la dialéctica entre derecho a la resistencia y necesidad de la resistencia para las naciones oprimidas a las que se les impide por la fuerza de las armas tener un Estado propio que garantice su independencia.

La burguesía borra la historia, tergiversa, falsea y descontextualiza las agresiones permanentes contra el Donbass y la multiplicación de sus amenazas contra Rusia y antes contra la URSS. No puede permitir que se conozca que la razón de sus crímenes no es otra que aumentar su capital a costa de estos pueblos. Además, les responsabiliza de los efectos terribles que esa prolongada estrategia está provocando en el agravamiento de la crisis mundial: la carestía, la inflación, el desabastecimiento creciente, el desempleo… no son debidos a una crisis que se arrastra desde 2007 provocada por la codicia del capital, sino a la resistencia del Donbass y ejercicio de Rusia del derecho de ayudarle y de defenderse a sí misma. Por lo tanto, dice la burguesía, hay que suprimir esos derechos, hay que seguir oprimiendo al Donbass y hay que obligar a rendirse a Rusia. Así están anunciando lo que nos espera si incrementamos nuestras movilizaciones y luchas para reconquistar los derechos que nos están arrebatando desde hace años.

El reformismo, el soberanismo «transformador», cierra ojos y oídos e intenta convencernos de que la diplomacia, la paz y los acuerdos en base a la legislación vigente es la única alternativa en este y en todos los demás «problemas», como si la opresión de los derechos fuera un mero «problema», y ocultando sobre todo que esa ley es la impuesta por el opresor para servirle a él. De esta forma, el reformismo se posiciona objetivamente en la defensa del capital, del imperialismo, de la OTAN. Independientemente de sus ilusiones y fantasías subjetivas, es un pilar del sistema como se aprecia en su apoyo al gobierno belicista español, que ha implementado el mayor gasto militar desde la llamada transición, que es el gobierno de la Unión Europea que más gasta en fuerzas represivas, que recorta derechos elementales, que es una pieza clave de la OTAN… Defensa de este gobierno y por tanto defensa del Estado español tanto más dañina para el pueblo cuanto que, además, este debe renunciar al derecho sacrosanto e inalienable a la rebelión contra la injusticia.

Nuestro SÍ contundente a la justa guerra defensiva de los pueblos va más allá que la simplona consigna de «OTAN no. Bases fuera» porque no va a la raíz del problema: las bases de la OTAN no pueden irse a ningún lado porque el Estado español es en sí mismo una base de la OTAN y porque el gobierno del Estado español es solo el despachito dentro de la base otánica para comunicar a los súbditos de su Majestad las órdenes provenientes del Pentágono o de cualquier cabo del ejército yanqui. «OTAN no. Bases fuera» solo tiene sentido si se transforma en «España no. España fuera».

Nos enfrentamos, por tanto, a una tarea dura, prolongada, peligrosa pero necesaria en su sentido pleno, es decir, de necesidad de practicar el derecho elemental a la libertad y a la vida. Mientras exista la OTAN y unida a ella la monarquía militar inherente al Estado español, no seremos libres y estará en peligro nuestra vida. Ahora bien, superar esta necesidad vital, que por ello es más que un simple derecho abstracto, nos exige una praxis comunista e independentista que, por un lado, se base en las más recientes expresiones de la lucha de clases y, por otra parte, integre las lecciones positivas y las victorias obtenidas durante la larga lucha nacional de clase de nuestro pueblo y especial en los últimos setenta años. Uno sin otro no se sostiene la praxis comunista.

Por ejemplo, de cara a la intensificación de la lucha de clases en respuesta al endurecimiento de la explotación, es necesario conocer mediante la práctica sostenida en el tiempo la complejidad de las fracciones del proletariado vasco, de sus niveles y ramificaciones que dan forma al pueblo trabajador en su conjunto, y a la vez conocer las formas que adquiere el movimiento popular en el capitalismo actual bajo la actual opresión nacional franco-española bajo la dominación imperialista. Cualquier confusión o dogmatismo en estas y otras cuestiones, resulta mortal.

De entre los muchos problemas que se han agudizado recientemente y sobre todo desde la intervención preventiva de Rusia en defensa del Donbass, adquieren más relevancia aún los de la solidaridad internacionalista, los de defensa del derecho a la rebelión y la denuncia teórica y ética del pacifismo y en especial de la mitología de la «mujer pacífica», los del papel de la cultura y la prensa en la guerra psicopolítica, los de la lucha contra el empobrecimiento y la represión, los de prefigurar prácticas proto-socialistas de emancipación que demuestren que el comunismo es una necesidad imperiosa y también un deseo factible, etc. Es urgente avanzar en estas reflexiones y en estas prácticas. Avancemos.

Petri Rekabarren Euskal Herria, 6 de marzo de 2022

FUENTE: boltxe.eus

 

Maelstrom

 

Estallaron las tormentas. Del drama de la guerra en Ucrania al sainete local de la crisis del PP. Putin ha decidido guerra con un cálculo político que siempre suele subvalorar la complejidad de las respuestas. Y el papel de la Unión Europea, penoso.


Maelstrom

Albert Recio

EL Viejo Topo

7 marzo, 2022 

 



Febrero caliente

En pleno anticiclón climático estallan las tormentas. Se venían larvando desde hacía tiempo y se han concentrado al final de febrero. En el plano nacional e internacional. Se trata de fenómenos inconexos, que obedecen a dinámicas específicas. Pero bajo estas historias independientes, desiguales en su dramatismo y consecuencias, subyace un contexto común, el de la crisis de un fin de período. Y aunque en ambos casos exigen también que la gente de izquierdas se plantee su papel, entienda como le conciernen cosas tan dispares como la crisis del principal partido de derechas y una guerra en un territorio lejano.

Del drama oriental…

Cuando escribo esta nota la guerra es ya una realidad. Y la ha declarado Putin. Y, sabemos por experiencia, que una vez se declara la guerra la información se trastoca en propaganda. Putin nos ha facilitado la información, con su insostenible justificación. Como hoy mismo ha explicado Rafael Poch, estamos ante un conflicto entre dos potencias decadentes que no pueden abandonar ni sus sueños de grandeza ni sus viejos hábitos militaristas. Y una vez más observamos que cuando se empieza una escalada verbal al final aparecen las armas. Y las muertes y los destrozos de vidas e infraestructuras. Y la proliferación de la cultura del amigo-enemigo. Solo nos queda esperar que el otro bando sea más sensato y no tome el órdago como una invitación a la respuesta brutal. Muchas de las grandes guerras empezaron así. Y muchos grandes fiascos han empezado con ideas equivocadas de la propia fuerza. He leído algo sobre guerras y una característica de todas ellas es que quién la lanza está convencido de su superioridad estratégica y de que la victoria es pan comido. No podemos influir en Putin, pero si en nuestros gobiernos para impedir que el conflicto vaya a más y se consiga frenar la acción militar. Putin es sin duda el primer responsable, pero llevamos meses con un bombardeo informativo que más bien parecía que había interés en que adoptara esta decisión que en ofrecer una salida pacífica.

La guerra es siempre un desastre. En primer lugar, para la población de Ucrania y en menor medida la de Rusia. Muertes, desplazamientos de población, desabastecimiento, ruptura de redes sociales, brutalidad son siempre efectos directos de las acciones bélicas. La gravedad de estos efectos depende de la extensión y duración del conflicto. Si, en lugar de la contención, Estados Unidos y sus aliados optaran por la respuesta bélica, aunque sea de “baja intensidad”, los impactos serían incalculables. Queda incluso la incógnita de ver si la guerra con armas se trastoca en una guerra cibernética que puede desestabilizar sociedades dependientes de unas tecnologías tan vulnerables. Y son seguros los efectos económicos directos (aumentos de precios de materias primas, caída del comercio internacional) e indirectos (adopción de políticas económicas antiinflacionarias, aumento del gasto bélico en detrimento del gasto civil, etc.).

Putin ha decidido guerra con un cálculo político que siempre suele minusvalorar la complejidad de las respuestas. No parece que en el plano militar se aprenda nunca. Hitler no entendió el peligro de invadir Ucrania. Los norteamericanos llevan una larga experiencia de guerras que han salido mal, y los mismos rusos olvidan el fracaso de Afganistán. El uso de la fuerza bruta y la autoconfianza de los altos mandos siguen llenando el planeta de desastres a cual más atroz.

No se puede perder de vista que más allá de la responsabilidad de la élite dirigente rusa se ha llegado a esta situación por un cúmulo de trayectorias e inercias históricas que vale la pena subrayar. Empezando por la larga tradición autocrática de la Rusia zarista, de la que Putin se siente heredero (y que los bolcheviques no supieron liquidar), y siguiendo por todo el desastre generado por la forma como se liquidó el régimen soviético con la clara intervención de las instituciones occidentales. El modelo de implantación de una economía de mercado de manual, lejos de facilitar una transición hacia un capitalismo regulado con instituciones de bienestar, devino en un saqueo privado y la implantación de una economía oligárquica centrada en la producción de materias primas. También la agresiva expansión de la OTAN, y la aceptación como democráticos de regímenes que negaban la nacionalidad a la población de origen ruso, han contribuido a reforzar los fantasmas paranoicos que atenazan a Putin. Ni se cerró el clima de enfrentamiento (que hubiera exigido disolver la OTAN y crear un nuevo espacio europeo de Cooperación y Seguridad) ni se propició la creación de economías en la búsqueda del bienestar.

El papel de la Unión Europea en toda esta historia ha sido penoso. Incapaz de tener una propuesta propia, siempre a remolque de Estados Unidos. Dando por buena la extensión de occidente sin miramientos ni reflexión. No es casualidad que alguno de los mayores problemas internos de la propia UE provengan de países como Polonia y Hungría, con gobiernos claramente autoritarios. Ni que, al menos a corto plazo, vayan a ser los países europeos los damnificados directos en aspectos económicos de la propia guerra. Estamos emparedados entre los restos de dos imperios declinantes (pero que conservan una enorme capacidad letal) y tenemos unos gobernantes incapaces de desarrollar una política que garantice de verdad paz, bienestar y democracia.

… al sainete local

Comparado con lo de Ucrania, la crisis del PP es un juego de niños. Pero, localmente, ha sido un espectáculo que nadie esperaba. Ha puesto en evidencia varias cuestiones. Que el PP sigue siendo un nido de corrupción y su opción prioritaria tratar de esconderla. Que tenían un liderazgo inepto, que le venía grande a Casado y a sus colegas, los cuales fueron incapaces de adoptar una línea coherente ni de aunar voluntades cuando saltó el escándalo. Que Ayuso y los suyos son este espécimen de personas tóxicas que están dispuestas a todo con tal de imponer sus intereses. Por desgracia este tipo de personas los encontramos también en otros muchos espacios: no son patrimonio exclusivo de la derecha. En el partido el único pegamento firme es la posibilidad de mantener o pillar cargo y la mayoría de decisiones se adoptan en función de esto. Que el deterioro orgánico del PP es importante y está relacionado con la pérdida de monopolio del espacio de la derecha y de la frustración por la existencia de mayorías alternativas en el país. El error de Casero cuando les había salido bien la maniobra de la reforma laboral puede haber ahondado esta frustración. La crisis del PP abre nuevas incógnitas sobre el liderato de la derecha y el crecimiento de Vox genera nuevas dudas sobre su línea política.

Se trata de una historia local, muy diferente a la anterior. Aunque, al igual que la crisis internacional, su situación se enmarca en una dinámica relacionada con toda la evolución social nacida de la globalización, el final del capitalismo keynesiano. La mayor parte de la derecha europea que primero rompió el capitalismo regulado de postguerra, se asoció al neoliberalismo y la globalización ha entrado en crisis por la propia dinámica que esta opción ha desvelado. La misma corrupción que ha salpicado en muchos países (aunque en el caso del PP ya venía de marca) es en parte producto del enfoque ultraliberal, depredador, que han propugnado los ideólogos neoliberales. Aprovecharon a lo bestia la crisis de 2008-2010 y a cambio generaron nuevos problemas y contradicciones. Ello se ha traducido en la emergencia de una nueva derecha antiliberal, antidemocrática, identitaria, que quizás no tiene la capacidad de ofrecer una alternativa creíble, pero si la de desestabilizar no sólo a la derecha sino al conjunto de la sociedad. Por esto, tras habernos reído y avergonzado de las trifulcas peperas de los últimos días, debemos preocuparnos de hacia dónde nos va a llevar su crisis. Los buenos deseos de la gente de orden es que vuelva un partido de orden que ayude al PSOE a “centrar la política”, a domesticar un poco el capitalismo más insensato a un precio módico. Pero el lastre de la corrupción endémica, las dudas ante Vox, los propios tics derechistas y el desconcierto ante un gobierno de coalición que no se rompe a la primera no garantizan ni que se pueda dar una recomposición pacífica ni que la próxima vez el terremoto no nos afecte. Lo que pueda pasar en los procesos electorales de otros países, por ejemplo Francia, puede también decantar dinámicas aquí.

Mirando a la izquierda

Se trata de dos conflictos ajenos al enfrentamiento izquierda-derecha. Nadie considera a Putin defensor de otros intereses que no sean los de su oligarquía (aunque no se pueden descartar despistados de los que siempre necesitan apuntarse a uno de los dos mandos en pelea). Y, por tanto, esta es una guerra en la que sólo tenemos que tomar partido en contra de ella misma y sus promotores (como ya lo hicimos antes en todas esas guerras que vienen sucediéndose desde el inicio del período neoliberal). Por esto ahora cuando nos insultan nos tratan de ingenuos, de indocumentados. Y por esto hay que saber dar respuestas en una sociedad europea que va a vivir traumatizada la invasión de Ucrania, como antes vivió traumatizada los atentados yihadistas. El «No a la guerra» necesita reforzarse con ideas claras acerca de cómo evitar la violencia, la carrera armamentística y los intentos de convertir a los países ricos en ciudadelas con muros reforzados.

La pelea del PP es cosa de los otros. Pero en una sociedad donde los bloques políticos están consolidados sus escándalos no van a provocar grandes movimientos sociales. Es posible incluso que acaben reforzando las tendencias más inciviles, reaccionarias, de la derecha. El desconcierto ante los efectos de la globalización, sobre el impacto de la crisis ecológica, sobre movimientos migratorios de origen diverso (refugiados bélicos y climáticos, efecto llamada de la crisis demográfica, etc.), o sobre la crisis del patriarcado constituyen las bases sobre las que esta nueva derecha construye su fuerza. Y tiene una nueva oportunidad de reforzar su predicamento. Por esto mejor que después de pasar un buen rato con las desventuras del club de Génova, empecemos a preocuparnos por encontrar líneas de propuesta, de acción, de formación, de iniciativa para conseguir que no se produzca una reacción social que empeore aún más la situación.

La sequía ha derivado en tormenta tropical. Urge desarrollar las respuestas para que no acabe en desastre. Se acabó el espectáculo. Porque los peligros y los problemas que han generado estas explosiones siguen presentes y amenazantes.

Fuente: Mientrastanto.org.

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