jueves, 7 de mayo de 2015

GRECIA: 100 DÍAS



Syriza: 100 días de gobierno bajo presión

Rebelión
Gara
07.05.2015

El gobierno de Grecia cumple hoy 100 días, esa barrera simbólica que divide el tiempo de cortesía concedido a los que se estrenan al frente de un país y el momento a partir del cual de pueden desatar las hostilidades. Sin embargo, los ataques a Syriza no dieron comienzo con su victoria electoral, el 25 de enero, ni vinieron desencadenados por sus propuestas económicas antiausteridad.

El partido griego significaba, y sigue significando, una verdadera preocupación desde tiempo atrás para las fuerzas conservadoras y neoliberales que gobiernan las instituciones políticas europeas. Pero las tensiones en el seno de la Unión Europea (UE) se han mostrado de orden político, pues por primera vez en la historia de la UE los dirigentes de un país han puesto en evidencia el déficit democrático de una alianza pensada y hecha a la medida de las grandes corporaciones alemanas.

De manera que, con toda la intensidad posible, el mal ejemplo griego ha sido combatido desde antes de su victoria en las urnas y, con posterioridad, sin un día de descanso, en un intento que aún continúa para hacerlo fracasar antes de que pueda presentar ningún logro que pueda paliar, siquiera mínimamente, el enorme desastre social que han supuesto las políticas de austeridad fundamentalmente en los países de la periferia europea.

El resultado del 25 de enero significó una llamada a rebato de la clase dominante, tanto dentro de Grecia como en el resto de países de la UE, que temieron el más que previsible inicio de la descomposición del orden neoliberal europeo. El enfrentamiento estaba servido: el Primer Ministro griego, Alexis Tsipras, inauguraba un gobierno con el apoyo claro de importantes sectores populares y para servir a sus intereses; mientras que desde la UE solo se esperaba de él que actuara, como hasta ese momento el resto de gobernantes, de correa de transmisión entre las órdenes de Bruselas y los ciudadanos griegos. Tsipras ha dejado claro en reiteradas ocasiones que Grecia «es un país soberano, tenemos una democracia, tenemos un contrato con nuestro pueblo y lo vamos a respetar».
Pero si el intento de asfixiar económicamente a Grecia ha sido una constante por parte de las instituciones europeas, especialmente desde el Banco Central Europeo (BCE), la campaña de la prensa no le ha ido a la zaga. Reuters y “El País”, “Bild” y “La Razón”, no han cejado en su empeño de presentar casi a diario todo un catálogo de calamidades que iban desde el corralito bancario, al desabastecimiento de los supermercados, culminando con la expulsión del país de la eurozona. Sin menoscabo de su credibilidad ante titulares abiertamente falsos, como la destitución de Varufakis o la suspensión de pagos, sin que ello les haya impedido seguir usándolos en decenas de ocasiones.

Incomprensiblemente una parte de la izquierda se ha embarcado también en la tarea de deslegitimar a un gobierno que cuenta con un sólido apoyo popular. Y así, el Partido Comunista de Grecia (KKE) se ha opuesto sistemáticamente a todas las iniciativas parlamentarias, incluidas las encaminadas a paliar el desastre social (con electricidad y alimentos gratuitos, así como subsidios a la vivienda, para la población por debajo del umbral de la pobreza), el fin de las inhumanas cárceles de máxima seguridad y los centros de detención de inmigrantes, o la reapertura del canal público de radio y televisión ERT, cerrado por el gobierno de Antonis Samarás y que dejó en la calle de un día para otro a más de 2.500 trabajadores.

Durante estos 100 días la evolución social ha recorrido un camino que podría ser calificado como paradójico: mientras una amplia mayoría de los ciudadanos mostraba su apoyo a las medidas emprendidas por el nuevo gobierno, y a la forma en que enfrentaba la negociación con los acreedores, la mayoría de los partidos políticos y medios de comunicación han ido acerando sus críticas en un intento por hacer descabalgar el proceso iniciado por Syriza.

Un partido que, antes de ganar las elecciones, ya dejó claro que no tomaría ninguna iniciativa para abandonar la zona euro, en sintonía con el sentir mayoritario de los ciudadanos griegos. Syriza no llegó al gobierno con ningún discurso radical, ni abanderando un proyecto anticapitalista, socialista o emancipador de las instituciones europeas a las que pertenece Grecia. «Nuestras medidas no son radicales. Simplemente, son medidas para que el pueblo griego pueda sobrevivir con dignidad», explica Errikos Finalis, miembro de la dirección de Syriza y del partido KOE (Organización Comunista de Grecia), siendo consciente de que la tarea que tiene por delante el gobierno es titánica. «Grecia era, en los últimos cinco años, una colonia en el siglo XXI, una colonia postmoderna», asegura Finalis, y «luchar contra ello es un frente importante para el Gobierno griego, pero también para el pueblo griego». Para caminar en la dirección de los grandes cambios el gobierno deberá emprender una labor didáctica y no perder de vista el sentimiento de los ciudadanos.

El gobierno griego, que se ha visto solo y aislado durante las negociaciones en el Eurogrupo o en el denominado Grupo de Bruselas, ha tratado de preservar sus «líneas rojas» sin que ello derivara ni en el colapso económico, ni en el caos político.

Es evidente que Grecia requiere de amplias y profundas transformaciones y que la actual correlación de fuerzas en el continente hacen muy difícil esta misión, si lo que se pretende es orientarlas hacia la justicia social. En todo caso es un camino a recorrer con el acuerdo de la población, y a su ritmo. Pero si los límites estructurales de la UE lo hicieran inviable, muchos dentro de Syriza ya plantean la reorientación del proyecto con una nueva perspectiva, algo que ya dejó caer hace unos días Tsipras al asegurar que antes que un mal acuerdo es preferible un referéndum para que los ciudadanos decidan.

Si conseguimos abstraernos de la poderosa influencia ejercida por los grandes medios de prensa, tarea nada sencilla, habrá que concluir que 100 días no han mostrado aún el verdadero potencial de cambio prometido por Syriza, aunque dentro del estrechísimo margen en el que se mueve sus logros son evidentes en múltiples áreas. Y, al mismo tiempo, hace falta ser muy cuidadosos para no convertir este ejemplo en la clave del éxito o el fracaso de lo que puede ocurrir en otros estados de la UE.

El proceso abierto en Grecia plantea las suficientes incertidumbres y está sometido a tantas tensiones que no es posible expresar ninguna certeza a pesar de las evidencias favorables. Lo que está en juego es el futuro de Europa en su conjunto. Saber si la voluntad popular puede conducir hacia políticas alternativas o solo hacia amenazas y chantajes, lo que mostraría el fracaso moral y político de la actual UE.

PARA INTELECTUALES DE CARTÓN VISTO



¿Qué es la unidad popular?

Rebelión
Cuarto Poder
04.05.2015


Para Salvador Allende, engarce imprescindible
entre nuestro pasado y nuestro porvenir.

Estas elecciones municipales y autonómicas están siendo muy duras para el sujeto popular: divisiones, prepotencias, sectarismos de todo tipo…, pero es solo una parte de la verdad. En otros muchos lugares, la unidad popular avanza y se consolida; centenares de candidaturas, empezando por Madrid y Barcelona, se han ido gestando con paciencia, con inteligencia, con sufrimiento. Cuando los ‘partidos-institución’ no responden a las demandas del ‘partido orgánico’ (las fuerzas que están por el cambio y la transformación), los ajustes se hacen difíciles y los muros parecen obstáculos infranqueables. Aun así, se saltan y se están saltando, y a veces se rompen y se están rompiendo.

Mujeres y hombres, activistas, cuadros sociales y políticos han hecho posible desde abajo lo que por arriba no parece posible todavía: unir a las diversas izquierdas, organizar amplios frentes democrático-populares, y hacerlo al calor de los movimientos sociales. El objetivo es claro: construir la alternativa al bipartidismo y gobernar para transformar. No es poco, es apenas el inicio y queda mucho, mucho camino por delante. La experiencia va a ser muy importante y dará fuerza, confianza y estímulo a los que han luchado, con paciencia y coraje, por la unidad popular.

Pero, ¿qué es la unidad popular? Intentaremos delimitarla, siempre provisionalmente, por aproximaciones sucesivas. Una primera definición podría ser la siguiente: un conjunto de políticas dirigidas, encaminadas, a la construcción de una sociedad de mujeres y hombres libres e iguales, liberados de la explotación, del dominio y la discriminación; una res pública. Se trata de una definición, quizá demasiado abstracta, que expresa objetivos políticos que actúan como principios, como ideas reguladoras, que sirven para criticar el presente y prefigurar las líneas maestras del futuro a construir colectivamente.

La unidad popular es, sobre todo, una estrategia, es decir, un modo de hacer y organizar la política concebida como acción consciente, colectivamente realizada. Para entender esto, es necesario hacer un pequeño rodeo sobre el poder en nuestras sociedades. En la sociedad capitalista, el poder es capitalista; no se trata de un juego de palabras; lo que se quiere decir es que el capital, los capitalistas, individual y colectivamente, tienen un poder estructural y que este está distribuido desigualmente y asimétricamente en nuestras sociedades. Este es y será siempre el límite objetivo de toda democratización en el capitalismo.

El Estado unifica al bloque dominante, asegura la subalternidad político-ideológica de las mayorías sociales y garantiza la cohesión de la formación económico-social, desde su monopolio exclusivo de la violencia legítima. El Estado capitalista es, pues, el espacio contradictorio donde se expresan los conflictos básicos, se dirimen las contradicciones entre fuerzas políticas y sociales y, esto es lo fundamental, se organiza y reproduce la clase política dirigente. Ni es neutro desde el punto de vista de los conflictos básicos ni un simple instrumento-máquina de las clases económicamente dominantes; su autonomía es siempre relativa, y cambia según condiciones. Ahora, en la presente crisis (es señal inequívoca de ella), la autonomía es más estrecha y su carácter de clase, más evidente.

Partiendo de esta realidad del poder en nuestras sociedades, se entiende mejor lo que significa la unidad popular como estrategia política emancipatoria. Gobernar es muy importante, planteárselo como objetivo demuestra la seriedad, la consistencia y el coraje de una fuerza política, pero debemos subrayar también que gobernar con un programa transformador significa, hoy más que ayer, algo más que acceder electoralmente al poder ejecutivo; hace falta fuerza social organizada para intentar (tarea muy difícil y siempre provisional) reequilibrar el déficit estructural de poder existente en nuestras complejas sociedades. En el centro, el Estado, y más allá, el conjunto de instituciones formales y no formales de eso que se ha venido a llamar la sociedad civil.

El objetivo es combinar, en el largo y en el corto periodo, la democratización de las instituciones del Estado con la articulación y desarrollo de poderes sociales. Ambas cosas, trabajo institucional y creación de poderes de base en nuestras sociedades concretas, tiene una prioridad local-territorial. Se podría hablar de la ‘territorialidad del poder’, es decir, de asentarse sólidamente en el espacio, crear vínculos sociales solidarios y altruistas, y expandir formas alternativas de producción y comercialización que aseguren el buen vivir de las personas, nuevas relaciones sociales respetuosas y en paz con el medio ambiente, volcadas hacia el futuro, uniendo dignidad y autogobierno de las personas con la apropiación colectiva del territorio.

Para no perder el hilo: ‘democratizar la democracia’ (como nos enseña desde hace años Boaventura de Sousa Santos) implica combinar un trabajo serio y sistemático en las instituciones (gestionar de forma alternativa es crucial) con la creación paciente, tenaz, contracorriente (la normalidad es casi siempre pasividad, subalternidad y dejar hacer al mercado, a los empresarios, al capital) de diversas formas de autoorganización social, practicas sociales e institucionales alternativas. La clave: una gestión institucional que genere conflicto y no paz social, que fomente la autoorganización de sujetos sociales fuertes; poderes sociales que ayuden a democratizar las instituciones, que socialicen la política y cambien la sociedad desde abajo.

Lo nacional-popular es la otra cara de la moneda, el contenido que hace posible la transformación social. Ser parte de la gente, ser gente, implicarse y aprender enseñando. Lo que hay detrás es un viejo asunto que tiene que ver con la vida cotidiana de las personas. La sociedad emancipada, lo que hemos llamado socialismo, implicaba una democratización sustancial de la política, del poder, de la cultura, de la economía. Es la democracia de la vida cotidiana, es decir, nuevas relaciones sociales entre los hombres y las mujeres, entre las empresas y los trabajadores, entre los servicios públicos y la ciudadanía, entre los seres humanos y la naturaleza de la que somos irreversiblemente parte. En definitiva, reabsorber la historia de las grandes palabras y de los hechos trascendentales en una cotidianidad liberada.

Lo peor es el elitismo de una parte significativa de los intelectuales, unas veces trufado de culturalismo, otras de marxismo de andar por casa (perdón, por los palacios) y los más, puro llegar holgadamente a final de mes. Los intelectuales tradicionales deben ser superados por otros que sean capaces de partir de las necesidades de las gentes, defendiendo y transformando los ‘sentidos comunes’, construyendo una nueva alianza con las clases subalternas. El objetivo es preciso: una nueva cultura que dé vida a un nuevo poder, a un nuevo Estado, a una nueva república protagonizada por los de abajo, fundada en la hegemonía política de las clases trabajadoras, de las clases populares.

La unidad popular, hay que insistir una y otra vez, es hoy obligatoria. Si algo pone de manifiesto la Grecia de Syriza (siempre sola, justo es señalarlo) es que el poder de los gobiernos ha disminuido mucho y que cualquier proyecto democrático y social requerirá conquistar más autonomía, más soberanía, más poder. Sin una mayoría social organizada, sin un pueblo convencido y movilizado, sin unas fuerzas políticas y sociales unidas, no habrá transformación posible y seremos, una vez más, derrotados, todo ello para mayor gloria de la Europa alemana del euro y del capital monopolista financiero. Al final, será muy importante un equipo dirigente audaz, inteligente y radical.

Se dirá que todo es demasiado genérico y que los seres normales no lo entenderán. Creo que se equivocan. Las encuestas sirven para lo que sirven y con restricciones. Hay, al menos, dos actitudes posibles: quedarse en lo que opinan las gentes sin más o partir de ellas, para ir más allá de ellas mismas. Por lo que sabemos, digámoslo con modestia, nuestra gente tiene ideas claras y enemigos de carne y hueso: los banqueros, los grandes empresarios, la gran patronal… Saben con bastante precisión que los poderosos han capturado al Estado y que lo han puesto a su servicio, y que los responsables de esta inmensa involución social y política son los dos grandes partidos dominantes, siempre apoyados por las burguesías nacionalistas vasca y catalana. Lo que hay que hacer ahora es convertir la enemistad política en proyecto alternativo de país. La diferencia entre transformación y transformismo es, muchas veces, una delgada línea. La unidad popular servirá, también, para que esta no se traspase.



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MÁS SOBRE PODEMOS / MONEDERO



Monedero y el cascabel del gato

Rebelión
04.05.2015

Ignoro sí el Wall Street Journal ha dado portada a la dimisión de Juan Carlos Monedero, pero dado el papel que esta noticia ha ocupado en la prensa nacional no me habría extrañado en absoluto. Quizás sus editores hayan considerado que se trata de un asunto local, pero aquí, en provincias, la cosa ha sido tan clamorosa que la dimisión ha tenido una repercusión mediática inicial equivalente a la del terremoto de Katmandú.

La verdad es que después de leer las "informaciones", así como algunos de los ejercicios de Podemología por parte de diferentes expertos, es dudoso que sea para tanto. No es so pena que Podemos sea una empresa registrada por unos pocos colegas y que por detrás no haya más que algunos miles de empleados como en esas películas en las que la tropa sigue a los jefes hasta los mayores peligros sin decir tan siquiera esta boca es mía.

Pero no creo que sea eso. Sin querer minimizar el protagonismo de los primeros actores, Podemos es ante todo y sobre todo una respuesta de masas a una situación insostenible para los de abajo. Su proyección electoral revela el alcance del rechazo a esta situación, un rechazo que des estar encarnado por un partido establecido lograría una mayoría electoral absoluta. Su base social es diversa, pero primordialmente está ocupada por las nuevas generaciones que protagonizaron el movimiento del 15-M, cuyos objetivos lograron el respaldo de la mayoría de población. La solución está clara, Podemos podría poner el cascabel al gato, algo que el gato (la minoría más poderosa y sus adláteres) no puede permitir, sobre todo desde Syriza venció al miedo en Grecia.

Podemos ha ocupado el escenario consiguiente a Syriza en muy poco tiempo, lo que significa, primero que el potencial está ahí; segundo, que todavía no ha hecho el trabajado desde abajo, no ha acumulado el historial de luchas y conquistas (de legitimidad) parciales, de organización articulada a todos los niveles. O sea no ha tenido el tiempo ni la experiencia que ha precedido el triunfo electoral de esta coalición de la izquierda radical, antes al contrario, Podemos es una necesidad que expresa todo lo que no se ha hecho y que tendrá que hacer sí quiere dar el paso siguiente. Podemos tiene por lo tanto una asignatura pendiente, la asignatura probada por Syriza. Ese es su desafio, también e insistimos: justo lo que el gato quiere evitar.

No es otra cosa lo que expresan la utilización catastrofista de un conflicto del “petit comité”, de los “fundadores” que no eran cuatro reunidos en un bar sino unos cuantos cientos sino más. Tampoco es cuestión que Monedero haya padecido toda esa campaña para convertirlo en “el Bárcenas de Podemos”, una maniobra despreciable por supuesto que ha quedado en nada y que forma parte de un peaje a veces mucho más terrible. Mal estaríamos sí en un proyecto como el de ponerle el cascabel al gato sufra especialmente porque uno de sus portavoces estaría más a gusto hablando por sí mismo. Sí, Monedero es un poeta, un filósofo, un estupendo francotirador, pues que diga lo que tiene que decir sin miedo a la verdad.

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